Introducción
Hace casi tres décadas empezó en Argentina un proceso de afectación sobre las condiciones de vida de amplios sectores de la población, signado por la instauración veloz y extendida de una serie de reformas estructurales de corte neoliberal. Las reformas económicas de libre mercado tuvieron un profundo impacto negativo sobre el sector industrial, acompañado por un incremento de la participación del sector servicios en el total de la economía. Estas tendencias implicaron cambios regresivos en el mundo del trabajo, de la mano de procesos de precarización y flexibilización laboral, así como de una extensión inusitada de la tasa de desocupación (Basualdo, 2003; Cantamutto y Wainer, 2013; Gerchunoffy Torre, 1996).
Estos cambios tuvieron su correlato en las pautas de movilidad social. Existe cierto consenso (Jorrat, 2000; Kessler y Espinoza, 2007) en que durante este periodo se observa en la sociedad argentina una pauta de movilidad intergeneracional de clase atendible, lo que no implica una mejora en las condiciones de vida de amplios sectores de la población. Esto ratifica la idea de que la relación entre el crecimiento de la desigualdad y la baja movilidad social no es concluyente (Dalle, 2011; Jorrat, 2005; Pla, 2011; Quartulli y Salvia, 2011). La relativa fluidez de la estructura sociocupacional escondió un proceso de mayor polarización social, con alta capacidad de autoreproducción en la cumbre y fragmentación de los sectores medios tradicionales (Quartulli y Salvia, 2011, p. 99; Pla, 2011).
Luego de la crisis económica, política y social vivida durante 2001-2002, la estrategia económica neoliberal de los noventa encontró sus límites y se abrió paso un nuevo modelo de acumulación. Si bien no hay acuerdo en el campo social sobre la caracterización del periodo que comenzó en el 2003, puede establecerse que hubo cambios en materia de política económica, marcados por una conjunción entre el cambio de precios relativos a favor de los sectores productores de bienes comerciables y un conjunto de políticas de intervención estatal orientado a recuperar los equilibrios macroeconómicos básicos (Azpiazu y Schorr, 2008; Damill y Frenkel, 2006; Kosacoff, 2010; Lavopa, 2007), lo que dio como resultado un aumento de la actividad económica y una recomposición general de los indicadores de mercado de trabajo. Esto se dio a la par de un fortalecimiento del mercado interno y una reversión en los sectores que motorizan la economía: el lugar que ocupaba el sector servicios, pasó a asumirlo el industrial (Cifra, 2011; Panigo y Neffa, 2009).
Estos procesos fueron ampliamente analizados y durante la última década el estudio de las clases sociales ha tenido un aire renovado en Latinoamérica.
El estudio de la estructura de clases en la América Latina reciente
La centralidad del concepto de clase social en las ciencias sociales latinoamericanas ha estado ligado al avance de un "programa" de investigación enfocado en el análisis de la movilidad social. Desde diversos países se ha avanzado en caracterizar las sociedades latinoamericanas en relación con los procesos de movilidad social, entendidos como una relación intergeneracional que pone en evidencia desigualdades estructurales del sistema de clases. La producción en este campo es vasta, para efectos de este artículo vale la pena mencionar la reciente publicación compilada por Solís y Boado (2016) como una síntesis de este periodo a nivel regional.
En dicha publicación se presenta el estudio comparativo de una muestra de países latinoamericanos que, según los autores, comparten rasgos histórico-estructurales comunes -por ejemplo, la adherencia al modelo económico sustitutivo de importaciones, seguida por una profunda crisis y reorientación hacia la apertura económica y comercial-; pero también características específicas, particularmente en el devenir sociopolítico de las décadas subsiguientes al cambio de siglo.
Así, Solís y Boado (2016) muestran una clara diferenciación entre México y Chile, por un lado, y el resto de los países del Cono Sur, en términos de su integración a bloques económicos regionales y a la economía global, por otro. Mientras Chile y México han mantenido una orientación política de corte neoliberal, Brasil, Argentina y Uruguay han tenido un viraje hacia gobiernos de "nueva izquierda", que hacen mayor énfasis en el crecimiento de los mercados internos y el fortalecimiento del Estado de bienestar. Perú aparece como un caso paradigmático de las condiciones existentes en una franja muy amplia de países de América Latina rara vez incluida en los análisis comparativos de estratificación social, que no presentan los niveles de industrialización y urbanización observados en los otros cuatro países y que han experimentado transformaciones estructurales recientes de gran envergadura.
