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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.68 no.170 Bogotá May/Aug. 2019

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v68n170.77686 

Artículos

EMOCIONES, INTENCIONALIDAD Y RACIONALIDAD PRÁCTICA UN CONTRASTE ENTRE LAS TEORÍAS DE LAS EMOCIONES DE WILLIAM JAMES Y ANTONIO DAMASIO

EMOTIONS, INTENTIONALITY, AND PRACTICAL RATIONALITY THE CONTRAST BETWEEN THE THEORIES OF EMOTIONS OF WILLIAM JAMES AND ANTONIO DAMASIO

SEBASTIÁN PEREIRA RESTREPO* 

*Universidad del Rosario - Bogotá - Colombia sebastian.pereira@urosario.edu.co


RESUMEN

Se presentan y discuten las teorías de las emociones de W. James y de A. Damasio, enfatizando en la intencionalidad de las emociones y en su vínculo con la racionalidad práctica. Se argumenta que la propuesta de James enfrenta varias dificultades para dar cuenta de ambos aspectos de las emociones, y se muestra cómo la teoría neo-jamesiana de Damasio supera en parte algunas de esas dificultades, pero también da pie a otras objeciones. Se resume la propuesta de Jesse Prinz sobre las emociones como "evaluaciones corporalizadas", que busca incluir el aspecto cognitivo y la naturaleza corporal de las emociones.

Palabras clave: A. Damasio; W. James; J. Prinz; emociones; intencionalidad; racionalidad práctica

ABSTRACT

The article presents and discusses the theories of emotions of W. James and A. Damasio, with emphasis on the intentionality of emotions and their connection with practical rationality. It argues that James' proposal encounters several difficulties in accounting for both aspects of emotions, and shows how Damasio's neo-Jamesian theory partly overcomes some of those difficulties, while giving rise to other objections. Finally, it summarizes Jesse Prinz's proposal regarding emotions as "embodied appraisals", which seeks to combine the cognitive aspect and the corporeal nature of emotions.

Keywords: A. Damasio; W. James; J. Prinz; emotions; intentionality; practical rationality

El redescubrimiento de las emociones por parte de la filosofía y las neurociencias

En la actualidad, las emociones se encuentran en el centro de atención de la filosofía, sobre todo de la filosofía práctica. Así, pese a sus diferentes aproximaciones, filósofos como Peter Goldie, Martha Nussbaum, Robert Solomon o Robert Roberts coinciden en que, dado que las emociones están presentes constantemente en nuestras vidas, y puesto que entre ellas y aquello que consideramos valioso existe una estrecha relación, la exploración de las emociones debe formar parte fundamental de una teoría ética: las emociones guían en gran medida nuestro pensamiento y nuestras acciones, son una fuente de sentido en nuestras vidas, constituyen una parte esencial de la vida justa y buena, y definen lo que somos como personas (cf. Goldie 2000; Nussbaum 2001; Roberts 2003; Solomon 1993). En la metaética, el sentimentalismo moral, que le atribuye a las emociones un papel fundamental en relación con los juicios morales y el comportamiento moral, ha sido revitalizado por filósofos como Jesse Prinz (cf. 2007) y Michael Slote (cf. 2007). Además de la gran variedad de emociones tratadas en estas obras, hay un número creciente de trabajos en los cuales se exploran la estructura y las implicaciones éticas de emociones particulares como la vergüenza, la culpa, el orgullo, la envidia y la rabia, por mencionar solo algunas (cf. Deonna et al. 2011; Nussbaum 2004; Taylor 2008), y de fenómenos como la empatía, de los cuales se piensa que poseen una importante dimensión emocional (cf. Coplan y Goldie 2011).

Un rasgo que comparten todos los trabajos anteriores, y sin el cual no se entendería la importancia que han cobrado las emociones en la filosofía, es el rechazo de la idea bastante extendida en el pensamiento occidental, según la cual las emociones son irracionales y equivalen, en palabras de Nussbaum, a "movimientos no pensantes" que ciegamente nos empujan a actuar de manera intempestiva, la mayor parte de las veces con consecuencias indeseadas (cf. Nussbaum 2001 24). En oposición a ello, los anteriores autores coinciden en conferirle -primero- intencionalidad a las emociones, es decir, la capacidad de referirse a objetos, de poder poseer un contenido objetivo y un significado existencial. Las emociones no son entonces "ciegas" en el sentido de que estén desprovistas de contenido y de conocimiento alguno, sino que, por el contrario, tienen, por así decirlo, su propia "visión" y nos revelan aspectos centrales del mundo y de nosotros mismos. Asimismo, y como consecuencia de lo primero, estos teóricos les atribuyen a las emociones -segundo- la capacidad de motivarnos, pero no como fuerzas que nos empujan ciegamente, sino con base en aspectos del mundo que son importantes para nuestro bienestar, los cuales se nos manifiestan en la experiencia emocional. En esa medida, para esos autores las emociones forman parte integral de la racionalidad práctica, entendida a grandes rasgos como la capacidad de actuar con base en razones de las cuales en principio podemos dar cuenta y que están sujetas a crítica y a revisión. Para resumir, puede decirse que al redescubrir lo que podemos llamar los aspectos inteligentes de las emociones, esos filósofos logran con mayor o menor éxito hacer justicia al papel central que desempeñan las emociones para orientarnos de manera significativa en el mundo.

Por otra parte, desde hace algún tiempo las neurociencias también vienen investigando las emociones con la promesa de brindarnos una comprensión adecuada de lo que son estas (cf Damasio 1994, 2005, 2010; LeDoux 1996). A los neurocientíficos se suma además un pequeño pero importante grupo de filósofos cuya concepción de la naturaleza de las emociones se fundamenta en los trabajos de las neurociencias (cf Griffiths 1997; Prinz 2004). Para ese grupo de teorías neurocientíficas, a las cuales llamaré también teorías somáticas, las emociones son en esencia un conjunto de cambios fisiológicos, expresivos y comportamentales causados por ciertos patrones de activación neuronal, que a su vez son activados por determinados estímulos del medio ambiente (cf Damasio 1994; 2005; LeDoux 1996). Por supuesto que estos autores reconocen una inteligencia en las emociones, pero la forma como la entienden y la explican en términos neurobiológicos difiere en gran medida de la aproximación de los autores mencionados al inicio, que defienden versiones de una teoría cognitivista. De acuerdo con el cognitivismo, la intencionalidad de las emociones y su entretejimiento con la racionalidad práctica se entienden de mejor manera si se conciben como un tipo especial de pensamientos, a saber, como cogniciones evaluativas (cf. Nussbaum 2001; Solomon 1993).

En el presente artículo me propongo reconstruir y evaluar una importante versión de la teoría somática de las emociones. Esta versión se remite a la propuesta pionera de William James, y en tiempos recientes ha sido reactualizada especialmente por Damasio y por Prinz en las neurociencias y en la filosofía respectivamente. Para desarrollar la tarea propuesta, comenzaré con una exposición y discusión de la teoría de William James. La teoría de James es en general de gran importancia, pues es en buena medida el punto de partida del estudio científico de las emociones tal como se practica hoy en día desde las neurociencias (I). A continuación, reconstruiré la teoría neo-jamesiana de las emociones de Damasio, culminando con una exposición de su hipótesis de los marcadores somáticos Para finalizar, presentaré un balance crítico de la teoría de Damasio (III).

