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Revista de Estudios Sociales
versão impressa ISSN 0123-885X
rev.estud.soc. n.41 Bogotá oct./dez. 2011
"Nosotros también somos parte del pueblo": gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948
Ricardo López
Este artículo es producto del trabajo desarrollado en el marco tanto de la maestría como del doctorado en Historia. Una versión preliminar de este artículo fue presentada en el Seminario Permanente de Historia Social en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Agradezco los comentarios de los participantes a este seminario, en especial las sugerencias críticas de María Luisa Tarrés, María Barbosa y Clara Lida. Me fue imposible incorporar algunos de sus comentarios críticos, pues sugerían, a mi parecer, una radical transformación del argumento. No dudo, sin embargo, que nuestras conversaciones y su cuidadosa lectura han enriquecido el ensayo. De igual manera, quiero agradecer a los evaluadores anónimos de la Revista de Estudios Sociales y a las editoras de este dossier (en especial a Catalina Muñoz Rojas), por el apoyo en el proceso de publicación. Otro tanto le debo a Abel Ignacio López Forero, por la cuidadosa lectura de este ensayo.
Ph.D. en Historia de América Latina, University of Maryland, College Park, Estados Unidos. Profesor Asistente de la Western Washington University, Estados Unidos. Correo electrónico: Ricardo.Lopez@wwu.edu
RESUMEN
Si bien el gaitanismo ha sido uno de los temas más debatidos en la historiografía colombiana, sorprende la poca cantidad de estudios que se han preocupado por la formación histórica de la clase media durante los años treinta y cuarenta del siglo XX. Más aún, la mayoría de los estudios sobre el populismo en América Latina ofrecen pocas herramientas teóricas o analíticas para comprender las experiencias de aquellos sujetos históricos que se entendieron como parte de una clase media, pues estos análisis asumen una categorización binaria entre "el pueblo y la oligarquía". Al estudiar el caso colombiano, este ensayo intenta mostrar cómo los empleados del sector de servicios se apropiaron de discursos, prácticas e ideas del gaitanismo para identificarse como hombres pertenecientes a una clase media y, como tal, al "pueblo gaitanista". Así, y explorando nuevos documentos históricos de organizaciones políticas de la clase media, este artículo invita a una relectura de la consolidación del populismo gaitanista como práctica política y la formación de una clase media durante los años treinta y cuarenta en Colombia.
PALABRAS CLAVE
Populismo, clase media, clases sociales, identidades de género, Colombia, siglo XX.
"We are also Part of the People": Gaitanismo, White-Collar Workers and the Historical Formation of the Middle-Class in Bogotá, 1936-1948
ABSTRACT
Although gaitanismo has been one of the most intensively discussed topics in Colombian history, there are few studies that historicize the formation of middle class identities during the 1930s and 1940s. Moreover, most studies about populism in Latin America have left us with few analytical tools to understand middle-class experiences, precisely because these analyses assume a sociological opposition between "the people" (el pueblo) and "the oligarquía" as a foundational feature of populist practices. The main goal of this essay is to explore how certain white-collar workers mobilized discourses, ideas, and practices of populism as a powerful mode of persuasion and identification to constantly redefine, on the one hand, their political identities as middle class men and, on the other, their place as part of the pueblo gaitanista. By looking at recently uncovered historical documents, the essay rethinks the making of a gendered middle class and its political role in the consolidation of populist practices during the 1930s and 1940s in Colombia.
KEY WORDS
Populism, Middle Class, Social Classes, Gender Identities, Colombia, 20th Century.
"Nós também somos parte do povo": gaitanismo, empregados e a formação da classe média em Bogotá, 1936-1948
RESUMO
Ainda que o gaitanismo tenha sido um dos temas mais debatidos da historiografia colombiana, surpreende a pouca quantidade de estudos que se preocupam pela formação histórica da classe média durante os anos trinta e quarenta do século XX. Além disso, a maioria dos estudos sobre o populismo na América Latina oferecem poucas ferramentas teóricas ou analíticas para compreender as experiências daqueles sujeitos históricos que se entenderam como parte de uma classe média, porque estas análises assumem uma categorização binária entre "o povo e a oligarquia". Ao estudar o caso colombiano, este ensaio tenta mostrar como os empregados do setor de serviços se apropriam de discursos, práticas e ideias do gaitanismo para identificar-se como homens pertencentes a uma classe média e, como tal, ao "povo gaitanista". Assim, e explorando novos documentos históricos de organizações políticas da classe média, este artigo convida a uma releitura da consolidação do populismo gaitanista como prática política e a formação de uma classe média durante os anos trinta e quarenta na Colômbia.
PALAVRAS CHAVE
Populismo, classe média, classes sociais, identidades de gênero, Colômbia, século XX.
- [...] el amor a la vida, a la esposa, a los hijos, a la patria, a la república, al pueblo, a la justicia [...] engrandece al hombre gaitanista y enaltece el trabajo intelectual.1
En 1946, un grupo de empleados públicos firmaron una carta en la que"humildemente" se le informaba a Jorge Eliécer Gaitán la existencia de una asociación política bajo el nombre de Organización al Servicio de los Intereses de la Clase Media Económica Colombiana.2En una de tantas cartas que le escribieron miembros de esta organización, se reconocía a Gaitán como "el líder del pueblo trabajador". Se le ofrecía, además, el "apoyo incondicional" a la causa de la "restauración moral de la nación". En aquellos años, cuando la división del Partido Liberal en los comicios precipitó la victoria del conservatismo, varios empleados sintieron que era necesario que Gaitán, como líder del "pueblo gaitanista", supiera que tenía el apoyo de la "olvidada [y] sufrida clase media". Empleados de varias entidades municipales de Bogotá le aseguraban a Gaitán que, dadas las circunstancias históricas, ellos -"hombres desconocidos [...] [pero] baluartes de la nación"- tenían una humilde tarea: "lograr en Colombia una sociedad de clase media [...] una sociedad que [respetara] una clase media educada, honesta y [dispuesta a] restaurar la moral en la república".3Aunque ha sido imposible encontrar respuestas formales del puño y letra de Gaitán, estas misivas políticas invitan a formular ciertas preguntas que han sido, con algunas excepciones, ignoradas por la historiografía colombiana y latinoamericana: ¿Qué significó pertenecer a una clase media en un contexto histórico de prácticas populistas? ¿Cómo, y por qué, hombres y mujeres de clase media se imaginaron como clase media y a la vez reivindicaron un lugar político como parte del "pueblo gaitanista"? y ¿qué nociones de género definieron esta pertenencia a la clase media, al "pueblo gaitanista" y al "país nacional"?
En este artículo, quiero ofrecer algunas respuestas a estos interrogantes, para repensar la formación histórica de la clase media y su participación política en la consolidación del populismo gaitanista como práctica política, cultural y material en Bogotá durante la primera mitad del siglo XX. Dado el limitado espacio del que dispongo, el texto ofrece unas consideraciones historiográficas a propósito de la formación histórica de la clase media, para luego, así, discutir algunos estudios sobre el populismo en América Latina. Termino presentando algunos ejemplos históricos sobre los empleados públicos que nos ayudan a repensar la compleja relación entre clase media, identidades de género y populismo.
La "borrosidad" de la clase media
Sabemos que entre los historiadores es práctica predilecta legitimar un tema de investigación apelando a lagunas historiográficas. Sería fácil justificar que las clases medias en América Latina -en comparación con las europeas y norteamericanas- no han sido estudiadas, precisamente, porque asumimos que tal realidad social no se ha dado en aquellos lugares categorizados como del "Tercer Mundo".4 Por lo menos desde los años cincuenta del siglo XX, historiadores y científicos sociales han debatido globalmente cómo entender la formación histórica de la clase media, y, desde luego, su supuesto papel democrático. Sin embargo, tales discusiones han sido desarrolladas dentro de un marco de lo que se consideran incertidumbres teóricas y metodológicas. La mejor manifestación de tales dudas son quizás las comillas que usualmente se agregan al concepto: "clase media". En mi opinión, no se trata de un mero detalle formal. En el análisis histórico se percibe la necesidad de utilizar un delimitador lingüístico, ya sea para mostrar, por un lado, que, como clase, la clase media no existe en sí; y, por el otro, que la clase media difícilmente puede hallarse para sí. La importante producción historiográfica de las últimas décadas ha demostrado que la formación de las identidades de clase es el resultado de procesos históricos contingentes y heterogéneos. En uno de los textos más influyentes sobre la formación de identidades sociales, E. P. Thompson arguyó que la conciencia de clase no era uniforme, y menos aún lineal. Por el contrario, propuso que las clases eran experiencias históricas a través de las cuales los intereses materiales y culturales llegaban a ser realidades sociales: las clases no eran simplemente datos cuantificables insertados en la estructura social sino más bien procesos que ocurrían como resultado de las experiencias de las relaciones sociales.5 "La clase la definen los hombres mientras viven su propia historia, y al fin y al cabo ésta es su única definición", escribió Thompson, concluyendo así que la conciencia e identidad de clase no eran simples categorías teóricas sino más bien una experiencia social: gente de carne y hueso hacen las clases sociales (Thompson 1989, XVI). Más recientemente, e influenciados por teorías posestructuralistas, otros estudios han criticado las propuestas metodológicas de Thompson. Tales análisis demuestran cómo las identidades de clase no son simplemente el resultado de las experiencias sociales sino que se "constituyen como consecuencia del significado que [cierta] posición social adquiere en el seno de una determinada formación discursiva" (Cabrera 2001, 102). Es decir, las experiencias sociales dependen de una mediación discursiva -entendida como un lenguaje de significados-que permite a diferentes grupos lograr así la formación de una identidad, un interés social o una conciencia de clase (Scott 1988).
