Introducción
Las formas de habitar mapuche del lof1 Rengalil son prácticas residenciales consuetudinarias que históricamente integran la naturaleza, el entorno y ciertos sitios de significación cultural que actualmente se tensionan por la expansión urbana de la ciudad de Temuco. En las últimas décadas, esta ciudad, que es capital de la región de la Araucanía, ha experimentado intensos procesos de crecimiento de la superficie urbana y cambios en los usos de suelo, lo que impulsa transformaciones tanto en la ocupación -especialmente en la periferia de la ciudad- como también en dimensiones socioculturales ancladas a espacialidades particulares que, dada su complejidad, deben ser atendidas desde diversas aristas, escalas y disciplinas.
En este artículo pretendemos aproximarnos a las territorialidades mapuche por medio de las interacciones espaciotemporales de las formas de habitar indígenas, tomando en cuenta la coexistencia de distintas narrativas (Salazar, Fonck y Vergara 2018) y, por tanto, las otras formas de habitar los territorios (Lindón 2005). Mediante un estudio exploratorio en el lof Rengalil2 localizado en la ribera norte del río Cautín al poniente de la localidad de Labranza en Temuco, abordamos cómo un contexto de urbanización acelerada, expresada en los cambios regulatorios, simbólicos y físicos, transforma los niveles más íntimos del habitar, como el hogar y las relaciones que establecen los habitantes mapuche con sus espacios de vida.
La reciente profundización de estudios sobre las territorialidades indígenas mapuche se refleja en investigaciones sobre las cartografías culturales (Melín, Mansilla y Royo 2016), los paisajes del agua (Aigo et al. 2020), las movilidades (Huiliñir-Curío 2018; Salazar, Riquelme Maulén y Zúñiga Becerra 2020) y las toponimias mapuche (Salazar y Riquelme Maulén 2020) en Wallmapu3. Estas propuestas nos invitan a procurar anclar la presente investigación en una mirada relacional teniendo en cuenta la emergente apertura ontológica de los estudios territoriales indígenas (Rivera-Cusicanqui 2018; Escobar 2018; De la Cadena 2015). De igual manera, y desde una mirada situada en las otras geografías (Nogué y Romero 2006; Núñez, Aliste y Molina 2019), no se puede proponer una concepción genérica del territorio, sino que se debe atender desde la propia especificidad y concepciones ontológicas del pueblo mapuche fijadas en cierto espacio habitado, en un contexto histórico y un tiempo determinados.
De este modo, el artículo comienza con una reseña histórica de algunos procesos territoriales que acaecieron en los últimos siglos en Wallmapu, con el fin de contextualizar desde la historia mapuche la particularidad de este territorio. Se sustenta este estudio en una espacialidad y temporalidad con rasgos profundamente coloniales que le dieron (y dan) forma, lo que se refleja en archivos históricos-bibliográficos, pero por sobre todo en la memoria, la cotidianidad y el habitar mapuche (Marimán et al. 2006). Luego, estos antecedentes se extrapolan a determinadas particularidades de las ciudades y su conformación actual (y también futura) sobre territorio indígena ancestral.
La metodología empleada es de tipo mixta. Los principales instrumentos cualitativos fueron entrevistas en profundidad y notas de campo. Por su parte, los instrumentos cuantitativos fueron el análisis espacial mediante sistemas de información geográfica con el uso de herramientas como vectorización, superposición y simulación de cambio de uso y cobertura de suelo.
Finalmente, se concluye que las formas de habitar mapuche se articulan en territorialidades compartidas cargadas de identidades, sitios significativos y prácticas culturales. Estos se tensionan con las estructuras simbólicas y físicas de las relaciones espaciales de ciertos territorios político-administrativos que trastocan incluso los niveles más íntimos del habitar, como las prácticas cotidianas, las movilidades de los habitantes y las formas particulares de desplegarse en sus espacios de vida.
Territorio ancestral y habitar mapuche contemporáneo
El pueblo mapuche es heterogéneo e históricamente ha habitado las tierras del Cono Sur de Latinoamérica, entre los océanos Pacífico y Atlántico (Aigo et al. 2020), en lo que hoy se conoce como los países de Chile y Argentina. Este amplio territorio ancestral mapuche se nombra como Wallmapu (Ñanculef 2016; Vitar 2010) y tiene a su vez asociaciones territoriales mayores: Puelmapu, como se denomina la tierra que se encuentra al occidente de la cordillera de los Andes, y Gulumapu, toda la tierra del oriente (Bañales et al. 2020). A la llegada de los españoles, Wallmapu era un espacio densamente poblado. Se articulaba por caminos por donde se transitaba habitualmente, amplios terrenos llanos, agrupaciones de casas consolidadas y abundante producción de alimentos (Bengoa 1996), lo que da cuenta de una infraestructura y una organización social previas al arribo de españoles desde tiempos remotos.
El Alihuén (a las orillas) del río Cautín era la zona más poblada del Wallmapu, en la actualidad vinculada territorialmente con Boroa que significa “en el centro de sus tierras” (Catepillán 2015, 70), suscrito actualmente al territorio Wenteche4 (ver mapa 1). El proceso de ocupación de este espacio se gestó en la república chilena con ciertas estrategias que impulsarían profundas transformaciones territoriales. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, nuevos habitantes de diversas nacionalidades arribaron al sur del río Biobío para explotar la tierra en una época de auge de la agricultura cerealera, proceso fomentado por parte del Estado con la Ley de 1845 sobre establecimiento de colonias naturales y extranjeras para promocionar la llegada de migrantes y nuevas poblaciones al sur del país (Escalona 2020).
Fuente: elaboración propia con datos obtenidos en Sistema de Información Territorial Indígena (2021) y CNCA (2011).
