1. Introducción
Un tema central para la historia intelectual de las izquierdas ha sido la recepción de las ideologías; tradicionalmente, desde una perspectiva que busca escudriñar la difusión de autores, obras o corrientes ideológicas, desde sus centros de producción hacia contextos espaciotemporales delimitados1. En tiempos más recientes se ha cuestionado la perspectiva difusionista subyacente, enfatizando en la capacidad creadora presente en procesos como la lectura, traducción y divulgación de un autor. En esta última línea, en consecuencia, no se busca determinar la fidelidad de los lectores, intérpretes o seguidores de ciertas ideologías, sino, reconocer que estos actores son agentes activos del proceso y se encuentran situados históricamente. Lo que lleva a cuestionar la idea «recepción» -o, por lo menos, a problematizarla- para tener en cuenta los límites y posibilidades de la creación, interpretación y adaptación2.
En este artículo seguimos la segunda perspectiva, donde la construcción del problema elude la linealidad que aparentemente une los centros de producción y los espacios/ actores de recepción, para instalarse en la complejidad del caso a analizar. Como sugiere el título, indagamos cómo los socialistas colombianos aglutinados en la Liga de Acción Política (LAP) articulan marxismo y nación para justificar su existencia política en el ámbito nacional.
Las investigaciones sobre historia política e intelectual han limitado el análisis de la izquierda colombiana en las décadas de 1930 y 1940 al Partido Comunista (PCC) y -no con poca polémica- al movimiento gaitanista3. Este trabajo pretende contribuir a ampliar el marco analítico de las izquierdas, entendiéndolas como un espectro político complejo y fluido, más que como una ideología cerrada o un partido. Ello implica situar el foco en una corriente poco estudiada, el socialismo, pero al mismo tiempo restituir el marco político e ideológico más amplio en el que se desenvuelve, el de las izquierdas.
La Liga de Acción Política (LAP) fue un pequeño partido socialista creado en 1943, pero antecedido por un periodo de organización y formación política que se remonta a 1940. Puede considerarse como parte de una corriente socialista que emergió a comienzos de la década de 1930 de la mano del Grupo Marxista. Al poco tiempo ganó alguna notoriedad, bajo el nombre de Vanguardia Socialista, por su apoyo al proyecto de Revolución en Marcha del presidente Alfonso López (1934-1938) y al efímero Frente Popular de 1936. Aunque la ideología y la dirigencia de los dos grupos mencionados eran, en términos generales, compartidas por la Liga, está última se diferenciaba por postular una ruptura política más radical con el Partido Liberal. A finales de 1944 la LAP se desintegró, pero no desapareció, adhirió al Partido Socialista Democrático (PSD)4. El PSD sobrevivió hasta 1947, cuando retomó su antigua denominación de Partido Comunista, y en esa coyuntura los socialistas de dividieron: un sector siguió con el comunismo, mientras que otros se adhirieron al gaitanismo, entendido como corriente de la izquierda liberal5.
Los principales dirigentes de la Liga de Acción Política eran intelectuales -muchos de ellos juristas y profesores universitarios-, profesionales, estudiantes y artistas. El líder político más destacado de la LAP fue Gerardo Molina, quien renunció a su cargo como personero de Bogotá para dedicarse de lleno a la actividad política. En su comisión ejecutiva, además de Molina, estaban figuras conocidas del socialismo, como Antonio García, Juan Francisco Mújica, Diego Luis Córdoba y Jorge E. Pineda. En otras comisiones se destacaban Carlos H. Pareja -quien fue muy activo en el periódico Acción Política-, Francisco Gómez Pinzón, José Francisco Socarrás, Mario García Herreros y Luis Alberto Bravo6. El perfil de los miembros y adherentes era consecuente con el objetivo de la LAP en una primera fase, de servir como órgano intelectual de preparación de los dirigentes revolucionarios.
