Introducción
¿No basta Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez y no como los jueces del mundo que, como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa1.
En el s. XVI, cuando se discutía en el seno de la Iglesia si la mujer podía ser sujeto de oración, Teresa de Jesús decidió narrar la irrupción de Dios en su vida creando una Teología narrativa que no era sino el fruto de haber convertido su vida en Teología; «y no cualquier Teología, pues la suya no fue una Teología especulativa, académica y de lógica sino una Teología que nace de una revelación»2.
Encontré estos textos cuando revisaba este trabajo y creí reconocer en él las inquietudes de muchas de las teólogas que escribían sobre este binomio «mujer y Teología», y que, de una u otra forma, ponían de manifiesto la dificultad de ser mujer en la Iglesia, y la dificultad aún mayor de dedicarse a la Teología académica: dificultad para acceder a los estudios superiores; para afrontar con resiliencia los juicios sobre nuestras pretensiones de poder; para mostrar la capacidad intelectual necesaria; para defender una nueva epistemología...
Por otra parte, consideré la necesidad de reflexionar y explorar la existencia de una singular aportación a la Teología en el modo de abordar este oficio las mujeres.
Además, pensé que este era un momento eclesial oportuno para detenerse a pensar sobre este binomio Teología-mujer. El pontificado de Francisco, casi desde su inauguración, tiene a la mujer en el punto de su reflexión pastoral y de sus decisiones de gobierno. No en vano cuatro meses después de ser elegido papa, en el viaje de regreso de la Jornada mundial de la juventud de Brasil, respondiendo a una pregunta a propósito del diaconado femenino y la presencia de la mujer en los dicasterios romanos, afirmó: «Creo que nosotros no hemos hecho todavía una Teología profunda de la mujer en la Iglesia»3.
Así que, en este artículo, no me detendré en las dificultades que tantas veces son las mismas que acusó Teresa de Jesús, sino en el examen y la consideración de los logros y aportes peculiares que la perspectiva de las mujeres teólogas ofrece al método teológico y a los distintos tratados. No resulta fácil la tarea, no sólo porque el quehacer teológico de las mujeres ha alcanzado un volumen y una madurez notable, sino porque reflexionar sobre la peculiar aportación de las mujeres (o de los hombres) corre el riesgo de verse contaminado por las imágenes, tareas etc., que vienen determinados por los roles o estereotipos de género propios de la sociedad en la que desempeño mi tarea. Y desvelar la impronta de los estereotipos de género también constituye un desafío personal en un tiempo en que la categoría de género se ha introducido en el discurso teológico de modo consciente y crítico.
El lector podrá notar que prácticamente he seguido esta cuestión a partir del trabajo de las autoras latinoamericanas y españolas; creo que la riqueza de las búsquedas de esas teólogas y el bagaje de todas ellas me permite articular suficientemente bien las ideas que quiero transmitir; por otra parte, eso me ayuda a ofrecer al lector una bibliografía en lengua castellana que le permita seguir profundizando en los temas que aquí se expongan.
1. Delimitando el campo de trabajo
Desde finales del s. XIX y, sobre todo, en el s. XX, el pensamiento en torno a la mujer fue tomando fuerza y alentando un movimiento universal de reflexión y reivindicación de la dignidad y los derechos de las mujeres. Este movimiento que de hecho se había ido manifestando desde la revolución francesa, con todas sus formas y versiones, ha constituido una fuerza para reclamar la presencia y el protagonismo de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad, también al interior de las Iglesias.
Como hace notar V. Azcuy «el surgimiento de mujeres que hacen Teología (…) va generando, paulatinamente, una toma de conciencia acerca de esta realidad y su novedad en el ámbito teológico y eclesial tanto en varones como en mujeres»4.
Los estudios que hacen balance de la incorporación de las mujeres al oficio de la Teología al menos en los últimos cincuenta años muestran cómo en el mundo de lengua hispana es posible hablar ya de una segunda generación de teólogas que no sólo presenta un perfil formativo mucho más sólido sino que, además, revela una mayor especialización y una pluralidad de posiciones enormemente interesante5.
Como mujer dedicada a la Teología de forma profesional y miembro de esa «segunda» generación, necesito reflexionar sobre lo que aporta y enriquece a la Teología el hecho de ser mujer; cuál parece ser la contribución de las mujeres al quehacer teológico entrado ya el s. XXI.
La necesidad de reflexionar tiene que ver con algo que una de las mujeres decanas en el oficio de la Teología en España, la biblista D. Aleixandre, formuló en una entrevista, y es que durante casi veinte siglos se ha hablado de Dios con un único altavoz, mientras que la incorporación progresiva de las mujeres al quehacer teológico ha permitido que esa voz se escuchara en estéreo6.
¿Hay elementos singulares en el quehacer teológico de las mujeres?
Siguiendo la metáfora: ¿De qué forma ha mejorado el sonido de la Teología? ¿Qué matices y ritmos nuevos o desconocidos se escuchan en la sinfonía de la Teología?
En realidad, son preguntas que las mujeres teólogas se vienen haciendo hace tiempo7, porque puedo sospechar que, más allá de la impronta de los roles de género o incluso contando con ellos, hay un sonido propio desvelado en la sinfonía de la Teología gracias a la aportación de las mujeres porque su tarea teológica es «un logos pronunciado desde la vida y la praxis histórico-eclesial de las mujeres»8.
No sólo eso. Es una pregunta que también se hacen algunos hombres dedicados a la Teología: «Cada uno como teólogo debe preguntarse si reconoce ese aporte nuevo de las mujeres teólogas, si los incorpora en su propia reflexión. Porque fácilmente puede suceder que los dejemos de lado como “cosas de mujeres”, respetables en su propio ámbito, pero sin mayor proyección universal»9.
Personalmente, como teóloga, me sitúo en el entorno de lo que algunos han llamado «Teología con rostro de mujer»10 o «Teología en perspectiva de mujer»11, y que identifica la perspectiva de las mujeres teólogas que quieren subrayar el acento que cualifica la óptica de quien hace Teología siendo mujer:
En mi quehacer teológico siempre tomo más conciencia de que mi experiencia de mujer, o mejor, la manera como Dios crea y recrea incesantemente la mujer que yo soy, imprime una marca diferente en mi reflexión y en mi discurso. Asumir esa marca, tiene su mezcla de pasión y gloria, pero es un dato del cual no se puede escapar porque es de nivel ontológico12.