Las emociones como percepciones de cambios corporales: William James

En su célebre artículo "What is an Emotion?", James afirma que la manera natural de concebir las emociones es errada. Comúnmente pensamos que un episodio emocional posee la siguiente estructura: a) primero percibimos "un hecho desencadenante"; b) ello causa un estado mental afectivo, al cual identificamos con la emoción; c) a su vez, ese estado mental -la "emoción" propiamente dicha- produce una serie de reacciones fisiológicas, expresivas y comportamentales (cf 189). En contra de esta concepción "natural", James sostiene lo siguiente: "Mi tesis, por el contrario, es que los cambios corporales siguen directamente a la PERCEPCIÓN del hecho desencadenante y que nuestra sensación de esos cambios según se van produciendo ES la emoción" (ibd). Si por ejemplo caminamos por el bosque y nos topamos de repente con un oso -un ejemplo famoso de James-, no debemos pensar que la percepción del oso cause la emoción, entendida como un estado mental independiente que se exprese luego en ciertos cambios corporales. No. Según James, el encuentro con el oso desencadena en nosotros directamente un patrón de cambios fisiológicos, expresivos y comportamentales: aumenta la presión sanguínea, se nos dilatan las pupilas, temblamos y echamos a correr. La emoción es solo la sensación que tenemos de esos cambios mientras estos se producen.

La tesis de James de que las emociones son solo sensaciones de cambios corporales y no estados mentales independientes está asociada a su idea de que las emociones son epifenómenos, esto es, meros fenómenos residuales y secundarios, producto de alteraciones viscerales, que no tienen una fuerza causal o motivacional para producir ellos mismos comportamientos o acciones (cf. Deigh 2010). Si bien esta idea no está enunciada explícitamente en "What is an Emotion?", en The Principles of Psychology el autor sí la desarrolla. Allí, James sostiene que la motivación está a cargo de los instintos. Son estos los que nos llevan a entablar "relaciones prácticas" con sus objetos, en tanto que las emociones "usualmente terminan en el [...] propio cuerpo" (James 1890 442). Más adelante señalaré algunas implicaciones de esa idea y en qué medida resulta adversa a prácticamente todas las aproximaciones actuales a las emociones.

Quizás el argumento más persuasivo brindado por James a favor de la tesis según la cual las emociones son sensaciones de cambios corporales es el que puede llamarse el argumento de la sustracción. El argumento tiene la forma de un experimento mental y consiste en imaginarnos una emoción cualquiera, por ejemplo, el miedo, y sustraerle todas las sensaciones corporales características: los latidos acelerados, la sudoración, la sensación de frío, etc. Al realizar ese ejercicio de introspección vemos que al final no nos queda nada más que un "estado de percepción neutral" (James 1884 193). Es decir, nos queda algo que no es -o que no identificamos como- una emoción: "Es totalmente imposible pensar a qué quedaría reducida la emoción de miedo si no estuvieran presentes las sensaciones de latidos cardíacos acelerados, ni de respiración ligera, ni de labios temblorosos, ni de miembros debilitados, ni de carne de gallina [...]" (id. 193-194).

Aunque luego me referiré de forma más extensa a las críticas de la asimilación de las emociones a sensaciones corporales, cabe aquí hacer una observación crítica al anterior argumento dado que posee gran fuerza intuitiva, pero, visto más de cerca, no es necesariamente un argumento a favor de la tesis de James. Pues aún si admitimos los "resultados" del experimento mental, ello solo mostraría que las sensaciones corporales son una condición necesaria de la experiencia emocional, un elemento imprescindible en ella (lo cual tampoco es válido si se acepta la existencia de emociones inconscientes). Pero esta tesis es por supuesto mucho más modesta que la defendida por James, quien sostiene que existe una relación de identidad entre emociones y sensaciones corporales. Y esa afirmación no es soportada por el argumento de la sustracción. Al fin y al cabo, la idea de que las emociones son una síntesis de distintos elementos constitutivos, entre ellos las sensaciones corporales, es perfectamente compatible con el experimento mental de James. Para apreciar esto, consideremos la siguiente analogía: si imaginamos la experiencia gustativa de un bloody mary y le restamos a esta el sabor del jugo de tomate, no queda algo que podamos reconocer como un bloody mary. Pero eso no quiere decir que el bloody mary se reduzca al jugo de tomate: en este coctel, el vodka y las especias son igualmente importantes. De manera semejante, el argumento de la sustracción es compatible con la existencia de otros elementos constitutivos de las emociones distintos de las sensaciones corporales y acaso más importantes que estas. El mismo James menciona una y otra vez un elemento que puede tener esas características: cuando realizamos el experimento mental de la sustracción, vemos que solo "nos queda un estado frío y neutral de percepción intelectual" (id. 193; cf. id. 190). Quizás un "estado de percepción intelectual" -una cognición- sea entonces, junto con los aspectos somáticos, uno de los ingredientes fundamentales de la emoción. Pero James señala además el tipo de cogniciones que estarían involucradas en las emociones. Cuando efectuamos la "sustracción" en el caso de la risa, nos queda la percepción de algo que "pertenece a la clase gracioso"; con la ira, "el juicio [...] de que una persona [...] merece escarmiento"; con la aflicción, "la cognición de que ciertas circunstancias son deplorables" (id. 193-194). James parece sugerir que los distintos tipos de emociones implican cogniciones evaluativas características -y esa es por supuesto una de las tesis centrales del cognitivismo-. Con esto no quiero convertir a James en un cognitivista, sino señalar que en su teoría se encuentran intuiciones sobre el papel de la cognición y la evaluación en las emociones, las cuales, sin embargo, son ignoradas sistemáticamente por él.

Hasta aquí hemos visto que James sostiene que las emociones son sensaciones de cambios corporales causados por la percepción de algún evento. No obstante, James no solo analiza las emociones en términos de sensaciones corporales. En ocasiones también las identifica con los eventos cerebrales y los cambios corporales que subyacen a dichas sensaciones (cf. id. 191-192). James formula esta idea en conexión con un planteamiento sobre la naturaleza del sistema nervioso (ibd.). El sistema nervioso es "un conjunto de predisposiciones para reaccionar de maneras particulares al contacto de características particulares del medio ambiente" (id. 190). Se asemeja a un candado con múltiples cerraduras, las cuales solo pueden ser accionadas por sus respectivas llaves, que corresponderían a determinados estímulos ambientales: "Cada criatura viviente es en efecto una especie de candado cuyas guardas y resortes presuponen formas especiales de llave […] Y los candados son indiferentes a cualquier llave que no sea la suya" (id. 191). En seguida, James afirma que las emociones son reacciones nerviosas y en esa medida obedecen al modelo expuesto (cf. ibd.). Las emociones serían entonces adaptaciones del sistema nervioso a objetos del medio ambiente; estas reacciones nerviosas son activadas automáticamente por determinados objetos y causan, a su vez, una serie de cambios corporales que finalmente sentimos, "percibimos" mediante las mismas áreas del cerebro encargadas de la percepción sensorial (cf. id. 191, 194, 203). Aunque los aspectos neurofisiológicos difieren en gran medida, veremos más adelante que para Damasio las emociones se despliegan en su forma más elemental conforme a la misma secuencia planteada por James.