Fue así como entre los años 1875 y 1880 se establecieron los primeros colonos en Labranza, provenientes de Santa Juana de la región del Biobío (GORE Araucanía 2011); y que, dado el crecimiento de la actividad forestal, los poblados de la región se conformaron en torno a esta actividad (Escalona 2020). De hecho, el nombre de la localidad de Labranza se refiere al trabajo que desempeñaban en el sector en torno a la labranza de madera nativa, lo que en ese momento permitió obtener durmientes y madera para la construcción de la línea férrea y de viviendas de prácticamente toda la región (GORE Araucanía 2011).
Por medio de un decreto de ley en 1885 se aceleró el régimen de ocupación chilena con la fundación de asentamientos, lo que originó un proceso de poblamiento regional a través de fuertes militares ubicados a no más de 30 km uno del otro, los cuales ocuparon las principales cuencas hidrográficas (Escalona y Barton 2020). Este proceso se inició por el norte en la cuenca de los ríos Malleco y Traiguén, y posibilitó el establecimiento de lo que a futuro serían las ciudades de Angol, Los Sauces, Collipulli y Traiguén. De igual forma continuó hacia el sur con la fundación de fuertes en la cuenca del río Imperial, donde finalmente se establecieron Temuco y Carahue, entre otras ciudades (ver mapa 1). Estos poblados entraron en conflicto con el patrón de emplazamiento mapuche y se denominaron cinturones de fuego -asentamientos mapuche ubicados dentro y alrededor de los nuevos poblados- que “ahogaban” el desarrollo de las ciudades, lo que generó sustanciales procesos de despojo por parte del Estado chileno con la radicación forzada de población mapuche en la región de Aysén y Patagonia (Marimán 2012).
Entre subastas públicas, obsequios y retribuciones, el Estado chileno otorgó tierras mapuche a militares, extranjeros y ricos de la sociedad por medio de decretos y leyes oficiales. Con extrema violencia fueron despojados los mapuche de su tierra, lo que se refleja en la prensa de la época y se recuerda en la memoria mapuche (Marimán et al. 2006). Quienes recibieron los títulos de propiedad, “una vez en terreno presionaron por sacar a quienes vivían ahí sin papeles y documentos que los pudieran afirmar como propietarios” (Marimán et al. 2006, 21). Los asentamientos que emergían en este proceso en manos del Estado chileno “tenían claros fines geopolíticos, dado que el fortalecimiento del régimen de ocupación se veía profundamente favorecido con la edificación de ciudades, que operaban como engranajes del desarrollo económico y político de la administración colonial chilena” (Alvarado-Lincopi 2015, 114).
En este periodo de despojo y radicación se redujo el territorio Wenteche a 166 títulos de merced5 de propiedad indígena, tal como aconteció en gran parte del Wallmapu en Chile. Actualmente, varios de estos títulos se sitúan cercanos o superpuestos a las ciudades, aun cuando está estipulada como tierra no enajenable, no embargable ni adquirida por prescripción, excepto entre personas de la misma comunidad o etnia a través de la Ley Indígena n.° 19253 (Ministerio de Planificación y Cooperación 1993).
Un ejemplo reciente de esta condición es Temuco, capital regional de la Araucanía, en donde actualmente habitan veintitrés comunidades mapuche dentro del Límite Urbano de la ciudad (ver mapa 2), establecido como un instrumento de planificación territorial (IPT) de carácter normativo, actualizado en el año 2010 y vigente hasta hoy. Técnicamente se define como una línea imaginaria que delimita las áreas urbanas diferenciándolas de las rurales (INE 2018) y que es representada con la línea roja en el mapa 2.
Fuente: elaboración propia con datos obtenidos en Sistema de Información Territorial Indígena (2021) y Municipalidad de Temuco (2020).
El marco territorial mayor es que esta extensión del Límite Urbano y el crecimiento de la infraestructura urbana han provocado que habitantes y familias mapuche que viven en los alrededores de la ciudad de Temuco queden dentro del nuevo radio urbano. Históricamente han habitado en los corredores Temuco-Labranza-Nueva Imperial hacia el poniente, Temuco-Cholchol hacia el norponiente y Temuco-Cajón hacia el nororiente (ver mapa 2). Estos son sectores que, al igual que Labranza, experimentan fuertes presiones del mercado inmobiliario para la venta de sus tierras para loteos urbanos, periurbanos (parcelas de agrado de 5.000 m2 para usos residenciales), como también la proliferación de industrias, loteos irregulares6 y talleres mecánicos (Peña y Escalona 2009). Esta situación genera presión sobre el territorio indígena puesto que la normativa urbana vigente no contempla otras formas de habitar.
Otras territorialidades, otras formas de habitar
Comprender el habitar como la relación con el mundo mediada por un espacio y un tiempo (Giglia 2012) no se limita exclusivamente a una vivienda y a la relación con ella. Por lo contrario, es una actividad incesante que se reproduce y recrea continuamente, y se encuentra estrechamente vinculada a la noción de presencia en un lugar: “El verbo habitar es tomado del latín ‘Habitare’ (tener a menudo) como lo precisa su derivado ‘habitudo’, que corresponde al francés ‘habitude’ [hábito o costumbre en español], pero esta palabra también significa ‘permanecer’” (Paquot 2005, 48, citado en Musset 2015, 312). Este permanecer en un espacio y tiempo corresponde a la ubicación en un centro y punto de referencia que nos ordena y al mismo tiempo lo ordenamos, otorgándole una forma particular de significación. Es la capacidad humana de significar e interpretar el espacio que, según De Certeau (1994), son las prácticas lo que permiten ocupar su sitio en el tejido de relaciones sociales inscritas en el entorno.