Tal caracterización resulta interesante para esta investigación por dos motivos: en primer lugar, porque como señalan los autores, los estudios nacionales, más que representar nombres propios, aparecen como ejemplos de la especificidad de contextos históricos, sociales y económicos propios de nuestro continente. En segundo lugar, porque el estudio de los procesos de estructuración de las clases sociales en relación con el mercado de trabajo en Argentina, para el periodo 2003-2013, nos permite relacionar las tendencias que allí se visualizan con un proceso político signado por un auge de la centralidad del empleo como vector de integración social (y de discusión política), una defensa del consumo interno y como consecuencia de una mejora de los indicadores sociales y laborales en general.
En relación con el abordaje comparativo, podemos sintetizar que la estructura de clases en América Latina presenta rasgos propios (figura 1 y tabla 1). En la década pasada1, en comparación con los países europeos, se caracterizaba por la presencia de un menor peso en toda la estructura social de la clase de servicios y de las clases manuales de mayor calificación, compensado por las clases trabajadoras agrícolas y no agrícolas de baja calificación2.
En consecuencia, no es posible sostener la tesis (propia de las interpretaciones de la teoría de la modernización) de que el continente traza un camino que replica el desarrollo pasado de los países de Europa Occidental y Norteamérica, sino que, por el contrario, los países de la región siguen una trayectoria particular. En esta se distinguen barreras persistentes para la expansión de las clases trabajadoras tradicionales y de la clase de servicios, además es posible detectar los efectos de la heterogeneidad y segmentación estructural, de la mano del bajo dinamismo del mercado de trabajo. Así mismo, como ya se ha sostenido (Jorrat, 2005; Pla, 2011; Quartulli y Salvia, 2011), la asociación entre alta movilidad e igualdad, o su contrario, entre baja movilidad y desigualdad no es concluyente. En Perú, por ejemplo, conviven altos niveles de fluidez social con altas tasas de desigualdad y de pobreza. En Argentina, en los años noventa se observaron altas tasas de movilidad social, de la mano de un incremento históricamente singular de las medidas de desigualdad económica, mientras que durante el periodo kirchnerista se observa una rigidización de los patrones de movilidad social, de la mano de una disminución de la desigualdad económica, en general, y, en particular, una recomposición de los ingresos de la clase trabajadora calificada, encaminada a mejorar la capacidad colectiva de la negociación del salario y de los estratos más bajos de la clase trabajadora, mediante negociación colectiva del Salario Mínimo Vital y Móvil (SMVM) y de los ingresos no laborales producto de transferencias de ingresos estatales (Pla, 2016; Chávez Molina y Sacco, 2015).
Ahora bien, a pesar de estos avances, en el periodo reciente en América Latina y particularmente en Argentina, ha sido poco abordada la relación entre la estructura de clases, los contextos económicos, sociales y políticos y las dimensiones que permitirían dar cuenta de diferentes patrones de igualdad-desigualdad (Pla, 2012).
De este modo, el objetivo de este artículo es abordar algunas de estas lagunas, a partir de reconocer la relación entre dichos fenómenos y, de este modo, observar los cambios en la estructura de clases y sus vínculos con distintas formas de desigualdad social. Para ello caracterizamos la forma en que se asumieron las clases y estratos sociales durante el periodo 2003-2013, a partir de tres dimensiones sociales que dan cuenta de las condiciones de vida: ingresos (en sus distintos tipos), calidad de los puestos de trabajo y situación habitacional.
El artículo se divide en cuatro partes. La primera de ellas pretende contextualizar al lector en el debate actual sobre las clases sociales a nivel internacional y regional. En la segunda sección se mencionan la fuente y el sistema clasificatorio de clases y estratos sociales utilizados. A continuación, se abordan los resultados, siguiendo cada una de las dimensiones propuestas y, por último, se esbozan las conclusiones, que sintetizan los principales hallazgos y se proponen preguntas para considerar a futuro.