¿Qué son para James los distintos tipos de emociones como por ejemplo la rabia, la vergüenza, el miedo, etc.? Esta es una pregunta central en el contexto de una teoría de las emociones y una prueba importante para determinar su plausibilidad. Una teoría de las emociones debe poder caracterizar las distintas emociones, y no solo decir qué son "las emociones en general". Esta expectativa es la misma que tendríamos, por ejemplo, frente a una teoría del arte o de la religión, de las cuales esperaríamos que pudieran brindarnos, según sus recursos teóricos, una caracterización adecuada de los distintos géneros de arte o de las grandes religiones del mundo. Si fallaran en esa tarea, tendríamos buenas razones para dudar de su conveniencia. Lo mismo vale para una teoría de las emociones. Según lo expuesto, podría pensarse que James identifica las distintas emociones con determinados patrones de cambios corporales y con las sensaciones derivadas de ellos. Sin embargo, en el capítulo XXV de The Principles of Psychology, dedicado a las emociones, James rechaza de plano la anterior idea. El capítulo reproduce gran parte del artículo de 1884. Pero allí también se encuentran importantes adiciones y modificaciones. Notablemente, el capítulo inicia con una crítica enérgica al proyecto de clasificar y describir las distintas clases de emociones en virtud de sus expresiones y cambios corporales característicos. La crítica de James al descriptivismo que él considera dominante en el estudio de las emociones, se fundamenta en las siguientes dos razones (cf. 443-449): en primer lugar, las expresiones y cambios corporales pertenecientes a cualquier tipo de emoción no presentan un patrón único, sino que son variables y se sienten por lo tanto de distinta manera. De hecho, cada individuo presenta según James una "idiosincrasia personal referente a la expresión" (id. 448). Clasificar las emociones según un patrón único de cambios corporales y de sensaciones es simplificar y generalizar, desconociendo que hay una inmensa variabilidad en los cambios corporales y, por lo tanto, en las sensaciones emocionales que constituyen cada tipo de emoción. Otra razón se refiere a la manera como efectivamente distinguimos las emociones en el lenguaje. Cuando atendemos a los distintos matices de cualquier sentimiento emocional, por ejemplo, entre "odio, antipatía, animosidad, desagrado, aversión, malicia, rencor [...]", vemos que estos términos son definidos lexicográficamente en referencia a los objetos que producen el sentimiento y no por la manera como este se siente (ibd).

Una razón más de fondo por la cual James descarta el descriptivismo tiene que ver con la concepción de la mente defendida en The Principles of Psychology, que se encuentra expuesta en el famoso capítulo IX ("The Stream of Thought") de esa obra (cf Deigh 2010). Allí, James critica el atomismo mental de Locke y de Hume, quienes sostienen que los distintos estados complejos de la mente son analizables en términos de unos pocos átomos mentales idénticos -ideas e impresiones- que se repiten una y otra vez en distintas combinaciones. Este atomismo implica a su vez que la mente discurre en una sucesión de estados en última instancia separados y discontinuos, "yuxtapuestos como piezas de dominó, pero en realidad separadas" (245). En contra de ello, James afirma que nuestra vida mental es una corriente continua de "pensamientos" -sensaciones, emociones, percepciones y pensamientos- únicos e irrepetibles, en la cual no es posible que haya dos estados mentales idénticos: "[...] del río de sensaciones primordiales sería indudablemente cierto afirmar, como Heráclito, que nunca descendemos dos veces a la misma corriente" (id. 233). Lo que permanece más o menos idéntico son los objetos de nuestra experiencia, pero no la experiencia de ellos, que siempre será distinta. El hecho de que experimentemos los mismos objetos es lo que nos induce a pensar erróneamente que tenemos las mismas experiencias. Ante el trasfondo de esa imagen de la mente es fácil entender por qué James rechaza la identificación de los distintos tipos de emociones con patrones recurrentes y fijos de cambios corporales y sus correspondientes sensaciones. Proceder de esa forma es adoptar la imagen atomista de la mente: "El problema con las emociones en psicología es que son consideradas [...] como cosas absolutamente individuales" (id. 449). Si concebimos las emociones a la manera atomista, como "entidades psíquicas eternas y sagradas, semejantes a las antiguas especies inmutables en la historia natural", caemos en el error de pensar que a cada tipo de emoción corresponde un patrón fijo de cambios corporales y de sensaciones, error cuya consecuencia es el descriptivismo (ibd.).

No debemos concebir las emociones de forma atomista, sino según el modelo de la mente, como una corriente ininterrumpida de "pensamientos" siempre distintos. Para ilustrar cómo las emociones obedecen a ese modelo, James emplea la metáfora del organismo como una "caja de resonancia" (id. 245). El organismo experimenta continuamente una infinidad de modificaciones, y todas esas "reverberaciones" del cuerpo se sienten, generando emociones distintas: "cada uno de los cambios corporales [...] se siente intensamente o de manera oscura en el momento en que ocurre" (ibd.). De aquí se sigue según James, primero, que cada emoción concreta, entendida como la suma de sensaciones producidas por una infinidad de cambios corporales, es única e irrepetible, de modo que el número de emociones que podemos experimentar es prácticamente ilimitado (cf. id. 450, 454). La conclusión nominalista de James es que, segundo, toda clasificación atomista de las emociones es en última instancia arbitraria y ficticia, y solo se justifica pragmáticamente, en cuanto sirve a algún propósito, pero no refleja en modo alguno cómo son las emociones en realidad, siempre heterogéneas entre sí (cf. id. 454, 485). En tercer lugar, James sugiere abandonar el descriptivismo y transitar al estudio causal de las emociones indagando qué objetos externos producen cuáles causas fisiológicas y sus respectivas sensaciones. Esto significaría, en palabras de James, pasar del "estadio más bajo de la ciencia" a un nivel de investigación "más profundo" (cf. id. 448-449, 453-454).

Objeciones a la teoría de William James

¿Brinda James una caracterización satisfactoria de los distintos tipos de emociones? He argumentado antes que esa tarea es una prueba importante para determinar la plausibilidad de una teoría de las emociones. Creo que la estrategia de James no es para nada satisfactoria. Por un lado, cuando habla a lo largo de su escrito de miedo, aflicción o rabia, simplemente presupone los tipos de emoción que distinguimos en nuestra experiencia cotidiana. Pero según el nominalismo de James, la clasificación habitual de las emociones en tipos como la rabia y el miedo resulta arbitraria y ficticia como cualquier otra y no obedece a cómo son las emociones "en realidad", siempre únicas y distintas. Ahora bien, ¿bajo qué punto de vista, o con qué criterios clasificamos y diferenciamos las distintas emociones en el discurso cotidiano? Sobre esto James no dice prácticamente nada. Pero lo que resulta aún más sorprendente es que, al asimilar las emociones a sensaciones corporales, James borra la línea divisoria entre las emociones y cualquier otro tipo de sensación corporal, como los apetitos (hambre, sed, apetito sexual) o sensaciones de dolor o placer, y no propone ningún criterio para distinguir estos fenómenos entre sí. Un posible criterio de identidad para los distintos tipos de emociones, y para el ámbito afectivo en general, podrían ser las evaluaciones que, como vimos antes, James menciona sin analizarlas.

El desinterés de James por lo evaluativo no es casual, sino más bien una consecuencia necesaria de su concepción (cf. Deigh 2010). La razón es que, como se expuso, James considera que las emociones son epifenómenos, y que como tales son incapaces de motivar la acción. Pero la tesis de que las emociones incorporan evaluaciones solo tiene sentido si se piensa justo lo contrario: por ejemplo, la idea de que en la rabia evaluamos alguna acción como ofensiva, se introduce en gran medida para explicar la manera como actuamos frente al ofensor, adoptando alguna acción retributiva. El epifenomenalismo de James, sin embargo, cierra de entrada la puerta a esa idea. Esta posición de James es en última instancia un callejón sin salida, precisamente porque impide dar cuenta de la dimensión motivacional de las emociones. Ello resulta evidente a la luz de los estudios actuales, pues tanto el interés de los defensores de las teorías somáticas como el de los cognitivistas se desprende en gran parte de la idea de que las emociones motivan la acción, y en esa medida juegan un papel central en la racionalidad práctica.

