Introducción
La historia argentina es el monólogo alucinado, interminable, del sargento Cabral en el momento de su muerte, transcripto por Roberto Arlt.
RICARDO PIGLIA1
Cabral sabe positivamente que se va a morir y eso le provoca una inmensísima tristeza. Cabral siente, ahí tirado, en medio delpolvo, una enorme congoja, una terrible pena, una desdicha imposible de medir.
MARTÍN KOHAN2
La imagen del soldado correntino Juan Bautista Cabral (ascendido post mortem a sargento) salvando la vida del Libertador José de San Martín en la batalla de San Lorenzo (1813) es una representación recurrente, aunque menor, en la historia y en la literatura argentinas. Lo que podría haber sido solo una anécdota perdida en la maraña histórica del siglo XIX conserva actualidad y vigencia debido a las operaciones realizadas por los que bien podríamos llamar "agentes canonizadores".
Mediante gráficos, manuales, actos escolares y la repetición de la anécdota contada por las maestras, la escena del héroe caído del caballo y auxiliado por su subalterno que entrega su vida a cambio se ha convertido en una imagen familiar para los niños argentinos. De esta manera, podríamos decir que la primera gran canonizadora de la escena es la escuela. Proporciono tres ejemplos de cómo el relato se ha sostenido en el tiempo en textos dedicados a la enseñanza (tabla 1).3
Vicente Fidel López, Manual de la historia argentina. Dedicado a los profesores y maestros que la enseñan (1896). | Los granaderos, sable en mano, cayendo como un torrente sobre los invasores los hicieron pedazos: [...] En el encuentro, rodó el caballo del coronel quedando éste apretado por una pierna en medio de los enemigos: estaba á punto de ser embasado por una bayoneta cuando el Sargento Cabral lo cubrió con su cuerpo, dándole tiempo á que se volviese á montar. Salvó á su jefe, pero murió. Desde entonces al pasar lista el cuerpo se le llama por su nombre -y los soldados respondían á una voz: Muerto con heroísmo en el campo de la victoria. Tal fué el primer ensayo del cuerpo de Granaderos á Caballo que tanto renombre ganó después en toda la guerra de la Independencia desde Chile á Colombia. |
Alfredo Grosso, Curso de historia nacional (1949). | Los españoles bajaron a tierra frente a un convento, llamado de San Lorenzo, situado a cinco leguas al norte de Rosario. San Martín, que había marchado cerca de la costa y por entre los árboles, ocultó sus 120 granaderos detrás del citado convento, formado por mitades. Poco después, mientras los españoles se dirigían al convento, a tambor batiente, San Martín salía de improviso de su escondite y los granaderos, en dos columnas, caían como el rayo sobre los invasores. El combate duró un cuarto de hora, hasta que los españoles (250 hombres) emprendieron la fuga, [...]. En este combate, San Martín estuvo a punto de perder la vida. Una bala de cañón mató su caballo, y éste, al caer, le apretó una pierna contra el suelo. En esta situación, apareció un soldado que, con gran esfuerzo, consiguió librar a su jefe del peso del caballo y defenderlo de los golpes enemigos. El soldado recibió dos heridas mortales y murió dos horas después, exclamando: "¡Muero contento, hemos batido al enemigo!". Ese valiente soldado fué el sargento Juan Bautista Cabral. |
Biciencias bonaerense5 (2018). | Durante la Batalla de San Lorenzo, San Martín quedó atrapado bajo el cuerpo de su caballo. Cuando un soldado enemigo intentó matarlo, se interpuso el granadero Juan Bautista Cabral, que fue herido mortalmente. |
Fuente: Vicente Fidel López, Manual de la historia argentina. Dedicado a los profesores y maestros que la enseñan [1896] (Buenos Aires: A. V. López, 1910) 417. http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc9k480; Alfredo Grosso, Curso de historia nacional (Buenos Aires: Crespillo, 1949) 294; y el manual de quinto grado de escuela primaria Biciencias bonaerense 5 (Buenos Aires: Santillana, 2018) 41. Todos los textos citados en este trabajo conservan la ortografía original.