Quiero pensar desde la perspectiva de quien trata de estar comprometida con las mujeres que buscan verse representadas en la Teología no como objetos de la misma, sino como sujetos y como tales capaces de hacer una Teología que parta de la experiencia de las mujeres y de su cosmovisión, diferente de la de los hombres por distintas razones, diferente pero equivalente.
No me identifico como teóloga feminista, al menos en los términos en los que ha sido definida con cierta autoridad13, y en sus procedimientos metodológicos y hermenéuticos14, pero sí reconozco el feminismo como «aguijón para la Teología» (V. Azcuy), y creo que las mujeres que hacemos Teología hoy debemos reconocer la importancia que el movimiento teológico feminista ha tenido en la reflexión en torno al binomio «mujer y Teología»15.
No sólo eso; como ya dije, en este trabajo beberé de las reflexiones de muchas teólogas alineadas en el feminismo en cualquiera de sus expresiones, porque me parece que aportan un pensamiento en muchos casos maduro y muy bien articulado; denotan una sensibilidad para con la injusticia de cualquier tipo que nos ayuda a discernir; e intuyen unas líneas de futuro que teólogos y teólogas no debemos ignorar.
2. Pensando los rasgos propios de la epistemología de una Teología de autoría femenina
2.1. El auditus temporis o el lugar de la Teología16
Si toda elaboración teológica trata de conseguir la integración del mensaje revelado o auditus fidei y su actualización en el presente, el auditus temporis, de manera que «insiste en la unidad de la verdad y por tanto en la unidad fundamental de la Teología en sí misma»17, entonces, cualquier Teología hecha por mujeres debe aceptar el mismo desafío.
A la luz del carácter contextual de cualquier Teología que tiene a las mujeres como sujeto, intentamos ahora es esbozar si existen algunos presupuestos epistemológicos comunes a cualquier Teología elaborada en perspectiva de mujer, independientemente de que, después, responda a cualquiera de sus miradas plurales.
El primer elemento sobre el que nos interrogamos es el «lugar teológico» desde el que se hace la Teología en perspectiva de mujer; en este caso, la realidad de las mujeres, o como dice M. T. Porcile, «ser mujer y tener experiencia de serlo»18.
Partimos de las reflexiones de J. Sobrino a propósito de la importancia del lugar desde el que se elabora una determinada Teología, porque es allí donde se comprenden las fuentes de la fe (auditus temporis). Para este autor, el lugar geográfico-cultural no es sólo un ubi categorial sino un quid sustancial, y «el lugar como quid sustancial significa una determinada realidad histórica, como puede ser el mundo del poder o de la humillación, el mundo de la pobreza o de la riqueza. De esta manera, estar en un lugar significa entonces estar en una “realidad”, y preguntarse por ese lugar-realidad de la Teología es preguntarse por el lugar- realidad de la fe»19.
Entonces, podemos entender que, en un sentido amplio, la experiencia de las mujeres puede ser un «lugar teológico»: Dios ha querido hacerse presente ahí de un modo especial y particular; y es un lugar apto para una experiencia de fe y de seguimiento de Jesús20. No sólo eso: ahí, por la fe, se descubren nuevas profundidades, nuevas claves para interpretar la presencia de Dios en el hoy de la Iglesia.
Es posible constatar, en los últimos tiempos, que no hay escritos de mujeres en los cuales no se aluda a la vida de estas como un lugar privilegiado para el quehacer teológico feminista. Mujeres de todo el mundo lo afirman, con diferentes matices, por supuesto. Si la experiencia de las mujeres es un lugar privilegiado en el proceso hermenéutico de la Teología y de la lectura de la Biblia, afirmar que hay revelación divina en la vida de las mujeres es un paso lógico y consecuente21.
Así, es recurrente en las obras de las mujeres que hacen Teología que se refieran a la experiencia propia como un punto de partida: «la Teología hecha por mujeres hace pie en la existencia concreta de las mismas, de modo que hablar de las mujeres como “lugar teológico en sentido amplio” se refiere al hecho de hacer Teología a partir de sus experiencias, es decir, desde ellas como “lugar hermenéutico”»22.
Parece, pues, que podemos referirnos a las mujeres como un sujeto teológico emergente que ofrece una inteligencia de la fe desde la perspectiva de las mujeres, y que, además, impulsa una hermenéutica teológica con tintes de novedad.
2.2. Los rasgos propios del lugar del auditus fidei de la Teología en perspectiva de mujer
Quizás antes de profundizar en los rasgos propios, podríamos detenernos un momento en algo que apuntamos más arriba a propósito de los lugares por los que se cuela la Teología hecha por mujeres23, y que tiene, a mi modo de ver, mucho interés a la hora de hablar de la Teología de las mujeres.
Influenciadas por la perspectiva masculina a la hora de comprender la Teología, también las mujeres tenemos el riesgo de identificar «Teología» con Teología «académica», y reducir esta al magisterio teológico que desempeñan algunas mujeres que se dedican profesionalmente a la Teología.
Sin embargo, en una investigación sobre Teología feminista en América Latina de L. Fernández, me pareció enormemente reveladora la consideración de la categoría «quehacer teológico» para ampliar el escenario en el que es posible encontrar a las mujeres haciendo Teología:
Hemos optado por hablar de “quehacer teológico” más que de Teología, puesto que en cuanto disciplina y en un sentido tradicional, esta se asocia casi exclusivamente a los ámbitos académicos, desarrollados por profesionales que acreditan su experticia con determinados grados. Sin embargo, los condicionamientos que excluyen a las mujeres de dichos espacios son de tal magnitud en la Teología, que nos parece importante validar las nuevas geografías que las mujeres han buscado para sí y sus discursos de lo sagrado y por lo tanto entenderemos en esta categoría el proceso de empoderamiento que han hecho mujeres, de diversos contextos, al significar o resignificar sus propias experiencias y prácticas de fe, ya sea que las hayan sistematizado discursivamente o no, en los centros tradicionales de estudio o fuera de ellos, incluyendo como lugares teológicos los espacios pastorales, es decir, aquellos lugares al interior de la iglesia católica, como grupos diocesanos, parroquiales, de comunidades religiosas, y donde las mujeres teniendo posturas más o menos criticas, siguen adhiriendo a la confesionalidad desde la pertenencia estructural a la iglesia católico romana y grupos independientes, donde mujeres en solitario o en colectivos, reconociéndose originalmente de tradición católica, hoy hacen sus búsquedas de manera autónoma y sin ninguna regulación eclesial24.
