Preliminares
Durante 1967, en Alemania, las investigaciones de Wolfgang Zwingmann afirmaban que Guillermo de Saint-Thierry -en su siglo- fue uno de los más grandes buscadores de Dios. Colmado por un deseo de amor, su gran ansia ha sido buscar y ver el rostro del Dios de Jacob1. Esta reminiscencia, de origen bíblico es posible situarla en el libro de Génesis 32, 23-33, el cual trata de un combate misterioso que debe afrontar el patriarca Jacob con«Alguien» en absoluta soledad2. Este texto nos habla de la larga noche de la búsqueda de Dios, en la cual Jacob vence y a la vez es vencido; así como también es herido y bendecido. Junto a la revelación del nombre recibe una nueva identidad y finalmente testimonia: «He visto a Dios cara a cara, y he salvado la vida». Al respecto, el entonces Papa Benedicto XVI afirmaba que el autor sagrado ha utilizado el símbolo de la lucha como perseverancia, tenacidad para alcanzar lo que se desea. Y si el objeto de deseo es la relación con Dios, entonces la lucha no puede menos de culminar en la entrega de sí mismo3.
Esta concordancia que ha propugnado Guillermo será estudiada a partir de la obra Expositio in Cantica Canticorum, que vincula el encuentro con Dios y atañe a todo el ser humano, transformando su ser y sus capacidades. Desde allí se desplegará su pensamiento a otros textos: De la naturaleza y dignidad del amor, Diálogo con Dios y De la contemplación de Dios, ampliando el marco investigativo. Esta hebra indagatoria permitirá consolidar cómo la búsqueda se transforma en nostalgia y deseo. Esto es el efecto que atribuye a la unión mística el encuentro entre el hombre y Dios, propuesto en el tejido de esta investigación.
1. ¿Quién es nuestro autor?
Se trata de Guillermo de Saint-Thierry, un pensador de altísimo rango4. Gran lector y asiduo compilador, ubicado en el oficio de los eruditos5. Místico, teólogo y filósofo con el genio y la capacidad de los grandes maestros6. De personalidad y temperamento único, escritor del «ardiente deseo» y de la «nostalgia metafísica», sometida al intelecto y la claridad del pensar7. Es el representante del medioevo, que se inserta en una tradición monástica donde el pensamiento teológico se centra en el dominio afectivo8. Hombre contemplativo, tocado por un deseo de amor que lo consume. Esta ansia será la base, el leit motiv de su movimiento interior, contrapunto de todos sus escritos9.
Nuestro autor nace en Lieja (Bélgica en la actualidad) en torno al 1075. Ingresa a los Benedictinos de Saint-Nicase10 donde llegó a ser abad del monasterio de Saint- Thierry11. Durante este período conoce a Bernardo de Claraval y de aquel encuentro brota una gran amistad12. No obstante, fue una época en la cual se vio privado de una cierta tranquilidad. Por ello, a la edad de casi sesenta años, deja su cargo abacial e ingresa al monasterio de Sygny en la diócesis de Reims. Este lugar se constituye como uno de los períodos más fecundos de su vida, pues cuenta con el espacio suficiente para dedicarse a meditar e investigar13. Empero, no fue un tiempo exento de dificultades. Robert Thomas señala: «pronto el ex abad experimentó la dureza de la vida cisterciense en esta nueva fundación. Los días se le volvieron insoportables»14. Pese a ello encontró la fortaleza que lo sostuvo: «Tú, mi Fuerza, sea tu grande gloria la que mantenga mi flaqueza firme a tu servicio»15. Vivirá allí hasta el día de su muerte, el 8 de septiembre del año 114816.
2. De la ausencia del que ama al recuerdo de sus beneficios
El Comentario al Cantar de los Cantares de Guillermo de Saint-Thierry corresponde a la obra ya madura de su experiencia contemplativa, que como teólogo y místico del siglo XII ha trazado en torno a la metáfora esponsal. Allí los personajes se suceden en una serie de movimientos de encuentros y desencuentros.
