En un texto programático de la década de 1970, Eric J. Hobsbawm destacaba el rol relevante del Manifiesto comunista en el proceso de formación del movimiento obrero y socialista a escala global, hasta el punto que establecía una correlación entre la cantidad de ediciones del célebre folleto y los grandes ciclos de flujo y reflujo de movilización social.1 En este proceso mundial, América Latina apenas merecía alguna mención por parte del historiador británico, pues los estudios sobre la recepción y difusión de la literatura marxista en nuestro continente comenzaron algunos años después, encontrándose todavía hoy en proceso de elaboración. Los relevamientos actuales sobre las ediciones del Manifiesto comunista en Latinoamérica vienen a confirmar algo que podía inferirse por innumerables testimonios y memorias militantes: el folleto de Marx y Engels conoció en nuestro continente entre fines del siglo XIX y nuestros días más de 600 ediciones, un ciclo intenso de traducciones, ediciones e interpretaciones solo superado por Europa.2
En este múltiple proceso de recepción, circulación, traducción, edición y difusión participaron actores tan diversos como libreros, importadores, traductores, editores e impresores, líderes sociales y fuerzas políticas, así como un sinnúmero de exiliados que sirvieron de puente entre Europa y América. En el marco de este panorama continental, ofrecemos en las páginas que siguen los avatares de la circulación del Manifiesto comunista en Chile, encuadrados en una reflexión mayor sobre el peculiar proceso de recepción y difusión del marxismo en el país del Pacífico.
Una recepción tardía
La primera referencia a una edición chilena del Manifiesto comunista apareció en Juventud, la revista de los jóvenes libertarios de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH) que descubrían súbitamente el marxismo a partir del impacto de la Revolución rusa de 1917. Para mediados de 1921 habían publicado dos obras del argentino José Ingenieros y una del mexicano Carlos Pereyra, y hacían el siguiente anuncio:
Ediciones Juventud
Anuncio de libros
Pablo Neruda
Helios (poemas)
Federico Gana
Manchas de color (poemas en prosa)
González Vera
Vidas mínimas (novelas)
Marx y Engels
Manifiesto Comunista
Editorial y Agencia de Publicaciones Juventud Agustinas 632 - Santiago, Casilla 27713
Ninguno de los libros anunciados alcanzó a ser publicado por Juventud. Helios no fue el primer libro de Neruda. Vidas mínimas apareció en 1923 en el catálogo la editorial libertaria Cosmos. Manchas de color solo se publicó póstumamente, en 1934. Y la primera edición chilena del Manifiesto comunista no apareció en Chile sino a comienzos de la década de 1930. Se trata entonces de una publicación tardía si la consideramos en el contexto latinoamericano, donde la primera edición mexicana databa de 1884, la primera iniciativa argentina de 1893, la primeras ediciones uruguaya y peruana de 1920, la primera versión brasileña de 1923 y la primera edición boliviana de 1926.4 ¿Cómo entender, pues, esta recepción relativamente diferida en un país donde el socialismo había hecho desde el siglo XIX una irrupción tan temprana, y en el que la prensa obrera había alcanzado tan alto grado de desarrollo?
El largo proceso de recepción del marxismo en Chile -desde las primeras referencias a Marx en la prensa de la década de 1870 hasta las primeras ediciones de cultura marxista medio siglo después- se solapa durante algunas décadas sobre la temprana e intensa recepción del socialismo romántico que irrumpe con fuerza en el decenio que va de 1842 a 1851. Esta corriente alcanzó su clímax político en la Sociedad de la Igualdad (1850-1851), en la que se conjugaron la joven intelectualidad romántica (Francisco Bilbao, Santiago Arcos, Eusebio Lillo, Manuel Recabarren, Manuel Bilbao, José Zapiola) con el artesanado radical. A pesar de su derrota política, el socialismo romántico continuará gravitando en la segunda mitad del siglo XIX chileno bajo la forma del librepensamiento. El socialismo romántico y su continuador, el librepensamiento masón, gravitarán sobre los sucesivos intentos de asociación social y política, como el Club de la Opinión de Valparaíso (1858), la Sociedad Unión Republicana del Pueblo de Santiago (1864), la Sociedad Escuela Republicana de Vallenar (1868) y de Santiago (1876), la Sociedad de la Igualdad de Valparaíso (1872), la Sociedad Republicana Francisco Bilbao de Valparaíso (1873), la Sociedad Francisco Bilbao de Coronel (1878), hasta llegar al Partido Socialista Francisco Bilbao de Santiago (1898-1902). Además de homenajear con su nombre a Bilbao o replicar la Sociedad de la Igualdad, muchos de estos emprendimientos fueron impulsados por antiguos igualitarios, como el oficial Luciano Piña o el sombrerero Ambosio Larrecheda.5 Es así que la emergencia del anarquismo y del socialismo moderno en la última década del siglo XIX se produce en el marco del universo cultural librepensador, donde las primeras lecturas de Proudhon y de Marx se sobreimprimen sobre líneas tan diversas y sin embargo convergentes como el racionalismo de raíz ilustrada de Taine y de Renan, el evolucionismo de Darwin, el naturalismo de Haeckel, el positivismo de Spencer, el organicismo biológico de Maeterlinck, la teosofía de Madame Blavatsky, el espiritismo de Belén de Sárraga y la hemopatía de Hahnemann. Es el universo intelectual en el que van a abrevar Luis Emilio Recabarren y los artesanos y obreros autodidactas de su tiempo en el seno del Partido Democrático. Será a través de las traducciones que ofrecían la prensa, las revistas y la folletería popular que llegaban de España y la Argentina que los sectores populares chilenos de fines del siglo XIX y comienzos del XX van a forjarse una cultura obrera ilustrada y al mismo tiempo plebeya, librepensadora y anticlerical, caracterizada por un socialismo ético que, sin embargo, buscaba sus fundamentos en las ciencias naturales y sociales.