Porque, si es verdad que la liturgia y la catequesis son espacios privilegiados para la interpretación de la Escritura, y para la formación teológica de los fieles, entonces la propia geografía de la misión de la Iglesia en la que han actuado tradicionalmente las mujeres nos permite ampliar el espacio en el que podemos estudiar la relación entre «mujer y Teología», que desborda el ámbito de la Teología académica especializada.
Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica25.
Así la Teología en perspectiva de mujer se cuela por todas las capas de la Iglesia26. Hacen Teología en los medios populares muchas mujeres «que son dotadas de manera especial de una intuición profunda sobre la vida humana, capaces de aconsejar, de intuir las dificultades, de expresarlas, de confortar, de proponer salidas, de confirmar la fe de muchos»27; las catequistas «que se abren de manera clara y eficaz a los problemas de su pueblo y están siendo capaces no sólo de militar en los movimientos populares, sino de transmitir a niños y jóvenes un cristianismo marcado por la lucha de la justicia, por la valorización de la vida, por la importancia de compartir los bienes”28; las religiosas insertas en los medios populares “que hacen que los pobres perciban ciertos elementos de cambio en sus formulaciones y vivencias religiosas”29; y las mujeres que desempeñan el magisterio teológico en centros superiores de formación teológica, a donde han llevado los elementos de la vida cotidiana para comenzar a hablar sobre Dios.
Por otra parte, esta diferencia que estoy marcando entre «Teología académica» y «quehacer teológico» nos permite anotar algunos rasgos singulares que se desvelan en esos escenarios y contextos propios de la Teología y el quehacer teológico de las mujeres.
El primer rasgo es, precisamente, su versatilidad, porque encontramos mujeres haciendo Teología en grandes instituciones académicas, y con responsabilidades al frente de comunidades pequeñas o dispersas; agentes de pastoral; a cargo de capellanías en hospitales y cárceles30.
Otro de los rasgos propios del lugar desde el que hacen Teología muchas mujeres es su invisibilidad o su carácter marginal.
Parafraseando a J. Sobrino, que identificaba el lugar de la vida religiosa como «el desierto, la periferia y la frontera»31, en muchas ocasiones y por distintas razones, descubrimos que el lugar desde el que hacen Teología las mujeres suele ser un lugar donde, tradicionalmente, los varones no solían hacer Teología; lugares lejos de los centros del poder o la autoridad teológica, donde hay que sacudir muchas inercias del discurso teológico tradicional (roles de género; lenguaje teológico androcéntrico; pasividad de los destinatarios).
Distingue a veces también al lugar desde donde hacen Teología las mujeres su condición de silenciado o marginado: las problemáticas campesinas e indígenas, la pobreza extrema, la mortalidad infantil, el abandono de los niños y jóvenes que tienen la calle como único hogar, plantean otro punto de partida a la reflexión teológica de las mujeres32.
Tampoco debe extrañar que digamos que las realidades sufrientes son también escenarios propios de la Teología que hacen las mujeres; todavía hoy, la pobreza tiene rostro de mujer, y «si la pobreza tiene rostro de mujer, la Teología no puede no tenerlo»33.
Por otra parte, es habitual que los lugares desde los que las mujeres hacen Teología tengan carácter ecuménico e incluso interreligioso, puesto que, como reconoció el grupo de trabajo convocado por el Consejo Mundial de las Iglesias con ocasión del Decenio de la Mujer en 1985, «los orígenes patriarcales de nuestra sociedad quedan reflejados en las enseñanzas impartidas por las religiones»34.
2.3. La epistemología propia de la Teología en la óptica de las mujeres
En este momento, trataremos de apuntar una reflexión de algunos de los que yo considero aportes singulares de la metodología de una Teología hecha por mujeres; decimos «apuntar» porque son las teólogas del entorno feminista, fundamentalmente, las que han estudiado y madurado la reflexión en torno a esta cuestión, y se haría necesario un espectro más amplio de mujeres reflexionando sobre la cuestión.
Si toda ciencia, para poder conseguir sus objetivos epistemológicos y científicos, debe articular un método propio, la Teología, por cuanto «ciencia de la fe», necesita también articular un procedimiento de estudio y exposición de sus trabajos y, así, «por su actividad a extender la verdad enseñada por la autoridad de Magisterio, a exponerla, a justificarla y a defenderla»35.
Como hizo notar la Comisión Teológica Internacional, en el mundo teológico contemporáneo se ha ido imponiendo poco a poco la necesidad de hablar de una pluralidad de Teologías36.
La pregunta que nos hacemos en este momento es si existen diferencias o singularidaes en las metodologías teológicas entre los trabajos de mujeres y varones.
El primer elemento que parece marcar una diferencia, y en cierta manera un desafío al método teológico en su rigor y sistematicidad es el papel que el concepto y la razón protagonizan en la Teología que hacen las mujeres.
Algunas mujeres tratan de llamar la atención sobre el hecho de que el conocimiento teológico no es algo que se comunique primaria y únicamente a través de la razón y el concepto. Así, F. Elizondo, afirma que el modo de hacer Teología de las mujeres ensancha la racionalidad para que incluya la experiencia37 y esa experiencia no levanta la racionalidad como bandera única del quehacer teológico. Y C. Costa considera que:
En comparación con la mentalidad masculina, las mujeres, tal vez comprenden mejor la utilidad de conjugar entornos especulativos lejanos y distantes que están mucho más ligados de lo que parecen. El mundo intelectual femenino podría reforzar el intercambio entre la pluralidad del conocimiento, para dar más espacio a la muldisciplinariedad, a la transdisciplinariedad, a la «fermentación de todo conocimiento» (Francisco)38.
Sin embargo, también se oyen voces que creen que estas afirmaciones necesitan ser tomadas, todavía hoy, con cierta prudencia. En opinión de Yvonne Dohna Schlobitten:
No está tan claro que nuestro “sentir intelectual” de las mujeres, sea un método, una forma científica de proceder que puede ser verificada, definida y así entrar en la enseñanza de las diferentes universidades. Es difícil definir un “criterio femenino” o “sentidos espirituales femeninos”. Si nos reunimos regularmente, conociendo la forma de pensar de los demás, es posible llegar a una mejor definición de nuestro camino39.
