Introducción
El trabajo sexual y los flujos migratorios constituyen fenómenos sociales arraigados al devenir de la proliferación humana. Por un lado, la migración se entiende como un movimiento en el que la persona como agente social toma la decisión de salir de un determinado territorio y asentarse en otro. Esta acción se fundamenta en una serie de motivos, entre los que prima el acceso a mejores condiciones de vida que le permiten a la persona desarrollarse y desenvolverse según sus intereses (Blanco, 2000). Este proceso es descrito por Micolta (2005) a través de una serie de etapas y fases que se enmarcan en la emigración, la trayectoria y el ingreso y establecimiento en el lugar escogido. Dichas fases condicionan la decisión, el destino, la permanencia, el retorno o la búsqueda de nuevos lugares de asentamiento para los migrantes.
Por otro lado, y en un sentido más práctico, Tizón, et ál. (1993) indica que la migración comprende cuatro momentos, a saber: a) la preparación, que hace referencia a la toma de decisión del individuo de salir de un territorio a otro y en la que se contemplan aspectos como la idealización del nuevo lugar de asentamiento; b) el acto migratorio, que comprende la trayectoria y desplazamiento del migrante; c) el asentamiento, que corresponde al periodo de tiempo en que el migrante logra darle una solución a la demanda de necesidades básicas para subsistir, tales como la búsqueda de alojamiento y alimentación; y d) la integración, momento en que la persona consigue adaptarse a las nuevas costumbres o cultura del país receptor; uno de los componentes que favorecen dicha adaptación es la inserción laboral (Micolta, 2005). También resulta importante resaltar que, dentro de las actividades laborales más recurrentes en los escenarios migratorios, se encuentran trabajos u ocupaciones que los nacionales no desean tomar (Blanco, 2000) y, entre ellas, se destacan principalmente alternativas laborales como el trabajo sexual que, visto desde el fenómeno migratorio, aparece como una forma de subsistencia o supervivencia (Holgado, 2008), tanto en hombres como en mujeres.
Cabe destacar que, el trabajo sexual masculino se ha configurado en su devenir histórico como una prestación de servicios sexuales y erótico-afectivos que surgen como respuesta a condicionantes, cuyos ejes se centran en la satisfacción de necesidades básicas o inmediatas de quienes lo ejercen (Kaye, 2014). Esto sin desconocer otras causas, tales como la exploración y la búsqueda de satisfacción de los sujetos pertenecientes a una estructura social determinada.
El trabajo sexual masculino también se configura como una actividad que ha pasado de ser culturalmente reconocida -como lo fue en el antiguo Imperio romano- a ser vista como un tabú, producto del proceso de expansión del cristianismo, que tuvo como objetivo primordial la persecución de quienes lo ejercían (Barrera y Fuquene, 2018; Friedman, 2014). El sexo- servicio se constituye, por consiguiente, como un fenómeno estructural que representa un continuo que da cuenta de la historia de la sexualidad humana, ligada a la socialidad del ser humano (Maffesoli, 1990).
Así, el trabajo sexual converge en dos mundos paralelos que confluyen y se interconectan. Por un lado, se manifiesta desde una relación comercial y, por el otro, se presenta como una forma en la que el sujeto se interrelaciona con su contexto, lo que es un factor importante cuando se habla del sexo-servicio en escenarios migratorios (Kaye, 2014).
El comercio del cuerpo en escenarios migratorios se presenta, entonces, como un fenómeno unánime en la medida en que la persona, aparte de ingresar a un mercado laboral extranjero, busca optimizar sus niveles de ingresos por medio de la oferta de servicios sexuales (Restrepo y Mesa, 2015). A lo largo de la historia se han tomado diversas posturas frente al manejo del comercio sexual, sin embargo, a partir de la llegada del ideal judeocristiano, se castiga y suprime la sexualidad humana que no tenga fines reproductivos, por lo que todo acto diferente es etiquetado como pecaminoso y castigable (Tirado, 2013).
Se califica a la sexualidad y al "extrañó" que ejerce el comercio del cuerpo como un ente pecaminoso, principalmente al hombre, debido a su carácter "sodomita" (Mondimore, 2012). El ejercicio del comercio sexual pasa a ejercerse en un ámbito oculto, en constante movimiento, y en el cual los/as sexo-servidores1 migran a diversas zonas. Así mismo, se acentúan y multiplican dinámicas particulares que responden al contexto y a la satisfacción de las necesidades adyacentes a este (Friedman, 2014).