Fue en ese contexto político e intelectual que surgió el primer intento de crear una fuerza capaz de romper con el bipartidismo del régimen oligárquico. Si bien el Partido Radical, fundado en 1863, fue la expresión política de la gran burguesía minera así como de los comerciantes y banqueros de tendencia laica y racionalista, contaba en sus filas con importantes contingentes de sectores medios y artesanos.6 Estos sectores, disconformes con la moderación liberal del Partido, buscaron alianzas con los artesanos de las sociedades obreras a fin de crear una fuerza democrático-popular independiente. Así nació en 1887 el Partido Demócrata (PD), estampando en el primer artículo de su programa la lucha por la "emancipación social, política y económica del pueblo".7 El nuevo partido encontró su base electoral entre los obreros y artesanos de las mutuales y las mancomunales de Santiago, Valparaíso y Concepción, así como entre los salitreros y mineros del norte. Pero su participación en el juego electoral -el PD ingresa en 1896 en la Alianza Liberal- lo transformó en pocos años en uno más de los actores de la llamada República Parlamentaria y, por lo tanto, en blanco de la crítica de la emergente prensa anarquista. Es así que, en la década de 1890, sobre todo después de la Guerra civil de 1891, se produjeron sucesivos intentos, por dentro y por fuera del PD, de crear fuerzas obreras y socialistas independientes. La invocación a Marx y al Manifiesto comunista aparecen entonces de modo significativo.
Víctor José Arellano, un periodista demócrata socialista que había combatido en la Guerra civil en el bando balmacedista, fundó en Valparaíso en 1893 el diario La Igualdad. Ese mismo año respondía una pastoral del arzobispo de Santiago con el folleto El catolicismo y el socialismo, donde citaba abundantemente uno de los textos saint-simonianos de Enfantin y Bazard.8 Pero apenas tres años después, el encuentro con el folleto Socialismo utópico y socialismo científico de Engels, probablemente en la edición que dos años antes había publicado la Biblioteca de La Vanguardia en Buenos Aires,9 le permite no solo reorganizar su biblioteca socialista sino sostener la tesis del antagonismo estructural entre "el capital y el trabajo".10 Transcribe incluso una cita de El Capital, la primera en la historia del pensamiento chileno, aunque es probable que haya sido extraída del mismo folleto de Engels, pues coincide exactamente con la traducción de Manuel Atienza.11
También en 1896 se crea en Santiago el Centro Social Obrero, en cuyo órgano, El Grito del Pueblo, alguien que usa el seudónimo Karl Marx, convoca a la unión y a la acción colectiva a los "trabajadores y explotados por el capital".12 Durante los últimos años del siglo XIX los futuros promotores del anarquismo (Alejandro Escobar y Carvallo, Luis Olea y Magno Espinoza), estimulados por el "socialismo revolucionario" y antiparlamentario que desde Buenos Aires pregonan José Ingenieros y Leopoldo Lugones desde las páginas de La Montaña, fundan en Santiago la Unión Socialista.13 En las páginas de su órgano, El Proletario, Escobar y Carvallo hará eco de los jóvenes socialistas argentinos al proclamar una acción orientada "por la científica aplicación combinada de las leyes naturales de Carlos Darwin con las leyes económicas de Carlos Marx".14 Marcos de la Barra, uno de los inspiradores de la Asociación Fraternal Obrera, concibe en 1899 un "monólogo social" en el que un viejo obrero socialista proclama que "ya era necesario que la sabia sentencia del insigne e inmortal socialista Carlos Marx principiara a germinar entre los hijos del pueblo: 'la emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos'".15 En 1900, el médico homeópata Alejandro Bustamante, quien había impulsado la fundación del Partido Socialista Francisco Bilbao, lanza un folleto que tendrá un impacto significativo en el ala más radical del Partido Demócrata. Se trata del Catecismo socialista, donde apelando a Bilbao, Bebel y Marx, postulaba la "filosofía racionalista" como fundamento del "socialismo científico" que por entonces representaban los socialistas italianos, o los argentinos Juan B. Justo y José Ingenieros.16 Según el testimonio del obrero del salitre Elías Lafertte, todavía formaba parte de la biblioteca de los demócratas socialistas en la década de 1910.17
Fue en este universo de lecturas -que iba del socialismo cristiano de Lamennais y Francisco Bilbao al socialismo mutualista de Pierre-Joseph Proudhon, del evolucionismo de Darwin al organicismo vitalista aprendido en las versiones populares españolas de autores como Büchner, Haeckel, Spencer, Maeterlinck o del cubano Enrique Lluria-, que Luis Emilio Reca-barren (1876-1924) fue forjando, entre viajes, cárceles y destierros, su cultura autodidacta.18 Tipógrafo, periodista, organizador gremial, propulsor de la prensa obrera en Valparaíso, Santiago, Tocopilla, Antofagasta e Iquique, este auténtico intelectual orgánico del naciente proletariado chileno, encontró sobre todo en Marx al defensor de la autonomía proletaria. En 1902 defendía la "emancipación de los trabajadores efectuada por ellos mismos, como ha dicho el sociólogo alemán Carlos Marsch [sic]".19 Cinco años después reiteraba el mismo concepto, con una expresa alusión al Manifiesto comunista: "La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los mismos trabajadores", ha dicho Carlos Marx, hace 60 años, en Alemania y esta frase inmortal es el faro que nos guía y vivirá unida con esta otra del mismo autor: ¡Proletarios de todos los países, uníos!20
