Introducción
Todas las sociedades se han pensado a sí mismas, pero las formas en que lo han hecho han variado a través de la historia. En las sociedades contemporáneas, los intelectuales han sido los encargados de esta tarea. Su particularidad consiste en que producen, discuten y difunden representaciones sobre los valores centrales de una colectividad, en la cual la circulación y debate de las ideas se realiza principalmente a través de impresos: libros, revistas y periódicos; esto les permite dirigirse tanto a sus pares como a sectores más amplios de la población (Altamirano, 2008, pp. 14-15). Otro rasgo importante de los intelectuales consiste en que se reconocen a sí mismos como tales, consideran que tienen un lugar específico en la sociedad que los hace diferentes del resto de ciudadanos, y una serie de funciones dentro de esta que exceden su ámbito profesional específico y los obliga a participar en las discusiones públicas.
En el caso colombiano, no fue una simple coincidencia que la palabra "intelectual", usada como un sustantivo para autodenominarse, se expandiera justo en la década de 1920 (Arias Trujillo, 2007, p. XVII), pues es en esta que se consolidó una prensa moderna, con tirajes amplios, comparados con los de las décadas anteriores, división más o menos clara entre información y opinión -este último, campo privilegiado de los intelectuales y el que trazaba una frontera con los periodistas- y financiación a través de la pauta publicitaria (Vergara, 2014, p. 25).
Varios autores (Ardila Ariza, 2013; Loaiza, 2014; Marín Colorado, 2017; Silva, 2005 y 2015; Urrego, 2002) han planteado que fue en las décadas de 1920 y 1930 que los intelectuales colombianos se constituyeron en un grupo diferenciado, aunque sin lograr todavía la suficiente autonomía relativa del Estado, los partidos y la Iglesia católica.
La década de 1940 estuvo marcada por la Segunda Guerra Mundial y la incerti-dumbre que produjo globalmente. En este contexto, los intelectuales colombianos fueron interrogados, generalmente por sus mismos pares, sobre la reconfiguración mundial en curso y por el lugar de Colombia en el nuevo escenario. Las encuestas a los intelectuales fueron frecuentes (Ardila Ariza, 2013, p. 167; Arias Trujillo, 2007, p. 136; Betancourt, 2016, p. 141; Rincón, 2015, p. 378; Sierra Mejía, 2009, p. 371); a través de ellas se incentivaba el debate y se buscaban respuestas a problemas considerados acuciantes. Para el historiador actual, estas permiten reflexionar sobre qué se consideraba importante discutir. Por ejemplo, la revista ilustrada Estampa les planteó a varios pensadores colombianos, poco antes del comienzo de la guerra, estas preguntas: "¿Cuál debe ser la actitud de los intelectuales ante el dilema: democracia o fascismo? (sic) Cuál es el autor que más ha influído (sic) en su formación intelectual y por qué razones?" ("Los intelectuales ante el fascismo y ante la democracia", 1939, p. 9)1. La escasa relación aparente entre las preguntas muestra que la revista consideraba que los intelectuales tenían y debían decir algo sobre la esfera política y sobre la esfera cultural. A esta encuesta respondieron Eduardo Carranza, Luis Eduardo Nieto Caballero, Rafael Maya, Luis Vidales, Germán Arciniegas, León de Greiff, Rodrigo Jiménez Mejía, Esteban Jaramillo, Carlos H. Pareja, Carlos Vesga Duarte, Antonio García, Antonio Gómez Restrepo, Parmenio Cárdenas y Rafael Castillo; de estos, fueron convocados también por la Revista de las Indias Rafael Maya y Luis Vidales.
Este artículo busca realizar un aporte a la historia intelectual colombiana e hispanoamericana a través de la interpretación de la "Encuesta a los intelectuales" realizada por la Revista de las Indias entre 1944 y 1945, momento en el cual la victoria aliada era esperada y había una gran expectativa sobre la posguerra. Esta encuesta es relevante por tres razones: 1) vincula lo político, lo social y lo cultural, al tiempo que piensa estas esferas en términos globales; 2) la centralidad que tuvo la Revista de las Indias en el contexto colombiano y en menor medida en el latinoamericano; y 3) la relevancia de quienes fueron consultados.
La revisión de la encuesta es acompañada de la consulta y crítica de otras fuentes, como legislación, un diccionario biográfico y revistas contemporáneas, que permitieron completar y contrastar información.
La revista y los intelectuales
La Revista de las Indias (1936-1950) fue seguramente la revista cultural más prestigiosa de Colombia en las décadas de 1930 y 1940. En su primera época se publicaron diez números, divididos en dos volúmenes: el primero conformado por seis números (publicados entre julio de 1936 y 1937) y el segundo por cuatro, editados entre octubre de 1937 y agosto de 1938; todos ellos dirigidos por Arcadio Dulcey, y la dirección gráfica corrió por cuenta de Sergio Trujillo Magnenat, en los números 2, 3 y 4 aparece acreditado León de Greiff como "Subjefe, director de revista".
En el artículo programático de la primera edición se hizo explícito que la revista era un órgano de extensión cultural del Ministerio de Educación que remplazaba a la revista Senderos de la Biblioteca Nacional; el redactor anónimo agregaba: "Hoy se quiere hacer de revista de las indias una cátedra de alta cultura, dando cabida en sus páginas a estudios de toda índole, procurando llevar a todas partes, como hemos dicho, una inquietud eficaz" ("Rev. las Indias", 1936, p. s. p.). Se trataba pues, de una publicación alineada con los valores y principios de la denominada República Liberal, en especial con el ejercicio de una política cultural de Estado basada en la difusión de la "alta cultura" como estrategia de formación de ciudadanos.