En el régimen feudal proliferaron dinámicas de servidumbre sexual como medio de supervivencia a través del comercio del cuerpo -principalmente masculino- (Friedman, 2014; Mondimore, 2012). En ese contexto, el migrante y los movimientos poblacionales se situaron como un ente extraño y pecaminoso, objeto de estigma y castigo, pero que, a su vez, fundaban el precio y medio de exploración sexual como forma de socialidad (Maffesoli, 1990). Ejemplo de ello eran las caravanas de intercambio comercial, en las que los/as sexo-servidores se presentaban como nuevos y privilegiados siervos del señor feudal y cuyo oficio radicaba en satisfacer a la nobleza (Friedman, 2014).
El proceso migratorio de los varones sexo-servidores se asocia con la servidumbre sexual vista como un medio de subsistencia de tipo inmediato ante un contexto expulsor. De igual forma, este servicio se encuentra mediado por la estigmatización de la persona debido a sus prácticas sexuales disidentes y, en consecuencia, se desplaza y se adhiere a relaciones de poder determinadas por la clases sociales presentes en el medio (Rodríguez, 2008). Así las cosas, los espacios del mercado sexual se desarrollaron en zonas clandestinas o en establecimientos específicos, por ejemplo, se podría mencionar a los señores feudales, los marqueses, o las documentadas prácticas de condesas, poetas y literatos como Baudelaire y Óscar Wilde, quienes precedían encuentros o daban lugar al ejercicio de prácticas dionisiacas (Kaye, 2014; Maffesoli, 1990).
En Latinoamérica, el desarrollo del comercio sexual está ligado a la historicidad del contexto (Minichiello, Dune, Disogra y Mariño, 2014). Como forma de socialidad, da cuenta de las narrativas disidentes y ciudadanas sexuales de sus habitantes (Trevon, 2017). En este sentido, mientras que en la Colonia se presentaron dinámicas de servidumbre sexual que demarcaban relaciones de clase, con el devenir histórico se adscribieron atributos al sexo-servicio que lo llevaron a una señalación y estigmatización materializada en persecución y limpieza social. Dicha persecución se hace prevalente, sobre todo, en épocas de violencia, inestabilidad política y revolución, momentos en que el sexo-servicio es visto como un ente que difunde enfermedades, tales como la sífilis o el VIH (Do Santos, 2011; Minichiello, Dune, Disogra y Mariño, 2014; Perlongher, 1993).
El ejercicio de los comercios sexuales en Latinoamérica pasa de la servidumbre sexual a la oferta de servicios sexuales y erótico-afectivos según los itinerarios de desarrollo económico y social del medio al cual se acoplan los sexo-servidores.
Desde esta perspectiva, la migración, como un itinerante permanente en el trabajo sexual masculino, da cuenta de cómo este se acopla a realidades y contextos culturales (Minichiello, Dune, Disogra y Mariño, 2014; Normando y Queiroz, 2004). Su historicidad evidencia la delimitación de zonas y lugares de ejercicio en contextos urbanos, prueba de ello es la manera en que los "michés" son visibilizados en Río de janeiro o en São Paulo, o como los "taxiboys" se desenvuelven en las calles de Buenos aires (Normando y Queiroz, 2004; Perlongher, 1993). Así, la ciudadanía sexual de estos actores es proclive a la constitución de itinerarios de prestación de servicios, así como de formas de socialidad de los habitantes, tanto de las urbes como de las zonas rurales latinoamericanas (Kaye, 2014; Minichiello, Dune, Disogra y Mariño, 2014; Trevon, 2017).
En Colombia, los primeros referentes asociados al comercio del cuerpo masculino se sitúan a finales del siglo XX, con las caracterizaciones de estudios de la Cámara de Comercio de Bogotá, asociados a la explotación sexual infantil (CCB, 1995). Sin embargo, en lo que concierne a los procesos migratorios, su historicidad estuvo orientada a la mujer y a los flujos migratorios provenientes de Europa, que inicialmente tenían fines de blanqueamiento social, siguiendo el ejemplo argentino y brasileño (Hoyos, 2002; Perlongher, 1993). Lo anterior, estaba enmarcado en procesos que pretendían el exterminio de la cultura indígena y promulgaban o estimulaban la llegada de europeos (Wabgou, Vargas y Carabalí, 2012).
En efecto, se presentaron flujos migratorios de árabes, judíos, turcos, italianos, franceses y gitanos, entre otros, casi siempre motivados en su país de origen por factores expulsores, como la violencia y la guerra, entre otros (Wabgou, Vargas y Carabalí, 2012). Teniendo en cuenta las características de los migrantes, el Estado colombiano empezó a prohibir su ingreso debido a que, las formas de vida y la cultura que estos migrantes traían y promulgaban, se consideraron inmorales e ilícitas (Urrego, 2002).