El texto subraya estadios de antítesis que experimenta la novia, pues conviven los sentimientos de felicidad y dolor en cuanto el Esposo le ha concedido su amor para luego apartarla de su unión. Entonces, en ausencia del que ama, cuenta con el recuerdo de sus beneficios: sus pechos, el ungüento y el perfume. En este sentido el Comcant describe su sentido: «por ti exultaremos y nos alegraremos; recordando tus pechos, cuya leche me alimenta, cuyos ungüentos me ungen, cuyos perfumes me reconfortan»17. El recuerdo de las cosas pasadas permite que ella se adhiera al Esposo y la retiene junto a Él para evitar su lejanía. De esta forma emerge el «recuerdo de los beneficios divinos», tema clásico en teología espiritual y el cual es, otorgado al hombre, por la operación interior de la gracia18.
Para el autor se trata de un elemento esencial del progreso, ya que el alma después de haber tenido y gustado la experiencia del encuentro debe refugiarse en el recuerdo. Es decir, después de haber poseído la bondad de Dios, le cabe recordar por qué se encuentra de ella privada y así favorecerse una vez más. De esta manera en el Comcant la esposa: «Persigue, pues, al fugitivo, por la proclamación y el recuerdo de sus beneficios, es decir, los pechos y los ungüentos, el perfume y el óleo derramado (…) agradable a Dios y eficaz para obtener futuros beneficios, el recordar con gratitud los favores pasados»19. Efectivamente, para Guillermo, el gozo de la presencia la llena de vida y la transforma, experimentando ese provecho y esas delicias en su interior20. Ahora bien, las visitas y alejamientos son inevitables, en esta vida21. No obstante, una vez más, el Esposo emprende la huida, transformándose en fugitivo «la ha dejado y se ha ido. Ella quejándose del ausente, lo persigue impaciente y clama»22.
Este abandono es descrito bajo terribles connotaciones: la esposa se encuentra «agotada y desfalleciente»23. De modo que, para ser capaz de sostener tal desdicha apela al recuerdo «Llévame en pos de ti, corramos tras el olor de tus perfumes». Paradojalmente, transformada en moribunda, el perfume de Aquel que ya no ve, aún la arrastra y la hace correr24. Sin embargo, solo queda su recuerdo, y la unción dada por el Espíritu Santo le permite mantenerse unida al que ahora permanece ausente:
Pues la presencia del Esposo es su recuerdo mantenido con ahínco, el alma iluminada por la luz de su rostro y la unción del Espíritu Santo que enseña todas las cosas; el olor de los perfumes, que se marchó con Él, es todavía una impresión de la suavidad del fugitivo, que permanece en la memoria y un recuerdo festivo de los consuelos experimentados, que queda en los pensamientos25.
Guillermo comprende que, a partir del recuerdo, esta «impresión de la suavidad del fugitivo» hace a la esposa concebir una mayor esperanza, y esta esperanza hace más ardiente el amor por Aquel que ha de venir. Así también, la memoria es un elemento esencial que apertura la inteligencia al conocimiento de los misterios divinos. Es posible observar el sabor agustiniano presente en esta reflexión, desplegada en la tríada: memoria, inteligencia y amor26.
Emerge un elemento original del autor en relación a lo que él llama dinamismo de la memoria. Al respecto, sostiene «la memoria engendró de sí misma a la razón, y memoria y razón de sí misma produjeron la voluntad». ¿Qué ha querido expresar? Sino indicar una interrelación trinitaria entre estos componentes donde «la memoria (…) tiene y retiene el fin hacia el cual hay que tender; la razón muestra que hay que tender; la voluntad es la que tiende, y estos tres elementos no hacen más que un todo»27. Esta es la economía que opera en el hombre para que pueda adherirse a Dios.
En síntesis, la esposa comprende que, frente a la ausencia del que ama, debe volver hacia el recuerdo de las habitaciones, de los pechos y el ungüento del Esposo. De este modo a través del recuerdo le será posible adherirse a su presencia y poseerlo en la esperanza.
3. Del abandono emerge la nostalgia
Según Guillermo, a partir del abandono se inserta una dinámica que se constata como un pregustar de la celestial fruitio, por el cual el deseo no llega a colmarse totalmente28. En esta perspectiva subraya que la fruición es la suprema actividad de la voluntad, comprendida como soberanía del amor. El Comcant señala que en esta tierra comienza la experiencia del Esposo que ha de llegar de un modo imperfecto para las bodas eternas29 y la esposa -en la fruición- experimenta su semejanza con Él. Se trata de una mutua fruitio por la cual las gracias de la presencia, conforman y vivifican a la esposa para una entera «transfusión» en Dios30.