Las escasas referencias de Recabarren a Marx giran siempre alrededor de la autoemancipación proletaria, el principio que lo lleva en 1912 a escindirse finalmente del PD para crear en Iquique en julio de 1912, con el concurso de una treintena de obreros salitreros, el Partido Obrero Socialista (POS). En los años siguientes, el POS fue expandiéndose a otras ciudades del país hasta constituir una fuerza política a escala nacional. El Despertar de los Trabajadores, periódico que Recabarren había fundado en Iquique, convertido ahora en órgano del nuevo partido, si bien se inscribía por derecho propio en la órbita de la socialdemocracia internacional, prestaba escasa atención a la dimensión doctrinaria. El discurso de un socialismo ético, siempre articulado con el librepensamiento finisecular, persistirá en la nueva formación política. El POS imprimía en sus propias prensas folletería de propaganda redactada por el mismo Recabarren en una prosa popular -frases breves, casi epigramáticas, ejemplos sencillos, apelaciones a la experiencia cotidiana- que semejaba la oralidad de los conferencistas socialistas y los organizadores gremiales.
La función doctrinaria descansaba sobre todo en el folleto El Socialismo. ¿Qué es y cómo se realizará?, que servía como presentación al programa del nuevo partido.21 Aunque no lo citaba expresamente, el programa del POS reproducía casi textualmente el programa del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que Pablo Iglesias había redactado en abril de 1880. Como ha señalado Jaime Massardo, el discurso del tipógrafo chileno encontraba un espejo en el discurso socialista y obrerista del tipógrafo gallego, al que le sobreimprimía un giro escatológico por el cual el socialismo aparecía como la realización inminente de la justicia, la igualdad y la felicidad sobre la tierra.22 Es interesante señalar que, además de El Despertar de los Trabajadores, salía de la prensas del POS un semanario anticlerical, El Bonete, redactado por uno de sus dirigentes, Nicolás Aguirre Bretón, y donde "Recabarren escribía algún que otro artículo".23 Casi medio siglo después de esta experiencia, Elías Lafertte recordaba la distancia que separaba la ideología del POS del "marxismo-leninismo" que asumiría luego el Partido Comunista de Chile: Nuestra ideología, en aquella época, era muy incipiente. Creo que ninguno de nosotros -salvo Recabarren- había leído a Marx o Engels. Los libros de estos pensadores eran escasísimos. Indudablemente el hombre más capacitado de todos los que formábamos en el movimiento era Recabarren, pero entre Recabarren y nosotros había una enorme distancia en cuanto a preparación, madurez política y formación ideológica. No éramos propiamente marxistas. El marxismo llegó al POS andando el tiempo, a través de los estudios, de los libros que vinieron de Europa, de las relaciones internacionales, de los viajes de los compañeros y de la cooperación de la Internacional Comunista.24
Este testimonio reviste para nuestro tema una relevancia excepcional. "No éramos propiamente marxistas", reconoce Lafertte, después de un relato autobiográfico más extenso en el que viene narrando las prácticas cotidianas del Partido Obrero Socialista. El autor, destacando el liderazgo de Recabarren, le atribuye un conocimiento de las obras de Marx y Engels que, como hemos visto, no fue tanto el fruto de lecturas directas sino mediadas por otros autores, o acotadas a artículos de la prensa argentina, española y francesa. "Los libros de estos pensadores eran escasísimos", observa Lafertte, lo que era indudablemente cierto, sobre todo para los sectores populares, y aún más en el llamado "norte grande".25
La oferta de los libreros importadores de las ciudades más grandes, como Santiago y Valparaíso, abastecía sobre todo a las élites ilustradas. En las décadas de 1850 y 1860 estas librerías ofrecían obras de Louis Blanc, Saint-Simon, Fourier, Proudhon e incluso la primera edición de Misère de la Philosophie de Marx (1847).26 Este servicio de importación hacía posible, por ejemplo, que en 1899 el pedagogo Valentín Letelier pudiera citar la versión francesa de los Essais sur la Conception Matérialiste de l'Histoire de Antonio Labriola, editados en París apenas dos años antes.27