Se hablaba entonces de buena y mala migración, igualmente, proliferaron discursos al servicio del rescate de la familia y las buenas costumbres (Jaramillo de Zuleta, 2002). Actividades como la prostitución desarrollada por inmigrantes constituían un peligro para la moral. La prostituta -como se le reconocía en esa época- se asoció a la imagen de la mala mujer, ya que trasgredía los cánones sociales instaurados en el momento. Lo anterior evidencia que la migración en el país se ha reglamentado y restringido a lo largo de la historia.
Pese a ello, Colombia, a partir de la década de 1950 y hasta aproximadamente la década de 1980, se constituyó como país expulsor debido a las dinámicas asociadas al conflicto interno. En aquel momento, países como Estados Unidos, España e inclusive Venezuela fueron lugares receptores. Mientras tanto, Bogotá se consagró como la fuente primordial de acopio y recepción de migración interna -como consecuencia del desplazamiento forzado- y externa (Arango, 2003). Venezuela, para ese entonces, se convirtió en uno de los principales destinos de acogida para colombianos que tenían deseos de emigrar del territorio nacional. El vecino país se presentó como un modelo atractivo de desarrollo económico, social y político (Esther y Keymer, 2019).
Lo anterior perduró hasta finales de la década de 1980, y a principios de la década de 1990 comenzaron a emerger flujos migratorios de personas de origen venezolano al territorio colombiano, debido al inestable panorama político que se presentaba en ese momento (Esther y Keymer, 2019; García y Restrepo, 2019).
En la actualidad, Bogotá, como uno de los principales escenarios de proliferación migrante, ha tenido un papel significativo, puesto que en esta urbe se concentran importantes centros económicos y de desarrollo del país (García, 2002), características que representan un atributo positivo para los migrantes. La migración de trabajadores sexuales se radicó e incrementó con el tiempo, lo que llevó a que fuera vista como una problemática de salud pública sobre la que el Estado intervino con enfoques que oscilan entre el prohibicionismo y prácticas reglamentistas2 (Obregón, 2002).
Estudios como los de García (1999), Osorio, Pardo, Sánchez y Segura (2006) y Tirado (2013) dan cuenta de las características de los trabajadores sexuales masculinos en la ciudad, así como del comportamiento de la prestación de sus servicios. En esta, la profesionalización se atañe intrínsecamente al sexo-servicio a fin de generar mayores estándares de estabilidad económica.
El caso de los inmigrantes venezolanos difiere de los estudios previamente realizados3, dado que no se está presentando la profesionalización de manera imperante, en su lugar, prevalece la inmediatez de dar respuesta a la cobertura de necesidades básicas provenientes de un contexto expulsor afectado política y económicamente, como lo es el del vecino país: dichas razones identifican a Venezuela como territorio expulsor.
Esto se encuentra evidenciado en la tasa de inmigración hacia el territorio colombiano que, en la actualidad, supera el millón. Bogotá y otras regiones fronterizas como Cúcuta presentan la mayor concentración de migrantes (Esther y Keymer, 2019). Su visibilidad se hace presente en el continuo del contexto urbano como un tema de interés, tanto entre los capitalinos, como entre los medios de comunicación masiva. A nivel social, político y económico, su presencia pone en discusión la formulación y pertinencia de políticas públicas y proyectos sociales (Esther y Keymer, 2019; García y Restrepo, 2019).
Por consiguiente, el artículo se desarrolla en tres momentos. En primera medida, se exponen los referentes metodológicos; luego, se da cuenta de los hallazgos subdivididos en tres apartados: a) contextos y decisiones de Venezuela a Bogotá; b) contactos, movimientos y estadía; y c) expectativas y realidades del migrante ejerciendo trabajo sexual masculino en Bogotá; y se finaliza con las reflexiones.
Metodología empleada
El artículo surgió de un continuum investigativo derivado del interés de los investigadores por escudriñar las realidades y particularidades de los sexo-servidores masculinos en Bogotá4, como parte de una serie de estudios desarrollados con la Corporación Red Somos5, durante el 2017 y el 2018. Producto de esos trabajos previos, emergieron diversas inquietudes tales como: ¿cuáles son las trayectorias migratorias de los trabajadores sexuales masculinos de origen venezolano?, ¿cómo conforman redes sociales?, ¿hay necesidad de ellas?, ¿bajo qué contexto y cuál es la relación entre migración y trabajo sexual?, ¿la migración siempre se manifiesta en el trabajo sexual como una estrategia económica y de profesionalización? Teniendo en cuenta lo anterior, el objetivo que se fijó fue conocer cómo se configuró el proceso migratorio de sexo-servidores de origen venezolano que ejercen en Bogotá.
