El oficio del historiador. Reflexiones metodológicas en torno a las fuentes es un volumen colectivo en donde se reúnen textos que abordan diferentes temáticas y periodos, convocados por la misma premisa: reflexionar sobre las implicaciones, potencialidades y limitaciones del uso de fuentes primarias de diverso tipo en la investigación histórica. Se trata de una obra de corte metodológico e historiográfico, que sin duda aportará a la discusión sobre la práctica de la disciplina histórica en Colombia, en la línea de otros trabajos aparecidos recientemente.1
En la introducción, las editoras Yobenj Chicangana-Bayona,2 María Cristina Pérez Pérez3 y Ana María Rodríguez Sierra4 llaman la atención sobre la necesidad e importancia de reflexionar pausadamente en torno a la materia prima de nuestro trabajo: las fuentes, ya que muchas veces las presuponemos y naturalizamos sin cuestionarlas, así como a menudo sucede con nuestras decisiones metodológicas. De allí la relevancia de tener presentes los desafíos, las dificultades, los cuidados, las maneras de búsqueda, selección y organización que implica el trabajo documental en la investigación histórica. Su propuesta es, entonces, presentar una compilación de experiencias de investigación a partir de las cuales los autores desarrollan reflexiones derivadas de su trabajo empírico con diversos tipos de archivos y documentos. "Son once artículos en los que se reflexiona sobre la importancia de las fuentes para el oficio del historiador, por medio del análisis del potencial significativo de estas y su tratamiento metodológico en el estudio de casos particulares" (p. x).
En los distintos capítulos no solo se evidencia una multiplicidad de tipos de fuentes primarias y de métodos de análisis empleados, sino también de enfoques teóricos y de acercamientos a otras disciplinas como la sociología, la antropología, la geografía, la museología, la historia del arte, la retórica, los estudios visuales y el derecho. Esta amplitud de perspectivas conceptuales y la apertura al diálogo interdisciplinar han contribuido, sin duda, a que los historiadores hayamos ensanchado nuestro espectro documental, considerando como fuentes primarias objetos que hace unas décadas -y aún hace unos años- no se consideraban tales: imágenes, películas, testimonios orales, piezas de museo, etc.
Los capítulos -textos inéditos escritos especialmente para esta compilación- son obra de catorce autores: un inglés, un cubano, tres brasileros y nueve colombianos. En la mayoría de los casos, se trata de historiadores e historiadoras jóvenes, cuyas edades oscilan aproximadamente entre los 30 y 50 años, por lo que representan nuevas generaciones de investigadores, y también maneras alternativas de hacer historia (en ocasiones con nuevos tipos de fuentes, o con acercamientos novedosos a corpus documentales ya explorados). El libro está pensado, principalmente, para un público aún más joven: los estudiantes, quienes se están formando en el oficio de la investigación histórica y social. "Esta obra pretende ser un referente de lectura para la formación de nuevos investigadores, dado que presenta múltiples posibilidades de análisis sobre las fuentes, que son, sin duda, la base sobre la que se edifica la escritura de la Historia" (p. XIII).
Las editoras optaron por dividir el libro en cuatro ejes, agrupando los textos bajo el criterio del tipo de fuente utilizada en las investigaciones: teoría; documentación impresa: libros, periódicos y cancioneros; lo visual: pintura, fotografía y cine; y vida material: juguetes y mapas. En el primer eje se reúnen tres textos que resultan pertinentes por sus aportes de carácter teórico e historiográfico. Abre la compilación el capítulo de Peter Burke5 sobre egodocumentos, testimonios individuales de la propia experiencia narrados en primera persona (ya sean orales, escritos, audiovisuales, etc.) y que dan cuenta de actitudes y visiones del mundo. Luego, el capítulo de Guilherme Pereira das Neves,6 ofrece una historia del lugar del documento en la investigación histórica desde el Renacimiento hasta el presente, y una discusión sobre el carácter fragmentario e indiciario de las fuentes en tanto pistas, señales, rastros o evidencias del pasado. Además, el texto de Renzo Ramírez Bacca7 presenta un balance sobre la historia local y regional en Colombia y los logros y limitaciones de este tipo de historiografía con respecto al acceso y organización de archivos y documentos.
Diversos ejemplos de fuentes escritas son abordados en el segundo eje. Patricia Cardona8 relata su experiencia con documentos impresos colombianos de la segunda mitad del siglo XIX -libros, manuales, catecismos, etc.-, especialmente aquellos que estaban destinados a un público popular; Alberto Gawryszewski9 pondera los alcances y limitaciones de trabajar con caricaturas políticas como fuentes primarias, en su caso caricaturas que representan al poder judicial en la prensa durante la Primera República de Brasil (1889-1930); y Jaddiel Díaz Frene10 toma como documento principal el cancionero popular La nueva lira criolla (La Habana, 1903) -además de fuentes orales- para estudiar el desarrollo de la cultura popular cubana en la primera mitad del siglo XX.11
El tercer eje aborda la potencialidad de las fuentes visuales para el oficio del historiador. En un primer momento, las editoras de la compilación dan cuenta de los diálogos teórico-metodológicos entre historia cultural, historia del arte y estudios visuales que permiten ampliar el concepto de imagen y sus usos, ofreciendo, además, algunos ejemplos aplicados a las pinturas como fuentes históricas. Posteriormente, Sven Schuster 12 y Óscar Daniel Hernández13 reflexionan sobre el uso de la fotografía como documento histórico, a partir de una investigación sobre la exhibición de retratos indígenas por parte del Imperio de Brasil en la Exposición Universal de Viena (1873). Por último, Alexandre Busko Valim14 destaca la pertinencia del cine como fuente para explorar representaciones de acontecimientos y procesos históricos. En su caso, ha analizado películas norteamericanas producidas durante la Guerra Fría, con sus respectivos discursos sobre la sociedad estadounidense y el comunismo.
