1. Introducción
A partir de los aportes de las Teorías de la dependencia, la crítica a las ideologías, la filosofía de la liberación y las experiencias pedagógicas impulsadas por estudiantes y docentes en las principales universidades argentinas (Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional de La Plata, Universidad Nacional de Córdoba, Universidad Nacional de Rosario), comienza un proceso de transformación institucional que es acompañado en 1973 por el breve gobierno de Héctor Cámpora como presidente de la Nación y de Jorge Taiana como Ministro de Educación. Este respaldo legislativo de las experiencias alternativas de pedagogía universitaria se prolongó con la continuidad de Taiana en el Ministerio hasta la sanción de la Ley 20654 o ley Orgánica de las Universidades, el 26 de marzo de 1974.
Para la época un grupo de filósofos emprende una crítica a los supuestos epistemológicos y políticos constitutivos de las prácticas pedagógicas e institucionales tradicionales. La estima por la experiencia entendida en términos de mediación histórica pone en cuestión los supuestos positivistas al tiempo que denuncia los vicios de la normalización. En este trabajo, nos interesa profundizar en la praxis teórica y política de Arturo Roig (1922-2012) y Rodolfo Agoglia (1920-1985) quienes se conocen a fines de los años '40 motivados por la inquietud común de renovación de las prácticas filosóficas y comparten el compromiso con la transformación de la Universidad en los '70, el primero como Secretario Académico de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) (1973-1975) y el segundo como Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) (1953-1955 y 1973) y posteriormente como rector interventor (1973-1974) en la misma institución. Ambos pensadores en los '70 no solo participan en las propuestas de renovación pedagógica en el ámbito universitario, sino que también emprenden una serie de investigaciones sobre filosofía latinoamericana. Asimismo, hacia 1977 se reencuentran en el exilio acogidos por la Facultad de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE).
En primer lugar, partimos de los años de gestión universitaria y reflexionamos sobre las reformulaciones filosóficas presentes en los escritos de Agoglia y Roig. Mediante el análisis de cartas, resoluciones, proyectos, homenajes y textos filosóficos, atendemos al posicionamiento político asumido por ambos pensadores frente a la conflictividad entre dos concepciones de universidad: la configurada en el Plan Taquini, impulsado por los gobiernos dictatoriales a partir de 1966 y la que surge de los proyectos críticos de la dependencia e impulsores del compromiso con la realidad nacional. En segundo lugar, profundizamos en la participación política en exilio con el objeto de contribuir a los estudios sobre la historia de los intelectuales argentinos perseguidos por su comprometida labor en la universidad. Consideramos que hacer foco en la categoría de exilio contribuye a la reconstrucción de los proyectos sistemáticamente desarticulados en nuestras universidades durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983), al tiempo que nos permite situar la experiencia de los filósofos Arturo Roig y Rodolfo Agoglia en el contexto latinoamericano de transformaciones pedagógicas de los '60 y '70.
Horacio Cerutti Guldberg señala que la experiencia del exilio está atravesada por la conflictividad entre la certeza del aspecto irreversible del destierro y el reconocimiento de su politicidad1. En referencia al exilio latinoamericano de los '70, señala entre los factores incidentes de dicho acontecimiento, la intención de haber pretendido hacer uso del poder político o «negarse a la expropiación por unos pocos del poder que constituimos entre todos»2. Asimismo, advierte que el sujeto expulsado no se resigna a ser completamente despojado sino que la potencia política permanece en la experiencia exiliar como un «tiempo de gerundios» donde «(...) no se resigna nunca la búsqueda oblicua de re-acceder al poder, entendido en su forma suprema de poder-hacer con los ojos puestos en el horizonte del bien común»3.
El exilio tiene para Cerutti el valor de «corte» y «ruptura» al tiempo que propone «convertir mediante un gran esfuerzo el exilio en creativo»4. Si bien, advierte cómo esta experiencia atraviesa en cierta medida nuestra existencia, evita caer en una metafísica del destierro conducente a la naturalización u homogeneización de las múltiples situaciones en que ha cristalizado y cristaliza hoy, la expulsión de individuos contrarios a un régimen político determinado.
En este sentido, también el padecimiento del exiliado trastoca la experiencia individual y colectiva de la temporalidad. El pasado «sigue doliendo» en el presente y produce una ruptura tanto al interior de la comunidad como en el sentido de pertenencia de quien ha sido desterrado. Esta experiencia se manifiesta en el modo en que la memoria interpela la ausencia en la historiografía oficial e irrumpe contra la pretensión de linealidad de las historiografías nacionales. Sumado a esto, el filósofo mendocino que vivió parte del exilio en el Ecuador afirma que la representación del sujeto despojado de su ciudadanía pone en jaque no solo la experiencia de sucesión temporal sino también las limitaciones de las fronteras nacionales en las que prima «la ética de la comunidad primitiva (Urge meinde), la cual se resume en amor y solidaridad hacia adentro y odio cerril hacia afuera»5. Su crítica al nacionalismo totalitario dilucida los supuestos ideológicos que siguen operando en la historia y la política de nuestros, todavía modernos, Estados-Nación, al tiempo que propone una serie de herramientas categoriales propicias para el estudio de la experiencia exiliar de los filósofos argentinos en los '70.
Mediante los aportes de la Historia de las ideas latinoamericanas y la filosofía práctica, abordamos el estudio de las relaciones que se tejen entre universidad y exilio en el contexto de transformaciones pedagógicas latinoamericanas. Y a partir de la caracterización del exilio que ofrece Cerutti, nos proponemos resignificar la experiencia de Agoglia y Roig como intelectuales comprometidos con la realidad histórica antes y durante el exilio, a fin de acercarnos a la comprensión de sus propuestas pedagógicas y filosóficas, como reformulaciones de la conflictividad social.
