Enzo Traverso (Gavi, Italia 1957) es un historiador e intelectual italiano. Estudió Historia Contemporánea en la Università degli Studi di Genova y se doctoró en la École des Hautes Études en Sciences Sociales en París bajo la dirección de Michael Lõwy. Actualmente se desempeña como profesor en Cornell University en Nueva York. Dedicado a la historia intelectual, Traverso se especializó en la reflexión sobre el marxismo, la filosofía judeoalemana, el nazismo y los totalitarismos del siglo XX. Ha escrito numerosos artículos académicos, colaborado en obras colectivas y editado más de una decena de libros, entre los que se destacan Los marxistas y la cuestión judía: la historia de un debate (1994), La historia desgarrada: ensayo sobre Auschwitzy los intelectuales (1997), La violencia nazi, una genealogía europea (2003) y La historia como campo de batalla: interpretar las violencias del siglo XX (2011).
Traducido al castellano por Horacio Pons y presentado por el Fondo de Cultura Económica en 2018, Melancolía de izquierda fue publicado en Argentina dos años después de su primera edición en inglés con una portada que evoca la misma melancolía que su título exige: un detalle de la obra pictórica El funeral de Togliatti (1972) pintado por Renato Guttuso en homenaje al histórico líder del Partido Comunista de Italia ocho años después de su muerte.
El libro comienza con un sincero prefacio que explicita su objetivo: abordar la cultura de izquierda con relación a las experiencias, sentimientos, utopías e ideas socialistas y marxistas, para analizar su historia a través del prisma de la melancolía. Allí el autor anticipa la estructura de su vasto ensayo. Los siete capítulos que componen esta obra exploran dicha "constelación melancólica" desde diferentes perspectivas: mientras los cuatro primeros realizan una suerte de historia conceptual, ética y estética sobre el fenómeno, los últimos tres capítulos se ocupan de encuentros productivos, conflictivos o malogrados entre distintos pensadores marxistas. El primer capítulo esboza los rasgos de una cultura izquierdista de la derrota; el segundo describe una concepción marxista de la memoria; el tercero construye una visión del duelo a través de la pintura y el cine; el cuarto explora la tensión entre el éxtasis y la pena que conforma la historia de la bohemia revolucionaria; el quinto realiza una exploración a través de la correspondencia entre Benjamin y Adorno, centrada en la fatalidad; el sexto problematiza la visión eurocentrista de Hegel y Marx; y, finalmente, el séptimo capítulo explora el pensamiento de Benjamin y Bensaíd como dos puntos de inflexión cruciales del siglo XX.
Siguiendo la pluma de Freud en Duelo y Melancolía (1989), podemos emparentar la melancolía al duelo en tanto ambas se expresan como una reacción a la pérdida de un ser amado o una abstracción equivalente. A los ejemplos mencionados por él como la Patria o la libertad, podríamos sumar pertinentemente la idea de comunismo. Sin embargo, la dimensión patológica de la melancolía se manifestaría morbosamente a través de un abandono del interés por el mundo exterior y la inhibición del amor propio expresada en reproches o acusaciones. ¿Podemos pensar que ha sido la reificación de las leyes históricas, el esencialismo identitario y la romantización de una memoria dolorosa de la clase obrera, una forma de alejamiento del mundo real o incluso una forma de ética autolacerante?
En una extensa y conceptualmente generosa introducción, Traverso retoma la noción de Sattelzeit de Koselleck para explicar cómo la idea del comunismo ingresó al siglo xx como una utopía prometedora de liberación y salió de él como memoria de un proyecto fallido o símbolo de alienación y opresión. Para nuestro autor, la caída de la URSS ha instalado una temporalidad en el modo del presentismo como un presente diluido y expandido que absorbe el pasado y el futuro, abandonando necesariamente la noción de utopía como categoría pasada, por no pertenecer al presente conceptual de nuestras sociedades. Si el pasado se significa desde el presente, la derrota que el movimiento obrero europeo sufrió tanto en su base social como en su cultura no puede sino expresarse bajo el modo de la pérdida. En una precisa metáfora fantológica, que recuerda nostálgicamente las palabras del propio Marx, Traverso sentencia: "los fantasmas que hoy recorren Europa no son las revoluciones del futuro, sino las revoluciones derrotadas del pasado" (2019 54-55).
