INTRODUCCIÓN
Problema
La historia militar en el Ecuador ha permanecido en la retaguardia y mucho más en lo que se refiere a estudios críticos y descriptivos de los institutos de formación militar pertenecientes al Ejército ecuatoriano. No existe investigación alguna en este campo y los centros de investigación histórica poco o nada se han interesado por estudiarlo y menos aún publicarlo y, por supuesto, han dejado pasar una faceta tan interesante como la del Colegio Militar Eloy Alfaro. A lo anterior se suma la escasa atención de los uniformados a la cultura de conservación de la documentación, lo cual se explica de mejor manera con la mala costumbre de que "papeles que no sirven, a la pira o a la basura".
Dicho vacío histórico justifica este artículo y, muy en particular, la necesidad de conservar la narrativa de esos niños-cadetes que conformaron la primera promoción de bachilleres del Eloy Alfaro.
En este contexto se puede comprobar que no existe publicación alguna de este tema, a lo que se añade que sus mismos actores, tras cinco décadas, apenas si conservan el recuerdo de cuando fueron cadetes, expresión compuesta que puso de manifiesto el coronel Enrique Rodríguez, director del colegio militar en aquel año de 1969, cuando daba el discurso de bienvenida e inauguración del nuevo año lectivo3.
1. Objetivo
El presente trabajo de investigación histórica tiene como objetivo, a través de fuentes testimoniales y bibliográficas, preservar la memoria de los niños-cadetes que ingresaron al colegio militar en el año 1969, tomando en cuenta que ese grupo de cincuenta y cinco niños, con un promedio de edad de doce años, inauguraba el ciclo básico de educación secundaria en el colegio militar, determinando así el grado de percepción sobre la vida diaria, el grado de afectividad y en qué medida influenció en sus vidas el paso por este colegio durante aquellos tres primeros años.
2. Metodología y fuentes
En cuanto a la metodología, este trabajo tiene carácter descriptivo y narrativo, por lo que merece decir que se ha realizado con una metodología cualitativa de observación directa, teniendo como fuentes primarias y secundarias los archivos del Colegio Militar Eloy Alfaro, testimonios directos y algunas publicaciones militares de la época, por cierto, muy escasas. Por supuesto, la fuente más efectiva para obtener la información fue la entrevista individual a los protagonistas, señores oficiales del Ejército ecuatoriano en servicio pasivo que hoy tienen una edad promedio de sesenta años y que al momento de la entrevista afirmaron que, para ellos, "no ha habido cosa tan emocionante en los últimos tiempos" que recordar aquellos años. A este grupo se sumaron otras personas entrevistadas que fueron parte de ese proceso educativo y de formación militar, esto es, instructores y brigadieres de la época que dieron luces a este trabajo de investigación.
3. Hallazgos
No se podría pasar por alto a la Grecia clásica, específicamente a Esparta, la ciudad-estado de los guerreros. Se dice que allí, cuando nacía un niño, era llevado a un consejo de ancianos para ser examinado. Si el niño tenía algún defecto era arrojado a los barrancos del monte Taigeto, al sur de Grecia. Empero, si el niño nacía sano y robusto, regresaba al regazo de su madre hasta los siete años, tiempo en el cual iniciaba su formación militar con ejercicios físicos y manejo de armas. En definitiva, se formaba al niño para convertirlo en un valeroso guerrero4.
Por otra parte, Juan Marchena, el gran historiador militar sevillano, nos recuerda que en los regimientos militares españoles de inicios del siglo XVIII, ya existían plazas para cadetes de entre 20 y 25, cuyos padres eran los oficiales o miembros de la nobleza local o regional. Estos cadetes tenían su instructor, que era el encargado de su entrenamiento castrense, disciplina y conocimiento de los reglamentos. Desfilaban, marchaban e incluso combatían en las compañías en las cuales su padre era el comandante, usualmente con el grado de capitán5.
Pasaba lo mismo en América Latina, muy en particular en la Real Audiencia de Quito. En las compañías fijas hubo un total de ocho cadetes cuyas hojas de vida reposan en el Archivo de Indias; tal es el caso del coronel Juan de Salinas, prócer de la independencia de Quito (1809), quien pasó catorce años con el grado de cadete6.
Para los ejércitos latinoamericanos, el referente histórico militar tiene origen europeo. Se conoce que en el siglo xviii se crearon las escuelas militares, siendo Francia el Estado con mayor trascendencia en este tema, de hecho la palabra cadete proviene del francés cadet, que significa menor o hermano menor.
El historiador colombiano Carlos Arturo Reina nos aclara el panorama de los niños combatientes. Un caso corresponde -en sentido épico- al héroe niño Pedro Pascasio Martínez, un niño de doce años que se enroló al Batallón Rifles, en tiempos de las guerras por la independencia; y el otro caso con la famosa guerra de los Mil Días (1899-1902), cuando se enfrentaron liberales y conservadores. Basta con ver la fotografía publicada en la revista L'Illustration de París, que da cuenta de la presencia en esa guerra civil de niños entre 8 y 11 años, "aproximadamente". Allí se puede comprobar "la emergencia de los niños y los jóvenes en los conflictos colombianos" y su participación en las diversas guerras civiles7.