Siguiendo a Heidegger ([1951] 2013), el habitar es construir sentido del estar-siendo en el mundo que nos hace habitar de una manera específica y no de otra. Es una presencia relativamente estable pero también móvil y transitoria que contiene cierto sentido de familiaridad. En esta presencia mediada por un espacio se desarrollan las actividades propiamente humanas (prácticas y representaciones), y se establecen relaciones con el entorno y los semejantes que van más allá de la relación con la vivienda; es el espacio donde se despliega lo cotidiano y también es provisto de usos, significados y memorias compartidas de forma dinámica.
Desde las ciencias sociales -y en particular desde la geografía- asumimos que esta concepción de espacio es una construcción social (Lefebvre [1970] 2015), producto de una complejidad de relaciones, redes, vínculos, prácticas e intercambios tanto a nivel íntimo (por ejemplo el del hogar) como a nivel global (Massey 2005). Para el presente estudio, pretender comprender este espacio habitado se torna una compleja tarea; la geógrafa Alicia Lindón (2005, 1) lo plantea desde una perspectiva multiescalar. Entiende que las territorialidades son la forma de vinculación del ser humano con su espacio de vida y que las formas de habitar (el nivel íntimo) son diversas y pueden interpretarse como “aquellos sistemas de relaciones que establece el habitante con el espacio habitado”; estos incluyen las prácticas, conductas, significados y representaciones.
Esta multiescalaridad de territorialidades es también propuesta por Guy di Méo (2014), quien lo aplica con un haz de tensiones inscritas en un triángulo (A-B-C) (ver figura 1) que permite articular el habitar como parte de las territorialidades de los actores más allá de la vivienda. Son tres vértices que representan los territorios (A y B), y a los individuos o grupos dotados de capacidad de acción e imaginación (C). El vértice A representa la estructura simbólica de las relaciones espaciales, es decir, los territorios políticos y administrativos legales ordenados en red que rigen gran parte de las prácticas y movilidades cotidianas de los individuos. Por su parte, el vértice B se refiere a la espacialización de varios sistemas de acciones, esto es, construcciones geográficas producidas según convenciones sociales más o menos implícitas con limites variables que, para los individuos, serían lugares esenciales de residencia, trabajo, ocio, etc. Estos dos vértices A y B, tanto por el análisis espacial como por la práctica, cubren territorios políticos que son diversos, concretos y mentales, vividos por cada actor o habitante C. Entre A y B se pueden observar cambios, lo que daría paso a la categoría de tensiones t1; y también se aprecia una t2 entre A y C, y una t3 entre B y C. El individuo C es el árbitro entre estos tres grupos de tensiones, y se concreta así la relación territorial en la que integra representaciones, vivencias e imaginarios que no necesariamente se apegan al orden productivo, administrativo y político cotidiano que proviene de A y B. Este conjunto de tensiones (t1-t2-t3) se puede denominar territorialidad. Articula de esta manera las escalas de los territorios que cada habitante frecuenta y/o imagina. Aun así, en áreas geográficas específicas donde se muestra una cierta similitud de rutas y prácticas, se puede establecer una territorialidad compartida de los individuos en relación con sus espacios de vida.
Sería entonces que los habitantes, árbitros de su propia territorialidad que se desenvuelven en espacios y tiempos específicos, sufrirían efectos estructurantes de las formas dinámicas del espacio y las tensiones que ejercen sobre sus prácticas y representaciones (Di Méo 2014).
Al igual que en esta concepción multiescalar del habitar, estudios recientes plantean que el habitar mapuche es una práctica residencial que integra el medio circundante, las relaciones sociales y materialidades de la construcción (Skewes 2016). Actualmente, estas formas de habitar se complejizan en entornos urbanos, pues los diseños o la optimización de espacios habitados eventualmente no alcanza los niveles de habitabilidad indígenas relacionados con una visión de mundo disímil a la de fuerzas dominantes que dan forma a la planificación y el desarrollo de las ciudades. Postulamos entonces que los límites, los desplazamientos y los sitios de significación cultural e histórica de las comunidades indígenas se encuentran forzados por nuevas lógicas urbanas, lo que genera tensiones sobre las formas de habitar comunitarias (t1, t2 y t3 en el triángulo multiescalar de la territorialidad). Al mismo tiempo, estas nuevas lógicas urbanas desencadenan procesos de emergencias indígenas que buscan dar cuenta de la existencia de otras territorialidades y formas de habitar que históricamente han sido invisibilizadas.
Articulación metodológica para comprender transformaciones territoriales indígenas contemporáneas en contextos de expansión urbana
Para la realización de este estudio se propuso una metodología de tipo mixta que contó con procedimientos tanto cuantitativos como cualitativos que se realizaron en paralelo de manera alternada. La revisión de archivos bibliográficos históricos, arqueológicos7 y datos geoespaciales disponibles fue el primer paso metodológico. En esta instancia se llevó a cabo una revisión bibliográfica histórica de datos secundarios presentes en el área de estudio para dar cuenta de la variable temporal en una escala mayor (Wallmapu) y menor (valle de Cautín). De igual forma, se contemplaron los factores político-territoriales imbricados para así procurar dilucidar la problemática desde una óptica histórica mapuche, pues la bibliografía utilizada es en su mayoría de autores mapuche, tales como Pablo Marimán, Viviana Huiliñir, Sergio Caniuqueo, Claudio Alvarado-Lincopi, Miguel Melin, Margarita Canio, entre otros, que darían cuenta de historicidades y ontologías propias. Se complementó esto con la revisión bibliográfica de historiadores chilenos y documentos obtenidos en los sitios web oficiales de Memoria Chilena, la Biblioteca Nacional Digital y el Centro de Documentación Indígena. Por último, se efectuó una revisión de archivos arqueológicos para dar sustento a las variables histórico-temporales de este territorio y su relevancia para los habitantes mapuche que actualmente permanecen en el lugar.
