[…] yo no he rechazado al marxismo. Lo que ha ocurrido es muy diferente, y es que el marxismo se ha desintegrado y creo que me estoy quedando con sus mejores fragmentos. Ernesto Laclau ([1990 b] 2000, 211)
Introducción
La propuesta teórica (posmarxista o posfundacional)1 de Ernesto Laclau ha generado un importante debate en la teoría política contemporánea, tanto en el mundo anglosajón como en la Europa continental y en América Latina.2 Asimismo, por su cercanía e influencia en procesos políticos recientes, ya sea en el marco del giro a la izquierda3 en nuestro continente o en experiencias como Podemos en España, su obra ha sido objeto de intensos debates y combates.4 Más allá de algunas lecturas apresuradas o segmentadas, un importante conjunto de teóricos y teóricas de la política han estudiado su obra en profundidad, propuesto interpretaciones y críticas certeras, así como líneas de desarrollo que la han consolidado como una contribución significativa en el campo de la teoría política contemporánea. En este contexto, el objetivo de este artículo es presentar una genealogía explicativa del devenir desde el marxismo al posmarxismo y finalmente la consumación de una perspectiva posfundacional en la obra de Ernesto Laclau. La estrategia analítica implica reconstruir los nudos problemáticos que durante toda su obra -incluidos los años sesenta, frecuentemente desatendidos- fueron objeto de preocupación teórica y exponer el fundamento epistémico que sustenta la aproximación en cada caso y en cada tiempo. Estos nudos problemáticos giran en torno a: a) el problema de la constitución de la sociedad (una concepción ontológica); b) el tema del sujeto político (una concepción de la subjetividad); c) el asunto de la estrategia (una concepción de la política); y d) la cuestión del proyecto (una concepción normativa).
El tratamiento de estas cuestiones a lo largo de este artículo pondrá en evidencia cómo un desplazamiento en la concepción de la ontología social sobredetermina el abordaje de los otros temas, los habilita como campos de tránsito del marxismo hacia el posmarxismo, para luego consumar una perspectiva posfundacional. En este proceso de teorización puede apreciarse que el autor incluye herramientas conceptuales provenientes del marxismo gramsciano, del psicoanálisis (freudiano y lacaniano), de la lingüística y de la retórica, en un escenario marcado por la crítica a la ilusión de inmediatez plasmada tanto en el posicionamiento de Wittgenstein con respecto a la filosofía analítica como el de Heidegger en relación con la fenomenología y el tratamiento posestructuralista del signo. En otras palabras, esta ruptura ontológica con el marxismo tiene consecuencias teóricas, epistemológicas y políticas que, luego de una fase posmarxista, Laclau integra en una configuración posfundacional; en esta, el tratamiento de los cuatro problemas (orden social, sujetos políticos, estrategia y proyecto) puede aportar desarrollos categoriales importantes para comprender la política contemporánea.
El artículo se organiza en secciones que nos permiten el análisis contextual y performativo de la biografía intelectual de Ernesto Laclau, mediante una genealogía arqueológica de su obra. Esto nos posibilitará identificar la presencia de los cuatro temas centrales que configuran persistentemente la obra de nuestro autor, las condiciones en que se convierten en objeto de reflexión y cómo se constituyen en terreno de crítica al marxismo, por un lado, y de construcción teórica propia, por el otro. Cabe destacar que esta tarea se enfrenta a un desafío particular, ya que en buena medida son los mismos términos (discurso, hegemonía, antagonismo, articulación, populismo, etc.) los que se utilizan para tratar problemas teórico-políticos de naturaleza diferente y que se invocan en distintos momentos de la teoría, por lo tanto, se requiere una lectura epistémica que reconstruya los usos categoriales en cada etapa y para cada tópico. El desarrollo de esta investigación nos permitirá dar cuenta tanto de la historicidad de la perspectiva teórica de Ernesto Laclau como de sus contribuciones al debate en el campo de la teoría política contemporánea y sus agendas actuales.
1. “Aquellos años”. Genealogía arqueológica de los tópicos laclaunianos
Cuando hoy leo De la gramatología, S/Z o los Escritos de Lacan, los ejemplos que siempre me vienen a la memoria no son de textos literarios o filosóficos; son de una discusión en un sindicato argentino, un enfrentamiento de eslóganes opositores durante una manifestación, o un debate en un congreso partidario. Durante toda su vida Joyce evocó su experiencia natal en Dublín; en mi caso, son aquellos años de lucha política en la Argentina de la década de 1960 los que me vienen a la mente como punto de referencia y comparación. (Laclau [1990b] 2000, 201)
En lo académico, cabe destacar que Ernesto Laclau ingresó a la Universidad de Buenos Aires (UBA) para estudiar la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras5 en 1954 -un año antes del derrocamiento del general Perón, que él mismo reconoce haber apoyado-.6 Eran tiempos en que parte del movimiento estudiantil -que se había opuesto al primer gobierno peronista- empezaba a cuestionar esas posturas “gorilas”,7 en especial luego del bombardeo a la Plaza de Mayo, el golpe de Estado y las acciones represivas de la llamada “Revolución Libertadora” contra el movimiento peronista y sus bases obreras. Como estudiante, fue primero asistente de Gino Germani en el Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras.8 Más tarde tuvo relación estrecha con el destacado historiador José Luis Romero que, luego de ser rector interventor de la UBA designado por la dictadura, hacia finales de 1957 asumió la cátedra de Historia Social.9 Romero también fundó y dirigió el Centro de Estudios de Historia Social (CEHS) en 1958.10 En 1964 Laclau se graduó y obtuvo una beca del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) para realizar estudios de posgrado (Acha 2013).