Se tomó como punto de partida el enfoque cualitativo, dado que brinda una mirada holística que permite una mayor comprensión del fenómeno social desde sus particularidades (Bonilla y Rodríguez, 1997). Se realizó una revisión bibliográfica, en las bases de datos Ebrary, SCIELO, DOAJ y Scopus, así como en los repositorios de las Universidad Nacional de Colombia, la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca y la Universidad de la Salle.
Para esta revisión, se tomaron como referencia 57 textos relacionados con la migración y el trabajo sexual masculino.
Se realizaron ejercicios de observación participante entre febrero y mayo del 2018 en sitios de comercio sexual masculino y de homosocialización ubicados en las localidades de Chapinero y Barrios Unidos.
Lo anterior permitió la aplicación de siete entrevistas semiestructuradas, dentro de las que se establecieron los siguientes criterios de exclusión: ser migrante de origen venezolano, y ejercer el trabajo sexual en alguno de sus estatus6, por no menos de siete meses. En la tabla 1 se puede encontrar detalles en relación con las características de los entrevistados.
Lo anterior permite enunciar algunos de los motivos que propiciaron el proceso de migración de los trabajadores sexuales masculinos, cuyas trayectorias migratorias fueron diversas. El rango de edades oscila entre los 19 y los 30 años, son solteros, cuatro poseen estudios técnicos en el área de la salud y la administración, dos son bachilleres y uno se encontraba desarrollando estudios profesionales en comunicación social. Provienen de tres zonas urbanas: Caracas, Maracaibo y Valencia; ciudades que son centros económicos e industriales de gran importancia en el país.
Para el análisis de la información se utilizaron los planteamientos del construccionismo social desarrollados por Gergen (2007), dentro de los que se considera a la realidad social como emergente al discurso de los sujetos. Dicha realidad se construye de manera conjunta, es decir en el entretejimiento del sujeto y el entorno social, a partir de una interacción constante entre la persona con el contexto histórico-cultural.
Contribuciones y hallazgos
De Venezuela a Bogotá. Contextos y decisiones
Actualmente, Venezuela presenta marcadas dinámicas de desigualdad social y económica, las cuales se ven reflejadas en la escasez de ofertas laborales estables que suplan sus necesidades básicas (Fuquene y Sánchez, 2018). Esto, sumado a situaciones de inseguridad, convirtió a Venezuela en un escenario con pocos prospectos para sus ciudadanos. Es entonces cuando los trabajadores sexuales emprendieron acciones para desarrollar un proyecto migratorio inmediato, aunque debieron sobrellevar lastres asociados a arraigos familiares y culturales, tal como se ve reflejado en uno de los fragmentos que a continuación se presentan.
La comida muy cara, no hay harina, para hacer arepas, súper caro, no hay papel higiénico, no hay nada, las empresas se van, no hay [...], no hay nada. Es una dictadura, no hay democracia. Nos tienen controlados que con la huella que si para comprar algo, para comprar medicinas dos por persona o sea [...]. (Trabajador sexual 1, mayo del 2018)
Amo mi tierra, pero por ahora lo mejor para el venezolano es salir. La principal razón fue la situación económica porque cuando yo estaba allá estaba la cosa más fea y la inseguridad, porque van de la mano porque cuando hay tanta necesidad, es consecuente de que haya mucha delincuencia porque no está alcanzando el sueldo ni nada de eso, la inflación, la escasez de comida, de medicina [...] allá lo atienden a uno aún, pero, ¿de qué sirve? si no te pueden dar nada [...]. (Trabajador sexual 4, mayo del 2018)
En lo que respecta a la forma de traslado, esta fue diversa. Uno de ellos tuvo acceso a transporte aéreo, cuatro se movilizaron por tierra durante varios días, haciendo escalas dentro del territorio venezolano y colombiano. Para los dos restantes, el traslado significó hacer un viaje con todas las condiciones que conlleva la irregularidad, dado que, en el momento en que decidieron emigrar, la frontera se encontraba cerrada.
Adicionalmente, cuatro de ellos llevan radicados en Bogotá más de un año mientras que los demás, al momento de realizar el trabajo de campo habían completado entre seis y ocho meses de residencia. Sin embargo, todos presentan una coincidencia en su asociación con contactos y redes de apoyo presentes en la capital. Además, algunos ya tenían una relación previa con la ciudad, puesto que habían vivido o permanecido algunos días como turistas.
Es entonces que se habla de estrategias de supervivencia, permeadas por la adaptabilidad itinerante al contexto (Pedone, 2010). Dentro de las características del migrante y las condiciones bajo las que se desarrolla, los sexo-servidores responden a un desplazamiento en solitario o a una migración progresiva, la cual se presenta cuando uno de los miembros de la unidad familiar se desplaza primero y prepara ciertas condiciones necesarias para recibir al resto después (Esther y Keymer, 2019).