A la escuela se suma, como gran canonizadora, otra institución de relevancia: el Ejército argentino. La "Marcha de San Lorenzo", que celebra la batalla donde ocurrieron estos hechos, se ejecuta en casi todas las paradas militares del país y ha desplazado en popularidad al propio "Himno a San Martín".4 La escuela donde se forman los suboficiales del Ejército argentino lleva el nombre de Juan Bautista Cabral y en ese nombre radica la esencia de lo que se espera de un suboficial.5 El barrio donde los suboficiales del Ejército pueden vivir hasta construir sus casas propias, ubicado en Campo de Mayo (provincia de Buenos Aires), se llama Sargento Cabral y presenta en su entrada una estatua de Cabral de pie, en bronce, con el nombre del soldado y la fecha de la batalla de San Lorenzo. El ferrocarril Metrovías cuenta con una estación en la puerta misma del barrio de suboficiales que también lleva el nombre del sargento Cabral.
A la escuela y al Ejército se suman las representaciones fílmicas. De las cuatro películas argentinas que recrean la vida de San Martín, solo una representa la batalla de San Lorenzo: El santo de la espada (1970), de Leopoldo Torre Nilsson, con guion de Beatriz Guido y Luis Pico Estrada.6 En este film, la batalla de San Lorenzo, que, como se verá después, tiene una importancia militar muy acotada, ocupa cinco minutos de la filmación, la misma cantidad de tiempo que ocupa la de Chacabuco, crucial para la liberación de Chile.
En la versión de Torre Nilsson, Cabral muere en la misma batalla, situación que no se condice con la realidad histórica.7
En lo que a medios audiovisuales se refiere, el episodio también llega a la televisión. El capítulo 6 de la segunda temporada (2011) de la exitosa serie de dibujos animados que historió el siglo XIX y parte del XX argentinos, Zamba, explica a los niños los sucesos de San Lorenzo con especial detenimiento en la caída de San Martín y el salvataje de Cabral.8
La pregunta que surge casi espontáneamente es por la vigencia de un detalle, de algo que podría ser apenas una anécdota. ¿Por qué otros casos menores de la historia son apenas mencionados y la figura de Cabral aparece y reaparece recurrentemente con todos estos formatos? ¿Qué es lo que plantea este episodio que lo vuelve tan transitado?
Mi interés en el hecho, como puede deducirse de los epígrafes, no viene del lado de la historia, sino del lado de la literatura. En mi tesis de doctorado, La escritura miope. Sobre la narrativa de Martín Kohan,9 trabajé sobre el uso del material histórico que realiza este escritor argentino para la construcción de sus ficciones. El primer libro de cuentos de Kohan, titulado Muero contento (1994), abre con un relato del mismo nombre en el cual, magistralmente, su autor narra el episodio desde una perspectiva que pretende desmontar todos los discursos superpuestos sobre lo ocurrido. En mi trabajo postulo que la importancia de Cabral se relaciona con la necesidad militar de mostrar a un subordinado que lo sea hasta el extremo de dar la vida por su jefe y que, además, lo haga "contento". Sería la construcción de un subalterno perfecto en su carácter.
Si bien en mi tesis advierto -como desarrollaré más adelante- que esta construcción es estrictamente obra de Mitre, en aquel trabajo llegué solamente hasta la postulación de la hipótesis ideológica que sustentaba la figura de Cabral como subalterno ideal. En este, mi intención es plantear cómo fue que Bartolomé Mitre, el historiador que, autoevaluando su trabajo, se precia de que "no se afirma un hecho ni se avanza un juicio sin acompañarlo de su justificativo o sin ser deducido de ellos interpretándolos rectamente",10 construyó este "detalle": con qué materiales, a partir de qué contextos, con qué fines, con qué resultados. Y, sobre todo, cuál fue la necesidad de semejante construcción. Para adentrarme en estas preguntas, postulo la primera parte de mi hipótesis: la caída del caballo de San Martín en San Lorenzo y el salvataje de Cabral son un mito de origen creado por Bartolomé Mitre.
Al respecto, comparto la afirmación de Kohan: "Y si se trata de un mito de origen, como en efecto se trata, indagar en su verdad de hecho es menos pertinente, a la vez que menos interesante, que indagar en su eficacia [...]. Lo que cuenta es que persuade, que se impone, que se hace creer".11 Creo, entonces, en la pertinencia de la indagación. Es cierto que el mito nunca se asume como tal.12 Pero en este caso concreto, no solo no se asume como mito, sino que se asume y se presume como historia documentada, y no solo como historia documentada, sino como historia documentada modélica y fundacional.13 Esto me habilitaría para intentar escudriñar en el episodio, en el detalle, simplemente como modo de señalar los componentes y las articulaciones del relato.
