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Historia y MEMORIA

versão impressa ISSN 2027-5137

hist.mem.  no.9 Colombia jul./dez. 2014

 

La odisea de la Historia en tiempos de memoria: entre los cantos de sirenas y el manto de Penélope

The Odyssey of History in Times of Memory: From the Song of the Sirens to the Robe of Penelope

L’odyssée de l’Histoire au temps de la mémoire: entre chants de sirènes et le manteau de Pénélope

Eduardo Porras Mendoza1
Departamento para la Prosperidad Social-Colombia

1 Abogado, Universidad Libre de Barranquilla. Magíster en Historia, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Asesor nacional del grupo Paz, Desarrollo y Estabilización, del Departamento para la Prosperidad Social, DPS. Líneas de investigación: Conflicto armado colombiano, Historia social y política regional, Historia del tiempo presente, memoria histórica. eduardoporrasmendoza@yahoo.es.

Recepción: 20/05/2014 Evaluación: 21/05/2014 Aceptación: 17/06/2014
Artículo de Investigación e Innovación.


Resumen

El presente trabajo indaga por el papel de la Historia en tiempos de memoria. Pretende dar respuesta a la pregunta ¿quiénes recuerdan, cómo y para qué, un pasado lleno de atrocidades y dolor?, por lo que centrará el análisis en las categorías de memoria e historia, desde sus diferencias y complementariedades. De forma más puntual, estudiará la relación entre historiografía, memoria histórica y violencia política contemporánea —con énfasis en el contexto colombiano— y la necesidad y el deber moral que tiene nuestra sociedad de emprender ejercicios de memoria con el máximo rigor posible. Por último, se argumentará a favor de la historia del tiempo presente y los estudios subalternos, corrientes historiográficas útiles no sólo para articular memoria e historia sino para abordar y proyectar el punto de vista de las víctimas en el asimétrico y complejo escenario de las relaciones de poder que caracteriza al país.

Palabras clave: conflicto armado interno, memoria histórica, historia del presente, víctimas, subalternidad.


Summary

This article investigates the role of history in memory. It attempts to resolve the questions: who remembers a past full of atrocities and pain, how can this be done, and for what reasons? This analysis is centered on two main categories: memory and history, including both their differences and their similarities. It scrutinizes the relationships between historiography, historical memory and contemporary political violence specifically within the Colombian context, as well as the necessity and moral duty of society to engage in the exercise of memory with the maximum rigor and precision. In addition, this article will argue in favor of present-day history and subaltern studies. These historiographical trends are not only useful in articulating memory and history, but also in addressing and projecting the outlook of the victims in the asymmetrical and complex power relations that characterize Colombia.

Key Words: internal armed conflict, historical memory, present day history, victims, subalternity


Résumé

Le présent travail étudie le rôle de l’Histoire au temps de la mémoire. Il prétend répondre à la question: qui se souvient, comment et pourquoi, d’un passé plein d’atrocités et de douleur ? Voilà pourquoi on focalisera l’analyse sur les catégories de mémoire et d’histoire, à partir de ses différences et de complémentarités. De manière plus ponctuelle, on étudiera la relation entre historiographie, mémoire historique et violence politique contemporaine —particulièrement le cas colombien— et la nécessité et le devoir moral qu’a notre société d’entamer des exercices de mémoire avec le plus de rigueur possible. Finalement, on argumentera en faveur de l’histoire du temps présent et des études subalternes, courants historiographiques utiles non seulement pour lier mémoire et histoire mais aussi pour traiter et envisager le point de vue des victimes dans le scénario asymétrique et complexe des relations de pouvoir qui caractérise la Colombie.

Mots clés:conflit armé interne, mémoire historique, histoire du présent, victimes, subalternité.

De la mayor parte de nosotros (los historiadores)
se ha dicho que somos buenos operarios.
Pero, ¿hemos sido también buenos ciudadanos
?
Marc Bloch, La extraña derrota.


1. Introducción

Colombia arrastra una larga historia de violencias y victimizaciones, paradójicamente acompañada de extenuantes esfuerzos por la paz, con interesantes, aunque modestos resultados hasta el presente. A pesar de ello, sólo hasta hace poco se empezó a hablar en el país de la necesidad de situar a las víctimas en el eje de las reflexiones sobre la violencia, con el propósito de seguir desplegando, de manera coherente con los derechos humanos, certeros ejercicios de construcción de paz que conduzcan a verdaderos escenarios de posconflicto armado, dándole el mayor alcance posible a los principios de verdad, justicia y reparación integral, es decir, a la llamada justicia transicional, que entre otros aspectos reclama -de acuerdo con los estándares del derecho internacional- un fuerte compromiso en materia de memoria histórica, un concepto que debe ser examinado con el mayor cuidado, en aras de no ser catalogado de contradictorio en sí mismo por cuenta de las tensiones existentes entre las categorías memoria e historia. El presente texto indagará por el papel de la Historia en tiempos de memoria y pretende dar respuesta a la pregunta ¿quiénes recuerdan, cómo y para qué, un pasado lleno de atrocidades y dolor? En consecuencia, centra el análisis en las categorías memoria e historia, para finalmente proponer la Historia del tiempo presente y los estudios subalternos como prácticas historiográficas idóneas para emprender el deber de memoria, una espinosa tarea que se debate entre las voces de múltiples y seductoras subjetividades y la necesidad de alcanzar la mayor fidelidad posible en materia de verdad histórica.

2. Análisis de las categorías Memoria e Historia

Al narrar su pretensión de describir fielmente los paisajes y vivencias de su infancia, José Saramago se planteó -y nos planteó- la gran dificultad en torno del complejo ejercicio de la memoria: "El niño que fui no vio el paisaje tal como el adulto en que se convirtió estaría tentado de imaginarlo desde su altura de hombre"2. Y así, quizás pensando en el río de Heráclito -en el que nadie podría bañarse dos veces-, el autor del Ensayo sobre la ceguera escribe unos versos en los que evoca al entonces transparente río de su niñez ("corriente de agua hoy contaminada y maloliente"), para proponer una muy particular, pero sesuda teoría sobre las complejidades de la memoria:

Del ovillo enmarañado de la memoria, de la
oscuridad, de los nudos ciegos, tiro de un hilo
que me parece suelto.
Lo libero poco a poco, con miedo de que se
deshaga entre mis dedos.
Es un hilo largo, verde y azul, con olor a cieno,
y tiene la blandura caliente del lodo vivo.
Es un río.
Me corre entre las manos, ahora mojadas.
Toda el agua me pasa por entre las palmas
abiertas, y de pronto no sé si las aguas nacen
de mí o hacia mí fluyen.
Sigo tirando, ya no solo memoria, sino el propio
cuerpo del río.3

De esta manera, con total consciencia de la confusión que suele darse entre el objeto y el sujeto de la memoria, Saramago se involucra en la eterna lucha entre la memoria y el olvido a partir de imágenes fugaces, del hilo suelto que se escapa de la desordenada madeja que es la memoria, y por ello prefiere dejar que broten, no recuerdos propiamente dichos, sino representaciones del río de sus recuerdos, incluso desde una apuesta por la memoria colectiva -al mejor estilo de Halbwachs- que queda en evidencia con esta contundente conclusión:

A veces me pregunto si ciertos recuerdos son realmente
míos, si no serán otra cosa que memorias ajenas de episodios
de los que fui actor inconsciente y de los que más tarde
tuve conocimiento porque me los narraron personas que sí
estuvieron presentes, si es que no hablaban, también ellas,
por haberlos oído contar a otras personas.4

Como puede verse, se trata de una reflexión que desde la literatura -no desde las ciencias sociales o la filosofía de la ciencia-, pregunta y se pregunta por la memoria, asunto sobre el cual Gabriel García Márquez, en Vivir para contarla, ya había dado un perentorio campanazo de alerta: "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla"5.