Por su parte, los datos geoespaciales trabajados con sistemas de información geográfica (SIG) se obtuvieron del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), de la Infraestructura de Datos Geoespaciales (IDE) Chile y del Sistema Integrado de Información de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi).
La medición de la superficie construida de la localidad de Labranza se elaboró primero con la vectorización de polígonos sobre imágenes satelitales disponibles en la plataforma digital gratuita de Google Earth Pro, considerando las áreas presentes dentro de los límites censales provistos por el INE para cada uno de los años trabajados (2003, 2012, 2017, 2020). De esta manera, se logró delimitar la extensión máxima de la ciudad en cada momento, sin entender como ciudad más allá del límite urbano censal (Maturana, Rojas y Salas 2018).
Una vez obtenidos los polígonos de las áreas urbanas de cada uno de los años seleccionados, se procedió a cuantificar las tasas de cambio a partir de lo propuesto por Echeverría et al. (2006) y la FAO (1996) con la siguiente ecuación:
Donde P corresponde al porcentaje de cambio, t corresponde al tiempo y S a la superficie construida (Maturana, Rojas y Salas 2018).
Por otro lado, el método cualitativo desembocó en la etnografía como estrategia general (Guber 2013), con apoyo de varias técnicas de recolección de datos: entrevistas en profundidad, observación en terreno y notas de campo, pues este procedimiento nos permitió atender a las prácticas cotidianas a través de los referentes mentales (Lindón 2005) de cada momento del espacio habitado, entendidos como comprensiones situadas que dan cuenta de formas de habitar y significar el mundo (Restrepo 2016). Fueron entrevistadas cinco personas mapuche8 a partir de los siguientes criterios: i) habitan actualmente en las cercanías de Labranza y ii) son representantes de las comunidades indígenas. Estas entrevistas fueron realizadas entre julio de 2019 y febrero de 2020. Para la examinación de los datos obtenidos en las entrevistas, se consideró el principio del análisis de contenido (Glaser y Strauss [1976] 2006). Es decir, se realizó una codificación abierta textual línea por línea, desplegando códigos y categorías emergentes que posteriormente se ordenaron en redes conceptuales que contenían las significaciones situadas del espacio habitado (experiencias, prácticas e imaginarios), en un contexto de urbanización acelerada en distintos momentos: i) referentes colectivos del territorio pasado, ii) relaciones que establecen habitantes con su entorno actual, y iii) la afectación de la urbanización en sus formas de vida. El proceso de construcción de códigos y categorías emergentes para su posterior análisis se realizó a través del software Atlas.ti 9 (Scientific Software Development GmbH).
En complementación, se elaboró un mapeo participativo, herramienta dinámica que permitió a los habitantes del lof Rengalil detectar los sitios de significación cultural y monitorear los cambios de su entorno, con lo que se relevó una memoria colectiva del territorio. Se utilizó una imagen satelital base de Google Earth (2019) con ciertos puntos de referencia, como los títulos de merced, el área urbana y el límite comunal. Luego, a partir de la información recolectada desde los mismos habitantes, se confeccionó una cartografía participativa del lof.
El último paso metodológico consistió en la aplicación de un modelo de simulación del cambio de uso y la cobertura de suelo para la ciudad de Temuco. Para llevar a cabo el proceso, se empleó una metodología en el marco de autómatas celulares y cadenas de Markov, métodos corrientemente utilizados para estos fines (Batty 2005; Zhou et al. 2020). Para tal efecto se tuvieron en cuenta los insumos y parte de la metodología utilizada en la publicación de Maturana et al. (2021). En tal texto se indica que las imágenes de satélite consideradas para determinar los usos y coberturas de suelo fueron Landsat 5, 7 y 8, descargadas del Earth Explorer Service del US Geological Survey, de los años 1985, 2001 y 2017, respectivamente. Tales imágenes se corrigieron geométrica y atmosféricamente utilizando el método Flaash en el programa ENVI 5.3.
Para aplicar el modelo de simulación de cambio de uso y cobertura de suelo, se generó una evaluación multicriterio-multiobjetivo correspondiente a las coberturas o dimensiones de análisis a partir de criterios que sirven de soporte para la simulación de los diferentes usos y coberturas de suelo. Basada en los criterios establecidos por Maturana et al. (2021), se generaron seis mapas de susceptibilidad, los cuales corresponden a urbano, bosque, agrícola, desnudo y cuerpos de agua. Con respecto a los factores utilizados para el proceso de simulación, estos se describen en el cuadro 1.
Para aplicar el modelo de simulación simultánea de cambio de uso/cobertura de suelo en la ciudad de Temuco y su sector de Labranza, fue necesario validar el modelo mediante la simulación del periodo comprendido entre 1985 y 2017, y posteriormente comparar los resultados obtenidos con las clasificaciones de uso y cobertura de suelo observadas para 2017. Lo anterior se desarrolla en el módulo Land Change Modeler (LCM) en Idrisi 17.0. La validación de tal simulación se llevó a cabo por medio del índice Kappa Index of Agreement (KIA) propuesto por Pontius (2000). El cuadro 2 muestra un valor overall Kappa (Kno) de 0,75, del cual se considera que tiene una concordancia de moderada a sólida, según los criterios establecidos por Morales y Maturana (2019) para este tipo de estudios.
Una vez validado el modelo y considerando los factores y limitantes del cuadro 1, se generó una matriz de probabilidad (Batty 2013) que proviene del análisis de los usos y coberturas entre 1985 y 2017, lo cual posibilita simular el año 2049.