Abriendo los siete apartados que conforman este poderoso ensayo aparece "La cultura de la derrota", capítulo donde se propone una comprensión del carácter sacrificial del comunismo a través de una teleología histórica que, al hipostasiar un telos socialista, forja una visión mesiánica por la cual el futuro haría valer las penas del pasado. En este mismo apartado el autor presenta una genealogía del concepto melancolía desde la antigüedad hasta la teoría psicoanalítica contemporánea, presentándolo como un duelo imposible. Para ilustrar este duelo, Traverso se vale de imágenes que ilustran acertadamente el libro: desde obras pictóricas que emparentan el sacrificio y la redención del cristianismo y del socialismo, hasta fotografías documentales de célebres funerales. A pesar de su importancia para la cultura de izquierda, nuestro pensador sostiene que esta cultura del duelo funcionó hasta 1989, momento en que la pérdida pareció definitivamente irreparable.
El segundo capítulo, "Marxismo y memoria", comienza trazando una distinción entre la historia como una disciplina que se ocupa de hacer una reconstrucción rigurosa de los hechos, y la memoria como recuerdo subjetivo y volátil de los acontecimientos del pasado. Si esta última constituyó para el marxismo una memoria para el futuro que anunciara revoluciones venideras, a partir de 1989 este inconsciente colectivo declinó, dejando paso a una memoria de las revoluciones derrotadas como ruinas. El recuerdo de las luchas por un mundo mejor que anunciaba el retorno de estas y la posibilidad de redención, fue reemplazado por la devastación del asalto al cielo. En este capítulo, Traverso analiza los usos de los mitos y las memorias en la tradición marxista, ilustrando pertinentemente su análisis con imágenes pictóricas, fotografías artísticas, documentales, esculturas y propagandas. Para disipar posibles confusiones, el historiador también establece distinciones entre la mitología marxista y la estética fascista en relación con sus concepciones de futuro y pasado.
Siguiendo el concepto de Antoine de Baecque, en el tercer capítulo, titulado "Imágenes melancólicas", Traverso se ocupa de mostrar una forma cinematográfica de la historia en un recorrido que va desde el neorrealismo italiano, hasta el cine chileno post-dictadura. Para nuestro autor, hasta los años 70, la filmografía de izquierda describió movimientos de masas confiados en sí y anunciando victorias inevitables, incluso cuando evocaban derrotas pasadas; sin embargo, a partir de la década del 90 el cine solo llora las derrotas, incluso cuando describen revoluciones, revelando un socialismo en tránsito utópico del "aún no" al "ya no". Este último período, extendido hasta la actualidad, no ha producido filmes significativos donde se comunique una esperanza socialista, sino contrariamente, ha dado lugar a una ola de películas trágicas o cómicas que expresan los dilemas morales y las mentiras cotidianas a las que eran sometidos los individuos por parte del totalitarismo comunista.
En el cuarto capítulo, "Bohemia: entre melancolía y revolución", se ofrece una caracterización de la bohemia como movimiento antiburgués, aunque no necesariamente revolucionario -en el sentido marxista de la palabra-, cuyos arquetipos serían tanto el artista maldito como el intrigante político. Profundamente descriptivo, el análisis de la bohemia explora aspectos que van desde su ética colmada de ansias de libertad, hasta su estética visual desalineada y marginal, pasando por un inventario conductual que describe los lugares o actividades que nuclean a este movimiento. Este capítulo recorre el tratamiento de este fenómeno en las obras de Marx, Courbet, Benjamin y Trotsky, quienes vieron en la bohemia un lugar de revuelta tendiente a dividirse en dos campos antagónicos: el revolucionario y el reaccionario. A través de una exploración biográfica de estos pensadores, nuestro autor sostiene que, independientemente del tratamiento que ellos ofrecieron sobre la bohemia, gran parte del imaginario colectivo asoció a muchos izquierdistas con este estilo de vida a causa del exilio y de su estatus jurídico precario, la falta de domicilio, la pobreza, la pertenencia a círculos intelectuales y a un pensamiento empujado por las ansias de libertad.
El quinto capítulo, "El marxismo y occidente", es quizás el más filosófico: en él, Traverso realiza un análisis históricamente situado del carácter eurocentrista de la obra de Marx bajo el Zeitgeist de la Ilustración, incluyendo una reflexión sobre la teleología de la historia con su noción de progreso y su unidireccionalidad, el estatus de los sujetos históricos, la históricamente conocida dicotomía civilización-barbarie y la noción de pueblos sin historia influenciada por Hegel. Durante el siglo xx, estos elementos fueron problematizados por numerosos autores dentro de la misma tradición marxista, en dos de los cuales se detiene Traverso: Theodor Adorno y Cyril James. Mientras Adorno ejerció una crítica a la Ilustración como razón instrumental, abandonando la noción de progreso y postulando la presencia del elemento barbárico en la misma cultura, James cuestionó el universalismo de la Ilustración a través de la cuestión colonialista. Para nuestro autor, este diálogo fallido se revela como el síntoma de un inconsciente colonial en la teoría crítica clásica de la primera Escuela de Frankfurt, ya que mientras su antifascismo rechazaba el racismo biológico expresado en el antisemitismo, ignoraba el problema del colonialismo.