2. Proyectos de universidad en una relación desigual de poder
Un hecho coyuntural de la historia argentina está constituido por los más diversos y disímiles movimientos migratorios. Las diversas formas de nombrar y significar el exilio han derivado en una polisemia que se hace cada vez más extensible, si atendemos a las múltiples caras de lo que Silvina Jensen (2011) ha caracterizado como un «objeto poliédrico». No obstante, un caso particular lo constituyen los exilios de intelectuales en relación con la política nacional y la universidad. Ya a mediados del siglo XX, algunos integrantes del grupo Sur experimentaron el exilio exterior e interior durante la presidencia de Perón, al tiempo que estrecharon vínculos con los exiliados españoles6. Asimismo no tardaron en fusionar la imagen del «intelectual perseguido» al acontecimiento del exilio republicano, hecho que interpretaron como una fractura de la sociedad que «alineó a los partidos políticos argentinos detrás de los bandos nacional y republicano»7. Pues algunos desterrados españoles víctimas de la dictadura de Francisco Franco en consonancia con este sector de la intelectualidad argentina vieron en la figura de Perón la amenaza del «totalitarismo»8.
En 1955 tanto integrantes de la revista literaria Sur9 como docentes contrarios al peronismo ocuparon puestos políticos en ámbitos culturales y cargos de relevancia en la Universidad10. Por el contrario, los intelectuales simpatizantes del gobierno peronista, entre estos, Carlos Astrada, Luis Juan Guerrero, Miguel Ángel Virasoro y Rodolfo Agoglia, fueron expulsados de los claustros universitarios y algunos de ellos emprendieron el camino del exilio. En esta ocasión, si bien, la proscripción del peronismo implicó tanto la expulsión del líder como el intento de «extirpación» de la dimensión simbólica que había adquirido su gobierno, el exilio fue resignificado por los militantes como táctica de reagrupación con el objeto de preparar el retorno11.
Se configura un nuevo sentido del destierro como táctica política que repercute en la persecución de intelectuales universitarios avanzada la década de los '60. A diferencia de la primera mitad del siglo XX, la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966-1970), inicia un periodo en el que con el transcurrir de los años la intervención en las universidades se torna cada vez más violenta. Mediante la difusión de una comprensión negativa de la Universidad como «foco de disolución ideológica, una trinchera de la guerra fría, un frente interno donde se oculta el enemigo», la autodenominada «Revolución Argentina» propaga una interpretación reaccionaria de las demandas estudiantiles que reclaman mayor autonomía y participación en los ámbitos de decisión12. Esta concepción es sostenida en la práctica primero por la persecución militar de estudiantes, docentes, investigadores y no docentes y posteriormente mediante la implementación de operaciones clandestinas tales como el exilio y la desaparición.
Martín Plot señala que, incluso, unos años antes de la última dictadura militar de 1976, «(...) el perseguido político, (...) no era un adversario político (...) era un enemigo en una guerra global, no meramente local, y debía desaparecer, ser incapaz de aparecer, o reaparecer, en otro tiempo o lugar (...)»13. Ante la figura emergente en el ámbito universitario del intelectual comprometido, los organismos militares propagan, junto con la Iglesia Católica y los medios de comunicación, la concepción de enemigo interno, y despliegan una lógica de represión estatal y paraestatal que trasciende las fronteras nacionales. Por lo cual, el exiliado se convierte en una amenaza para las dictaduras militares del Cono Sur, en tanto que, al conservar la vida se conserva también la capacidad política de denuncia y reagrupamiento en el exterior.
En consonancia con las operaciones clandestinas y de difusión ideológica, se impulsa el plan Taquini ante la creciente politización en el ámbito universitario. Acorde a las metas expresadas en el «Plan Nacional de Desarrollo y Seguridad 1971-1975», que introduce la necesidad de creación de nuevas universidades y el redimensionamiento de las ya creadas (UBA, UNLP, UNC y UNR) mediante la restricción de la matrícula; la propuesta de Taquini propone desconcentrar la población universitaria a fin de adecuarla al proyecto estadounidense de reorganización de las instituciones académicas latinoamericanas14.
Arturo Roig señala que el proyecto de Taquini propone evitar «la emigración interna del estudiantado del interior hacia el Centro y Litoral del país», ya que esto supone el peligro de la «ideologización, fuera del control de la familia y del ambiente nativo»15. Por lo que, acorde a la política legislativa de las dictaduras militares, la mencionada propuesta se postula como la cara institucional de un periodo en el que por diferentes frentes los sectores conservadores buscan desarticular a los movimientos universitarios, denuncialistas de las relaciones pedagógicas y políticas tradicionales practicadas hasta el momento.
Sin embargo, críticos de las intenciones ideológicas de los gobiernos dictatoriales, un conjunto de intelectuales argentinos configura una serie de reformulaciones teóricas y prácticas a partir de las experiencias pedagógicas latinoamericanas de los años setenta. Rodolfo Agoglia, Roberto Carretero y Mauricio López como Rectores Interventores, y Arturo Roig como Secretario Académico de la Universidad Nacional de Cuyo, entre otros, desde los aportes de la Filosofía y la Teología de la Liberación, el principio de la extensión universitaria como compromiso social y las ideas de Paulo Freire y Darcy Ribeiro, asumen el compromiso de acompañar el proceso de transformación de las universidades nacionales.
Ante el análisis político y pedagógico de Taquini, que centra la discusión en una visión negativa del aumento de la matrícula universitaria, Roig rescata, en 1973, las experiencias de transformación de las relaciones pedagógicas surgidas en el seno de las denominadas universidades «sobredimensionadas»:
En líneas generales todos los ensayos que han surgido en las universidades de los grandes centros urbanos (Córdoba, Buenos Aires, La Plata, Rosario) constituyen intentos de pedagogía social, que si bien es cierto no son nuevos en la Argentina y han sido anticipados por movimientos como por ejemplo de la llamada "Escuela Nueva", "Escuela de trabajo", etc., no había sido proyectada a la universidad con la fuerza con la que se lo hizo entre los años anteriores a 197316.
De esta forma, manifiesta que la concepción de universidad configurada en el Plan Taquini no introduce ninguna novedad a la «clásica estructura universitaria argentina, que gira, toda ella, principalmente sobre la 'organización de la cátedra'»17. Denuncia en la iniciativa de restricción de la matrícula18, la intención de formar una conciencia estudiantil con marcado carácter pasivo y conservador a partir de la acentuación de las tradicionales relaciones pedagógicas entre docente-alumno y de la reproducción del «viejo sistema patronal» de cátedras cuya «organización verticalista y estamentaria» está presente en el «sistema de departamentos»19.