En lo político, mientras era estudiante, se sumó como militante al Movimiento de Unidad Reformista (MUR) y formó parte de la agrupación Frente de Acción Universitaria (FAU).11 Presidió el Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras durante el periodo 1956-1957 y en 1958 ingresó al Partido Socialista Argentino (PSA).12 En la revista Situación, ligada a la juventud del partido, publicó en 1960 “Un impacto en la lucha de clases: el proceso inmigratorio argentino”, en donde ensayaba una lectura crítica de la situación de la clase obrera a la luz de cierta tradición marxista en la que incorporaba los debates de Germani y de Romero. En 1961 participó de una escisión del PSA y de la conformación del efímero Partido Socialista Argentino de Vanguardia,13 del que se alejaría luego de ser electo consejero superior estudiantil. Cabe mencionar que detrás de esta ruptura encontramos un problema central para la izquierda marxista de la época: el modo de abordar la “cuestión nacional y latinoamericana”, encarnadas en las experiencias del peronismo y la Revolución cubana respectivamente. Esta tensión interna en la izquierda derivada del peronismo (en ese momento proscripto y con evidente apoyo de la clase obrera) y de los efectos de la Revolución cubana (y sus distintas lecturas en la izquierda) movilizó a los jóvenes estudiantes “vanguardistas” en la búsqueda de horizontes políticos que articularan esa militancia de izquierda, con lo nacional-popular y lo latinoamericano.14 En diciembre de 1963, el Frente de Acción Universitaria finalmente se incorporó al Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN), conducido por Jorge Abelardo Ramos.15 Allí Laclau asumió como director de Izquierda Nacional, la revista teórica del partido, y del periódico Lucha Obrera (Laclau 1997b).16
La figura de Abelardo Ramos, el Colorado, es clave en su trayectoria intelectual, aunque menos presente en sus escritos (casi no hay citas de él). En el marco de la reedición de la obra de Abelardo Ramos, Laclau lo ubica como “el pensador político argentino de mayor envergadura que el país haya producido en la segunda mitad del siglo XX” (2012, s. p.), por la potencia del cruce entre la teoría marxista y la tradición nacional-popular latinoamericana. En 1966 Laclau obtuvo un cargo de profesor de historia en la Universidad Nacional de Tucumán (recordemos que se había graduado en 1964). Sin embargo, fue cesanteado luego del golpe de Estado encabezado por Juan Carlos Onganía que impuso una persecución a profesores universitarios, dentro de la que se inscribe la conocida Noche de los Bastones Largos, ese mismo año. Separado de su cargo, se radicó en el célebre Instituto Di Tella de Buenos Aires, que por entonces recibía a muchos profesores expulsados de las universidades públicas. En 1968 tuvo lugar una ruptura en el PSIN de la que participó Laclau, especialmente por discrepancias sobre la forma de organización y la función del partido. Como resultado, se quedó sin encuadre orgánico.17 La salida del PSIN coincidió con el inicio de la participación de Laclau en un proyecto internacional de investigación para estudiar procesos de exclusión en América Latina: el famoso proyecto Marginalidad.18 Luego de peripecias iniciales que significaron la salida de algunos de los investigadores y entidades financistas,19 esta iniciativa se radicó -tras gestiones de su director, José Nun- en el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) del Instituto Di Tella, y contó con el apoyo de la Fundación Ford (que ya financiaba al instituto). Nun propuso un consejo asesor integrado por David Apter (Estados Unidos), Alain Touraine (Francia) y Eric Hobsbawm (Inglaterra).20 Si bien el proyecto fue relativamente breve, dejó como saldo un conjunto de publicaciones muy relevante en torno a la masa marginal como categoría para pensar la superpoblación relativa y confrontar con otras, como lumpenproletariado o ejército industrial de reserva.
Estas intervenciones signaron en su momento el debate sobre la caracterización del capitalismo latinoamericano en un contexto de auge de la teoría de la dependencia. Como resultado de la investigación, Laclau publicó “Modos de producción, sistemas económicos y población excedente. Aproximación histórica a los casos argentino y chileno”, en la Revista Latinoamericana de Sociología, en 1969, y en 1971, “Capitalism and Feudalism in Latin America”, en laNew Left Review.21 Eran tiempos de debate, fundamentalmente en el campo de la historia social latinoamericana, y de controversia en torno a la conformación del capitalismo periférico (y su paso -o no- por etapas feudales). Esto -allende el debate historiográfico- era central para determinar la tarea de la clase obrera y la estrategia política. En la agenda de las investigaciones políticas y los análisis de coyuntura estaban preguntas como: ¿es necesario emprender una etapa democrático-burguesa de la mano de los movimientos “populistas” para luego dar lugar a una política de clases?, ¿es posible una radicalización desde los movimientos nacionales y populares hacia el socialismo?, ¿es preciso combatir los movimientos nacionales con una política de clase contra clase y no de “frente popular”? En perspectiva, esto nos muestra una preocupación temprana por la constitución del orden social, traducida en un interrogante historiográfico por la caracterización sistémica de la etapa, anclada tempo-espacialmente en América Latina, y desde un esquema interpretativo básicamente marxista.
La etapa 1963-1969 marcó una fase relevante en la formación política de Laclau. Fueron tiempos de lecturas marxistas (en su tradición leninista y trotskista), pero también de participación en los debates que en “nuestros años sesenta” -como dice Oscar Terán (1991) - incluían a Antonio Gramcsi y Louis Althusser22 en una perspectiva situada, preocupada por lo nacional, lo popular y lo latinoamericano. Esto implicó querellas dentro de la izquierda nacional, con el peronismo de izquierda y con la “nueva izquierda”, especialmente con el grupo de Pasado y Presente y los denominados “gramscianos argentinos”.23 La cuestión de lo nacional-popular, en este sentido, atravesaba el debate sobre la relación entre pueblo y clase (como sujetos de la historia), así como el vínculo entre populismo (o movimientos populares) y socialismo. En esta etapa quedan esbozados los cuatro problemas que -es nuestra hipótesis de lectura- estructuran la obra de Laclau y que serán los escenarios del tránsito del marxismo al posmarxismo. En primer lugar, una cuestión a la que -adelantándonos terminológicamente- llamaremos ontológica (social), es decir, la pregunta por la conformación del orden social. Por supuesto que no hay todavía una pregunta por la lógica de lo social o, como se dirá después, la primacía de lo político sobre lo social (Laclau 1990a [2000], 1990b [2000]).
Sin embargo, existe un interrogante central por la historicidad y la morfología del capitalismo en las sociedades latinoamericanas. En esta época se dio una discusión sobre las características del capitalismo periférico y lo colonial en el horizonte teórico marxista (que Laclau aborda desde la historiografía social y económica). Esto a su vez tiene implicancias en dos dimensiones teóricas. Por un lado, la cuestión del sujeto revolucionario. Es evidente que el proletariado tenía entonces una primacía histórica, pero el modo en que se conformó este “históricamente” era objeto de controversias que involucraban posiciones en torno al peronismo como identidad política obrera. Por otro lado, la cuestión de la “estrategia” en un momento de radicalización (cuando el horizonte “democrático”, tal como devendría en los ochenta, estaba aún muy lejos) se concretaba en tres opciones principales: lucha armada, partido de vanguardia y movimiento de masas. Estas tres cuestiones, la ontología social, la cuestión del sujeto y la estrategia, serán estructurantes de toda la obra de Laclau. Pero debemos considerar un cuarto elemento latente, más espectral en esta etapa, que es la cuestión del proyecto. Es claro que en los sesenta y setenta la idea de socialismo (como significante) funcionó como horizonte -aunque más como utopía que como mito, para usar la distinción de Sorel (2005) - y superficie de inscripción de diferentes proyectos. Este horizonte se iría desplazando desde el socialismo hacia las ideas de democracia radical, emancipaciones y -en cierto sentido, como veremos luego- populismo como encarnaciones del proyecto.