Lo que resulta muy interesante es que -a pesar de la influencia que han tenido estas aproximaciones teóricas y metodológicas en los estudios históricos sobre la formación de las identidades- la heterogeneidad y abundancia de significados con las cuales se describe la clase media son entendidas (en la mayoría de los casos) como un obstáculo para lo que se asume es la consolidación y unificación de una "verdadera" conciencia o identidad de clase.En este orden de ideas, se nos dice, por ejemplo, que la clase media está compuesta por diversos sectores sociales: los empleados, los profesionales, los pequeños propietarios, entre otros. Esta abundancia de sectores sociales y su explícita heterogeneidad, según ciertos historiadores, hacen del concepto clase media una categoría amorfa, borrosa, imprecisa y, sobre todo, inútil para el análisis histórico y sociológico. Estudios recientes continúan perpetuando una noción de clase media que, por ser una cosa "no directamente [y objetivamente] observable", y en comparación con una supuesta homogeneidad de la clase obrera y empresarial/industrial, no es susceptible de ser historiada como realidad social.6
Al parecer, es fácil saber a qué se refieren las expresiones clase obrera o élites, pues ambas clases se pueden tocar, ver y escuchar7 (Adamovsky 2009). La clase media, por el contrario, es una clase difícil de diferenciar; no es tan evidente clasificar ciertos grupos como la clase media, pues, a pesar de que se ubiquen en el estrato medio de la pirámide social, esto no garantiza que tengan una identidad de clase media. Así, desde los años cincuenta del siglo pasado, sociólogos e historiadores prefieren hablar de sectores medios, capas medias o grupos intermedios, precisamente porque a éstos no se les considera clase (Johnson 1958).8 En consecuencia, a la clase media se le ha condenado a la no existencia histórica o real. Los sectores medios hacen parte de la estructura social; existe un extenso discurso sobre la clase media pero en muy pocos casos se puede hablar de la clase media como clase social real. Tanto así, que teóricos e investigadores influenciados por el posmodernismo han declarado que la clase media es sólo una abstracción, un discurso, una metáfora, una ilusión, una retórica vacía en términos sociales, y, por lo tanto, incapaz de construir cualquier proyecto político propio (Adamovsky 2009; Maza 2003; Wahrman 1995). Incluso, estudios realizados desde teorías poscoloniales donde las categorías y experiencias históricas se consideran construcciones culturales tienden a ver a la clase media como un hecho dado y evidente.9
Entonces, nos encontramos con dos aproximaciones hegemónicas para estudiar la clase media. O bien abandonamos del todo su estudio, pues su carácter amorfo e inexistente no permite un análisis histórico riguroso, o bien nos limitamos a ver la clase media como un hecho evidente, como algo dado que no exige mayor discusión ni problematización. Sabemos que los sectores medios son un grupo compuesto por ciertos actores sociales o que existe un grupo de personas que se ubican en el medio de una jerarquía social, pero que, dada su heterogeneidad, no logran consolidarse como clase social. Es claro que estas visiones hegemónicas invitan a una conclusión lógica: deberíamos dedicarnos al estudio de las clases populares, obreras, subalternas, y a las élites económicas, políticas y sociales; pues asumimos que todas éstas son realidades directamente observables, si se las compara con las clase medias. Así, la clase media como categoría de análisis parece impedir, en vez de estimular, una exploración histórica.
Pero no todos quieren "olvidar" a la clase media. Hay quienes prefieren dedicar sus esfuerzos a definir con precisión -y así superar el carácter amorfo- las características culturales y sociales que le son propias en diferentes momentos históricos. Y sospecho que lectores de este artículo esperarían esa lista de valores para poder, por fin, decir en verdad qué es la clase media en América Latina. Me temo que se pueden desilusionar. Estoy, empero, convencido de que esta tarea sólo nos llevaría a una definición homogénea e inequívoca que podría incluirse en una enciclopedia de sociología o de historia. Un listado minucioso y matemático en su descripción pero ahistórico en su contenido, pues sólo tendríamos una lista de valores desde la cual categorizaríamos una clase media, sin importar el contexto histórico o las condiciones discursivas. ¿Cómo se materializó el concepto de clase media en América Latina? ¿Cuáles fueron las razones históricas, las condiciones discursivas y los cambios estructurales para que ciertos valores políticos/culturales se definieran como clase media? ¿Qué permitió que ciertos actores sociales pudieran actuar como parte de un colectivo llamado clase media? ¿Cuáles fueron sus diferentes proyectos de clase?
Lo que argumento, entonces, es que si se quiere comprender la clase media en términos históricos se la debería considerar como una práctica que es a la vez real y discursiva.10 Para esto debemos tener en cuenta la advertencia de Hannah Arendt sobre lo que ella denomina confusión de la terminología histórica en el proceso de construir los significados y las prácticas de grupos sociales (Arendt 2004). Tal confusión y heterogeneidad no significan la falta de identidad de clase sino más bien la formación de diversas relaciones jerárquicas dentro del mismo grupo social. ¿Cuáles fueron, por ejemplo, los proyectos de clase de los empleados, los profesionales, intelectuales o los pequeños propietarios durante diferentes momentos históricos? ¿Qué circunstancias históricas permitieron que algunos de estos proyectos se hegemonizaran -es decir, se volvieran dominantes- dentro del mismo colectivo clase media y en relación con otros grupos sociales? El estudio de la clase media, y su bien descrita heterogeneidad, debería ser una invitación para repensar la formación de clases y, sobre todo, la consolidación de las relaciones de poder y dominación en la modernidad. Propongo que la clase media es una categoría y una realidad en constante formación, además de ser un proyecto político y cultural (como intentaré mostrar en el resto de este ensayo) y una práctica material que adquiere significado social sólo dentro de contextos históricos y condiciones discursivas específicas.11 La tarea por realizar no es, entonces, y ante todo, exponer una definición sociológica y matemática que simplemente describa la heterogeneidad de los diferentes sectores que componen la clase media, sino descifrar el proceso contingente y las prácticas históricas dentro de las cuales una multiplicidad de actores sociales se han pensado como pertenecientes a un colectivo -jerárquico, heterogéneo, sexuado, múltiple, relacional- llamado clase media.12
La clase media y el populismo: ¿un oxímoron?
Un buen ejemplo para descifrar este proceso de formación histórica de la clase media puede ser examinar las prácticas populistas del gaitanismo en los años cuarenta del siglo XX en Colombia. En los estudios históricos sobre el populismo, las relaciones sociales suelen representarse en términos duales: ricos y pobres, élites y plebeyos, oligarcas y pueblo, industriales y trabajadores, los de arriba y los de abajo, las élites y los subalternos. A pesar de ser uno de los temas más debatidos en la historiografía latinoamericana, sorprende la debilidad de herramientas analíticas y metodológicas que ofrecen estudios sobre el populismo, para entender las experiencias de aquellos sujetos históricos que se consideraron como parte de una clase media. Con todo, investigaciones recientes para el caso del varguismo en Brasil, el peronismo en Argentina o el aprismo en Perú se han preguntado por el papel que tuvieron las clases medias en diferentes experiencias populistas (Adamovsky 2010; Owensby 1999; Parker 1998). En estos amplios e imponentes trabajos investigativos aún se respira la preocupación teórica por mantener una dicotomía sociológica entre pueblo y oligarquía, precisamente porque se arguye que tal división definió las experiencias políticas y sociales del populismo. Así, en el caso brasileño, el discurso varguista excluyó categóricamente a la clase media de las luchas que él propiciaba. Y esto ocurrió porque, como lo dice Brian Owensby, la clase media sólo buscaba una armonía social que no apelaba a la lucha de clases entre industriales y trabajadores, mientras que el varguismo, al imaginar una nueva sociedad, se basaba precisamente en esa lucha.
Ezequiel Adamovsky (2009) escribió un libro ambicioso sobre la clase media en Argentina, en el que intenta mostrar, entre otras cuestiones, la participación política de esta clase en la consolidación del peronismo. El autor arguye que la clase media se formó como clase en reacción al peronismo, y no como parte de su consolidación. Perón, en sus primeros años, para no depender tan sólo de los obreros, buscó el apoyo de los sectores medios, a quienes convocó, en 1944, a fin de que contribuyeran a una obra nacional, en riesgo por la influencia de ideas extranjeras promotoras del comunismo, en vez del nacionalismo. Este interés decayó rápido: las agremiaciones se desilusionaron de Perón, y éste prefirió politizar a su favor las clasificaciones sociales polarizando la lucha social entre trabajadores pobres y descamisados, por un lado, y el gran capital, por otro. El efecto de lo cual fue poner en duda pilares de la definición de los grupos sociales argentinos. Lo plebeyo adquirió mayor respetabilidad, se cuestionó la decencia asociada con ser blanco y de la élite. El obrero, el pobre, el cabecita negra, el descamisado, fueron considerados legítimos representantes de la sociedad argentina, y ante todo, del futuro de la nación. En este contexto, la clase media aparece como reacción antiperonista, pues pretende restablecer un orden de jerarquías sociales y culturales que el peronismo desconocía, entre ellas, la importancia de la educación y la riqueza.
Sin embargo, es en un libro de Adamovsky donde aparecen los temas centrales y fundacionales claves para la comprensión de la clase media y la formación del populismo como práctica política. Es más, en este argumento se hace evidente buena parte de las limitantes que impiden entender la formación histórica de la clase media en América Latina (Adamovsky 2009). Si, como arguye el autor, antes de 1944 la clase media en Argentina era débil en términos políticos, esporádicamente representada en el ámbito cultural y casi inexistente como identidad social, entonces, uno se pregunta cómo explicar una reacción tan fuerte contra la consolidación del peronismo.13 ¿Cuáles fueron las fuentes de inspiración política y cultural para que este grupo social reaccionara en contra del peronismo? ¿Qué era lo que se necesitaba proteger -social, política y económicamente- si no existía una clase media en sí ni para sí? ¿Fue la clase media, simplemente, un grupo ventrílocuo de los valores sociales, políticos y culturales de las oligarquías? Pero, si fue así, ¿por qué no se consolidó como clase en sí y para sí antes del peronismo, cuando la élite estaba en el poder y sus valores eran hegemónicos? Teniendo en cuenta que el autor parte de una tajante separación entre lo que denomina intereses políticos (el proyecto de la élite de crear una clase media como contrainsurgencia) y sociales (sectores medios que no logran consolidarse como clase), la formación histórica de la clase media es entendida como un proceso exógeno. Es decir, la clase media aparece en un vacío social, pues no surge como el actor central de su propio proyecto político, pues simplemente está siendo cooptada por los intereses de una oligarquía que intenta evitar la radicalización de la sociedad. En este contexto, Adamovsky (2009), así como tantos otros historiadores que estudian el populismo, replican literalmente los mismos discursos populistas: la sociedad está dividida entre un pueblo y una oligarquía. Más aún, me atrevería a pensar que es este populismo académico el que impide pensar críticamente el papel político y social que la clase media cumple en el populismo, pues se asume que tal clase está destinada a unirse al pueblo en un proceso de purificación de clase o a servir de caja de resonancia a los intereses culturales, políticos e, incluso, económicos de las oligarquías.