Llevo meses, yo ya había estado acá hace unos años, [...] pero por lo que hago ¿me entiendes?, yo me estoy moviendo, yendo y regresando, después estuve en Ecuador, Perú y me fui a Chile también, pero o sea siempre regresaba a Venezuela, allá con mi familia. Pero ahora la situación está imposible, por eso ahora vivo acá. (Trabajador sexual 2, mayo del 2018)
Se evidencia entonces que la migración promueve en los trabajadores sexuales ideas e iniciativas asociadas al desarrollo de proyectos migratorios inmediatos. Si bien algunos ya habían llevado a cabo viajes a otros países, dadas las características y modalidades de su ejercicio (Salmerón, 2011), estas no estaban adscritas a un proyecto migratorio establecido e interiorizado por los sujetos. Esta condición hace que la salida definitiva de su país se entienda como una decisión que genera cambios abruptos e, igualmente, se enmarque en una acción no plenamente planificada. Este proceso está permeado por la activación o reactivación de contactos que propician la construcción de redes o cadenas migratorias (Pedone, 2010).
Contactos, movimientos y estadía
Las redes constituyen un eje trascendental que está presente en todo el proceso migratorio (Zapata, 2012), sin embargo, es en la fase inicial en la que se denota con más fuerza y conlleva a la agencia del migrante respecto a la búsqueda de relaciones de apoyo. Entonces, "acudir a ellas desde siempre ha sido una estrategia normal y generalizada en todo proceso migratorio, los familiares, amigos etc., todos son movilizados para facilitar el proceso y todos aportan algo: desde consejos, estrategias en el trayecto o posibilidades monetarias" (Juliano, 2002, p. 69). La activación de estas implica un menor impacto en el sujeto respecto al aislamiento y la marginalidad (Silva, Bautista y García, 2019). Claudia Pedone (2010) plantea que las redes son recursos que se configuran según los intereses y los actores sociales presentes en el proceso migratorio, y lo dotan de características particulares. Es así que, el migrante venezolano teje redes que va dinamizando según su necesidad y desarrollo desde su propia socialización. En este caso, dichas redes están fuertemente determinadas por el mercado laboral al cual se adscriben, es decir, el trabajo sexual. En ese sentido, la integración del migrante a un nuevo contexto esta mediada por el tipo y condiciones de inserción laboral (Esther y Keymer, 2019).
En consecuencia, la red se convierte en un puente entre el sujeto y el acceso a una actividad económica. Así, se genera un ejercicio de reciprocidad en el que se adhieren y acoplan atributos, códigos y reglas que permiten una sostenibilidad en el quehacer (Barrera y Fuquene, 2018; Lugo, 2019; Normando y Queiroz, 2004). El uso de las redes constituye una estrategia de subsistencia en el asentamiento y de continuidad en el contexto (Scott y Minichiello, 2014; Trevon, 2017). Esto le permite al sexo-servidor articular sus acciones a la hora de presentar sus servicios en el medio; así es como se conglomera una relación de apoyo instrumental e informacional, en lo referente tanto a la satisfacción de necesidades de abastecimiento como al mantenimiento de un nivel de vida en el contexto (Fernández, 2015; Pedone, 2004; Trevon, 2017). Este hecho es notable en el relato de un sexo-servidor, cuando manifiesta que:
Mi amigo me ayudó económicamente, en ropa, en comida, en todo, pues el muchacho me ayudó, lo conocí vía Internet; yo hablaba con él desde Venezuela, y entonces él una vez salió de una página, entonces, me dijo que él trabajaba y conocía el cuento. Entonces yo me vine con él y con un amigo, entonces, llegamos aquí a Bogotá, como dice el dicho con cien pesos en el bolsillo. (Trabajador sexual 6, mayo del 2018)
Tanto para él como para varios de los sexo-servidores, la idea de migrar estuvo mediada por contactos que a veces son establecidos a través de las redes virtuales, tales como Facebook e Instagram (Barrera y Fuquene, 2018). Su uso en los procesos migratorios es cada vez más notorio, dado que están permeados por la influencia de la globalización, que facilita los canales de comunicación en tiempo y en dinero (Fernández, 2015).
Ahora bien, según Manzano (2009) citando a Melella y Perret (2016), "pertenecer a una red significa trabajar con otros formando parte de un proceso de flujos de información, comunicación e intercambio de experiencias" (p. 83). Las redes, tejidas por los mismos migrantes ya insertados en la industria del sexo, ayudan a que estos logren concretar estrategias básicas de adaptación al contexto, en este caso el de la ciudad de Bogotá (Manzano, 2009).