La diferencia con relación al trabajo de Maturana et al. (2021) consiste en que estos realizaron una sola simulación y en este caso se llevaron a cabo dos para el año 2049. Tales diferencias se basan en la segmentación de los factores limitantes de los modelos. El primero, denominado restricciones simples, solo considera como limitantes las áreas urbanas en el 2017, así como la red vial existente y la red hidrográfica. El segundo modelo se denomina restricciones complejas y restringe las anteriores, además de las áreas de desarrollo indígenas (ADI) presentes en el área, los títulos de merced y las comunidades mapuche, aplicándoles un Buffer de 500 metros, información obtenida del Sistema Integrado de Información de la Conadi para abril del 2021, y áreas de valor ecológico y preservación natural como el cerro Ñielol.
Para ambas simulaciones propuestas del 2049 se procedió a utilizar el módulo CA_Markov en Idrisi, donde se integran los mapas de evaluación multicriterio-multiobjetivo, la matriz de probabilidad de cambio de uso y cobertura de suelo y la autómata celular de tipo Von Neumann extendido (5 x 5), para así estimar y permitir el movimiento de cada celda dentro del modelo propuesto (Feng et al. 2011; Langlois 2008). Para representar los resultados se procedió a la elaboración de dos cartografías en QGIS e Inkscape (ambos programas libres y gratuitos).
Crecimiento urbano de Temuco sobre territorio indígena
Temuco es una de las ciudades chilenas con mayor crecimiento de población en las últimas décadas. Según el Censo de Población y Vivienda, la cantidad de habitantes se incrementó en un 15,11% en treinta años (INE 2017) y su expansión urbana se expresa en un aumento de 61,2% entre 1982 y 2017 (Rojo et al. 2019). El patrón de este crecimiento urbano se ha concentrado en las últimas décadas hacia Labranza y la comuna de Padre Las Casas, lo que se relaciona con una autovía de dos pistas por sentido en el sector poniente (Labranza) y la localización de vivienda social hacia el sector oriente que abarca la comuna continua (Padre Las Casas). Aun cuando los motivos de la expansión urbana de Temuco sería la presencia de vivienda social, hacia sectores como Labranza estarían orientadas para sectores de ingresos medios y medios-altos; destaca una geometría urbana atomizada hacia ese sector con una alta densidad poblacional (Rojo et al. 2019).
La localidad de Labranza es el área urbana más cercana al lof Rengalil, localizada a 16 km al suroeste de Temuco (ver mapa 3). Es un sector que en las últimas décadas ha experimentado un incremento de población y superficie relevante, lo que ha generado transformaciones, especialmente en la periferia. La población de esta localidad ha aumentado ocho veces en su total entre los censos de 2002 y 2017, y tiene actualmente 39.800 habitantes (INE 2017). Asimismo, la tasa de crecimiento de la superficie construida fue de un 8% en promedio en el periodo 2003-2020.
El crecimiento de la superficie construida y la extensión del límite urbano de la ciudad no solo traen consigo transformaciones materiales y simbólicas, como la expansión de la infraestructura urbana de Temuco atomizada hacia Labranza, sino que también tienen consecuencias menos visibles, como afectaciones sobre las formas de habitar de personas y comunidades dentro de estos espacios planificados y dotados de ciertos usos, límites y prácticas consuetudinarias. En este contexto de urbanización acelerada, las tensiones en las territorialidades de los habitantes del lof se han incrementado a partir de las modificaciones de los límites político-administrativos, el crecimiento acelerado de la ciudad y loteos irregulares dentro del mismo lof.
Lof Rengalil, territorio ancestral
El lof Rengalil se ha constituido como un espacio comunitario basado en linajes ancestrales y compuesto por cuatro comunidades mapuche: Antonio Huaiquilaf, José Cheuquean, Nahuelhuen e Ignacio Elgueta (ver mapa 4). Allí los títulos de merced fueron otorgados en 1922, en el marco del proceso de radicación de familias mapuche en el valle del Cautín entre 1884 y 1930 que, desde 2012, se han constituido oficialmente como un lof ante la Conadi con 329 socios habitantes de las mismas comunidades.
A pesar de que es relativamente reciente la inscripción de las comunidades, la organización del lof ha sido históricamente en espacios comunitarios en sintonía con el entorno circundante y que se encuentran estrechamente vinculadas a las labores de la tierra y el autoabastecimiento. En el pasado, las estrategias de subsistencia se dieron en torno a los intercambios (trafkintu) de alimentos y otros productos, que con el tiempo se convirtieron en alianzas y prácticas socioculturales. Se repartían los asuntos laborales de la tierra: “Se compartía el trabajo, se compartían los bueyes, se iba a un campo. Se ayuda de uno a otro”, decía una dirigente de la comunidad José Cheuquean, para dar cuenta de una forma de habitar común en torno a la agricultura y la ganadería con ayuda mutua y subsistencia en cooperación. De igual manera la construcción de las rukas (vivienda mapuche) se concretaba en un rukan, ocasión de celebración y trabajo colectivo. En efecto, el habitar en el mundo mapuche es un hecho colectivo que articula familias localizadas y posicionadas territorialmente.
Esta modalidad de vida no se ha perdido completamente, pero sí se ha trastocado con las nuevas lógicas dentro del lof. Las prácticas agrícolas tradicionales se han transformado con la mecanización y diversificación de las actividades laborales. Sus habitantes reconocen que existe una mixtura con las formas de vivir chilena: “Aculturación digamos de o una influencia desde lo winka (chileno/extranjero), por qué, porque estamos tan cerca de Labranza”. Así lo señala una dirigente de la comunidad Antonio Huaiquilaf, quien acepta que han adaptado nuevas costumbres y materialidades a causa de la cercanía a la ciudad, sobre todo en las últimas décadas.