Elogio del detalle
¿Qué importancia puede tener la consideración de un detalle en una obra enorme como la de Mitre en calidad de historiador?14 ¿Qué oscuridad puede iluminar, qué horizontes de lectura puede abrir? De esto trata este trabajo: del análisis de un detalle inserto en un relato histórico argentino, de un caso mínimo, de apenas un indicio que quizá pueda abrir la puerta a un modo de concebir la construcción de esa narración.
Tres teóricos vienen en mi ayuda para sostener esta premisa: desde la filosofía, Walter Benjamin; desde la historia, Carlo Ginzburg; desde la teoría literaria, Eric Auerbach. Benjamin, el "merodeador de saberes",15 en sus famosas "Tesis de filosofía de la historia",16 relata un detalle: cómo, durante la Revolución francesa, sin ponerse de acuerdo, varios de los nuevos ciudadanos con conciencia de tal dispararon a los relojes de la ciudad. Para el alemán, esta anécdota es síntoma de que "la consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el momento de su acción".17
Por su parte, el historiador italiano, padre del paradigma indiciario, propone el concepto de "caso": "una narración, la mayor parte de las veces muy breve y muy densa, que subraya las contradicciones internas de una norma". Una vez seleccionado, para Ginzburg, "el caso propiamente dicho puede conducirnos a poner nuevamente en discusión los paradigmas epistemológicos dominantes, al denunciar sus puntos débiles".18
Finalmente, Auerbach, acorralado en la imposibilidad de elaborar una teoría literaria que pueda explicar la Weltliteratur, o sea la "literatura mundial" (aunque él mismo reconozca que en realidad se trata solo de la literatura occidental), desecha la sumatoria enciclopedista y en su lugar propone lo que llama "un punto de partida": "la particularidad de un buen punto de partida es, por un lado, su concreción y su concisión y, por el otro, su potencial fuerza de irradiación". También considera que "el punto de partida no debería ser algo general que se le impone al objeto desde afuera, sino una parte íntima y orgánica del tema".19
A partir de estos criterios es que pongo el foco de mi estudio en la recuperación de un detalle benjaminiano; en un caso que incite a la revisión del todo, al modo de Ginzburg; en un punto de partida que permita evaluar su fuerza de irradiación, tal como postula Auerbach. La propuesta es que este aspecto micro, esta huella, puede ofrecer una pista en escala cualitativa de cómo leer el aspecto macro.
El detalle / caso / punto de partida en cuestión
La construcción de la figura de Cabral como héroe no puede despegarse de la construcción de la batalla de San Lorenzo como gran momento épico de los granaderos. Este combate, si bien es importante por ser el único que el regimiento de San Martín sostiene en lo que más tarde se constituiría en territorio argentino, no tiene mayor validez que la simbólica: no libera ninguna región, no establece ninguna diferencia, es una escaramuza. El propio Bartolomé Mitre, constructor fundamental del mito que lo rodea, en su Historia de San Martín y de la Emancipación sudamericana, reconoce que el combate fue "de poca importancia militar",20 aunque explica cuál fue su gravitación:
Pacificó el litoral de los ríos [...]; mantuvo expedita la comunicación [...]; privó [a Montevideo] de auxilio de víveres frescos [...]; conservó franco el comercio con el Paraguay [...], y sobre todo, dio un nuevo general a sus ejércitos y a sus armas un nuevo temple.21
El capítulo "San Lorenzo" de la Historia de Mitre sirve para conformar la figura de San Martín desde el comienzo como un "general" (cuando aún no lo era) y no como otro tipo de héroe, y a su ejército como un "nuevo temple". También, como ya he señalado, para forjar la figura de un subalterno que debe morir "contento" para que su jefe viva.