En este contexto de juventudes militares, Mayra Fernanda Rey reconoce que, a pesar de la intervención de misiones militares tanto de Estados Unidos como de Francia, los intentos por establecer una escuela militar en Colombia desde fines del siglo xix fueron fallidos. El panorama cambió a partir de 1907, con la misión militar chilena, tal como ya lo había hecho en el Ecuador en 1900; en Bogotá se reorganizó la Escuela Militar con jóvenes cuyas edades oscilaban entre los 16 y los 20 años de edad8.
Para el siglo XX, específicamente en el período comprendido entre la primera y segunda guerras mundiales, surgieron movimientos infante-juveniles en el viejo continente que lograron reclutar miles y hasta millones de adolescentes movidos por el sentimiento fascista y nacionalista: los Fasci Giovanili di Combattimento en Italia; el Frente de Juventudes ("Flechas" y "Pelayos"), grupos de niños falangistas en la España de Franco, cuyas actividades se mezclaban entre lo premilitar, político y religioso; y, la Deutsches Jungvolk (juventud alemana) de Hitler -llamados también los "niños-soldado", cuyas edades oscilaban entre los diez y los catorce años - encargados, al final de la Segunda Guerra Mundial, de remover los escombros de sus ciudades destruidas9.
En el caso del Ecuador, la historia del Colegio Militar Eloy Alfaro tiene el año de 1902 como fecha de inicio de su funcionamiento como formador de oficiales del Ejército, bajo el mando de la primera misión militar chilena.
En cuanto a nuestro tema central, los testimonios de los oficiales, a continuación, irán marcando el camino:
Pese a estar aceptado en un colegio de curas, en agosto de 1969, el niño Carlos Prócel y su familia pasaron por casualidad frente al Colegio Militar. Leyeron el aviso de apertura a primer curso de educación secundaria, compraron el prospecto, y tras participar en las pruebas físicas, psicológicas, médicas y académicas, Carlos fue aprobado10.
El ingreso de cincuenta y cinco niños a primer curso del Colegio Militar se llevó a cabo en octubre de 1969, luego de haber sido aprobados de acuerdo al listado. Apenas con sus doce años de edad en promedio eran sometidos a un horario de semi internado, esto es, una jornada diaria desde las 6:45 hasta las 17:30, tomando en cuenta que el sábado era dedicado a la instrucción militar: marchas, preparación para desfiles, gimnasias masivas, instrucción formal, saludos y cortesía militar12.
Pasado el primer trimestre (enero de 1970), se publicó el listado de sus notas y antigüedades, lo cual definía el pago de las pensiones. El primer tercio del curso era premiado con la beca completa, el segundo tercio con la media beca y el último tercio pagaba la pensión completa.
Aparte de los cadetes semi internos también había un grupo de cadetes de provincia el internado para los cadetes de provincia cuyos padres obligaban su estancia con carácter de internos. Como suele suceder, lo que para unos era simplemente un castigo, para otros el estar internado era su orgullo, su fortaleza: sufrir el régimen de diana (hora de levantarse) con el toque de trompeta a las cinco de la mañana y el baño de agua fría, hacer la limpieza de sus dormitorios, cumplir con castigos nocturnos... Todo moldeaba su espíritu militar. Así lo sentían.
Pero para estos niños-cadetes el internado no solo tenía un cuadro de disciplina prusiana. La noche también daba tiempo para emprender algunas travesuras, como ocultar una manguera de suero de hospital entre la olla de la leche de la cocina para poder tomársela sin restricciones; o instalar una línea telefónica en el subsuelo del edificio central para llamar a sus casas a medianoche, con su respectiva tarifa para quienes no eran del grupo de "traviesitos"; o disfrazarse de fantasma para hacer cagar del susto a sus compañeros dando vida a la leyenda del "Cadete sin cabeza"...13.
Un día se produjo un incendio que hizo tocar zafarrancho a todo el colegio. Fue en el subsuelo de uno de los dormitorios, donde se ubicaban los canceles de los cadetes semi internos. Un conocido -y temido- grupo de cadetes caracterizados por sus fechorías y por ser dos o tres años mayores que el resto de niños-cadetes tenía su guarida detrás de los canceles, un espacio equipado con colchones y muy bien adecuado para fumar y dormir. Una tarde se escaparon a su guarida a fumar y se quedaron dormidos. Los colchones y otros enseres quedaron reducidos a cenizas. En el parte del oficial de semana constaba que no se habían presentado desgracias personales. Y claro, uno de estos traviesos era hijo de un oficial de muy alto rango14.
Eran tiempos en los que la disciplina militar era manejada por dos ejes de aplicación: el Reglamento de Disciplina Militar y los castigos físicos, dando a entender que estos "forjan el carácter" y "despiertan la voluntad del educando"15.
