Una de las grandes preocupaciones de las sociedades actuales, por evitar el término posmodernas, es la gestión y generación de nuevo conocimiento. El asunto es tan tras cendental que muchos politólogos consideran que una política pública de la ciencia es condición sine qua non para una democracia consolidada.
Empero, no puede existir conocimiento ni ciencia si no se genera una cultura científica. La apropiación social de la ciencia y la comunicación pública de la ciencia son factores vitales para la supervivencia del ser humano, esto es, para atender pro blemas multidimensionales como la superpoblación, la carencia de alimentos, el efecto invernadero, la contaminación, la amenaza termonuclear y la aparición de pandemias.
La ciencia, como institución social (Ziman, 2003), tiene inmensas repercusiones en la vida cultural, política y social del ser humano. En este sentido, el conocimiento, como producto determinante de la ciencia, transforma la realidad en todas sus con figuraciones conceptuales, lógicas, semánticas, políticas y discursivas.
Ahora bien, dado que no consideramos la ciencia como una institución social, la generación de conocimiento y por ende de cultura científica, no forma parte de las preocupaciones del ciudadano. Solo se percibe la ciencia en su función instrumental y, de esta manera, se confunde la ciencia con la tecnología. Esta aporía va en detri mento de la democracia porque permite aupar el crecimiento de una tecnoburocracia que solamente tiene fines económicos para beneficiar sus propios intereses.
El interrogante que subyace en este entramado de la seudociencia es cómo generar una cultura científica que se convierta en una herramienta de participación demo crática para empoderar al ciudadano en la solución de los problemas fundamentales que lo afectan socialmente.
Generar cultura científica es una acción compleja y sistémica que requiere de muchos componentes, en especial de los procesos de divulgación y comunicación pública de la ciencia. Se entiende la cultura científica como comprensión de la dinámica social de la ciencia. De esta manera, se tejen en una interrelación entre producto- res de conocimientos científicos y otros grupos sociales, todos ellos como partícipes del devenir de la cultura. Así, producen significados cuyos orígenes y justificaciones provienen de distintas prácticas, intereses, códigos normativos y relaciones de poder que se entienden como un devenir continuo (Vaccarezza, 2008).
Esta definición de cultura científica está en consonancia con los preceptos ac tuales de la teoría crítica. Esta establece que en la idea de un universal racional está contenido el concepto de un bien común sobre el que tienen que haberse puesto de acuerdo racionalmente los miembros de una sociedad para poder relacionar sus libertades individuales cooperativamente (Honneth, 2009).
Desde nuestro ámbito como científicos sociales, el interés de publicaciones como Anagramas es divulgar los resultados de investigaciones en los ámbitos de la comu nicación y las ciencias sociales y humanas. De esta manera, se aporta al proceso de construcción de cultura científica como un bien común para la ciudadanía.
En este número, Anagramas presenta a la comunidad contribuciones de investiga dores y científicos de muchas partes del mundo que, a través de sus investigaciones, aportan en la construcción de cultura científica y de comunicación pública de la ciencia.