En su escrito, Roig pone en valor las experiencias pedagógicas innovadoras, tales como el Taller total, la dinámica de grupos, la introducción de las cátedras nacionales y del sistema de áreas, surgidas de los movimientos estudiantiles y docentes que posibilitan una transformación tanto de las tradicionales relaciones educativas entre los sujetos involucrados y la sociedad, como de la relación de los sujetos con el conocimiento y la cultura.
Más el espíritu de transformación institucional que procura abrir los claustros a la realidad histórica y social entre los años 1966 y 1973 es comprendido como una amenaza por los gobiernos militares. Durante la dictadura de Agustín Lanusse (1971-1973), la Universidad Nacional de Cuyo, que tenía sedes en Mendoza, San Luis y San Juan, es dividida en tres universidades aunque la inmediata movilización de la comunidad educativa en la provincia puntana hizo posible la elección de Mauricio López como rector20. Desde este lugar, López gestionó a partir de 1973 puestos de trabajo a intelectuales chilenos exiliados por la dictadura militar de Augusto Pinochet e introdujo una serie de transformaciones pedagógicas en la recién creada universidad. Al respecto, Alejandro Paredes afirma que:
Aplicando su experiencia en universidades de otros países, dio énfasis especial a la creación de áreas de integración curricular, de compromiso de la universidad con el contexto social, de participación estudiantil en las decisiones de esa casa de altos estudios y defendió ferviente la libertad de cátedra, aún de los profesores que pensaban opuesto a él. Fue una tarea difícil ya que los sectores conservadores de la ciudad de San Luis buscaron constantemente que Mauricio López fuera apartado del rectorado21.
En estos años, ingresa a la Universidad una concepción del intelectual comprometido en consonancia con los movimientos revolucionarios gestados en América Latina después de la Revolución Cubana. Una vez finalizada la dictadura de Lanusse, las experiencias surgidas en este espacio de creciente politización adquieren respaldo institucional con el gobierno democrático de Héctor Cámpora. Elisabeth Roig recuerda en un homenaje a su padre, el filósofo mendocino Arturo Roig:
[...] llegó el 73, el retorno de la democracia luego de tantos años de dictadura, y un peronismo que prometía cambios, de la mano de Cámpora. Entonces, decidió colaborar y aceptó el cargo de Secretario Académico de la UNCuyo que le ofreciera el estimado Ing. Roberto Carretero, rector en ese periodo. (...) Aceptó el cargo y desde allí desarrolló un arduo programa de trabajo, se cuestionaron las estructuras medievales de las cátedras, se abrieron las puertas a la participación estudiantil, la universidad se llenó de vida, y de jóvenes que queríamos cambiar la historia del país. Fueron aires de profunda renovación universitaria, breve tiempo de sueños y de entusiasmo, que precedió a la más terrible represión y en nuestro caso familiar al exilio22.
En este momento, adquiere impulso institucional el proceso de transformación de las relaciones pedagógicas y políticas en la Universidad que condujo a la elaboración colectiva del proyecto base de la Ley Orgánica de Universidades Nacionales 20.654. Por primera vez, estudiantes, graduados y trabajadores docentes y no docentes de diferentes universidades nacionales participan en una propuesta orientada a dar respaldo político a las experiencias de reforma del sistema educativo universitario que se venían desarrollando autogestivamente desde 1966. Dicha propuesta, comprende la educación superior como instrumento de movilidad social y la Universidad como una institución participante del proceso revolucionario a través de la investigación científica y tecnológica, orientada a lograr la soberanía nacional y la justicia social23. Asimismo, se ratifica la gratuidad universitaria, las becas y el derecho de ingreso a aquellos estudiantes que no hubiesen completado la educación media.
En consonancia, la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN) que surgió del seno de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) en La Plata, redacta las «Bases para una nueva universidad»(1973). Esta propuesta sirvió de orientación durante la gestión de «Cámpora como presidente de la Nación, Taiana como ministro de educación y Agoglia como presidente de la Universidad Nacional de La Plata»24. La concepción de la misión social de la Universidad es desarrollada en un discurso ofrecido por Rodolfo Agoglia como rector en 1974, allí exhorta a los estudiantes a:
[...] pensar y trabajar con la convicción y el sentimiento de raíz popular y en consecuencia del destino nacional de toda cultura. [...] si la Universidad no logra una integración con la realidad íntima de un pueblo, se aleja de la vida de la Nación o de la sociedad y se convierte en un mero centro de especialización o erudición abstractas o formador de profesionales sin conciencia de una tarea nacional. Vida universitaria es vida espiritual e histórica en que se realizan las interpretaciones de los signos y aspiraciones de un pueblo25.
Sobre este aspecto, pero desde posicionamientos diferentes, tanto en los escritos de Roig ([1971] 2013; [1973] 1981) como en los de Agoglia ([1971] 1973, 1974) opera una comprensión política de cultura que asume las experiencias pedagógicas liberacionistas argentinas y latinoamericanas y cuestiona las ideas modernas de sujeto, los modos tradicionales de enseñanza, el formalismo y la especialización. Agoglia llama a reaccionar «(...) contra el formalismo lógico-matemático, contra la ciencia y el arte puros, contra la filosofía puramente especulativa» por ser instrumentos ideológicos que utiliza el imperialismo para justificar la cultura de la dominación sobre los pueblos subdesarrollados26. Y Roig critica el «viejo sistema de cátedras» por promover un «régimen patronal» cuya «organización verticalista y estamentaria» reproduce el sentido capitalista de «propiedad» en los espacios disciplinares y en las relaciones de dominación ejercidas entre los sujetos involucrados en la situación educativa27.