En el caso colombiano, las diferentes exploraciones históricas han concluido que la clase media sí participó en el gaitanismo como movimiento político.14 Tal participación política de las clases medias es entendida, ante todo, como obstáculo a la hora de clasificar al gaitanismo como movimiento populista. Por un lado, algunos historiadores definen el gaitanismo como una experiencia que no es populista. Por el otro, y en el mejor de los casos, la participación de la clase media hace del gaitanismo un caso diferente o único en las experiencias populistas en el contexto latinoamericano. Ya hace varios años, Daniel Pécaut arguyó que el gaitanismo no era populista, y menos aún popular, pues recogía los intereses de varios grupos sociales: pequeños propietarios, artesanos, empleados públicos y, desde luego, el pueblo trabajador. Y, precisamente porque el gaitanismo no logró una "síntesis de clase", no fue un movimiento político que representara genuina y auténticamente los intereses de los obreros (Pécaut 1987 y 1973).15 Otros historiadores han mostrado cómo Gaitán, en cuanto hombre político, representó los intereses de la pequeña burguesía urbana que fue el resultado de un proceso de industrialización durante la primera mitad del siglo XX (Braun 1987).16 Aquí, una vez más, esta representación del líder como una expresión de la clase media es leída como limitante de las prácticas populistas. El ser de clase media deslegitima al gaitanismo, pues éste, como proyecto político, descuidó, o por lo menos no dedicó todas sus fuerzas a lo que es considerado la fuente auténtica y legitima de representación populista: el pueblo, compuesto sociológicamente de los trabajadores, los obreros, los pobres. Es decir, que el gaitanismo corrió el riesgo político de no ser tan populista, pues el mismo Gaitán apeló a aquella clase social de la cual él mismo provenía: la pequeña burguesía.
En este contexto narrativo e historiográfico, la relación entre populismo y la formación de una clase media casi siempre se describe como una contradicción en términos históricos y, sobre todo, como un oxímoron político, ya sea porque esta participación hace del gaitanismo una experiencia no tan populista (en comparación con otros casos en América Latina), o porque, aunque populista, no representó verdadera o auténticamente lo que se considera de antemano como el pueblo, o porque, en la mayoría de los casos, quedó excluida de la práctica populista.17
La premisa fundacional en todos estos análisis históricos es entonces que, para que exista un movimiento social de legitimidad y autenticidad populista, éste debe ser homogéneo en su llamado político y unificado en su identidad social. Si bien se describe el populismo gaitanista como un fenómeno multiclasista, tal heterogeneidad social o política descalifica al movimiento populista como tal, pues, para decirlo una vez más, el populismo no sería genuino, ya que intentaría reivindicar políticamente a más de un grupo social. Es decir, el pueblo, aunque diverso en su composición social, debía crear un proyecto político homogéneo.18 En un cuidadoso trabajohistórico, John Green concluye que el gaitanismo movilizó un amplio apoyo popular tanto en las clases medias como en las clases obreras y campesinas. Según Green (2003), a pesar de ciertas diferencias culturales, las diversas clases unificaron fuerzas para desafiar políticamente a las oligarquías.19 Aquí, de nuevo, aparece una dicotomía social, pues la participación de la clase media es entendida como tal sólo cuando crea alianzas políticas con la clase obrera en un proceso homogéneo de apoyo popular al movimiento populista. Green concluye que el gaitanismo fue un movimiento populista "de varias clases y de carácter popular", pues las clases medias se vieron a sí mismas como parte del pueblo, al punto de borrar cualquier diferencia con la clase obrera en cuanto a intereses de clase.
De suerte que los trabajos históricos se han limitado a preguntarse por la composición social del populismo -quién participó en el movimiento populista-, y poco hemos preguntado por la manera como tal participación definió intereses e identidades de clase y género como parte de tales prácticas políticas. ¿Qué significó pertenecer al "país nacional" y al "país político"? ¿Qué significó pertenecer al pueblo gaitanista y a la vez identificarse como clase media? Teniendo en cuenta estudios teóricos sobre el populismo, quiero proponer que estas nociones de pueblo y oligarquía, o país nacional o país político, no tuvieron un referente natural o esencialmente social homogéneo o evidente, sino que adquirieron su significado real en el proceso político durante el cual se definió cómo se constituyeron el pueblo gaitanista y el país nacional, y quiénes hacían parte de cada uno de ellos (Laclau 2005; Panizza 2005).
Es en este marco conceptual que podemos discutir cómo, durante los años treinta y cuarenta, empleados públicos en Bogotá se identificaron como parte del pueblo y a la vez reclamaron un lugar político como parte de unaclase media. Esto no fue una contradicción en términos históricos, ni un obstáculo para las prácticas populistas del gaitanismo, ni una consolidación de la ausencia de la clase media, ni una homogeneización de los intereses de clase. Por el contrario, intento mostrar en las siguientes páginas que estas reivindicaciones fueron parte central de los discursos, prácticas y significados que definieron al gaitanismo, no como una utopía de unidad política sino más bien como un distopía social de género y clase.
Pueblo trabajador, meritocracia y decencia
Como lo han mostrado varios historiadores, Colombia vivió un rápido crecimiento poblacional, y los cambios demográficos en Bogotá comenzaron a transformar el país rural en uno definido por grandes metrópolis.20 De acuerdo con un estudio reciente, la población urbana en Colombia se duplicó entre 1938 y 1951 (Floréz 2000). Entre 1905 y 1935, la población creció anualmente un 1,25%; entre 1935 y 1964, esta tasa de crecimiento se incrementó a un 2,4%. En 1918, Bogotá tenía aproximadamente 143.000 habitantes, y en 1951, este número aumentó a 645.000. Como lo muestran los gráficos 1 y 2, el crecimiento urbano estuvo acompañado del nacimiento y la dramática expansión del sector de servicios (comercio, sector público y transportes). Esta expansión respondió, primero, a la mayor intervención estatal (creación de entidades gubernamentales como el Banco de la República, la Contraloría General de la República, varios ministerios, bancos, oficinas postales y escuelas) y, segundo, al acentuado declive del sector agrícola entre los años treinta y cincuenta (Abel 1994; Calvo y Saade 2002; Cuervo y Jaramillo 1993; Murray 1997; Pedraza 1999; Sáenz, Saldarriaga y Ospina 1997). Así, tanto la industrialización como la expansión del sector de servicios fueron procesos paralelos que se constituyeron simultáneamente mediante la creación de diferentes significados antagónicos de quién debía trabajar en el sector industrial y quién debía laborar para el Estado y el sector de servicios. Más aún, un buen número de actores sociales empezó a experimentar relaciones laborales definidas no sólo por el capital y el trabajo, sino también por las del sector de servicios (Contraloría General de la República 1942a y 1951).
Entonces, y quiero ser claro en este punto, el nacimiento y formación de las identidades de empleados públicos como parte de una clase media no fueron solamente, como podría pensarse, un resultado automático o natural del aumento de puestos de trabajo en el sector industrial y la diversificación del mercado laboral en el sector de servicios durante la primera mitad del siglo XX. El proceso de creación de estas identidades no nació simplemente como una expresión transparente de las cambiantes condiciones estructurales, y mucho menos fue solamente el reflejo de los cambios socioeconómicos del inicio del período moderno. Aunque estos cambios fueron cruciales, el nacimiento de las identidades de clase media dependió de la formación de conceptos de género y clase (entre otros) que ayudaron a moldear las interpretaciones y la inteligibilidad de cambios estructurales, tales como la diversificación del mercado laboral, nuevas condiciones socioeconómicas y de existencia social (urbanización, desruralización, crecimiento poblacional), y, sobre todo, la creación antagónica entre el sector industrial (léase, la fabrica) y el sector de servicios (léase, la oficina) Entonces, el discurso moderno constituyó un sector de servicios -en contraposición a un imaginado sector industrial- como un terreno habitado por un sujeto específico (histórico) con ciertos rasgos y características de clase y género: el empleado.21
Específicamente, empleadores, empresas de servicios y oficinas gubernamentales de Bogotá establecieron una serie de políticas de personal, requisitos de trabajo y políticas de contratación que crearon un espacio de género en el cual tal empleado, como sujeto sexuado, personalizó al actor histórico que debía laborar en la oficina, en contraposición a un imaginado obrero que debía hacerlo en el sector industrial. En la definición -y formación- de este sujeto, y su concebido espacio laboral, una idea de clase media nació y empezó a tomar forma históricamente. Así, una de las primeras distinciones de género y clase creadas por el sector de servicios fue la diferencia concebida entre el trabajo manual, directamente asociado con los obreros (sector industrial), y el trabajo mental.22 Los empleados del sector de servicios fueron definidos como "aquellos hombres que desarrollan y ejercitan el deseado trabajo mental e intelectual" (República de Colombia1936, 7). En contraste con "aquellos hombres perezosos, irresponsables que trabajaban en las fábricas", a los empleados se les consideraba con "habilidades para el trabajo mental, con suficiente moralidad, sentido de responsabilidad, buen trabajo, paciencia, razonamiento, lealtad, honestidad y buen espíritu" (República de Colombia 1936, 7). De la misma manera, un estudio publicado por la Contraloría General de la República a principios de los años cuarenta, y "dirigido a [sus] empleados", configuró una serie de "diferencias masculinas entre los obreros y los empleados". De acuerdo con el mencionado estudio, el primer rasgo para ser y actuar como un "empleado de verdad, un hombre de los servicios", era trabajar en una oficina, ya que esto "exalta[ba] las cualidades masculinas, [tales como] habilidad laboral, habilidad mental, independencia y autonomía personal". Sólo así, advertía el mencionado estudio, los hombres de verdad (Le., empleados) podrían "diferenciase ampliamente [de] aquellos obreros" (República de Colombia 1936, 7).
A pesar de que habrá historiadores que entienden estos discursos como metáforas, es importante advertir que tales ideas mediaron las experiencias que aquellos sujetos sociales vivían cuando intentaban encontrar trabajo en alguna entidad municipal o estatal. Los anuncios de trabajo que aparecían en los clasificados de los periódicos a finales de los años treinta y principios de los cuarenta invitaban a que aquellos que, por las nuevas realidades estructurales, hacían parte de un nuevo mercado laboral, se vieran a sí mismos como parte de un trabajo de oficina y, en consecuencia, pertenecientes a una clase media.