Así, esta contribución que ha llegado principalmente de las mujeres tiene que ser tomada con atención porque puede tener sus riesgos. Puede ser interesante recordar el diálogo entre H. Hassmann y E. Támez en 1986:
ELSA: Varias mujeres en América Latina nos hemos venido dando cuenta de que el camino lógico, racional, es no sólo el único camino, para hacer Teología; hay otras formas.
HUGO: Lo que dices es muy importante, y creo que por allí hay una contribución que quizás sólo la mujer puede dar, pero, ojo a la trampa, si los varones teólogos llegaran a admitir diciendo: “bueno hay distintas maneras de hacer Teología, hay lenguajes más racionales, lenguajes más poéticos, dejemos a la mujer sus lenguajes más poéticos, y nosotros sigamos con los racionales”, no hay que caer en esa trampa. Todos, hombres y mujeres, debemos saber que hay diversos lenguajes, diversas formas de conocimiento y de comunicación
Creo que la mujer da una contribución muy fuerte ahí, pero si ella dijera ¡esta es nuestra contribución! caeríamos en una trampa, porque yo creo en la inteligencia racional de la mujer en la misma forma como el hombre la puede tener. Creo que es un problema general que atañe a teólogos y a teólogas.
ELSA: Tiene que ver con nuestra cultura occidentalizada. . .
HUGO: . . . donde creemos que la única manera de conocer es la manera lógico-racional, donde yo pienso incluso que las formas más perfectas del conocimiento no son esas40.
Por otra parte, las mujeres cuando hacemos Teología tendemos a incluir la experiencia vital, configurando el discurso teológico con una coloración práctico-narrativo bastante original. En ese sentido, creo que se puede decir que ha sido gracias a las mujeres que se ha ido introduciendo en el quehacer teológico de la Iglesia una llamada a que cabeza, corazón y entrañas se unan en el discurso teológico.
Existen dos maneras fundamentales de expresarse: separándose de las palabras, jugando con ellas como si fueran piezas de una construcción o dejándolas subir del fondo de las propias entrañas, como una prolongación de uno mismo.
La expresión femenina está mucho más cerca de este segundo modo y la gracia y la novedad de nuestra aportación al mundo teológico va a estar en relación con un nuevo lenguaje que sea comprensible también para los no iniciados porque ha sido elaborado en contacto con la vida y llega grávido de experiencia sentida41.
Por otra parte, algunos autores destacan también que las mujeres damos importancia a la intuición y la imaginación42, de modo que, en algunos casos, las propuestas teológicas pueden ser más creativas o más originales43.
Así, el método de la Teología hecha por mujeres es, en general, contextual y concreto; parte de la vida cotidiana, de la experiencia vital, tratando de teologizar las realidades vividas por las mujeres porque, como hace notar I. Gebara:
Ella [la mujer] comienza a expresar su experiencia de Dios, de otro modo, modo que no exige que sólo la razón aparezca como única mediación universal del discurso teológico, sino que incluye lo que es vital, a través de mediaciones que ayuden a expresar lo vivido sin agotarlo, un discurso que hace percibir que hay siempre algo más, que las palabras no consiguen decir44.
Este método de hacer Teología configura, también, de entrada, el lenguaje que se emplea y, además, el enfoque y las fuentes, que suelen venir muy marcadas por la perspectiva y el talante nterdisciplinar45 que, por otra parte, es algo que sintoniza muy bien con las líneas maestras de la «Teología de la acogida» a la que se refirió el papa Francisco en su visita a la Facultad de Teología de Nápoles:
Una Teología de la acogida que, como método interpretativo de la realidad, adopta el discernimiento y el diálogo sincero, necesita la presencia de teólogos que sepan trabajar juntos y de forma interdisciplinar, superando el individualismo en el trabajo intelectual. Necesitamos teólogos --hombres y mujeres, presbíteros, laicos y religiosos-- que, enraizados en la historia y en la Iglesia, y, al mismo tiempo, abiertos a las inagotables novedades del Espíritu, sepan huir de las lógicas autorreferenciales, competitivas y, de hecho, cegadoras que a menudo existen también en nuestras instituciones académicas y escondidas, muchas veces, en las escuelas teológicas46.
Así, parece que existe acuerdo en afirmar que las mujeres que hacemos Teología tendemos a utilizar un lenguaje menos abstracto; más inclusivo y universal, y de perspectiva macroecuménica47, y tendemos a detectar fácilmente y visibilizar los lenguajes sexistas, y los que tienen un tinte violento (racista, colonial, opresor), así como los lenguajes exclusivamente eurocéntricos48.
No sólo eso; parece que la dimensión testimonial forma parte de la forma de hacer Teología las mujeres, y, si atendemos a las afirmaciones de T. Porcile, existe una conexión entre el martirio, como máxima mostración de la fe, y el modo de hacer Teología las mujeres: «El verdadero ser de la fe, de la misión y de la Teología como anuncio de la Buena Nueva, tiene que ver con el martirio. Lo que el mártir hace extraordinariamente, por la fuerza del Espíritu, la mujer lo tiene inscrito en su cuerpo como parte constitutiva de su ser mismo: todo nacimiento lleva sangre»49.
Así, en conjunto, la Teología hecha por mujeres no se contenta con una inteligencia abstracta de los enunciados escriturísticos o dogmáticos; es menos apologética; utiliza un nuevo lenguaje teológico, hace de la experiencia cotidiana una fuente de reflexión, y conduce a la aplicación pastoral de sus enunciados.
3. El acento propio de las mujeres en la reflexión de los contenidos teológicos
3.1. La Biblia
La Biblia es, posiblemente, la ocupación a la que se dedican más mujeres teólogas. De hecho, las mujeres relacionadas con los estudios bíblicos han sido capaces de publicar, por ejemplo, una colección de 22 volúmenes, «La Biblia y las mujeres»50, sobre la historia de la recepción de la Biblia y su influencia en Occidente. En el proyecto colaboran más de 400 autoras, y los textos, traducidos a cuatro lenguas, se publican simultáneamente en Alemania, España, Bélgica, Estados Unidos e Italia.
Dado que la revelación de Dios se produce en la historia, y se transmite en textos escritos en el pasado pero que contienen palabra de Dios para nosotros hoy, no extraña que las mujeres biblistas traten, como dice E. Támez, «de descubrir sentidos nuevos al texto, que digan su palabra a la realidad inmediata que la reclama»51.