La memoria territorial de los habitantes afirma que el territorio que habitan era muy diferente a lo que es hoy; ha habido una transformación de sus límites físicos y simbólicos como también de los senderos y caminos (rupü) dentro del lof, que han mutado gracias a las cercas, los loteos irregulares, la pavimentación de caminos y la expropiación de espacios para la construcción de carreteras. Esto tiene repercusiones sobre las movilidades cotidianas de las personas, expresión de una territorialidad en red ligada a una geografía simbólica del espacio habitado. Se han modificado las actividades de pastoreo libre de animales, los tiempos de traslado y el acceso a los cuerpos de agua circundantes, como el río Cautín y el estero Botrolhue.
Con la inexistencia de cercos, la manera de situarse dentro del lof era generalmente a través de referencias visuales que marcaban hitos territoriales, como la Radio Bahá’i, el río o el estero. La movilidad era generalmente en línea recta, lo que acortaba los tiempos de desplazamiento. Estas movilidades del pasado ocurrían en los alrededores más próximos, en carreta o a pie, y tenían que ver principalmente con el abastecimiento de agua y víveres. Las pequeñas huellas (pichirüpü) son sendas informales que conectan espacios de uso cotidiano; generalmente inician en la unidad residencial (ruka) y son parte del entramado territorial de los espacios domésticos (Huiliñir-Curío 2015) que se han ido perdiendo con la reducción de tierras, planificación de caminos y posteriores loteos dentro del lof.
En estas movilidades en red, las relaciones con los cuerpos de agua eran esenciales en la cotidianidad. Hasta los años noventa obtenían agua de los afluentes próximos para el consumo y actividades diarias. En los pozos de agua dulce y humedales (menokos) se recolecta el lawen (plantas medicinales) y se realizan rogativas. Esta práctica ritual aún perdura, ya que cuando se construye un pozo las rogativas son fundamentales para que en él brote el agua todos los años.
Es así como a través de los relatos sobre el territorio se puede reconocer que la geografía natural de Rengalil y los cuerpos de agua cercanos son fundamentales para el habitar mapuche, pues sustentan prácticas tanto rituales como económicas (Skewes 2016). No hace muchas décadas los habitantes del lof vivían en rukas y en los humedales circundantes recolectaban los materiales orgánicos para su construcción. Hoy esta materialidad de vivienda se ha perdido y asocian dicha trasformación con la construcción de casas de personas foráneas sobre los humedales (loteos irregulares); la totora, vegetación nativa con la que se fabrican las rukas, ha desaparecido. A lo anterior se suma la accesibilidad a nuevos materiales menos costosos:
Ahora las rukas desaparecieron por el tema también del material, actualmente se adquiere más rápido una plancha de volcanita que paja, porque ahora la misma totora ha desaparecido de estos lugares […] los mismos humedales ya han desaparecido, hay que comprarlos, y una totora es mucho más cara que una plancha de zinc. (Dirigente comunidad José Chequean)
Aún perduran rukas dentro del lof, pero ya no es allí donde habitan cotidianamente como en el pasado. Han adquirido otras funciones, como espacios de reunión y convivencia, de cocina o de atractivo turístico (ver imagen 1).
Actualmente, las relaciones con el entorno próximo habitado de las personas del lof Rengalil no difieren de las del pasado. La primera geograficidad (Lindón 2005) estaría estrechamente vinculada con la tierra, el entorno natural y las prácticas culturales. No solo se asocia con las funciones económicas y de producción de alimentos que atañen a este espacio, sino también con una concepción simbólica del entorno y la naturaleza. El respeto por la naturaleza y la biodiversidad en todas sus formas se clarifica: “Si nosotros no cuidamos nuestra naturaleza, no cuidamos nuestro entorno, no cuidamos el agua, entonces qué nos queda […] yo siempre le digo, no tenemos religión, nosotros tenemos espiritualidad. Es ser espiritual, es ser… es creer en la naturaleza” (dirigente comunidad Ignacio Elgueta).
Sus espacios de vida, al igual que en el pasado, mantienen una condición relacional con la naturaleza y allí se desarrollan las prácticas rituales y culturales como el nguillatun (ceremonia), el trafkintu (intercambios), el paliwe (juego tradicional) y el we tripantu (nuevo ciclo anual), que a su vez se asocian a lugares específicos dentro del lof con alto contenido simbólico cultural, como el río, la ruka, la cancha de palín, el cementerio (ver mapa 4) y que hoy son espacios con un alto interés de conservación ambiental y social.
Las actividades laborales y cotidianas actuales de las personas del lof Rengalil se desarrollan en torno a la agricultura, el turismo, la permacultura, la apicultura, la recolección y la ganadería a pequeña escala para el autoconsumo y la comercialización. Las prácticas cotidianas del pasado en cuanto al uso de la tierra se mantienen y las formas de vida están imbricadas con el territorio inmediato alrededor de la casa, donde los habitantes pasan la mayoría del tiempo trabajando. Incluso afirman que su habitar cotidiano se relaciona más con el territorio exterior que con sus viviendas. En este sentido, los límites habitacionales individuales de cada familia se desdibujan y el ejercicio de la territorialidad se encuentra en un espacio mayor como el río, el estero, la cancha de palín, la ruka o el cementerio, lugares reconocidos como comunitarios y que no necesariamente se encuentran dentro de los títulos de merced otorgados por el Estado chileno.
Lof mongen (habitar mapuche) en tensión
El lof mongen (las formas de habitar mapuche) se asocia con la permanencia y el uso intenso del territorio circundante, lo que estaría dado por actividades económicas inscritas en el mismo territorio que habitan como también por prácticas culturales que dotan a este espacio de un alto contenido simbólico y de memoria colectiva.