Consecuentemente Guillermo realiza un contraste entre el amor de deseo y el amor de fruición. El primero es un amor tormentoso, en cuanto es resultante de la partida experimentada del Señor. A diferencia del segundo que se halla colmado por la presencia divina. Advirtiendo esta distinción, el tormento es provocado por la ausencia en cuanto defectus, que disiente ante la suavidad de la alegría de la fruitio que es perfecta, y a la vez gratuita experiencia de Aquel que es31. Por consiguiente, cuando el Esposo se revela el corazón de la esposa se enciende como una llama y cuando se oculta, le priva de su alegría. En efecto, los siguientes gestos y palabras confirman esta oscilación:
Así como la egipcia vino en otros tiempos a Salomón, el alma pecadora, convertida, ha venido hacia Cristo. Recibida solemnemente por Él como esposa, dotada con liberalidad e introducida en las habitaciones que contienen los tesoros reales, es amamantada allí por los pechos del Esposo e impregnada del olor de sus perfumes; se le revela el nombre del Esposo y el misterio contenido en ese nombre. Luego, cuando el amor ha encendido como una llama el corazón de la esposa, el Esposo se retira de su presencia y parte, y con Él desaparece todo el encanto y esplendor de las habitaciones. Retirándole el encanto de su presencia y la alegría de ver su rostro, como se dice de los judíos, se marchó y se ocultó de su vista32.
Él desaparece provocando en ella la nostalgia del deseo. Para Kurt Ruh, esta nostalgia es la forma del amor en camino y su meta es «el día eterno que no comienza con la mañana y que no termina con el anochecer y que siempre permanece en el centro del medio día y de la luz, en la sabiduría y en el espíritu»33. Se trata de un movimiento sin fronteras, de una sed insaciable anima sitiens Deum34. Vislumbrada en tanto respuesta humana al amor de Dios, «puesto que él nos amó primero» según 1 Jn 4,1935 y ella es amada en la medida en que es capaz de amar ¿Acaso no recibió del novio el don de la sabiduría? ¿Y no recibió del Espíritu Santo el primer impulso al amor?36 Por esta razón se provoca un interminable cambio del amor desiderii al fruentis.
De este modo brota la nostalgia y el deseo incontrolable de ver a Dios37, tema presente en diversos textos y que Guillermo hace suyo. En Meditaciones señala: «Mi corazón está impaciente por ti. Busco tu rostro, busco tu cara; por tu nombre, no la retires de mí para siempre»38. Reminiscencia de Isaías 52,10 «Deseo verte para que todos los confines de mi tierra vean la salvación del Señor su Dios, de modo que ame a aquel que veo, a quien amar es vivir verdaderamente». Desde su propia languidez el autor comenta «¿Quién ama lo que no ve? ¿Cómo podría ser amable lo que de algún modo no fuera visible?»40. Pues el hombre en cuanto ve levemente, más se enciende el deseo y así desea vivir para Dios, a cara descubierta. Solo allí comienza, algún día, a ver su misma cara y será transformado por Él, por la visión de su faz «Y ¡qué feliz el rostro que, al verte, merece ser transfigurado en ti!»41.
Esta petición de la visión del rostro, para Guillermo, se transforma metodológicamente en un continuum presente en toda su obra, ya que se encuentra referida a su búsqueda personal como teólogo y místico. En el Comcant el tema es incorporado a partir de vocablos, tales como, dinamismo, acercamiento a Dios. Por ello la esposa anhela la presencia
Para la esposa, todos sus sentimientos, su vida, se reparten entre este sufrimiento y esta alegría: dolor por la ausencia del Esposo, alegría de su presencia, y el gozo eterno de la visión es su única esperanza42.
Guillermo se basa en Jn 8,59: «Jesús se ocultó y salió del Templo». Con ello prorrumpe el carácter gratuito del affectus, en la cercanía sensible de Dios y aprende que solo Él mismo puede regalarse. Sin embargo, experimenta el abandono cada vez que el novio se retira, pues deja a la novia en su propia pobreza y ella debe darse cuenta, que cada gustar de Dios en esta tierra, cada gozosa presencia del novio, solo es de corta duración43. Por consiguiente, cuando el Esposo no está, reina allí la noche ininterrumpida, la soledad aterradora, un tedioso vivir y ningún reposo.
