La fotografía posee un potencial etnográfico privilegiado para exponer la sensibilidad del antropólogo en campo: al respecto del contenido subjetivo en los trabajos etnográficos, se han levantado debates inacabados sobre el riesgo, pero también el potencial que otorga a la ciencia la aproximación entre la antropología y el arte, en el marco de la redefinición constante de las fronteras del quehacer antropológico (Escobar 2016, 214). Autores como Jean y John Comaroff han llegado a afirmar, de forma instigadora, que el hacer antropológico es mucho más cercano del hacer artístico que de las ciencias biológicas.
¿Cómo se debe hacer etnografías en el orden mundial contemporáneo? Es uno de los principales cuestionamientos expuestos en los múltiples trabajos de Paul Rabinow (2007) o de Jean y John Comaroff (2010), a propósito de la constante dificultad epistémica a la que se ven expuestos los antropólogos en su labor -parece que nuestra disciplina fuese un campo instaurado en las fronteras en donde se encuentran diferentes áreas y campos del conocimiento-. Los Comaroff proponen que la antropología debe ser una disciplina que se fortalezca a través de campos como el artístico y, principalmente, se apoye en la historia formando una conjunción inseparable. Según ellos, necesitamos de la etnografía para conocernos a nosotros mismos, así como tenemos la necesidad de la historia para conocer a los otros no occidentales. Esto significaría una inversa a la premisa moderna que establece una división en las formas de producir conocimientos y, primordialmente, sobre cómo nos aproximamos a ellos. En ese raciocinio, no cabe una diáspora científica, sino una necesidad de repensar la alteridad como un escenario también histórico.
El presente trabajo visual, fruto de experiencias etnográficas recogidas entre 2014 y 2015 en el Cauca colombiano, se enmarca en una perspectiva que entiende dichas ambivalencias epistemológicas en la antropología y valora las posibles interconexiones entre diferentes campos. Este ensayo fotográfico hace parte de una investigación sobre el pueblo indígena misak, ubicado en el resguardo indígena de Guambía, a más de 3.000 m s. n. m. en la cordillera Central. El resultado de la investigación se intitula Pi køtreyei utø chillimal øsikmusik tøka atrun - Del agua y el barro: aspectos sobre cosmología y aprendizaje en los misak (Escobar 2016). Allí se han analizado los principales aspectos que componen el sistema cosmológico misak. Este pueblo identifica el agua -más concretamente, las lagunas-, el arco iris y los páramos1 en las altas montañas como el punto de origen de la vida: la matriz de su organización social y de su sistema de pensamiento.
Las fotografías son también una forma de mostrar el proceso en el cual el antropólogo deja permear su pesquisa por la sensibilidad y se apoya en una cámara como herramienta para plasmar los contenidos que a veces los textos no consiguen representar. Espacios sagrados y rituales son traídos por estas imágenes y permiten una aproximación a las profundas relaciones que dan sentido a la existencia de los piurek2.
Los misak se consideran “hijos del agua” y concentran toda su atención en las partes altas, pues de allí nacen y bajan los principales ríos. Ellos saben que si no hay páramo, no hay agua; allí nacen todas las quebradas y descienden para el sustento de la gente (Agredo López y Marulanda 1998, 221). De tal forma, el páramo y sus condiciones ambientales están claramente referenciadas en la cosmología misak.
Los páramos constituyen grandes biomas que conservan y producen agua; es por esto que se puede encontrar en ellos una gran cantidad de lagunas formadas por múltiples nacientes. Solo en Colombia, es posible que el número de lagunas alcance más de 2.000. Las lagunas en los páramos colombianos son muy numerosas en las cordilleras Central y Oriental (Instituto Humboldt 2007, 28). Allí pueden encontrarse extensos humedales, como las turberas, estrechamente relacionadas con los pantanos, que forman antiguas lagunas que van filtrando y liberando poco a poco las corrientes de agua (República de Colombia, Ministerio del Medio Ambiente 2002, 52).
Según los misak, se requiere de preparativos y restricciones para poder acercarse a las lagunas, pues allí se produce el equilibrio y la conciliación entre seres humanos y otros seres. También hay una conciliación entre el verano y el invierno. Todo proceso ritual pasa por el médico tradicional mørøpik, quien conoce los procedimientos para conseguir el equilibrio natural (Agredo López y Marulanda 1998, 227). Debe decirse entonces que, para los misak, los páramos y sus aguas constituyen entes vivos semejantes y principalmente superiores a los seres humanos, pues los grandes seres que dan y quitan la vida, los seres que otorgan la energía para desarrollar el ciclo de vida y quienes sanan y enseñan viven de forma atemporal en dichos espacios silenciosos (Escobar 2017).
La vida del ser misak está constantemente plasmada en la reconstrucción de su historia mítica como herramienta tácita para la definición y redefinición de una identidad como pueblo “originario”. Al indagar por las representaciones simbólicas que integran su sistema de vida y pensamiento, me encontré con una reiterativa argumentación que apunta hacia un punto de origen único: piurek, que significa “hijos del agua”. Desde las formas más básicas de enseñanza hasta los ejercicios más complejos de memoria oral, adelantados por los mayores de la comunidad, remiten a la misma categoría como elemento central que otorga una claridad sobre el papel que ocupan los misak en el universo. En mi trabajo de campo, al participar en las aulas de cada fin de semana en la Misak Universidad, encontré algunos jóvenes que, sentados frente al nakchak3, hablaban con propiedad sobre su cosmología y explicaban con firmeza el origen mítico de sus ancestros; a su vez, tuve la oportunidad de escuchar a los ancianos en sus casas o en algún encuentro casual, quienes hacían referencia constantemente al parto de las lagunas.