2. El marxismo como teoría política: de Althusser a Gramsci
En 1969 Laclau obtuvo -por intermedio de Eric J. Hobsbawm- una beca de tres años para estudiar en Oxford. Si bien su idea original era realizar una tesis sobre historia económica de la Argentina,24 el particular clima intelectual posterior al 68 hizo que esos años formativos lo orientaran hacia la teoría política y aparecieran nuevas perspectivas en su horizonte conceptual; en particular, los debates desde las vertientes posestructuralistas francesas (Derrida y Barthes), el psicoanálisis y las versiones del marxismo de Althusser y Poulantzas. Su arribo a la Universidad de Essex, primero con un fellowship y luego como profesor en el Department of Government, le permitió consolidar su orientación hacia la teoría política. Estas influencias, articuladas en un paradigma marxista, proveyeron herramientas teóricas para abordar tres conceptos centrales en esta etapa: el Estado, la ideología y el populismo, a la vez atravesados por los cuatro problemas mencionados (la constitución de la sociedad, el sujeto político, la estrategia y el proyecto), bajo una perspectiva neomarxista fuertemente influenciada por Althusser.25 Sin embargo, el tratamiento de estos temas encuentra otras posibilidades teóricas con la entrada de Gramsci a la teoría política de Laclau que, como veremos, pasa de estar en un puñado de notas al pie en la compilación de 1977 a ser el autor central en la década siguiente.26 En 1975 Laclau hizo su aparición teórica con su intervención en el célebre debate Miliband-Poulantzas en torno al Estado en la perspectiva marxista (Laclau 1975).27
Más allá de los señalamientos a la estrategia metodológica de Miliband en el estudio del Estado capitalista, es importante señalar la observación de Laclau sobre los aspectos que cercenan el significativo aporte del enfoque de Poulantzas, a quien se siente más cercano.28 En efecto, tanto para pensar la autonomía relativa del Estado como la relación entre ideología y clases sociales, el modelo base/superestructura (o cualquier otro esquema que implique “determinación”, aunque sea en última instancia) muestra importantes limitaciones.29 En este contexto toma forma un debate entre los aspectos estructurales (la economía y las clases) y los aspectos agenciales (Estado y fuerzas políticas). El tratamiento de esta cuestión presenta un desplazamiento típicamente gramsciano: “el paso decisivo de la estructura a las esferas de las superestructuras complejas”, que implica una preocupación por el Estado (Laclau 1980a, 1981) y por la ideología (1977a [1978], 1997b, [1978]).30 En el análisis de la dimensión ideológica, a partir del libro de Poulantzas Fascism and Dictatorship: The Third International and the Problem of Fascism,31 cobra relevancia la incorporación de categorías psicoanalíticas freudianas (que Laclau toma de un diccionario de psicoanálisis). Una noción central es la de condensación, que consiste en que una representación única abarca, a su vez, a varias cadenas asociativas (luego será la retórica la que ayude a pensar esta operación mediante los tropos de la metáfora y la sinécdoque).
Además, aparece otro término importante, que es el de elementos, cuando se piensa en qué elementos entran en un proceso de condensación. Analíticamente son problemas distintos: el estatus de los elementos y las lógicas que operan en la condensación (o, más en general, en el proceso ideológico). Poulantzas -dice Laclau- se limita a identificar la variedad de elementos discursivos que el fascismo amalgama, pero no va más allá de ese dato empírico. Esta crítica posibilita la operación teórica clave para pensar luego el populismo desde el marxismo: desancla los elementos (como contenidos ideológicos) de una pertenencia necesaria a las clases sociales. Como efecto, los elementos ideológicos (culturales) y el principio articulador de estos operan en dos dimensiones conceptuales distintas.32 Esto lleva el problema al terreno de las interpelaciones: tanto las de clase como las llamadas popular-democráticas. En cierto modo, Laclau le reprocha a Poulantzas ser poco althusseriano y perderse este aporte a la cuestión: como es sabido, para Althusser la función de la ideología consiste en interpelar y constituir a los individuos como sujetos.33 Laclau sigue la idea althusseriana de que los individuos son soportes de las estructuras y de que estos son transformados en sujetos mediante una intervención ideológica llamada interpelación. Por supuesto que es consciente de que la categoría de ideología en Althusser ha sido muy debatida y de las dificultades del concepto de interpelación. Sin embargo, en lo sustancial le sirve el planteo althusseriano para interrogarse por el principio organizador de un discurso ideológico (y su fuerza). Allí -y un poco en tensión con “Hacia una teoría del populismo”- el principio organizador no es otra cosa que una interpelación que se constituye como tal, que articula elementos, que condesa y sobredetermina un campo y tiene efectos de sujeto.34 Esta cuestión de la ideología y las interpelaciones es constitutiva de la primera reflexión sobre el populismo, el tercer concepto de esta etapa. La entrada del populismo se da mediante la pregunta por la relación entre interpelaciones ideológicas y lucha de clases.35
Laclau postula que, si bien todas las contradicciones están sobredeterminadas por la lucha de clases, hay contradicciones y antagonismos (todavía acá no hay diferencia) que se ubican en otro espacio de la formación social, distinto de las relaciones sociales de producción. En efecto, habría una contradicción de clases y una popular-democrática. Esta segunda se hace presente cuando el modo ideológico en que se articula la lucha no obedece a una identificación acotada de clase, sino a la invocación de los de abajo contra los sectores dominantes: allí se constituye el pueblo. De esta manera, el pueblo es una determinación objetiva, diferente de la determinación de clase. Para Laclau, la tarea en la lucha de clases, entonces, es la de articular las interpelaciones popular-democráticas y dotarlas de una orientación clasista y socialista. En este sentido es que lo nacional y lo popular cobran relevancia para la estrategia socialista. Ahora bien, si articular los elementos populares en un discurso de clase es la tarea de la clase obrera, también constituye la tarea política de las clases dominantes para construir hegemonía: el fascismo se explicaría en este sentido. Pero no solo eso, sino que Laclau sostiene la tesis de que el fascismo fue posible porque la clase obrera abandonó la lucha popular-democrática. Por lo tanto, no se trata únicamente de un asunto teórico sobre el funcionamiento de la ideología y el discurso, sino, fundamentalmente, de una cuestión estratégica.
La consecuencia política que extrae Laclau, como se dijo, es que la tarea de la izquierda radica en la articulación de elementos popular-democráticos en una perspectiva socialista.36 De allí la tesis de la continuidad entre populismo y socialismo en tanto
en el socialismo, por consiguiente, coinciden la forma más alta de populismo y la resolución del último y más radical de los conflictos de clase. La dialéctica entre pueblo y las clases encuentra aquí el momento final de su unidad: no hay socialismo sin populismo, pero las formas más altas de populismo solo pueden ser socialistas. ([1977a] 1978, 231)
Esta es una de las tesis centrales con las que polemizan De Ípola y Portantiero (1981) , quienes exponen una contradicción entre el proyecto populista y el proyecto socialista en lo que refiere a su concepción de Estado, democracia y hegemonía.
Hacia comienzos de los años ochenta se evidencia en la obra de Laclau una influencia de la perspectiva italiana: por un lado, Gramsci (Laclau 1980b, 1980c) y Toggliati (Laclau 1980, 198c) como un puente para pensar tanto el Estado (integral) como los sujetos sociales en perspectiva de un bloque histórico; por otro lado, la escuela de Galvano della Volpe para atacar el hegelianismo marxista (Laclau 1980c). El concepto de bloque histórico ofrece una oportunidad para desplazar el determinismo e introduce el historicismo como elemento de articulación entre modo de producción, lo político y lo ideológico. Es importante destacar la noción de historicismo absoluto para el marxismo y las consecuencias ontológicas, teóricas, epistemológicas y políticas, porque implica repensar la temporalidad, la relación entre determinación y contingencia, las condiciones de la dinámica histórica y, podemos agregar, la dimensión de lo posible, es decir, la construcción de futuro.