El otro aspecto cognitivo de las emociones, su intencionalidad, también es problemático en James. Él considera que el contenido de las emociones se agota en la sensación de cambios corporales, las emociones son esas sensaciones y en ese sentido resultan tan inteligentes como un dolor de estómago o una picazón en la espalda. La relación con el objeto externo es solo causal y no intencional. Tener una emoción no equivale a tener un estado mental referido a un objeto externo, en el cual ese objeto se nos presenta de una determinada manera. Más bien ocurre que el hecho desencadenante produce automáticamente cambios corporales, de la misma manera que, por ejemplo, la picadura de un mosquito causa irritación en la piel. Y al igual que resultaría absurdo decir que la piquiña reconoce o representa de alguna manera el mosquito, de las emociones jamesianas tampoco puede decirse que reconozcan aspectos del mundo o de nosotros. Las emociones no ven ni reconocen nada más allá de lo que ocurre en el interior del propio cuerpo como consecuencia de un objeto externo que actúa causalmente sobre este. En resumen, las emociones son para James inteligentes tan solo en el sentido en que puede decirse que un simple reflejo es inteligente o racional, es decir, solo por cuanto tiene una función biológica y adaptativa. Y aunque es cierto que las emociones cumplen también una función biológica, esta no es una caracterización suficiente de su dimensión inteligente.

Esto conduce a otro aspecto problemático en la propuesta de James, a saber, la idea de que las emociones son ante todo respuestas automáticas a estímulos del medio ambiente predeterminados. En contra de esto, hay que advertir que la mayor parte de nuestra vida emocional no se desenvuelve frente a estímulos como, por ejemplo, estar al borde de un precipicio o encontrarnos con un oso. Se desenvuelve de cara a objetos y situaciones de los cuales no puede decirse que sean "disparadores innatos" de las emociones: el temor a perder el trabajo, la culpa por haber ofendido a alguien que nos importa, la indignación frente al trato discriminatorio que se le da a un conciudadano, no parecen ser "estímulos" frente a los cuales estemos "programados" para reaccionar emocionalmente de una determinada manera. La inteligencia de las emociones consiste justamente en su capacidad de reconocer el valor y la importancia en un sinnúmero de objetos, eventos y situaciones reales, anticipadas, recordadas o solo imaginadas, que encontramos a lo largo de la vida en un entorno social y personal complejo e incierto. Debido a esa misma capacidad, tanto los objetos frente a los cuales respondemos emocionalmente como las emociones mismas se van transformando a lo largo de la vida, conforme vamos revisando y redefiniendo aquello que consideramos importante. Cuando se confiere intencionalidad a las emociones, se trata justamente de dar cuenta de esa capacidad de reconocimiento en sus distintas facetas. Si se identifica, por el contrario, a las emociones con dispositivos automáticos, perdemos de vista una parte esencial de lo que significa tener una vida emocional.

Por otra parte, al ligar las emociones a cambios corporales, James pone en primer plano las modificaciones fisiológicas, así como los mecanismos cerebrales que operan antes y después, para desencadenar primero los cambios fisiológicos y posibilitar luego la experiencia subjetiva de esos cambios. Asimismo, James considera las emociones también desde una perspectiva evolutiva, viéndolas como adaptaciones del organismo frente a las exigencias del medio ambiente. Este es, a grandes rasgos, el programa de investigación de las neurociencias, del cual James es claramente pionero. Otro aspecto digno de tener en cuenta al estimar el significado de James en el estudio actual de las emociones es su revisionismo o eliminativismo respecto a la comprensión habitual y precientífica de las emociones, que suele denominarse "folk psychology". El eliminativismo supone que los conceptos mentales que empleamos habitualmente, por ejemplo, "creencia", "deseo" o "emoción", son los postulados de una teoría cotidiana -lafolk psychology-, que, sin embargo, es falsa. De ello se seguiría que los fenómenos postulados por esa teoría en realidad no existen, de modo que al explicar el funcionamiento de la mente y el cerebro, la ciencia -y en el futuro quizá también nuestra comprensión cotidiana-, debe prescindir de esos conceptos (cf. Stich 1996 3-4). El revisionismo de James radicaría entonces, por un lado, en afirmar que la "manera natural" de pensar sobre las emociones en términos de estados mentales que producen cambios corporales es equivocada, pues en realidad estas son solo subproductos de cambios somáticos. La otra faceta del eliminativismo jamesiano corresponde a lo que antes he llamado su nominalismo, esto es, la tesis según la cual cualquier clasificación de las emociones es ficticia y no corresponde a lo que estas son "en verdad". Ligado a ambas cosas está el programa científico propuesto por James, que consiste en estudiar las emociones causalmente, desde sus mecanismos cerebrales y su fisiología, puesto que se piensa que el sustrato, la esencia de las emociones, son eventos cerebrales y fisiológicos. En la medida en que aquello que se considera que son las emociones se localiza en el plano de las causas fisiológicas y cerebrales, el cual es accesible desde una observación científica pero no desde la perspectiva introspectiva participante y cotidiana, se abre entonces una brecha potencial entre lo que la ciencia nos dice que son las emociones, y lo que son estas desde la comprensión habitual que tenemos de ellas. Esta brecha es recurrente en el estudio neurocientífico de las emociones, en el que tampoco han faltado los intentos eliminativistas que apuntan a descartar nuestras impresiones y conceptos cotidianos de las emociones, sustituyéndolos por conceptos científicos que sí corresponderían a lo que son las emociones "en realidad" (cf. Griffiths 1997).

Emociones y racionalidad práctica: Antonio Damasio

Pasemos ahora a la teoría de Antonio Damasio, quien retoma ideas centrales de James a la vez que procura, a diferencia de este, dar cuenta del carácter inteligente de las emociones. Para reconstruir su teoría conviene atender primero que nada a la distinción que establece entre emociones y sentimientos (cf. Damasio 1994 cap. 7; 2005 31-32; 2010 cap. 5). Por "emociones", Damasio entiende los aspectos corporales, observables y medibles, esto es, la dimensión "objetiva" de la emoción. Damasio emplea el término "sentimiento" para designar, por el contrario, al aspecto mental y privado, no medible y no observable del proceso emocional, es decir, su dimensión "subjetiva", aunque como veremos más adelante, Damasio también busca determinar experimentalmente el sustrato objetivo de los sentimientos: "Las emociones se representan en el teatro del cuerpo. Los sentimientos se representan en el teatro de la mente" (Damasio 2005 32). Vistas así, las emociones corresponderían a patrones específicos de activación fisiológica y comportamental causados por el objeto de la emoción. Además, la emoción incluiría un determinado "estilo de pensamiento". En la tristeza, por ejemplo, el pensamiento fluye lento, la persona piensa en hechos negativos y tiende a estancarse en ellos, mientras que en la alegría ocurre lo contrario (cf Damasio 2010 118). Los "sentimientos" corresponderían en cambio a las sensaciones que experimentamos cuando tenemos una emoción. El contenido de esas sensaciones sería una emoción en el sentido que Damasio le confiere a esta palabra, esto es, un determinado patrón de modificaciones corporales y comportamentales causadas por un objeto. Una razón para introducir esa distinción es que, pese a que experimentamos las emociones y los sentimientos como aspectos de una misma cosa, según Damasio corresponden, desde un punto de vista neurobiológico, a procesos y a mecanismos diferentes, que además surgieron en etapas distintas de la evolución. Para referirme a las palabras "emoción" y "sentimiento" en el sentido que les confiere Damasio (a diferencia de su significado común y corriente), que normalmente comprende ambas dimensiones, las marcaré en adelante con un asterisco.