Actualidad del estudio empírico de las clases sociales
El concepto de clase social se erige en las ciencias sociales, particularmente en la sociología, como una de las nociones explicativas clave de diversos factores relevantes de la realidad social. Como bien lo indica Wright, la clase social se comporta como "un camaleón que se entremezcla virtualmente en cada una de las tradiciones sociológicas" (1979, p. 3)3. En síntesis, se han planteado dos abordajes para el análisis de la estructura de clases o del sistema de estratificación de una sociedad: uno gradacional y otro relacional (Feito Alonso, 1995; Ossowski, 1963; Pla, 2013). El primero, proveniente de la órbita estructural-funcionalista, postula que el sistema de estratificación social es una forma de ordenación jerárquica de la sociedad basada principalmente en la estima y evaluación social de los roles y desempeños individuales, a partir de sus aportes funcionales a la totalidad del sistema (Cachón Rodríguez, 1989, p. 63). Son las características del individuo y sus capacidades las que determinan su rol, sus recursos y, por ende, sus recompensas sociales (Parsons, 1954). En términos empíricos, este paradigma ha definido a los estratos o grupos en función del grado en que poseen alguna característica central (ingresos, nivel educativo, prestigio ocupacional, etc.), lo que constituye un continuum en donde hay individuos que poseen un mayor o menor nivel de tal característica (Feito Alonso, 1995, p. 34).
Como contracara, desde el paradigma relacional, vinculado a la sociología del conficto, cuyos mayores exponentes son Marx y Weber, las clases son definidas en su relación con otras clases, como un sistema de mutua dependencia (Pla, 2013, p. 8). La diferencia es de tipo cualitativo y no depende de que una clase sea "más o menos" que otra, sino de su posición diferenciada y desigual, partiendo de las relaciones de mercado o de producción. A partir de los años sesenta y setenta, dicha tradición fue retomada y reconstituida desde las perspectivas neomarxistas y neoweberianas, que de acuerdo con su posicionamiento, hicieron dialogar a ambos clásicos de la sociología (Burris, 1992; Longhi, 2005). Dentro de este tipo de enfoque pueden citarse las propuestas de análisis empíricos de Wright (1994), Goldthorpe (Erikson y Goldthorpe, 1992), así como también Bourdieu (2012), Grusky (2008), entre otras utilizadas a nivel local y regional.
Como presentaremos en la próxima sección, nuestro enfoque parte desde un abordaje de tipo relacional de las clases sociales. En este sentido, el interrogante por la relación entre los estilos de desarrollo, la estructura de clases y las condiciones de vida o el bienestar social, permiten establecer una continuidad con los estudios clásicos regionales en la temática: los aportes tempranos de Germani (1955,1963), Torrado (1992,1998), Costa Pinto (1964), Filgueira y Geneletti (1981), entre otros. El común denominador que caracteriza a estos estudios es que posicionan a la clase social como uno de los factores explicativos centrales para comprender la desigualdad. Es necesario remarcar este aspecto, en un contexto científico en el que conviven enfoques que plantean la pérdida de la potencialidad explicativa del concepto de clase social (Beck, 1998; Clark y Lipset, 1991; Saunders, 2010; Touraine, 2005) debido a los cambios de paradigma en la interpretación de la vida personal y colectiva que no estarían anclados a explicaciones en términos sociales, la conversión de las desigualdades sociales en desigualdades personales y/o los procesos de mayor fragmentación que ya no encuentran "contención" en las fronteras de clase.