La esposa, por ahora, pregusta a partir de las visitas furtivas del Esposo, puesto que en la otra vida podrá poseerlo44. Nuestro autor subraya que la íntima cercanía con Dios tiene como fruto la soledad, así como el éxtasis místico del perfecto le posibilita percibir con claridad la distancia que lo separa del Creador45. Lo único que ella espera es la alegría de verle interminablemente46 y con ello, Guillermo advierte que en la vida cotidiana se alterna la alegría al dolor, la paz a la tribulación, la presencia a la lejanía y el encuentro a la búsqueda. Empero no cesa la invitación constante a una nueva experiencia donde Él la preceda, en dirección hacia lo alto, donde la esposa ha de ser iluminada por una luz superior47. «Tiendo hacia lo alto, hacia ti, sumo Amor, sumo bien»48.
Ahora bien, según la comprensión guillerminiana, para la esposa -cuando el Esposo no está-, desaparecen todos los consuelos:
En efecto, en cuanto Él se va, huyen y desaparecen de pronto todos los consuelos que experimentaba la esposa, su espíritu se vuelve estéril, ya no produce los frutos de antaño, su amor ya no tiene impulso, su pensamiento, sin inteligencia, se ve privado del fruto de la devoción49.
Entonces, la esposa se encuentra cansada, débil y miserable: lassa, deficere, se halla en un total estado de decaimiento50. Sin embargo, este defectus del alma, recibe su propia base teológica del defectus de Cristo. El despojamiento del Hijo de Dios según la comprensión de Filipenses 2,6: «El cual siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo». Empero defectus aparece con una cierta connotación positiva, ya que el ser abandonado y falto de misericordia se encuentra en relación al descensus y, en forma dialéctica indica el ascensus51. Guillermo especifica las consecuencias que aquejan a la esposa:
Cuando Tú te vas, todo se perturba; cuando apartas tu rostro, las santas inclinaciones desaparecen rápidamente, el alma se llena de amargura y de una tristeza inexplicable, la relación con los hermanos se llena de tropiezos; en la soledad, el espíritu se ve perturbado, huye la luz interior, lo envuelven espesas tinieblas, languidece la fe, tiembla la esperanza, se fatiga la caridad, el espíritu está como ebrio, ya no es dueño de sí mismo; el cuerpo es una carga para el espíritu y el espíritu para el cuerpo; la oración vacila; la lectio se vuelve ociosa, la meditación se empobrece; la dureza de corazón engendra una completa esterilidad del alma y toda la tierra lucha contra este miserable e insensato52.
De ese abandono, de esa falta de misericordia, del fracaso, emerge la nostalgia, que es una forma del amor53. El Esposo huye y, sin embargo, sorpresivamente adviene. En efecto, los movimientos de ausencia-presencia, son para probarla y encender -aún más- su deseo. Se trata de cortos instantes de experiencia gozosa, un adelanto gratuito de la eterna bienaventuranza. Movimiento por el cual Dios fortalece y enciende al hombre54. En esto se traduce el progreso indefinido de la vida cristiana, en la cual se evoca la intensa búsqueda del rostro de Dios; traducida en cuanto enigma en la tensión entre el tiempo y la eternidad55.
Ahora bien, con el vocablo deficere, nuestro autor destaca la languidez de la esposa, se refiere a la debilidad desolada, a un modo de impotencia del cual emerge la nostalgia y que a la vez posee una meta, la salvación. En el lenguaje del Cantar corresponde al Amado56, salutare Dei. Guillermo expresa este sentido a partir de un hermoso comentario:
Esta es la debilidad de la esposa que languidece de amor; este es el amor fuerte como la muerte; estos, los celos crueles como el infierno; esta, la ebriedad causada por la abundancia de la casa de Dios y el torrente de sus delicias57.