Las anteriores reflexiones son, sin duda alguna, altamente útiles para introducir ciertos problemas epistemológicos en torno de los discursos sobre la memoria. Ahora, acceder a los espacios donde se encuentran, colisionan, confunden y relacionan historia y memoria, es proponer una dimensión mucho más compleja de reflexión y debate, pues explicar esta relación ha sido y sigue siendo una tarea de gran complejidad, en especial lo relacionado con el tránsito de la memoria a la historia. Y es que la memoria, además de recuerdo inmanente, resulta siendo también -y sobre todo- representación individual y colectiva del pasado, como lo advirtieron García Márquez y Saramago. Si bien estas posturas deben ser matizadas por el historiador, dado que introducen cierto relativismo respecto de la exactitud de la fuente -y el historiador debe tomar distancia respecto de ellas y precisar la validez de las fuentes, el testimonio, la presencia del testigo en relación con los hechos, etc.-, no es menos cierto que el historiador se topa también con un filón extraordinario a penetrar desde el campo de las representaciones, aunque con ciertas dificultades adicionales, como bien lo ha señalado Ricœur:

[…] el problema de la representación, que es la cruz del
historiador, se encuentra ya establecido en el plano de
la memoria e incluso recibe allí una solución limitada y
precaria que no será posible traspasar al plano de la historia.
En ese sentido, la historia es heredera de un problema que
se plantea en cierto modo por debajo de ella, en el plano de la
memoria y el olvido.6

En la misma perspectiva problematizadora, Gonzalo Sánchez ha recordado que mientras la memoria es subjetividad, la historia es racionalidad discursiva7. Agregamos: racionalidad, no de cualquier narrativa, sino de una que aspira seriamente a la fidelidad de la memoria, como lo planteara Ricœur en favor del estatuto científico de la Historia, lo que nos permitiría establecer cuánto de verdad y de objetividad habría en la memoria8. En este orden de ideas, quedan planteados encuentros y desencuentros entre memoria e historia, lo mismo que el debate acerca de los alcances históricos de la memoria, sobre los cuales volveremos más adelante. Respecto de lo primero, Pierre Nora, en un esfuerzo por delimitar los espacios, tanto compartidos, como exclusivos de las categorías memoria e historia, ha advertido que

Memoria e historia funcionan en dos registros radicalmente
diferentes, aun cuando es evidente que ambas tienen
relaciones estrechas y que la historia se apoya, nace de la
memoria. La memoria es el recuerdo de un pasado vivido o
imaginado. Por esa razón, la memoria siempre es portada
por grupos de seres vivos que experimentaron los hechos
o creen haberlo hecho. La memoria, por naturaleza, es
afectiva, emotiva, abierta a todas las transformaciones,
inconsciente de sus sucesivas transformaciones, vulnerable
a toda manipulación, susceptible de permanecer latente
durante largos períodos y de bruscos despertares. La
memoria es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea
psicológicamente vivida como individual. Por el contrario,
la historia es una construcción siempre problemática e
incompleta de aquello que ha dejado de existir, pero que dejó
rastros. A partir de esos rastros, controlados, entrecruzados,
comparados, el historiador trata de reconstituir lo que pudo
pasar y, sobre todo, integrar esos hechos en un conjunto
explicativo. La memoria depende en gran parte de lo mágico
y sólo acepta las informaciones que le convienen. La historia,
por el contrario, es una operación puramente intelectual,
laica, que exige un análisis y un discurso críticos. La historia
permanece; la memoria va demasiado rápido. La historia
reúne; la memoria divide.9

Nora y Ricœur coinciden en señalar, entonces, que la clave de esta estrecha y difícil relación entre memoria e historia está dada por la aparición del testigo. Para Nora "todo cambió cuando el hombre empezó a decirse que no vivía en la tradición, sino en la historia"10. El origen simbólico de esta premisa se lo atribuye a Goethe, que en su libro Campaña de Francia y Maguncia (1817), dicta la siguiente sentencia, refiriéndose al testigo: "Usted podrá decir <yo estuve>"11, lo que significaría, según Nora, algo así como decir: "No crea usted que está viviendo un hecho anodino; está viviendo una batalla de gran importancia histórica"12. Así, en este contexto, nacería el sujeto con conciencia histórica, pues es el momento a partir del cual comenzaría a valorarse al testigo. Sin embargo, Nora precisa que es con las tragedias del siglo XX cuando en verdad comienza a "vivirse" la historia, a democratizarse y, mas aún, a ser suplida por la memoria, no sin cierta problematización de este hecho:

El testigo se transformó en aquel que conserva la memoria
viva para hablar del drama europeo de 1914, del drama
comunista, de la guerra de colonización, de la colonización
mundial. El problema es que ese personaje tiene un gran
valor histórico, pero no decisivo. Allí es donde comenzó el
drama actual. Lo que vivimos desde hace 20 años es el paso
de una memoria modesta, que quería hacerse reconocer,
de una cantidad de víctimas que querían que sus penas y
sufrimientos fueran tenidos en cuenta, a una memoria que
se pretende dueña de la verdad histórica, más que toda otra
forma de historia, y que está dispuesta incluso a querer
cerrarle la boca a los mismos historiadores. En 20 años,
hemos pasado de la defensa del derecho a la memoria a la
defensa del derecho a la historia.13

Por lo tanto, se hace necesario plantear el sentido histórico de la memoria. Esto se deriva también, desde luego, de los usos políticos de la memoria y del reconocimiento de una memoria entendida desde la pluralidad. Es decir, de la aparición de memorias -en plural-, que trasladan los discursos al terreno de las relaciones de poder, entre ellas la guerra. En la pretensión de garantizar el tránsito de la memoria a la historia desde una perspectiva política, la primera pregunta que se tendría que formular es por el sujeto de la memoria, por saber quién recuerda -o quiénes recuerdan- y cómo lo hace.

En tal sentido, Ricœur reconoce que tras una larga disyuntiva llegó a la convicción de que "la memoria, definida por la presencia de algo pasado en la mente y por la búsqueda de dicha presencia, puede ser atribuida, por principio, a todas las personas gramaticales: yo, ella o él, nosotros, ellos, etcétera"14. Ricœur -al igual que Saramago- también adhiere al concepto de memoria colectiva esbozado por Halbwachs, y entiende la memoria individual como un territorio de la memoria colectiva. Más allá de esto, Paul Ricœur advierte tres dificultades del recordar que debe enfrentar la epistemología de la historia en relación con la memoria: la memoria impedida, la memoria manipulada y la memoria forzada15. La primera se caracteriza por la imposibilidad emocional de recordar. La segunda por la adulteración de la memoria por cuenta del relato y sus adornos, acentos y silencios -según García Márquez, lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarlo-. Y la tercera por lo que él llama la trampa del deber de memoria, dada la enorme carga imperativa que encierra el concepto de deber, que propone reemplazar por la categoría trabajo de memoria16. Armonizando de nuevo a Ricœur con Nora, lo que se advierte entonces, es la transmutación de la imposición de la memoria -la memoria forzada-, en derecho a la memoria, y éste, a su vez, en derecho a la historia, en virtud de la identificación entre memoria e historia que suele pretenderse en el terreno de lo político.

En sentido contrario, y como discurso crítico, la historia pretende explicar los hechos (en este caso la memoria, los recuerdos) a través de interpretaciones. Por ello, en la línea de garantizar el tránsito de la memoria a la historia, esto es, de vencer las tres dificultades de la subjetividad de la memoria, Ricœur le apuesta a una investigación histórica inmersa en el enfoque de las representaciones, que no sólo oponga las memorias entre sí, sino también otros tipos de fuentes históricas, para fundar y proyectar el análisis sobre sus significados en torno de las relaciones entre lazos sociales, identidad y cambio, esto es, en las relaciones entre sociedad, cultura e historia. En otras palabras, convertir la memoria colectiva en memoria histórica, en memoria con sentido histórico. En términos metodológicos, ello exige la asunción de una práctica historiográfica (u operación historiográfica, según Michel de Certeau) clara y rigurosamente definida, que Ricœur divide en tres "(…) niveles de lenguaje o problemáticas enmarañadas: fase documental en los archivos, fase explicativa/comprensiva… (y) fase propiamente literaria o escrituraria, al cabo de la cual el tema de la representación alcanza su punto cúlmine de agudeza"17. De lo que se trataría, entonces, es de buscar y encontrar, más allá de los hechos o del acontecimiento, las huellas de la experiencia, de lo vivido, su significado, su marca en la memoria. En palabras de Gonzalo Sánchez, esto replantea el quehacer y la obra del historiador, pues "es la gran mutación de la historiografía contemporánea que ha saltado de una gran centralidad del acontecimiento, objeto privilegiado de la historia, a la huella, objeto privilegiado de la memoria"18. Por supuesto que se trata de un salto evolutivo, si se quiere, propuesto para un escenario muy particular, como lo es el de las memorias de la violencia.