No obstante, durante el breve periodo de acompañamiento estatal, los intelectuales comprometidos con la transformación de las universidades nacionales no estuvieron exentos de la persecución política. Al respecto, Carnagui reflexiona sobre el accionar de la Concentración Nacional Universitaria (CNU)28 en La Plata, entre los años 1955 y 1974 y en consonancia con Ana Julia Ramírez (1999), señala que dicha organización se mostró adversa a las innovaciones del proyecto de Ley y buscó su desarticulación ya desde los primeros meses de 1974. El catorce de marzo de 1974 -el mismo día de la sanción de la ley Taiana- la CNU publica un informe titulado «La universidad: guarida enemiga» donde expresa su disidencia ante la gestión de Agoglia:
[...] En la UNLP (...) su interventor RODOLFO MARIO AGOGLIA ha puesto en vigencia un nefasto plan: (...) destinado a los ingresantes a las casas de altos estudios consta de tres ciclos. Dicho plan se inspira directamente en las "Bases para la nueva Universidad" de la J.U.P., grupo de la Tendencia Revolucionaria, que a su vez lo copió del libro "La nueva Universidad" de Darcy Ribeiro, un brasileño desarrollista, tecnócrata y aliado al Partido Comunista.
Además adoptaron la metodología de la enseñanza de Paulo Freire, conocido bolchevique brasileño. Resultando de esto un menjunje que es la culminación dialéctica de los distintos planes, proyectos y leyes universitarias sinárquicas que pretendieron y aun pretenden abatir la Nación por medio de la putrefacción de las mentes juveniles29.
Además de la constante persecución política infligida por las organizaciones paramilitares, en el Senado también se genera una discusión alrededor del proyecto de Ley. A propósito se ha dicho que el centro del debate se ubicó en la ambigüedad del artículo quinto producto del acuerdo entre el radicalismo y el FREJULI (Frente Justicialista de Liberación) que prohibía en la Universidad el «proselitismo político partidario o de ideas contrarias al sistema democrático»30. Jorge Enrique Taiana, hijo del por entonces ministro de Educación, recuerda que «fue una cosa que salió del Senado en un marco en donde se estaba dando una situación política de creciente influencia de la derecha peronista»31. Y, si bien, sostiene que Rodolfo Agoglia contribuyó en la configuración del proyecto siendo «un hombre muy importante en La Plata»32, Susana Vior por su parte, recuerda que el filósofo argentino en muestra de la disidencia ante «los cambios introducidos por el Senado y reiterando su apoyo al proyecto original»33 envía, ese mismo 14 de marzo, su renuncia al rectorado de la Universidad Nacional de La Plata al ministro Taiana34.
Este conjunto de tensiones en torno a la sanción de la Ley se produce en un contexto de violencia creciente y anticipa «la ruptura de Perón con los sectores de la Tendencia revolucionaria» ya en los primeros meses de 197435. En la Universidad Nacional de La Plata ante las presiones de la CNU, Agoglia es reemplazado por Francisco Camperchioli Masciotra, quien tampoco convence al peronismo ortodoxo expresando su oposición nuevamente en una nota publicada en El Caudillo el 20 de septiembre de 197436. Unos días después, la Alianza Anticomunista Argentina (también conocida como la Triple A) secuestra y asesina a Rodolfo Achem y Carlos Miguel37, militantes de la FURN (Federación Universitaria por la Revolución Nacional), colaboradores de la gestión de Agoglia.
Después de la muerte de Perón, la violencia de la Triple A se fortaleció, el 14 de agosto de 1974, por la llegada de Oscar Ivanissevich como Ministro de Educación. A mediados de 1975, Arturo Roig es declarado cesante como profesor de la Universidad Nacional de Cuyo junto a su esposa, la profesora Irma Alsina. En febrero de 1976, partió al exilio a México mediante la ayuda del, por entonces, Secretario del Consejo Mundial de Iglesias, Mauricio López. Rodolfo Agoglia debió exiliarse luego del asesinato de su hijo Máximo Leonardo en marzo del '76 y de que hicieran estallar su casa en City Bell. Por intermedio de Roig y las gestiones de Carlos Paladines, Agoglia arriba al Ecuador a mediados de 1976. Un año después, llega junto a su familia, el filósofo mendocino Arturo Roig.
En este contexto, la pugna por el poder en el ámbito universitario no es ajena a la conflictividad socio-política y se expresa en las tensiones respecto del valor que adquiere el saber y la cultura. Junto con el aumento de la matrícula acceden a la educación superior sujetos provenientes de diferentes regiones geográficas y sectores socioeconómicos. No obstante, estudiantes, graduados y trabajadores docentes y no docentes incluyen nuevas formas pedagógicas surgidas del seno de los movimientos sociales latinoamericanos. El espacio político gestado en las universidades, producto de la conflictividad social creciente entre los movimientos estudiantiles, que demandan mayor injerencia en el gobierno universitario y autonomía respecto del poder estatal por un lado, y el posicionamiento de los gobiernos dictatoriales, que por el contrario, se encargan de propagar la idea de enemigo interno de la Nación, y buscan desarticular mediante operaciones legislativas y clandestinas los proyectos de inclusión social, que recrudece la permeabilidad de las fronteras ideológicas entre sociedad y Universidad provocando una marcada divergencia entre los proyectos en pugna.
Las relaciones desiguales de poder patentizan el antagonismo entre dos concepciones de Universidad que aparecen reformuladas en los escritos de Agoglia y Roig. Por un lado, en la crítica de Roig al plan Taquini, podemos advertir la alusión a una concepción que se manifiesta en la reacción negativa de las dictaduras militares entre 1966 y 1973, ante la «explosión de la matrícula» entendida como peligro de ideologización de los jóvenes. A través de la preservación del status quo y la negación del otro, los sectores conservadores defienden un determinado tipo de saber y de cultura -el de las clases dominantes- y apoyan el desmembramiento y restricción de la matrícula en las universidades sobredimensionadas. Por otro lado, la praxis teórica y política de Agoglia y Roig expresa también una toma de posición donde la alusión al contexto socio-histórico se materializa en la crítica al discurso opresor. Ambos reconocen en las experiencias pedagógicas latinoamericanas, la base epistemológica de una Nueva Universidad al servicio de la sociedad y de la emancipación de nuestros pueblos. Y desde el ámbito de gestión universitaria, acompañan, junto a un sector de intelectuales argentinos, el proceso de institucionalización de las experiencias pedagógicas liberacionistas anteriores a 1973.