En diciembre de 1938 la revista inició su segunda época. Si bien siguió siendo publicada por el Ministerio de Educación de Colombia, ahora aparecía a cargo de la Asociación de Escritores Americanos y Españoles, la cual había sido creada por varios intelectuales hispanoamericanos reunidos el 25 de agosto de 1938 en el marco de la fiesta del libro que hizo parte de la celebración del cuarto centenario de la fundación de Bogotá (Betancourt, 2016, p. 136; Restrepo, 1990, p. 26). En su declaración de principios esta asociación postulaba la necesidad de cultivar la solidaridad de quienes se dedicaban a los "trabajos propios de la inteligencia" en Hispanoamérica y de ofrecer una "cátedra abierta la expresión libre del pensamiento" (Abril de Vivero, 1938, pp. 162-163). La declaración fue firmada por: Pablo Abril de Vivero y José Jiménez Borja (Perú), Germán Arciniegas, Eduardo Carranza, Daniel Samper Ortega y Joaquín Tamayo (Colombia), Benjamín Carrión y Nicolás Delgado (Ecuador), José Cuatrecasas, José María Ots Capdequí, José Pérez Domenech y Luis de Zulueta (España), Alfredo Coester (Estados Unidos), Curt Lange y Arturo Manasés (Uruguay), Mariano Latorre (Chile) y Gustavo Adolfo Otero (Bolivia).
Ante esta iniciativa, el Ministerio cede, seguramente bajo la mediación de Germán Arciniegas, la revista a esta Asociación ("Rev. las Indias", 1938, p. 160). Arci-niegas fue uno de los miembros fundadores de la Asociación, además de su presidente y representante legal (Ministerio de Gobierno, 1939, p. 452); en calidad de tal firmó con el Ministerio de Educación el 10 de marzo de 1939 esta cesión (Ministerio de Educación, 1939, p. 495). También fue director de la revista durante más de seis años: desde el primer número de diciembre de 1938 hasta el número 91 de julio de 1946, y se desempeñó como ministro de Educación en dos ocasiones: entre 1941 y 1943 y entre 1945 y 1946 (Cobo Borda, 2013, p. 277), convirtiéndose en uno de los intelectuales más representativos del Partido Liberal por esta época.
Alberto Miramón fue acreditado como secretario de redacción, y se contó con un prestigioso cuerpo de redactores, conformado por el español Luis de Zulueta, el ecuatoriano Benjamín Carrión, el peruano Pablo Abril de Vivero y los colombianos Baldomero Sanín Cano y Tomás Rueda Vargas, quien remplazó a Daniel Samper Ortega, antiguo director de la Biblioteca Nacional, quien fue elegido para ser parte de este comité, pero no asumió esta responsabilidad.
Los nombres mencionados hacen evidente el interés por aunar prestigio intelectual con compromiso hacia los principios liberales que el gobierno impulsaba; no obstante, es necesario aclarar que se trataba de un liberalismo de "centro" que rehuía en buena medida las polémicas del gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934-1938).
Otro rasgo común es la cercanía de la mayoría de ellos con El Tiempo, el periódico más importante de Colombia, del que Arciniegas había sido director y era habitual colaborador, el cual pertenecía a la familia de Eduardo Santos, presidente de Colombia entre 1938 y 1942 (Gilard, 1992, p. 220).
Las preguntas de la encuesta objeto de este artículo estuvieron antecedidas por un breve ensayo que las contextualizaba. Este empezaba de la siguiente manera:
Es evidente que la actual contienda y en mayor grado los fenómenos -aún imprevisibles- de orden económico, político y social derivados de la postguerra, pueden alterar la faz de la cultura. Y la cultura, nunca como ahora, tuvo sentido y valor tan universales. Es cierto que masas humanas muy considerables escapan en su esencia íntima, en su concepción del mundo y de la vida, a los postulados de Occidente. Pero la técnica elaborada por nuestra civilización ha impuesto a los pueblos, propios y ajenos, una máscara cultural uniforme. ("Encuesta a los intelectuales", 1944, p. 105)
Este ensayo se detenía en cuatro ejes que sustentarían las preguntas: 1) el posible declive e incluso la "anulación" de las "expresiones espirituales" de muchas sociedades periféricas, y el desplazamiento del centro dirigente de la cultura de Europa hacia el oriente: Rusia o Asia, o hacia el occidente: América; 2) las implicaciones que para el avance, retroceso o estancamiento de la "evolución ideológica de la cultura" tendría la guerra; 3) el fin del carácter desinteresado de la cultura y su conversión en medio de los fines ideológicos de los bandos que combatían en ese momento o que podrían combatir en el futuro; y 4) la función social de los intelectuales en la posguerra, la cual podría variar desde la autonomía expresiva hasta la dependencia del Estado ("Encuesta a los intelectuales", 1944, pp. 105 106).
Los dos primeros ejes tocaban motivos propios de la filosofía historicista alemana como el desplazamiento geográfico del centro cultural global y el problema de la decadencia de Occidente; los dos últimos se referían específicamente al problema de la autonomía de los intelectuales y de sus prácticas literarias y artísticas. También es necesario tener en cuenta que la encuesta apareció en un número correspondiente al mes de septiembre de 1944, momento en el cual ya era previsible la victoria de los aliados, lo cual explica, como ya se había mencionado, el interés explícito en la posguerra.