Veamos primero en más detalle, siguiendo el orden de la exposición de Damasio, qué son para él las emociones* y los sentimientos* para luego examinar cómo se articulan ambos procesos en la emoción. Al igual que James, Damasio afirma que, contrario a lo que solemos pensar, los eventos fisiológicos y comportamentales que constituyen las emociones* no son una consecuencia de los sentimientos*, sino que más bien son la causa de estos (cf. Damasio 2005 32). Como James, Damasio también atribuye a las emociones* una función adaptativa. En conexión con ello, introduce el concepto general de homeostasis, que desempeña un papel central en su teoría. Denomina "homeostasis" al estado de bienestar del organismo y la "vida regulada" (id. 39), así como al conjunto de reacciones automáticas encaminadas a alcanzar dicho estado en respuesta a eventos tanto internos como externos. Los procesos homeostáticos acontecen en distintos niveles de complejidad que van desde las funciones metabólicas más básicas hasta las emociones* y los sentimientos*. Las emociones* son definidas funcional y adaptativamente, como un tipo complejo de reacciones homeostáticas, es decir, como procesos en principio automáticos e innatos, cuya función es procurar el bienestar del organismo frente a una situación u objeto que lo compromete en su integridad, bien sea de manera positiva o negativa (id. 34-40).

En cuanto a los sentimientos*, Damasio también coincide en lo esencial con James, pues su tesis central es que el contenido esencial de estos es la percepción de que el cuerpo se encuentra de determinada manera: tener un sentimiento* es sentir el cuerpo estando de una determinada manera. Esto vale tanto para las sensaciones de hambre o fatiga, como para los sentimientos* propiamente emocionales de alegría, rabia o tristeza. La razón es que por sentimientos*, feelings, Damasio no solo entiende "sentimientos* de emociones*" (" feelings of emotion"), sino en general "cualquier tipo de reacción reguladora del organismo", como, por ejemplo, apetitos o sensaciones de dolor y placer (id. 85). La base neurobiológica de los sentimientos* serían "mapas" del cuerpo elaborados a partir de la actividad conjunta de determinadas áreas del cerebro. Una idea central aquí es que a cada momento el cuerpo y el cerebro se retroalimentan mutuamente. El cerebro representa constantemente al cuerpo en su interacción con el entorno. A través de señales neurales y químicas, el cerebro recibe permanentemente información sobre los estados del cuerpo. El cerebro registra en forma permanente esa información sobre los estados y cambios que se producen en el organismo -entre los cuales se encuentran las emociones*-, y elabora representaciones, "mapas", del cuerpo mediante la actividad conjunta de determinadas áreas del cerebro (id. 96-108). Algunos de esos "mapas" se experimentan subjetivamente como sentimientos*.

No obstante, contrario a lo que pensaba James, Damasio sostiene que muchas veces no hace falta que el cuerpo efectivamente modifique su estado para que tengamos un determinado sentimiento*: bajo determinadas circunstancias, el cerebro estaría en condiciones de generar "mapas falsos" del cuerpo, es decir, representaciones neuronales de un estado del cuerpo que no es real, pero que provocan sentimientos* muy reales. A ese mecanismo Damasio lo denomina también "bucle como si" (cf Damasio 1994 155 y ss.; 2010 108-112). Un ejemplo de un "bucle como si" sería el de los sentimientos* generados por la actividad de las llamadas neuronas espejo, que suelen asociarse a la empatía (cf. Damasio 2005 114 y ss.; 2010 109-112). Cuando, por ejemplo, vemos a alguien llorar y tenemos un sentimiento* de tristeza, ello se debería a que mediante las neuronas espejo formamos un mapa falso de la emoción* de tristeza que estamos observando en la otra persona: tenemos una simulación neural de los cambios fisiológicos y expresivos de la emoción* de tristeza que tiene la otra persona, de manera que nos sentimos tristes, pese a que en realidad nuestro cuerpo no experimenta las modificaciones fisiológicas y expresivas que constituyen esa emoción* en la otra persona.

La idea de los "mapas falsos" del cuerpo que nos posibilitarían tener sentimientos* en ausencia de verdaderos cambios corporales, permite responder a dos objeciones frecuentes a la teoría de James. La primera de ellas es que las emociones requerirían demasiado tiempo y energía al depender siempre de cambios corporales. La segunda objeción se refiere a que, según James, a cualquier emoción x subyace un estado visceral y, pero una gran cantidad de emociones parecen sentirse independientemente de cualesquiera perturbaciones viscerales. Los sentimientos* generados por mapas falsos responden ambas objeciones. En la medida en que obvian el proceso visceral, suponen justamente un ahorro de tiempo y energía. Por la misma razón, permiten dar cuenta de aquellas emociones que, aunque se sienten, no presentan los cambios corporales que James identifica con la raíz de todas las emociones.

Con base en lo anterior, podemos apreciar cómo se despliegan ambos elementos, emoción* y sentimiento*, en la emoción propiamente dicha (cf Damasio 1994 131, 143 y ss.; 2005 55-56, 59-67, 96-108). En primer lugar, el cerebro "detecta", por medio de la percepción, lo que Damasio llama un "estímulo emocionalmente competente". Ese estímulo es transmitido a las regiones cerebrales encargadas de activar y ejecutar las emociones*. Cuando se ha producido la emoción*, es decir, un conjunto específico de reacciones fisiológicas y comportamentales encaminadas al bienestar del organismo, estas son "cartografiadas" y experimentadas como sentimientos*. Alternativamente, el cerebro puede generar un sentimiento* sin que se produzcan los cambios fisiológicos, recurriendo a un "mapa falso" del cuerpo.

El anterior proceso corresponde a lo que Damasio llama "emociones primarias" (cf. Damasio 1994 131-134). Las emociones primarias son las emociones jamesianas, es decir, reacciones fisiológicas y comportamentales automáticas frente a estímulos que el cerebro detecta de forma innata, sin necesidad de un aprendizaje previo, o solo con una mínima exposición frente a ciertos estímulos. Las emociones primarias simplemente se "disparan" frente a la presencia de determinados aspectos como pueden ser el tamaño, el movimiento o el sonido de un objeto: algo de gran tamaño que se mueve rápidamente hacia nosotros y emite un sonido atronador, activa automáticamente la emoción de miedo, permitiendo que eventualmente esquivemos el objeto a tiempo. Para ello no necesitamos reconocer que ese algo es un automóvil. Según Damasio, estas emociones son las primeras desde el punto de vista del desarrollo, pero no son en modo alguno las únicas, puesto que, como es evidente, respondemos emocionalmente a una gran cantidad de objetos y eventos que no vienen "preconfigurados" en nuestro cerebro. A estas emociones, que son las que experimentamos en mayor medida en la vida adulta, Damasio las llama "emociones secundarias" (cf. id. 134-139).