Pero lo que preocupa a este trabajo es otro aspecto de la cuestión. Señala Martín Kohan: "La caída de San Martín en la batalla de San Lorenzo, el heroísmo de Cabral [...]: hay ahí una especie de agujero negro del universo de la argentinidad, tiene un cúmulo de energía y de atracción".22 El agujero negro del que habla el escritor está saturado de discursos: el parte de guerra del propio San Martín, que es el documento base; el relato histórico de Mitre; el relato de los otros historiadores, prestigiosos o no, que, en su mayoría, sigue puntualmente al de Mitre. La cuestión que planteo, el detalle al que aludo, tiene que ver con uno de esos agujeros negros: el hiato que se produce entre el parte de guerra de San Martín (que no menciona en absoluto el episodio) y el modo en el que Mitre narra la batalla.23
En la carta al Triunvirato gobernante que envía San Martín el 27 de febrero de 1813, además de la puntualización respecto de los hechos mismos del combate, recomienda "recompensar a las familias de los individuos del regimiento, muertos en la acción de San Lorenzo". Dos menciones realiza el coronel:
[...] a la viuda del capitán Don Juan Bermúdez, que ha quedado desamparada con una criatura de pechos, como también a la familia del granadero Juan Bautista Cabral natural de Corrientes, que atravesado el cuerpo con dos heridas no se le oyeron otros ayes que los de "Viva la patria, muero contento por haber batido a los enemigos"; efectivamente a las pocas horas feneció repitiendo las mismas palabras.24
Así retoma Mitre el escueto documento de San Martín:
San Martín, al frente de su escuadrón, se encontró con la columna que mandaba en persona el comandante Zabala, jefe de toda la fuerza del desembarco. Al llegar a la línea recibió a quemarropa una descarga de fusilería y un cañonazo de metralla, que matando a su caballo le derribó en tierra, tomándole una pierna en la caída. Trabóse a su alrededor un combate parcial al arma blanca, recibiendo él una ligera herida de sable en el rostro. Un soldado español se disponía ya a atravesarlo con la bayoneta, cuando uno de sus granaderos, llamado Baigorria (puntano), lo traspasó con su lanza. Imposibilitado de levantarse del suelo y de hacer uso de sus armas, San Martín habría sucumbido en aquel trance, si otro de sus soldados no hubiese venido en su auxilio echando resueltamente pie a tierra y arrojándose sable en mano en medio de la refriega. Con fuerza hercúlea y con serenidad, desembaraza a su jefe del caballo muerto que lo oprimía, en circunstancias que los enemigos reanimados por Zabala a los gritos de "¡Viva el Rey!", se disponían a reaccionar, y recibe en aquel acto dos heridas mortales gritando con entereza: "¡Muero contento! ¡Hemos batido al enemigo!". Llamábase Juan Bautista Cabral este héroe de última fila: era natural de Corrientes, y murió dos horas después repitiendo las mismas palabras.25
Como puede verse, se produce aquí el corte: San Martín recomienda reconocer y premiar la valentía de Cabral en la batalla, pero no menciona caballo, ni caída, ni salvataje por parte del soldado, aunque sí habla de las dos heridas. Lo demás son aditamentos del relato mitrista.
Un contemporáneo de Mitre, Vicente Fidel López, con quien el fundador de La Nación habría de sostener una polémica fundacional respecto de cómo narrar la historia,26 relata así la batalla:
Deshechos y aterrados al formidable empuje de los caballos y al golpe de las largas espadas que llevaban los soldados argentinos, los realistas retrocedieron en desórden buscando el amparo de los fuegos de sus buques que de poco podían servirles en aquellos barrancos que caen á pique sobre el anchuroso y profundo rio. Pero cargados y sableados de nuevo se arrojaron al fin por las grietas y sanjones del horrendo pricipicio, á ganar los unos sus lanchas, huyendo los otros por la estrechísima angostura que allí dejan las aguas, y ahogándose como quince ó veinte de los que se precipitaron al rio arrastrados por el terror. Quedaron en el campo 40 muertos, 14 prisioneros, 12 heridos, la bandera, los cañones y las armas: la escuadrilla se puso á la vela aguas abajo, tan terriblemente escarmentada que nunca más volvieron sus tripulantes á pisar por aquellos parages. Esta brillante acción libró de piratería á los hacendados y moradores de aquellas costas, y mostró la importancia que la caballería de línea argentina había de tomar en los ulteriores encuentros de la guerra de la independencia.27