Sin embargo, diversos estudios actuales que analizan desde diversos enfoques y particularizaciones el nexo entre la posición de clase y las diferentes condiciones de vida, están lejos de confirmar dichos postulados. Respecto a la relación entre la distribución del ingreso y la pertenencia de clase, mencionaremos algunas particularidades. Weeden, Kim, Di Carlo y Grusky (2007), para Estados Unidos, indican que tanto desde un abordaje basado en macroclases, como a partir de microclases, la proporción de varianza explicada en los ingresos por dicha variable independiente ha aumentado sostenidamente desde principios de los años ochenta. En el estudio de la Argentina reciente, Benza (2016) encuentra que entre 2003 y 2010, las clases populares han aumentado sus ingresos en un 77 %, lo que reduce las distancias que las separan de las clases medias y debilita la barrera manual/no manual. Por su parte, Chávez Molina y Sacco (2015), a partir de un estudio que aborda el reciente desarrollo de la estructura de clases desde la óptica de la heterogeneidad estructural, señalan que la mayor recomposición, en términos de ingresos monetarios, se ha dado para aquellos grupos ligados a los grandes establecimientos y mayor productividad.
Las formas de regulación del empleo también actúan como un aspecto central que se distribuye desigualmente según la clase social. Solís, Chávez Mofina y Cobos (2016) observan que en varios países de América Latina los distintos indicadores de calidad del puesto de trabajo (existencia de contrato de trabajo, descuentos jubilatorios, descuento de seguro de salud) muestran importantes diferencias entre los extremos de la estructura social, y también presentan diferenciaciones en el interior de las clases en función de la inserción en empresas de menor o mayor productividad.
Reyes-Hernández, Cerón-Vargas y López-López (2016), en la misma línea, remarcan la importancia del análisis de la seguridad social en conjunción con el estudio de las clases sociales, ya que para el caso mexicano, esta constituye un factor que garantiza el acceso a ciertos estándares y nivel de vida (2016, p. 116).
Fuentes y metodología
Utilizamos las bases de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) proporcionadas por el INDEC y trabajamos los segundos trimestres de cada año para el periodo 2003-20134. La unidad de análisis se constituyó por aquellos individuos que reportaron encontrarse ocupados al momento de la encuesta y que residían en el Gran Buenos Aires5.
El esquema de clases utilizado se construyó a partir de la definición de un nomenclador de la Condición Socioocupacional (eso) (Torrado, 1998, pp. 224-225), también utilizado por Pla (2011,2016). Este se construyó a partir de las siguientes variables: condición de actividad, grupo de ocupación, categoría de ocupación, sector de actividad, tamaño del establecimiento y rama de actividad.
Para Torrado los agentes sociales se definen como el conjunto de individuos portadores de los procesos sociales; su distribución según sus prácticas económicas forma el objeto de estudio de la estructura de clases sociales (que remite al análisis de las formas que en ella asume la división social del trabajo). De este modo, se entiende al análisis de la estructura de clases sociales como el estudio de la distribución, según prácticas económicas, de los individuos portadores de procesos sociales dentro de una sociedad -"agentes sociales" según la terminología de Torrado (1998, p. 164). Lo que remite a visualizar el análisis de la división social del trabajo y, por ende, a dar cuenta de las posiciones de cada uno de los procesos sociales que tienen lugar en una sociedad, que se definen en términos de prácticas sociales determinadas que estructuran, contradictoriamente, esos procesos y relaciones de producción (Torrado, 1992).
La elección de este esquema se sustentó en que permite caracterizar la especificidad de las relaciones de clase en América Latina, al dar cuenta de una característica propia de esta región: la existencia de un sistema de producción definido por la articulación de relaciones de producción capitalistas y relaciones mercantiles simples, propias de economías que se han insertado de manera periférica en el sistema mundo. Este ha sido utilizado en diversas investigaciones relacionadas (Torrado, 1992; Pla, 2016; Sacco, 2016) y validado empíricamente (Clemenceau, Fernández Melián y Rodríguez de la Fuente, 2016).
En su versión agregada el nomenclador construido discrimina once estratos socio-ocupacionales y una categoría residual (tabla 2). Dicha versión es la que se utilizó para la medición de distintos aspectos que dan cuenta de las condiciones de vida de las personas. A su vez, el nomenclador presentado constituye un apropiado indicador de las características del sistema de posiciones sociales que caracteriza la división social del trabajo, es decir, de la estructura de clases.