Las primeras respuestas se publicaron en diciembre del mismo año y se sucedieron mensualmente hasta mayo de 1945, comprendiendo los números 72-77.
Los colombianos que respondieron fueron, en orden de publicación: Rafael Maya (1897-1980), Baldomero Sanín Cano (1861-1957), J. Rodríguez Páramo (1907-?), Jorge Bayona Posada (1890-1948), Cayetano Betancur (1910-1982), Jaime Tello Quijano (1918-1996), Luis Vidales (1900-1990), J. M. Restrepo Millán (1894-1955) y Francisco José González, S. J. (1905-1949). Los españoles convocados fueron: Francisco Ayala (1906-2009), Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), Guillermo Díaz Doin y Mariano Ruiz-Funes (1889-1953), José Prat (1905-1994) y Pedro Salinas (1891-1951), quien fue autor de la colaboración más extensa (14 páginas), la única que se publicó sin la compañía de otras respuestas en el mismo número, y que tuvo un título que la diferenciaba claramente de las demás: "Reflexiones sobre la cultura: a propósito de la encuesta a los intelectuales", mientras las otras se titulaban "Respuesta de", "Responde" o "Contesta", seguido del nombre del autor. Es posible que la singular atención que recibió el escrito de Salinas se deba a su gran reconocimiento y a la seriedad con que asumió la tarea, como se hace evidente en la extensión y el afán por argumentar sólidamente sus opiniones, lo cual contrasta, por ejemplo, con la brevedad del texto de Gómez de la Serna que, además, evitó dar respuestas directas.
A pesar de que la revista anunciaba que la encuesta se había enviado a intelectuales españoles y americanos, la representación de América fue exclusivamente colombiana. Aunque también es necesario aclarar que todos los españoles se encontraban en ese momento exiliados en este continente: en Argentina se encontraban Gómez de la Serna, Ayala y Díaz Doín; en México, Ruiz-Funes; en Estados Unidos, Salinas, y en Colombia Prat. A pesar de ser un grupo diverso, los encuestados españoles eran, si los comparamos con los colombianos, más homogéneos. Como es apenas obvio, dado su exilio, todos habían tomado bando por la República durante la reciente Guerra Civil española, y la diferencia de edad entre el mayor de ellos, Gómez de la Serna, y el menor, Francisco Ayala, era de 16 años.
Por su parte, las edades de los pensadores colombianos variaban 57 años, gracias a los más de ochenta años del crítico Baldomero Sanín Cano y los menos de treinta del poeta Jaime Tello Quijano. Políticamente, sus posiciones también divergían más que las de sus contrapartes, ya que se encontraba una figura ascendente de los intelectuales conservadores como era Rafael Maya, a la par de uno de los representantes más importantes del comunismo en Colombia: Luis Vidales, a quien se había definido en un número anterior de la Revista de las Indias como "Uno de los valores más sustantivos de la izquierda colombiana. Poeta y publicista, autor de 'Suenan timbres'" ("Encuesta a los intelectuales ", 1939, p. s. p.).
Uno de los rasgos dominantes de los intelectuales colombianos en este periodo es el desempeño de varios oficios de forma simultánea, lo que se expresaba también en cómo eran representados en su época, como muestra un compendio biográfico publicado el mismo año que la Revista de las Indias formuló sus preguntas.
Rafael Maya fue definido como "Literato y catedrático", designaciones que dan paso a informar sobre su producción poética y a destacarlo como sucesor de Guillermo Valencia, para culminar señalando que "Regenta varias cátedras de literatura en colegios de Bogotá" y que fue designado hace poco agregado cultural de la embajada de Colombia en Chile (Perry & Bruges Carmona, 1944, pp. 145-146).
De Sanín Cano se afirmaba que era "escritor", lo cual es interesante ya que lo diferencia explícitamente de los periodistas, aunque colaborara habitualmente con El Tiempo por esta época; también se mencionaba su muy reciente paso por la rectoría de la Universidad del Cauca y sus más lejanos desempeños diplomáticos y legislativos (Perry y Brugés Carmona, 1944, pp. 234-235).
De J. Rodríguez Páramo no se encontró información en esa fuente, aunque se sabe que fue ante todo caricaturista y que hizo parte del grupo de la "boina vasca" (Duque López, Reyes Sarmiento, Greiff Tovar, Peters Rada y Almanza Lamo, 2009, pp. 94-95).
Jorge Bayona Posada era designado como "Poeta y publicista", se agregaba que era dramaturgo, y al igual que en el caso de Sanín Cano, se mencionaba la dirección de su casa, lo que da muestras de una relación relativamente cercana con las figuras públicas y del carácter relativamente provincial de la capital de la república en ese momento (Perry y Brugés Carmona, 1944, p. 24).
A pesar de su juventud, Cayetano Betancur ya había logrado un lugar en el compendio como "Abogado y profesor universitario" (Perry y Bruges Carmona, 1944, p. 25).
Tello Ouijano, el más joven de todos, no ha podido conquistar ese espacio, aunque una búsqueda en los catálogos de las bibliotecas permite averiguar que publicaría su primer libro: Geometría del espacio, poemas (1937-1948) solo en 1951.