Entre sus miembros había dos representantes a la Cámara, Diego Luis Córdoba y Alberto Aguilera Camacho, lo cual fue importante para dar a conocer al parlamento el programa de la nueva organización y defender sus tesis. La novel organización publicó el periódico Acción Política, y logró desarrollar su estructura partidaria en Bogotá, Antioquia, Valle, Tolima, Girardot y Popayán, mediante comisiones de trabajo y grupos de formación política denominados «comunes». También tenía seguidores en Tunja, Buenaventura, Buga, Tumaco, Pereira, Tuluá, Barrancabermeja, Bolívar (Antioquia), y en algunos sindicatos. Pero, en buena medida, estas adhesiones respondían más al trabajo que de tiempo atrás venían desarrollando sus dirigentes en sectores obreros y populares, que a su expansión como organización7.
El objetivo máximo de la organización era convertirse en la vanguardia de la revolución colombiana, Pero, ¿qué significaba esto en términos ideológicos y políticos? Para comienzos de la década de 1940, los socialistas habían mostrado capacidad organizativa, liderazgo político y sindical y hasta habían llegado a convertirse en importantes referentes del proyecto modernizador de la República Liberal; sin embargo, en el análisis que ellos hacían de su trayectoria como corriente política -a propósito de la creación de la LAP, en 1943-, reconocían que hasta ese momento no habían logrado ir más allá de ser un «grupo de cátedra», sin una penetración real entre los sectores populares. Esta dura constatación los llevó a un doble proceso de reflexión: por un lado -de corte histórico-teórico- sobre la relación entre socialismo y nación (colombiana) y de otro lado -de orden táctico- sobre cómo ganar a las masas populares.
Nación y nacionalismo fueron temas importantes para los intelectuales y las organizaciones de izquierda durante las décadas de 1930 y 1940, urgidos por «encontrar» un elemento de identidad compartida entre el socialismo y la nación colombiana que legitimara su existencia. Con ello, los socialistas esperaban desvirtuar una de las principales críticas de la derecha, que los tildaba de apátridas, y «encontrar» el camino que les permitiera vincularse de manera orgánica con el pueblo. En esta línea, el análisis se centra en las prácticas públicas y la producción teórica de algunos dirigentes socialistas, en tanto políticos e intelectuales que buscaban explicar el lugar de su ideología en el pasado, el presente y el provenir de la nación.
Argumentamos, que ese esfuerzo por «nacionalizar» el socialismo remozó temporalmente a la izquierda y significó un intento de disputar simbólicamente el nacionalismo, que desde el Partido Conservador se había construido con base en los valores hispanistas; sin embargo, el proceso de invención de una tradición histórica entre izquierda y nación, terminó por favorecer la dependencia del socialismo respecto al liberalismo, no solo como ideología sino también como partido.
Las imbricadas relaciones entre lo teórico y lo táctico, nos permiten entender que no se trataba de un ejercicio netamente académico, sino de una apremiante necesidad de situar y legitimar su lugar en el devenir histórico de la nación. Con esto, no queremos demeritar el proceso como un simple cálculo de racionalidad instrumental política. Socialismo, nacionalismo y vanguardismo -como núcleo central de la ideología de esta corriente-, nos remite a nociones polisémicas y polémicas que han dado lugar a teorías complejas en las ciencias sociales, que en el campo de producción en que se inscribían los dirigentes de la década de 1940, estaban estrechamente vinculadas a la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial y a la experiencia del liberalismo popular en el país.
En otras palabras, buscamos reconstruir el proceso de elaboración de una perspectiva socialista-nacionalista atendiendo no solamente a los grandes corpus teóricos de referencia sobre la materia, sino a cómo situaron los autores estos cánones en un contexto histórico particular. Sobre este punto consideramos que las ideologías y conceptos políticos articulan una serie de significados difusos y socialmente construidos que atienden, en gran medida, a su campo de enunciación y a las intenciones de los actores, pero este carácter contingente no es sinónimo de indeterminación «porque fijan los límites de lo pensable -y, por lo tanto, de lo decible y de lo factible- y constituyen herramientas imprescindibles para la acción humana intencional»8.