Laclau concluye su texto de 1981 “Teorías marxistas del Estado: debates y perspectivas” -incluido en una compilación de Norbert Lechner- con la construcción de un problema que ya no puede resolverse en el marco de la teoría marxista (al menos como él la concibe):
Advertimos que la historicidad del todo social es más profunda que aquello que nuestros instrumentos teóricos nos permitieron pensar y nuestras estrategias políticas encauzar […] nos encontramos en que no contamos ni con una teoría de las articulaciones y de las lógicas sociales, ni con una teoría de la producción de sujetos, ni una idea clara de lo que está contenido en la idea de contradicción y antagonismo. (1981, 59)
Como puede apreciarse, en este pasaje aparecen tres de los tópicos constitutivos: la cuestión del orden social, cuya historicidad no puede pensarse dentro del esquema marxista, el problema del sujeto y el de la estrategia. Ahora bien, ¿qué pasa con el proyecto? Laclau aborda esta cuestión en un texto de 1983 y argumenta:
Socialism, accordingly, has no other content or unity than that with which the very process of hegemonic construction endows it. When essentialism with respect to subject and process disappear, so too vanishes the very idea that socialism’s contents enjoy an essential unity. So it is false to assume that the abolition of the private ownership of the means of production holds the promise of total human liberation. In fact the latter is dependent upon the construction of a historical subject whose identity cannot be grounded in any kind of productivist metaphysics. (1983a, 116)
La propuesta de salida es profundizar la categoría de hegemonía y explorar una nueva concepción de socialismo. Esto constituirá un caballo de Troya para el marxismo. Nos encontramos en el umbral del tránsito del marxismo al posmarxismo que abordaremos en la próxima sección.
3. Del marxismo al posmarxismo
El desarrollo de los cuatro nudos: el problema del orden, el sujeto, la estrategia y el proyecto, que se inician en el terreno teórico del marxismo, encuentra allí su techo de cristal. Esto llevó a que, hacia comienzos de los años ochenta, Laclau buscara opciones teóricas para salir del atolladero. El encuentro de una categoría de la tradición marxista y una externa -nos referimos a hegemonía y discurso- será la escalera para salir del laberinto.
Es quizás en “Ruptura populista y discurso” ([1979] 1985)37 donde la noción de discurso comienza a presentarse como una categoría ontológica con efectos deconstructivos:
No se trata, pues, de concebir a lo discursivo como constituyendo un nivel, ni siquiera una dimensión de lo social, sino como siendo coextensivo a lo social en cuanto tal […] no constituye una superestructura, ya que es la condición misma de toda práctica social o, más precisamente, que toda practica social se constituye como tal en tanto es productora de sentido. […] La historia y la sociedad son, como consecuencia, un texto infinito. (Laclau [1979] 1985, 39)
Estos efectos deconstructivos llegan a la concepción de sujetos, ya que estos no podrán ser entidades preestablecidas, sino construcciones discursivas. Asimismo, en su ponencia en el célebre Seminario de Morelia38 en 1980, inició con un aserto: “‘Hegemonía’ es el concepto fundamental de la teoría política marxista. Es a partir de él que es posible concebir tanto las diversas dimensiones y límites de lo político como los supuestos fundamentales de una estrategia socialista” (1985b, 19). Notemos que acá hay dos dimensiones de las que consideramos constitutivas: lo político y la estrategia, aunque el primer término no está conceptualizado, como lo será luego, con ladifféranceentre lo político y la política. El término hegemonía, paradójicamente, es el concepto fundamental de la teoría política marxista, pero no proviene de Marx, sino que es una noción en cierto modo introducida ad hoc por el pensamiento político marxista involucrado en la praxis revolucionaria. El concepto heterogéneo y heterodoxo permitiría eliminar el reduccionismo estructuralista, así como superar las concepciones empiristas y racionalistas de las clases sociales (es decir, operaría sobre la teoría del sujeto), al tiempo que se constituye como estrategia. Por supuesto que será Antonio Gramsci el Virgilio de esta tarea.39 Estas tres dimensiones de la categoría de hegemonía (como concepto para pensar la configuración del orden, la estrategia y la constitución de sujetos) es reconstruida por Laclau y Mouffe en los dos primeros capítulos de Hegemonía y estrategia socialista (HES), al establecer una genealogía de su uso desde la socialdemocracia rusa, pasando por la Segunda Internacional hasta los escritos de Gramsci. En cierto modo, HES despliega la crítica a la razón marxista, en el sentido en que se busca establecer límites y posibilidades de este paradigma. Los autores asumen para esta práctica teórica que
hoy nos encontramos ubicados en un terreno claramente posmarxista. Ni la concepción de la subjetividad y de las clases que el marxismo elaborara, ni su visión del curso histórico del desarrollo capitalista, ni, desde luego, la concepción del comunismo como sociedad transparente de la que habrían desaparecido los antagonismos, pueden seguirse manteniendo hoy. (Laclau y Mouffe [1985a] 2004, 13)
En esta cita pueden verse tres de los ejes que, como venimos argumentando, atraviesan longitudinalmente la obra de Laclau y se materializan como crítica al marxismo: una ontología social (y una filosofía de la historia), una teoría del sujeto (y de la subjetividad) y una concepción del proyecto. A su vez, esto repercutirá en la dimensión estratégica. La práctica teórica crítica está presente desde comienzos de los años ochenta en textos que son prolegómenos al posmarxismo (Laclau 1983a, 1983b). El análisis de la categoría de ideología, primero, sirve para derribar lo que considera una lógica esencialista en el marxismo que se traduce en una visión de la sociedad estructurada y sistémica, por un lado, y una concepción de los sujetos sociales con intereses objetivos de clase que permitía hablar de “falsa conciencia”, por el otro. Admitir como axioma ontológico la infinitud de lo social (Laclau 1983a) es la piedra angular de la teoría posmarxista. El efecto teórico es la constitución de un nuevo escenario para pensar el modo en que esta infinitud es dominada (hegemonizada) para estructurar un orden contingente y precario, a la vez histórico y concreto.
La misma lógica de crítica al esencialismo, pero en el nivel de las identidades, pondrá en cuestión la concepción de la clase como sujeto privilegiado, pero no -por cierto- la posibilidad de existencia de sujetos de clase. Si cada formación social tiene su propia configuración y allí se establecen relaciones de determinación y autonomía internas, los sujetos constituidos en su interior (también como intento de estabilizar la diferencia) serán tan históricos y contingentes como la misma sociedad. El marxismo -dicen Laclau y Mouffe (1987) - genera importantes avances al proponer dos ideas rupturistas con la tradición iluminista: aceptar la negatividad constitutiva (en la figura del par opresión/antagonismo), tanto en la sociedad como en las identidades, y el carácter mediado de las representaciones (la opacidad de lo social). Sin embargo, la respuesta que, según Laclau, ofrece Marx a estos problemas supone la posibilidad de la superación, tanto de la negatividad (la lucha de clases) como del velo ideológico y alienante.
Ahora bien, la dimensión del proyecto socialista también se ve afectada por el movimiento ontológico. Si se asume una condición histórica y teórica posfundacional para la reflexión, esta impide pensar en un proyecto político dado como universal y necesario, como despliegue no mediado de un sujeto o una idea en aras de realización.
En el marco de la crítica a la metafísica de la presencia, Laclau emprende su labor teórica como una deconstrucción del marxismo que implica -en un gesto heideggeriano- “un cuestionamiento radical que se sitúa más allá de esa tradición pero que es solo posible en relación con ella- [donde] el sentido originario de sus categorías (desde hace mucho entumecido y trivializado) puede ser recobrado” (Laclau [1990b] 2000, 107). Esto, a su vez, implica un tránsito desde la ruptura posmarxista a la consumación posfundacional.