Por otro lado, se seleccionó una serie de variables que permitieran caracterizar algunos aspectos de la evolución de las condiciones de vida de los distintos estratos sociales. En la tabla 3 se presentan las dimensiones y variables relevadas:
Resultados
Cambios en la estructura de clases
En términos generales, en relación con la evolución de la estructura de clases (tabla 4), si se compara el periodo en su totalidad, lo primero a destacar es un incremento (3,7 puntos porcentuales (en adelante PP) del estrato obrero calificado a costa de una disminución proporcional del estrato obrero no calificado. De manera particular, al observar entre periodos, el primero de la década, 2003-2007, se caracteriza por un crecimiento sostenido en 4,5 PP del estrato obrero calificado y en 1,8 PP del estrato de empleados administrativos y vendedores. Al analizar el periodo 2008-2013, las transformaciones en la estructura se atenúan, aunque con una leve disminución de los pequeños productores autónomos y un aumento de los trabajadores especializados autónomos. Ambos estratos conformados por trabajadores independientes. Por el contrario, si se considera de manera macro, las clases sociales mantienen su proporción relativa a lo largo de todo el periodo, es decir, lo que cambian son los estratos que las componen.
Fuente: elaboración propia con base en Encuesta Permanente de Hogares, Instituto Nacional de Estadistica y Censos (EPH-INDEC)
La devaluación de la moneda que se dio luego de la crisis del 2001-2002 y el mayor impulso del mercado interno tuvo efectos dinámicos, conocidos, sobre el empleo: mayor demanda de empleo y disminución de la desocupación (Basualdo, 2011; CENDA,2010). Se observa particularmente un incremento de la clase obrera asalariada (Pla, 2011). Cabe destacar que el crecimiento de los asalariados se dio en el sector industrial y en los sectores asociados, quienes recuperaron participación en la absorción de empleo, en clara diferenciación al periodo de los noventa, en el que primó una deconstrucción de este y un incremento de la demanda del sector servicios.
Más allá de la observación general acerca de cómo los estratos y las clases sociales incrementan o reducen su participación proporcional en la estructura social, es de particular interés relacionar la evolución de estos con variables que permitan dar cuenta del modo en que cada estrato o clase se configura como espacio social en relación con los capitales, en cuanto el volumen y la composición que detentan, a partir de lo cual configuran aristas diferenciales para pensar la desigualdad social.
Ingresos
En la tabla 5 se presentan las brechas de ingresos totales con respecto a la media total de cada año. El estrato de profesionales experimentó una mayor disminución en términos relativos de sus ingresos, mientras que, para la clase obrera, el estrato de obreros calificados fue el que más se aproximó al ingreso promedio medido.
En la comparación entre los años 2003 y 2007 se puede observar una mayor disminución de los ingresos laborales de los estratos superiores con respecto al ingreso medio general. En el periodo 2008-2013 esa disminución se atenúa y se ve un importante crecimiento relativo de los ingresos en el estrato de pequeños propietarios de empresas, así como un deterioro en el estrato de pequeños productores autónomos y trabajadores marginales.
En la figura 2 se muestran las tendencias de las distancias existentes entre distintos pares de estratos seleccionados, calculadas a partir de razones de ingresos. Al analizar la brecha entre el estrato superior y el inferior (razón DE/ED), s eobserva que esta aumentó considerablemente hasta 2006, para luego bajar, con algunas oscilaciones, y adquirir en el 2013 una distancia entre estratos inferior a la del 2003. Por su parte, es notoria la disminución de la brecha de ingresos totales entre el estrato de profesionales y el de obreros calificados: si en el 2013, un individuo perteneciente al primer estrato ganaba casi tres veces y medio más en promedio que un obrero calificado, en el 2013, esa distancia se redujo a menos del doble. Por otro lado, la distancia de ingresos entre los obreros calificados y los empleados administrativos y vendedores, se mantiene aún levemente en favor de los segundos, lo que resalta el carácter difuso que adquiere la frontera manual/ no manual, al menos en términos de ingresos.