- ¿Quieres ser diferente, inteligente y ser alguien importante socialmente? ¿Quieres ganar dinero suficiente para vivir? Ven, participa y concursa para obtener un trabajo de oficina en una importante empresa de servicios. La vida no es fácil, mide tus conocimientos y obtén un trabajo que hable bien de ti... dale sentido a tu vida (Sin autor 1941-1943, 23).23
Es en este contexto en el que la campaña política de Gaitán adquiere significado político e histórico. El gaita-nismo no fue, como a veces lo pensamos, una creación única de un líder caudillista que casi por naturaleza estaba destinado a producir tales ideas y proyectos políticos de sociedad. Por el contrario, desde que Gaitán (1976) escribió Las ideas socialistas en Colombia, su visión de sociedad hizo parte de un marco discursivo y estructural mucho más amplio que se venía gestando desde los años treinta como resultado del crecimiento del sector de servicios y la expansión del papel que debía desempeñar el Estado como fuerza política.24 La idea de sociedad que se ve plasmada en los diferentes análisis propuestos por Gaitán era parte de un discurso transnacional, positivista, orgánico y social mucho más amplio. El líder se apropió de él para su proyecto populista, no sólo por sus experiencias internacionales sino como proyecto político para entender ciertos cambios históricos muy importantes que se estaban moldeando desde los años veinte en Colombia.
Como alcalde, ministro de Educación y luego de Trabajo, y a través de sus campañas radiales y de prensa, Gaitán buscó conectar una noción de democracia política con una económica, que permitiese crear una armonía social entre aquellos que debían trabajar en el sector industrial (es decir, en las fábricas) y aquellos otros que debían cumplir un papel social trabajando para el sector de servicios (es decir, en la oficina). El líder populista, así como empleadores estatales, empresas de servicios y el Estado en general, apelaron a tal distinción para imaginar una sociedad donde el sector de servicios fuera habitado por sujetos específicos, con ciertos rasgos y tareas políticas de clase y género.
Así, la asociación entre empleados y clase media empezó a tomar fuerza social.25 Como proyecto político, entonces, Gaitán forjó su campaña por la restauración moral de la nación y la República mediante la reivindicación social y política de estos empleados de servicios. Durante los años treinta, y particularmente después de la creación de la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR), Gaitán pensaba que para crear una nueva sociedad era necesaria la transformación del comportamiento social, político y cultural del "pueblo gaitanista". Este pueblo debía salir del "atraso" por medio de la educación, la hi-gienización y la preparación política. Con tal proyecto en mente, el líder populista consideró que era ineludible hacer del Estado un ente de gobierno social y al servicio del pueblo. Si las oligarquías inescrupulosas e individualistas habían usado al Estado para sus propios intereses, era necesaria la creación de un ente estatal que tuviera como máxima asistir al pueblo en su quehacer cotidiano. Tal plataforma política y social planteaba que el sector de servicios y de trabajos estatales no debía pertenecer a la clase obrera, y menos aún a las oligarquías. La primera, aunque central en el proceso de restauración democrática, aún no estaba preparada para un liderazgo político del país nacional. Las segundas, aunque con experiencia política, estaban preocupadas tan sólo por sus "empleos, su mecánica, su poder", y, además, en total ignorancia de la "salud, la cultura y del bienestar social del país nacional" (Agudelo s. f., 45).
Eran, entonces, los hombres de las clases medias, con su esfuerzo personal, su preparación profesional y su continuo trabajo, los que "merecían" trabajar en oficinas, con el Estado y, sobre todo, al servicio del pueblo. Los más aptos -empleados, bien preparados, decentes, vigorosos y varoniles- debían trabajar en tales oficinas estatales para así lograr la socialización del hombre del pueblo, es decir, prepararlo moral, cultural y políticamente para el funcionamiento armónico de los diferentes grupos (células) en el cuerpo social.
Así, desde los años treinta, ciertas distinciones de clase y género empezaron a dividir y jerarquizar la noción de pueblo y de país nacional que se promulgaba como parte de las prácticas populistas. En 1936 y 1939 se discutieron y publicaron normas con respecto a la carrera administrativa de los empleados públicos estatales. Las disposiciones del gobierno municipal, a la cabeza de Gaitán por un breve período, dibujaron cuidadosamente la diferencia entre "aquellos que trabajan en fábricas y aquellos que trabajan en oficinas". Aquí es clara la visión orgánica de una armonía social donde a cada actor le corresponde un papel social, de acuerdo con sus capacidades laborales, méritos personales y características culturales. Cada actor, decía Gaitán, tenía una función social. Los empleados, como parte de una clase media, merecían trabajar en oficinas estatales, precisamente porque eran considerados "honestos, buenos trabajadores [...] hombres de verdad [y] con ganas de triunfar [...]". A manera de justificación de la carrera administrativa, el Ministerio de Trabajo argumentó que esta nueva reglamentación sólo buscaba que el "mérito fuera el único indicador para avanzar" en la burocracia estatal (República de Colombia 1936, 8).26 Este mérito, y así lo promulgaba Gaitán, debía poner a estos empleados de clase media, vistos como decentes, bien preparados y varoniles, al frente de estas tareas estatales que hasta entonces habían sido monopolizadas por unas" oligarquías inescrupulosas e individualistas" y, sobre todo, de dudosa masculinidad (el país político), no por mérito o por esfuerzo personal, sino porque "tenían la plata debajo de la almohada" (Hernstand 1939, 45).
Por otra parte, estos discursos se tradujeron en disposiciones de ley en los años treinta que también dibujaron distinciones sociales dentro del mismo pueblo o país nacional. Aquí, de nuevo, la meritocracia cumplió un papel preponderante. El equilibrio social y positivista que imaginó Gaitán para la sociedad colombiana incluía crear una sociedad donde cada clase social debía responder a cierto papel político, para así lograr una armonía social. Los diferentes miembros de la sociedad debían ser juzgados no tanto por lo que tuvieran materialmente, sino más bien por el mérito individual, la producción laboral y, sobre todo, su contribución al desarrollo social de la nación. El país nacional o el pueblo no era un grupo homogéneo, como suele pensarse. Más bien, Gaitán compartió discursos que hacían de este país nacional una división, por una parte, entre aquellos que necesitaban superar su condición social de pobres, para así lograr tanto una decencia social como un estatus masculino de trabajadores; y, por otra, aquellos que como clase media lograban tal decencia y masculinidad, precisamente, por el trabajo que les era asignado "naturalmente" en la jerarquía social. En las mencionadas provisiones de ley de 1936 y 1939, por ejemplo, se promulgaba la idea de que a aquellos que querían trabajar para el Estado como empleados y escalar en la carrera administrativa se les pedía cierta "habilidad mental que no [era] común a todas los grupos sociales". "[S]uficiente moralidad, sentido de responsabilidad, buen trabajo, paciencia, racionamiento, lealtad, honestidad y buen espíritu" eran requisitos para poder actuar como hombres públicos. En este proceso se crearon distinciones de clase y género, donde el sector de servicios fue imaginado como un lugar que debía ser ocupado por hombres de clase media con "habilidad moral, habilidad mental, independencia, [y] autonomía personal" (Contraloría General de la República 1942b, 15-16).
En este contexto, la defensa moral y política de una familia patriarcal como eje central de la armonía social que Gaitán promulgaba moldeó también estos discursos que intentaban crear diferencias de clase y género dentro del país nacional o el pueblo. Una cuidadosa revisión de una gran cantidad de hojas de vida, así como de estudios laborales de diferentes entidades estatales, sugiere que este sector de servicios construyó la idea del jefe del hogar y proveedor como uno de los rasgosmasculinos más importantes para distinguir los empleados de los obreros.27 "Un hombre de verdad" (i.e., empleado) era aquel que "apoyaba la familia, se desvivía por encontrar una dedicada y amorosa esposa, y tenía una hermosa parejita de hijos".28 Es más, el empleado debía actuar con la debida masculinidad no sólo porque tenía que ser el jefe del hogar y el proveedor sino, y quizás más importante, porque los hombres de verdad "disfrutaban el ser buenos padres y esposos" (Contraloría General de la República 1942b, 48-49).29 A diferencia de los obreros -que fueron imaginados como aquellos que "difícilmente podían llevar a cabo tales tareas de un hombre de verdad", pues, se argumentaba, ellos tendían a "no tener éxito varonil, a hacer las familias infelices"-, los empleados se dedicaban a cultivar su "hombría" y su masculinidad mediante un dedicado interés por la "felicidad familiar" (Contraloría General de la República 1942b, 32). De manera que estas distinciones de clase y género no fueron sólo meros requisitos laborales para trabajar en entidades estatales y de servicios públicos sino también construcciones históricas que moldearon las mayores creaciones discursivas del populismo gaitanista: el pueblo (país nacional) y la oligarquía (el país político).
Más aún, estas distinciones de clase dividieron el tal país nacional, por un lado, entre aquellos que necesitaban y debían trabajar en las fábricas, por lo que se consideraba su condición social, moral y cultural; y por otro, aquellos "verdaderos hombres" que por su esfuerzo personal, mérito individual y diferencia cultural se "merecían" un trabajo en el sector de servicios y en las entidades estatales. En el proceso, los empleados eran vistos como aquellos que supuestamente podrían preparar políticamente a los obreros para ser parte del pueblo gaitanista: convertirlos en "hombres de verdad", en lo que se concebía como buenos padres, trabajadores productivos para el futuro de la nación. Así, el pueblo o el país nacional tomó significado político a través de las jerarquías de clase y distinciones de género, donde el hombre de clase media se imaginaba como el futuro de tal país nacional; no a pesar de ellas.
"También somos parte del pueblo trabajador"
Estos discursos y cambios estructurales fueron los que lograron que la clase media, y en especial los empleados como sujetos sexuados, no sólo vieran en Gaitán un representante de la clase media sino que también articularan el discurso populista/gaitanista como fuente de inspiración política y económica para consolidarse como clase social. Aquellos hombres que empezaron e incrementaron su participación en el sector de servicios (la oficina) vieron en las definiciones del país nacional (el pueblo) y el país político (la oligarquía), o en la distinción del trabajo mental y manual, poderosos referentes de clase y género para, primero, redefinir jerárquicamente quién debía representar el pueblo gaitanista y, segundo, reclamar una identidad política de clase media.