Vidales fue definido simplemente como "Escritor", aunque también se consignó que fue secretario general del Partido Comunista, editor de periódicos de ese partido, funcionario de la Dirección Nacional de Estadística de la Contraloría General de la República -de donde seguramente obtenía la mayoría de sus ingresos-, profesor de historia del arte de la Universidad Nacional y director de la recién fundada revista Espiral (Perry y Brugés Carmona, 1944, p. 271).
José María Restrepo Millán era considerado "Educador. Profesor", a lo que se sumaba la escritura de artículos sobre educación y literatura principalmente en El Tiempo (Perry y Brugés Carmona, 1944, p. 212).
Del relativamente joven jesuita Francisco José González tampoco se halló información, aunque por su obituario en la Revista Javeriana es posible saber que fue director de esta importante publicación entre 1940 y 1941, y profesor de la Pontificia Universidad Javeriana (Valtierra, 1949, p. 67).
Para finalizar este breve análisis del perfil biográfico de los encuestados, no fue posible encontrar información fiable sobre el lugar de nacimiento de J. Rodríguez Páramo; de los restantes ocho colombianos solo Restrepo Millán y Bayona Posada nacieron en Bogotá, pero todos se establecieron en esta ciudad, ya sea en su niñez o juventud, para realizar sus estudios, como Maya o Vidales, o luego de graduados para desarrollar su ejercicio profesional, como Sanín Cano o Betancur, lo que hace evidente la alta centralización de la vida intelectual colombiana a mediados del siglo XX -debido seguramente a la concentración de oportunidades laborales, académicas y culturales-, y el origen provinciano de la mayoría de los intelectuales colombianos de mitad de siglo. Continúa, además, la predilección por las carreras tradicionales y asociadas a las humanidades, como el derecho: Betancur y Maya, y por la filosofía y letras: Restrepo Millán, y están ausentes los intelectuales provenientes de la medicina y la ingeniería. También se mantiene, al parecer, la posibilidad de ingresar al mundo intelectual sin necesidad de legitimarse a través de un título universitario, dado que la legitimidad se ganaba a través del ejercicio de la escritura, no en vano todos los encuestados escribieron con frecuencia en medios impresos, pero se trataba de una escritura que debía exceder el ejercicio estrictamente literario o crítico.
Entre los intelectuales españoles eran y son aún hoy ampliamente conocidos los escritores Ramón Gómez de la Serna y Pedro Salinas. Como ya se mencionó, José Prat vivió en Colombia y también aparece en el compendio citado como "Abogado, periodista", y como colaborador permanente de El Tiempo y fundador de la Casa de España (Perry y Brugés Carmona, 1944, p. 197).
Los intelectuales responden: el futuro de la cultura
La primera pregunta fue: "¿Permanecerán en Europa o cambiarán de sede los centros de nuestra cultura en la posguerra?" ("Encuesta a los intelectuales", 1944, p. 106). Esta es interesante, en tanto postulaba a priori el carácter periférico, en términos culturales, de los cuatro continentes restantes, y cobra aún mayor interés por cuanto ninguno de los encuestados controvirtió explícitamente esta premisa, aunque algunos consideraron que América, en su totalidad o en una de sus dos vertientes: sajona o latina, había logrado ocupar un lugar destacado dentro de la cultura occidental.
Otro punto de partida central fue el reconocimiento del profundo impacto que tuvo la guerra no solo sobre la civilización, palabra que hace referencia básicamente a los logros materiales, sino también sobre la cultura, que siguió entendiéndose fundamentalmente como el conjunto de bienes espirituales. Estos habían sido afectados al perder sus posibilidades institucionales y materiales de existencia, pero más profundamente se había comprometido la sensibilidad de los seres humanos y, con ello, la cultura.
Las respuestas pueden ser agrupadas en tres líneas. Maya, Bayona Posada y Betancur defendieron la permanencia de los centros culturales en sus lugares habituales. Para los dos primeros, Europa era la madre y la fuente inagotable de la cultura occidental. El último buscó darle un fundamento filosófico a su respuesta y recurrió a Hegel para plantear la indisolubilidad de la relación entre cultura y paisaje, lo cual hacía que la primera estuviera fuertemente arraigada; desde su perspectiva, la cultura americana era parte de la occidental, pero no había producido el caudal suficiente de aportes propios para autonomizarse de su matriz (1945, p. 124).
Gómez de la Serna recalcó, por su parte, que la primacía europea continuaría, asimismo la "evolución" americana, aunque desde una posición que recuerda la relación maestro-discípulo: "En América, donde el corte geológico no admite siquiera la idea del puente, la evolución continuará espléndida y se resarcirá inmediatamente de esta suspensión que ha sufrido mientras el mundo guerreaba aislándola de su alma máter" (1945, p. 272); la asimetría entre ambas regiones era tan pronunciada, para el escritor ibérico, que la región aislada por la guerra era América y no Europa.
Ruiz-Funes señaló que los centros culturales del viejo continente estaban tan arraigados que allí seguirían funcionando, aunque en una fase de relativa precariedad, dadas las presumibles penurias económicas de la posguerra, aunque esta situación estaría compensada por el estrechamiento de los vínculos con los intelectuales y los centros culturales americanos que fueron posible gracias al exilio de numerosos creadores y pensadores europeos (1945, p. 417).
Restrepo Millán fue el único que respondió afirmativamente al desplazamiento de los centros culturales, aunque sus diferencias con la primera posición son menores de las que se podría pensar inicialmente. Por ejemplo, retomó la idea de América como una prolongación de Europa, aunque su conclusión difirió, en tanto planteaba que la herencia europea era eterna como lo era la griega, pero al igual que en el caso griego, los centros se moverían hacia el occidente, en tanto la guerra dejaría a este continente pauperizado material y humanamente, lo que haría que América tomara el relevo (1945, p. 288).