Las dirigentes del lof Rengalil son campesinas indígenas que están lidiando actualmente con la urbanización dentro de su lof y que de todas formas están intentando preservar sus modos de vida en medio de luchas explícitas por el cuidado del territorio y la naturaleza. La urbanización y construcción de casas en loteos irregulares dentro del lof es una problemática que está afectando sus formas de habitar, y que se ha incrementado con la modificación del Plan Regulador Comunal de Temuco y con el crecimiento de la superficie construida de Labranza.
La infraestructura urbana para el comercio y la conexión entre ciudades es una de las primeras problemáticas de expoliación territorial. En 1909 se inauguró el ferrocarril que conectaba Temuco y Carahue y tenía una estación intermedia en Labranza. Hoy, cerca de las líneas del tren, atraviesa la carretera rápida S40, que se pretende expandir a doble vía. La reacción inmediata de las comunidades fue un comunicado público en contra de cualquier tipo de modificación y formas de despojo en su territorio.
La Organización Mapuche movilizada de Rengalil (Labranza) a Txaitxaico mapu (Nueva Imperial) por la defensa de los territorios, rechazamos las declaraciones del candidato a alcalde de la comuna de Nueva Imperial Rodrigo Pacheco, en donde señala que exigirá la construcción de la doble vía Labranza-Imperial y al mismo tiempo reafirmamos nuestra oposición a que se lleve a cabo la construcción de la doble vía que solo viene a profundizar el saqueo, destrucción, explotación y usurpación de nuestros territorios. (Fuera Besalco 2021) Las transformaciones de la vida mapuche del lof Rengalil se asocian a una forma particular de habitar el espacio-territorio de vida de manera comunitaria, y en relación estrecha y recíproca con el entorno natural que se tensiona con un modo de habitar diferente que no tiene los mismos códigos éticos ni simbólicos.
Ven un callejón y ven un terreno que está como solo y ya vamos a tirarle basura, entonces, no saben convivir con la naturaleza, no tienen respeto con la naturaleza, entonces eso es una de las invasiones más grandes que nosotros pudimos tener en nuestra comunidad, en nuestro territorio. (Dirigente comunidad José Cheuquian)
El contexto territorial mayor es que en los últimos años se han instalado villas dentro del lof y en sus inmediaciones. Esto se ha dado por medio de empresas inmobiliarias, como Socovesa, que han desarrollado condominios con una alta densidad (188 viviendas por hectárea) para personas de ingresos medios-altos como también por medio de villas particulares a partir de la venta irregular de loteos y permutas dentro del lof Rengalil. La venta de estos terrenos sucede por distintas razones: venta por tierras pedregosas que no sirven para cultivo, cambio en los límites de las comunidades o desuso del terreno. Ahora bien, una habitante recuerda que el Fundo Santa María movió el cerco de una comunidad aledaña: “su familia no usaba su terreno, el fundo había corrido su cerco […] y el fundo al final se apropió de eso, y ahora obviamente el fundo vendió a lo que es Socovesa, y Socovesa construyó todo eso”.
Este tipo de urbanización ha tenido repercusiones sobre las formas de habitar de las personas: “por el tema ancestral y todo lo que conlleva ser urbana, los cambios del uso del suelo… que eso es lo que nos perjudica enormemente a nosotros” (dirigente comunidad Ignacio Elgueta). Los factores más significativos que reconocen las dirigentes es que en el último tiempo ha habido una pérdida de biodiversidad, de bosques y agua, de caminos, al tiempo con la proliferación de basurales, aumento de la inseguridad y pérdida de espacios significativos. Aseguran que el cambio del uso del suelo tiene implicancias importantes y es incompatible con la vida mapuche:
el cambio del uso de suelo a nosotros nos deja fuera de la agricultura y nuestra visión va mucho más allá de la agricultura, también va por el tema del cambio climático, que eso a nosotros nos dijeron de chicos, que algún día esto, la tierra se va a cansar, así nos hablaban nuestros ancestros, la tierra se va a cansar y es por eso que ustedes tienen que cuidar la tierra. Ellos hablaban de cansancio, de que la tierra se iba a cansar, pero ahora nosotros entendemos que es el cambio climático el que está afectando el tema de la tierra. (Dirigente comunidad Ignacio Elgueta)
Inclusive la inmobiliaria Socovesa ha construido sobre un renü (cueva espiritual) y un eltun (cementerio mapuche) (ver imagen 2), lo que ha traído controversias y disputas territoriales. Se postergó la construcción de las obras inmobiliarias luego de que un empleado de la empresa -habitante de una comunidad cercana- diera aviso del hallazgo de osamentas durante la remoción de tierra. Estas situaciones propias de la urbanización han generado un deterioro del espacio habitado y la calidad de vida de habitantes mapuche que intentan preservar sus modos de vida, lo que da cuenta también de la oposición entre el uso comunitario del territorio y los intereses de privados sobre la tierra.
En esta relación se entiende que esta forma de territorialidad está anclada a un espacio más o menos fijo, con ciertos valores, reglas y memorias reconocidas comunitariamente. Las formas de habitar (lof mongen) se han adaptado a las materialidades cambiantes y al contacto con otras culturas, pero se mantienen, principalmente en lo que respecta a su cosmovisión (rakiduam) y su adaptación al medioambiente (fill mogen) (MOP 2016). Actualmente esta adaptación tiene que ver también con una regeneración de los ambientes deteriorados desde el kimün (conocimiento), lo que se ha vuelto sustancial de la espiritualidad mapuche en tiempos contemporáneos (Riquelme 2019).