Agoglia y Roig entre otros, como intelectuales comprometidos con la transformación de la realidad social e histórica, reconocen en sus reflexiones filosóficas, la legitimidad de la protesta surgida de los movimientos estudiantiles y sociales como una afirmación política de la subjetividad. Esto permite comprender por qué tanto los escritos de Roig sobre pedagogía universitaria como los discursos y exposiciones de Agoglia en los '70, son contemporáneos a sus respectivas reformulaciones metodológicas sobre la realidad latinoamericana, y preceden el despliegue de la labor historiográfica desarrollada en el Ecuador.
Ante los proyectos antinómicos de Universidad, Agoglia y Roig discuten con el contenido semántico del concepto de Nación. Desde la crítica al imperialismo y la dependencia, pretendiendo estar a la altura de las circunstancias históricas, proponen una Universidad al servicio de la sociedad y con proyección latinoamericana. Mientras tanto, los gobiernos dictatoriales, tales como la autodenominada Revolución Argentina difunden la idea de «enemigo interno de la Nación» y apoyados en un proyecto político autoritario de conservación del poder mediante la negación del otro, instrumentan el exilio y la desaparición a fin de preservar las relaciones de dominación y opresión. Las fuerzas reaccionarias que se apropian finalmente del poder en 1976, terminan por expulsar de nuestras universidades y de nuestro país a quienes comprometidos con la realidad histórica lucharon por lograr mayor justicia social y la liberación de nuestros pueblos. Cabe entonces que insistamos, sin perder de vista lo irreversible del destierro, en la politicidad del exilio como categoría de análisis. Eje que nos permite enriquecer nuestras reflexiones sobre la potencialidad de un proyecto crítico de Universidad que no ha perdido vigencia.
3. La universidad ecuatoriana. El lugar de acogida como espacio político
La Facultad de Ciencias Humanas de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) se proyecta en 1971 con el objetivo de actualizar la Facultad de Filosofía San Gregorio mediante una reforma que integrase las investigaciones contemporáneas en torno a la filosofía, la antropología y la sociología. Pero se crea finalmente el 24 de mayo de 1973 por una autorización enviada desde Roma (Cordero de Espinosa 1987). Arturo Roig y Rodolfo Agoglia arriban al Ecuador, contratados por la PUCE y comparten el objetivo que acompaña la incipiente creación de la Facultad «Ecuatorianizar la universidad», a través de la organización de los estudios humanísticos con orientación latinoamericana38.
De esta forma, la experiencia del exilio signada por la expulsión violenta es resignificada desde el compromiso político de ambos pensadores con la experiencia de la transformación universitaria argentina. Al respecto, Elisabeth Roig quien continuó sus estudios de filosofía en la universidad ecuatoriana, recuerda:
Agoglia y mi padre, más allá de sus diferencias, fueron incansables amigos y compañeros durante esos años, sumaron experiencias y contribuyeron a la formación de toda una generación de nuevos jóvenes filósofos. A través de ellos, vino luego el profesor Ricardo Gómez, que fuera Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Plata, preso durante la dictadura. Así, en lugar de "padecer el exilio", ellos reprodujeron en Quito una muestra de lo más potente de nuestras universidades argentinas. No aflojaron, la dictadura no pudo doblegarlos. Y fue un verdadero lujo estudiar en aquellas épocas con ellos39.
La participación política de los exiliados argentinos en Ecuador se expresa tanto en la ayuda a otros exiliados como en la colaboración teórica y práctica con la investigación y estructuración de la Facultad de Ciencias Humanas. Mediante el estudio de Susana Cordero de Espinosa sobre los informes de los decanos entre 1971 y 1986, distinguimos al menos tres momentos en función de la participación de los exiliados argentinos: la etapa fundacional previa a la contratación de los filósofos argentinos, la puesta en marcha de la reconstrucción de la historia de las ideas ecuatorianas a partir de 1976 y el momento de mayor proyección latinoamericana en los años posteriores a 1978.
En «la etapa fundacional» o previa a la llegada de los exiliados, podemos mencionar, respecto del estudio de Cordero de Espinosa, que la Facultad de Ciencias Humanas recibió entre 1974 y 1975 financiamiento proveniente de la Fundación Ford destinado a incentivar investigaciones de alumnos, realizar contratos con profesores invitados y conformar una biblioteca. En cuanto a la estructura organizativa, se propuso como objetivo reformular la figura del decano en función de dar más autonomía a los departamentos y favorecer las relaciones interdepartamentales y el trabajo en equipo. Sobre el departamento de Filosofía, afirma que en esta época se dio inicio a la reconstrucción de la historia de las ideas del Ecuador con una investigación colectiva sobre Eugenio Espejo. Asimismo, en 1973 un conjunto de filósofos ecuatorianos, entre ellos Carlos Paladines, estudian en la Universidad Nacional de Cuyo junto a Arturo Roig.
En el momento de «la puesta en marcha de la reconstrucción de la historia de las ideas ecuatorianas» podemos situar lo que Cordero de Espinosa40 ha descrito como el segundo decanato del P. Marco Vinicio Rueda en el período 1976-1977. Aquí menciona las primeras investigaciones sobre la realidad ecuatoriana y participaciones en congresos internacionales, la contratación de Rodolfo Mario Agoglia y la creación de tres áreas de investigación: la epistemológica, la latinoamericana y la antropológica. También señala la publicación de una Biblioteca de filósofos ecuatorianos, los libros Esquemas para una historia de la filosofía ecuatoriana ([1977], 1982) y Espejo: Conciencia de su época, ambos de Arturo Roig y figuran como obras en preparación dos libros de Rodolfo Agoglia Introducción a la lógica formal, matemática y dialéctica y la filosofía moderna como desarrollo y consumación del humanismo renacentista41. En estos dos años se organizan durante la primera semana de febrero, las jornadas sobre «La crisis de la razón» cuyas actas fueron publicadas en la Revista de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Recién en el encuentro de 1977 aparecen intervenciones de dos exiliados argentinos Horacio Cerutti y Rodolfo Agoglia con un comentario sobre el encuentro de Carlos Paladines.