El campo teórico en que esta operación es posible requiere asumir la crítica a los esencialismos, el lugar del discurso en la performatividad de las relaciones sociales y una perspectiva deconstructiva del sujeto. Es decir, considerar como válida la crítica del segundo Wittgenstein al señalar que es posible determinar el sentido con independencia de los juegos del lenguaje y sus usos; también la concepción de la facticidad e historicidad del ser en Heidegger como crítica a la fenomenología y la crítica a la fijación del significante y el significado realizada por el posestructuralismo francés, en las figuras de Barthes, Derrida y Lacan (Laclau 2005a). Estas herramientas teóricas, y particularmente sus rupturas epistemológicas, serán fundamentales en el desarrollo de nuevas condiciones para una teoría de la hegemonía que deconstruye la tradición marxista.40 La categoría de hegemonía constituye una especie de caballo de Troya, porque su densidad teórica evidencia “algo más que un tipo de relación política complementario de las categorías básicas de la teoría marxista; con él se introduce, en efecto, una lógica de lo social que es incompatible con estas últimas” (Laclau y Mouffe [1985a] 2004, 11).
Ahora bien, detengámonos brevemente en los tres asuntos centrales que critica. El primero hace foco sobre la ontología del marxismo y su filosofía de la historia. Laclau sostiene que el marxismo asume una visión de la totalidad como cerrada, con un esquema de base y superestructura y una teleología hegeliana devenida en etapismo. Esto, evidentemente, no le hace justicia a la rica y variada tradición marxista -que desde el comienzo fue identificada como una falacia del hombre de paja-.41 Sin embargo, el señalar las deficiencias de la crítica al marxismo no afecta la productividad del campo teórico abierto.42 Lo relevante aquí es reparar en este giro ontológico que implica asumir la “infinitud” y la imposibilidad de fijar un sentido último, en tanto permite pensar a la sociedad como articulación de relaciones sociales sin un principio estructurador único. Este intento de domesticar la infinitud, de producir un orden que no puede nunca superar por completo el juego entre heterogeneidad/homogeneidad, entre infinito/finito, será propio de una operación hegemónica que exige tramitar la relación de lo particular con lo universal. Es este desplazamiento ontológico el que permite todos los movimientos teóricos posteriores, tanto a nivel del sujeto como de la estrategia y el proyecto. En “La imposibilidad de la sociedad” (1983b) Laclau traslada la ruptura ontológica en relación con el orden social hacia las identidades. Esto ubica el problema del sujeto en una perspectiva posmarxista. Al cuestionar la idea del antagonismo con “contradicción” y a la sociedad como estructurada sobre una relación social constitutivamente privilegiada (la relación entre capital y trabajo), se abre un horizonte superador del marxismo. Esto porque -en términos kuhnianos- permite resolver tanto los enigmas como las anomalías del marxismo como teoría del sujeto y como teoría de la sociedad. En efecto, hará posible pensar los sujetos de clase (en todas sus formas) así como otros sujetos que estructuran su accionar en torno a demandas (situaciones, exclusiones o diferencias) que se ubican fuera de relaciones sociales de producción económica.
El movimiento ontológico, tramitado en el nivel de la teoría del sujeto, tiene también un efecto en la estrategia política. En tanto la sociedad no tiene un centro ni un sujeto ontológicamente privilegiado para llevar adelante la lucha por el cambio social y está atravesada por situaciones cada vez más capaces de ser escenario de conflictos, entonces la estrategia será un doble movimiento: expandir las luchas particulares y articularlas mediante la lógica de la equivalencia. Estas situaciones de subordinación, en tanto las exclusiones producen posiciones subalternas, pueden ser espacio de politización, al activar la negatividad con respecto al orden vigente (de ese modo se construyen como opresivas) y establecer fronteras antagónicas.43 Por su parte, la dimensión del proyecto político será esbozada como una radicalización de la democracia. Cabe aclarar que el mismo Laclau destaca que “La formulación de la política en términos de democracia radicalizada […] es básicamente una contribución suya [de Mouffe])” (Laclau [1990b] 2000, 190) y es consistente con la trayectoria posterior de ambos. Paradójicamente, mientras fueron ubicados en el terreno posmoderno, Laclau y Mouffe inscriben -en el prefacio a la edición en español de 1987- su propuesta para una nueva izquierda en
la tradición del proyecto político “moderno” formulado a partir del Iluminismo, e intenta prolongar y profundizar la revolución democrática iniciada en el siglo XVIII, continuada en los discursos socialistas del siglo XIX, y que debe ser extendida hoy a esferas cada vez más numerosas de la sociedad y del Estado. ([1985a] 2004, 6)
Esto implica una redefinición del proyecto socialista para concebirlo sin un contenido prefijado y como resultante de la articulación de las distintas formas de subordinación que existen en las sociedades contemporáneas. “La tarea de la izquierda no puede por tanto consistir en renegar de la ideología liberal-democrática sino al contrario, en profundizarla y expandirla en la dirección de una democracia radicalizada y plural” ([1985a] 2004, 291), lo que implica desarticular las ideas del iluminismo y de la revolución democrática del anclaje que hicieron de ellas las clases dominantes que históricamente las desarrollaron en la modernidad occidental. Sin embargo, Laclau y Mouffe no abandonan del todo la tarea clásica socialista, en cuanto
todo proyecto de democracia radicalizada incluye necesariamente, según dijimos, la dimensión socialista -es decir, la abolición de las relaciones capitalistas de producción-; pero rechaza la idea de que de esta abolición se sucede necesariamente la eliminación de las otras desigualdades. ([1985a] 2004, 317)
El alcance del socialismo en la perspectiva posmarxista es, legítimamente, objeto de debate.
4. Entre la perspectiva posmarxista y la posfundacional
En 1990 Laclau publica las Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo como corolario de los desarrollos posteriores a Hegemonía y estrategia socialista, y en un contexto histórico signado por la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento soviético.44 El ensayo central de esta obra hace foco en dos de los nudos problemáticos identificados que son centrales en el libro: la cuestión del sujeto y del orden, ya en un terreno posmarxista y en una perspectiva posfundacional. Sobre la primera cuestión -la del sujeto- hay un desarrollo de nociones como decisión, subjetividad y antagonismo que serán claves. Por su parte, en referencia al orden hay una postulación de elementos constitutivos: contingencia, poder, dislocación e historicidad. Así, la concepción de un orden “imposible” por el fracaso de dominar la infinitud, pero también por una falta constitutiva, tendrá una correlación en el nivel teórico del sujeto. Laclau introduce aquí una distinción entre el antagonismo y la dislocación del orden que complementa el desarrollo de HES.