Por tanto, Guillermo afirma que esta languidez se ordena y quien la padece puede obtener más alegría que tristeza es decir, el gozo y el dolor, el dulce sentimiento de la posesión y el deseo ansioso de la búsqueda se conjugan de tal manera, que logran equilibrarse armoniosamente58. Desde este lugar surge la originalidad de Guillermo, en cuanto concibe que la acción del Espíritu Santo: mueve, suscita, modifica, eleva el amor del creyente llevándolo a una dirección fundamental, a la experiencia Trinitaria59, para hacerse uno con Dios.
En este sentido, el abad de Saint-Thierry señala: «Su corazón, en la medida en que ardía en este santo deseo, era ya, sin duda, el lugar de Dios, pero deseaba detenerse a gozar de Él y gozarlo de manera estable»60. Efectivamente, nuestro autor considera la cita de Jn 14,21 y 23 «el que me ama será amado de mi Padre… y yo le amaré y me manifestaré a él». La misma idea en el versículo 23 «vendremos a él y haremos morada». Esta ilación permite afirmar que el Espíritu Santo -dulzura del amor- en términos guillerminianos61, es el verdadero motor de la vida espiritual y como amor personificado del Padre y del Hijo puede integrar al ser humano-amante en el centro de la Trinidad62. Desde esta comprensión Dios crea al hombre a su imagen, es decir «formó en él una semejanza de trinidad que permitiría a la Trinidad creadora reflejar allí su imagen»63. Guillermo comprende que, así como el Hijo se une al Padre, por la adopción filial como don del Espíritu, el hombre es entonces, posibilitado a la unión divinizante. Este movimiento en Guillermo adquiere un fuerte sentido pneumatológico comprendido como doctrina de la gracia y de la divinización; ya propuesto por san Máximo el Confesor en el axioma teológico ser por gracia aquello que Dios es por naturaleza64.
Resumiendo, el Cantar expresa la interminable oscilación entre la búsqueda y el encuentro. En efecto, nuestro amor aquí abajo nunca llegará a su día final, por ello posee un movimiento entre el ansia del deseo, como feliz nostalgia y provisional fruición hasta llegar al día pleno. Sin embargo, Guillermo no se conforma con esta respuesta y persiste en el ruego «muéstranos tu rostro».
4. El deseo por el que está ausente
¿Qué significa el siguiente anhelo en palabras del autor? «Señor, estoy seguro de veras, de tener, por tu gracia, el deseo de desearte y de amar amarte»65. Nuestro místico parece inclinarse por una diferencia de conceptos al afirmar «cuando yo amo así, no sé qué es lo que amo, porque ¿Qué es amar el amor y desear el deseo?»66.
Según Guillermo el deseo «es un movimiento de amor que en la “roca de la fe” tiende hacia lo alto»67. Esta idea se encuentra en la raíz de la comprensión bíblica de Ex 33, 18-23, donde Moisés pide a Yahvé «Déjame ver tu gloria», sin embargo Dios coloca el límite: «Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahvé; pues concedo mi favor a quien quiero (…) pero mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida». Entonces Yahvé añade: «Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la roca. Al pasar mi gloria, te meteré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no lo verás». ¿Qué ha querido expresar el texto bíblico? Hacer referencia al abismo entre el hombre y Dios que, sin embargo, es formulada con rasgos cristológicos en el Comcant, «Levántate, apresúrate, amiga mía, esposa mía, y ven; Paloma mía, en las grietas de la roca»68.
Efectivamente la esposa avanza más allá de los límites de la naturaleza humana; más allá de las formas de vida ordinaria, llegando a las regiones ocultas del Hijo, que son las grietas de la roca69, según Sal 103,18 llamado «refugio de los erizos». A partir de este pasaje Guillermo nos hace mirar al Hijo, colocar nuestra vista -a modo de paloma- en la piedra que es Cristo, comprendida en cuanto resguardo y protección: «según tu precepto y por un don tuyo, me afirmo en la piedra de la fe en ti, de la fe cristiana, el lugar que verdaderamente está junto a ti»70. Piedra que no se encuentra cerrada, sino tiene grietas por las cuales Dios se revela71. Justamente allí todo hombre ha de aguardar atentamente con toda su capacidad y sufrir con paciencia por ese abrazo, eso beso y mientras tanto su derecha le cubre y protege72. Esta hebra hermenéutica pertenece al núcleo del pensamiento espiritual del abad, que le lleva a decir «muéstranos tu rostro para nuestra salvación» Sal 79,20. Según Guillermo se trata de una petición insólita y osada, a modo del ruego de un mendigo ciego. No obstante, es Dios quien infunde esta nostalgia73, traducida en cuanto búsqueda: «Mi rostro te ha buscado, tu rostro buscaré. No apartes tu rostro de mí, ni, enojado, te alejes de tu siervo» Sal 26, 8-9.