Ciertamente, algunas de estas ediciones llegaron a manos de los artesanos y de los obreros ilustrados, pero nunca en la escala que permitían las ediciones de libros y folletos baratos que desde fines del siglo XIX se publicaban en la Argentina y que alcanzaron su clímax en la segunda mitad de la década de 1910. Las ediciones económicas de cultura popular comienzan en Chile años después, a partir de 1928, con la fundación de Editorial Ercilla, alcanzando su apogeo en la década de 1930.28 Esta escasez de literatura social explica la avidez de los socialistas chilenos que se disputaban los folletos de cultura socialista que José Ingenieros enviaba desde Buenos Aires a Luis Olea, Alejandro Escobar y Carvallo y Francisco Garfias Merino entre 1897 y 1898.29 Solo un dirigente como Recabarren -es lo que resalta Lafertte-, que había vivido sus exilios en la Argentina en 1906-1908 y 1917-1918, visitado centros socialistas en Bruselas, París y Madrid en 1908, y participado en 1922 del IV Congreso de la Komintern en Moscú, podía tener amplio acceso a la literatura socialista contemporánea. Por las escasas referencias a títulos de obras que se encuentran en sus artículos y folletos, es posible inferir que el fundador del socialismo chileno ha formado su biblioteca con las ediciones populares de Sempere y Prometeo de Valencia (obras de Darwin, Buchner, Reclus, Haeckel, Proudhon), La Escuela Moderna y Maucci de Barcelona (Enrique Lluria, Flammarion), Biblioteca de El Socialista y Biblioteca de Ciencias Sociales de Madrid (Pablo Iglesias, Gabriel Deville), Lux de Lisboa (Belén de Sárraga), La Vanguardia y Sociedad Luz de Buenos Aires (Juan B. Justo, Camilo Meyer).30
Volviendo al testimonio de Lafertte ("El marxismo llegó... a través... de las relaciones internacionales, de los viajes de los compañeros y de la cooperación de la Internacional Comunista"), queda claro que lo que está diciendo es que el marxismo fue una adquisición ulterior del POS, incluso posterior a la fundación del Partido Comunista de Chile en enero de 1922. En franco contraste con la experiencia argentina, pero a semejanza de los casos de México y Brasil, el marxismo ingresa a Chile a través del comunismo, y su efectiva recepción es incluso posterior.31
Comunistas, apristas y socialistas
La edición de literatura marxista se inicia en Chile tardíamente, a comienzos de la década de 1930. Todavía en 1927 el PCCH apenas si ha recibido la folletería kominterniana en español que se imprimía en Buenos Aires, Montevideo, Madrid o Barcelona.32 En relación con el Komintern, el nuevo partido mantuvo durante sus primeros años mucho de la autosuficiencia política y doctrinaria heredada de su fundador.33 La represión sufrida desde 1927 así como las sucesivas reestructuraciones impuestas por el Buró Sudamericano de la Internacional Comunista en nombre de la "bolchevización" implicaron una serie de purgas internas que sumieron a la naciente organización en un grave proceso de crisis.34
La demora de los comunistas en lanzar un proyecto editorial favorecieron las iniciativas editoriales de carácter comercial. La demanda de literatura marxista fue satisfecha por la Editorial Moderna, que entre 1931 y 1937 publicará obras de Marx, Engels, Lenin y Stalin junto a otras del sociólogo francés Gustave Le Bon y el filósofo español José Ortega y Gasset. La primera edición chilena del Manifiesto comunista aparecerá entre fines de 1931 y comienzos de 1932 dentro de un volumen titulado Los fundamentos del marxismo. Manifiesto comunista. Capital y trabajo, que Editorial Moderna tomó de la versión española que Edmundo González Blanco había preparado para la casa editora Mundial de Barcelona.
Las ediciones del comunismo chileno comenzaron recién en la segunda mitad de 1931 con un PCCH reorganizado por la Internacional, en un nuevo contexto de legalidad tras la destitución del presidente Carlos Ibáñez del Campo y favorecido por una eclosión de la edición nacional que se prolongará durante dos décadas. Carente de un proyecto editorial sólido, el PCCH lanzó a lo largo de la década de 1930 una serie de libros y folletos de cultura comunista bajo diversos sellos: Editorial Stalin, Antares y Nueva América. La segunda edición chilena del Manifiesto comunista apareció en 1933, publicada por Ediciones Stalin, un pequeño volumen de cincuenta páginas. Una tercera edición vio la luz a través de Ediciones Antares en 1939, bajo el gobierno del Frente Popular. En 1943 el comunismo chileno fundó su sello más estable, Ediciones Austral, desde el cual lanzó seis ediciones del Manifiesto (1955, 1956, 1965, 1969, 1971 y 1972), recogiendo la traducción soviética (tabla 1). La edición de 1955, publicada bajo la vigencia de la "ley maldita" de prohibición del comunismo, debió aparecer con un pie de imprenta falso: Editorial Anteo de Buenos Aires, nombre de uno de los sellos de los comunistas argentinos. Una reimpresión del año siguiente mantuvo el nombre Anteo, pero reconocía a Santiago de Chile como lugar de impresión. Tan solo hasta 1965 apareció la edición bajo el sello Austral (tabla 1).