Sin embargo, aunque entre los ingresos totales y los laborales (tabla 11 en anexo) hay ciertas similitudes, se observan algunos matices. En el caso del análisis de los ingresos laborales, y considerando los extremos del periodo estudiado, el estrato superior en este caso no muestra una disminución relativa en el crecimiento de sus ingresos laborales con respecto a la media de ingresos general. Esto podría indicar que el componente que explica su disminución relativa en los ingresos totales pueda ser ocasionada por ingresos no laborales provenientes de rentas, intereses, etc., como especificaremos más adelante.
Del mismo modo, los ingresos del estrato de empleados domésticos parecen deteriorados al considerar únicamente los ingresos laborales, pauta que no se replica al considerar ingresos totales, lo que podría indicar un impacto positivo de las políticas de transferencia de ingreso en los estratos más bajos de la estructura social6. En cuanto a la brecha entre el estrato superior e inferior, en este caso, aumenta con mayor intensidad hasta 2006 (en proporciones mayores que cuando se considera el ingreso total), luego disminuye pero nunca recupera el piso establecido en el 2003. Estas tendencias nuevamente desvían el foco hacia el análisis de los ingresos no laborales que de alguna forma operan en la disminución de la brecha de ingresos totales.
La tabla 6 confirma las tendencias mencionadas anteriormente, los ingresos no laborales han sido fuente de explicación de las variaciones positivas hacia el final de la década particularmente en los estratos más bajos de la estructura social.
De manera sintética cabe mencionar que en el periodo considerado los estratos que vieron favorecidos en mayor medida sus ingresos totales con la percepción de ingresos no laborales fueron los inferiores, principalmente, y los de trabajadores cuenta propia (TEA y PPA). En contraposición, el estrato que percibió una mayor afectación en sus ingresos provenientes de fuentes no laborales fue el estrato superior. Dicha disminución particularmente se aprecia en el periodo 2003-2007.
La brecha entre el estrato superior y los demás disminuyó considerablemente en el periodo considerado, aunque este cambio se revirtió aparar del 2009.
A lo largo del periodo estudiado vemos una recomposición de los ingresos de la clase trabajadora y una leve disminución de los ingresos totales de los estratos superiores con respecto al ingreso medio general. Estas tendencias podrían explicarse por el aumento de la cobertura de la negociación colectiva y/o la revitalización de los acuerdos y convenios pactados que revierten la descentralización de los noventa, lo que origina estructuras salariales más equitativas así como por la revitalización de los acuerdos en torno al SMVM (Trajtemberg, 20ll). Con respecto a la tendencia evidenciada en los ingresos no laborales, estos afectan de manera positiva particularmente a los estratos de clase trabajadora ubicados en lo más bajo de la estructura social, lo que muestra un impacto positivo de las políticas de transferencia de ingreso, que operan en la disminución de la brecha de ingresos totales entre estratos.
Mercado de trabajo
A partir de la observación del modo en que los estratos sociales se comportaron en relación con los ingresos, consideramos las dinámicas que se establecen en relación con ciertos indicadores del mercado de trabajo, con el propósito de describir el modo en que se distribuyen desigualmente las oportunidades de acceso a puestos de diferente calidad. Como ya dijimos, se trata de un trabajo exploratorio, que pretende poner en discusión ciertos temas, por lo cual la información presentada reviste el mismo carácter.