3. Historiografía, memoria histórica y violencia política contemporánea en Colombia

¿Qué utilidad podrían tener las anteriores reflexiones en el contexto de una sociedad como la colombiana, con una historia atravesada por la tragedia permanente de la violencia social y política? Colombia padeció ocho guerras civiles de carácter nacional a lo largo del siglo XIX, sin contar la guerra de Independencia, las dos guerras internacionales contra el Ecuador y una treintena de guerras civiles regionales de raigambre partidista19. Despedimos esa centuria y le dimos la bienvenida al siglo XX en medio de la Guerra de Los Mil Días y sus más de 100.000 muertos, la más cruenta que viviera nación latinoamericana alguna durante ese período20. La primera mitad del siglo XX colombiano estuvo caracterizada por una tensa calma en la que la violencia no dejó de hacer marcada presencia, como en los casos de la masacre de las Bananeras en Magdalena; la etapa conflictiva de 1930 en los Santanderes y Boyacá, de fuerte impacto en Cundinamarca, Antioquia y Caldas; la guerra contra el Perú; y los magnicidios de Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán, a más de cuatro décadas de distancia entre ellos21. La muerte de Gaitán, por demás, supuso la fecha emblemática de una época de fricción violenta entre liberales y conservadores que ha sido denominada, precisamente, La Violencia, con dos períodos dramáticos claramente definidos (1948-1953 y 1954-1958) que legó a esta sociedad entre 200.000 y 300.000 muertos, ad portas de la sexta década del siglo XX22. Y cuando las élites creyeron que el país se aprestaría a un período de paz estable y duradera, tras los pactos de Sitges y Benidorm, que inauguraron el Frente Nacional en medio de la bipolaridad de la Guerra Fría, la Revolución Cubana llegó al poder (1959) y difuminó por toda América Latina el sarampión de la revolución comunista.

El Frente Nacional restringió aún más la democracia con la constitucionalización del bipartidismo, y el Partido Comunista, que había recuperado su existencia legal tras la caída del régimen militar, agita la bandera de la combinación de todas las formas de lucha (1961), lo que deviene en la fundación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC (1964), tras la ejecución de la llamada Operación Marquetalia23. En ese momento acontece, a manera de mito fundacional, no sólo el nacimiento de esta agrupación guerrillera, sino del conflicto armado interno contemporáneo24. Sin embargo, un antecedente importante en la conformación de las FARC fueron las guerras del Sumapaz o de Villarrica (Tolima), 1948-1953, 1954-1957 y 1958-1965, región en la que se fundó la Colonia Agrícola del Sumapaz, dirigida por Erasmo Valencia, fundador del Partido Agrario Nacional, pero que en la práctica funcionaba bajo la denominación Frente Democrático de Liberación Nacional, impulsado por el Partido Comunista. Las fuertes confrontaciones entre las fuerzas militares y las guerrillas comunistas, integradas por colonos armados, condujeron a la expansión de los frentes de colonización hacia el sur, en los hoy departamentos de Caquetá y Guaviare, zonas que desde entonces han constituido el nicho natural de lo que más tarde se conocería con el nombre de FARC. Cabe resaltar que uno de los integrantes del Frente Democrático de Liberación Nacional fue Jesús María Marín (hermano de Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez o tirofijo) quien moriría en combate con el Ejército Nacional en los límites entre Huila y Tolima en 195725.

La década de los años sesenta nos lega, en consecuencia, una guerrilla de primera generación, en la que además de las FARC están el ELN y EPL26; y en las tres décadas posteriores nuevas generaciones guerrilleras, como el Movimiento 19 de Abril, M-1; la Autodefensa Obrera, ADO; el Movimiento Indigenista Manuel Quintín Lame; el Movimiento de Izquierda Revolucionaria- Patria Libre, MIR-PATRIA LIBRE; el Partido Revolucionario de los Trabajadores, PRT; la Corriente de Renovación Socialista, CRS; y el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP; entre otras27. Este cuadro de actores armados ilegales asociados a un fenómeno de insurgencia crónica, vendrá a ser completado en los años 90 con un nuevo actor, esta vez contrainsurgente: las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC28. Ello supondría no sólo más pinceladas sangrientas al paisaje de la guerra, sino un escenario de confrontación total que, incluyendo a la fuerza pública, dejaría a la sociedad colombiana, especialmente al mundo rural, en medio de un conflicto armado aupado por el narcotráfico, lo que aumentó exponencialmente el número de víctimas de la población civil. Por todo lo anterior, parece asistirle razón a Gonzalo Sánchez cuando asevera que "(…) la guerra actual es una acumulación de guerras: guerra de guerrillas, guerra de narcos, guerra de paras"29. Y guerra generalizada, pues a finales de los años 80 del siglo XX se va expandiendo paulatina, pero progresivamente, a todos los rincones del territorio nacional30.

En el análisis de las perspectivas historiográficas que analizan la violencia en Colombia, Fernán González identifica dos tradicionales líneas de lectura de este continuum ya esbozado grosso modo: una anecdótica/romántica y otra simplista/catastrofista31. La primera narra contiendas y batallas como fruto de pronunciamientos de heroicos caudillos. La segunda propone una interpretación que caracteriza a la sociedad colombiana dentro de una supuesta cultura política de la violencia y de la intolerancia. Ambos enfoques son equivocados, según González. El primero por idealizar la heroicidad y plantear los conflictos sólo en el seno de las élites nacionales, regionales y locales, desconociendo así la perspectiva de los grupos subalternos y su incidencia en la historia nacional; y la segunda por pretender estereotipar el conflicto armado interno contemporáneo y a la actual sociedad colombiana dentro de una historia de violencia que hunde sus raíces en las guerras civiles del siglo XIX, con desconocimiento de ciertos períodos de nuestra historia con evidente tendencia hacia al arreglo político y la convivencia pacífica. Para González se hace necesario buscar una tercera vía que lea de manera más equilibrada la historia política colombiana y que por lo tanto ponga el énfasis en el impacto o

[…] resultados de esas guerras en la consolidación de redes
locales y regionales de poder y la construcción de imaginarios
políticos como vehículos de identidad nacional, regional y
local. Lo mismo que (en) la manera como las guerras civiles
comunicaron los diversos territorios y ayudaron a articular
las redes regionales y locales de poder en las dos grandes
colectividades políticas, que dominaron la vida nacional
durante casi dos siglos.32

Más allá de esta mirada, no puede dejarse de lado que el conflicto armado interno colombiano es el cuarto más antiguo del mundo, sólo superado por tres conflictos asiáticos: la disputa entre India y Paquistán por la región de Cachemira (1947), el conflicto entre Israel y Palestina (1949), y la guerra civil por la secesión de la región de Shan, en Birmania -o Myanmar- (1960)33. Por esta y otras razones, Eduardo Pizarro caracteriza la guerra contemporánea en Colombia diciendo que

[…] se trata de un conflicto armado interno (inmerso
en un potencial conflicto regional complejo), irregular,
prolongado, de raíces ideológicas, de baja intensidad (o en
tránsito hacia un conflicto de intensidad media), en el cual
las principales víctimas son la población civil
y cuyo
combustible principal son las drogas ilícitas".34

En consecuencia, para analizar en el caso colombiano el papel de la Historia en tiempos de memoria es necesario poner el acento en el hecho cierto e irrefutable que plantea Pizarro, es decir, la pertenencia de la gran mayoría de las víctimas a la población civil; al igual que en la invitación de Fernán González para abordar el análisis de la violencia desde perspectivas diferentes a las tradicionales, en especial desde aquellas que privilegien el punto de vista de sectores subalternos, entre los cuales hay que destacar a las víctimas. Así las cosas, un panorama como el anterior, caracterizado por la cronicidad del conflicto y marcado por una prolongada victimización de la población civil -y de la sociedad en general-, arrastra consigo una multiplicidad de memorias. Gonzalo Sánchez las ha clasificado en memorias circulares, por cuanto las guerras se terminan, pero no se resuelven; memorias residuales, dado el continuum de la guerra y la violencia en la historia nacional, es decir, en tanto consecuencia directa de la irresolutividad de nuestras guerras, lo que hace que cada guerra se entronque con la anterior y, de esta manera, todas entre sí; y memorias-mosaico, en razón no sólo de la pluralidad de los sujetos de la memoria, sino por la fragmentación que de esa pluralidad se desprende. Para Sánchez.