Tabla 1 Ediciones chilenas del Manifiesto comunista.
1. Carlos Marx y Federico Engels. Los fundamentos del marxismo. Manifiesto comunista. Capital y trabajo. Santiago de Chile: Editora Moderna, 1931/1932.35 |
2. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto comunista. Santiago de Chile: Editorial Stalin, 1933. 50 páginas. |
3. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto comunista. Santiago de Chile: Antares, 1939. 78 páginas |
4. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto comunista. 1848-1948. Edición del Centenario. Santiago de Chile: Babel, 1948. 137 páginas. |
5 y 6. Carlos Marx y Federico Engels. El manifiesto comunista. Buenos Aires-Santiago de Chile: Anteo, 1955. 92 páginas. |
7. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Seguido de: Para el estudio del Manifiesto comunista por Hermann Duncker. Santiago de Chile: Austral, 1965. 151 páginas. |
8. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Austral, 1969. 91 páginas. |
9. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto comunista. Santiago de Chile: s. e., s. f. [c. 1970]. 55 páginas. |
10. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto comunista. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1970 [impreso en 1971]. 69 páginas. |
11. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Prensa Latinoamericana, 1971. 93 páginas. |
12. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Austral, 1971. 95 páginas. |
13. Carlos Marx, Federico Engels, Riazanov y otros. Biografía del Manifiesto comunista. Santiago de Chile: Quimantú, 1972. 544 páginas. |
14. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Principios del comunismo. Santiago de Chile: Austral, 1972. 113 páginas. |
15. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Andes, 1983. 113 páginas |
16. Carlos Marx y Federico Engels. El Manifiesto. [Santiago de Chile]: Delta, s. f. [c. 1990]. 88 páginas. |
17. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista: homenaje a los 150 años. Santiago de Chile: Instituto de Ciencias Alejandro Lipchutz, 1998. 72 páginas. |
18. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto del Partido Comunista. En "A 150 años del Manifiesto Comunista". Encuentro XXI 4.12 (1998): 86-97. Reproduce "Introducción" y "Capítulo 1". |
19 y 20. Karl Marx y Friedrich Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Olimpo, 2001. 120 páginas. |
21. Karl Marx y Friedrich Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Caballo de Mar, 2003. 38 páginas. |
22 y 23. Karl Marx y Friedrich Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Centro Gráfico Limitada, 2003. 92 páginas. |
24. Karl Marx. Manifiesto comunista. Santiago de Chile: Alba, 2003. 93 páginas. |
25. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto comunista. Santiago de Chile: LOM, 2006. 89 páginas. |
26 y 27. Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto comunista. 2a ed. Santiago de Chile: LOM, 2012. 81 páginas. |
28. Karl Marx y Friedrich Engels. El manifiesto comunista. Santiago de Chile: La Copa Rota, 2008. 108 páginas. |
29. Karl Marx y Friedrich Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Gram Nexo, [2013]. 60 páginas. |
30. Karl Marx y Friedrich Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Espartaco, 2013. 49 páginas. |
31. Karl Marx y Friedrich Engels. Manifiesto comunista. Isla de Maipo: Askasis, 2016. 64 páginas. |
32. K. Marx & F. Engels. Manifiesto comunista. Valparaíso: Editorial Popular La Pajarilla, [c. 2016]. 44 páginas. |
33. K. Marx y F. Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Santiago de Chile: Liberalia, 2017. 95 páginas. |
Fuente: elaboración propia.