La categoría de antagonismo fue ganando protagonismo como clave para elaborar una concepción del conflicto social y una teoría de la subjetividad política posmarxista. Este desarrollo colabora para resolver un desplazamiento, ya que en HES antagonismo nombra dos problemas. Por un lado, opera en un sentido ontológico: la sociedad toda estaba atravesada por un antagonismo -la ausencia de un fundamento- que muestra su imposibilidad y que a partir de allí, mediante el establecimiento de equivalencias, se puede hacer evidente la negatividad (“más allá de la positividad de lo social”). Por otro lado, hay una alusión a una multiplicidad de antagonismos de orden empírico que constituían los elementos a expandir, radicalizar y articular, que antagonizan fuerzas sociales.45 En las Nuevas reflexiones el punto de partida consiste en revisar las ideas de antagonismo y contradicción en dos textos de Marx. Por un lado, el célebre prólogo de 1859 (Marx [1859] 1975) y, por otro, la sentencia del Manifiesto comunista ([1848] 2004): “la historia de toda sociedad hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases”. En el primero habría una contradicción sin antagonismo; en el segundo, un antagonismo sin contradicción. Aquí es importante seguir el argumento que ofrece Laclau. En uno de los textos marxianos se presenta una visión -a su juicio- determinista que coloca una idea de contradicción en la base y una teoría del derrumbe inevitable.46 Laclau señala que, aun asumiendo una tendencia a la crisis, se evidencian dos consecuencias teóricas. Primero, no habría lugar para los antagonismos de clase en este esquema y, segundo, la forma y la consecuencia de esta crisis ya no pueden pensarse como resoluciones unívocas y necesarias. No hay crisis final y, en todo caso, las crisis producidas históricamente tienen resoluciones igualmente históricas y contingentes. Es aquí donde entra la centralidad del sujeto o el agente. Esto nos llevaría a una concepción de la historia propia del otro pasaje, la historia como lucha de clases entendida como un antagonismo irreductible.
Ahora bien, Laclau muestra consistentemente que en la relación capitalista entre un comprador de la fuerza de trabajo (poseedor de los medios de producción) y un vendedor de la fuerza de trabajo no hay una contradicción lógica. Que ocupen lugares diferentes en el sistema, e incluso que uno esté subordinado a otro, nada nos dice de una contradicción. La situación de opresión e incluso de explotación no es una contradicción lógica ni genera un antagonismo, en tanto no es construida discursivamente como tal (como una contradicción histórica, tan objetiva como subjetiva).47 Para que sea una contradicción inherente es necesario afirmar -dice Laclau- que existe una identidad del proletariado, dada por una especie de homo oeconomicus, que por naturaleza desea tener más y que ese tener más entra en contradicción con la misma naturaleza humana del capitalista. Entonces, lo que ocurriría sería una inevitable disputa por lo que se produce y su excedente. Pero esto implicaría concebir la existencia de una naturaleza humana y deshistorizar la subjetividad.48 ¿Eso significa que no hay antagonismo de clase? No, y Laclau es muy claro al respecto: los antagonismos de clase serán históricos y con un contenido contingente y, además, “no significa que las organizaciones obreras no puedan jugar un importante papel hegemónico en ciertas circunstancias, en la dirección de las luchas populares; pero lo que sí significa es que esto depende de las condiciones históricas concretas” (Laclau [1990b] 2000, 230). En este horizonte el modo de constitución de los sujetos será esencialmente histórico, puesto que la producción del antagonismo depende de las identidades sociales que se hayan construido en un ordenamiento social específico. En la producción del antagonismo intervienen tanto la falta constitutiva de toda identidad como “un conjunto de prácticas sedimentadas” y la producción de la negatividad histórica que una posición tiene en un ordenamiento. Estamos en las puertas de la famosa definición del sujeto:
Y está claro también que, si por un lado el sujeto no es externo respecto de la estructura, por el otro se autonomiza parcialmente respecto de esta en la medida en que él constituye el locus de una decisión que la estructura no determina. Pero esto significa: (a) que el sujeto no es otra cosa que esta distancia entre la estructura indecidible y la decisión; (b) que la decisión tiene, ontológicamente hablando, un carácter fundante tan primario como el de la estructura a partir de la cual es tomada, ya que no está determinada por esta última. ([1990b] 2000, 47)
La relación entre sujeto y estructura no es mecánica ni determinista, pero tampoco dialéctica en el sentido en que entiende Laclau el término;49 se desarrolla en un escenario contingente, histórico, por medios discursivos, y en un proceso que implica decisión, identificación y acción. La emergencia del sujeto es posible lógicamente porque todo orden es por definición dislocado (se basa en un cierre sobre aspectos tendencialmente infinitos), pero a su vez la emergencia del sujeto es histórica porque la expansión de dislocación (de libertad) genera mayores condiciones de acción. En ese terreno dislocado lógica e históricamente aparece el sujeto como acto de subjetivación (decisión/identificación)50 que requiere del mito y la metáfora como condiciones de su advenir. Estas características (mito y metáfora) serán centrales en las obras posteriores de Laclau en las que desarrolla los estudios sobre el misticismo y la retórica. En lo que respecta a la dimensión del proyecto, Laclau lanza una pregunta normativa: “¿por qué preferir un futuro antes que otro, por qué optar entre tipos distintos de sociedad?” ([1990] 2000, 43). Y su respuesta depende de asumir primero la historicidad y la contingencia de nuestra condición humana y abandonar las pretensiones de un fundamento universal. Sin embargo, este abandono del fundamento debe venir acompañado de una “reformulación de los valores del Iluminismo en la dirección de un historicismo radical y renunciar a sus fundamentos epistemológicos y ontológicos racionalistas [lo que] es, pues, expandir las posibilidades democráticas de esa tradición” ([1990b] 2000, 98). Programáticamente, y expuesto en un texto publicado en coautoría, con Stuart Hall:
Finally, let us say something about an old bone of contention within the Left: the well-known polarity, reform/revolution. In one sense we can say that the matter is settled definitively in favour of reform. […] What we need today is what we could call “revolutionary reformism”: one which enlarges the space of representation of the political system and constitutes a new collective will as a result of the political aggregation of social demands. Once again, the adequate name for this project is “radical and plural democracy”. (Hall y Laclau 1990, 27)
La serie de artículos que componen los dos libros siguientes de Laclau son abordajes de la agenda delineada en las Nuevas reflexiones y consuma su perspectiva posfundacional. Emancipation(s) de 1996 (Laclau 1996b) compila un conjunto de artículos escritos entre 1989 y 1995. Si bien no tienen una unidad temática preestablecida, la regularidad en la dispersión está dada por la pregunta por la relación entre los particulares y el universal en la lucha política. En “Más allá de la emancipación” (1992a) es evidente la apuesta por pensar -en un terreno posfundacional- las condiciones de la práctica emancipatoria por fuera de las ilusiones de plenitud, resurrección o reconciliación. Admitiendo que el orden (y el tiempo, como dice en otro texto)51 está dislocado, y que la dislocación expande espacios indeterminados de acción histórica, el desafío es pensar cómo esos particulares, cuyo reverso común es la pura negatividad, encuentran espacios contingentes de articulación y universalización. La cuestión del fundamento, entonces, emerge en este terreno como una imposibilidad requerida por los efectos de totalización presentes en las prácticas hegemónicas.
En este periodo Laclau incorpora un nuevo arsenal de herramientas provenientes de la retórica a la teoría del discurso que había comenzado a pergeñar en los años ochenta. La perspectiva retórica encontrará su mayor desarrollo luego de “¿Por qué son importantes los significantes vacíos para la política?” (1994b). Este giro -la pretensión incluso de una ontología retórica, como se evidencia en el título de su libro póstumo- (Laclau 2014) requirió de una teoría del discurso que incorporara los tropos (catecresis, metonimia, metáfora, sinécdoque) como movimientos estructurantes del campo significativo y social. Así, la retórica podrá tener tanto alcances ontológicos a nivel del orden social como en la teoría del sujeto (“todo sujeto es metafórico”) y en la lucha política. En 2002 aparece en español Misticismo, retórica y política, una compilación de tres artículos publicados originalmente entre 1996 y 2001. Nuevamente el problema es el de la relación del particular con el universal para la política. No en vano Laclau usa en el título estas tres palabras. El misticismo ofrece una estructura análoga para pensar la relación entre lo particular (el ser humano) y el universal (Dios), una forma en que la finitud puede alcanzar la infinitud. El desarrollo del “todo sujeto es un sujeto mítico” lleva a plantear el estudio de Sorel y Benjamin, para quienes el mito (y no la fría utopía, al decir de Gramsci) ejerce una fuerza galvanizadora, interpelante y movilizadora que se relaciona con la construcción de la “voluntad colectiva nacional-popular” (Laclau 1996c).