La narración está tomada de la Historia de la República Argentina: su origen, su revolución y su desarrollo político hasta 1852, que López publica a lo largo de siete años (1883-1890). Como puede verse, ni una palabra en el relato del episodio que nos ocupa. Hay descripción de los movimientos militares, de los resultados y de las consecuencias: nada acerca del rol heroico de San Martín y mucho menos mención de Cabral. El tomo 4, que es el que importa a este trabajo, aparece en 1885, es decir, antes que el libro de Mitre, pero después de que la historia de San Martín se publicara en el diario La Nación, donde apareció en forma de folletín (cuatro entregas) a lo largo de 1874.28
Ahora bien, si López, "enemigo" primordial de Mitre en las disputas por cómo contar la historia no registra el hecho en su narración de la batalla, resulta sumamente curioso y significativo el modo en que la narra en su libro de 1896, Manual de la historia argentina. Dedicado a los profesores y maestros que la enseñan, citado más arriba. Este texto, como su nombre lo indica, organiza el relato para el ámbito escolar y es posterior a la publicación del libro de Mitre sobre San Martín. Es decir que, a fines del siglo, el relato está tan instalado que hasta el propio adversario de Mitre, al que la posteridad consideraría derrotado en la polémica, adhiere a la narración.29 A partir de allí, el relato se constituye en el modelo de narrar la batalla de San Lorenzo para otros historiadores. Por ejemplo, el modo en el que narra el episodio el inglés John Lynch:
Durante la carga inicial, el caballo de San Martín recibió un disparo y le hizo caer en tierra. Con su pierna derecha aprisionada, recibió un golpe de refilón en la mejilla izquierda propinado por un marino español que le atacó con su espada. Y cuando otro soldado enemigo se disponía a matarlo con su bayoneta, un granadero le salvó la vida con su lanza. Otro granadero, el correntino Juan Bautista Cabral, desmontó de su caballo para liberar a su coronel, antes de que dos disparos acabaran con su vida.30
El texto de divulgación es la última moda que aborda el tema. En su obra, pretendida y explícitamente desmitificadora, Los mitos de la historia argentina, Felipe Pigna vuelve a la batalla de San Lorenzo y a la figura de Cabral. Desde el título del libro, el del capítulo "José de San Martín, aquel andinista subversivo" y las primeras palabras, es de esperar que la intención sea desmitificadora:
Qué distintas hubieran sido nuestras infancias y nuestros entusiasmos patrióticos si antes de enseñarnos de memoria la Marcha de San Lorenzo nos hubieran explicado por qué se libró aquel combate, qué intereses estaban en juego y, aunque sea, qué quería decir "febo".31
Sin embargo, lejos está el autor de la deconstrucción esperada. De cara a la escena clave, el discurso sigue, paso a paso, a Mitre:
En medio del combate, la vida del jefe corrió serio peligro. Su caballo, que como se sabe no era blanco sino bayo, cayó herido aprisionándole la pierna y dejándolo a merced de cualquier atacante. Cuentan que justo cuando el enemigo iba a clavarle su bayoneta, el granadero Baigorria lo madrugó y lo atravesó de lado a lado. Baigorria murió heroicamente y el soldado negro Juan Bautista Cabral, correntino como San Martín, pudo liberarlo y salvarle la vida.32
Puede observarse que las "desmitificaciones" de Pigna son de índole cromático: al hablar del caballo de San Martín, afirma: "como se sabe no era blanco sino bayo" y, al mencionar a Cabral, se refiere a él como "el soldado negro Juan Bautista Cabral".33 A continuación, reproduce la carta de San Martín al Triunvirato que, según refiere en nota al pie, saca del texto de Mitre. Por lo tanto, es fácil advertir que el discurso central queda intacto y nuevamente reproduce el relato que da origen al mito.
Se puede deducir, entonces, con relativa facilidad, que el mito de origen resulta instalado y sumamente eficaz. Pero volviendo al documento de origen, aparece la inquietud que me ocupa: ¿de dónde sacó Mitre esta anécdota?
En el "Prólogo" a su libro de 1887, el expresidente detalla cómo se documentó para escribir su relato. Antes de empezar el texto propiamente dicho, aparece puntillosamente enumerada una larguísima lista de "Documentos manuscritos e inéditos consultados para escribir la Historia de San Martín". Vanagloriándose de esta metodología, afirma: "no se afirma un hecho ni se avanza un juicio sin acompañarlo de su justificativo o sin ser deducido de ellos, interpretándolos rectamente".34 Asimismo, cada momento de la batalla y sus preliminares es acompañado por rigurosas notas al pie, que detallan la fuente. En lo referido a la anécdota puntual de la caída, después de descartar por apócrifo un combate singular entre San Martín y Zabala, comandante de las tropas españolas, la nota 17 aclara:
Nosotros nos guiamos, además de los datos que indirectamente resultan de los documentos, por los informes verbales del general don José Matías Zapiola (aun cuando no se halló presente) y por los que nos comunicó en Chile el Dr. Julián Navarro.35