Tanto en las respuestas negativas como en la afirmativa es posible identificar una serie de imágenes o palabras claves que sirvieron para sintetizar la hegemonía europea: centros culturales, madre, fuente y alma máter; en todas estas imágenes está presente la idea de que Europa era una proveedora y América una receptora con cierta semejanza con la donante, es decir, más o menos occidental. Estas respuestas ponían sobre la mesa un par de ejes argumentativos comunes: 1) la existencia de una estrecha relación entre las culturas europeas y americanas, y su pertenencia a un conjunto mayor: la cultura occidental; y 2) la subordinación secular de la cultura americana a la europea, que solo en el caso del último intelectual se revertiría.
Una tercera posición dejaba la respuesta abierta, en tanto el mundo de la posguerra era incierto. Francisco Ayala consideraba que las preguntas postulaban implícitamente la relación cultura-poder. Para él, esta relación hacía necesario interrogarse, en primer lugar, por el carácter esencial o no de dicha relación; si esta era esencial, las respuestas dependerían directamente del resultado de la guerra. En el caso específico del posible desplazamiento de los centros culturales europeos, si la guerra producía un mundo bipolar, los ejes se desplazarían hacia la Unión Soviética y los Estados Unidos; si daba lugar a un mundo unificado técnicamente, cerrado y con un aparato administrativo con capacidad para eliminar las competencias soberanas por el poder, la producción cultural se tornaría global, aunque su larga tradición le daría alguna ventaja a Europa (1945, pp. 118-119). A pesar de que este aparato administrativo no era definido con claridad, las alternativas dadas eran interesantes, ya que postulaban, por un lado, una especie de gobierno mundial con un relativo descentramiento cultural o una bipolaridad política-cultural.
Si bien no es el objeto de este artículo, se podría afirmar que en términos culturales, efectivamente la Guerra Fría también se combatió en el campo cultural y tanto la Unión Soviética como los Estados Unidos expandieron su acción globalmente a través de becas y demás formas de financiación, lo cual no excluyó que, sobre todo, luego de la descolonización masiva de Asia, África, Oceanía y el Caribe, la producción cultural se tornara mucho más policéntrica.
Otro español, Guillermo Díaz Doín, coincidió en supeditar su respuesta a los resultados bélicos: si en Europa se salvaba la democracia liberal, continuaría su dominio cultural; en caso contrario, el testigo sería tomado por América. La tercera opción era que los centros se concentraran en la Unión Soviética, pero ya no se estaría hablando de la cultura occidental, sino de otra cultura (1945, p. 275).
José Prat rompe más radicalmente con la jerarquía entre culturas al plantear que si bien no habría un empobrecimiento ni un desplazamiento del eje cultural, era necesario reconocer que "Ningún aspecto de la cultura histórica del viejo mundo es exclusivamente europeo. En los instantes en que se produce la expansión formidable de la cultura occidental -en el siglo XVI- Europa se convierte en el grupo: viejo mundo-nuevo mundo, espiritualmente uno solo. Magallanes y Bernardino de Sahagún hacen por la cultura occidental tanto por lo menos como Erasmo y Nebrija, y la relación de unos y otros es más estrecha de lo que pudiera creerse" (1945, p. 423). Esto no significaba que dejarían de surgir centros culturales que le hicieran competencia a los europeos en Asia y América. La respuesta llama la atención por dos motivos: postulaba un posible "policentrismo" y una relación que ya no era de verticalidad, sino de igualdad, de construcción conjunta de una cultura común que se asentaba en lugares diversos.
Además de este último intelectual, defienden la multiplicación y ampliación de los centros culturales González, Salinas, Rodríguez Páramo, Tello Ouijano y Sanín Cano. El primero señalaba cuatro ejes posibles: Europa, América, Asia y el mundo musulmán, aunque también dejaba abierta la posiblidad de un gobierno mundial (p. 294). El segundo, consideraba que ya había centros culturales de gran importancia en la América sajona y en la latina, y que su mérito no estaba para nada condicionado por la decadencia o no de Europa (1945, p. 9). Sanín Cano y Tello Ouijano dieron dos respuestas relevantes, en tanto coincidían en que la causa de este descentramiento cultural eran las nuevas "facilidades" en las comunicaciones y los transportes; ambos hacían mención a la prensa y la radio, y el joven poeta agregaba la televisión (Sanín Cano, 1944, p. 444; Tello Ouijano, 1945, p. 278). En este sentido, la pérdida de la hegemonía cultural de Europa estaba dada por el proceso de masificación, asunto sobre el cual el veterano crítico llevaba años escribiendo (Sanín Cano, 1926).