Resulta inútil buscar un sentido de totalidad del conflicto,
de globalidad de las soluciones. Si bien hay una dinámica
global de la violencia, ella no excluye la diversidad de
experiencias de las víctimas o de los actores. Cada uno dentro
de la experiencia común construye sus propias narraciones,
recuerdos, silencios u olvidos, sus propios héroes o víctimas,
y también sus propias expectativas.35

En consecuencia, uno de los roles más pertinentes de la actual historiografía nacional es el de narrar e interpretar, desde las memorias de las víctimas, una larga sucesión de hechos de violencia que involucra a variopintos actores del conflicto y élites locales, regionales y nacionales que, a más de situar en medio de la línea de fuego a la población civil, han emprendido esfuerzos por silenciar la voz de las víctimas y difundir una versión falsa y acomodaticia con pretensiones de verdad oficial sobre la violencia. Ello supone el empleo de ciertas prácticas historiográficas, en especial la llamada Historia del tiempo presente.

4. La Historia del tiempo presente

La historia del tiempo presente es una corriente hitoriográfica de gran utilidad para un contexto como el colombiano, con un pasado inmediato no solamente violento, sino todavía vivo -pasado que no pasa-, en el que se articulan categorías y cuestiones relacionadas con la historia, la verdad y la memoria. Al igual que la categoría memoria histórica, su denominación también podría sonar un tanto contradictoria en principio, pues una de las discusiones más álgidas de las suscitadas entre los historiadores se refiere a la necesidad de tomar distancia o perspectiva respecto de los hechos materia de observación y análisis, en función de las pretensiones de objetividad de la ciencia histórica36. Así, desde mediados del siglo XIX el estudio del presente se había reservado dentro de las ciencias sociales a disciplinas como sociología, economía, antropología o ciencia política, mientras que la Historia se perfiló para el estudio del pasado, en tanto ciencia de los hombres en el tiempo, según la célebre definición de Marc Bloch. Como recuerda una historiadora contemporánea,

La generación que escribía en la transición del siglo XIX
al XX desconfiaba de esa proximidad entre los hechos y quienes
los estudian, y había postulado que sólo la historia de los
muertos revestía carácter científico. El transcurso de la
mayor cantidad de tiempo posible entre el historiador o la historiadora y los hechos parecía la manera más segura de alcanzar la objetividad.37

Sin embargo, las ciencias sociales no pueden funcionar siendo ajenas al tiempo y a los cambios que sufre la sociedad en su transcurso. Por lo tanto, requieren de la Historia y ésta de aquellas. Es decir, necesitan dialogar en un escenario en el que el énfasis esté puesto en las transformaciones o cambios sociales a lo largo del tiempo. El mismo Bloch llegaría a concluir que "no hay, pues, más que una ciencia de los hombres en el tiempo y esa ciencia tiene necesidad de unir el estudio de los muertos con el de los vivos"38. La pregunta que queda flotando en el ambiente, entonces, está dada respecto de la objetividad. Para Anne Perotin-Dumon, en la Historia del tiempo presente "el imperativo de objetividad sólo se refiere a la necesidad de trabajar para establecer intelectualmente la distancia que el escaso tiempo transcurrido no nos otorga", en el entendido de que lo importante no es revivir intelectualmente el pasado reciente, sino problematizarlo. Y no sólo con la lógica de la Historia, sino también con teorías y métodos de otras disciplinas sociales, sobre todo de la antropología y la sociología, afines a los problemas de las representaciones mentales.

En la Historia del tiempo presente, el presente y la reflexión sobre el presente quedan asociados a la propia historia del historiador y a su experiencia vivida en un pasado que pervive, ya sea en su memoria o en la de aquellos contemporáneos con los cuales interactúa en su quehacer historiográfico (fuentes humanas o testigos). En este sentido, el presente histórico es una construcción y explicación de cada época desde la perspectiva de los propios hombres que la viven, según lo planteara Aróstegui. Para el reconocido historiador español, el presente histórico sería "el contenido completo de una memoria viva, no heredada"39. La Historia del tiempo presente constituiría, según Soto Gamboa, "(…) la posibilidad de análisis histórico de lo que está vivo e inconcluso, que comporta una relación de coetaneidad entre la historia vivida y su escritura. El presente es el eje central de su análisis, el cual ha de ser estudiado en un diálogo permanente con otras Ciencias Sociales"40. Y con otras ramas de la historia, habría que agregar. Al estudiar el presente, el historiador no puede renunciar a ciertas propensiones características o propias de la investigación histórica, como la perspectiva de estudiar a los hombres en el tiempo y la de trabajar con archivos. Sobre este último aspecto, la Historia del tiempo presente debe y tiene que engarzarse con la historia oral, "en su doble faceta de técnica y de género dentro del canon historiográfico"41, lo que implicaría la extensión del diálogo interdisciplinar a la antropología, de la cual la historia oral es clara deudora. En efecto, hablar de historia oral es hacer referencia a teorías, métodos y técnicas etnológicas y etnográficas, como las entrevistas, la observación participante y la descripción densa, en tanto recursos que le permiten al historiador la construcción de los archivos a partir del encuentro, compenetración y trabajo a fondo con fuentes humanas o testigos: sin lugar a dudas, como observa Perotin-Dumon, "La omnipresencia de los recuerdos vividos otorga un lugar importante a lo que suele llamarse, según el uso anglosajón, "historia oral" en el estudio del pasado cercano"42. Recuerdos, en una palabra, que deben confrontarse con otras fuentes, especialmente documentales -prensa, informes académicos e institucionales, expedientes, declaraciones, memorias, videos-, en aras del rigor propio de la ciencia histórica, gracias al enfoque de la crítica interna y externa de las fuentes.

Así, tomando como punto de partida las memorias de las víctimas, la Historia del tiempo presente se plantea como historia política, pues pone el acento en la violencia política derivada de las relaciones y ejercicio del poder en las sociedades humanas. Pero también como historia social, al centrarse en individuos y grupos sociales, que para el caso son las víctimas individual y colectivamente consideradas, manifestadas a través de los intersticios o poros que deja el relacionamiento entre memorias individuales y memoria colectiva. Asimismo, la retroalimentación conceptual y metodológica es evidente con la historia cultural -entendida desde el enfoque de las mentalidades-, ya que la Historia del tiempo presente centra su mirada en las representaciones mentales sobre hechos de violencia (la memoria y representaciones del acontecimiento violento), a fin de comprender la experiencia subjetiva de una sociedad a lo largo del tiempo. Es decir, la Historia del tiempo presente enfatiza en las representaciones y explicaciones individuales y colectivas en torno de aquellos hechos de violencia que marcan un período de ruptura en la vida social, cultural y política de determinadas comunidades y/o sociedades, por lo que "historizar la memoria del acontecimiento es reconstruir el proceso actuante en las representaciones mentales que los individuos se hacen de él"43. Por lo tanto, la pretensión de la Historia del tiempo presente no es la de reconstruir el acontecimiento social y político en sí, sino la forma como el/la testigo lo vivió y lo concibe, entiende y explica con el transcurrir del tiempo. O si se quiere: mostrar cómo el testigo/ víctima "organiza la realidad en su mente y cómo la expresa en su conducta", para explicarlo con palabras de Robert Darnton44. Por último, algunas veces la Historia del tiempo presente debe articularse también con la microhistoria, sobre todo en lo que atañe al abordaje de metodologías que contribuyan a la reconstrucción de casos, la reducción de la escala de observación y la asunción de ciertas aspiraciones narrativas. En este sentido, la Historia del tiempo presente se proyecta como una corriente hitoriográfica comprometida con la recuperación del acontecimiento y la narrativa histórica, tras su proscripción de la investigación hitoriográfica por el estructuralismo braudeliano, como lo recuerda Burke45.