O sea que la fuente de la anécdota, según la propia confesión del historiador que pretende construir "una historia real y positiva basada en una amplia base documental sometida a una rigurosa crítica histórica",36 es el testimonio de alguien que no estuvo presente y los datos que indirectamente pueden deducirse de los documentos. Mitre expande su elogio a la figura de Cabral en la nota 19:
Por decreto de gobierno del 6 de marzo de 1813 se ordenó lo siguiente: "Fíjese en el cuartel de granaderos un monumento que perpetúe recomendablemente la existencia del bravo granadero Juan Bautista Cabral en la memoria de sus camaradas". En cumplimiento de este decreto, colocóse en la parte exterior de la puerta del cuartel un gran tablero ovalado con esta inscripción en el centro: Al soldado Juan Bautista Cabral, muerto en la acción de San Lorenzo el 3 de febrero del 1813. Todos los días al pasar lista su nombre era pronunciado en alta voz por el sargento más antiguo, y los soldados contestaban: ¡Murió por la patria! [...]. Según el coronel don Manuel A. Pueyrredón (Memoria inédita M.S.), el retrato de Cabral, representado en el acto de morir defendiendo á su coronel, se conservó por largo tiempo en el Regimiento, en cuya caja se guardaba, ocupando el puesto de honor en su mayoría. Se supone haberse perdido en la sublevación del Callao. En 1882, su estatua de bronce, modelada por el escritor Romairone, fué fundida en el parque de Artillería de Buenos Aires, y figuró en la exposición continental del mismo año.37
A juzgar por estos homenajes de sus contemporáneos y camaradas, el soldado Juan Bautista Cabral parece haberse ganado en buena ley su carácter de héroe que lucha por la independencia de su país. La única prueba de la caída y del salvataje del jefe sería el cuadro perdido, es decir, una representación posterior. Consciente de este vacío es que postulo la segunda parte de mi hipótesis, que desarrollo a continuación.
Don Gonzalo Fernández de Córdoba
Don Gonzalo Fernández de Córdoba fue un destacado noble español que nació en 1453 y murió en 1515. Rabiosamente fiel a los Reyes Católicos, se destacó en tres momentos en los que la política se trenzaba indisolublemente con lo militar: durante la guerra civil de Castilla, en la que peleó por Isabel, contra Juana la Beltraneja, los portugueses y gran número de nobles castellanos; durante la guerra de Granada, contra los moros, que, como resultado de este conflicto, serían expulsados de España; y defendiendo las ambiciones de Fernando el Católico por controlar el Mediterráneo, contra los franceses en el sur de Italia y en Grecia.
Desde el punto de vista estrictamente militar, Fernández de Córdoba es reconocido como gran estratega y como punto de inflexión entre el modo medieval y el modo moderno de concebir la guerra: la novedad que pone en marcha en la batalla es utilizar la infantería, más ligera que la pesada caballería tradicional. Este hecho es concebido como el nacimiento de los famosos tercios españoles, pieza fundamental para sostener el imperio durante los siglos XVI y XVII. En palabras de uno de sus biógrafos, Manuel José Quintana:
Gonzalo de Córdoba [es] el más ilustre general del siglo XV, aquél que con sus hazañas y disciplina dio a nuestra milicia la superioridad que tuvo en Europa por cerca de dos siglos, y que en su carácter y sus costumbres presenta un espejo donde deben mirarse los militares que no confundan la ferocidad con el heroísmo.38
¿Por qué el interés en don Gonzalo? Porque tres son las huellas, los detalles que aporta su figura. En primer lugar, debido a sus grandes logros en batalla, es conocido en la historia de España con el nombre de El Gran Capitán, apelativo con el que "casualmente" también es conocido San Martín en Argentina. En segundo lugar, al final de su vida ocurre un suceso sobre cuya veracidad discuten los historiadores, pero que ha pasado al folclore como refrán. Así lo narra Quintana:
Esto no bastó sin embargo para que los tesoreros no prosiguiesen, en odio de Gonzalo y por adular al genio del Rey, las pesquisas fiscales con que ya anteriormente le habían amenazado. Quisieron tomarle residencia del empleo que había hecho de las sumas remitidas para los gastos de la guerra, y Fernando tuvo la miserable condescendencia de permitírselo, y aun de asistir a la conferencia. Ellos produjeron sus libros, por los cuales Gonzalo resultaba alcanzado en grandes cantidades; pero él trató aquella demanda con desprecio, y se propuso dar una lección. Así a ellos como al Rey, de la manera como debía tratarse un conquistador. Respondió pues que al día siguiente él presentaría sus cuentas, y por ellas se vería quién era el alcanzado, si él o el fisco. Con efecto presentó un libro, y empezó a leer las partidas que en él había sentado: "Doscientos mil setecientos y treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas del Rey. -Setecientos mil cuatrocientos noventa y cuatro ducados en espías". Iba leyendo por este estilo otras partidas, tan extravagantes y abultadas, que los circunstantes soltaron la risa, los tesoreros se confundieron, y Fernando, avergonzado, rompió la sesión mandando que no se volviese a tratar más del asunto. Parece que se lee un cuento hecho a placer para tachar la ingratitud y avaricia del Rey; pero los historiadores de aquel tiempo lo aseguran, la tradición lo ha conservado, se ha solemnizado en el teatro, y las cuentas del Gran Capitán han pasado en proverbio.39