Así, no es infrecuente que la exégesis de mujeres desvele e identifique la experiencia de lo sagrado que las personas tienen en su vida cotidiana; de esta forma, el análisis histórico crítico, más preocupado del pasado del texto (su origen, autoría, contexto), y de su carácter literario (género literario, uso del lenguaje, estructuras formales)52, se ve enriquecido por la incorporación de preguntas directamente relacionadas con cuestiones de carácter social.
Estas preguntas indagan sobre procesos sociales; participación de los sujetos en la vida de la comunidad; estigmas, preconceptos y discriminaciones, así como realidades escondidas e invisibilizadas53.
De esta manera, la exégesis en perspectiva de mujeres puede, entre otras cosas, liberar los textos de una lectura que, tradicionalmente, ha sido androcéntrica; pero no sólo eso, trata, además, de hacer visibles los lenguajes no inclusivos; las figuras femeninas que pueblan los relatos bíblicos, y la descripción de su protagonismo en influencia en la comunidad; las imágenes femeninas de Dios; y también la de muchos otros protagonistas que quedan como escondidos detrás de las historias bíblicas54.
De hecho, de la riqueza de todas estas aportaciones de la perspectiva del trabajo exegético de las mujeres da buena cuenta la inclusión del acercamiento feminista en el conjunto de las herramientas de interpretación del texto sagrado presentadas en el documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia, que reconoce que la participación activa de las mujeres en la investigación exegética ha permitido visibilizar la presencia y el papel de las mujeres en el mundo de la Biblia, y, así, ha brindado la posibilidad de plantear a los textos nuevas preguntas, a corregir ciertas interpretaciones y a fundamentar desde nuevas claves la Teología de la mujer.
3.2. Dios
V. Azcuy hace notar cómo «las cuestiones relativas al lenguaje teológico se entrelazan con los problemas hermenéuticos a la hora de revisar el modelo patriarcal en el hablar sobre Dios»55. Es decir, que encontramos en las mujeres que hacen Teología unos acentos propios no sólo en el cómo hablar de Dios, sino también a la hora de «decir algo de Dios», empezando por las imágenes de Dios.
Por ejemplo, las mujeres parece que tendemos a mostrar que la imagen de Dios trasciende el género, la dualidad masculino-femenino, desarrollando todo un lenguaje fuertemente simbólico, y recuperando y visibilizando imágenes de Dios que quizás se habían pasado por alto. Así se manifestaba alguno de los varones entrevistados en un artículo de la revista Mensaje de Chile: «Hay teólogas que saben argumentar desde dimensiones u orillas por donde no se asoma la mirada masculina. La dimensión materna de la Divinidad, por ejemplo, queda ampliada y resignificada»56.
Por esta razón, es habitual llevar las imágenes femeninas de Dios más allá de la lectura androcéntrica tradicional. Por ejemplo, las metáforas relativas a la maternidad cuando se aplican a Dios no se interpretan sólo en la perspectiva del cuidado, sino también de la consideración de un mundo en profundo riesgo, en los que lo herido, lo roto y lo vulnerable pueden sanar con la solidaridad y la reconciliación57.
En este marco hay que colocar también los esfuerzos por utilizar títulos o figuras que engloben la totalidad del ser humano: entrañas maternas, dolores de parto, Sabiduría, Gloria, el Cristo de la vida y la gracia, todas ellos basadas en textos bíblicos58.
Tampoco es infrecuente que las mujeres que hacemos Teología manifestemos el sesgo patriarcal de la simbólica religiosa, y sus consecuencias en la comprensión de la organización de la comunidad, y de los roles que en ella desempeñan hombres y mujeres59.
Por último, las mujeres estamos tocadas en lo más profundo de nuestro ser por el Misterio del Dios de la vida, «sentimos el amor la intimidad y la interconexión y queremos expresar esta experiencia de modo diferente, con otros colores, otras manifestaciones y otra música»60, de modo que no es raro que hablemos teológicamente de Dios acentuando la dimensión mística de un Dios salvador y compasivo61:
Un Dios oculto, escondido, que se muestra en Jesús bajo una forma humilde, pobre y escarnecido, humillado y fracasado en la cruz, pero que nos aclara algo el misterio del ser humano, y que algo le aclara también a la mujer, pues ese Dios que se revela en Jesús es una prueba de la riqueza en la pobreza, de la impotencia humana, del amor en el abandono, de la plenitud en el vacío, de la vida en la muerte62.
3.3. El ser humano
El «despertar» de las mujeres a la reflexión sobre su situación en la sociedad y la Iglesia ha llevado a muchas de ellas a postular una nueva formulación de la antropología y, por lo que tiene que ver con el papel de la mujer en la historia de la salvación, con una nueva antropología teológica.
Quizás podríamos señalar dos claves que han incidido mucho en esta nueva reflexión, una es el cuerpo y otra, no poco relacionada con la anterior, las relaciones de poder.
Con mucha frecuencia, las mujeres que hacen Teología afirman que la reflexión sobre la experiencia del propio cuerpo es, en el caso de las mujeres, el punto de partida de toda la reflexión en torno a una nueva antropología teológica. Es la consideración del cuerpo como el propio yo lo vive, lo sufre y lo gobierna. Es la toma de conciencia de las formas del cuerpo en cuanto constitutivas del ser63, así como las funciones de repercusión social que corresponden a esas formas y que están vinculadas con la libertad de elección a la hora de actualizar, vivir o encarnar esa forma en la historia personal.
En este contexto, algunas mujeres plantean el paso de una antropología androcéntrica, que tiene al varón como norma y medida, a una antropología humanocéntrica, que pretende captar la revelación de lo divino en lo humano integral64 y, así, hace justicia a la revelación absoluta de Dios e invita a profundizar y pensar de un modo nuevo el misterio de la Encarnación.
Un modelo antropológico que muestra la plenitud de la mujer y del hombre en si mismos y, al mismo tiempo, el hecho de que son distintos entre sí. Es un modelo que elimina la concepción de que a cada uno le “falta algo” para ser enteramente persona y justamente porque no es así, pueden ir al encuentro el uno del otro: el hombre o la mujer pueden apoyarse recíprocamente partiendo de la propia plenitud y, en ese sentido, pueden ser un don el uno para el otro65.