¿Cómo se producen las emociones secundarias? La tesis de Damasio es que estas se generan "una vez que comenzamos a experimentar sentimientos* y a formar conexiones sistemáticas entre categorías de objetos y situaciones, por un lado, y por el otro lado las emociones primarias" (1994 134). Para ilustrar lo anterior, Damasio nos invita a imaginarnos el encuentro con un amigo que no hemos visto hace mucho tiempo (cf. 1994 134 y ss.). Claramente, el evento que produce aquí la reacción emocional -la imaginación del reencuentro- no produce de forma innata una emoción primaria, sino que se trata de un evento frente al cual hemos aprendido a lo largo del tiempo a reaccionar emocionalmente de determinada manera. Ese episodio emocional iniciaría a) con el proceso del pensamiento, por medio del cual formamos una serie de "imágenes mentales" referentes, por ejemplo, a los aspectos relevantes del reencuentro y de la amistad que tenemos con esa persona. Para Damasio, esta primera fase corresponde a un proceso de evaluación. Como consecuencia de esa evaluación, se activa b) una determinada emoción primaria, por ejmplo, de alegría, que se despliega como se expuso arriba. La transición entre a) y b) ocurre bajo el supuesto de que las imágenes evocadas en a) son clasificadas, evaluadas como un determinado tipo de evento, el cual a su vez está asociado "sistemáticamente" a una emoción primaria, en este caso la alegría, que es activada a consecuencia de esa asociación.

Hasta aquí hemos visto lo que entiende Damasio por emociones* y sentimientos*, así como la unión de ambos en las emociones primarias y secundarias, y la diferencia fundamental entre estos dos tipos de emociones. Sin embargo, no se ha aclarado del todo cuál es la función que Damasio atribuye a los sentimientos* dentro de las emociones*. Como ya se señaló, los sentimientos* son para Damasio también procesos homeostáticos automáticos, encaminados a regular la vida del organismo hacia un estado de bienestar. ¿En qué consiste entonces la función homeostática de los sentimientos* emocionales? ¿Cómo contribuyen a la regulación de la vida? ¿Qué le añaden los sentimientos* a las emociones*? Una idea central de Damasio en relación con estas preguntas es que la capacidad de sentir las emociones*, de "representarlas en el teatro de la mente" mediante sentimientos*, le confiere al organismo en su conjunto una "flexibilidad de respuesta basada en la historia particular de [las] interacciones con el medio ambiente" (id. 133). Sin los sentimientos*, el organismo no tendría esa flexibilidad, como en efecto se observaría en el caso de seres vivos capaces de tener emociones*, pero que no disponen de los mecanismos necesarios para tener sentimientos* (cf. Damasio 2005 44-46).

Inicialmente, Damasio caracteriza la flexibilidad aportada por los sentimientos* de la siguiente manera (cf. Damasio 1994 132-133; 2005 54-55): en primer lugar, la aparición de sentimientos* permite la capacidad central de percatarnos, ser conscientes de la relación existente entre determinados objetos y determinadas emociones* generadas por esos objetos. Podemos saber que hay objetos que producen esas emociones*, cuáles son esos objetos y cuáles son las emociones* generadas por ellos. Si, por el contrario, las emociones* no aparecieran en la conciencia en forma de sentimientos*, difícilmente podríamos saber que existen ciertos tipos de eventos -por ejemplo, peligrosos-, los cuales están asociados a determinadas emociones primarias -como el miedo-, pues si bien se producirían cambios fisiológicos y expresivos, no advertiríamos esos cambios de manera directa, como lo hacemos mediante los sentimientos*. Tendríamos ciertos cambios fisiológicos ante ciertos objetos, pero al no experimentarlos, no podríamos saber cuáles objetos producen cuáles cambios. Es por esa razón que Damasio afirma que las emociones secundarias, que son las que nos permiten reaccionar a una gran variedad de objetos y situaciones, requieren la existencia de sentimientos*, pues es con base en ellos que pueden formarse "conexiones sistemáticas" entre tipos de objetos o situaciones, por un lado, y emociones primarias, por el otro. Este saber adquirido no es por supuesto gratuito, ya que experimentamos los cambios somáticos que constituyen las emociones* en el espectro de lo doloroso o placentero. Puesto que el organismo procura su bienestar, y dado que los sentimientos* placenteros tienden a coincidir con estados biológicos de bienestar y equilibrio, mientras que los sentimientos* dolorosos corresponden por el contrario a estados de desequilibrio vital; esas cualidades del sentimiento* (dolor y placer) posibilitan entonces que tendamos a buscar o evitar voluntariamente esos objetos. Los sentimientos* son así una condición necesaria para que las emociones* sean mucho más que un mecanismo rígido, preconfigurado de forma innata para activarse solo ante ciertos estímulos, y se conviertan en algo que permite respuestas diferenciadas a una gran variedad de objetos que encontramos a lo largo de la vida y que son "homeostáticamente" relevantes, esto es, relevantes para el bienestar del organismo.

La idea de un entretejimiento entre emoción y racionalidad práctica encuentra, sin embargo, su mayor elaboración en la hipótesis de los marcadores somáticos (cf. Damasio 1994 cap. 8; 2005 cap. 4; 2010 185 y ss.). Esta idea se contrapone a un modelo de la racionalidad práctica, de acuerdo con el cual la toma de decisiones se asemeja a un cálculo costo-beneficio en el que solo deben operar las funciones cognitivas superiores (cf Damasio 1994 171 y ss.). Para este modelo las emociones son un elemento perturbador, pues se supone que la toma de decisiones consiste en efectuar un cálculo racional y lógico a partir de unas premisas, y ese cálculo solo puede verse distorsionado por las emociones. Damasio rechaza esa concepción, que obedece a la tradicional oposición entre razón y emoción. Tomar una decisión sería un proceso muy complejo (habría que estimar, por ejemplo, las diversas consecuencias de una acción en distintos puntos temporales), requeriría una cantidad excesiva de tiempo, memoria y atención, y sería, por lo tanto, impracticable, dadas las limitaciones psicológicas y materiales características de la acción humana).

La racionalidad práctica, sobre todo en el ámbito de las decisiones que afectan la propia vida y nuestro entorno social inmediato, funcionaría de otra manera. Al estar enfrentados a una situación que nos exige elegir un determinado curso de acción entre muchos otros posibles, ocurriría lo siguiente (cf Damasio 1994 173-174): en nuestra mente se despliega una secuencia de "imágenes mentales" de los posibles cursos de acción y sus consecuencias. Cuando visualizamos algunas de esas imágenes mentales, tenemos un "sentimiento* visceral" [a gut feeling] agradable o desagradable: un "marcador somático". Este sentimiento* es un marcador por cuanto marca, resalta una imagen mental referente a un posible curso de acción futuro, y es somático porque consiste en una sensación corporal. Así, el marcador somático funcionaría como una especie de "alarma" que nos alerta sobre el carácter negativo o positivo de una posible acción, y conlleva una tendencia a rechazarla o a inclinarnos a ella, que delimita en todo caso las opciones posibles a un número reducido. Damasio insiste en que los marcadores somáticos no sustituyen en modo alguno la deliberación, sino que la asisten por cuanto delimitan considerablemente el espectro de acciones posibles.

Los marcadores somáticos serían un tipo especial de emociones secundarias (cf. Damasio 1994 172) y los adquiríamos de la siguiente manera: cuando tenemos una determinada emoción en un determinado escenario (por ejemplo, como consecuencia de una determinada acción nuestra), se establece una asociación entre el tipo de emoción que tuvimos y el tipo de escenario en que la emoción se produjo. De este modo, se genera una disposición a tener un determinado marcador somático positivo o negativo frente a un determinado escenario futuro, ya sea que estemos expuestos a ese escenario o pensemos en él, por ejemplo, en relación con una decisión propia.