El episodio, independientemente de su veracidad o no -la cual no puedo discutir-, responde a una antigua tradición española: la del "que buen vassallo si oviesse buen señore" del Poema de Mío Cid. Es decir, la figura del vasallo fiel que es calumniado por los cortesanos que jamás se manchan en la batalla, aquí reemplazados por los "tesoreros".40 Respecto de la anécdota en sí, retomo los dichos de Quintana: "los historiadores de aquel tiempo lo aseguran, la tradición lo ha conservado, se ha solemnizado en el teatro, y las cuentas del Gran Capitán han pasado en proverbio".41
En su frase "se ha solemnizado en el teatro", Quintana alude sin dudas a la obra de Lope de Vega, Las cuentas del Gran Capitán, publicada por primera vez en 1638, de manera póstuma, en la madrileña imprenta de María Quiñones, aunque estrenada con anterioridad. El gran Lope, seguidor de toda anécdota histórica que pudiera ser representada, no iba a perder la oportunidad de exponer las escenas de los calumniadores de la corte, y el enfrentamiento entre el soldado victorioso y afrentado y el rey envidioso de su fama. Probablemente sea de la obra lopesca que salga uno de los más famosos e irónicos "gastos" del Gran Capitán, el pago por los tañidos de campanas que tocan por la victoria, y que en la obra teatral se rinden así:
Más de dar a sacristanes
que las campanas tañeron
por las victorias que Dios
fue servido concedernos,
seis mil ducados y treinta
y seis reales.42
Finalmente, afirma Quintana: "las cuentas del Gran Capitán han pasado en proverbio", que es uno de los puntos que más interesan a este trabajo. Al buscar en la red "las cuentas del Gran Capitán", lo primero que aparece es la página de Wikipedia. Es decir que estamos lejos de cualquier planteamiento académico y nos encontramos en el plano de lo estrictamente popular. Esta página define la frase como "un tópico cultural español", que "se utiliza para calificar de exagerada a una relación de gastos, o incluso a un listado de cualquier tipo, para ridiculizar una relación poco pormenorizada o para negar una explicación pedida por algo a la que no se tiene derecho".43
El tercer y último detalle de la biografía de Gonzalo Fernández es el que más interesa a mi hipótesis. Lo rescato de la Vida que escribe Quintana y que después retoma William Prescott.44 Transcribo en primer lugar el modo en el que Quintana lo releva:
Los Reyes se acercaron a Granada y la estrecharon en sitio formal. La bizarría y valor de Gonzalo se señalaron igualmente en esta época última de la guerra que en las otras (1491). Quiso la Reina un día ver más de cerca a Granada, y Gonzalo la escoltaba de los primeros: los moros salieron a escaramuzar, y tuvieron que volverse con mucha pérdida; más él, no contento con lo que había hecho en el día, se quedó en celada por la noche para dar sobre los granadinos que saliesen a recoger los muertos. Salieron con efecto, pero en tanto número, y cerraron con tal ímpetu, que su osadía pudo costar cara a Gonzalo, que cercado de enemigos, muerto el caballo, y desamparado de los suyos, hubiera perecido a no haberle socorrido un soldado dándole su caballo.45
Por su parte, así lo narra Prescott:
Casi termina su carrera en una escaramuza nocturna ante Granada que ocurrió poco tiempo antes del final de la guerra. En el fragor de la batalla fue muerto su caballo, y Gonzalo, incapaz de salir de la ciénaga en la que estaba metido, habría perecido si no hubiera sido por un fiel sirviente de su casa que montándole en su propio caballo, le encomendó brevemente el cuidado de su mujer y de sus hijos. Gonzalo escapó, pero su bravo seguidor pagó su lealtad con su propia vida.46
De la suma de estos tres indicios surge la segunda parte de mi hipótesis, que enuncio así: en la batalla de San Lorenzo, el soldado Juan Bautista Cabral se desempeñó con valentía luchando contra el enemigo, pero esto de ninguna manera significa que haya salvado la vida de su jefe, ni que la haya trocado por la suya. Toda esta anécdota es una extrapolación que Bartolomé Mitre realiza sobre San Martín a partir de la figura de Gonzalo Fernández de Córdoba.