2. Socialismo y nacionalismo
Los intelectuales de la Liga de Acción Política (LAP) defendían un socialismo de orientación nacionalista, pero se trataba de un socialismo al que se llegaría de manera gradual gracias a la evolución del liberalismo. Así, habría una primera etapa de liberalismo individualista (manchesteriano) a la que debería sucederle un liberalismo con criterio social, que gradual y progresivamente conduciría hacia el socialismo. Esta concepción explicaba el carácter de vanguardia que pretendían darle al movimiento, así como el papel reservado a las élites políticas y culturales, que serían las encargadas de conducir al pueblo «de manera técnica y científica» hacia el socialismo. En condiciones normales, el socialismo nacional debía surgir del liberalismo, recogiendo la tradición popular y democrática de este partido. Según su razonamiento, como en ese momento (década de 1940) el curso lineal estaba siendo obstruido por las oligarquías, se necesitaba dar un paso adelante para construir el nuevo sistema por fuera de las fuerzas tradicionales, situación que justificaba la existencia de una corriente socialista autónoma; sin embargo, para sus mismos autores, esta argumentación era insuficiente puesto que la fuente última de legitimidad política era el pueblo, en su doble acepción, como encarnación del «alma nacional» y como fundamento de la revolución.
El nacionalismo no era un concepto simple y unidimensional, sino que tenía diferentes significados para los socialistas. Uno de ellos era sinónimo de liberación nacional, es decir, la superación del dominio colonial en la economía y la cultura. Esta formulación partía de la premisa de que «Colombia no existe como verdadera nación. (...) No puede existir nación colombiana mientras su economía y su cultura sean coloniales y consecuencialmente, mientras no desaparezcan o sean desplazados los pseudo-partidos o fracciones personalistas en cuyas manos ha vegetado el país»9. Y se proyectaba en la construcción futura de un país políticamente soberano y donde no hubiera sometimiento de unas clases por otras.
Este planteamiento nacionalista y de liberación nacional formaba parte de los postulados centrales del movimiento revolucionario internacional. Aunque el nacionalismo puede ser de derecha o de izquierda, a comienzos de la década de 1940 predominaba el segundo por dos circunstancias, una coyuntural e inmediata, relacionada con la expansión nazi en Europa, y otra más dilatada en el tiempo, que se remite a 1918, cuando finalizó la Primera Guerra Mundial. Desde esta fecha, en virtud de la descomposición de varios imperios (austro-húngaro, zarista y otomano) cobró fuerza el planteamiento de autodeterminación y liberación nacional, que había sido defendido por diversos revolucionarios marxistas, entre los cuales sobresalía Lenin y se concretó en el proyecto original de la Revolución Rusa y de la Tercera Internacional, una de cuyas exigencias para que un partido pudiera afiliarse decía:
Todo partido que desee pertenecer a la Internacional tiene el deber de desvelar implacablemente los manejos de "sus" imperialistas en las colonias, de exigir que sean expulsados de las colonias los imperialistas de la metrópoli, de inculcar a los trabajadores de su país sentimientos fraternos hacia la población laboriosa de las colonias y de llevar a cabo una agitación sistemática en el ejército contra toda opresión de los pueblos coloniales10.
Después de 1918, prevaleció la identificación entre el nacionalismo y la izquierda, como corrientes ideológicas afines y complementarias. Además de las consideraciones teóricas que justificaban dicha relación, la persistencia de la dominación colonial en diferentes regiones del mundo, emergía como argumento principal para defender la adopción de una línea nacionalista, que reivindicaba la liberación nacional de los países colonizados y oprimidos. Por esta vía, en el ámbito de la izquierda, el concepto de liberación llegó a entenderse como liberación nacional y, entre los marxistas, como liberación nacional y social11. Las consecuencias de este proceso de identificación semántica fueron verdaderamente relevantes porque dotaron a las izquierdas de unas reivindicaciones concretas, que los ligaba con sectores populares más amplios, al tiempo que los mantenía en la senda de la revolución.
No sorprende, entonces, que al estallar la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo después del ataque de la Alemania Nazi a la URSS, se afianzara ese vínculo entre izquierda y nacionalismo, dando origen a un nacionalismo antifascista12. Los socialistas colombianos fueron receptivos a la difusión del sentimiento anticolonial que cobró fuerza después de la Revolución Rusa y se reafirmó durante la Segunda Guerra Mundial, pero también se alimentó del nacionalismo latinoamericano, que tenía su propia historia y tradiciones desde finales del siglo XIX y emergió como una fuerza innovadora para denunciar y enfrentar la expansión imperialista de los Estados Unidos. En esta dirección, la LAP bebió de las fuentes propiamente latinoamericanas, entre las que sobresale el APRA.