5. Historia del tiempo presente y memoria histórica en Europa, América Latina y Colombia

Queda clara, entonces, la relación entre el origen de la Historia del tiempo presente y los estudios sobre la memoria, y más aún sobre la memoria histórica (o memoria con significación histórica). Si bien es cierto que después de la Gran Depresión renace dentro de la historiografía el interés por el presente, no es menos cierto que es con la II Guerra Mundial -por sus horrores y dolores-, cuando comienzan a publicarse estudios con este enfoque, particularmente en Francia, gracias a los trabajos pioneros de Rémond y Lacouture en la década del 60, y en la década de los 70 con historiadores como Le Goff, Nora y Bédarida, este último fundador y primer director del Institut d’Histoire du Temps Présent, IHTP. En tal sentido, la Historia del tiempo presente se proyecta inicialmente como memoria de la guerra y significa el renacer de la historia política, tan desprestigiada en Occidente luego de los nuevos enfoques historiográficos propuestos por Annales, en especial la Historia Total y la Historia Social y Económica. A su turno, en Alemania, Polonia y España empezó a replicarse en los años 80 esta tendencia de historiar el pasado reciente que no termina, aunque para el caso español en un contexto y alcances diferentes al de la II Guerra Mundial, esto es, el de la Guerra Civil y la dictadura franquista46. Habría que señalar además que antes de que surgiera y se desarrollara esta nueva línea de trabajo historiográfico, la memoria había logrado despertarse y liberarse, con toda su carga emocional, catártica y política, desde las experiencias y voces de las víctimas del nazismo, proyectándose como una especie de dimensión social del recuerdo de los horrores y dolores de la guerra. Entre estas manifestaciones vale mencionar como obras inaugurales La habitación de atrás, también conocida como El Diario de Ana Frank (1947), escrita entre 1942 y 1944 por la adolescente del mismo nombre, y Si esto es un hombre (1947), de Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, escrita entre 1945 y 1947. También es necesario destacar la creación en los países continentales de Europa, a inicios de la segunda postguerra mundial, de las llamadas Comisiones Históricas Judías, con el objetivo de contribuir a documentar casos en contra de los criminales nazis, integradas por historiadores judíos que habían sobrevivido al Holocausto. Además, se conformaron organismos especializados de carácter oficial, como ocurrió en Francia con el Comité d’histoire de l’occupation et de la libération, CHOLF, que luego se transformó en el Comité d’histoire de la Deuxieme Guerre Mondiale de Francia, CH2GM, que a su vez derivaría en el ya mencionado Institut d’Histoire du Temps Présent, IHTP.

Ahora bien, en América Latina esta corriente se asumiría, ya no como memoria de la guerra, sino de la violencia, la cual comienza a desarrollarse a mediados de la década de los 90, tras las dictaduras y conflictos armados internos que estremecieron a muchos países latinoamericanos, principalmente Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Chile, Perú, Colombia, El Salvador y Guatemala47. Sin embargo, es preciso resaltar en Latinoamérica los propósitos reivindicatorios de la verdad histórica a través de la memoria de las víctimas. Esto dio origen a las denominadas comisiones de la verdad, que aunque dotadas ciertamente de finalidades políticas, no por ello han estado al margen de claras pretensiones heurísticas que les exigía y revestía de un mínimo rigor metodológico y científico. Tras esta fase inicial de las comisiones de la verdad, surge un fuerte movimiento académico latinoamericano en pos de la memoria histórica, de manera especial en los países del Cono Sur, que enmarca su trabajo dentro de los postulados conceptuales y metodológicos de la Historia del tiempo presente. Algunas publicaciones que muestran los orígenes y evolución de estos trabajos en nuestro continente son Enseñanza de la Historia y memoria colectiva (2006)48, Historizar el pasado vivo en América Latina (2007) y El tiempo presente como campo historiográfico: ensayos teóricos y estudios de casos (2010), los dos últimos ya referenciados en este texto, que no sólo dan cuenta de aspectos teóricos y metodológicos, sino que además muestran un esfuerzo por hacer un importante balance historiográfico acerca de la Historia del Tiempo Presente en nuestro continente.

En lo que a Colombia se refiere, el país ha hecho avances significativos en torno a un campo específico de indagación en ciencias sociales, denominado de manera sui generis con el nombre de violentología49, el cual hunde sus raíces en el emblemático estudio de Guzmán, Fals y Umaña (1962), que se proyecta hasta nuestros días a través de innumerables títulos. Este trabajo fundacional tiene la virtud de que no sólo aborda el período de La Violencia desde el punto de vista de la causalidad, sino que se adelanta exhaustivamente la investigación a partir del testimonio (memoria con sentido histórico), tanto de víctimas, como de victimarios50. Ya en función de la violencia política contemporánea, la principal preocupación académica de los violentólogos giró en torno de los orígenes y evolución del conflicto armado interno, poniendo el acento en los factores estructurales o raíces del conflicto armado interno y en la naturaleza y característica propia de sus diferentes actores, aunque también han dedicado parte de sus investigaciones a los esfuerzos por la paz en Colombia51. Dentro de estas líneas de investigación van apareciendo los dramas y tragedias de la guerra, especialmente por las condiciones marginales de nuestro conflicto armado interno, que por sus características de conflicto rural ha afectado de manera mucho más fuerte a la población campesina colombiana. Vale la pena destacar los trabajos del sociólogo Alfredo Molano, en un ejercicio en el que hace recuperación de memoria histórica desde el punto de vista de las historias de vida de gentes pertenecientes a comunidades marginales y victimizadas52. Otro aspecto sensibilizador que mueve a los investigadores sociales colombianos hacia las víctimas son los fenómenos del desplazamiento involuntario, la desaparición forzada y el reclutamiento de menores. En esta línea es preciso destacar los trabajos pioneros de ciertos centros de investigación, tanto de la sociedad civil como de universidades, como el Centro de Investigación y Educación Popular, CINEP; el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) y el Centro de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Humanas, de la Universidad Nacional de Bogotá, y el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia, entre otros.

6. Memoria Histórica y Estudios Subalternos: aportes al punto de vista de las víctimas

Es indudable que en los contextos latinoamericano y colombiano, la memoria histórica adquiere sentido tanto académico como político, desde una perspectiva de memoria de la resistencia, pues "el término "memoria" apareció a la zaga de la verdad para afirmar la resistencia de los recuerdos a las tentativas oficiales de negar lo sucedido y borrar el pasado"53-tal como sucedió en Argentina, Chile y Brasil-, asociándose la memoria con la cultura política de aquellos países latinoamericanos que sufrieron represión y violencia de carácter político. Ahora bien, la actitud de las élites latinoamericanas de negar el pasado para silenciar, señalar e invisibilizar a las víctimas, plantea la necesidad de entender este fenómeno como conflicto político en el que se confrontan dos sectores sociales: uno con poder y capacidad para hacer sentir su voz justificante y dominante, esto es, las élites; y el otro subalterno, estigmatizado y silenciado, es decir, las víctimas. Esta polarización en las sociedades que han padecido o padecen violencia sistemática y prolongada, con sus miradas y discursos contrapuestos emanados de sectores sociales diferenciados por su pertenencia o no a las esferas del poder, lleva a concluir que los trabajos en torno a la memoria histórica en los países latinoamericanos, entre ellos Colombia, requieren enfocarse también desde los postulados conceptuales y metodológicos de los estudios subalternos. Estos aportan a la Historia del tiempo presente lo que Gonzalo Sánchez ha llamado el punto de vista de las víctimas. Sánchez ha precisado que

Hoy -y por lo menos desde el Holocausto y la Segunda Guerra
Mundial- se ha desplazado el eje de las preocupaciones.
Al menos en el plano normativo, puede constatarse una
mayor inclinación por las consideraciones, reconocimiento y
protección a las víctimas, que por la consideración a los actores
de la guerra, por más políticos que sean los objetivos que
estos invoquen. Hoy se piensa más -o por lo menos más que
antes- en los derechos y en las reparaciones a las poblaciones
afectadas. En las narrativas del conflicto contemporáneo
resulta ya ineludible dar cuenta de lo que se ocultaba, a
saber, el punto de vista, la memoria de las víctimas.54

Esta mirada supera con creces el enfoque de la historia desde abajo, pues, de lo que se trata, en últimas, es de darle voz a quien históricamente ha estado amordazado -el subalterno-, como lo pidiera en un conocido y celebrado ensayo Gayatri Spivak, en relación con grupos sociales largamente oprimidos y silenciados55. De allí que no se trate sólo de omitir la versión de las élites para reconstruir la historia con el testimonio de la gente del común, corriente u ordinaria -como lo plantea la historia desde abajo-, sino desde el punto de vista de quien en una relación asimétrica de poder se encuentra en posición de desventaja o subalternidad, es decir, las víctimas respecto de sus victimarios y las redes a las cuales estuvieron articulados. En Colombia el punto de vista de las víctimas toma gran impulso tras la aprobación de la ley 975 de 2005, más conocida como Ley de Justicia y Paz, que introduce al país la llamada justicia transicional y -entre otras determinaciones- crea la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), a la que le adscribe en el artículo 51 la escueta función de presentar un informe público sobre las razones para el surgimiento y evolución de los grupos armados ilegales. Sin embargo, al momento de definir los alcances de este mandato, la CNRR lo concibió y proyectó con un claro enfoque pro víctimas y de memoria histórica, por lo que creó a su interior un Área de Memoria Histórica conformada por un grupo de expertos investigadores, en su mayoría hijos de la violentología, que desde un principio se autodenominó y proclamó, a secas, Grupo de Memoria Histórica (GMH), a efectos de