La segunda pregunta fue: "¿Seguirá a los actuales trastornos un progreso o una decadencia en la marcha de la cultura?" ("Encuesta a los intelectuales", 1944, p. 107). Este interrogante estaba estrechamente vinculado al anterior, en tanto una fuerte crisis europea podía provocar una decadencia global de la cultura. Las respuestas también fueron múltiples y se pueden identificar varios grupos. Uno podría ser denominado el de los optimistas; entre ellos se encontraban quienes consideraban que la guerra revitabilizaba la cultura, por lo cual vendría una fase de progreso (Betancur, 1945, p. 125; Maya, 1944, p. 439); estaban también quienes consideraban la guerra como una interrupción coyuntural en el desarrollo cultural (Bayona Posada, 1945, p. 121; Gómez de la Serna, 1945, p. 272; Rodríguez Páramo, 1944, p. 447); y quienes consideraban que luego de esta cobraría mayor importancia la ciencia, pero no desaparecería por completo el interés por la literatura y el arte (Sanín Cano, 1944, p. 444); el jesuita Francisco José González (1945, p. 295) apoyaba esta idea, pero consideraba que la decadencia de las artes y la filosofía sería pronunciada, lo que provocaría la primacia de la civilización material sobre la cultura y traería consigo la infelicidad, motivo este central en el pensamiento católico de la época, sobre todo en la vertiente cercana a la Compañía de Jesús, como lo ilustraría el intelectual antioqueño Gonzalo Restrepo Jaramillo, quien tenía una relación cercana con esta orden religiosa (Restrepo Jaramillo, 1940).
Es posible también identificar un grupo de intelectuales indecisos entre el progreso o la decadencia cultural en la posguerra. Tanto para Ayala (1945, p. 120) como para Díaz Doín (1945, p. 276) , la decadencia cultural dependía de los resultados de la guerra y del reordenamiento del mundo en la posguerra. El triunfo de la democracia garantizaría que la cultura no entraría en decadencia, mientras el triunfo del totalitarismo implicaría un retroceso cultural acentuado. No obstante, ya se ha dado aquí un desplazamiento, en tanto la amenaza antidemocrática no se asociaba a los países del Eje, sino que se vinculaba a la Unión Soviética, que muy probablemente saldría victoriosa y fortalecida del conflicto; por supuesto, esto implicaba una contradicción prácticamente irresoluble, en tanto el triunfo de ese país era al mismo tiempo el triunfo de los aliados, que eran justamente los países considerados democráticos.
Ruiz-Funes (1945, p. 418) amplió la línea abierta por sus compatriotas al plantear no solamente que el futuro de la cultura dependía de los resultados de la guerra mundial, sino de las casi seguras y numerosas guerras civiles que estallarían luego del fin de la primera; estas últimas se librarían al parecer entre las fuerzas democráticas y las fuerzas tolitarias, identificadas de nuevo más con la Unión Soviética que con el fascismo, aunque esto no es explícito.
Si bien no fueron abiertos defensores de la decadencia cultural, Prat y Restrepo Millán eran pesimistas. El primero enfatizaba una idea que apareció en segundo plano en varios de los consultados, y que puede resumirse en que la cultura, entendida como artes y letras, era una expresión humana desinteresada que tiene poco lugar en momentos de escasez económica y de lucha por la vida, como serían presumiblemente los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1945, p. 424). El segundo atribuía un hipotético estancamiento, mas no declive cultural, al desplazamiento de los centros culturales hacia América (1945, p. 291). Finalmente, Luis Vidales planteó que los argumentos de Spengler sobre la decadencia de la cultura eran falsos; lo que se vislumbraba en el horizonte, a su juicio, era el devenir del mundo hacia una cultura colectivista, lo cual en sí mismo no era ni positivo ni negativo, en tanto lo importante era que el tipo de cultura, como lo había planteado Engels, coincidiera con el tipo de sociedad en la que esta se desplegaba. Desde esta perspectiva, lo deseable era que la sociedad por venir luego de la guerra fuera también colectivista como la cultura en formación (1945, p. 421). Si bien no lo hizo explícito, dado su compromiso político, Vidales seguramente esperaba un contexto favorable para la expansión global del socialismo.
Los intelectuales responden: función social y autonomía
"¿En el porvenir se les asignará valor de medios o de fines a la literatura y al arte?" ("Encuesta a los intelectuales", 1944, p. 107), esta fue la tercera pregunta. Solo dos intelectuales dieron respuestas radicales y contrapuestas. Restrepo Millán consideró que las artes eran medios de expresión y fines en la realización de los anhelos humanos, pero aclaró que, si la pregunta atendía a la subordinación del arte a la propaganda, esta nunca se realizaría, ya que la esencia del arte radicaba en su independencia y en volcarse siempre sobre sí (1945, p. 292). González planteó: "En los superestados del porvenir, no sólo se verá intervenida la economía sino el espíritu. Si no fuera porque existe una institución mundial y divina que defenderá la conciencia personal en sus más íntimos reductos, no habrá pensamiento sino política, ni arte sino propaganda" (1945, p. 295). A diferencia de lo planteado por Restrepo Millán, no es en el ámbito artístico como tal que estaba la fuerza para oponerse a la propaganda, sino que esta se encontraba fuera de este ámbito, más exactamente en la Iglesia católica.
Varios de los intelectuales optaron por no comprometerse con ninguna de las dos opciones. Así, el arte fue considerado medio y fin, pero sobre todo trascendencia, como manifestación propia del espíritu (Betancur, 1945, p. 126; Maya, 1944, p. 440); medio para algunos artistas, fin para otros, y una combinación para otros, de acuerdo con su vocación, intereses y necesidades (Sanín Cano, 1944, p. 445); fin para el creador y medio para la sociedad (Salinas, 1945, pp. 13-14), o medios que crecerían en importancia, calidad y difusión hasta confundírselos "con fines cabales y perfectos" (Rodríguez Páramo, 1944, p. 449).