Según el Reglamento, una falta leve equivalía a quince minutos de trote al final del día, y para faltas mayores con la presentación los días domingos, desde medio domingo hasta dos domingos. Sin embargo, lo más usual de la época, eran los castigos derivados del maltrato... Una o varias vueltas a la pista atlética y muchas veces sufrir atropellos por parte de los cadetes de la Escuela Militar. Que se rompan los palos de escoba en las nalgas era algo cotidiano.
El castigo más temido era el famoso "trípode", una donde el cuerpo del cadete se sostenía de sus pies y la cabeza, llevando esta el peso mayor. Y si al trípode se sumaba uno o varios palazos en la nalga, el castigo era completo. y también cotidiano16.
En las jornadas académicas los cadetes debían cumplir con un programa en el cual se estudiaban las materias propias de esos niveles, en concordancia con el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes de la época: castellano, matemáticas, ciencias naturales, mecanografía, educación para la salud, historia, cívica, dibujo técnico, actividades prácticas e idiomas a elegir: inglés, francés o alemán. Los profesores eran en su mayoría oficiales del Ejército y los profesores civiles tenían el grado de capitán asimilado. Todos los entrevistados recuerdan al doctor Espín, "mi capitán Espín", como el mejor profesor y el más estricto.
Este ambiente de formación tenía un desequilibrio hacia lo militar en detrimento de lo académico. Si se compara con un colegio civil, donde el desarrollo de la independencia o la libertad con límites era un legado del Método Montessori, aquí el caso era diferente. El hecho de que haya existido demasiado control militar en la formación de un niño, próximo a ser adolescente, dejaba en entredicho su relación de lo lúdico con el contexto educativo, haciendo de dicho método pedagógico una utopía lanzada al basurero17.
El control disciplinario era ejercido de forma directa por dos brigadieres del último año de la Escuela Militar; aparte de estar encargados de impartir la instrucción militar y la instrucción de desfile, "los Chiquitos" formaban la Quinta Compañía como parte de toda la columna de la Escuela Militar. Incluso viajaban a desfilar en otras ciudades de acuerdo con el calendario cívico ecuatoriano: 9 de octubre en Guayaquil y 3 de noviembre en Cuenca18.
CONCLUSIÓN
La historia de los niños espartanos ha tenido su eco en la historia militar del siglo XX. Está muy claro ver cómo se multiplicaron los grupos de niños involucrados en la formación militar, siendo la juventud alemana el caso más sonado por su ciega veneración a su líder y al fascismo. Se ve que esto no se ha replicado en el Ecuador. Pese a que estos niños - cadetes fueron el globo de ensayo en el fomento del civismo y nacionalismo, no reflejaron en su formación el odio o el resentimiento. Su formación era integral, basada en las esferas física, académica y cívica. A lo mucho odiaban a sus coetáneos civiles. Cosa de chicos. Rasgo de su tiempo.
Cerca del 25 % de este grupo de niños - cadetes fueron hijos de oficiales del Ejército. Esto marca la idea de que su sueño era llegar a ser lo mismo que sus padres. La realidad fue otra. De los 55, apenas tres llegaron al grado de coronel, luego de 30 años de carrera militar. Ninguno alcanzó el grado de general, lo que revela el alto nivel de deserción, especialmente en los cinco años de formación en la Escuela Militar para alcanzar el grado de subteniente.
Dentro de un análisis de aquellos tiempos, estas memorias de vida militar preadolescente permiten revelar lo duro y dogmático que era para ellos estar en un colegio de formación castrense y ser parte analógica de una historia similar a lo que describe Mario Vargas Llosa en su libro La Ciudad y los Perros. Tener que adaptarse a un régimen de dureza con apenas doce años, se convirtió para ellos en un desafío, un sueño, una esperanza. De ahí el lema del Colegio Militar Eloy Alfaro: "Solo venciéndote vencerás".
Los entrevistados recordaban -en primera instancia- los castigos recibidos. Para ellos, el tema de los castigos físicos y corporales era un asunto cotidiano que; en cierto sentido, "no forjó el carácter", sino que permitió cumplir con las obligaciones únicamente por el miedo al castigo, sin que por ello se haya logrado despertar la voluntad hacia el buen comportamiento. Pues claramente las entrevistas reflejaban una suerte de "masoquismo" cuando eran apaleados o colocados en trípode. O sea, el castigo corporal ya se hizo carne, costumbre, hábito en el día a día.
FUENTES
Archivo fotográfico del Colegio Militar, Quito - Ecuador Archivo General de Indias, AGI, Sevilla, España, legajo 574, folio 554
Entrevistas
Gral. Luis Burbano, brigadier de la Quinta Compañía, Quito, 25 de junio de 2017
Tcrn. Jorge Romero, padre de familia, Quito, 21 de mayo de 2017
Crnl. Juan Reinoso, protagonista, Quito, 5, 15 de junio de 2017
Crnl. Carlos Teirón Prócel, protagonista, Quito, 30 de junio de 2017
Crnl. Diego Romero, protagonista, Quito, 30 de mayo de 2017
Crnl. Jaime Rodríguez, protagonista, Quito, 20 de junio de 2017
Tcrn. Gino Rodríguez, protagonista, Quito, 10 de junio de 2017