El último eje, dedicado a objetos y artefactos que constituyen la vida material, está conformado por dos capítulos. Diana Marcela Arisitzábal15 considera que los juguetes son fuentes objetuales clave para reconstruir la historia de la infancia -y de las concepciones sobre la infancia- en sociedades pasadas, y en este caso toma como ejemplo una muñeca parlante inventada por Thomas Alba Edison en 1890. Por su parte, Cindia Arango16 resalta el valor documental de las colecciones de los museos para la investigación histórica, y comenta su experiencia de trabajo con un mapa del río Magdalena de 1601 conservado en el Museo Nacional de Colombia.
La organización de los textos puede resultar arbitraria: muchos capítulos podrían estar en varios ejes; la mayoría tienen un componente de reflexión teórico-metodológica y podrían hacer parte de la primera sección. El texto sobre caricatura y el que aborda los mapas podrían estar en el tercer eje, sobre lo visual. Así mismo, y a pesar de que en el capítulo sobre egodocumentos Burke se refiere a testimonios orales, una sección dedicada exclusivamente a fuentes orales, con la presentación de un par de textos que recogieran reflexiones y experiencias al respecto, hubiese enriquecido en mayor medida la propuesta editorial. Así mismo, no existe una unidad temática o criterios que permitan darle una unidad cronológica o espacial a la obra, más allá de la agrupación de las investigaciones por el tipo de fuentes que utilizan como materia prima.
Pese a estos inconvenientes, considero que el libro es bastante útil y completo, su lectura es fluida y permite acercamientos flexibles. El lector puede ir al capítulo o capítulos que le interesen, dependiendo de sus temas de investigación o de los tipos de documentos sobre los que desee profundizar. O puede hacer una lectura transversal, para identificar algunos de los diversos tipos de fuentes que se usan en la investigación histórica, sus características, posibilidades y limitaciones. Cabe destacar que en la mayoría de los textos se hacen reiterativas las mismas precauciones epistemológicas y metodológicas en relación con el trabajo con fuentes primarias, independientemente de su tipo: tener en cuenta, además de su contenido, sus contextos de producción, sus lugares de enunciación, los actores sociales implicados, sus diferentes recepciones, usos, prácticas y resignificaciones, su materialidad, su pertenencia o no a un conjunto más amplio de documentos, los archivos o repositorios documentales en los que está alojada, y las modalidades de archivación por las cuales pasó, entre otras cuestiones. Así mismo, una reflexión constante es que, a pesar de las potencialidades de los diversos tipos de fuentes, estas siempre se encuentran con límites. La mayoría de los autores coinciden en que, si bien podemos privilegiar una fuente (o un corpus documental específico), es necesario cruzarla, complementarla, contrastarla y sopesarla con otro tipo de fuentes y acervos que brinden información sobre nuestro tema de indagación. Así, por ejemplo, Aristizábal se refiere a los retratos pictóricos, las fotografías y las memorias autobiográficas como fuentes complementarias que nos permiten comprender mejor los usos y significados sociales de los juguetes y las prácticas de juego, así como nociones sobre la infancia en un contexto histórico determinado (pp. 268-272).
Teniendo en cuenta el carácter pedagógico del libro, tomé la decisión de utilizarlo como texto base para el curso Taller de Fuentes (Programa de Historia, Universidad del Rosario) llevado a cabo durante el primer semestre del 2020. La lectura de los casos de estudio, combinada con ejercicios prácticos con fuentes primarias, permitió desarrollar en los estudiantes conocimientos y habilidades teórico-metodológicas de análisis documental, así como aumentar la sensibilidad hacia el trabajo con diferentes tipos de documentos y a las diversas formas de hacer historia. Esto se evidenció en los análisis de fuente realizados por los estudiantes, así como en los ejercicios y discusiones que tuvieron lugar en el aula de clases.
En este sentido, el texto funcionó como herramienta para el proceso de aprendizaje del oficio de historiador, tanto a partir de las experiencias de investigadores de mayor trayectoria, como de la propia experimentación con fuentes de diversa índole (aprender haciendo). Por lo tanto, si bien presenta algunas limitaciones en cuanto a sus alcances temáticos, a los periodos y espacios abordados, o al tipo de documentos incluidos, concluyo que el libro constituye un aporte significativo para la historiografía colombiana, y en especial a la enseñanza de la disciplina histórica en el nivel profesional, lo cual podría marcar la diferencia con respecto a otros países, y en relación con generaciones anteriores de historiadores.
No quisiera terminar esta reseña sin reconocer el excelente trabajo editorial conjunto entre la Universidad de los Andes, la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, y la Universidad del Rosario, que dieron como resultado un libro atractivo, bien diseñado y diagramado, con ilustraciones impresas en alta calidad que acompañan la mayoría de los capítulos, y con un precio asequible para los estudiantes, investigadores en formación y públicos tanto académicos como no especializados.