Con el propósito de desglosar la íntima relación que tienen los misak con el preciado líquido, quiero traer a colación un ejercicio dialógico realizado junto a Javier Morales, indígena misak4. A través de una metodología de investigación compartida, hemos desarrollado un ejercicio etnográfico que, en coherencia con la propuesta de los Comaroff, aproxima a la antropología, las artes y la historia en un intento por (re)conocernos a nosotros mismos y a los otros, lo que nos ha llevado a entender el principio de la alteridad como una base dinámica que se redefine en cada relación y en cada contexto.
Los piurek, “hijos del agua”
Uno de los temas comúnmente abordados en esta experiencia etnográfica ha sido la íntima relación que los misak sostienen con el agua. En ese sentido, Javier y yo hemos entablado un diálogo que discute las conclusiones previas que había elaborado en la parte final de mi investigación de campo: Javier responde a ellas y hace una relación-interpretación desde su entendimiento y el de la cosmovisión de su pueblo5.
Duvan: Ser hijo del agua no solo implica una relación de dependencia con un elemento vital que es intrínseco a cada ser sobre la faz de la tierra. Por el contrario, creo yo que sería más preciso hablar de una interrelación, o sea, un espacio dialógico en donde los misak, en este caso, se comunican con el agua, o mejor, con los espíritus del agua, para mantener una sentida relación de troca y aprendizaje dirigida hacia su origen. Es el agua, entonces, un medio que posibilita la vida biológica, pero principalmente recrea la cosmovisión y el pensamiento misak, así como las corrientes traen consigo múltiples elementos que bajan desde las grandes alturas de los páramos. Igualmente, es conducido el conocimiento propio a lo largo de un río ancestral de saberes acumulados. Cuando llegué a Guambía y durante los primeros días de estadía en San Pedro, miraba el río por las mañanas, pensaba en cuántos millares de piedras, plantas y hasta microorganismos podría haber en el cauce que baja de la helada montaña; me imaginaba -mirando a Piendamó- cómo un río puede ser asemejado al universo. Pues así como en el río, también en el universo un sinfín de pequeñas luces acompaña el despertar de cada constelación en la eternidad. Pensé una vez cómo los misak se representan en el universo, pues así como la inmensidad de luces se muestra ante nosotros cada noche, el pensamiento originario se revela omniscientemente explicando cada una de las luces que componen los mundos y el camino del ser misak. Entonces, el agua, al igual que el cosmos, devela una ruta de comunicación con los antepasados, la cosmología misak, así como los astrónomos con sus estudios sobre el espacio, buscan acercar el origen a la comprensión humana.
Javier: El agua es uno de las fuentes más allegados al ser misak, el agua vitaliza y revitaliza la memoria ancestral de los misak, el cuerpo está cubierto de agua, el territorio agua es donde corre por las venas y los ríos son la sangre que fluye en las venas de cada ser misak, ella significa vida, unidad familiar, las lagunas son los ojos que nos brilla la vida al despertar y las montañas son nuestros cabellos que mantiene para pensar y tener la humildad con cada uno de nosotros mismos. Momento por momento se comunica con el agua y ella nos entiende transmitiendo valores y fuerzas para caminar en el territorio.
El misak para caminar a las montañas o si va pasando en una quebrada debe hacer un pequeño ritual con el agua, es decir, primero saludar al agua y sacar hacia la izquierda cuatro veces y a la derecha otros cuatro veces, se hace esto con el fin de evitar fatigas en el transcurso de estadía en la montaña; si no lo hace, este trabajo, puede que el kallim y los espíritus de nuestra madre naturaleza se enojen y se emparama las manos o el cuerpo y no deja trabajar.
Su relación con los cosmos primero está con el Sol, la Luna, las estrellas y las nubes. Nuestros mayores cuentan que hay diferentes colores de nubes dando una significación muy importante en la vida de los misak. Para los nosotros, el agua no es azul, sino que tiene varios sentidos y colores para interpretar, él tiene un color como amarillo, blanco y negro, eso se refleja porque químicamente tiene unas partículas muy diferentes a lo normal. Allí es donde juega un papel muy importante el Sol, la Luna, las estrellas y las nubes. En Guambía, hay varios colores de agua casi de tipo gris, esto da como en medio templado, color parecido al agua panela saliendo de las sabanas y el agua que sale de las quebradas o de riachuelos son básicamente cristalina y sucesivamente el agua tiene un sentido común para interpretar, cósmicamente nuestros médicos tradicionales son los que interpretan para curar alguna enfermedad utilizando ciertas plantas para su utilización. El misak vive en armonía y en equilibrio porque el agua nos permite sentir vida, relación hombre y naturaleza, el agua, el viento, la tierra y el fuego, son los dioses que brindan energía permitiendo vivir como misak-misak (Escobar y Morales 2017, 127).