Sin embargo, la esposa muestra su rostro al Esposo que suspira por ella74. Este enunciado para Guillermo se encuentra en la concordancia de la imagen de paloma, que generalmente hace nido en las grietas de la roca y desde allí muestra su cabeza y deja oír su voz75. Empero, adviene lo inusitado: Ella que estaba orando, llorando, suspirando por el retorno de pronto parece oírlo y, «aún antes de verlo, cree tocar con un sentido interior lo que no comprende, la presencia de la divinidad»76 y viéndolo venir hacia ella se recoge en su interior para recibirlo. Entonces el Esposo la llama y ella se levanta para verlo, se apresura para asirlo, sin embargo, Él se marcha y su ausencia provoca un deseo más ardiente para poseerlo de un modo más perfecto:
Desde el momento en que el Esposo la dejó y se alejó de ella, herida de amor, consumida por el deseo del ausente, rechazada de pronto y abandonada por Él después de haber experimentado la dulzura de esta santa novedad y haber sido renovada por el sabor de este bien, siente hastío por esas habitaciones que aparecen vacías y desiertas y por la ciencia que, en ausencia del Esposo, solo produce dolor, como dice la Escritura: «Quien añade ciencia, añade dolor». En compañía de las doncellas, que, en alguna medida, habían sido admitidas con ella al favor de las habitaciones, sale corriendo tras el fugitivo, siguiendo las huellas de sus perfumes y, ardiendo de deseos, entona el santo cántico y exclama: ¡Que me bese con los besos de su boca!77.
Se manifiesta el deseo por el que está ausente: «Así como me diste el deseo de ti, así me diste cuanto en mí te agrada»78 y el autor vislumbra su sentido de la siguiente manera: «La voluntad vehemente, tendida como hacia un objeto ausente, es el deseo; pero cuando es “afectada” por el objeto presente, es el amor; lo que ama se vuelve objeto de conocimiento para la amante»79. De cara a la pregunta planteada Guillermo prefiere realizar una distinción entre el concepto de deseo y el de amor. Cuando el objeto amado está ausente le parece preferible la palabra deseo80.
Por otro lado, el vocablo amor posee matices diferentes. Por cierto, se trata de un gran tema mediante el cual es posible advertir en su propuesta teológica, la posibilidad que el hombre tiene de conocer a Dios en cuanto Dios, a partir de los tres grados del amor: amor, dilección y caridad:
Que se le llame amor, caridad o dilección, no tiene importancia; basta notar que la palabra «amor» parece indicar una tierna inclinación del amante que tiende hacia su objeto y lo abraza; «caridad», cierto afecto espiritual, o el gozo de la posesión; «dilección», el apetito natural que despierta un objeto deleitable. Por otra parte, en el amor del Esposo y la esposa, todo esto es obra de un único y mismo Espíritu81.
Desde este lugar el amor despliega todas las virtudes, las forma y conforma para disponer de la unión del hombre con Dios. Este amor es el ojo por el que se ve a Dios. Fe iluminada, amor iluminado, entendimiento y voluntad iluminados, todas son expresiones que se refieren a una misma realidad: el amor es conocimiento82: Amor ipse intellectus est. Esta idea ha sido desarrollada originalmente por Guillermo a partir de los dos ojos: razón y amor, los cuales se encuentran dirigidos hacia Dios. Ambos en cuanto naturaleza humana y divina -en y por- Cristo realizan la perfecta síntesis en el acto salvífico para el hombre.