Un segundo significado del nacionalismo, estaba relacionado con el rechazo a la importación de dogmas, tanto del liberalismo como del comunismo, y a la búsqueda de soluciones acordes con la realidad del país. En este punto criticaban al liberalismo por basarse en ideas pensadas para Inglaterra, Francia y Estados Unidos, pero ajenas a la realidad social y económica de Colombia. También rechazaban la apropiación dogmática del marxismo, como la que hacía el PCC, pues esto terminaba consolidando una especie de «marxismo escolástico». Las bases de este nacionalismo estarían, en consecuencia, en una compleja mezcla de conocimiento científico de la realidad y de descubrimiento de las fuerzas épicas de la sociedad colombiana. Para uno y otro el marxismo presentaba herramientas teóricas y metodológicas, que fueron retomadas por los socialistas criollos. Por ejemplo, para la LAP el marxismo era un sistema materialista de conocimiento que debía aplicarse con un «criterio flexible y plenamente objetivo, científico y socialista, que no sacrificaba los hechos para amoldarlos a la teoría sino que hace de la teoría una expresión de los hechos»13. Ser marxista implicaba estudiar a la sociedad que se buscaba transformar y por ello ciencia, conocimiento y transformación social iban de la mano. No podía trazarse el rumbo de una revolución sin conocer la economía, la geografía, la demografía y la historia del país. La relación era de ida y vuelta, porque el conocimiento solamente era útil cuando se aplicaba un criterio socialista, esto es, de liberación nacional.
3. El pueblo: sujeto de la nación y de la revolución
Los socialistas criollos retomaron parcialmente el marxismo y de manera selectiva. Uno de los conceptos clave que utilizaron en sus análisis fue el de lucha de clases, pero además del componente económico, éste tenía también un componente épico, muy cercano al romanticismo liberal, de lucha por la libertad14. En consecuencia, la sociedad futura tenía sus raíces en el espíritu de lucha popular contra la opresión, que podía rastrearse hasta la resistencia indígena en el periodo de la conquista. El pueblo en esa dualidad, oprimido pero que lucha, aparece como el sujeto de la nación. La tarea era derrotar a las fuerzas que habían tratado de hundirlo en la sumisión y el conformismo (la Iglesia, los reaccionarios) y no permitían su «normal» desarrollo económico y cultural. Por ello, la idea de la revolución como «liberación nacional» cayó en suelo propicio.
Durante la República Liberal hubo un debate ideológico persistente entre los dos partidos tradicionales sobre cuáles eran las fuentes y quién era el legítimo guardián de la nacionalidad. Si ésta se encarnaba en el «alma popular» y eran los liberales quienes estaban llamados a descubrirla y cultivarla, o si ésta se encontraba en la tradición hispanista de la religión católica, la lengua y la herencia española, tal como lo afirmaban los conservadores15.
La República Liberal (1930-1946) como «pacto social constitutivo de una nueva representación de lo político»16 requería ampliar y transformar las bases sociales de la política, (re) construyendo y ensanchando la noción de ciudadanía, pues hasta entonces la participación del pueblo había estado reducida a la movilización clientelar en épocas electorales y el Estado no cumplía una función de socialización primaria de la población, labor que desempeñaban la Iglesia católica y los partidos políticos. En esta modernización política de la sociedad colombiana el «pueblo» estaba llamado a convertirse en el sustrato de unidad nacional, lo que significó el rescate de lo popular como esencia perdida de la nacionalidad17.
La relación con el proyecto liberal de nación era ambigua, porque compartían plenamente sus objetivos, pero los veían como un momento del transcurrir hacia la verdadera nación futura. En Colombia, como en otros países de la región, «el carácter futuro de la comunidad nacional en la tradición socialista funda su diferencia con el nacionalismo romántico, el reaccionario o incluso el liberal»18. El pasado no alberga a la nación, por lo que la narrativa histórica de la izquierda «se constriñe a la explicación de una nación inconclusa»19. En esta disputa, las izquierdas defendieron la existencia de un linaje popular revolucionario, que debía rescatarse como motor de las transformaciones sociales.