A esta etapa la podemos llamar retórica, dado que reúne trabajos orientados a desarrollar una ontología que implica reposicionar a la retórica como una teoría de lo social (o de lo político). Es un momento importante porque se afinan categorías que serán usadas como andamiaje en La razón populista de 2005 (Laclau 2005b). En cierto modo, Laclau encuentra en la retórica y en el misticismo herramientas teóricas para lidiar con el problema central de esta época, la relación de lo particular con lo universal que está en la base de su definición de hegemonía:
He definido a la hegemonía como una relación por la cual cierta particularidad pasa a ser el nombre de una universalidad que le es enteramente inconmensurable. De modo que lo universal, careciendo de todo medio de representación directa, obtendría solamente una presencia vicaria a través de los medios distorsionados de su investimiento en una cierta particularidad. (Laclau 2008, 15)
En lo que respecta a la crítica marxista, esto tiene dos efectos relacionados que se siguen al cuestionar la idea de que un particular (el proletariado) tenga un privilegio ontológico (y epistemológico) como portador de una universalidad. El primero es -digamos- estratégico; puesto que las luchas sociales en el marco del capitalismo globalizado no tendrán un agente privilegiado, será la articulación de particulares la forma de poner en cuestión una totalidad o los efectos totalizantes. Esto no implica afirmar un puro particularismo, porque estos particulares heterogéneos están atravesados por una universalidad que también los constituye (una falta o una plenitud ausente). El segundo es que se cae el proyecto de una emancipación universal mediante la realización de una lucha -como puede ser la de clases-. Esto quiere decir no solo que la lucha de clases tendrá un contenido contingente (recodemos que se refutó la idea de los intereses objetivos), sino que tampoco será necesariamente el punto articulador de las luchas que buscan transformar el orden. Lo universal sería, por un lado, la falta y, por otro, un horizonte sin un contenido particular. La lógica del significante amo y el objeto a, así como lo Real, serán referencias lacanianas frecuentes en la obra de Laclau. Si bien el psicoanálisis había estado presente desde los años setenta -mediado por Althusser- y en los años ochenta -recordemos “Psychoanalysis and Marxism” de 1987 (Laclau 1987c)-, fue en los años noventa cuando se consolidó un diálogo teórico más consistente entre el psicoanálisis, en su versión lacaniana, y la teoría posfundacional.52 Esto permitirá afinar herramientas tanto para pensar la configuración del orden social como para construir una teoría del sujeto político.
Pero la retórica tendrá, además, un importante efecto para la política democrática en clave posfundacional. Si no hay un cierre completo del orden ni una universalidad necesaria que lo fundamente, nos encontramos con otras dos consecuencias. Primero, las particularidades de una sociedad disputarán contingentemente por universalizar ciertos contenidos específicos para ser estructuradores “totalizantes” de la comunidad. Segundo, en tanto se dan en un espacio común, esta disputa generará un conjunto de significantes compartidos y a la vez en controversia. Esta relación de la parte y el todo, de la particularidad y la universalidad, que viene de la hegemonía, tramitada por la retórica y el psicoanálisis, será fundamental en la nueva teoría del populismo.
5. Una teoría posmarxista y posfundacional del populismo
La razón populista (Laclau 2005b) pone en acto la caja de herramientas forjada en la trayectoria que venimos reconstruyendo: sobre la tradición marxista, el devenir posfundacional a partir de las intervenciones del psicoanálisis, la retórica y la deconstrucción. Nuevamente aparece el nudo borromeo teórico compuesto por la pregunta por el orden, los sujetos y la estrategia (Retamozo 2017). Al igual que hegemonía,53 el populismo como categoría opera en estos tres niveles, a la vez que problematiza la cuestión del proyecto y su dimensión normativa en relación con la democracia.54
Sobre el problema ontológico podemos reconstruir el argumento del siguiente modo: si “lo político se ha convertido en sinónimo de populismo” (Laclau 2005b, 194) y “lo político tiene un rol primariamente estructurante porque las relaciones sociales son, en última instancia, contingentes, y cualquier articulación existente es el resultado de una confrontación antagónica” (2006, 20), entonces queda clara la función de la categoría de populismo en una ontología social. En un movimiento argumental de aikido, Laclau usa las características con las que se busca desacreditar al populismo (vaguedad, indeterminación y retoricidad) para reivindicar su valía como categoría que mejor comprende algo constitutivo de las relaciones sociales, que son efectivamente vagas, indeterminadas y de constitución retórica. En sus palabras:
(1) que el populismo es vago e indeterminado tanto en el público al que se dirige y en su discurso, como en sus postulados políticos; (2) que el populismo es mera retórica. Frente a esto opusimos una posibilidad diferente: (1) que la vaguedad y la indeterminación no constituyen defectos de un discurso sobre la realidad social, sino que, en ciertas circunstancias, están inscriptas en la realidad social como tal; (2) que la retórica no es algo epifenoménico respecto de una estructura conceptual autodefinida, ya que ninguna estructura conceptual encuentra su cohesión interna sin apelar a recursos retóricos. Si esto fuera así, la conclusión sería que el populismo es la vía real para comprender algo relativo a la constitución ontológica de lo político como tal. (Laclau 2005b, 91)
Sin embargo, es la misma categoría de populismo que se desplaza para ubicarse también como concepto central para pensar la política contemporánea. Si admitimos el razonamiento “¿no es acaso el populismo sinónimo de política? La respuesta solo puede ser afirmativa” (2005b, 44), entonces ya no consideraremos al populismo como una forma de construir sociedad, sino de hacer política en el contexto de las sociedades plurales. En este sentido es que Laclau puede afirmar que “no existe ninguna intervención política que no sea hasta cierto punto populista” (2005b, 185); populismo, entonces, nos permitiría pensar las prácticas y las estrategias de los actores de la política.
Finalmente, si la teoría del populismo “se interroga centralmente sobre la lógica de formación de las identidades colectivas” (2005b,11), entonces ponemos al sujeto (especialmente al sujeto “pueblo”) en el centro del debate y la escena política. Allí cobra nueva importancia el discurso capaz de amalgamar demandas heterogéneas en una lógica de la equivalencia y situarlas en un clivaje dicotómico de lo social.
Como se aprecia, populismo opera como una categoría para abordar tres problemas: el ontológico, el de la política (estrategia) y el de los sujetos políticos, que se relacionan con el proyecto normativo de la democracia radical. De allí que Laclau se pregunte ¿por qué construir al pueblo es la principal tarea de la política radical? (2008) y que concluya que “sin la producción de vacuidad no hay pueblo, no hay populismo, pero tampoco hay democracia” (Laclau 2005b, 213).