Mediante el análisis de la tasa de subocupación demandante y no demandante por estrato (tabla 7), observamos que disminuyó, para todos ellos, en el periodo considerado, pero lo hizo de manera particular en los estratos de obreros no calificados y empleados domésticos, aunque en general es una tendencia para toda la clase trabajadora y los sectores rutinarios de la clase media. Dicho cambio se dio principalmente en el periodo 2003-2007, ya que en el segundo periodo se observan algunas tendencias que podrían indicar la existencia de subocupación en el estrato de trabajadores especializados autónomos y de empleados domésticos. Estas tendencias van de la mano del mayor dinamismo que adquirió el mercado de trabajo en las primeras décadas del siglo xxi. En ese periodo, en medio de una situación de default internacional, la devaluación que ocasionó la salida de convertibilidad cambiaria7 modificó radicalmente el sistema de precios al generar un incremento sustantivo del tipo de cambio real y un fuerte superávit comercial (Schorr y Wainer, 2014). En este escenario, en un contexto internacional favorable, se inició una nueva fase expansiva de la actividad, del mercado interno y de las finanzas públicas apoyadas en las exportaciones transables, la parcial resustitución de importaciones manufactureras y la recuperación de la construcción privada. Este proceso tuvo como resultado una recuperación de la demanda agregada de empleo y por ende un mayor dinamismo del mercado de trabajo, que, como vimos, se dio con mayor énfasis en los estratos de la clase obrera, o de la clase media menos calificada. Si bien esto se dio con mayor intensidad a comienzos de la década, las tasas de empleo no se vieron particularmente afectadas luego del 2007, aunque en términos generales se observa un cierto estancamiento, el efecto negativo de la crisis del 2008-2009 sobre la demanda de trabajo parece ser relativamente bajo en comparación con lo ocurrido en crisis anteriores. Algunas de las medidas tomadas por el gobierno nacional para evitar despidos y preservar el empleo en el sector privado, tales como los subsidios salariales a las empresas, junto con un cierto aumento de empleo público, entre otras, contribuyeron a este resultado (Varesi, 2011, pp. 46-50). Novick (2006, p. 69) sostiene que el crecimiento de las tasas de empleo y la consecuente reducción de la desocupación se debió no solo a un efecto de las dinámicas macroeconómicas sino a un incremento de la capacidad de arbitraje del Estado. El autor se refiere a los elementos puestos en juego por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social: un eje institucional de reformulación de las instituciones del trabajo y un eje de política de ingresos durante los primeros años del periodo.
De manera complementaria, si analizamos la relación entre la percepción de descuento por obra social, prepaga, mutual, etc. (indicador de registro laboral) y estrato social, observamos que hubo un incremento generalizado y sostenido de esta, de manera particular en los estratos asalariados de la clase trabajadora y para las empleadas domésticas (tabla 8). En el caso de los primeros, los obreros calificados registrados pasaron de representar, en el 2003, un 49 % a un 67 % en el 2013, estadística que alcanza un pico en el 2012 de 73 %. Dicha tendencia también se observa de forma sostenida en el caso de los obreros no calificados. Por su parte los empleados domésticos experimentaron un aumento de 18 PP en su nivel de registro. De forma análoga al análisis inmediatamente anterior, pareciera interpretarse que este cambio se dio fundamentalmente entre el 2003 y el 2007.
Palomino (2007) sostiene que a partir del año 2003 en la Argentina se instaló un nuevo régimen de empleo que se caracteriza, a diferencia del periodo anterior (que él denomina de precarización laboral), por otorgar una centralidad a la generación de empleo con protección social. La noción de "régimen" le permite recuperar un conjunto de "complementariedades institucionales" articuladas en torno a la demanda de empleo. En particular, señala: la recuperación del rol del Estado en cuanto a su capacidad para el arbitraje y el control sobre el registro laboral (por la reinstalación normativa del control jurídico sobre la subcontratación); las políticas de salario mínimo y la negociación colectiva; los cambios de comportamiento de las organizaciones sindicales, los trabajadores y los sectores empresarios8.
Este mecanismo se contrapone con el implementado durante la década de los noventa, donde el control estatal se desplazó hacia el mercado, particularmente por medio de las aseguradoras de riesgos del trabajo y la disminución de los costos del registro laboral, principalmente la eliminación o disminución transitoria de las contribuciones patronales a la seguridad social (Palomino, 2007).
A partir del año 2005 el autor identifica un nuevo periodo (que en su análisis llega hasta el 2007), en el cual el grueso del empleo creado corresponde a los asalariados registrados en la seguridad social (Palomino, 2007, p. 12). La regularización paulatina de los asalariados permitió que un conjunto creciente de la población fuera beneficiado con reivindicaciones monetarias para cubrir asignaciones familiares (Panigo y Nefia, 2009, p. 14).
El mayor dinamismo del mercado de trabajo en los primeros años del periodo se correspondió con una mejora en términos de las posibilidades de inserción laboral de todos los estratos, pero en particular de los de la clase trabajadora, respondiendo, como ya vimos, a un mayor dinamismo de ciertas ramas de la economía, producto de un contexto de devaluación y mayor intervención estatal sobre la economía.