El sexto capítulo, "Adorno y Benjamin: cartas en la medianoche del siglo", describe un diálogo marcado por la melancolía y el presentimiento de una catástrofe inminente. Mientras Benjamin padecía, según Adorno, una tristeza incurable que combinaba la visión apocalíptica judía con una tendencia anticuaria a ver el presente transformado en pasado, este no sentía sino una melancolía causada por un mundo herido por la violencia. Asumiendo el riesgo de confundir análisis biográfico con psicologismo, la reflexión de Traverso sobre esta correspondencia de exilio revela tanto una tensión homoerótica como una relación de poder. Desde un desnivel fluctuante en las jerarquías intelectuales, sociales, académicas y económicas, ambos autores mantienen discusiones sobre el surrealismo, la cultura de masas y política. Mientras Benjamin abrazó el surrealismo por su potencialidad disruptiva y su acercamiento al psicoanálisis, cuyas claves le permitieron interpretar el siglo xix, Adorno juzgó que ni la rememoración ni la utopía pueden salvar la experiencia transmisible perdida. Mientras Benjamin pensó que el arte en la sociedad de masas podía tener una dimensión emancipatoria que compensara dialécticamente la declinación del aura, politizando el arte en respuesta a la estetización de la política tal como la llevó a cabo el fascismo, Adorno juzgó el fin de la creación artística por obra de la reificación universal, estableciendo una crítica puramente contemplativa. Y, por último, mientras Benjamin sostuvo una concepción mesiánica de la revolución, contrapuesta al historicismo tradicional, Adorno rechazó rotundamente la idea del compromiso político.
Acertadamente, en el cenit melancólico de un ensayo sobre melancolía marxista, el capítulo final, "Tiempos sincrónicos: Walter Benjamin y Daniel Bensaíd", abre, de forma lúgubre, con unas palabras e ilustraciones del memorial de Benjamin suicidado tras su captura en la frontera de Portbou. Traverso sostiene que esta memoria puede albergar y mantener un sentimiento melancólico, pero no garantiza una Europa que no repita la misma actitud hostil a los exiliados, como evidencia la actualidad. Desde ese mismo sentimiento, nuestro autor acerca la figura de Bensaíd como un border-crosser entre tradiciones políticas, generaciones y geografías militantes. En una relectura crítica de la obra de Marx aggiornada a los tiempos que le tocó vivir, este pensador incursionó en el antiesencialismo político y retomó la idea benjaminiana de tiempo abierto frente a un tradicional historicismo. En un mundo convulsionado por el fracaso de la experiencia comunista en la urss, su idea de pensar una razón mesiánica que fusionara la historia y la memoria no logró apartarse del trauma del acontecimiento, ya que, según nuestro autor, para ese entonces el vínculo entre la herencia utópica y el proyecto revolucionario estaba roto.
Con una impronta casi enciclopédica por su extensión, su erudición y su ambición abarcativa, este amplio ensayo de más de cuatrocientas páginas sobre melancolía marxista cierra con una lista de ilustraciones, las cuales se encuentran esparcidas como oportunas notas de color a lo largo de todo el libro, y un índice de nombres que no deja fuera a casi ningún teórico socialista relevante.
Abordando interdisciplinariamente cuestiones históricas, filosóficas, psicoanalíticas y artísticas, Melancolía de izquierda se presenta como un libro interesante, no solo para el lector especializado del ámbito académico, sino también accesible para un público amplio, ameno a pesar de su extensión y ligero a pesar de su densidad conceptual. Erudito, pero no pretencioso, este ensayo tiene todo lo necesario para convertirse en una guía teórica indispensable en su campo, un futuro clásico de la bibliografía marxista. A nivel estético ofrece una experiencia verdaderamente melancólica, que evidencia un recorrido ordenado, significativo y profundo a nivel anímico, sosteniendo performativamente una emoción y una reflexión imprescindible para el pensamiento político contemporáneo.