Además, Cordero de Espinosa menciona que en este periodo aparece el tratamiento de lo que un grupo de profesores ecuatorianos denomina «problema marxista», una especie de «desviación» que «atañe directamente a la Facultad de Ciencias Humanas»42. Frente al cual, el decano Vinicio Rueda mediante el concepto de autonomía académica propone conciliar la autonomía de investigación y enseñanza con el Documento Final del II Congreso de Delegados de Universidades Católicas redactado en Roma en 1972. Al respecto, Cordero de Espinosa rescata el ánimo conciliatorio y a la vez crítico de un gran sector de la incipiente facultad:
[...] las instituciones cristianas de la Universidad han de ser respetadas ciertamente, pero es respetarlas el enriquecerlas con aportes científicos, filosóficos y políticos que no la disminuyen, sino la complementan.
En la ciencia no se pueden admitir actividades dogmatizantes. Por ello hay que abrir mecanismos de diálogo y participación. [...]
No puede exagerarse desmedidamente el estudio del marxismo en desmedro de otras doctrinas socio-políticas, más hay que aceptar su calidad profunda como teoría económica, social, filosófica [...]43.
Este aspecto resulta de suma importancia porque da inicio a un tercer momento de mayor proyección latinoamericana en momentos de «la crisis del departamento de Ciencias Sociales y Políticas» y el «proceso de secularización y de profesionalización del quehacer filosófico», ambas temáticas mencionadas en el informe de 1978-1980 del Decano José Laso Rivadeneira. En este periodo se crea el «Centro de Estudios Latinoamericanos» (CELA) producto del arduo trabajo del «Equipo de Pensamiento Ecuatoriano» y el ciclo doctoral «sobre la base de cuatro seminarios dos de los cuáles están destinados a la Filosofía latinoamericana»44. La mencionada crisis se materializa en la urgencia de un «espacio físico propio, que facilite el encuentro y el diálogo»45.
A Laso Rivadeneira lo sucede como decano Rodolfo Agoglia entre 1980 y 1982, pero Cordero de Espinosa menciona que de su gestión no se conservan documentos46.
Sin embargo, en Esquemas para una historia de las filosofía ecuatoriana, Arturo Roig advierte que el movimiento iniciado en los '70 adquiere amplitud a lo largo de toda esa década no sólo en la creación de instituciones tales como el CELA y el Centro de Documentación Múltiple en el ámbito universitario, sino también con la organización de eventos de difusión y de los proyectos editoriales que son publicados en revistas nacionales tales como Cultura del Banco Central del Ecuador (1979-1980), Cochasquí del Consejo Provincial de Pichincha, Revista de Historia de las Ideas de Casa de la Cultura Ecuatoriana y en la revista mexicana Latinoamérica (1978). En esta dirección, también la Casa de la Cultura Ecuatoriana se propone continuar con el proyecto iniciado en 1959 por Benjamín Carrión, dando a conocer en 1982, el primer número de la Revista de Historia de las Ideas (nueva época)47.
Carlos Paladines48 caracteriza en un estudio introductorio a los escritos metodológicos de Arturo Roig, la participación política de los intelectuales argentinos en el exilio:
[...]Esta experiencia trágica del "exilio" compartida con colegas de otras regiones de la Patria Grande, fue la otra cara de la moneda y sin lugar a dudas parte de la matriz de su reflexión.
En pocas palabras, dos mundos de realidades maravillosas y desgarradoras, internas y externas, nutrieron y apuntalaron, hicieron de realidad sustentadora de un tipo de reflexión que no ha tenido otra pretensión que rescatar lo mejor de nuestro pensamiento, para a partir de ello tratar de virar una página de la historia y construir así un continente cada vez menos atado a situaciones de opresión, de miseria, dependencia y servidumbre49.
Si el exilio como categoría política nos permite atender al menos a dos aspectos -la desarticulación violenta de un proyecto específico en las universidades argentinas mediante la imposición autoritaria del poder por un lado y el potencial creativo del compromiso presente en el testimonio de la praxis de los exiliados, ¿qué elementos teóricos posibilitan una valoración integral de la participación política de Agoglia y Roig? ¿En qué consiste aquello que señala Cerutti respecto del exilio, esa resistencia a ser de-potenciados como consecuencia de la «expropiación por unos pocos del poder que constituimos entre todos»? ¿De qué manera la praxis de los intelectuales expulsados y desaparecidos en la última dictadura militar nos sigue interpelando como ese pasado que «sigue doliendo» en nuestras prácticas pedagógicas, académicas, científicas?
En un escrito de los '90, Roig rescata la figura del intelectual comprometido presente en el testimonio de la vida y la muerte de Mauricio Amílcar López ([1992]1998). En un contexto caracterizado por la «oleada impersonalista» postmoderna que insiste en tildar de anacrónicos al sujeto y el testimonio -como prueba sujetiva de verdad-, el pensador mendocino antepone la reflexión crítica que caracteriza al humanismo latinoamericano. Frente el aparente fin de los grandes relatos, denuncia junto a Herbert Marcuse la «ideología de la muerte» presente en la metafísica occidental desde Hegel a Heidegger, donde advierte la operación ideológica constitutiva de la afirmación de un absoluto, mediante el sacrificio de la vida como condición necesaria y garantía de verdad.
Roig toma distancia de la reacción apocalíptica que promociona la muerte del sujeto y su compromiso con la verdad.
Pues, si la metafísica moderna puede ser instrumentada por la ideología de la muerte para justificar las relaciones capitalistas de dominación y explotación constitutivas de la modernidad, no por ello, podemos renunciar a una reformulación del sujeto. El testimonio de la vida y la muerte de nuestros mártires, a diferencia del discurso metafísico moderno, se sustenta en una afirmación radical de la vida individual e histórica que asume el riesgo que conlleva la denuncia a todo totalitarismo. Así, ante las escisiones sujeto y objeto, teoría y práctica, cuerpo y espíritu, razón y experiencia, Roig se posiciona en la interpretación latinoamericanista del «Escribir con sangre» nietzscheano que reconoce sus antecedentes en los escritos de Mariátegui:
Frente a ese valor de la sangre, justificada sobre la base de una escisión brutal entre el cuerpo y el espíritu y que en aras de éste declara digno o por lo menos indiferente, sacrificar al primero, se levanta la otra posibilidad que es la siguiente que hemos visto, la de "escribir con nuestra propia sangre" pero desde una corporeidad rescatada y a su vez desde un sujeto denunciado como productor de lo ideológico. Crisis del sujeto, descentramiento, más no pérdida de la subjetividad que intenta ser restablecida sobre un severo desmontaje que habrá de permitir escribir legítimamente con sangre50.