El punto vinculante entre izquierda y nación se situaba en una lectura selectiva de la tradición liberal en su versión más radical (popular o de izquierda). El rescate de ese sujeto revolucionario solamente era una parte del problema, puesto que para la construcción de la nación el verdadero obstáculo se encontraba en esa nefasta combinación de pasado colonial y rezagos feudales, lo que había imposibilitado el pleno desarrollo del capitalismo. Este punto resulta crucial para entender el potencial y las limitaciones del nacionalismo propuesto por socialistas y comunistas. En primer lugar, porque igualaba la construcción de nación y lucha por el socialismo y, en segundo lugar, porque situaba todo el potencial de la nación en el futuro. No se trataba entonces de instaurar la nación colombiana sobre el alma popular oculta en las aldeas, ni de rescatar el espíritu hispano. Aunque muchos miembros de la Liga eran indigenistas, esta corriente en Colombia discrepaba de la propuesta que tomaba el pasado prehispánico como horizonte político y abogaba por una «verdadera» integración de las comunidades indígenas a la nación20. El objetivo era la construcción de una nación donde prevaleciera la igualdad, la justicia y la soberanía, tal como se expresaba uno de los lemas socialistas: «Por una Colombia Justa en una América Libre».
4. Galán y Bolívar en la invención de una tradición nacionalista
Como señalamos anteriormente, una de las preocupaciones principales del socialismo hasta mediados de siglo XX fue demostrar su arraigo nacional. Esta era tanto una preocupación genuina, derivada de su interés por presentar soluciones pertinentes al país y de lograr mayor aceptación popular, como impuesta por la necesidad de responder a las continuas críticas, que los acusaban de apátridas y seguidores de ideologías foráneas. En este punto también entraba en juego la necesidad de fortalecer una identidad socialista donde convergieran de manera armónica y equilibrada las diferentes corrientes presentes en su ideología, tarea que no parecía nada fácil. Entre las estrategias para hacer frente a estos retos estuvo la construcción de una tradición que buscaba crear identidad a partir de la relación entre nacionalismo y socialismo, pero también mostrar la predisposición intrínseca del pueblo colombiano hacia la revolución. Como suele ocurrir en los procesos de construcción o «invención» de tradiciones, la historia es un elemento clave porque otorga legitimidad al mostrar continuidad con el pasado, así dicha continuidad sea en buena medida ficticia21. En el caso colombiano se hizo una revisión parcial de la historia nacional, presentando como clave de comprensión la lucha constante del pueblo por la libertad y contra diferentes formas de opresión.
Esta no era una lectura original del pasado nacional, sino que seguía el modelo construido por el liberalismo popular, lo cual no era casualidad. La LAP tomaba esa tradición por afinidad ideológica y por su permeabilidad en el pueblo, pero buscaba darle una proyección hacia el socialismo, lo que tiene bastante lógica desde la perspectiva evolucionista que pregonaba. Esta historia cuestionaba algunos de los presupuestos que regían el relato del pasado patrio: la conquista como obra redentora y la providencia histórica de los grandes hombres. Lo primero estaba acompañado de una revalorización del pasado prehispánico, aunque promediando la década de 1940 la idea de tomar como modelo de organización social a las comunidades indígenas ya estaba muy revaluado, incluso por los mismos indigenistas11. Sobre lo segundo, el cambio estuvo en darle una perspectiva social a la historia al reconocer la acción de los grupos sociales, pero el papel de los grandes hombres no se cuestionó radicalmente. Apenas hubo el cambio de los prohombres conservadores por los llamados caudillos populares.