Tensiones sobre las territorialidades mapuche
Las tensiones descritas se articulan según lo que propone Di Méo (2014), como se sintetizó en el cuadro 2. Se expresan en la asociación del vértice A, sobre los límites políticos administrativos de Temuco y Labranza como el área urbana, y a los límites de las comunidades indígenas que rigen gran parte de las movilidades de los habitantes en sus acciones cotidianas (ver cuadro 3). Son límites legales no necesariamente reconocidos socialmente, pero que sí interfieren en la mayoría de las prácticas. En este entendido, la modificación o el crecimiento de la superficie construida generaría un aumento de tensión (t2) en la relación A-C. Incluso cercos, carreteras y nuevas propiedades privadas de loteos irregulares dentro del lof incrementan aún más las presiones sobre las territorialidades, ya que se interviene el territorio cotidiano residencial (vértice B) y se cambia su forma tanto simbólica como física.
Las interacciones entre A y B se caracterizan por tensiones a raíz de la construcción y planificación (A) sobre sitios de significación cultural y de residencia (B), con lo que se ha ejercido presión sobre los lugares simbólicos y físicos de importancia cultural e histórica que remiten a un saber colectivo reconocido por quienes usan este espacio.
Por su parte, el territorio denominado como lof se puede asociar al vértice B del triángulo de la territorialidad (Di Méo 2014), ya que es una “unidad territorial y sociopolítica básica en la estructura organizacional tradicional mapuche” (Melín et al. 2016, 13). Esto quiere decir que no solo es el asentamiento dentro de un espacio limitado por los títulos de merced como se suscribe dentro de las divisiones tradicionales del Estado chileno (vértice A), sino que también es el soporte donde se despliega el AzMapu, o derecho propio mapuche, que se encuentra estrechamente vinculado con la tierra y la convivencia con la naturaleza, y que corresponde también a una parte esencial del ordenamiento, una manera correcta de estar y de ser en el mundo mapuche (Melín, Mansilla y Royo 2019). Esta forma de habitar/ser se encuentra a su vez íntimamente asociada con el espacio habitado y su uso compartido como un espacio socioculturalmente construido.
En cuanto a los escenarios futuros, las dos proyecciones simuladas para la ciudad de Temuco para las siguientes décadas (ver mapa 5) muestran por una parte el escenario esperado (cuadro superior) y el escenario posible si se restringiera la tierra mapuche para ser urbanizable (cuadro inferior). Como se puede observar, las proyecciones esperadas -y más cercanas a la realidad vigente- se orientan a una forma de expansión urbana de estructura compacta, y en sintonía con los usos de suelo actuales, que considera la tierra mapuche como parte de la ruralidad periférica y en disposición para ser urbanizable.
En este sentido, la simulación responde a un bosquejo a futuro con base en el comportamiento del crecimiento urbano de la ciudad actual y logra dar luces sobre posibles problemáticas socioterritoriales futuras. A pesar de que se propone ampliamente que la ciudad compacta es ventajosa, en este caso observamos que puede significar el despojo de territorios socialmente construidos con su propia historicidad y formas de habitar que le dan vida (Mansilla e Imilan 2020).
Por otra parte, las proyecciones del habitar de las personas del lof Rengalil se sitúan en mantener sus formas de vida consuetudinarias, en el respeto del medio ambiente circundante y en sintonía con sus espacios de significación cultural e histórica. Esto tensiona cuando se planifica otro modo de vida en un territorio determinado, ya que se interviene sin contemplar ciertas subjetividades espaciales de habitantes que otorgan significativas estrategias de la espacialización de sus prácticas residenciales y modos de vida. De este modo, dibujar los escenarios futuros nos invita a dar cuenta de variables socioculturales nulamente atendidas en la planificación de la ciudad.
Conclusión
Las prácticas residenciales espacializadas se cristalizan en una forma de habitar particular que se tensiona por las acciones de actores privados y públicos en un territorio reconocido y construido ancestralmente. Desemboca lo anterior en el deterioro del espacio habitado, pues se demuestra que la modificación legal o regulatoria no solo es político-administrativa, sino que también ejerce una presión sobre las vivencias y representaciones de los habitantes mapuche, lo que equivaldría a una expresión más de la colonialidad en contextos indígenas.
A diferencia del pasado, hoy las formas de expoliación y radicación de los territorios ancestrales indígenas se producen de manera pasiva. El aparato estatal, por medio de los instrumentos de planificación urbana, cede oportunidades para que inmobiliarias y otros actores ejerzan variadas presiones sobre territorios indígenas mapuche que ocasionan diversos tipos de transformaciones en los espacios de vida. Exponemos que estas acciones articuladas entre diferentes actores y mecanismos público-privados perjudican de manera importante el territorio (y las territorialidades compartidas) debido a la desaparición de la biodiversidad, la construcción sobre espacios significativos y la modificación de las prácticas cotidianas que dan sustento a la vida comunitaria.
Con esto incluso nos aventuramos a pensar en una posible desterritorialización (Haesbaert 2011) de los espacios de vida, pues planteamos que el deterioro del territorio habitado es uno de los componentes desterritorializadores vigentes. Esta aseveración nos lleva a considerar que la preservación y el respeto de los espacios ancestrales socioculturalmente construidos es fundamental para el buen vivir y la justicia espacial.
De esta forma, proponemos que existe una imperante necesidad de comprender los territorios desde una perspectiva indígena con una realidad sociocultural singular, pues dentro de la cosmovisión indígena mapuche y otras la separación entre naturaleza y cultura no es posible, así como tampoco entre individuo y comunidad (Escobar 2012), y los procesos ontológicos del espacio de vida y territorio no se anclan a límites ni a contenidos con concepciones occidentales. Desde la teoría decolonial se propone la existencia de un sistema-mundo donde la epistemología occidental domina sobre el resto de las epistemologías, y esta jerarquía guarda relación a su vez con la configuración de espacios de la vida humana, modelos arquitectónicos, urbanos y territoriales (Farrés y Matarán 2014), lo que supone cruciales desafíos para la planificación actual de la diversidad de territorios.