Al catálogo estalinista de las editoras comunistas respondieron los trotskistas chilenos con la Editorial Lucha de Clases, que publicó sobre todo libros y folletos de Lenin y Trotsky. Como en otros rincones del planeta, las huestes trotskistas chilenas favorecieron la formación de dirigentes intelectualizados. Uno de ellos, Manuel Hidalgo Plaza, electo senador en 1927 y otra vez en 1933, explicó en la cámara alta el abecé de la teoría marxiana del plusvalor.36 Pero fue sobre todo la Editorial Ercilla la que en las décadas de 1930 y 1940 dio a conocer un universo marxista más amplio que incluía obras de Marx y Engels, de Plejanov, Bujarin y Lenin, de Max Beer y Otto Rühle, de Trotsky y Víctor Serge. Esta amplitud ideológica -donde los clásicos y contemporáneos del marxismo compartían catálogo con los autores de referencia del antiimperialismo latinoamericano- respondía en buena medida a un programa editorial diseñado por Luis Alberto Sánchez y otros apristas peruanos exiliados en Chile que Ismael Edwards Matte y Laureano Rodrigo albergaron en su editorial Ercilla.37
Todo este universo de lecturas alimentó la cultura marxista de la media docena de organizaciones de izquierda que, poco después de la experiencia de la República Socialista (junio a septiembre de 1932), confluyeron en abril de 1933 en la formación del Partido Socialista Chileno (PSCH). En abierto contraste con la rigidez doctrinaria del PCCH durante los años del "tercer periodo", el socialismo chileno asumía desde su nacimiento un programa de unidad latinoamericana y adoptaba como método un marxismo "rectificado y enriquecido por todos los aportes científicos del constante devenir social".38 El carácter doctrinariamente abierto del socialismo chileno era resultado de la convergencia de sectores sociales y culturales muy diversos, que comprendía obreros y estudiantes, exmilitares, intelectuales y profesionales, masones y evangélicos, algunos provenientes del anarquismo, otros del comunismo, unos del Partido Radical, otros de las huestes demócratas, constituyendo en definitiva "una masa abigarrada, tumultuosa e impaciente".39
Mientras no generó su propio proyecto editorial, el naciente Partido Socialista encontró en el catálogo de Ercilla las obras con las que trató de llevar a cabo "una sistemática labor de adoctrinamiento" sobre esa masa tumultuosa. Así lo recordaba Julio César Jobet, historiador y al mismo tiempo partícipe activo de esta experiencia:
Las obras clásicas de Marx, Engels, Plejanov, Lenin, Kautsky, Riazanov, Bujarin, Trotsky, Hilferdlng, Labriola, Beer, Laski, Rosa Luxemburgo y muchos más, eran leídas y comentadas en las reuniones de núcleos y en los cursos de adoctrinamiento. Circulaban las hermosas ediciones de Cenit de Madrid, Claridad de Buenos Aires y Frente Cultural de Ciudad de México. En Chile prestaban servicios fecundos las ediciones populares de la Editorial Ercilla (donde se imprimieron obras de Beer, Plejanov, Ruhle, Bujarin, Trostky, Serge...), y de algunas empresas editoras efímeras.40
A continuación, cuando rememora las obras que alcanzaron mayor difusión en las filas socialistas, Jobet ubica al Manifiesto comunista en primer lugar:
Entre los libros de mayor circulación en el seno de la masa socialista, recuerdo: el Manifesto comunista; el tomo 1 de El Capital en la traducción del líder socialista argentino Juan B. Justo; el Anti-Dühring de Engels en la traducción del catedrático socialista español José Verdes y Montenegro; Marx y Engels de Riazanov; Carlos Marx de Franz Mehring; Engels de Gustav Meyer; El imperialismo, etapa superior del capitalismo y El Estado y la Revolución, de Lenin; La revolución permanente de Trotsky; El materialismo histórico y La economía mundial y el imperialismo, de Bujarin; la Defensa del marxismo de J. C. Mariátegui [...].41
Del relato de Jobet se desprende que los socialistas chilenos, a falta de ediciones propias, pudieron leer el Manifiesto comunista de la versión española de Cenit o la argentina de Claridad, aunque es probable que la mayoría acudiera a las ediciones comunistas chilenas de 1933 y 1939, seguramente más económicas y asequibles. De las 36 obras de cultura marxista enlistadas por Jobet, un 42 % podían proveerlo las editoriales chilenas, un 36 % provenía de Argentina y un 22 % de las editoriales de la República Española anteriores a 1936.42
El propio Jobet contribuyó tempranamente a esa formación con su libro Los fundamentos del marxismo, editado por el Partido Socialista en 1939. Allí utiliza ampliamente esta bibliografía, que va enriqueciendo en sucesivas ediciones.43 Transcribe una extensa cita del Manifiesto que toma de la edición de Cenit, resume las ideas centrales de El Capital teniendo a la vista la edición madrileña de Roces y ayudándose con los resúmenes de Deville y Borchardt44 y lleva el desarrollo del capitalismo hasta su fase imperialista, siguiendo el clásico texto de Lenin. Una tesis presentada en 1947 a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile muestra que el futuro dirigente socialista Clodomiro Almeyda había podido constituir otra nutrida biblioteca marxista reuniendo ediciones españolas, argentinas, chilenas y sobre todo mexicanas. Hay numerosas referencias a obras publicadas por la Editorial América de México y citas del Manifiesto comunista de la edición de Frente Cultural.45 En sus memorias, publicadas en el exilio en 1987, recordaba cómo las ediciones de Ercilla de Santiago, Claridad de Buenos Aires y América de México habían "inundado las librerías chilenas" medio siglo antes. Y agradecía que esas ediciones hubieran "llegado a mis manos cuando yo tenía entre quince y veinte años", pues le evitaron "tragarme toda una literatura del llamado 'marxismo vulgar'".46
Finalmente, a comienzos de 1954 una de las dos fracciones del socialismo chileno, el Partido Socialista Popular (PSP), estableció su propio sello editorial, Prensa Latino-Americana (PLA), con imprentas propias, una librería a la calle en el centro de Santiago y otra en Valparaíso.47 La amplitud de su catálogo, un abanico que iba de los marxistas yugoslavos a los vietnamitas y que comprendía a los más variados marxistas de Chile y el continente -desde Salvador Allende, Oscar Waiss, Julio César Jobet, Luis Vitale a Theotônio dos Santos, Vania Bambirra y Carlos Marighella-, era una expresión cabal de las corrientes que los socialistas chilenos contenían en su seno. PLA lanzó en 1971 una colección llamada Clásicos del Socialismo y su segundo título fue el Manifiesto del Partido Comunista, cuyo texto y notas tomó de las Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín.