Roig advierte los riesgos de ontologizar el sacrificio como prueba de verdad a partir de la denuncia de los supuestos ideológicos que renuevan el dualismo antropológico moderno mediante un desprendimiento del cuerpo en favor de un absoluto. Su clave epistemológica surge de la formulación de un nuevo humanismo que no renuncia al carácter político de la subjetividad: «descentramiento, más no pérdida de subjetividad». No se trata nuevamente de un sacrificio de la vida como garantía de la verdad del sistema, sino de la asunción del riesgo de muerte que implica la denuncia de los mecanismos de represión y exclusión a partir de una afirmación de la vida. La politicidad de la propia praxis se configura como compromiso con la verdad de los sujetos oprimidos en los pueblos de Nuestra América.
La participación política de Roig y Agoglia en las universidades argentinas y en el exilio representan entonces testimonios del compromiso que conlleva la asunción del riesgo de muerte, ante la toma de posición afirmativa de la vida que por el contrario es negada, explotada y asediada por el sistema. Compromiso que a su vez, comienza a ser pensado en los años previos al exilio desde la asunción de las experiencias pedagógicas latinoamericanas en la reflexión teórica. Con el objeto de visualizar alternativas para una pedagogía universitaria desde la crítica al sujeto moderno y su relación con el conocimiento y la historia, Roig afirma:
En la medida en que el "mundo" es posesión nuestra, nos autoafirmamos como "sujetos" del mismo. La admiración que acompaña a esta toma de posesión del mundo en cuanto objeto -gracias al poder de objetivación de la conciencia- es asombro ante el poder del hombre, ante "su dignidad como constructor de su destino (...)".
(...) Mientras que para el animal no hay pasado, ni presente ni futuro, el tiempo es para el hombre un proceso dialéctico de estos momentos. Gracias a haber objetivado el pasado como tal, podemos negarlo, podemos afirmar nuestro derecho respecto de la parte que nos toca inalienablemente realizar dentro de la historia humana. Y a su vez, la afirmación de ese derecho supone un futuro abierto a lo imprevisible, a la realización de algo que no sea repetición de lo anterior. En esto se apoya la esperanza del hombre nuevo51.
La lectura que Roig realiza del pedagogo brasileño Paulo Freire propone una reformulación de los métodos pedagógicos a partir de las categorías de subjetividad, historicidad y dialogicidad. Su reflexión pedagógica -previa a la experiencia del exilio- pone en cuestión el academicismo y las relaciones paternalistas en el proceso educativo, a partir del reconocimiento del otro como sujeto constructor de su mundo y de la legitimidad de su saber. Por esto, la relación pedagógica tiene como objetivo propiciar la toma de conciencia de los sujetos involucrados como agentes críticos y capaces de transformar la historia. Asimismo, también Agoglia reflexiona a propósito del tiempo y el espacio «vividos», esta vez en el exilio:
A tal punto el hombre los necesita y le son consustanciales, que cuando carece de ellos efectivamente, o los ha perdido, los va buscando sin pausa, como el nómada su paisaje, los crea o los recrea ilusoriamente con su fantasía, o los hipostasia con la fe de reencontrarlos y de recuperar con ellos la raíz y la continuidad de su existencia. Tal ocurre, según Minkowski, con el espacio habitacional, que el hombre vive como amparo, protección y refugio, como estar a salvo en el mundo; vivencias que, sin embargo, no pueden ser entendidas (sobre todo en los tiempos actuales, en que cualquiera puede ser despojado impunemente de todo) como confianza en la inexpugnabilidad de la casa. (...)
Sin prejuicio sedentario alguno, espacio y tiempo sanan y salvan la vida histórica del hombre y sin radicación en ellos no hay ni siquiera pensamiento propio. (...) Y ganamos arraigo en el tiempo cuando nos oponemos al devenir que todo lo arrastra y resistimos a su poder destructivo. Así, permanecemos salvos cuando tenemos signos espacio-temporales a los que acogernos y remitirnos. Por eso, cuando el hombre en situaciones dramáticas de su existencia, pierde toda orientación y toda certeza, apela con todas sus fuerzas al más auténtico de todos los futuros, al abierto e imprevisible, y entonces asume aquel temple anímico que invocaba Heráclito: el esperar lo inesperado52.
Aun cuando existan diferencias epistemológicas entre ambos pensadores, Agoglia coincide con Roig en la reflexión sobre la valoración del espacio y el tiempo constitutivos de la existencia humana. Caracteres que suponen la afirmación de la subjetividad como condición de posibilidad de la apropiación de la vida histórica en tanto objetivación del mundo y potencia política de transformación. Críticos del sujeto moderno, su participación política en el ámbito universitario aparece reformulada en la reflexión teórica sobre la condición humana, tanto en los escritos previos como posteriores al exilio, donde se configura una concepción antropológica que supone el reconocimiento de la historicidad.
El compromiso con la liberación de nuestros pueblos, les valió el exilio en tiempos donde el poder fue finalmente expropiado por los sectores conservadores. Pero la afirmación en ambos pensadores, a diferencia de los ideales metafísicos modernos, no es consecuente con una subjetividad escindida, ni mucho menos apologética de una verdad que implica como condición la muerte. La defensa de la misión social de la universidad, la transformación de las prácticas pedagógicas, la estima por el carácter político de la cultura y el saber, la orientación latinoamericanista de los planes de estudios, constituyen diferentes aspectos de los ideales que impulsan la participación política de Agoglia y Roig en el ámbito universitario. Críticos del sistema, la asunción de las experiencias pedagógicas liberacionistas, las ideas de Paulo Freire y Darcy Ribeiro, antes y durante el exilio, singularizan sus reflexiones sobre una Nueva Universidad al servicio de la transformación social.