A pesar de que es evidente que populismo tiene estos desplazamientos, el mayor espacio en La razón populista lo ocupa el problema de la construcción del sujeto pueblo. Esto implica que concebir al populismo como lógica política es condición de la construcción del pueblo como agente histórico y como subjectum político (es decir, como depositario de la soberanía popular). La tensión se origina, sin embargo, en establecer una división dentro del orden social (en general, dentro del Estado-nación, por la cuestión de la soberanía) que impide que “todos” los habitantes de un país sean pueblo y a la vez requiere que todos lo sean. Laclau explora dos sentidos etimológicos de pueblo: plebs y populus.55 Por un lado, los que se construyen los de “abajo”,56 los sectores subalternos, una parte de la comunidad política que, sin embargo, por otro, se asume como la totalidad legítima, como el sujeto soberano y, por lo tanto, capaz de replantear el orden.57
La construcción del pueblo, es decir, de la articulación equivalencial de demandas heterogéneas, pero que comparten la negatividad con respecto a un orden, requiere de una operación retórica central: la sinécdoque, es decir, la posibilidad de que una parte (re)presente el todo. La práctica articulatoria -como vimos- se realiza en un terreno histórico-social en el que un discurso “interpela” porque encuentra condiciones de recepción sedimentadas.58 Los contenidos particulares articulados de manera contingente y como una expresión histórica de un proceso deberán, en todo caso, ser estudiados en cada experiencia concreta (Laclau 2006, 57).
Ahora bien, la eficacia de estos discursos dependerá en gran medida de una dimensión afectiva involucrada en procesos de identificación política que son constitutivos de los sujetos colectivos. El psicoanálisis ofrecerá un conjunto de movimientos teóricos que ayudarán a pensar la identificación. La incorporación del aporte freudiano (en especial en Psicología de las masas y análisis del yo de 1921) permite incluir la dimensión del afecto y la catexia que, junto al nombre, serán explicativos de la fuerza de las identificaciones. Por su parte, el psicoanálisis lacaniano aporta una serie de herramientas teóricas para abordar la cuestión producto de la analogía entre la lógica hegemónica y la del objeto petit a, que posibilita pensar tanto la relación del particular y el universal (“la elevación de un objeto ordinario a dignidad de la Cosa”) como el lugar del goce (y el afecto) en las identificaciones políticas. El nombre, la investidura afectiva, la catexia y una forma de representación que es (co)performativa de la subjetividad serán elementos claves para abordar una cuestión espinosa del populismo: la del “líder”.
El tratamiento de la categoría de populismo ha sido, sin dudas, el tema de mayor controversia de la teoría de Laclau. La cuádruple inscripción problemática de toda la obra de Laclau reaparece en su tratamiento del populismo. Sin embargo, sería apresurado sugerir que existe un uso incoherente de la categoría de populismo ya que las cuatro dimensiones son constitutivas de su teoría política. En efecto, la construcción de un pueblo (como sujeto) es una condición de posibilidad de disputas políticas en el escenario contemporáneo, con una carga estratégica central para aquellos sectores desiguales en tanto poder constituido que busca disputar la configuración de la sociedad y su devenir futuro, poniendo en escena su poder constituyente y soberano en la comunidad.
Conclusiones
A lo largo de este artículo hemos realizado una arqueología genealógica de la obra de Ernesto Laclau. Esto implicó un estudio sincrónico (arqueológico) de los diferentes momentos de su trayectoria, pero a la vez la reconstrucción diacrónica (genealógica) del devenir del marxismo al posmarxismo, y hacia la consumación de la perspectiva posfundacional. Esta tarea teórica-conceptual fue realizada a la luz de una hipótesis heurística de lectura: en la obra de Laclau pueden reconocerse cuatro nudos problemáticos que tienen raíces en la experiencia política argentina de los años sesenta. El primero es la pregunta por la ontología y la historicidad de lo social. El segundo, la cuestión del sujeto político para el cambio social. El tercero es el tema de la estrategia política. Y, finalmente, el cuarto es la concepción de proyecto como horizonte normativo.
Hasta la ruptura con el marxismo, condensada en Hegemonía y estrategia socialista, los fundamentos ontológicos del marxismo clásico regulaban la lente de Laclau sobre los otros tres problemas y los construía como objetos dentro del paradigma. Los “excesos” de la realidad, los modos contingentes y tumultuosos de las luchas, las apatías y las derivas eran suturadas con movimientos dentro del marxismo, en ocasiones apelando a jugadas heterodoxas, pero inscriptas en el horizonte marcado por la filosofía de la praxis. Sin embargo, los procesos históricos, la expansión de los sujetos en la política y las condiciones del orden social, por un lado, y, por otro, las perspectivas teóricas que proponían nuevos enfoques para pensar la cuestión de lo social por fuera de las ilusiones de inmediatez propias de la metafísica de la presencia instalaron condiciones para un cambio de paradigma que asumió la crítica al marxismo hecha por Laclau y Mouffe, en diálogo con la crítica a la filosofía analítica del segundo Wittgenstein; la crítica al signo de autores como Barthes, Derrida y Lacan; y la crítica heideggeriana a la fenomenología y la contribución de la retórica a los estudios sociales. En este artículo hemos dado cuenta de este proceso y argumentamos que la ruptura ontológica -al admitir la pluralidad, el infinito y lo heterogéneo como condición de posibilidad e imposibilidad de la sociedad- ofrece nuevas opciones para elaborar los objetos de reflexión en los otros tres asuntos: sujeto, estrategia y proyecto. Esto va más allá de la rigurosidad de la crítica de Laclau a la tradición marxista, porque implica de cierto modo un reemplazo axiomático y la construcción de una perspectiva posfundacional que recupera elementos del marxismo tamizados por la crítica posmarxista y los articula en una nueva configuración teórica.
Este enfoque puede aportar al diálogo en el campo de la teoría política crítica contemporánea, que requiere de los mejores esfuerzos para pensar el problema del orden social, sus heterogeneidades, pero también sus lógicas (históricas) de estructuración; la cuestión del sujeto, las subjetividades políticas, las identidades y la acción colectiva; la estrategia de los actores emergentes de luchas con pretensión de justicia, y el mismo proyecto de futuro en estos tiempos convulsionados. Más allá de los diálogos que, por ejemplo, en Debates y combates (2008) Laclau establece con Rancière, Negri, Badiou y Balibar, así como con Judith Butler y Slavoj Žižek (Butler, Laclau y Žižek 2000) , Derrida y Rorty (Critchley et al. 1996), o con Bhaskar (Laclau y Bhaskar 1998); y más allá también de los desarrollos intraparadigmáticos de la herencia de la escuela de Essex y su influencia latinoamericana, es necesario pensar en aportes como los de las teorías feministas y poscoloniales, la filosofía de la liberación de Enrique Dussel, la teoría del realismo crítico, los aportes de autores como Istvan Mészaros y Bob Jessop, la perspectiva estratégica de Álvaro García Linera, entre otros. La agenda para pensar el orden social, los sujetos, la estrategia y un proyecto de futuro cobra forma, y ofrece perspectivas desafiantes para un tratamiento urgente en clave contemporánea. En este sentido, la perspectiva política posfundacional de Ernesto Laclau que hemos presentado en este artículo constituye una contribución significativa, cuyos movimientos categoriales permiten, incluso, trabajar en sus limitaciones, entablar un diálogo teórico heurístico y proveer de herramientas conceptuales para el análisis de la política contemporánea.