Vale la pena aclarar que esto no significa que el gaitanismo se constituyó como práctica populista sólo a través de la consolidación de unos intereses de clase media. Tampoco quiero decir que la creación discursiva entre pueblo y oligarquía fue inconsecuente políticamente con el populismo gaitanista. Lo que quiero argüir es que los discursos populistas, en su lógica política por lograr una legitimidad social, permitieron que una variedad de actores (mujeres obreras, mujeres de oficina, empleados, obreros, intelectuales, entre tantos otros) crearan diferentes -pero jerarquizadas- identidades de clase y género de lo que significaba ser parte del pueblo o el país nacional.30 Así, el análisis histórico no se limita a ver si los empleados, como parte de una clase media, fueron el centro de atención del gaitanismo sino, más bien, el significado político y social de las nociones de pueblo o de país nacional, país político u oligarquía. Así, y al contrario de lo que muchos historiadores nos harían creer, sería preferible concluir que las clasificaciones sociales, las nociones populistas de pueblo y oligarquía, no fueron tan sólo datos históricos o descripciones sociológicas ubicados de manera intrínseca (léase, naturalmente) en la esfera de lo social sino -y quizás radicalmente diferentes- poderosas prácticas políticas que configuraron la lucha de clases dentro y fuera del gaitanismo como experiencia populista. A continuación presento ejemplos con los que pretendo explicar este proceso histórico a través del cual los empleados de los servicios reclamaron una identidad de clase media y, simultáneamente, se pensaron como parte del pueblo gaitanista.
La urbanización, la industrialización y la expansión del sector de servicios, así como los cambios materiales y económicos que trajo la Segunda Guerra Mundial, incrementaron el costo de vida de los colombianos desde finales de los años treinta hasta principios de los cincuenta. Un estudio publicado en 1940, por ejemplo, concluyó que los empleados experimentaban una continua inflación que "amenazaba su condición social".31 Como lo muestra el gráfico 4, el costo de vida aumentó significativamente durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella. Los empleados públicos, a través de sus organizaciones políticas, se quejaron constantemente de que su "salario no era suficiente". Insistían en que, dada la situación material, eran ellos, y no los obreros, "la clase más sufrida de la sociedad".32 Ellos veían en el movimiento gaitanista una posibilidad real de lograr un bienestar económico, de acuerdo "a las necesidades de nuestra pobre clase media [...] de nuestras obligaciones familiares [...] de nuestra atareada vida de empleados públicos".33 Los empleados públicos, entonces, legitimaron tal reclamo argumentado que ellos, como parte del pueblo, debían ser tenidos en cuenta (ver el gráfico 4).
Habrá historiadores que fácilmente vean en estas experiencias la evidencia fehaciente de que los empleados, predestinados a una proletarización, debían someterse a un proceso de purificación de clase para así unir fuerzas con la clase obrera y ofrecer un apoyo incondicional al gaitanismo. Una lectura profunda de estas experiencias, sin embargo, nos permite postular una interpretación algo más complicada. Si bien ellos manifestaron su apoyo político a la causa gaitanista -en sus misivas se definían como "gaitanistas de racamandaca"-, lo hicieron para consolidar ciertas jerarquías/divisiones de género y clase dentro de lo que se consideraba el pueblo gaitanista. En una carta de un "humilde miembro de la burocracia estatal: [...] [y] de la olvidada clase media", un empleado le aseguraba a Gaitán que él, como tantos otros empleados públicos, "también [era] parte del pueblo". De ese pueblo gaitanista, se lee en la misiva, "trabajador, decente [...] [depende] el futuro de la nación [...] de ese pueblo gaitanista que representa el progreso de la nación ante todo el mundo".34 Y, como tal, dicho empleado anónimo reclamaba que los intereses de la clase media -la "clase más sufrida"- debían estar en el centro de las preocupaciones gaitanistas, que se habían enfocado demasiado en la clase obrera. No serviría de mucho, concluía la carta, tener como representación de la nación "sólo a una clase obrera". Por el contrario, este empleado exigía que fuera la clase media la que pudiera representar "a la parte más ilustrada de la nación [...] a las gentes más capaces del pueblo gaitanista".35
Ellos, a través de sus reclamos políticos, pudieron legitimar tales distinciones precisamente porque, en el discurso gaitanista, la clase media debía cumplir la tarea moral y política de liderar el país nacional en contra del país político (oligarquía). Y, entonces, era necesario que los empleados públicos tuvieran una capacidad adquisitiva de acuerdo con tal responsabilidad. Argumentaban que para lograr una armonización social entre el país político y el país nacional -es decir, hacer evidente la falta de legitimidad moral y política de la oligarquía como líder del país nacional- era necesaria una remuneración material "adecuada" que premiara "el mérito [...] la educación [...] la preparación [...] el esfuerzo mental", y no simplemente "el apellido, los privilegios de cuna" o "la palanca política [o] familiar". Así, al resignificar los discursos populistas de Gaitán, los empleados, como miembros de una clase media, veían a la oligarquía como un otro político deslegitimado para las tareas de gobierno y liderazgo.
Pero esto no significó, como podría pensarse, que los empleados se quisieran confundir entre los obreros para así hablar políticamente con una voz homogénea en contra de la oligarquía. Por el contrario, la búsqueda de una distinción social dentro del pueblo así imaginado permitió que los empleados se pensaran a sí mismos como "hombres de verdad" que en realidad podrían liderar "legítimamente" a los obreros, que, aunque parte del pueblo gaitanista, aún aparecían como "necesitados" de un liderazgo político, para así lograr la llamada restauración moral del país nacional.
Vale la pena recalcar que en el proceso mismo de apropiación de estos discursos gaitanistas, los empleados buscaron acrecentar las inequidades materiales entre obreros y clase media. No pretendían disminuirlas, como lo han sugerido estudios sobre el populismo. Estas distinciones no fueron simplemente una metáfora o retórica vacía que negaba la consolidación real de la lucha social entre pueblo y oligarquía. Por el contrario, estas creaciones de clase y género cumplieron un papel preponderante en la legitimación de las inequidades materiales entre aquellos que se consideraban clase media y otros que eran clasificados como obreros (Weinstein 2008). Y precisamente porque las distinciones materiales eran mínimas entre obreros y empleados, los segundos practicaron mil y una estrategias para lograr una distinción de clase y género.36
Para los empleados, por ejemplo, era "inconcebible" que ellos pudieran tener una capacidad adquisitiva similar a la de los obreros, puesto que aquéllos debían ser, como ejemplo moral de la sociedad, "un padre trabajador [...]un padre de familia responsable, preocupado por el bienestar de la familia [...] la educación de [sus] hijos [...] un trabajador decente [...] un ciudadano moralmente capaz [...]".37 En esta legitimación, los obreros, aunque también se les consideraba parte del pueblo, eran caracterizados como "pasivos, débiles, sensibles, dependientes, subordinados, monótonos [...] con trabajos de poca importancia en la escala social" y, por esto, de dudosa "hombría". Esto, según el reclamo de los empleados, hacía de los obreros hombres "merecedores" de una remuneración material inferior, pues aún no estaban preparados para liderar el país nacional.
En las tantas cartas y diatribas enviadas a Gaitán durante los años cuarenta, los empleados firmantes escribían largas descripciones y recurrían a tratados sociales, y se apoyaban en estudios producidos por oficinas estatales, con el fin de mostrar que la clase media, como parte del pueblo, "merec[ía]" una remuneración de "acuerdo con el trabajo".38 Estas cartas y diferentes estudios sugieren que los empleados gastaban alrededor de 50% de sus salarios en educación y transporte (ver el gráfico 5).
Era necesario mantener un trabajo en el sector de servicios y una educación adecuada para lograr un espacio de género que distinguiera a los empleados como hombres, los posicionara dentro de una superioridad masculina e hiciera visible la diferenciación de clase respecto a las oligarquías y la clase obrera. Eran la educación y el trabajo de oficina los que podrían permitir que se reconstituyeran las jerarquías de clase y la consolidación de una familia patriarcal -con hombres mentalmente preparados, educados, ilustrados, bien remunerados, y, sobre todo, que cumplieran con su rol de padre- como el eje central de lo que Gaitán llamó la armonía social. Los empleados reclamaban que la sociedad como un todo debía ser consciente de que era necesario remunerar mejor a la "clase más sufrida". O como le preguntaba un empleado de la Contraloría General de la República a Gaitán, en los años cuarenta:
- [...] cómo le explico a mis hijos que es el trabajo mental el que lleva una nación adelante [...] Yo sé que usted me entiende Dr. Gaitán! [...] no quiero desacreditar el papel tan importante de nuestro obreros [...] ¿pero podría un obrero diseñar un edificio [...] trabajar en una oficina? [...] yo creo que vivimos en un mundo al revés. Nuestro trabajo, la mayoría de veces invisible y quizás por eso poco valorado [.] ¿Quién lleva a este país adelante? ¿Quién es el responsable de que las cosas funcionen? ¿Quién dignifica a este pueblo mal criado? ¿Le aconseja usted a mis hijos que se conformen con trabajos monótonos, que se embrutezcan en una fábrica? ¿Cree usted que es esto lo que debo hacer como padre de familia?39
De esta manera, los empleados públicos explicaban las condiciones materiales necesarias para que la clase media lograra su papel moral y político dentro del futuro del país nacional. Tener una "sirvienta" representaba, por ejemplo, una distinción necesaria entre aquellos que sólo podían trabajar en las fábricas y aquellos que, por su papel político, necesitaban desarrollar tareas de gobierno. Estudios estatales, así como la información que los empleados escribían en sus cartas y diarios personales, sugieren que, del total del presupuesto familiar, el 13% era dedicado a pagar salarios de mujeres que "ayudaban en los quehaceres de la casa".40 Luego de extenuantes jornadas de "trabajo intelectual", se repite en muchas misivas, era sólo "natural" que "la ayuda de una 'sirvienta' estuviera disponible y así recargar baterías parael siguiente día [...] bien comido, bien atendido [...] para trabajar por el país, el pueblo y la nación".41