Otros optaron por una de las opciones, pero transformaban el sentido de la pregunta, al esquivar la cuestión de la autonomía del arte y la literatura, que era nuclear en el ensayo de contextualización publicado por la revista; así, el arte era concebido como un medio de expresión, mas no la expresión en sí (Tello Ouijano, 1945, p. 280), o en el caso de Luis Vidales, la pregunta no tendría mucho sentido, en tanto lo realmente importante era la identidad entre cultura y sociedad, como se mencionó anteriormente (1945, p. 421). Ramón Gómez de la Serna también escamoteó una respuesta directa, pero defendió la libertad del artista y del escritor (1945, p. 273).
Finalmente, otro grupo de intelectuales consideraron que la respuesta dependía del fin de la guerra y del desarrollo de la posguerra, más exactamente del peso que tuvieran los gobiernos autoritarios en el futuro. De esta forma, Prat pedía la autolimitación de los Estados en su relación con las artes (1945, p. 425). Díaz Doín y Ayala no dudaban en afirmar que el arte reflejaba la realidad, y esto lo vinculaba directamente con la sociedad y la política; así en un Estado totalitario, las artes se transformarían en medios para ese Estado, mientras que en uno democrático conservarían su carácter de fines para sí mismas (Ayala, 1945, p. 120; Díaz Doín, 1945, p. 276).
Como ya se ha comentado, dada la previsible derrota del Eje, el autoritarismo y el totalitarismo eran asociados a la Unión Soviética. Esto es importante, ya que a pesar de que una buena parte de los intelectuales encuestados eran exiliados españoles, no se trataba del sector más a la izquierda de estos. Es muy probable que desde su cargo como director Germán Arciniegas se hubiera encargado de la selección, parcial o total, de los encuestados; lo cual se vio reflejado en que la mayoría de ellos, en especial los españoles, no se encontraban al extremo de ninguna posición política. Lo que primaba era un rechazo tanto al fascismo como al comunismo, lo cual es coherente con la activa participación de Arciniegas en el Congreso por la Libertad de la Cultura, a cuya conferencia inaugural, realizada en Berlín en 1950, fue el único iberoamericano en asistir, y de cuya publicación en español, Cuadernos, fue director a partir de 1963 (Scott-Smith, 2002, p. 3).
La última pregunta concernía directamente a los encuestados: "¿Qué papel reserva el futuro a los intelectuales y, especialmente, a escritores y artistas?" ("Encuesta a los intelectuales", 1944, p. 107). Es necesario recordar que en la presentación que la revista hizo de la encuesta se daba a entender que este interrogante remitía a la autonomía y a la relación con el Estado. También llama la atención la aclaración al final de la pregunta, en la cual el adverbio hace que el énfasis recaiga en los "escritores y artistas", al tiempo que señala que estos no son los únicos tipos de intelectuales existentes.
Nuevamente, las respuestas pueden ser agrupadas a pesar de sus divergencias. Varios de los encuestados consideraron que, a pesar de las profundas transformaciones que podría implicar la posguerra, la función social de los intelectuales no iba a variar sustancialmente, ya fuera porque en un Estado verdaderamente democrático se hacía imposible transformarlo en un mezquino asalariado o consejero áulico (Ruiz-Funes, 1945, p. 419), por su individualismo y desarraigo que lo hacía difícil de ser cooptado (Maya, 1944, p. 441), porque su propia esencia lo obligaba a ser vocero de su pueblo y de su época (Restrepo Millán, 1945, p. 292), porque si bien tendría que desempeñar otros oficios para subsistir su condición de intelectual se mantendría (Sanín Cano, 1944, p. 445), o porque simplemente tendría el papel que quisiera tener (Prat, 1945, p. 426).
Un segundo grupo consideraba que el intelectual estaba en riesgo, aunque por diferentes razones. Rodríguez Páramo planteaba que esta figura era un arcaísmo, ya que la palabra designaba a alguien que había traicionado la vida y la inteligencia, al querer situarse por fuera de la primera; en vez de intelectuales se requerían filósofos, escritores y artistas que desarrollaran su obra al calor de la vida y le dieran un significado verdaderamente humano (1944, p. 449). El poeta Pedro Salinas opinaba que más allá del peligro del totalitarismo, el verdadero enemigo de los creadores era la mercantilización de todas las cosas, incluso de los bienes del espíritu,
En esta sociedad queda en pie, hipócritamente, la ficción de la libertad e independencia totales del artista. Pero por detrás de ese telón circulan afanosos los traficantes, los tentadores, los alcahuetes, atrayendo con el espejuelo sin brillo del libro de cheques a los inocentes jovencitos del arte. Tanto ha cundido ya ese nuevo tipo de transacción, ejemplos hay tan notorios de escritores o pintores, que bailando el agua a la mediocridad intelectual fomentada para fines comerciales han hecho una fortunita casi tan respetable como la de un inventor de escobar eléctricas, que ahora ya muchos artistas jóvenes acuden ellos mismos a ahilarse en colas interminables a las puertas de las lonjas, revistas populacheras, teatros, empresas de cine, etc., con su mercancía en la mano y la esperanza del cheque deslumbrante en el alma. (1945, p. 17)
Es posible que la posición de Salinas estuviera relacionada con su propia experiencia vital en Estados Unidos, en donde el proceso de mercantilización de la cultura era mucho más marcado que en el resto del mundo; no en vano esta experiencia sería también el impulso para que otros exiliados europeos, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, acuñarán el concepto de industria cultural por esos años (Adorno y Horkheimer, 2007).