Situación habitacional
A continuación presentamos una serie de indicadores que buscan relacionar la estructura de clases, considerada desde los estratos sociales, con ciertos indicadores de hábitat y vivienda, que dadas sus características, suelen ser los menos proclives al corto plazo, y a la vez sensibles a la intervención pública.
La tabla 9 presenta el porcentaje de individuos con conexión satisfactoria a servicios básicos9 por estrato. También observamos que la distribución es marcadamente desigual por estrato, en una correlación entre mayor posesión de estos servicios y los estratos mejor acomodados de la estructura social. No obstante, a lo largo del periodo estudiado se observa un incremento del porcentaje de individuos que habitan en viviendas con estos servicios en los estratos de la clase trabajadora asalariada, calificada y no calificada, y de la clase trabajadora marginal.
Además, se observan tendencias muy similares al analizar el porcentaje de individuos que residen en viviendas con hacinamiento10. Como puede apreciarse en la tabla 10, dicho porcentaje es nulo en los estratos altos y medios y tiende a ser mayor mientras más descendemos en la estructura social.
En todos los casos, las mejoras en estos indicadores se observan en los estratos que mostraban indicadores negativos a comienzos de la década (OC, ONC, EDOM), pues son aquellos que en los estratos más altos no aparecen como problemáticos, lo que evidencia una relación entre desigualdad en el acceso a las condiciones de vivienda y la clase social.
Las mejoras observadas en la última década, junto a la distribución desigual en los indicadores al terminar el periodo pondrían de manifiesto dos cuestiones. Por un lado, una visualización de la recomposición de ciertos sectores, probablemente como efecto de las políticas públicas y de la mejora del mercado de trabajo, dimensión a ser explorada a futuro. Por otro lado, la persistencia de desigualdades de clase.
Conclusiones
En este artículo hemos observado una mayor participación de la clase trabajadora en la estructura de clases, de la mano de una recomposición de sus ingresos monetarios durante el periodo analizado. Con respecto a los ingresos no laborales, que dan cuenta los efectos de las políticas de transferencias de ingresos, tienen mayor impacto en los estratos más bajos de la estructura social, principalmente en los no asalariados: trabajadores marginales, empleados domésticos y trabajadores especializados autónomos. Con respecto a los sectores superiores, para los directores de empresas el nivel de ingresos laborales se mantuvo en el nivel promedio del 2003, aunque para los profesionales en función específica se visualizó un leve deterioro en dicho activo. En cambio, en el análisis de brechas que considera el ingreso total, es decir, contempla también aquellos montos no laborales, el desempeño de los estratos superiores empeoró en forma relativa, lo que disminuyó la brecha en casi un punto entre el ingreso recuperado por los estratos peor posicionados.
En relación con el mercado de trabajo, se presentó una recomposición durante los primeros años del periodo analizado con notables efectos en particular en los estratos más bajos, relacionados con disminución de la subocupación. También se presentó una mejora en toda la estructura, particularmente en la clase trabajadora, con respecto al nivel de registro laboral, que pone de manifiesto una nueva relación entre la seguridad social y el mercado de trabajo, que aportaría no solo seguridad en el empleo sino mayores posibilidades de proyectar en la vida laboral o familiar (Pla, 2012).
En relación con los indicadores de hábitat, hacia el final del periodo la distribución sigue siendo marcadamente desigual por estructura de clases, en la que los estratos más bajos son los más desventajados, aunque se evidencia una mejora en términos de conexión a servicios básicos para los trabajadores marginales y obreros calificados. Gracias al nivel de hacinamiento se vislumbran aquellas desigualdades persistentes enraizadas en los estratos más desventajados de la clase obrera.
Estas breves tendencias analizadas a lo largo del artículo ponen de manifiesto cambios en la estructura de clases, pero en particular en relación con el volumen y composición del capital que detentan cada una de las clases. Sin dejar de mostrar una estructura desigual, aparecen matices que deberán seguir siendo analizados a la luz de los cambios económicos, sociales y políticos de la última década. Ese es el camino por el cual queremos continuar.