Más aún, tanto cartas como investigaciones pretendían dejar en claro que había necesidades materiales que dividían el pueblo gaitanista. La dieta y las prácticas alimenticias eran poderosas justificaciones políticas que se utilizaban para definir la clase media como parte del pueblo. Y, dado que unos se dedicaban al "trabajo manual" mientras que otros se ocupaban en el "trabajo intelectual", esto requería que la comida que se consumía en la clase media fuera de "mejor calidad [...] más costosa [...] y con más proteínas". Así lo exigían empleados durante los años treinta y cuarenta en Bogotá, y otros estudios lo confirmaban:
- [.] las variaciones en la escala social se ven fielmente reflejadas en las diferencias de las dietas. Si en una casa hay personas dedicadas a los trabajos intelectuales, la alimentación debe ser con preferencia las verduras, alimentos bien constituidos, carne, pescado, té y café. Por regla los empleados deben comer mejor pues ellos se desenvuelven en extenuantes [.] pesadas jornadas de trabajo intelectual que exige una muy buena alimentación [.] lo que no ocurre con la clase obrera donde la harina y la grasa pueden satisfacer la necesidad de [.] trabajo manual (García 1942, 347-379).42
Con estos breves ejemplos podemos ver que los empleados articularon y movilizaron tanto los discursos populistas como aquellos que moldearon las distinciones entre el trabajo industrial y el de los empleados públicos, para constituirse en parte de una clase media del pueblo gaitanista. La oficina se convirtió en un espacio fundacional donde ciertos deseos de consumo, expectativas de género y dificultades materiales de clase eran temas de diaria discusión, en el esfuerzo de entrar en el país nacional como una clase media. Estas preocupaciones estuvieron marcadas por la necesidad de exhibir y visualizar una relación jerárquica respecto a los obreros y obreras imaginados. Diferentes diarios personales y otras fuentes históricas sugieren que tales jerarquías no sólo se referían a la dicotomía pueblo-oligarquía, sino también a lo que se consideraba el pueblo gaita-nista, así la oligarquía siguiese siendo vista como el polo político opuesto. De la misma manera, los empleados se dieron a la tarea de elaborar distintas interpretaciones para definir y, sobre todo, distinguir su masculinidad como "superior" y "respetable", en creación antagónica con otras clases. Empezaron a diferenciarse delicadamente de los obreros argumentando que "la fuerza bruta, la fuerza física, y la capacidad muscular" no deberían medir "la verdadera hombría".43 Los manuales de trabajo publicados por los empleados en varias empresas e instituciones del sector de servicios en Bogotá durante las décadas del treinta y el cuarenta muestran claramente las diversas construcciones de género que moldearon la formación de las identidades de clase. A diferencia de los concebidos estándares para definir "la hombría de los obreros", los empleados se imaginaron a sí mismos como "aquellos que se preocupan por la familia y sus mujeres".44 Es más, pensaban que para ser un "hombre de verdad" también era necesario saber "tratar a las mujeres [...] a los más débiles". Mauricio Acevedo, un empleado de la Contraloría General de la República, afirmó que para ser y actuar como un hombre de clase media era necesario poseer la habilidad de "proteger, cuidar y ayudar a los más débiles".45 El ser empleado de clase media significó no guiarse por la "fuerza bruta, o la violencia", pues éstas eran actividades imaginadas como poco masculinas si no se utilizaban para "proteger al más débil". Así, "los obreritos" eran "poco hombres", ya que usaban estas características masculinas sólo para "maltratar y golpear a las mujeres, a los niños y [...] a los más débiles".46 Tal como afirmó Mario Romero, un empleado de la Personería de Bogotá, a principios de los años cuarenta:
- Ser un hombre no es pertenecer al sexo masculino; no solo es tener músculos, ser fuerte. Ser un verdadero hombre es ser consciente de cómo un verdadero hombre actúa. Ser hombre es ser el creador de un hogar; ser hombre es encontrar un trabajo decente; ser un hombre es mantener a una familia; ser hombre es darle a la familia pequeños lujos; ser hombre es defender, proteger, cuidar a los más débiles, ser hombre es evadir los actos de cobardía, debilidad, brutalidad [...].47
Así, en el espacio de la oficina existía una constante preocupación por mostrar las cualidades de género y las distinciones de clase ante una imaginada audiencia. Muchos de los empleados entraban, entonces, en evaluaciones de clase en las que se juzgaban, se criticaban y se calificaban las cualidades morales y materiales, para lograr categorizarse como parte de una clase media, de un "pueblo trabajador, decente, educado [e] ilustrado".48 Por ejemplo, en diversas oficinas estatales surgieron códigos de vestir que permitían exhibir, entre otras cosas, "quién era quién en el trabajo, cómo te sentías hacia ti mismo y lo que la gente podría pensar de ti [...] [pues] la forma de vestir [decía] mucho de tus antecedentes sociales y tus aspiraciones personales".49 Entonces, se esperaba que los empleados, como representantes del pueblo trabajador, se vistieran
- [.] como hombres de verdad. Con corbata, zapatos bien embetunados y brillantes [.] con camisas limpias, planchadas e impecables [.] ellos sólo necesitaban vestirse como empleados.50
Estos códigos del vestir se evaluaban en la rutina de trabajo para mantener una adecuada reputación de género y un debido respeto de clase. Ser de clase media y pertenecer al pueblo gaitanista significaban resaltar estas cualidades, para así poder imaginarse representantes de un país nacional, y, como tales, podrían llevar a la reconstitución moral de la sociedad. En su diario personal, Mariana Álvarez, una mujer de oficina, describió detalladamente una conversación que tuvo con una de sus compañeras de trabajo. Mariana relataba cómo se vestía un empleado de su oficina para concurrir a su rutina laboral. Se percibía, decía Mariana, que el empleado en cuestión no lograba vestirse de manera "adecuada", ya que no tenía "ni corbata y además su saco [estaba] sucio y tenía un mal olor". Y si esto no era suficiente, insistía Mariana, los zapatos lucían gastados, lo que hacía pensar que "poco se preocupaba por su apariencia personal [...] y [menos aún] por lo que decía la gente". Aunque ella mostraba cierta comprensión de clase ante la situación del mencionado empleado, ya que se sospechaba la difícil situación económica en la que se encontraba, le era imposible admitir que alguien como él asistiera a la oficina "de tal manera". Mariana reveló entonces ciertos miedos y preocupaciones :
- Hoy le he dicho a mi querida amiga Gloria la situación de un hombre en la oficina. Es difícil no darse cuenta de todos los problemas económicos y de dinero que este hombre tiene que enfrentar [...] este pobre hombre no debe saber qué hacer [...] Si pudiera le diría que es importante que se vista bien [...] es muy importante que se vista bien cuando venga al trabajo porque es aquí donde la gente lo verá y todos sabemos cómo la gente habla.51
Podríamos decir, entonces, que era necesario imponer sacrificios materiales para así cultivar cierto posicionamiento de clase dentro del pueblo gaitanista. Como lo demuestran el estudio etnográfico realizado por la Contraloría General de la República en 1942, cartas y otros diarios de los empleados, ellos intentaban alcanzar una cierta capacidad adquisitiva que les permitiera una distinción material. Como lo muestran los gráficos 6 y 7, los empleados aumentaban su salario mensual -o lo "arreglaban", como decían en muchas de sus cartas- en un 14% por medio de una serie de estrategias financieras.52 Acudían, por ejemplo, a casas de empeño, donde, a cambio de algún dinero, dejaban ciertas pertenencias. En algunos casos, recibían ayudas extras de los sindicatos. Además, y sobre todo, recibían préstamos personales e informales de "especuladores" que, aunque necesarios para mantener un presupuesto adecuado de los gastos que la clase media exigía, hacían de los empleados un grupo en una eterna deuda económica. Gómez Picón, un burócrata estatal y empleado público, lo describió en sus memorias durante los años cuarenta.
- [...] todos los empleados tienen culebras [deudas], tienen un turco, que les presta, les vende y les ayuda [...] El día de los pagos, seguro el turco estaba allá haciendo sus cobros. Si no nos endeudamos, dice el empleado, no tenemos nada. Los clubes, los vestidos, la ropa interior, el calzado, en fin [...] se puede surtir solo a través de las deudas [...] [para hacerse diferente] de las gentes del pueblo. Los empleados soportamos las deudas porque ellas nos visten bien, nos dan caché [...] (Gómez 1941, 27).
Era imperativo, como lo dijo Mariana y lo ratificaba Gómez Picón, ir al lugar de trabajo bien vestido, para impedir cualquier "confusión de empleados con obreros [...] de los que trabajan en fábricas [...] de los que trabajan en oficinas", de los que, podríamos agregar, están destinados a servir intelectualmente en tareas estatales y aquellos que, por su concebida condición social, debían pertenecer al país nacional como obreros o trabajadores de fábrica (Gómez 1941, 32). En otro diario personal, Pedro Ramírez describió cómo un empleado debería mantener ciertas diferencias con los obreros, especialmente en la manera de vestirse. Aún más, estas diferencias lograrían ciertas distinciones masculinas. Según Pedro, los obreros eran aquellos que lucían "una barba larga, [tenían] el cabello sucio y una ropa que dejaba mucho que desear", mientras que los empleados como él se distinguían por "un buen vestir, con unos zapatos resplandecientes, con una camisa que combinaba bien [con sus]pantalones [...] [con] manos, uñas y cabeza muy limpias". Es más, concluía Ramírez invocando a Gaitán, era necesario superar el "retraso cultural [...] social y moral [...] [tocaba] dejar las alpargatas, la ruana y la suciedad en el pasado" (Ramírez s. f., 32). Además, los empleados pensaban que esa buena forma de vestir era el requisito para trabajar en las oficinas, representar la modernidad y, sobre todo, calificarse a ellos mismos como aquellos que podían promulgar la educación moral y política que la clase trabajadora necesitaba para lograr representar, al fin, el pueblo gaitanista.
Estos deseos, hábitos, expectativas y problemas fueron las herramientas para cultivar constantemente identificaciones de género y clase. Los empleados manipularon estas ideas para imaginar al pueblo gaitanista como un espacio jerárquico en el cual ellos podrían ser ubicados lejos de "esos obreros", quienes, aunque parte del país nacional, debían estar en una relación de inferioridad antagónica respecto de aquellos que eran categorizados como empleados. En el proceso de crear esta identificación de clase media, los empleados establecieron un otro distanciado pero constitutivo que les permitió ubicarse como miembros de una clase media y, simultáneamente, identificarse como los baluartes de la transformación moral del pueblo trabajador, como representantes del pueblo gaitanista. Así, los empleados se pensaron a sí mismos como los líderes del pueblo -y por eso, merecedores de una mejor remuneración-, mientras que los obreros debían aparecer como aquellos a los que les correspondía ser liderados en los procesos de consolidación de una nueva república democrática.