Otras mujeres, sin embargo, en la estela de la fenomenología, plantean una antropología dual (masculino/femenino)66 y consideran que los trazos característicos del ser femenino y del ser masculino no tienen en si un valor negativo o positivo, pudiendo desarrollarse en los dos sentidos. No sólo eso; esos trazos esenciales están presentes de distinta manera tanto en el hombre y como en la mujer.
En todo caso, parece que la lucha de las mujeres por su autodeterminación puede servir de paradigma para favorecer a los colectivos con rasgos marcadamente diferentes que llaman a nuestras puertas67, y pueden incidir y postular una consideración de las relaciones entre las personas en clave de mutualidad y reciprocidad, que, sin negar el valor de la complementariedad, se muestra muy atenta a las relaciones asimétricas.
Desde esas mismas claves, es fácil comprender que se muchas veces sean mujeres las que reivindiquen, entre otras cosas, recuperar imágenes de la Iglesia más inclusivas: pueblo de Dios, misterio, sacramento; repensar la ministerialidad; y reformular la mariología a partir no sólo de María como madre, sino como discípula.
3.4. Jesús y la Cristología
La mexicana María Pilar Aquino ha escrito que en Cristo, en su persona y su praxis, las mujeres encontramos el modelo a partir del cual postular la liberación de cualquier discriminación68; quizás por esa razón, la Teología de mujeres, cuando trata la cristología, suele comenzar proponiendo reformular un desarrollo dogmático que conecta el Logos y la masculinidad del Jesús histórico69.
Esta perspectiva convierte a la cristología hecha por mujeres en un tratado fundamental y, a la vez, conflictivo.
Para reinterpretar esa cristología que tiende a identificar lo masculino con lo divino, las mujeres teólogas rastrean las llamadas «cristologías alternativas» de las comunidades del tiempo que precede al Concilio de Calcedonia; no sólo eso, tratan de llegar hasta los orígenes del movimiento de Jesús, acentuando la Encarnación y mostrando la lógica de la kenosis como expresión de la preferencia de Dios por lo pequeño, lo débil, lo vulnerable70.
Así, por ejemplo, E. Schüssler Fiorenza ha insistido mucho en la comprensión del ministerio de Jesús como un discipulado de iguales que, además, posibilita la comprensión del Reino de Dios acentuando su desafío, al proponer una comunidad de iguales que se fundamenta en una comprensión de las relaciones basadas en el amor, la justicia, la reciprocidad71.
En esa perspectiva, otras autoras destacan la perspectiva «provocativa» de la predicación de Jesús y de su estilo de vida opuesto al modelo de prepotencia de coloración patriarcal que se ejerce sobre las mujeres, pero también sobre los hombres marginados por distintos motivos; no sólo eso, subrayan cómo ese estilo conllevó para él la condena y la muerte en cruz y, por esta razón:
Ellas han sido especialmente sensibles a los distintos «vicios» o «deformaciones» teológicas católicas que han emergido respecto de las interpretaciones de la cruz. Son las mujeres, principalmente, las que han alertado cómo la cruz se ha usado para justificar situaciones de abuso, maltrato y opresión. En este sentido, han afirmado que algunas lecturas patriarcales de la cruz han romantizado el sufrimiento72.
En definitiva, como hace notar M. T. Porcile, se trata de proponer una nueva cristología que acentúe mejor la dimensión inclusiva del mensaje de Jesús; una cristología que puede estar a la altura de estos tiempos de interculturalidad y multirreligiosidad: «Una cristología del tercer milenio que admitirá como compañeros de camino a todas las búsquedas llegadas desde el diálogo inter-religioso y, sobre todo, del diálogo judeo-cristiano. Será una cristología que tome en serio la Encarnación dentro de una cultura determinada y en un marco histórico concreto»73.
3.5. La Iglesia74
La Teología sobre la Iglesia es, posiblemente, la que más aportaciones y reflexiones merece en la perspectiva de las mujeres, y en ella se dan cita, trabajando codo a codo teólogas de las distintas iglesias cristianas75.
Como hace notar Lucetta Scaraffia, a propósito del lugar que ocupamos las mujeres en la Iglesia, «no sólo nuestra presencia numérica es mayor, sino, lo que me parece más interesante, que las mujeres desarrollamos una responsabilidad fundamental en la transmisión de la fe cristiana (…) las mujeres son las que sacan adelante el cristianismo cotidiano»76.
Una de las aportaciones propias de la eclesiología hecha por mujeres aboga por la recuperación de la consideración de la Iglesia como «casa»; espacio habitable, lugar de acogida y hospitalidad. De hecho, en relación con los ministerios, las mujeres reclamamos para nosotras lo mismo que para los varones laicos.
En este punto es bueno recordar la «mutualidad inclusiva y solidaria»77 tan propia de las mujeres puede ayudar a reflexionar la Iglesia como «comunión» por caminos nuevos, por ejemplo, la «trama comunitaria» que está a la base de la concepción de la Iglesia.
Suscitar de nuevo esta imagen puede, para empezar, recuperar el éxodo de muchas mujeres; mujeres que piensan, y que están practicando el liderazgo de las comunidades78, a las que determinadas formas de ejercer el gobierno de tinte clericalista no les resultan ya aceptables.
Con esta perspectiva de fondo es fácil comprender que las mujeres teólogas reclamen una mayor insistencia en la dimensión de la sinodalidad, entendida esta como práctica de la convergencia y el diálogo, y que lo hagan partiendo de su propia experiencia creando redes y plataformas de trabajo conjunto79. En este punto, las mujeres que hacen eclesiología acentúan mucho la necesidad de experimentar modelos de liderazgo compartido. Así, postulan ejercicios más colegiales de los ministerios, en los que se acentúe más la comunidad a la que se sirve, que a quien la sirve; modelos que ayuden al gobierno a entender las posiciones de los miembros de la comunidad, y a dar voz a quien, naturalmente, no puede pronunciarla80.
De hecho, la Teología de la Iglesia hecha por mujeres plantea siempre la cuestión de los ministerios81 y, en no pocos casos, el acceso de la mujer al orden sacerdotal; una revisión de las consecuencias que tiene la imagen del sacerdote como varón al frente de la comunidad, un funcionamiento más colegiado y democrático; una reinterpretación de la misión de la Iglesia como «misión compartida».