4. Conclusiones
La experiencia exiliar de Agoglia y Roig en la segunda mitad de los '70 se caracteriza por la re-significación del espacio político universitario. Un mayor acceso a la educación superior y la organización obrero-estudiantil producen una transformación política de la misión social de la Universidad en el contexto revolucionario latinoamericano a partir de 1959. De aquí que la reconstrucción de la praxis política de ambos pensadores tanto en el ámbito de gestión como en sus respectivas producciones discursivas a través del rastreo de cartas, resoluciones, planes, proyectos de ley, homenajes y textos filosóficos en tanto mediaciones históricas, nos han permitido advertir dos perspectivas en pugna donde el ejercicio del poder termina por combatir la posibilidad de emergencia de una nueva universidad comprometida con la realidad social.
La participación política de los filósofos argentinos en el ambiente universitario de los '70 atraviesa sus producciones teóricas y constituye un aspecto fundamental para la valoración de la praxis intelectual de la época. Hecho que se expresa, en ambos casos, como una toma de posición caracterizada por el compromiso con la realidad histórica. En el ámbito universitario, denuncian el nacionalismo procedente de los gobiernos dictatoriales, y acompañan la transformación de las universidades desde la formulación de una pedagogía universitaria liberadora y a favor de una cultura nacional crítica del imperialismo. La afirmación radical de la vida cuestiona las fronteras de la concepción elitista de la universidad como la casa del saber y las limitaciones geográficas del discurso conservador acerca de lo nacional.
A partir de una valoración de diferentes elementos de nuestra historia y cultura, denuncian las relaciones de dominación y dependencia legitimadas por el formalismo y la especialización. En la estima por la experiencia y desde el reconocimiento del otro proponen una deconstrucción de los supuestos epistemológicos academicistas mediante la extensión de la denuncia de los vicios de la normalización filosófica, a la caracterización de los supuestos ideológicos arraigados en las relaciones pedagógicas universitarias tradicionales. La reflexión sobre la propia praxis trasciende los límites de la disciplina hacia la transformación de la universidad. Ya en los años previos al exilio, problematizan los abstractos conceptos de sujeto y experiencia propios de la modernidad en el reconocimiento de las relaciones concretas de opresión que sufren los hombres y mujeres de América Latina desde los tiempos de la Colonia. Ante la «explosión de la matrícula» en el ámbito universitario cuestionan las prácticas represivas impulsadas por el Estado y sus mecanismos de difusión ideológica.
En la afirmación del ingreso irrestricto a la educación superior y las diferentes formas de organización del movimiento estudiantil, Agoglia y Roig asumen una toma de posición que denuncia el carácter ideológico conservador operante en el Plan Taquini. La transformación del espacio político universitario atraviesa tanto las relaciones entre los sujetos protagonistas del proceso educativo y los movimientos sociales como la relación entre los sujetos con el conocimiento y la cultura. Ante el cientificismo, el formalismo y la especialización, adquiere impulso la idea de Cultura Nacional que cuestiona las diferentes formas de alienación y excede los límites de los Estado-Nación en función de la integración latinoamericana.
La toma de posición afirmativa respecto a la creciente politización en la Universidad, se materializa en el intento por llevar a cabo la utopía de una institución comprometida con la realidad histórica y social. El intento de institucionalización de las prácticas autogestivas en el proyecto de base de la Ley Orgánica de Universidades Nacionales 20.654 condensa el esfuerzo colectivo de los diferentes actores involucrados en el proceso educativo y la colaboración proveniente de diferentes regiones del país. Pero este breve periodo de acompañamiento institucional es hostigado por las fuerzas reaccionarias. Las diferentes experiencias de transformación -la integración curricular frente a los vicios de la especialización en las cátedras, el compromiso social ante las diversas formas de academicismo, la participación estudiantil y reconocimiento de las diversas relaciones entre los sujetos involucrados en el proceso educativo críticos de la estructura universitaria tradicional, entre otras- si bien, conducen a partir de 1973 a la elaboración colectiva del proyecto de Ley, dicho proceso es desarticulado por el clima de violencia que preludia la dictadura militar de 1976.
Por esta razón, la categoría de exilio echa luz sobre la praxis política de los intelectuales argentinos comprometidos con la transformación de la Universidad. Pues, al tiempo que nos permite valorar la gravedad del carácter irreversible del destierro en la singularidad de la persecución política que comienza a gestarse en el ámbito universitario de la década de los '60 (tal y como señalan Jensen y Plot), articula la configuración del compromiso con la realidad histórica. Compromiso que, a diferencia de la interpretación posmoderna del testimonio, surge del reconocimiento del material simbólico de nuestros pueblos. Afirmados ambos en la subjetividad de la protesta, asumen el riesgo de muerte en la denuncia del carácter opresor del sistema vigente como una posibilidad que puede sobrevenirles, pero de ningún modo la aceptan como garantía de verdad. Así, el exilio les sobreviene por, en palabras de Cerutti, «haber pretendido hacer uso del poder político o negarse a la expropiación por unos pocos del poder que constituimos entre todos». Pero ante el castigo impuesto por las dictaduras de los Estados-Nación en los '70, por el contrario, la configuración de la subjetividad de la protesta, característica del humanismo del Hombre Nuevo, trasciende los límites del pensamiento moderno.
Si bien, Roig y Agoglia son expulsados de las universidades argentinas y del país por su compromiso con la Universidad y la transformación de la realidad histórica latinoamericana, ambas experiencias del exilio en el Ecuador manifiestan la resistencia al despojo y da cuenta del contexto en el que sus propuestas de alcance latinoamericano denuncian las fronteras ideológicas de la cátedra, la pretensión objetivista del intelectual, el aislamiento de la Universidad y los totalitarismos nacionalistas. Su compromiso se traduce a la vez en la crítica filosófica a los dualismos modernos desde una afirmación radical de la vida a favor de la opción dialéctica por lo histórico frente a la concreta realidad negativa del exilio como «padecimiento o experiencia trágica».
Sin negar la singularidad del destierro, siendo víctimas de la imposición violenta que buscó desarticular el proyecto de transformación institucional en nuestras universidades, la praxis política de Rodolfo Agoglia y Arturo Roig no ha perdido vigencia. En tiempos de recortes y desfinanciamiento de la educación y la ciencia, sus propuestas pedagógicas, filosóficas y políticas que fueron desarticuladas, mas no de-potenciadas por la última dictadura cívico-militar argentina, demandan una toma de conciencia crítica de nuestro presente e interpelan nuestras prácticas como testimonios del compromiso con la transformación de la realidad histórica.