Algunos intelectuales supeditaban su destino a la hegemonía de los gobiernos democráticos en la posguerra. En esto concordaban Francisco Ayala, Jorge Bayona Posada, Guillermo Díaz Doín y Jaime Tello Ouijano. Una vez más, el peligro que se avizoraba era la expansión de la Unión Soviética y de gobiernos afines que convirtieran a los intelectuales en propagandistas y consejeros de los gobernantes. Esta posición la sintetizaba Francisco José González, S. J., para quien los intelectuales estarían obligados "En un Estado de 'inteligencia dirigida', mientras pasa la racha, [a] callarse o admitir un sueldo oficial" (1945, p. 295).
Finalmente, algunos de los encuestados evadieron el sentido de la pregunta; por ejemplo, Ramón Gómez de la Serna señaló que el futuro le depararía a los pensadores y artistas la admiración de sus conciudadanos (1945, p. 273); Cayetano Betancur auguró que los intelectuales colombianos abandonarían por fin la fase de imitación, aunque con el costo que su producción sería primitiva e ingenua (1945, p. 126); Luis Vidales, por su parte, consideró que el intelectual para poder realizar su obra necesitaba el desarrollo de su pueblo, por lo cual intervenir públicamente en esta dirección era crear mejores condiciones para su propio ejercicio (1945, p. 422).
Reflexiones finales
La historiografía sobre el contexto intelectual del segundo lustro de la década de 1930 y el primero de la década de 1940 ha resaltado la honda preocupación que causaron la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial en Colombia; estos conflictos fueron pensados en clave de crisis de la cultura occidental y como amenazas para la estabilidad política y económica del país (Bejarano, 2018, p. 27; Sierra Mejía, 2009, p. 357; Silva, 2015, p. 277). Si bien la realización de la encuesta analizada ratifica este planteamiento, también es necesario matizarlo al plantear que primó el optimismo sobre la recuperación cultural de Europa luego del fin del conflicto.
Este optimismo implicaba un rechazo a la tesis de Oswald Spengler sobre la decadencia de Occidente, al tiempo que permitía resaltar la creciente importancia cultural de América, sin dejar de reconocer con ello que esta debía ser una prolongación de Europa, lo que distinguía al continente americano de Asia, África y Oceanía. En este sentido, la encuesta muestra relativamente pocas huellas de "arielismo" o de "indoamericanismo", en tanto la reivindicación de lo propiamente americano es escasa, como también lo es su contraposición a lo estadounidense o a lo europeo.
La guerra se consideró más un freno temporal al desarrollo o una crisis coyuntural que un acontecimiento que iniciaría una nueva época. La posguerra debía ser, entonces, un periodo de reconstrucción en todos los sentidos, incluso en el cultural, a pesar de las dificultades y la lentitud que traería la miseria y la destrucción heredada del conflicto. La idea de una crisis generalizada de valores espirituales aparecería con fuerza en el futuro próximo, y tendría como acontecimiento catalizador "el Bogotazo" y la intensificación de los enfrentamientos rurales en el marco de La Violencia; a lo cual se sumó el acelerado proceso de modernización y masificación que socavó formas de vida tradicionales, y el ingreso frontal de Colombia en la Guerra Fría, que magnificó la denominada amenaza comunista (Londoño Botero, 2012), punto, este último, que ya aparecía en la encuesta. La revista Mito (1955-1962) expresó, en buena medida, este contexto, y permite también apreciar el creciente proceso de autonomización de la producción cultural e intelectual tan solo diez anos después de la encuesta analizada en este artículo (Ramírez Gómez, 2013).
La Revista de las Indias mantuvo una concepción que se podría llamar idealista de la cultura. La cultura estaba asociada básicamente a las artes, las letras y el pensamiento, a la Kultur, tal como se entendió dentro de la tradición alemana, con la consabida separación, e incluso oposición, a la civilización, ligada generalmente a los logros materiales (Elias, 1997). Esta concepción hacía posible que la denominación y la posición de intelectual se confundiera permanentemente con la de artista y escritor; posiciones que, dada la conformación de la sociedad colombiana, solo podían ocupar legítimamente unos pocos, que por su mismo carácter privilegiado debían guiar a las masas y difundir la cultura. Sería justamente esta tarea de difusión y de debate la que transformaría al artista y al escritor en intelectual. Los escritores encuestados eran intelectuales porque eran interrogados, opinaban y eran escuchados, no solo sobre su arte, sino también sobre la política y la sociedad, y, ante todo, sobre las relaciones que vinculaban política, sociedad y cultura.
La alineación unánime con la democracia en contra del totalitarismo correspondía al juicio de que el ejercicio intelectual requería de esta y de algún grado de autonomía, y esto los comprometía a defender los valores democráticos, en tanto era defender sus condiciones mismas de posibilidad y existencia. Por supuesto, esta autonomía percibida y buscada no contradecía, era imposible que lo hiciera en ese momento, la dependencia que tenían los intelectuales a instituciones como el Estado, los partidos políticos y la Iglesia católica. Esta no era una pregunta posible en este momento o, más precisamente, en esta revista, que dependía del Ministerio de Educación y que estaba profundamente comprometida con el proyecto liberal en su versión de "centro". Lo que sí fue posible era plantear de manera temprana tres ejes que marcarían las discusiones intelectuales de posguerra y que estarían fuertemente relacionados: la primacía de la producción cultural estadounidense, la consolidación y expansión global de la cultura de masas, y la emergencia de la guerra fría cultural.