La interpretación de la historia como lucha del pueblo por la libertad retoma la matriz narrativa del liberalismo popular, pero a ella agregaban los socialistas la lucha de clases. Con ello se quería indicar que en todos los momentos de la historia había una pugna constante entre «los de abajo» y «los de arriba», por lo que no era suficiente la emancipación de poderes externos o de la dominación partidista, sino que también era necesaria la derrota de las castas y la instauración de nuevo orden social. De esta manera, la contienda contemporánea entre el pueblo y la oligarquía se proyectó hacia el pasado colonial, mediante una serie de eslabones que configuraban un modelo lineal y teleológico. En los extremos de esa cadena estarían, por un lado, los Comuneros, que simbolizaban la lucha popular contra la dominación colonial española y, por el otro, a mediados de la década de 1940, la lucha contra el fascismo y las oligarquías, tras la cual vendría la instauración de un nuevo orden. En medio habría otros hitos como las guerras de independencia, la revolución del artesanado a mediados del siglo XIX, los truncados intentos de reforma de Manuel Murillo Toro y Rafael Uribe Uribe, las luchas contra la hegemonía conservadora (huelga de las bananeras y protestas del 8 y 9 de junio de 1929), y la traicionada reforma de 1936.
El referente histórico de la revolución que estaría por venir era el levantamiento de los Comuneros, que no por casualidad se denominaba revolución. El liderazgo popular y la autonomía frente a los poderes establecidos la convertían en el máximo referente respecto a otros episodios; por ejemplo, frente a la independencia. Esta última se equiparaba a una guerra civil, donde confrontaban las aristocracias criollas y las españolas, pero sin liderazgo ni proyección popular. Los Comuneros también dejaban otra importante enseñanza sobre el potencial revolucionario del pueblo:
[...] hay un momento de saturación social en que el pueblo -nuestro mismo pueblo sumiso, analfabeta, irresponsable, torpe y gregario- asume la dirección de su propio destino y se levanta contra los poderes que se creían definitiva, eternamente, consolidados.
Y de allí se derivaba como conclusión la proximidad de un nuevo y definitivo levantamiento popular:
La segunda Revolución de los Comuneros lleva más de siglo y medio de aplazamiento. Nuestro pueblo soporta el peso del nuevo Estado Colonial y las nuevas voraces oligarquías, que con un disfraz u otro dirigen nuestros informes partidos tradicionales. Pero el que se haya aplazado siglo y medio no quiere decir que se aplace indefinidamente22.
Algunos de los referentes simbólicos utilizados dentro de la liga se encargaban continuamente de recordar la tradición de lucha del pueblo y la proximidad de esa segunda revolución. Este era el sentido del Fondo Editorial José Antonio Galán, la escuela de formación política del mismo nombre, el tratar de convertir la fecha de la muerte de Galán (16 de marzo de 1781) en uno de los días del calendario ritual de la izquierda23 y la organización de grupos llamados «Comunes». Esta última era una noción clave dentro de la LAP y hacía alusión tanto a la forma de organización política de los militantes (equivalente a células), como a los grupos de estudios. También estaba emparentada con las mingas de adoctrinamiento de los Nasa, como en las que había participado Antonio García a comienzos de la década de 1930 en su trabajo con los indígenas del Cauca.
El otro gran ícono de la LAP era Simón Bolívar, figura que permitía integrar el nacionalismo con el americanismo. Por ello, se rescataba al visionario que luchó por la independencia de todo el continente y trabajó por la creación de repúblicas fuertes, capaces de evitar la dominación de otras potencias, como Estados Unidos. A la par del genio militar y el estratega, se reivindicaba a Bolívar como un gran conocedor de las leyes y un hábil diplomático capaz de negociar el apoyo inglés a la independencia, pero sin caer en una posición de sometimiento24. En este análisis había una clara defensa de la posición tomada por la LAP (y otras fuerzas de izquierdas) de combinar el antiimperialismo con el apoyo a los Aliados en la lucha contra el fascismo. La Gran Colombia aparecía en el horizonte como la concreción de los ideales de Bolívar en el contexto de la posguerra. Allí, claramente, el recuerdo a la experiencia grancolombiana de 1819-1830 funcionaba como un referente simbólico de unidad y fuerza, aunque la propuesta de 1943 tenía unas connotaciones económicas y políticas muy diferentes. Si bien esto estaba claro, la referencia al libertador debía servir para acrecentar la mística y el compromiso con la causa. Por ejemplo, en las manifestaciones públicas que se celebraban en la Plaza de Bolívar, se hacían juramentos rituales masivos ante la estatua del libertador, comprometiéndose a trabajar solidariamente contra la tiranía en cualquier lugar del mundo y por el restablecimiento de la Gran Colombia25.