Pero hay dos ediciones chilenas que merecen especial atención, una de ellas de pequeño tiraje pero de significación excepcional en una época de reflujo y clandestinidad; la otra, de gran tiraje y amplia circulación en tiempos de transformaciones sociales y esperanzas revolucionarias.
Entre la "ley maldita" y la Unidad Popular
La primera de ellas apareció en diciembre de 1948 con el sello Babel como "Edición del Centenario". Babel era el nombre de una editorial, una revista y en cierto modo un grupo reunido en Santiago de Chile en torno de Samuel Glusberg (1898-1987).48 Este escritor y editor argentino de orígenes ruso-judíos que había adoptado el seudónimo de Enrique Espinoza venía de fundar en la Buenos Aires de la década de 1920 una revista y una editorial del mismo nombre. Autoexiliado en Santiago en 1935, no tardó en reunir un grupo de afinidades político-intelectuales con los narradores de tradición anarquista Manuel Rojas y José Santos González Vera, el crítico Hernán Díaz Arrieta (que firmaba Alone), el ensayista anarco-consejista Laín Diez, el escritor y periodista Ernesto Montenegro y el diseñador gráfico Mauricio Amster. Por obra de este cenáculo renacerá la Editorial Babel en su ciclo chileno, así como la revista Babel (1939-1951), ahora como vocero de un marxismo crítico de tintes libertarios.
Mauricio Amster Cats (1907-1980) jugará un rol clave en la etapa chilena de Babel con sus diseños renovadores y su rol de administrador. Ilustrador y tipógrafo anarquista de origen polaco, formado en las vanguardias artísticas de la Viena y el Berlín de entreguerras, había revolucionado el diseño gráfico español en los años de la República.49 Exiliado en Santiago tras el triunfo de las tropas franquistas, sus diseños dejaron una huella imborrable en las tapas de las ediciones de Zig-Zag, Cruz del Sur, Del Pacífico, Nascimento, Babel y Universitaria a lo largo de las décadas de 1940, 1950 y 1960.50 A mediados de la década de 1940, su proyecto largamente acariciado de ofrecer una nueva traducción directa del alemán del Manifiesto comunista para celebrar su centenario se vio súbitamente complicado con el giro derechista del gobierno de González Videla y la sanción, en septiembre de 1948, de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia destinada a proscribir al comunismo, la disidencia sindical y las luchas sociales, conocida popularmente como la "ley maldita".
Amster y Glusberg resolvieron seguir adelante con el proyecto bajo la forma de una suscripción previa a la edición, difundida dentro de su universo de relaciones. Una vez alcanzado el centenar de suscriptores -los mismos que sostenían la revista Babel-, imprimieron 110 ejemplares en las prensas de la Editorial Universitaria. Se distribuyeron en forma directa, sin pasar por librerías. Amster no solo hizo la traducción del alemán sino también el diseño y la composición tipográfica; otro exiliado español, el granadino José Moreno Benavente, ofreció un grabado original para cada ejemplar con los perfiles de Marx y Engels. Laín Diez, como era chileno nativo y no corría riesgo de ser deportado, prestó su nombre como editor. El propio Amster solo reveló algunas de estas circunstancias en el prólogo a la segunda edición de 1971:
El proyecto de una nueva traducción castellana del Manifiesto se remonta a la Guerra española. El rechazo espontáneo de la asonada fascista y la consiguiente tutela sindical de la producción auguraban un rápido triunfo popular. La edición del Manifiesto que en 1936 circulaba en la península pecaba de ser algo libre y de contener vulgarismos impropios del documento. Era deseable una versión nueva, más fiel al original, y este traductor se propuso hacerla. Pronto la idea se hizo obsesiva hasta el punto de imaginar la edición en detalle, con el pie de imprenta que iba a rezar: Madrid, Federación de Repúblicas Socialistas Ibéricas.
El colapso de la República Española frustró el proyecto, pero la idea persistió. En 1948, al cumplirse un siglo de la publicación original de Manifiesto, apareció en Santiago de Chile una "edición del Centenario" en traducción nueva, de solo cien ejemplares numerados. Un amigo argentino [Samuel Glusberg] la financió; un amigo español [José Moreno Benavente] grabó el retrato de los autores en talla dulce; la revista Babel prestó su sello editor; y la Editorial Universitaria se encargó de la impresión.
En aquella época el comunismo estaba proscrito en Chile y el título de la publicación habría podido provocar su decomiso. Con menor razón, un censor en otro país, confiscó Rojo y negro de Stendhal creyendo que era un manifiesto anarquista. Un amigo chileno [Laín Diez] se declaró responsable de la edición, cuyo centenar de ejemplares se repartieron en privado.