Esta constitución política no estuvo en contradicción con el discurso populista del gaitanismo ni menos aún al margen de él. El arraigo social del populismo durante los años treinta y cuarenta, y la formación histórica de la clase media no fueron, como nos lo haría creer la mayoría de los estudios recientes, un oxímoron histórico. Todo lo contrario, la clase media, en su campaña política por consolidarse como clase social -material y culturalmente-, dependió de las nociones de pueblo gaitanista (país nacional) y oligarquía (país político). Resignificando tales nociones, los empleados se pensaron como hombres que pertenecían al pueblo gaitanista, a través de un proceso que consolidó una distinción social que los situaba en una posición jerárquica respecto de aquellos que definieron como obreros y la oligarquía. Y tales distinciones jerárquicas no fueron simplemente una retórica vacía, o una abstracción social que impidió la formación de un proyecto político de clase media. Por un lado, ellos reivindicaron su pertenencia al pueblo gaitanista imaginando a la clase obrera como pobremente educada, bastante indecente, poco varonil y destinada a trabajos manuales, por lo que se concebía como una "natural" falta de habilidad mental. Más aún, los obreros debían ser liderados por aquellos empleados que tenían la preparación adecuada para la restauración moral de la nación. Y estas creaciones legitimaron la supuesta necesidad de ampliar las inequidades materiales entre obreros y empleados. Por el otro, e igualmente importante, los empleados también reclamaron su pertenencia al pueblo gaitanista representando a las oligarquías como corruptas, inescrupulosas, individualistas, poco hombres y, por lo tanto, de dudosa preparación para las tareas estatales de liderazgo y gobierno. En este caso, estos empleados pensaron que la educación -y no la riqueza material que se justificaba en relación con los obreros- era la fuente legítima de estatus, conocimiento, diferencia social, superioridad masculina, preponderancia intelectual y prestigio moral. Así, la clase obrera y las oligarquías no fueron simplemente grupos diferentes con los cuales la clase media podría o no lograr alianzas políticas, uniéndose a un pueblo para luchar unificadamente contra las oligarquías o aliándose con éstas en contra del pueblo. Estas nociones fueron más bien poderosas creaciones discursivas, y no por ello menos reales, que ciertos actores sociales pusieron en práctica para definirse como clase media y, simultáneamente, reclamar un lugar en el pueblo gaitanista.
Conclusión
Por ser sólo parte de una investigación más amplia, este artículo invita a pensar varios interrogantes. Es imperativo, por ejemplo, continuar las indagaciones históricas sobre la formación histórica de la clase media en América Latina. Aunque ya hay investigaciones, es necesario profundizar en análisis históricos de la participación y formación política de otros grupos que fueron considerados -y se consideraron- clase media, y su papel en la consolidación de las políticas imperialistas de Estados Unidos, en la creación de movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios durante la segunda mitad del siglo XX. La tarea debería ser, no tanto la participación de estos actores en ciertos procesos históricos, sino más bien una relectura crítica de cómo entender históricamente los sistemas de dominación y las relaciones de poder. De manera que, para descifrar las historias de la clase media, es fundamental estudiarla como construcción social, política y económica, es decir, sin aislarla de las luchas por el poder que caracterizaron el siglo XX en América Latina. Además, el interés por la clase media como tema de investigación va mucho más allá de una legitimación historiográfica. Sin duda, el estudio histórico de la clase media no ha estado en el centro de las pesquisas históricas o antropológicas. Sin embargo, no es coincidencia que con la (nueva) empresa imperial de Estados Unidos, intelectuales, políticos y representantes de organizaciones internacionales hayan abogado, una vez más, por la creación y consolidación de lo que llaman una "clase media global".53 Resucitando ideas centrales de las teorías modernizantes de los años cincuenta, estos estudios proponen "un consenso de clase media", para así lograr superar "inequidades sociales, peligros políticos", y la distribución desigual de la riqueza mundial (Banco Interamericano de Desarrollo 2006, 4). En otras palabras, se dice que cuando todas las "sociedades del mundo" promuevan la creación de una clase media, el neoliberalismo será inmune a cualquier cuestionamiento. Más aún, la creación de una "clase media global" lograría superar los "efectos negativos de la globalización", precisamente porque ayudaría a regular las economías de los diferentes Estados/nación, además de disciplinar el "desarrollo democrático" a escala mundial (Banco Interamericano de Desarrollo 2006, 7).54 Soy de la opinión de que la tarea más importante debería ser alguna forma de rechazo a las posibilidades de dejarse seducir por la fácil normalización de una "clase media global", que aparece con una fundación trascendental para crear una sociedad global posclase, es decir, una sociedad con una sola clase, la clase media. En vez de continuar preguntándonos si una clase media puede traer "soluciones democráticas" a los problemas globales, los estudios históricos y antropológicos deberían cuestionar la pregunta política para la cual la creación de una "clase media global" aparece como respuesta natural e infalible. Más aún, deberíamos preguntarnos: ¿cuál ha sido el proceso histórico que ha hecho que la clase media -como idea y como práctica política- sea entendida como una de las mayores manifestaciones de las democracias modernas durante el siglo XX? ¿Cuáles han sido las condiciones históricas y las racionalidades políticas que nos han enseñado a pensar la clase media como la medida "correcta" para categorizar lo que es una sociedad "democrática y antidemocrática" a escala mundial? ¿Qué significa vivir en una democracia centrada en la clase media? Al tratar de responder estas preguntas, historiadores y científicos sociales estarían mejor equipados no sólo para llenar un vacío historiográfico, sino además, y quizás mucho más importante, para cuestionar las racionalidades políticas a través de las cuales las ideas y las prácticas colectivas de clase media están nuevamente definiendo -y legitimandolos problemas de la (pos)modernidad, la globalización y el neoliberalismo.
Comentarios
1 "Carta de apoyo incondicional a Jorge Eliécer Gaitán". Organización al Servicio de los Intereses de la Clase Media Económica Colombiana (aoscmec) 21 de junio de 1946.
2 Esta organización recogía varios sindicatos y federaciones de empleados: Federación de Empleados de Bogotá, Cooperativa de Empleados de Bogotá, Sindicato de Empleados de Obras Públicas Nacionales, Federación de Mujeres de Oficina, Sindicato de Empleados de la Compañía de Teléfonos, Sindicato de Empleados de Cundinamarca, entre otros. Ésta no era la única organización política que reivindicaba la clase media. Desde los años treinta hasta los setenta existieron varias de estas asociaciones: Comité de Acción de la Clase Media Colombiana, Gremios no Organizados de la Clase Media, Movimiento Aliado de la Clase Media Económica de Colombia, Consejo Central de la Confederación de la Clase Media y Unidad de Clase Media Colombiana, entre otras. Existen también varios manifiestos políticos de la clase media. A pesar de que la primera organización en nombre de la clase media (Comité de Acción de la Clase Media Colombiana) fue creada en Pasto a principios de los años veinte, en 1936 se publicó uno de los primeros manifiestos de tal organización (Quintana 1936). En este manifiesto, otros empleados reivindicaban la relación política con Eduardo Santos diciendo que una verdadera clase media sólo podía ser representada por este líder liberal. Para algunos historiadores, esta variedad de organizaciones y proyectos políticos sólo significará que la clase media estuvo por fuera del populismo gaitanista. Para otros, esto será un ejemplo más de la "ambigüedad" política de la clase media como clase social. Yo argumentaría que esto nos invita a pensar la heterogeneidad jerárquica en la formación de los movimientos sociales.
3 "Carta de apoyo incondicional a Jorge Eliécer Gaitán", aoscmec.
4 El estudio de la clase media en América Latina sería un tema histórico y teórico que nos ayudaría a cuestionar las tendencias eurocentristas y anglocentristas en la comprensión de las modernidades y las democracias (López en prensa[a] y en prensa[b]). Para un balance historiográfico sobre la clase media en América Latina, véase Jiménez (1999).
5 La definición de clase propuesta por Thompson asumía la necesidad de una homogeneidad como condición para la formación de clase. "Por clase entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a la materia prima de la experiencia como a la conciencia [...] Y la clase cobra existencia cuando algunos hombres, de resultas de sus experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos intereses son distintos de (y habitualmente opuestos a) los suyos" (Thompson 1989, 14-15). Algunos historiadores se han apropiado de esta definición para historiar la clase media. Ver García-Bryce (en prensa), Johnston (2003), Walkowitz (1999).
6 En efecto, como lo han demostrado diversos trabajos históricos sobre la formación histórica de la clase obrera y la clase empresarial/ industrial, sus identidades sociales y políticas no son inmediatamente observables, y muchos menos homogéneas. Es sólo cuando se compara con la heterogeneidad de la clase media que historiadores y científicos sociales asignan una supuesta homogeneidad a otras clases sociales. Entre los distintos estudios que analizan la formación de la clase obrera en América Latina, véanse Archila (1991) y Klubock (1998). Para discusiones teóricas sobre clase, véanse Joyce (1995) y Hall (1997). Los estudios históricos sobre la formación de las identidades sociales y políticas en Colombia se han centrado en la clase obrera. Como ejemplo, véase Archila (1991 y 1995); y el comentario de Jiménez (1995), quien propone, en mi opinión, una nueva manera de entender las identidades sociales y políticas para la primera mitad del siglo XX colombiano. Así mismo, poco se ha hecho para comprender la formación histórica de las identidades de género durante el siglo XX colombiano. Véanse Arango (1991 y 1997), Arango y Viveros (1995), Fuller (1993 y 1997) y Viveros (1997 y 2002).
7 En un estudio de la clase media en América Latina, José Daniel Santamaría arguye que "[a] diferencia de otras definiciones de clase, por ejemplo la burguesía, caracterizada por esos que poseen el capital, o la clase trabajadora, definida como esos que pueden vender su fuerza de trabajo. No existe una definición directa para la clase media [.]" (Santamaría 2002, 28).
8 Entre aquellos que prefieren utilizar sectores medios, en vez de clases medias, está Archila (2003).
9 Entre muchos otros, véanse Bederman (1995), Burton (1994), De Grazia (2005), Klubock (1998) y Sánchez (2009).
10 Aquí vale la pena aclarar que esto no significa que debamos retornar a Thompson para entender la clase media. Después de todo, él pensó la formación de las clases desde las experiencias de la clase obrera. El estudio de la clase media debe ofrecer ciertas particularidades para la teorización de la formación de las clases sociales en general.
11 Esta perspectiva hace parte de los recientes estudios sobre las clases medias en América Latina y otras regiones del mundo (Owensby 1999; Parker 1998; Walkowitz 1999, entre otros). Mi argumento, sin embargo, intenta entender -siguiendo a Foucault (2010)- la clase media como una práctica discursiva.