Aciertos y problemas en la teoría de Damasio

A continuación, presentaré un balance de la teoría de las emociones de Damasio, exponiendo algunos de los que considero son sus indudables méritos y alcances, pero señalando también las limitaciones y aspectos problemáticos que veo en ella. Para ello, retomaré de forma sistemática algunos de los aspectos que surgieron en la discusión previa sobre los argumentos de James.

Epifenomenalismo y el aporte de las emociones a la racionalidad práctica

Una diferencia evidente entre James y Damasio se refiere a que para el primero las emociones son epifenómenos, en tanto que el planteamiento de Damasio parte de la posición contraria. Como vimos, el epifenomenalismo de James consiste en que considera a las emociones principalmente como efectos secundarios de cambios corporales, a saber, como percepciones de esos cambios, las cuales en sí mismas no tienen la capacidad de causar eventos corporales o acciones. Para James, la emoción se agota en sentir ciertos cambios corporales que se producen de manera automática ante la percepción de algún objeto. Este epifenomenalismo pareciera derivarse automáticamente al invertir los términos en la "concepción natural" de las emociones, según la cual la percepción de un objeto produce la emoción, entendida como un estado mental independiente, el cual luego es capaz de producir cambios fisiológicos, comportamentales y eventualmente acciones. Si invertimos los términos de esa concepción, las emociones ocupan entonces el último lugar en la cadena causal, de manera que después de ellas no habría nada más (por ejemplo, acciones).

Sin embargo, es un error pensar que al invertir el orden de la concepción natural se deriva necesariamente el epifenomenalismo. La teoría de Damasio no incurre en ese error. Es cierto que, en su forma más básica, el aspecto subjetivo de las emociones, esto es, los sentimientos*, es para Damasio también residual, en el sentido de que se deriva de cambios corporales, de emociones*. Cuando caminamos por el bosque, vemos al oso grizzly salir de la nada y echamos a correr, la emoción* de miedo se activa automáticamente. Solo más tarde, una vez que estamos resguardados y a salvo del peligro, sentiremos acaso las perturbaciones corporales del terrorífico encuentro. No obstante, nada impide pensar que estas sensaciones corporales, los sentimientos* de miedo, puedan ellas mismas contribuir posteriormente a motivarnos a actuar de determinadas maneras. De hecho, en el ejemplo del oso grizzly, lo más natural es pensar que el sentimiento* de miedo contribuirá, por ejemplo, a que esperemos un tiempo bastante prudente para salir de nuestro escondite. Los sentimientos* son entonces, intuitivamente, fuertes motivadores, y nada impide pensar que nos motiven después de haberse producido determinados cambios corporales (emociones*).

En su planteamiento, Damasio explora y profundiza este tipo de ideas referente a la fuerza motivacional de los sentimientos*. Según su propuesta, es gracias a que tenemos sentimientos* de emociones* que podemos formar conexiones entre tipos de eventos y tipos de emociones primarias, con lo cual se originan las emociones secundarias y se abre también la posibilidad de los marcadores somáticos. Y como ya se expuso, la hipótesis de los marcadores somáticos sostiene precisamente que los sentimientos* son motivadores, y que además se trata de motivadores inteligentes, imprescindibles en la racionalidad práctica, en nuestra interacción inteligente con el mundo. Cuando tenemos un marcador somático positivo o negativo, esto es, un sentimiento* agradable o desagradable ante la imagen mental de un escenario resultante de una posible acción nuestra, estaremos más o menos propensos a optar por esa acción. Y este marcador somático tiene a su vez su origen porque previamente, en una situación semejante, hemos sentido una determinada emoción* positiva o negativa. La teoría de Damasio establece entonces una conexión muy estrecha entre emociones* y sentimientos*, por un lado, y racionalidad práctica por el otro, con lo cual se diferencia fundamentalmente de la concepción de James, que les niega a las emociones la capacidad de motivar acciones.

En ese sentido, un gran aporte de Damasio consiste justamente en mostrar que la racionalidad práctica está engastada en un marco de referencia corporal puesto que se encuentra guiada en gran parte por sentimientos*, los cuales hunden sus raíces en los eventos corporales que son las emociones*. Esto no degrada en modo alguno a la racionalidad humana, sino que implica más bien reconocer una inteligencia en los procesos biológicos que subyacen a las emociones, la cual no se agota en un simple conjunto de actos reflejos. Damasio coincide con James en que las emociones* son procesos reguladores de la vida, mediante los cuales un organismo trata de responder adecuadamente a su entorno. Pero a diferencia de James, Damasio sostiene que al hacerse consciente el organismo, mediante sentimientos*, de su interacción con el entorno, esto es, de la manera como ciertos eventos generan determinados patrones corporales homeostáticamente negativos o positivos, está capacitado para aprender de esas interacciones, guardando una memoria emocional de estas para orientarse adecuadamente en sus acciones futuras.

Flexibilidad emocional

Lo anterior también pone de manifiesto otro aspecto en el que Damasio en principio superaría con mucho a James. En James, las emociones son ante todo reacciones predeterminadas a estímulos también predeterminados. En esa medida, las emociones jamesianas parecieran carecer de la flexibilidad que caracteriza a gran parte de la vida emocional humana. Con su planteamiento referente a las emociones secundarias y a los marcadores somáticos, Damasio brinda un panorama mucho más congruente con la flexibilidad de la vida emocional humana.

Sin embargo, creo que la hipótesis de Damasio referente a la manera como se producen las emociones secundarias resulta problemática. Esto se debe en parte a que se fundamenta en una teoría de la mente de corte empirista (cf. Damasio 1994 89-108; 2010 caps. 3, 6-8). El carácter empirista de su teoría radica en que Damasio considera que poseer una mente consiste básicamente en formar y manipular "imágenes" tanto del mundo exterior como del interior del cuerpo. Como puede apreciarse, por "imágenes" Damasio no solo entiende representaciones visuales, sino todo el rango de representaciones perceptuales, bien sean presentes (percepciones), recordadas (recuerdos), o referentes a escenarios futuros (por ejemplo, planes). Del mismo modo, todo el ámbito de las sensaciones corporales resultantes de "mapas" del cuerpo, incluyendo por supuesto los sentimientos* emocionales, son para Damasio también imágenes mentales, a saber, imágenes del interior del cuerpo. Estas imágenes se combinan, como ocurre en el caso de los marcadores somáticos: si tenemos un marcador somático al imaginar lo que ocurriría en caso de perder todo nuestro dinero por invertirlo en acciones con un alto grado de rentabilidad, pero también de riesgo, tendríamos imágenes de un escenario futuro, al cual se yuxtapone la imagen mental (el sentimiento*) de un estado corporal negativo.

Las imágenes que según Damasio constituyen la mente también pueden almacenarse y emplearse para diversos fines. La hipótesis de Damasio sobre los mecanismos neuronales subyacentes a esos procesos es compleja, pero una idea central es que las imágenes se almacenan en forma de "representaciones disposicionales" (cf. Damasio 1994 100-105). Así, el patrón de activación cerebral que subyace, por ejemplo, en una imagen visual, puede generar una representación disposicional que almacena dicho patrón. Cuando esa representación disposicional es activada posteriormente, produce un patrón de activación cerebral semejante, y en consecuencia una imagen mental también parecida a las que tuvieron lugar originalmente. Las representaciones disposicionales no solo sirven para reconstruir otras imágenes como ocurre en el recuerdo, sino que también pueden activar otras representaciones disposicionales, que es lo que sucedería en el caso de las emociones secundarias.