[…] elaborar y divulgar una narrativa sobre el conflicto
armado en Colombia que identifique "las razones para el
surgimiento y la evolución de los grupos armados ilegales"
(Ley 975 de 2005), así como las distintas verdades y
memorias de la violencia, con un enfoque diferenciado y una
opción preferencial por las voces de las víctimas que han
sido suprimidas o silenciadas. Además, el grupo formula
propuestas de política pública que propicien el ejercicio
efectivo de los derechos a la verdad, la justicia, la reparación
y las garantías de no repetición.56

Más tarde, con la aprobación de la ley 1448 de 2011, o Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, el GMH se transformó en el Centro de Memoria Histórica, creado en el artículo 146 de dicha ley, bajo la figura jurídica de un establecimiento público del orden nacional, con autonomía administrativa y presupuestal, para trabajar con un norte conceptual y metodológico claramente definido en sus funciones legales, aspirando

Por medio de la investigación de temas transversales
y casos emblemáticos de la violencia en Colombia […]
a construir un relato influyente, no solo en cuanto al
producto -los informes- sino también en relación al
proceso mismo de construcción [...] La metodología implica
ejercicios participativos y dialogantes con habitantes de
las regiones donde sucedieron los hechos, la realización de
talleres, conversatorios, entrevistas, exposiciones, trabajos
fotográficos y audiovisuales, y la compilación de formas de
expresión creadas por las propias comunidades. Por medio
de este ejercicio de construcción colectiva, Memoria Histórica
pretende otorgar un lugar privilegiado a las voces regionales
y locales, especialmente a las voces de las víctimas.57

Así, desde el año 2008 hasta el presente, y en sus dos facetas institucionales, Memoria Histórica ha elaborado y publicado 19 informes de memoria histórica; 3 cartillas de tipo conceptual y metodológico (compendiadas con el apropiado nombre de caja de herramientas); un libro de memorias personales; un documento conceptual y metodológico sobre memoria histórica y violencia de género y otro sobre los desafíos de la reintegración en materia de género, edad y etnia; un documento conceptual y metodológico sobre tierras y territorios y otro sobre la memoria institucional en materia de reforma agraria; una encuesta nacional sobre percepciones ciudadanas en torno al proceso de Justicia y Paz58. Por si fuera poco, el Centro de Memoria Histórica viene haciendo un gran esfuerzo de identificación y sistematización de iniciativas sociales, regionales y locales de memoria histórica. Ya en su momento, bajo el auspicio de la CNRR, el entonces Grupo de Memoria Histórica publicó un libro que presenta 13 iniciativas de memoria histórica desde la perspectiva de género (cinco casos), la diversidad étnica (dos casos), la lucha contra la impunidad (tres casos) y la resistencia al olvido de los desaparecidos (dos casos)59. Igualmente, en la página web del Centro de Memoria Histórica se ha abierto un link en el que se recogen y cuelgan iniciativas de memoria, con un total de 26 experiencias de todo el país hasta la presente, específicamente de los departamentos de Amazonas, Antioquia, Bolívar, Cesar, Chocó, Cundinamarca, Sucre y Tolima60. Ahora, si bien es cierto que el Grupo de Memoria Histórica -hoy Centro de Memoria Histórica- ha proclamado y demostrado su compromiso ético con las víctimas, alto valor civil e independencia académica, y que su labor ha sido ponderada positivamente por la comunidad internacional y amplios sectores de la sociedad colombiana (academia, organizaciones sociales y de derechos humanos, iglesias, partidos y movimientos políticos e incluso agentes estatales), no es menos cierto que su postura responde a un discurso construido desde el interior del Estado. Como bien lo analizan Herrera y Cristancho, "Aunque MH cuestione y se distancie de versiones de historias oficiales, la narrativa que ha ido construyendo se constituye en un tipo de historia oficial sobre la violencia política reciente, en tanto cumple un mandato estatal que lo habilita como un actor que habla a nombre del Estado"61. La suya, por lo tanto, es una historia oficial ligada a las políticas del Estado colombiano en torno a la memoria, que si bien propende por el derecho a la verdad -tanto de las víctimas directas, como de la sociedad en su conjunto-, centra

"[…] su interés en la reconciliación nacional con ese
pasado de violencia política […] Desde este ángulo, los
planteamientos de MH son producciones de sentido que
instituyen representaciones e imaginarios sobre el orden
social establecido y su horizonte ético-político, desde la
legitimidad que le confiere hablar a nombre del Estado"62.

Sin embargo, este doble cariz -seriedad y compromiso intelectual y ser y hacer parte de la versión oficial-, ha sido recibido con preocupación y reacciones negativas por parte de ciertos sectores estatales, especialmente del Ministerio de Defensa y de la fuerza pública, lo que a la postre se traduce en punto a favor del trabajo de Memoria Histórica63. Por último, desde la academia se ha venido trabajando también en la temática de la memoria histórica, aunque el acento continúa en el conflicto armado interno y/o en los procesos de paz, y en menor medida en la memoria de las víctimas. También hay que destacar que dentro del reducido, pero interesante trabajo académico por hacer investigación sobre memoria histórica, se han incorporado trabajos en torno a la memoria sobre los esfuerzos por la paz, que le agregan un componente adicional a los estudios sobre memoria64.

7. Conclusiones

Tras décadas de violencias y victimizaciones, acompañadas de incesantes esfuerzos por la paz, la sociedad colombiana ha empezado a tomar conciencia sobre la necesidad de adelantar acciones que permitan darle cumplimiento al deber de memoria, como uno de los requisitos centrales para avanzar de forma segura hacia una paz estable y duradera, favorecer condiciones inherentes a la vigencia de los derechos humanos, viabilizar un sistema político justo y democrático, y facilitar el largo, complejo e ineludible proceso de reconciliación nacional, que tarde o temprano (ojalá más temprano que tarde) emprenderá el país. El deber de memoria está ligado a la necesidad de verdad que víctimas en particular y sociedad en general vienen reclamando, lo que sitúa a la memoria en el núcleo duro de las tensiones políticas nacionales y territoriales. No obstante, el mosaico de la memoria ha estado en juego con una tradicional sobrecarga de la versión de los grupos dominantes (élite política y económica y actores armados ilegales de izquierda y de derecha), con el consecuencial silenciamiento de los discursos y narrativas de sectores subalternos -excluidos históricos-, como mujeres, campesinos, obreros, minorías étnicas e izquierda democrática, entre otros, principales focos de victimización en Colombia.

Esta compleja realidad, levantada sobre prolongadas y asimétricas relaciones de poder, no puede ser desconocida por los investigadores sociales e intelectuales -menos aún por los historiadores-, que por definición están llamados a contribuir con la verdad histórica y, sobre todo, a indagar por las huellas de un pasado atroz en la memoria individual y colectiva de quienes han experimentado la violencia, según se reseñó en relación con escenarios europeos y latinoamericanos. Experiencias académicas individuales y colectivas, de política pública -como la del Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, hoy Centro Nacional de Memoria Histórica-, e innumerables iniciativas de la sociedad civil, han dado pasos significativos por introducir y desarrollar rigurosas metodologías y serios ejercicios de memoria histórica, con los cuales se han suscitado amplios debates nacionales, regionales y locales en torno al deber de memoria, los usos políticos de la memoria y los alcances de un proceso de construcción de paz necesariamente ligado a los esfuerzos por esclarecer la verdad histórica. Se trata, en consecuencia, de una importante apuesta de la sociedad colombiana por la memoria histórica, que espera y necesita los provocadores aportes de la historiografía nacional y regional, desde enfoques que respondan, tanto a los postulados teóricos y metodológicos de la Historia del tiempo presente (racionalidad discursiva del acontecimiento violento), como a las narrativas e interpretaciones que emerjan y ausculten el punto de vista de las víctimas (subjetividad y huellas de la experiencia).


Pie de página

2 José Saramago, Las pequeñas memorias (Bogotá: Alfaguara, 2007), 16.

3 José Saramago, Las pequeñas,...17.

4 José Saramago, Las pequeñas,…75.

5 Gabriel García Márquez, Vivir para contarla (Bogotá: Norma, 2002), 7.

6 Paul Ricœur, Historia y Memoria. La escritura de la historia y la representación del pasado. Disponible en internet: http://etica.uahurtado.cl/historizarelpasadovivo/es_contenido.php(15 de enero 2014).