Por Internet, pero, prácticamente un día lo decidí, reuní el dinero, vendí cosas y me vine a aventurar. Claro que antes sí contactamos a unos familiares que yo tenía aquí que no los conocía desde pequeño, eran familia de mi papá, y los contacté por Facebook y eso [.]. (Trabajador sexual 4, mayo del 2018)
Las personas asentadas en el lugar de llegada desarrollan una serie de estrategias que aportan a la subsistencia en el proceso de salida y adaptación (Pedone, 2004), en este sentido, son mediadoras de dicho proceso. Según Arango (2003), para el inmigrante las redes parten de comprender que la migración no siempre es aislada, ya que la decisión de trasladarse a otro sitio, no la toman actores individuales, sino que en el proceso decisorio participan familiares o amigos. Se pone de manifiesto que el hecho de que haya un conocimiento previo del territorio al cual va a trasladarse, por parte de alguno de los migrantes, facilita e incide en el emigrar, tal como lo indicó uno de los entrevistados al manifestar que conocía Bogotá debido a viajes familiares o a referencia de pares:
Acá llevo como once meses. Cada vez que volvía y viendo la situación, [...] o sea que iba empeorando yo pensaba en ahorrar para irme y pues eso fue lo que hice. Al llegar tenía muchas expectativas a pesar de que ya había estado acá no hacía mucho. No fue difícil porque ya medio conocía y tengo contactos, entonces, es más fácil moverse. (Trabajador sexual 7, mayo del 2018)
En este sentido, las redes migratorias se desarrollan a través de la interacción y el establecimiento de relaciones entre el migrante y el grupo social receptor (Pedone, 2010), lo cual se traduce en estrategias de adaptación a partir de los conocimientos que proporciona la red sobre el lugar de destino (Zaro, 2016) y, sucesivamente, condiciona el éxito del proyecto migratorio a través de estrategias compartidas y significadas con el otro. Cabe anotar que estas estrategias son derivadas de las tipificaciones del proceso migratorio y el establecimiento de redes y es un hecho que se encuentra presente en los relatos de los entrevistados: "Un amigo me dijo: estoy en Bogotá' y al día siguiente me vine, él me dijo vente que aquí hay trabajo, lo que pasa es que como yo me vine ilegal llevo poco tiempo acá" (Trabajador sexual 5, mayo del 2018).
En este sentido, la red se convierte en un factor eficaz y decisivo a la hora de tomar la decisión de emigrar, puesto que la persona actúa bajo sus propios intereses y persigue un objetivo que, en muchas ocasiones, consiste en mejorar condiciones económicas (Barrera y Fuquene, 2018).
Migrante ejerciendo trabajo sexual masculino en Bogotá: expectativas y realidades
El trabajo sexual está permeado por una serie de acciones que agencia el sujeto en una toma de decisiones de carácter voluntario, a fin de lograr suplir una necesidad, generalmente, de tipo de inmediato (Barrera y Fuquene, 2018; Tirado, 2013). Para el caso de los sujetos entrevistados, estos se identificaban como sexo-servidores, en la medida en que ya llevaban tiempo ejerciendo esta actividad económica en Venezuela o en que esta se convertía en un recurso de subsistencia que se adhería a su vida cotidiana:
yo soy trabajador sexual, sí, o sea, prestó unos servicios y tengo un catálogo de estos y pues, aja, tú también lo haces en tu trabajo. ¡Umm! Aja, no me parece algo como fuera de lo común. Yo desde Venezuela lo hacía. Me iba bien, pero mejor acá. (Trabajador sexual 4, mayo del 2018)
No podría decir que no soy trabajador sexual, scort es lo mismo, para mi es una laboral remunerada en la que hago feliz a mi cliente, no le hago daño a nadie y me gusta mi trabajo porque es trabajo ¿ves? (Trabajador sexual 6, mayo del 2018)
De acuerdo con Salmerón (2011), la inmigración en el ejercicio del trabajo sexual masculino es una característica que responde a la adecuación de este al contexto y pone al sexo-servidor en una situación de mayor capacidad de adaptación al territorio, en cuanto a la suplencia de necesidades básicas e inmediatas en su medio. Para el caso de los sexo-servidores de origen venezolano, esto responde a la provisión de medios de subsistencia y adecuación.