Es interesante cómo el abad de Saint-Thierry subraya constantemente en el hombre el lugar de la «experiencia interior». Allí se muestra el Dios caridad, Dios y su amor que es uno solo. Entonces, se provoca la siguiente correlación, esta misma caridad ora e intercede por nosotros desde nuestro interior con gemidos inenarrables y afectos luminosos; por la acción, por el mismo amor hasta el día del goce perfecto83. Guillermo hace suyo el sentimiento de la esposa cuando el Esposo afirma «me voy y vuelvo»:
Mientras dices a la esposa: «Me voy y vuelvo», y no permaneces con ella para siempre, oh Esposo de las almas castas; mientras que por una disposición providencial de tu sabiduría, oh Padre de los huérfanos, dejas a tus hijos exiliados en tierra extranjera y permites a veces que se aflijan, víctimas de sus deseos, por estar alejados de ti, y se consuman por el amor de tu amor, Tú los purificas en el crisol de tu pobreza y los atraes más fuertemente hacia ti, por la misma dificultad que pones en recibirlos84.
En efecto, ella irá comprendiendo que el Esposo la abandona para que lo busque ardientemente; y vuelve de tiempo en tiempo para que no se deje absorber por una excesiva tristeza. No obstante, cuando lo ve venir hacia ella, ha de recogerse en su interior para recibirlo; solo allí comenzará a penetrar por experiencia en los misterios del amor divino85.
Una de las comprensiones relevantes del pensamiento del abad de Saint-Thierry es que Dios, aunque no puede ser visto «cara a cara», ni siquiera en el más alto grado de iluminación, la esposa goza de breves instantes de encuentro que resultan ser «como bocados de consolación»86. Esta reflexión posee un matiz interesante, análogamente Guillermo subraya que Moisés a visto las espaldas de Yahvé y por ello puede elevar la vista hacia la humildad de la presencia humana. Entonces a través de Cristo pasa el camino hacia Dios, Aquel que ha conservado la verdadera imagen divina en cuanto humilitas87.
Según Ef 4,10 «Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenar el universo», aquí se concentra una valiosa idea teológica del autor. Kurt Ruh afirma se trata del camino de la simple doctrina de la salvación, en cuanto cristología. Empero Guillermo no se conforma con el cielo como lugar de Dios, por ello pregunta «Rabbí dónde vives» según Jn 1,38 y el Señor contesta «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» Jn 14,11 y tan solo en «Aquel día -cuando el Espíritu Santo venga a ustedes- comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» Jn 14,20. En esto consiste la relación de la unidad trinitaria de Padre e Hijo y nuestra relación con esta unidad.
En suma, la esposa avanza hacia las regiones ocultas del Hijo y la mirada se dirige hacia Cristo como camino salvífico, por cuanto Él nos hace hijos a nosotros por medio del Espíritu. En esto radica la comprensión del amor del Esposo y la esposa en cuanto es obra de un mismo y único Espíritu.
Conclusión
A través del Comcant se puede advertir la constante petición expresada en Ex 33,20 «Muéstranos tu rostro». En concordancia con este texto Guillermo de Saint-Thierry ha señalado que el hombre nunca podrá ver a Dios y permanecer vivo. No obstante, por un don otorgado por Él mismo, puede recibir al Hijo, al Dios encarnado y contemplar su propia humanidad.
Este es el núcleo al cual ha sido invitada la esposa en el Cantar de los Cantares: amar y conocer en una perfecta similitud. Por ello, las visitas y alejamientos del Esposo son inevitables en esta vida y expresan la interminable oscilación entre la búsqueda y el encuentro. Por esta razón, la esposa paulatinamente comprende que frente a la ausencia del que ama, ha de asirse al feliz recuerdo: de las habitaciones, de los pechos y el ungüento. Estos cortos instantes son un adelanto gratuito de la eterna bienaventuranza.
Efectivamente la argumentación guillerminiana subraya que nuestro amor aquí abajo nunca llegará a su día final. Entonces emerge la nostalgia, que oscila entre el ansia del deseo y la provisional fruitio para llegar al día pleno y verle «cara a cara». En virtud de ello la esposa anhela el misterio del Reino de Dios, solo mirándole de frente podrá otorgar aquel beso a beso.
Esta propuesta teológica del abad de Saint-Thierry es la constatación de una experiencia fundamental, dada a Moisés a través del velo y transformada en exigencia por Jacob. Esta experiencia insta a contemplar a cara descubierta la gloria del Señor, pues como reza el místico de la nostalgia «este hombre tuyo no huía de tu rostro sino que iba hacia Ti».