Las emociones secundarias también se fundarían en representaciones disposicionales. Estas contienen categorías de situaciones asociadas a tipos de emociones (cf. id. 136). Se activan cuando una imagen mental, por ejemplo, un recuerdo, coincide con el tipo de situación almacenado en ellas. Lo que ocurriría aquí, desde un punto de vista neuronal, es que la representación disposicional que subyace al recuerdo activa a su vez la representación disposicional en la cual están conectadas un tipo de situación con un tipo de emoción, y como resultado de ello se produce la correspondiente emoción.

Como puede verse, las representaciones disposicionales involucradas en las emociones secundarias difieren de las que guardan información para reconstruir el patrón de activación cerebral correspondiente a la imagen mental de algo particular, como puede ser un rostro o una determinada situación. La razón es que contienen tipos o categorías de situaciones y las relacionan con tipos de emociones. Esas representaciones disposicionales implican por lo tanto poseer categorías de situaciones (cf id. 180 y ss.). Según Damasio, estas últimas categorías son ellas mismas disposiciones representacionales (cf. id. 181). ¿Pero cómo debemos imaginarnos esas categorías de situaciones, más o menos abstractas y generales, teniendo en cuenta que están formadas a partir de patrones de activación cerebral causados, por ejemplo, por la percepción de objetos o situaciones particulares? ¿Qué es lo que contienen o "codifican" exactamente? Damasio no aclara estas preguntas, pero es razonable pensar que esas categorías contienen una especie de esquema o modelo de una situación. Puesto que han sido elaboradas a partir de imágenes mentales concretas, deben codificar determinadas cualidades perceptibles sobresalientes relativas a una situación. Al formar una imagen mental, ya sea en la percepción, el recuerdo o la imaginación, que contenga uno o algunos de esos aspectos sobresalientes, se activaría la representación disposicional que contiene el esquema de la situación conectado a un tipo de emoción.

El problema con la anterior idea es que muchas veces respondemos emocionalmente a situaciones nuevas, que no parecen encajar con un esquema elaborado a partir de situaciones anteriores. Imaginemos, por ejemplo, las emociones de una pareja ante el nacimiento de su primer hijo. Sus emociones no se deben a que la presente situación encaje con un determinado esquema, puesto que este es un evento único en sus vidas, así como también son únicas las emociones que experimentan en esos momentos. Una buena parte de las emociones secundarias, es decir, las emociones que no responden a estímulos estandarizados y predeterminados, parecen entonces prescindir de la memoria emocional postulada por Damasio, mediante la cual reconocemos y respondemos emocionalmente a una situación subsumiéndola a un esquema construido a partir de eventos pasados. Esas emociones están sin duda presentes a lo largo de toda la vida y en todas sus facetas, por cuanto permanentemente nos enfrentamos a un sinnúmero de situaciones únicas que provocan en nosotros una respuesta emocional también única. Poder reconocer esas situaciones particulares mediante una respuesta emocional adecuada es una capacidad humana importante. Las emociones que, en cambio, se producen porque la confrontación con una situación presente remite, por lo general de forma más o menos inconsciente, a una situación pasada con una fuerte carga emocional, corresponden frecuentemente al espectro de lo traumático y patológico. Estas emociones suelen "dispararse", en efecto, por aspectos concretos y sobresalientes de una situación. En estos casos, pareciera que las personas que experimentan estas emociones están, por así decirlo, "cautivas en una imagen", encerradas en el esquema de una experiencia pasada.

Emociones como representaciones del cuerpo

Otro problema en el planteamiento de Damasio tiene que ver con la manera como concibe la intencionalidad de las emociones. Recordemos que, para James, el contenido de las emociones son cambios corporales, ya que según él las emociones son precisamente percepciones de esos cambios. Damasio hereda de James esa misma concepción, pero la profundiza, por lo menos en lo que se refiere a los sentimientos* emocionales, insistiendo en numerosas ocasiones en que estos representan estados del cuerpo (cf. Damasio 1994 XVIII y ss.; 2005 85-88, 132-136). El problema en afirmar que las emociones representan cambios corporales es que con ello se pasa por alto el hecho fundamental de que estas se refieren a objetos externos y nos los presentan bajo ciertos aspectos: el objeto que tememos nos aparece como peligroso, vemos a la persona por la que sentimos compasión como alguien que inmerecidamente ha sufrido una desgracia, cuando nos alegramos, vemos que nuestra situación se modifica de manera favorable, etc. Como lo reconocen los cognitivistas, un rasgo central de las respuestas emocionales es que parecen incorporar evaluaciones de aspectos del mundo que son de alguna manera importantes para el bienestar de la persona. En ese sentido, las emociones parecen distinguirse unas de otras en función de su contenido evaluativo, de manera que, si se asimilan a sensaciones corporales, no solo se pierde de vista un rasgo que distingue a las emociones en general de otras sensaciones, sino que también se representan de forma inadecuada las emociones particulares, como vimos que ocurre en la propuesta de James.

Las emociones como "evaluaciones corporalizadas": Jesse Prinz

Es de cara a algunas de las anteriores fortalezas y dificultades en la tradición iniciada por James que Jesse Prinz formula su propia teoría neo-jamesiana (cf. Prinz 2004). Aunque su planteamiento merece un tratamiento mucho más extenso que el que puedo darle aquí, quiero finalizar mencionando la orientación general de su propuesta. La tesis central de Prinz es que las emociones son "evaluaciones corporalizadas" (embodied appraisals) (cf. id. cap. 3). Las emociones son evaluaciones en la medida en que representan aspectos del entorno importantes para el bienestar del organismo, "temas relacionales básicos", como por ejemplo pérdida o peligro. Con ello, Prinz incorpora en su propuesta un aspecto central de la tradición cognitivista y procura corregir la idea equivocada, sugerida por James y defendida sistemáticamente por Damasio, de que las emociones representan estados del cuerpo. Y las emociones son evaluaciones corporalizadas porque, según Prinz, se llevan a cabo detectando cambios en el cuerpo: "Las emociones detectan temas relacionales básicos registrando cambios en el cuerpo [...] Las emociones son corporalizadas [embodied]. Representan temas relacionales básicos, pero lo hacen percibiendo cambios corporales" (id. 68). Al insistir en el carácter corporal de esas evaluaciones, Prinz busca corregir el que sería el error fundamental del cognitivismo, a saber, la idea de que las evaluaciones emocionales tienen forma proposicional y equivalen a juicios, con lo cual se pierde de vista la naturaleza corporal de las emociones y su experiencia, que es lo que destaca la tradición iniciada por James y continuada por Damasio. En ese sentido, el punto de partida de Prinz es justamente la idea central de ambos autores de que las emociones son percepciones de cambios corporales, pues sería justo a través de percepciones de estados del cuerpo que las emociones representarían los aspectos del mundo importantes para nosotros.

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Cómo citar este artículo:

MLA: Pereira Restrepo, S. "Emociones, intencionalidad y racionalidad práctica. William James y Antonio Damasio." Ideas y Valores 68.170 (2019): 13-36.

APA: Pereira Restrepo, S. (2019). Emociones, intencionalidad y racionalidad práctica. William James y Antonio Damasio. Ideas y Valores, 68 (170), 13-36.

CHICAGO: Sebastián Pereira Restrepo. "Emociones, intencionalidad y racionalidad práctica. William James y Antonio Damasio" Ideas y Valores 68, n.° 170 (2019): 13-36.

Recibido: 21 de Octubre de 2016; Aprobado: 16 de Octubre de 2017

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