Las expectativas, por consiguiente, tal como lo indican Marrugo y Pérez (2012), son una serie de estimaciones que se desarrollan frente a la posibilidad de alcanzar ideales. Es decir, para los sujetos, dichas expectativas están a medio camino entre la realidad social e histórica del individuo y las decisiones que toma frente a lo que desea desarrollar en lapsos de tiempo determinados (Trevon, 2017). De igual forma, están condicionadas por los significados que el sujeto le atribuye a su realidad social y se alimentan con las experiencias en determinados campos, lo que le da al sujeto argumentos que le permitan decidir frente a lo que se desea desarrollar en lapsos de tiempo determinados. Tal y como afirma uno de los sexo-servidores al mencionar que:
Yo sí me quiero ir, de hecho, me han dicho que es mejor en otros lados y por eso tengo que trabajar porque, creo que sí, en Argentina o Chile hay más plata y yo aspiro a más. Aunque, acá me va bien o bueno, pero uno siempre hace cosas para estar mejor. Yo llegué y no pensé que me fuera ir tan bien. (Trabajador sexual 4, mayo del 2018)
Si bien hay casos en los cuales el trabajo sexual se ejerce en la capital por cuestiones meramente económicas, también se puede ver cómo otros lo apropian como parte de su estilo de vida. Esto también se determina en el transcurso del ejercicio de comercio sexual según el estatus, es decir, si se trata de trabajo sexual en calle, por aplicativos o en espacios físicos cerrados (Lugo, 2019; Zaro, 2016).
Yo he estado acá así en la calle. Vengo y, pues, busco gente, pero igual también busco por las aplicaciones como el Grindr que utilizan mucho acá [...], o pues chamo por Twitter, aunque casi no lo muevo porque la gente, los clientes, son muy ácidos y no se dejan grabar tanto. (Trabajador sexual 1, mayo del 2018)
Desde el universo del trabajo sexual masculino en Bogotá, se constituyen una serie de características a las cuales se adhiere el sujeto, en las que las relaciones entre estatus, territorio y clandestinidad configuran escenarios que adopta el sexo-servidor (Barrera y Fuquene, 2018). Generalmente, el proceso de adecuación de estos espacios se limita al significado y al objeto que determina de forma transversal el hecho de ejercer el trabajo sexual. Para el caso de los sexo-servidores de origen venezolano que llegan al entorno capitalino, este proceso está atravesado por una serie de vivencias previas que inciden en la construcción misma de un proyecto migratorio.
En Venezuela es como muy similar, o sea, es así como que en unos lados es más visto que en otros. Yo acá prefiero como algo más cerrado, pero igual mientras uno va conociendo, yo de acá ya tengo varios clientes, me ha ido muy bien. (Trabajador sexual 3, mayo del 2018)
Es complejo de explicar, hum, ya digamos, yo me follo, no sé, a un pollo lindo o algo así lo grabo y por mi Twitter subo el video y aja por el Grindr igual dejo relacionada la cuenta. Pongo que soy scort o que solo solventes y, aja, llegan por ahí, porque acá funciona la movida así que se le hace la calle no es que dé mucho. (Trabajador sexual 4, mayo del 2018)
En este sentido, los trabajadores sexuales de origen venezolano se han adscrito en cada uno de los estatus de la ciudad, por ejemplo, en sectores como Chapinero, Teusaquillo, Barrios Unidos y Santafé, donde se hace más visible su presencia (OMEG-Secretaría Distrital de la Mujer, 2018). Su oferta de servicios, por otra parte, se incrementa por medio de aplicaciones móviles (Grindr, Horner) y páginas especiales de encuentros homoeróticos (Mil eróticos) (Barrera y Hurtado, 2018; Betancourt, Ariza, Sánchez y González, 2015). Las redes sociales como Twitter e Instagram también se utilizan como medio canalizador de oferta de servicios. En estas redes se hace énfasis en la muestra del sexo-servicio por medio de videos con contenido pornográfico corto, grabados por los sexo-servidores, ya sea con clientes o con personas externas:
Es que uno tiene que ponerse su precio y eso va en todo por más extranjero que uno sea, yo no soy como los que se paran en la calle, no, yo acá hago mi show. Tengo mis clientes fijos y, por ahí, voy y me promuevo para conseguir más, pero uno tiene que saberse vender. (Trabajador sexual 2, mayo del 2018)
Es importante recalcar que el trabajo sexual, dadas las circunstancias brindadas por el contexto capitalino, es permeado por dinámicas demarcadas por el estigma y el anonimato (Barrera y Fuquene, 2018), lo cual establece, en lo público, ciertas fronteras invisibles en las que se desarrolla el trabajo sexual (negociaciones con posibles clientes), pero sin ser totalmente visible para todos los transeúntes. Por otro lado, también se establecen lugares exclusivos para la prestación de estos servicios, lo cual cierra aún más su visibilización en términos de la persona, mas no de la actividad desarrollada (Barrera y Fuquene, 2018).