¿Cómo se entiende la analogía del varón representando a Cristo cabeza de la comunidad, sin entender que el lugar de la mujer es sub-ordinado al del varón? Hay que encontrar un lugar, un espacio, una expresión a la igual dignidad de los sexos, tanto en el orden de la analogía, del símbolo, como en el orden de las cosas. Es un gran desafío para la Iglesia: encontrar un lugar para el carisma y servicio propios de la mujer, de manera que esto dé credibilidad a la igual dignidad de todos82.
Así, en la Iglesia, las mujeres, «masivamente presentes pero ausentes de la orientación y dirección de la institución eclesial»83, no estamos pidiendo «participación»; no queremos que se hable sólo de nuestra «inserción» en la Iglesia, porque denota, una vez más, una visión masculina del gobierno focalizada en el reparto de poder84 Las mujeres que estudian la eclesiología reclaman que el reconocimiento de la necesidad de contar con los criterios e intuiciones de las mujeres; de confiar a mujeres la organización y el gobierno cuando sea necesario para el buen funcionamiento de la comunidad, y estén suficientemente preparadas; que participen en las instancia de reflexión y decisión, principalmente en todo lo que tenga que ver con el sacerdocio común de los fieles85.
En este punto, las mujeres proponemos también una revisión de la Teología pastoral basada en el modelo clerical, que parece que sólo encuentra en la imagen de Jesús, buen pastor, el referente para pensar el cuidado y el acompañamiento del pueblo de Dios. Este modelo, de claro sabor bíblico, es, sin embargo, difícilmente reconducible en la perspectiva femenina porque comporta una lectura absolutamente diferente. De ahí que algunas autoras de Teología pastoral propongan, por ejemplo, una Teología pastoral a partir de la imagen del pueblo de Dios en éxodo hacia el Reino86.
En esta trama comunitaria, la liturgia desempeña una clave fundamental, y muchas mujeres, en la Teología académica o en el quehacer teológico de la praxis, hacen notar cómo determinadas precomprensiones del modo de celebrar, sólo contribuyen a reforzar la desigualdad, porque acaban convirtiendo la liturgia en «cosa de hombres», y no en un asunto de la comunidad. Se hace necesario revisar no sólo el lenguaje y los símbolos, sino, especialmente, los ritos y su rigidez, para intentar darles una mayor flexibilidad que atienda a la diversidad de la Iglesia (una liturgia más vernácula, no sólo un uso de la lengua vernácula); que potencie la participación con el cuerpo y sus dimensiones; que evite cualquier lenguaje o gesto excluyente.
Además, es bueno traer también la reflexión de muchas mujeres en torno a los modelos de santidad que la Iglesia propone a los fieles87, particularmente los modelos femeninos, que muchas veces están bien lejos de la realidad de la vida y las experiencias de las mujeres y responden a estereotipos y roles de claro corte patriarcal. Esta reivindicación enriquece el modo de plantear la cuestión en la Iglesia porque aboga por la necesidad de insistir, a la hora de hablar de la santidad, de la importancia de la amistad estrecha con Cristo, y la santificación de la vida ordinaria, que están más en línea con la comprensión de la misión de la Iglesia ad extra que nos encontramos, por ejemplo, en Gaudium et Spes, y que amplían el abanico de modelos de vida cristiana que la Iglesia propone.
En este marco, podríamos hablar también, de los acentos que distinguen el estudio de la mariología y que, en buena manera, resultan todavía bastante conflictivos. Muchas teólogas, tomando la clave del «discipulado de iguales»; del seguimiento de Jesús como identificación y compromiso de amistad con su persona; y de las nuevas antropologías femeninas, tratan de formular una mariología menos centrada en los méritos de María, sobre todo cuando acentúan su pasividad, su maternidad espiritual y su virginidad corporal, para focalizarse y profundizar para repensar el modelo cristiano femenino, también por lo que tiene que ver con la participación de las mujeres en los ministerios eclesiales; para profundizar en el misterio de María en una perspectiva más inclusiva y liberadora88 y para «percibir en los dogmas marianos los rasgos de lo femenino revelado por Dios, el hecho teológico de lo femenino en Dios, el rostro de Dios a partir de una perspectiva feminista»89.
Por último, las mujeres que hacen historia de la Iglesia alientan la investigación de los contextos eclesiales más allá de la dimensión institucional, donde encuentran, a veces, datos ocultos y personajes, masculinos y femeninos, desconocidos90.
3.6. Moral personal y bioética91
M. C. L. Bingemer hace notar que existen dos temas que han sido objeto de una lucha especialmente fuerte para las mujeres, temas polémicos y delicados; la eclesiología y toda el área de la ética y la moral que trata de los derechos de reproducción y sexualidad92.
El punto de partida de cualquier aportación de las mujeres a esta reflexión es la particular relación que las mujeres tenemos con nuestro cuerpo. Pero «¿significa eso que la mujer puede y debe ser entendida exclusivamente por su capacidad de acoger vida en su seno? Esta capacidad de acogida tiene que ver con el sexo y con el cuerpo de la mujer, pero ¿es esto suficiente para explicar quién es la mujer y cuál es su lugar?»93.
Independientemente de que seamos madres o no, el cuerpo de las mujeres está preparado para la maternidad: «creo que la identidad de la mujer pasa por ese misterio de gestación que tiene relación a “otra” vivencia, una vivencia “distinta”, “peculiar” del espacio y del tiempo, aun cuando no exista experiencia de la maternidad concreta»94.
Precisamente por esa razón, son las mujeres cuando hacen Teología las que afirman la autonomía sexual y el derecho a opinar sobre la dimensión reproductiva.
Esta consideración del propio cuerpo, además, explica que las mujeres entiendan el esquema corporal de una manera holística y reivindiquen con más frecuencia la consideración de la salud como salud «integral»; además, en cierta manera -porque hay mucho de rol de género-, por esa capacidad de sentir el pálpito de la vida, advierten mejor las dimensiones de la ética del cuidado y cuestionan determinadas prácticas médicas que se deciden desde posiciones de poder y no de protección de la vida.
Por otra parte, buena parte de las mujeres que hacen Teología consideran el género como categoría analítica; saben distinguir con cierta «finura» los roles sociales que les son atribuidos simplemente por inercia o tradición socio-cultural y pueden denunciar los estereotipos femeninos que están detrás de determinadas presentaciones de las virtudes morales que distinguen a las mujeres.