El culto al libertador ya era identificable en el Grupo Marxista y se desarrolló con más fuerza en la LAP26, pero en ningún modo se trataba de un fenómeno exclusivamente local. Bolívar como símbolo antiimperialista y de unidad latinoamericana estaba presente en el ideario de diversos grupos antiimperialistas de la década de 1920, como el APRA y la UCSAYA27. En la década siguiente Bolívar fue integrado al repertorio común del antifascismo. Neruda, el gran poeta y militante del antifascismo también era el poeta de la gloria americana de Bolívar. Fragmentos de sus poemas los encontramos en la prensa y en los discursos, juramentos y homenajes al libertador28. En este caso, la remembranza de la figura de Bolívar generaba un sentido de identidad y solidaridad entre los militantes de la izquierda y el antifascismo, dando lugar a cierto tipo de internacionalismo que se basaba no solamente en la clase sino en una historia común de lucha contra el colonialismo y el imperialismo. Esta articulación entre nacionalismo y americanismo se hacía evidente también en el lema de la organización «Por una Colombia justa en una América Libre». Este mismo sentido era el que utilizaba Haya de la Torre, cuando hacía sus llamados a la unidad indoamericana, a seguir el ejemplo de los libertadores (Bolívar y San Martín) y no detenerse ante las fronteras, sino unirse para asegurar la soberanía y defenderse de una posible agresión externa29.
El recurso al pasado mediante la entronización de Galán y de Bolívar como parte de los héroes del panteón socialista buscó conectar las luchas sociales nacionales con la revolución socialista y los ideales de nacionalismo y americanismo, difíciles de conciliar en términos de las ideologías políticas. La construcción de la tradición socialista estaba inserta en la lucha por la nominación legítima con el liberalismo y con el conservatismo, que si bien discurría en el campo de lo simbólico tenía consecuencias en las prescripciones políticas sobre lo posible y lo deseable. Como si representación y realidad fueran equivalentes, la LAP esperaba que la República Liberal efectivamente constituyera una etapa transitoria en el camino al socialismo, y que las masas liberales «naturalmente» pasaran a las filas de la revolución. Esta terminó siendo una aporía para el socialismo y las izquierdas, porque les impedía hacer una ruptura política y simbólica radical con el liberalismo, al cual pretendían desplazar30.
La vinculación de la LAP con la tradición liberal popular, le permitía mayores licencias a la hora de escoger a Bolívar como ícono político, de las que podía darse el PCC, organización que debía demostrar su ortodoxia marxista frente a Moscú. El tema de Simón Bolívar tenía importancia por dos razones coyunturales, que en ese momento adquirían relieve: de una parte, el texto que Carlos Marx escribió sobre Bolívar se dio a conocer en 1936; y de otra, la intención de los conservadores de apropiarse para sí del legado del libertador. Estos dos hechos, en apariencia opuestos, sin embargo, estaban relacionados con una misma interpretación sobre Bolívar, que lo reducía a un personaje autoritario y partidario del orden.
Aunque la LAP no se manifestó públicamente sobre la interpretación de Marx, sus principales dirigentes conocían el asunto, por la difusión del artículo por vía de Aníbal Ponce y por las referencias que hizo al respecto Gilberto Vieira. Su posición era totalmente adversa a la marxista, pero tal vez no mencionaron el tema para no debilitar su objetivo principal, que era el de recuperar la imagen de un Bolívar anticolonial e incluso antiimperialista, con lo cual se enfrentaban a la interpretación conservadora. Años más tarde Antonio García escribió un artículo criticando a los historiadores soviéticos, pues le parecía inadmisible que persistieran en ese error, actitud que sólo se podía explicar como «una aberración voluntaria y una tremenda demostración de que la veneración por la letra de la doctrina, ha llevado a la falsificación escolástica de la doctrina misma»31.