Respecto al comercio sexual en los escenarios migratorios, en el caso venezolano este implicó un proceso que se configuró como proyecto migratorio, entendiéndose como una estrategia de producción y reproducción social usada por el sujeto para dar respuesta a necesidades demandantes que no fueron resueltas en su país de origen (Bendini, Radonich y Steimbreger, 2012). Se habla entonces de una estrategia de supervivencia, que se caracterizó por ser mediata, lo que conllevaba a que las redes y el capital social fueron utilizados de manera estratégica, de modo transversal a la activación o reactivación de contactos. Estos contactos incluían familiares, amigos o conocidos dentro de la industria del sexo, o redes masivas de información virtual, que le permitían al trabajador sexual la adaptación e integración en el nuevo contexto y el ingreso a dicho mercado laboral.
El proceso para llegar acá a Colombia [...] no fue tan difícil, pero por lo que te decía que yo había estado acá hace unos años, entonces [...], digamos que [...] como que uno conoce algo, [...] acá tengo amigos [...] conocidos y ellos me ayudan acá con clientes y otras cosas. (Trabajador sexual 2, mayo del 2018)
Fíjate que yo no he confiado en el venezolano aquí, o sea yo confié más en colombiano [...] y en [...] buscando información en las redes sociales, aunque al principio me contacté con unos primos que tenía acá y me quedé con ellos unas semanas, pero ahora vivo con un chico de acá. (Trabajador sexual 5, mayo del 2018)
Se evidencia la importancia de la construcción y el uso de las distintas formas de redes en el escenario migratorio, ya que inicialmente le permiten al inmigrante una adaptación e integración que con el transcurrir se van transformando en el establecimiento de vínculos o relaciones de intercambio, ya sea de manera horizontal o vertical. Así, en determinados casos se adquiere una deuda moral o económica con los actores presentes y con terceros en el proceso migratorio (Pedone, 2004).
En este orden de ideas, se establecen relaciones basadas en una interacción costo/beneficio en la que se produce un intercambio, a fin de suplir una necesidad inmediata ligada a la interacción y sociabilidad del sujeto. Se espera que esta acción sea recompensada a largo plazo, en un intercambio o economía de apoyos (Zapata, 2012). Lo anterior, es visto como una característica que se hace implícita a la hora del establecimiento de redes de tipo instrumental e informacional, como tramas de significado y vinculación (Pedone, 2004; Zapata, 2012).
Reflexiones finales
La historia del trabajo sexual está estrechamente relacionada con el devenir de la sexualidad humana. Es en ella que el movimiento migratorio se antepone como una categoría que delimita el condicionamiento del comercio sexual y sitúa a las sexo-servidoras desde un ámbito público, en contraposición con lo que históricamente ha sido el papel del hombre como trabajador sexual, lo cual lo relega a lo privado y lo oculto. Desde esta perspectiva, el comercio del cuerpo cumple un rol específico en el contexto, que de por sí mismo mantiene los estándares de socialidad.
Los flujos migratorios, dada la situación actual, están permeados por las características y problemáticas de tipo económico y político que son intrínsecas a las realidades de los sujetos sociales que toman la decisión de emigrar. Para el caso de Venezuela, la migración es vista por las narrativas de la población entrevistada como un ente expulsor, derivado de oportunidades de acceso laboral, atención en salud y asistencia social.
A partir de las narrativas de los entrevistados, se puede evidenciar que la inmigración está sujeta a una serie de particularidades, tales como: el logro de objetivos concretos, que en su mayoría están relacionados con la obtención de un trabajo para la superación de condiciones económicas desfavorables; o para el ascenso de lo que se percibe como un estándar óptimo de calidad de vida, lo cual implica un proceso de adaptación al nuevo lugar de llegada y también un acto de superación frente a estigmas sociales que giran en torno al desarrollo de actividades económicas como el trabajo sexual masculino. Todo lo anterior, naturalmente, está enmarcado en un ejercicio de toma de decisiones.
Se pone en evidencia que las redes sociales son intrínsecas, a través de lo que se conoce como cadenas migratorias, por medio del uso de las Tics, según la activación o reactivación de las redes sociales. Con ello es posible situar, tanto el proyecto migratorio como los lazos establecidos por estos sujetos sociales, según relaciones de solidaridad o de reciprocidad que comúnmente fueron establecidas por sus pares y que influyeron en el ejercicio y la adaptación laboral de las prácticas masculinas del trabajo sexual en la ciudad, según sus diversas modalidades. De esta manera, se desvirtúa la relación que se ha construido entre migración y trata de personas y que se encuentra correlacionada en las aristas que componen al fenómeno social del trabajo sexual; así, se diferencian realidades totalmente incompatibles dada la conciencia y voluntariedad que se desarrollan en el ejercicio de toma de decisiones que se establece en esta actividad económica.
Por último, es importante decir que si bien el trabajo sexual ha sido una alternativa laboral para los sujetos vinculados a esta actividad en el escenario migratorio, estos la perciben como una actividad económica paralela a sus proyectos y estilos de vida, en aras de la profesionalización de esta práctica.