Mi proposición de una orientación distinta de la ética se funda en que los problemas éticos planteados por las mujeres no se reducen a los temas específicamente sexuales. Incluimos también las estructuras económicas, las guerras y el armamento, la saludo y otras preocupaciones que las feministas consideramos como la infraestructura de la opresión inherente a una ideología dualista y jerárquica95.
Conclusiones
Comenzábamos nuestro artículo recordando la dificultad que en la Iglesia del s. XVI experimentaba Teresa por el hecho de ser mujer, y anotando la singularidad de su aportación al quehacer teológico. Nos preguntábamos, además, por la particular aportación que podíamos hacer en el presente las mujeres dedicadas al oficio de la Teología en sus múltiples expresiones.
Al terminar nuestro trabajo, constatamos, en primer lugar, que las dificultades no han paralizado la reflexión teológica de las mujeres en la Iglesia. No sólo eso; como hemos visto, hay mucho trabajo teológico en manos de las mujeres, y es mucho más plural de lo que ciertas simplificaciones que tildan siempre de «feminista» cualquier Teología que tenga a la mujer como sujeto o como objeto, pueden hacernos creer.
El hacer teológico de las mujeres no se define por los temas de las mujeres. (..) Tampoco es, forzosamente, Teología feminista. Es Teología hecha por mujeres, y esta Teología hecha por mujeres se diferencia de la Teología hecha por los hombres, dado que la Teología no es a-sexual, como tampoco es a-histórica, pues la Teología que parte de la realidad y vuelve a ella para transformarla es contextual e implica la perspectiva de género. Es, quizás, una forma diferente y alternativa de hacer Teología pero que no se ocupa únicamente de los intereses e interrogantes de las mujeres ni pretende competir o suplantar la Teología hecha por los hombres96.
Con todo, como afirma Nuria Calduch-Benages, todavía hoy tenemos «la necesidad de promover, sin infravalorar nunca valores como la maternidad o la virginidad, los dones intelectuales, espirituales y pastorales que las mujeres pueden ofrecer a la Iglesia»97.
Pero, en todo caso, me parece importante destacar como aporte que han hecho las mujeres, la ampliación de los escenarios eclesiales en los que desarrollar el oficio de la Teología trazando nuevas geografías del quehacer teológico y haciendo, como ya apuntamos, que la Teología se colara en todas las capas de la Iglesia.
Esta expansión del territorio de la Teología puede ayudar, además, a «aligerar las estructuras» de los escenarios académicos tradicionales:
Es indispensable dotarse de estructuras ligeras y flexibles, que manifiesten la prioridad dada a la acogida y al diálogo, al trabajo inter- y trans- disciplinar y en red. Los estatutos, la organización interna, el método de enseñanza, el plan de estudios, deberían reflejar la fisonomía de la Iglesia «en salida». Todo debe orientarse en los horarios y en los modos que se favorezca lo más posible la participación de aquellos que desean estudiar Teología: además de los seminaristas y los religiosos, también los laicos y las mujeres, tanto laicas como religiosas98.
Por otra parte, me parece que también es posible perfilar unas aportaciones singulares de carácter epistemológico que tienen que ver con el «ensanchamiento de la racionalidad», el reconocimiento del valor de la experiencia en la reflexión teológica, y la contribución de la narración a la formulación del discurso teológico.
Y, por último, resulta posible identificar cuál sea el lugar teológico de las mujeres, «ser mujer y tener experiencia de serlo», un lugar en el que los cuerpos de las mujeres, cuerpos, receptores y dadores de vida constituyen, conciban o no, un espacio totalmente original:
Uno de los puntos clave para mi (…) es la cercanía primaria de la mujer a la vida. Por ser ella generadora primaria de humanidad, en el doble sentido de la humanidad fáctica y de actitud cercana a lo humano, la mujer se mueve más al nivel de la infraestructura, es decir, de lo más real de lo real: la vida, da vida, proteger la vida. No quiere esto decir, por supuesto, que la mujer no deba estar presento en lo superestructural ni que los varones estén ausentes de la realidad primaria de la vida, pero afirma que la mujer está presente connaturalmente en lo más real de lo real. Esto se manipula o se romantiza en exceso, es evidente, pero para nada quita valor a la afirmación fundamental: hay algo connatural a la mujer que nos lleva a todos al fundamento de todo99.
En todo caso, creo que la discusión y la investigación quedan abiertas por cuanto se hace necesario seguir discerniendo si existe algo realmente «singular» y propio de la aportación de las mujeres «por el hecho de serlo»; y si eso confirma o no la existencia de una Teología contextual muy clara en sus trazos fundamentales pero muy plural tanto en sus actoras como en sus posiciones ideológicas.
Sugiero que es posible, como hemos tratado de hacerlo, destacar alguno de los contenidos teológicos que buena parte de las mujeres ponen en valor y los acentos que confieren a muchos de ellos.
Intuyo, además, que se apuntan una serie de desafíos al mundo del quehacer teológico de hombres y mujeres:
Propiciar cada vez con mayor normalidad «parejas de compañerismos de teólogos y teólogas, exégetas hombres y mujeres conviviendo juntos, asociativamente en una especie de búsqueda de escribir, elaborar textos; porque van a salir distintos»100.
Aprovechar la costumbre de muchas teólogas de participar en investigaciones de carácter interdisciplinar para proponer la incorporación a las mismas de varones teólogos a esos equipos de trabajo.
Conseguir una proyección más universal de la Teología que hacemos las mujeres, «para evitar que se produzca un aislamiento institucional del quehacer teológico de las mujeres, que les coarte su influencia en el conjunto de la Teología y las prive del diálogo, siempre desafiante, con la Teología de los otros»101.
Favorecer la incorporación de más mujeres al estudio de la Teología «como una opción profesional de consagradas y laicas (…) Las instituciones académicas y las congregaciones religiosas femeninas, están desafiadas a adquirir políticas de balance, donde se invierta ciertamente en la formación de más mujeres»102.
Por último, creo que han quedado muchos temas en el tintero: la impronta que las mujeres dan a la cuestión de los sacramentos; al diálogo ecuménico e interreligioso; la concepción de la Revelación y la comprensión de la Tradición; la Teología de la Vida Consagrada… El trabajo quiere ser puerta de acceso a nuevos estudios, así como seguir reflexionando sobre esta Teología contextual que, como muchas, sigue luchando por hacerse hueco en la enseñanza de muchas Facultades de Teología103.