7 Gonzalo Sánchez, Guerras, memoria e historia (Medellín: La Carreta-IEPRI, 2006), 14.

8 Paul Ricœur, Historia y Memoria…,6.

9 Luisa Corradini, "No hay que confundir memoria con historia, dijo Pierre Nora", La Nación [en línea]. Buenos Aires, miércoles 15 de marzo de 2006, Sección Cultura.Disponible en Internet: http://www.lanacion.com.ar/788817-no-hay-que-confundir-memoria-con-historia-dijo-pierre-nora.

10 Luisa Corradini, "No hay que confundir memoria…

11 Luisa Corradini, "No hay que confundir memoria…

12 Luisa Corradini, "No hay que confundir memoria…

13 Luisa Corradini, "No hay que confundir memoria …

14 Paul Ricœur, Historia y Memoria…,7.

15 Paul Ricœur, Historia y Memoria…,10.

16 Paul Ricœur, Historia y Memoria…,10

17 Paul Ricœur, Historia y Memoria…,12.

18 Gonzalo Sánchez, Guerras, memoria…,22.

19 Entre la historiografía existente sobre las guerras civiles del siglo XIX puede consultarse: Fernán González, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estado Nación en Colombia, 1830-1900 (Medellín: La Carreta, 2006); Álvaro Tirado Mejía, El Estado y la política en el siglo XIX (Bogotá: El Áncora Editores, 2001).

20 Gonzalo Sánchez, Guerras, memoria…,24.

21 Para un balance historiográico completo sobre la violencia antes de la década de los 60 el siglo XX ver: Carlos Miguel Ortiz Sarmiento, "Historiografía de la Violencia", en Historia al final del milenio: ensayos de historiografía colombiana y latinoamericana (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1994); 383, Vol. 1.

22 Sobre el particular puede verse: Germán Guzmán Campo, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, La violencia en Colombia. Estudio de un proceso social (Bogotá: Printer Colombiana-Círculo de Lectores, 1988); Gonzalo Sánchez Gómez y Ricardo Peñaranda, Pasado y presente de la violencia en Colombia, Comp. (Medellín: La Carreta Editores, 2007); Paul Oquist, Violencia, conflicto y política en Colombia(Bogotá: Instituto de Estudios Colombianos-Biblioteca Banco Popular, 1978); y Gonzalo Sánchez Gómez y Donny Meertens, Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la Violencia en Colombia (Bogotá: El Áncora Editores, 2006).

23 No obstante lo anterior, vale la pena resaltar la advertencia que hace Eduardo Pizarro, en el sentido que, si bien 1964 es tomado como el año fundacional de las FARC, no es menos cierto que se trata de un fenómeno de raíces anteriores -incluso a la Revolución Cubana- de clara extracción comunista, y no de la cooptación de antiguos guerrilleros liberales por el Partido Comunista tras la Operación Marquetalia: "La guerrilla colombiana tiene dos particularidades con respecto a las guerrillas del resto de América Latina: por una parte, la emergencia temprana de este actor político con amplia antelación a la revolución cubana. Y, por otra parte, su carácter crónico. Basta decir, para subrayar uno y otro aspecto, que Manuel Marulanda Vélez ingresó a las guerrillas comunistas en el año de 1952 -siete años antes de la entrada triunfal del Movimiento 26 de Julio a La Habana-, y al Comité Central del Partido Comunista de Colombia (PCC) en el año de 1962. Dos años antes del cerco militar a Marquetalia y al nacimiento de las futuras FARC". Eduardo Pizarro, Las Farc (1949-2011). De guerrilla campesina a máquina de guerra (Bogotá: Editorial Norma, 2011), 17.

24 Eduardo Pizarro, Las Farc…,179.

25 Eduardo Pizarro, Las Farc…,97.

26 Eduardo Pizarro, Las Farc…,185.

27 Sobre las fundaciones de los grupos insurgentes en Colombia ver: Olga Behar, Las guerras de la paz (Bogotá: Planeta, 1986), 43 y ss.

28 Sobre los orígenes y desarrollo de las AUC ver: Rafael Pardo Rueda, Fin del paramilitarismo ¿Es posible su desmonte? (Bogotá: Ediciones B Colombia, 2007); y Mauricio Romero, Paramilitares y autodefensas, 1982-2003 (Bogotá: IEPRI, 2003); Gustavo Duncan, Los señores de la guerra. De paramilitares, mafiosos y autodefensas en Colombia (Bogotá: Planeta, 2006).

29 Gonzalo Sánchez, Guerras, memoria…,47.

30 Para mayor información consultar: Ricardo Peñaranda, y Javier Guerrero, (Comp). De las Armas a la Poítica (Bogotá: IEPRI-Tercer Mundo, 1999).

31 Fernán González, Partidos, guerras…,8

32 Fernán González, Partidos, guerras…,8.

33 Eduardo Pizarro, Una democracia asediada. Balance y perspectivas del conflicto en Colombia (Bogotá: Editorial Norma, 2004), 49 y ss.

34 Eduardo Pizarro, Una democracia asediada…,80. (negrillas fuera de texto).

35 Gonzalo Sánchez, Guerras, memoria…,65.

36 La discusión se origina en el paradigma del positivismo rankeano (en alusión al historiador alemán Leopold Von Ranke), que no sólo planteaba mostrar las cosas tal cual como sucedieron, sino tomar distancia temporal del hecho histórico para lograr la objetividad, con apego a una visión estrictamente documentalista que permitiera mantener separadas las categorías sujeto/objeto. Frente a este paradigma surgió una contracorriente de corte antipositivista, inicialmente en cabeza del materialismo histórico y con posterioridad en la escuela de los Annales, pero que de manera más reciente se concreta en lo que Peter Burke ha llamado nuevas "formas de hacer historia". Un análisis amplio de este debate puede verse en: Carlos Pescader. "Cuando el pasado reciente se hace historia. Notas sobre teoría de la historia", Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Año 8, No. 9, 115-128. Disponible en Internet: www.riehr.com.ar/archivos/investigacion/revista%Publifadecs-Cuando%20el%20pasado%20reciente%20se%20hace%20historia.

37 Anne Pérotin-Dumon, Historizar el pasado vivo en América Latina. Disponible en Internet: http://etica.uahurtado.cl/historizarelpasadovivo/es_contenido.php, 17.

38 Marc Bloch, Introducción a la Historia (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2010), 50.

39 Julio Aróstegui, "Retos de la memoria y trabajos de la historia", Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, No. 3 (2004): 23.

40 Ángel Soto, "Historia del Presente: estado de la cuestión y conceptualización", HAOL, No. 3 (Invierno, 2004): 101-116.

41 Gwyn Prins, "Historia Oral", en: Formas de hacer historia (Madrid: Alianza Editorial, 2003), 145 y ss.

42 Anne Pérotin-Dumon, Historizar el pasado…,32.

43 Anne Pérotin-Dumon, Historizar el pasado…,41.

44 Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1987), 11.

45 Peter Burke, "Historia de los acontecimientos y renacimiento de la narración", en Formas de hacer historia (Madrid: Alianza Editorial, 2003), 325.

46 Sobre la historia de la Historia del Tiempo Presente pueden revisarse los ya citados trabajos de Anne Pérotin-Dumon, y Ángel Soto Gamboa y Juan Andrés Bresciano, Comp. El tiempo presente como campo historiográfico. Ensayos teóricos y estudio de casos (Montevideo: Ediciones Cruz del Sur, 2010).

47 Acerca de las comisiones de la verdad en Latinoamérica puede verse: Ana Cristina Portilla Benavides, Comisiones de la verdad en América Latina: un instrumento necesario pero no suficiente (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2003); y Pablo Kalmanovitz, "Verdad en vez de justicia: acerca de la justificación de las comisiones de la verdad", en Seminario Internacional Justicia Transicional en la Resolución y Secuestros, Memorias (Bogotá: Vicepresidencia de la República-CNRR- Universidad Nacional de Colombia-Fondo de Promoción de la Cultura, 2007).

48 Mario Carretero, Alberto Rosa y María Fernanda González (Comp.) Enseñanza de la historia y memoria colectiva, (Buenos Aires: Editorial Paidós, 2006).