En lo inmediato, con la disolución de la Liga el ideal bolivariano se opacó en las izquierdas, cosa que no ocurrió con sus antípodas ideológicas, quienes cimentaron buena parte de su proyecto ideológico y cultural de gobierno en una lectura conservadora de Bolívar. El pensamiento bolivariano junto con el catolicismo y el hispanismo sirvieron de pilares para la reorientación política y cultural del país, que a partir de 1946 buscó sepultar el proyecto de liberalización y modernización que significó la República Liberal. Pero este proyecto se venía pensando de tiempo atrás. Como señala Rubén Sierra, a partir del decenio de 1930 se evidencia en el conservatismo el propósito de recupera el legado ideológico de Bolívar. En buena medida dicha recuperación implicaba también la construcción de una tradición, que enfatizaba en la identidad ideológica entre Bolívar y los conservadores alrededor de ideas como autoridad, orden, sociedad jerarquizada y una mentalidad anti-ilustrada y antiliberal. Un ícono que sintetiza muy bien este propósito fue el emblema utilizado por el periódico Derechas para su editorial, que superpone la imagen de Bolívar sobre una cruz cristiana, como equivalente criollo de los símbolos fascistas. Vale recordar que el pensamiento conservador colombiano del siglo XIX se distancia claramente de Bolívar, excepto en dos casos: Miguel Antonio Caro y Sergio Arboleda, figuras que fueron utilizadas para restablecer la continuidad histórica entre conservatismo y bolivarianismo en ese momento32.
5. Conclusiones
¿Cómo justificar la pertinencia del socialismo en un país como Colombia? ¿Cómo trascender los círculos académicos e intelectuales y ganar la simpatía de los sectores populares? Estas preguntas que resonaban en las cabezas de los socialistas, evidencian las fuertes tensiones existentes entre los procesos de elaboración teórica de las ideologías y los retos que enfrentan para materializarlas en contextos históricos determinados. En otras palabras, las complejidades que aúnan y separan la política como ideología y la política como praxis.
El nacionalismo no era un concepto unidimensional, sino que tenía diferentes significados para los socialistas. Uno de ellos era como sinónimo de liberación nacional, entendido como la superación del dominio colonial en la economía y la cultura. Por esta vía, los socialistas se vinculaban con el planteamiento nacionalista y de liberación nacional que formaba parte de los postulados centrales del movimiento revolucionario internacional. Paradójicamente, un segundo significado del nacionalismo se desprendía del rechazo de los socialistas colombianos a la importación de dogmas, particularmente a la apropiación mecánica del marxismo, que ellos veían en el PCC. En contraste, las bases del nuevo nacionalismo propuesto por los socialistas se encontraban en la compleja mezcla del conocimiento científico de la realidad y el descubrimiento de las fuerzas épicas de la sociedad colombiana.
Por esta vía, el nacionalismo se convirtió en uno de los rasgos centrales del socialismo en las décadas de 1930 y 1940, trascendiendo el nivel punto programático, hasta convertirse en la principal estrategia de identidad y legitimidad de la Liga de Acción Política (LAP). La inclusión de este tema no puede considerarse como un rasgo de originalidad en sí mismo, sino que responde a la necesidad de situarse frente a un «debate de época» que le interpelaba desde el campo de las izquierdas y de las derechas.
En este proceso de construcción de una identidad diferenciadora, pero al mismo tiempo lo suficientemente amplia para convertirse en polo de atracción «nacional», los socialistas criollos retomaron de manera selectiva y en forma parcial el marxismo. Al igual que en el caso del nacionalismo, se invocó tanto el análisis científico como la historia épica de las luchas populares para construir una tradición propia. El pueblo, en esa dualidad, oprimido y en lucha, aparecía como el sujeto de la nación. La tarea era derrotar a las fuerzas que habían tratado de hundirlo en la sumisión y el conformismo; y es en este proceso, de desenvolvimiento histórico y autorredención, que adquiere sentido la idea de que la revolución debía experimentarse en principio como un proceso de «liberación nacional».
La relación con el proyecto liberal de nación era ambigua, porque los socialistas compartían plenamente sus objetivos, aunque considerándolos como un momento de transición hacia una verdadera nación futura. El punto vinculante entre izquierda y nación se situaba en una lectura selectiva de la tradición liberal en su versión más radical (popular o de izquierda); sin embargo, la invención de una tradición histórica vinculante entre el pueblo colombiano y el socialismo -que necesariamente pasaba por el liberalismo- terminó teniendo un efecto opuesto al deseado, al cercar teórica e «históricamente» la posibilidad de constituirse como proyecto político independiente.