12 En este estudio sólo me enfoco en las producciones jerárquicas de clase y género. Las relaciones de raza y clase social cumplieron un papel preponderante en la formación de la clase media durante el siglo XXcolombiano, particularmente la idea del mestizaje como punto medio y "armónico" que podría "superar" las supuestas tendencias po-larizadoras de raza y clase. Para una descripción de estas relaciones de raza y clase media, véase Urrea (2011).
13 Adamovsky intenta analizar la clase media "como identidad y no como clase social". No es claro cómo uno podría separar clase social de identidad. Si esto es posible, tal argumento sugiere la imposibilidad de hablar de identidad de clase media, pues el autor arguye que, para el caso argentino, los sectores medios de la sociedad no conformaron una clase social ni un grupo política o económicamente homogéneo. Más aún, concluye el autor, "la clase media como tal no es un sujeto político" (Adamovsky 2009b). Tal conclusión, sin embargo, no deja de suscitar interrogantes: ¿las identidades de clase sólo son posibles a través de lazos de homogeneidad? Si es así, incluso las clases industriales/empresariales o la misma clase obrera no se conformarían como clase social. En este libro, el autor considera la clase media como imagen mental, como metáfora. Se centra en los debates intelectuales a propósito de la clase media, que, si bien son cruciales, no explican mucho al lector cómo éstos pudieron contribuir a construir una identidad. Al parecer, aquellos sujetos que se consideraron clase media después del peronismo sólo pudieron replicar tales definiciones, que eran propuestas por intelectuales y venían, al parecer, desde afuera de la misma clase media. No se dice mucho de la manera a través de la cual ciertos sujetos históricos pudieron construir la clase media desde la misma clase media.
14 El análisis presentado en este ensayo debe mucho a estudios anteriores que han demostrado la activa participación de las clases medias en el populismo gaitanista. De hecho, este ensayo se escribe después de estos análisis históricos. Véanse Braun (1987) y Green (2003). Quiero, sin embargo, cuestionar la forma específica como se narra el papel de estas clases medias dentro de un movimiento que se teoriza como multiclasista.
15 Véase también Bergquist (1986). Para una discusión del populismo en Colombia, véase Ayala (1995 y 2011).16Para el caso antioqueño, véase Roldán (2005).
17 Es importante anotar que el caso colombiano no es único. Estudios recientes han demostrado cómo las clases medias pudieron formarse como clase social dentro de ciertas experiencias populistas. Para la Alianza Popular Revolucionara Americana (APRA) en Perú, véanse García-Bryce (en prensa) y Parker (1998); para Chile y el Frente Popular, véase Barr-Melej (2001); para el peronismo, véase Garguin (2009). Además, otros estudios han demostrado cómo la hegemonía política de los movimientos populistas en América Latina fue definida por jerarquías de género. Véanse, para Brasil, a Caulfield (2000); para Chile, Rosemblatt (2000); para Argentina, James (2000). Vale la pena advertir que en estos trabajos las experiencias de clase media no son problematizadas.
18 Ya hace varios años, John J. Johnson (1958), en su clásico estudio sobre los "sectores medios", dijo que tales grupos sociales podrían ayudar a "superar" el populismo en ciertos países de América Latina. Johnson imaginó que los sectores medios, sólo cuando se convirtieran en una "genuina" clase media, llevarían a las "sociedades más avanzadas" de América Latina a superar las condiciones políticas y sociales que permitían el surgimiento del populismo y mantenían al continente latinoamericano como una región "tradicional, atrasada y subdesarrollada". Para él, y para muchos otros, los sectores medios (como sectores y no como clases) existían como parte del populismo pero debían, ante todo, lograr su papel "genuino y democrático". Es decir, los sectores medios debían convertirse en clases medias y, así, evitar la polarización política, económica y cultural de la sociedad, pues era tal división social entre oligarquía y pueblo la que lograba que el populismo germinara en las sociedades latinoamericanas.
19 Green (2003) parte de una tajante división entre lo que él considera cultural y los intereses sociales de clases. Soy de la opinión que esta división no fue tan clara en la consolidación del populismo gaitanista. Argumentos similares han sido planteados por Sánchez (1992) y Palacios (1971).
20 Véase Contraloría General de la República (1942a). Véanse también Flórez (2000), Moreno-Viera (1946), Contraloría General de la República (1946).
21 Aquí no puedo elaborar cómo este proceso también creó otra noción de género y clase: el ángel de oficina. Para ello, véase López (2009).
22 Vale la pena advertir que otros análisis sobre la clase media en América Latina arguyen que la imaginada diferencia entre trabajo mental y trabajo manual fue solamente entendida en términos de clase. Sin embargo, como mostraré más adelante, esta construcción fue también entendida históricamente en términos de género, precisamente porque configuró una serie de diferencias entre hombres (Owensby 1999; Parker 1998).
23 Destacado mío.
24 Aquí me apoyo, entre otros estudios, en Braun (1987), Calvo (2004), Osorio (1938) y Sharpless (1978).
25 Ernesto Laclau (1977) y muchos historiadores después de él han argumentado que el populismo surgió precisamente como resultado de la industrialización, y que tal proceso tenía como consecuencia la consolidación de una clase obrera que trabajaba en las fábricas. Como se desprende de mi argumento, el crecimiento del sector de servicios cumplió un papel preponderante en la consolidación del populismo (James 1988).
26 Ver también Hernstand (1939). Aún no se ha escrito una historia del Estado en Colombia desde la participación de empleados y profesionales como parte de la clase media.
27 De alrededor de unas 5.000 hojas de vida revisadas para los años 1936 y 1948 en varias oficinas estatales y municipales (Personería de Bogotá, Contraloría General de la República, Banco de la República, entre otras), cerca del 75% de los que obtuvieron un trabajo en el sector de servicios era casados.
28 Archivo Contraloría General de la República. Caja: Selección de personal. Carpeta 2: Políticas de selección de empleados, 32, 1940 (ACGR). Véase también Contraloría General de la República (1942b, 45).
29 Destacado mío.
30 Véanse James (1998 y 2000) y French (1992). Barbara Weinstein (1996 y 2008) ha demostrado cómo las élites paulistas reaccionaron ante la consolidación del populismo varguista. Ella demuestra cómo estas élites intentaron redefinir la clase obrera, y en el proceso se consolidaron como clases en un contexto populista. Para Colombia, véase Sáenz (1992).
31 Este estudio, publicado por la Contraloría pero llevado a cabo por los empleados de esta institución, se convirtió en un documento de reclamo político para corroborar la necesidad de beneficiar materialmente a la clase media. Al intentar que fuera un estudio etnográfico, aquellos que planearon dicho estudio, con apoyo estatal, invitaron a los miembros de la institución a escribir en sus libretas de apuntes sus actividades diarias de consumo, recreación y gastos (cfr. Contraloría General de la República 1946).
32 "Carta a nuestro líder", 11 de febrero de 1945, Correspondencia enviada, aoscmec.
33 "Carta a nuestro líder", 11 de febrero de 1945, Correspondencia enviada, aoscmec.
34 "Carta abierta", 4 de marzo de 1942. Correspondencia enviada, aoscmec. En el archivo Gaitán aparece un gran número de cartas de hombres y mujeres de clase media. Ver Archivo del Instituto Colombiano de la Participación Jorge Eliécer Gaitán, en especial, V0014, "adhesiones Bogotá"; "adhesiones Cundinamarca", V0088. Agradezco inmensamente a W. John Green, que me permitió utilizar sus extensas y cuidadosas copias de estas cartas.
35 "Carta abierta", 4 de marzo de 1942. Correspondencia enviada, aoscmec.
36 De hecho, la mayoría de las cartas escritas a Gaitán por empleados públicos fueron producidas como resultado de un miedo social de "convertirse" en obreros. En tales misivas se lee una preocupación de clase que hace de estas cartas artefactos culturales que reflejan explícitamente ciertos intereses materiales.
37 "Carta abierta", 4 de marzo de 1942. Correspondencia enviada, aoscmec.
38 "La clase mas sufrida". Correspondencia enviada, 1946, aoscmec. Véase, también, Contraloría General de la República (1942b y 1946). Existen diferencias mínimas entre las descripciones presentadas en las cartas y los datos del estudio publicado por la Contraloría. Como se dijo antes, este estudio se convirtió en un documento de reclamo político.
39 Carta de Miguel Sánchez a Jorge Eliécer Gaitán, 1946, aoscmec.
40 Esto se puede constatar en el gráfico 5 anteriormente expuesto.
41 Caja Asuntos Personales, Folder: R2, "Las muchachas de servicio", 32, 1940, ACGR.
42 Véase, también, Contraloría General de la República de Colombia (1946).
43 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 31 "Por qué somos más importantes?", 12, 1941.
44 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 32, 1941. Véase, también, "Empleados de Bogotá, Nosotros" (1934-1937).
45 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 32, 35, 1941.
46 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 31, "Por qué somos más importantes?", 12, 1941.
47 ACGR, caja: temas de interés general, carpeta, L51, "Nosotros los empleados", 1, 1942.48Caja: estudios de personal, fólder: L78, "Nosotros los empleados y el trabajo", ACGR.
49 Caja: estudios de personal, fólder: L78, "Nosotros los empleados y el trabajo", ACGR.
50 Caja: estudios de personal, fólder: L78, "Nosotros los empleados y el trabajo", ACGR, 32.
51 Caja: notificaciones, carpeta, L2, "Empleados y el trabajo" y diarios personales, 47, ACGR.
52 Caja: notificaciones, carpeta, L2, "Empleados y el trabajo" y diarios personales, 11, ACGR.
53 Entre muchos otros, véase Mead y Schwenninger (2003). Me es imposible citar adecuadamente toda la producción bibliográfica y visual, a propósito de la importancia de una clase media global; véanse, entre otros, los estudios del Banco Interamericano de Desarrollo (2006).
54 Ver también Davies (2004).
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Archivos consultados
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94.Archivo Contraloría General de la República (ACGR) [ Links ]
95.Archivo de la Personería de Bogotá (APB) [ Links ]
96.Archivo Organización al Servicio de los Intereses de la Clase Media Económica Colombiana (Aoscmec) [ Links ]
97.Archivo del Instituto Colombiano de la Participación "Jorge Eliécer Gaitán" (AICPG) [ Links ]
Fecha de recepción: 22 de junio de 2011 Fecha de aceptación: 16 de agosto de 2011 Fecha de modificación: 8 de septiembre de 2011