49 El nombre fue usado por primera vez en los Simposios Nacionales sobre la Violencia en Colombia, realizados en Chiquinquirá, en 1982, 1986 y 1990. En la Universidad Nacional se realizó el I Simposio Internacional sobre la Violencia en Colombia, en 1984. Ver Memorias II Simposio Nacional de la Violencia en Colombia (Colección Eventos Científicos, Icfes, 1986) y Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda, Pasado y Presente de la Violencia en Colombia. Su usanza fue común en la prensa colombiana, especialmente a partir de 1986. En 1987 se generalizó el uso de la expresión corriente el "libro de los Violentólogos" al informe "Colombia Violencia y Democracia". El Concepto "violentología" es discutible stricto sensu, la violencia no es una cosa, un sujeto histórico, sino una relación social. Lo que estudiamos es la sociedad en la que hay épocas y situaciones violentas en determinadas circunstancias. Pero lo que se estudia no es la violencia, sino la sociedad. Exposición de Javier Guerrero, Panel "50 años del Libro La Violencia en Colombia" (Neiva, XVI Congreso Colombiano de Historia, USCO, 2012).

50 German Guzmán Campos, Orlando Fals Borda, y Eduardo Umaña Luna, La violencia en Colombia (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1962).

51 Para un acercamiento a la arqueología de la violencia en Colombia desde la Independencia hasta nuestros días, puede verse: Fernán González, "A propósito del bicentenario: Reflexiones sobre la violencia política, la democracia y la paz en Colombia a partir de la historia", en Observatorio para el desarrollo, la convivencia y el fortalecimiento institucional, ODECOFI. Disponible en Internet: www.odecofi.org.co; Daniel Pécaut, "Pasado, presente y futuro de la violencia", en Theorethikos, año III, No. 3 (julio-septiembre), Universidad Francisco Gavidia, San Salvador, El Salvador. Disponible en Internet: http://redalyc.uaemex.mx; y Medófilo Medina, "Bases urbanas de la violencia en Colombia, 1945-1950 1984-1988", Revista Historia Crítica. Disponible en Internet: http://historiacritica.uniandes.edu.co/datos/pdf/descargar.php?f=./data/H_Critica_01/03_H_Critica_01.pdf.

52 Algunos de los libros de Molano son: Los bombardeos del Pato (1980); Los años del tropel (1985); Selva adentro (1987); Siguiendo el corte: relatos de guerra y de tierras (1989); Aguas arriba (1992); Trochas y fusiles (1994); Del llano llano (1995); Apaporis: viaje a la última selva (2002); Crónicas del desarraigo. Desterrados (2005); Dignidad campesina: entre la realidad y la esperanza (2013).

53 Anne Perotin-Dumon, Historizar el pasado…,10.

54 Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), Grupo de Memoria Histórica, La masacre de El Salado. Esa guerra no era nuestra (Bogotá: CNRR-Taurus-Publicaciones Semana, 2009), 15.

55 Gayatri Spivak, "¿Puede hablar el sujeto subalterno?", en Orbis Tertius (1998), III.

56 Centro Nacional de Memoria Histórica, ¿Qué es el Centro Nacional de Memoria Histórica? Disponible en Internet: www.centrodememoriahistórica.gov.co.

57 Centro Nacional de Memoria Histórica, ¿Qué es

58 Los 19 informes son: Trujillo. Una tragedia que no cesa (2008); La masacre de El Salado. Esa guerra no era nuestra (2009); Memorias en tiempos de guerra. Repertorio de Iniciativas (2009); Bojayá. La guerra sin límites (2010); La Rochela. Memorias de un crimen contra la justicia (2010); La masacre de Bahía Portete. Mujeres Wayuu en la mira (2010); La tierra en disputa. Memorias del despojo y resistencias campesinas en la Costa Caribe 1960-2010 (2010); Mujeres y guerra. Víctimas y resistentes en el Caribe colombiano (2011); Mujeres que hacen historias. Tierras, cuerpo y política en el Caribe colombiano (2011); San Carlos. Memorias del éxodo en la guerra (2011); La huella invisible de la guerra. Desplazamiento forzado en la Comuna 13 (2011); El orden desarmado. La resistencia de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC) (2011); Silenciar la democracia. La masacre de Remedios y Segovia 1982 - 1997 (2011); La masacre de El Tigre, Putumayo (2011); El Placer. Mujeres, guerra y coca en el Bajo Putumayo (2012); Nuestra vida ha sido nuestra lucha. Resistencia y memoria en el Cauca indígena (2012); Justicia y Paz: ¿Verdad judicial o verdad histórica? (2012); ¡Basta Ya! Memorias de guerra y dignidad (2013); Una sociedad secuestrada (2013); y Guerrilla y población civil. Trayectoria de las FARC 1949-2013 (2013). Todos disponibles en formato digital en la página web del Centro Nacional de Memoria Histórica.

59 Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), Grupo de Memoria Histórica, Memorias en tiempo de guerra. Repertorio de iniciativas (Bogotá: CNRR, 2009).

60 Centro Nacional de Memoria Histórica, Iniciativas de memoria, memorias desde región. Disponible en Internet: www.centrodememoriahistórica.gov.co/iniciativas-dememoria/memorias-desde-la-region.

61 Martha Cecilia Herrera y José Gabriel Cristancho Altuzarra, "En las canteras de Clío y Mnemosine: apuntes historiográficos sobre el Grupo de Memoria Histórica", Revista Historia Crítica No. 50, Bogotá (Mayo-Agosto 2013): 205.

62 Martha Cecilia Herrera y José Gabriel Cristancho Altuzarra, "En las canteras…,189.

63 El 23 de septiembre de 2013, durante un evento en memoria de militares y policías muertos en cautiverio de las FARC, el Ministro Juan Carlos Pinzón criticó de manera fuerte el libro ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y de dignidad. Según este funcionario, el informe compara "a militares con terroristas", situación que tachó de "inconcebible" e "inconveniente", no obstante que el propio presidente Santos avaló la publicación durante su acto de lanzamiento, el 27 de julio de 2013, tal como lo reseñaron El Tiempo y Caracol Radio. Ver: eltiempo.com: "Mindefensalanzó críticas al libro de Memoria Histórica". Disponible en Internet: http://www.eltiempo.com/justicia/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-13078302.html); y caracol.com.co: "Inconcebible que informe de Memoria Histórica compare a militares con terroristas" (disponible en Internet: http://www.caracol.com.co/noticias/judiciales/inconcebible-que-informe-de-memoria-historica-compare-a-militares-conterroristas/20130923/nota/1977045.aspx).

64 Sobre el particular se puede consultar: Ernesto Rojas Zambrano, "Construyendo memoria: debates y controversias en el proceso de paz de Belisario Betancur (1982-1986) desde la perspectiva de autores y actores". (Trabajo de grado para optar al título de politólogo, Universidad de Los Andes, 2007); Sara María Mejía Botero, "Recuperación de la memoria histórica del movimiento estudiantil colombiano 1987-2007: caso desplazamiento forzado en la Universidad del Atlántico". (Trabajo de grado para optar al título de abogada, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2007); Nicolás Rodríguez Idárraga, "Los vehículos de la memoria. Discursos morales durante la primera fase de la violencia (1946-1953)". (Trabajo de grado para optar al título de magíster en Historia, Universidad de Los Andes, Bogotá, 2008); Andrea Catalina Cagua Martínez, "Memoria y narración de un conflicto: la violencia en "Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón" de Albalucía Ángel". (Trabajo de grado para optar al título de historiadora, Universidad de Los Andes, Bogotá, 2009); Juan Pablo Cardona Camargo, "Memorias sobre le Violencia: El caso de Efraín González". (trabajo de grado para optar al título de historiador, Universidad de Los Andes, Bogotá, 2010); Catalina Cavelier Adarve, "El 9 de abril 60 años después contribuciones al análisis de la memoria y la resignificación del pasado" (Trabajo de grado para optar al título de historiadora, Universidad de Los Andes, Bogotá, 2010); Gloria Inés Restrepo Castañeda, "Memoria e historia de la violencia en los municipios de San Carlos y Apartadó 1980-2005". (Trabajo de grado para optar al título de magíster en Historia, Universidad de Los Andes, Bogotá, 2010). También es importante resaltar el trabajo de compilación de documentos, entrevistas y recuperación de memoria con protagonistas de la historia llevado a cabo por Álvaro Villarraga Sarmiento, que integran los nueve (9) tomos de la Biblioteca de la Paz, Bogotá: Fundación Cultura Democrática (Fucude), 2009, Serie Procesos de Paz en Colombia.


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Citar este artículo:
Eduardo Porras Mendoza, "La odisea de la Historia en tiempos de memoria: entre los cantos de sirenas y el manto de Penélope", Revista Historia y Memoria No. 09 (julio-diciembre, 2014): 21-56.