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Cuestiones Teológicas
Print version ISSN 0120-131X
Cuest. teol. vol.41 no.95 Bogotá Jan./June 2014
NOTA DEL EDITOR
IN MEMORIAM
PADRE HUMBERTO JIMÉNEZ GÓMEZ (1929-2013)
Y PADRE DAVID KAPKIN (1940-2012)
Guillermo León Zuleta Salas*
*Doctor en Teología por la Universidad Pontificia Bolivariana; profesor Titular de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Bolivariana; Decano de la Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades. Director Instituto de Humanismo Cristiano; miembro de la Comisión Teológica Internacional. Medellín, Colombia.
Correo electrónico: guillermo.zuleta@upb.edu.co
"Presta oído y escucha las palabras de los sabios, y aplica tu corazón a mi ciencia" (Prov. 22,17).
Las cosas que arrebatan el espíritu al trabar una amistad son charlar, reír juntos, la benevolencia mutua, leer juntos; todos estos signos y otros parecidos que proceden del corazón de los que se aman entre sí por la boca, por la lengua, por los ojos y por mil movimientos muy agradables son como los alimentos por los que se funden los espíritus y hacen de muchos uno solo. Esto es lo que se ama en los amigos, de tal forma que la conciencia humana se siente culpable si no ama a quien le ama, no buscando en su cuerpo más que las señales de su afecto. De ahí el dolor si alguien muere, y de la perdida de la vida del que muere sobreviene la muerte de los que viven. Señor, feliz quien te ama a ti, quien ama al amigo en ti y al enemigo por ti. No pierde a ningún ser querido solamente aquel para quien todos están en Aquel que no se pierde; a ti Señor nadie te pierde, sino que te abandona. (De Beauvais, 2006, p.9)
Este número de la revista Cuestiones Teológicas, pretende recordar la vida de dos grandes maestros de la teología, el padre Humberto Jiménez y el padre David Kapkin. Ellos acompañaron la historia y el acontecimiento del amor con su testimonio de vida, de fe y de sabiduría a la Universidad Pontificia Bolivariana y a la Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades. El III Congreso Bíblico realizado en el 2013 fue un escenario para recordar y agradecer toda su entrega al servicio del testimonio de fe y la academia.
El hombre religioso, y precisamente el cristiano, aunque es un ser que cumple también con su ciclo biológico, y que igualmente sufre el dolor, la enfermedad y la muerte, es un ser que se presenta mucho más sereno ante la realidad de la muerte, bien sea su propia muerte o la muerte de los seres queridos, porque la considera como una posibilidad para introducirse en un mundo mejor en donde ya no habrá ni llanto ni dolor, sino gozo pleno.
Razón tenía Unamuno (1964) cuando anotaba: "los hombres vivimos juntos, pero cada uno se muere solo y la muerte es la suprema soledad" (p. 959). La muerte nos enseña que a la larga nada nos pertenece. La gente partirá cuando haya llegado su hora, sin importar lo en voz alta protestemos. Sin embargo, sabemos que la soledad no es la estructura total del morir. La muerte humana es también la victoria de la incomunicación. El que muere sabe que muere en compañía. El cristiano que muere sabe que muere al interior de la comunidad de los creyentes en Cristo.
Y en esta expresión de santa Teresa: "muero como hija de la Iglesia", podemos entender la muerte de los padres Humberto y David: como hijos de la Iglesia.
Quienes tuvimos el honor de ser sus alumnos o sus amigos sentimos que "no están muertos, sino que duermen" (Mt. 9, 23-24), que la muerte es un sueño del que se despierta a una Vida Nueva; que si lloramos la siembra de ayer, lo hacemos con la esperanza puesta en la cosecha de mañana; que duerme su tiempo como duerme la oruga en la crisálida, esperando la primavera para hacerse mariposa; que como despedimos las aguas del río que van al mar, sabemos que volverá mañana como nube que será lluvia sobre nuestro rostro; que la savia duerme para retoñar y florecer en primavera; que donde ardió el fuego del amor y de la vida, debajo de las cenizas muertas, quedan las brazas esperando el soplo para hacerse llamas; que duerme en su partida, como parten las golondrinas en otoño, para anidar en otros climas y volver más numerosas y crecidas, en otra primavera. Ellos no están muertos, sino que duermen, como una semilla que se lleva el viento, no por el capricho de llevarla, sino para sembrarla en algún lado.
Con la firme convicción de que "Dios no es Dios de muertos sino de vivientes" (Mc. 12,27) porque "El que cree en el Hijo, tiene la Vida Eterna" (Jn. 3,36), ya que "Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera" (Jn. 3,16). La muerte de cada cristiano es necesariamente la muerte del mismo Cristo, como lo enunciaba Pascal: "Cristo está en agonía hasta el fin de los siglos". Pero, como la muerte del cristiano la asume el resucitado, ya hay algo de triunfo en la misma muerte.
Ellos nos enseñaron que, en última instancia, se puede decir que Dios es para todo hombre el "hacia donde" inexpresable pero dado; es la vida en plenitud; es el principio sin fin a donde llegamos cuando la muerte pone fin a nuestro morir; por consiguiente, si la muerte es dejar de morir y es entrar en la plenitud de la vida, motivo por el cual podemos expresar: ¿por qué temer la muerte si la muerte es ganancia?
Con la certeza que nos dieron a través de la enseñanza y de la vivencia de la Palabra, las mejores palabras que brotan desde nuestro interior para con los dos maestros son: gracias y hasta pronto.
Así, en efecto, habla san Ambrosio sobre Sátiro, su hermano difunto, en el libro primero: «no tengo nada para entristecerme acerca de mi hermano muerto y tengo cosas para dar gracias». «Me he de alegrar mas por haber tenido tal hermano que dolerme por haberlo perdido, pues no es menor el goce del amor fraterno ni de menor valor la suerte de la naturaleza que se ve colmada por el aumento de la virtud». «Y ciertamente de ninguna forma debemos dudar de su felicidad, pues ni como rico se alegró excesivamente en sus riquezas, ni como pobre consideró poco lo que tuvo». (Beauvais, 2006, p.17)
Referencias
De Beauvais, Vicente. (2006). Epístola consolatoria por la muerte de un amigo. Madrid: BAC. [ Links ]
De Unamuno, Miguel. (1964). Ensayos. Tomo I. Madrid: Aguilar. [ Links ]