Ninguna discrepancia ideológica, ningún desencanto con algunas interpretaciones pragmáticas del Manifiesto podrán restarle grandeza a esta carta magna, ni empañar la admiración que suscita la majestad de su prosa. La presente versión, revisada y corregida, impresa en los mismos talleres que acogieron a la anterior, pretende, sin afanes partidistas, dar a conocer a sectores más amplios un monumento político y literario que conmovió la Historia.51
La otra edición extraordinaria a la que hicimos referencia fue Biografía del Manifiesto comunista, publicada en abril de 1972 por Editorial Quimantú. Esta casa impresora y editora nacional había nacido un año y medio antes, en el marco del gobierno de la Unidad Popular presidido por el socialista Salvador Allende, como resultado de la estatización de la Editorial Zig-Zag. Su director fue el costarricente Joaquín Gutiérrez, un escritor comunista que vivía en Chile desde 1939 trabajando para la editorial Nascimento.
Esta edición de Biografía del Manifiesto comunista tomaba como referencia la versión preparada por Wenceslao Roces para Editorial México en 1949, la cual se basaba a su vez en la edición madrileña de Cenit de 1932. La versión chilena no incluía la "Introducción" de Roces ni los índices de nombres y materias. Añadía, en cambio, el "Elogio del Manifiesto" del argentino Aníbal Ponce. Alcanzó un tiraje de 8 000 ejemplares.
Fue la sexta entrega de la Colección "Clásicos del pensamiento social", que se anunciaba con el siguiente lema: "Quimantú difunde el pensamiento revolucionario de los grandes clásicos. Cada obra publicada que se agota es una victoria del pueblo chileno y una derrota de la reacción". Entre obras de Marx, Engels, Lafargue, Lenin, Trotsky, Bujarin, Riazanov, Kuusinen y Guevara, la Colección lanzó 23 títulos, totalizando un tiraje de 351 000 ejemplares, un promedio de 15 261 ejemplares por cada publicación.52
Las colecciones de carácter político e ideológico fueron objeto de debates, tensiones y negociaciones entre los representantes de los distintos partidos que componían la Unidad Popular. Un Comité coordinado por Alejandro Chelén Rojas en el que Joaquín Gutiérrez representaba a los comunistas, Sergio Cochin Muñoz a los socialistas y Leonardo Castillo al Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), discutía cada título haciendo valer no solo argumentos políticos y editoriales sino el peso relativo de su partido dentro de la coalición.53 Cuando el socialista Chelén Rojas propuso publicar la Historia de la Revolución Rusa de Trotsky, Joaquín Gutiérrez se opuso tan enfáticamente que debió terciar el mismísimo presidente Salvador Allende, quien finalmente laudó a favor de la publicación.54
En menos de tres años de vida (febrero de 1971 a septiembre de 1973) Quimantú alcanzó a editar 317 títulos con un tiraje global estimado en 11,7 millones de ejemplares.55 Con libros y revistas ofrecidos a precios económicos, desbordó el universo tradicional de distribución en librerías para llegar a través de kioscos, camiones ambulantes y ferias a los trabajadores y a las mujeres de los pueblos más alejados de la capital, así como a los jóvenes y niños. Apenas producido el golpe militar de septiembre de 1973, toneladas de libros y revistas fueron quemados por las fuerzas militares en los sótanos de la Editorial Quimantú de la avenida Santa María 76, en la Comuna de Providencia. Los ejemplares restantes fueron trasladados en camiones hasta la Compañía Manufacturera de Papeles y Camiones para volver a hacer con ellos pulpa de papel.56
Conclusiones
En total, entre 1933 y el 2020 se llevaron a cabo en Chile 33 ediciones del Manifiesto comunista (tabla 1), un número exiguo si lo comparamos con las 202 ediciones brasileñas, las 113 mexicanas y las 101 argentinas.57 Pero también comprensible si se consideran los sucesivos periodos de represión sufridos por las izquierdas chilenas (1927-1931, 1948-1958, 1973-1990).
De esas 33 ediciones, un tercio correspondió a iniciativas comunistas -Editorial Stalin, Antares, "Anteo" (dos), Austral (cuatro), Andes e Ical-. La edición de Amster de 1948 fue reeditada tres veces más por otros emprendimientos independientes: la Editorial Universitaria en 1971 y luego LOM en el 2006 y en el 2012. Finalmente, una decena de ediciones aparecidas en el presente siglo corresponden al ciclo comercial (el relevo de las editoras políticas por las editoriales comerciales es un fenómeno recurrente en toda América Latina).
La edición de Babel de 1948, a pesar de su escaso tiraje, adquiría un enorme valor simbólico. Editada por dos judíos que conocían de persecuciones y exilios, remitía a una larga tradición de ediciones clandestinas que, salvando las obvias distancias, remontaba a la Rusia del Imperio zarista, la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini. En franco contraste, la edición de Quimantú alcanzaba una difusión extraordinaria. El clímax editorial corresponde a los años del fin del gobierno de Eduardo Frei y los dos primeros años de la Unidad Popular, con siete ediciones chilenas del Manifiesto entre 1969-1972. A continuación, bajo la dictadura y la posdictadura, sobrevino un periodo de reflujo que se extendió hasta 1998. La correlación establecida por Hobsbawm entre ediciones del Manifiesto y ciclos de movilización social encuentra en Chile su completa confirmación.