Las lecturas de Mitre
Los primeros dos pilares que sostienen esta segunda parte de la hipótesis son la coincidencia en el apelativo del héroe y la similitud de la anécdota. Esta similitud no es solo semántica, sino que se reitera hasta en el ritmo sintáctico de la oración:
Quintana: cercado de enemigos, muerto el caballo, y desamparado de los suyos, / hubiera perecido / a no haberle socorrido un soldado dándole su caballo.
Mitre: Imposibilitado de levantarse del suelo y de hacer uso de sus armas, / San Martín habría sucumbido en aquel trance, / si otro de sus soldados no hubiese venido en su auxilio.47
En los dos casos, ambos autores, de formación neoclásica, comienzan el nudo del relato con participios pasivos ("cercado" / "muerto" / "desamparado", en el caso de Quintana; "imposibilitado", en el caso de Mitre) en los que resuena el ablativo absoluto latino.48 A este comienzo le sigue, también en ambos casos, el verbo principal referido al héroe ("hubiera perecido", en Quintana; "habría sucumbido", en Mitre). Las dos oraciones terminan con una proposición subordinada, que se refiere a la acción del salvador ("a no haberle socorrido un soldado", en Quintana; "si otro de sus soldados no hubiese venido", en Mitre).49
Es cierto que el ritmo sintáctico y la repetición de la anécdota no son prueba suficiente para demostrar que Mitre construyó su relato a partir de la historia del noble español. Por ello, se impone la necesidad de probar que había leído estos textos.
Cuando en 1878 se produce el centenario del nacimiento de José de San Martín, Mitre pronuncia un discurso. En él, parte de una premisa que quiere refutar: "Se ha dicho de San Martín, que era sibarita, glotón, borracho, ladrón y avaro".50 Toda la alocución es un minucioso rastreo de los gastos (aun los mínimos) realizados por San Martín a lo largo de su vida: no solo los que utilizó para sus campañas militares, sino también los que usó para remendar su ropa, para comprar semillas para su chacra mendocina, para el vestido de novia de su hija o sus gastos médicos. Tal rendición de cuentas apunta a emparentarlo con George Washington en lo referido a la modestia de su vida.
Ahora bien, ¿por qué esta arenga resulta importante? Por dos razones: en primer lugar, por su título, "Las cuentas del Gran Capitán".51 Es decir, Mitre alude al dicho tradicional, más conocido en su época que en la nuestra, de las cuentas injustamente exigidas al héroe. Esto probaría que conocía la historia del español, pero solo que sabía lo que popularmente todos sabían.
La segunda razón por la que esta arenga resulta pertinente para este trabajo es que el texto aparece precedido por siete epígrafes, de los que resultan relevantes los cuatro primeros. Reproduzco textualmente el primero:
Doscientos mil setecientos y treinta y seis ducados y nueve reales, en frailes, monjas y pobres, para que rogasen á Dios por la prosperidad de las armas del rey. -Setecientos mil setecientos cuarenta y cuatro ducados, en espías, etc., etc., etc.- (Cuenta del Gran Capitán Gonzalo de Córdoba).52
Y el segundo: "Entre picos y azadones, cien millones. - (Proverbio sobre las cuentas del Gran Capitán)".53
Pero el interés mayor radica en los dos epígrafes que siguen. Una cita del libro de Quintana:
Ellos (los tesoreros), produjeron sus libros, por los cuales Gonzalo de Córdoba resultaba alcanzado en grandes cantidades: pero él trató aquella demanda con desprecio, y se propuso dar una lección, así á aquellos como al rey, de la manera cómo debía tratarse a un conquistador. - (QUINTANA. Vida del Gran Capitán).54
Y otra del libro de Prescott:
El Rey, al principio condescendió a oír las quejas que ciertos oficiales del tesoro presentaban contra la prodigalidad y derroche con que Gonzalo había manejado los fondos públicos......El Rey, avergonzado del papel que estaba haciendo, puso fin al asunto considerándolo como una burla. El proverbio vulgar de las Cuentas del Gran Capitán, atestigua la verdad de esta anécdota. - (PRESCOTT. Historia de los Reyes Católicos).55
Aparece entonces el tercer pilar que sostiene mi hipótesis: queda probado que Mitre había leído en los dos autores la biografía de Gonzalo de Córdoba.56 La pregunta que se impone es cuál fue la necesidad de la inclusión de la anécdota en una historia ya de por sí épica. Al respecto, sostiene Eduardo Madero que Mitre postula "una historia romántica y conciliadora".57 ¿Dónde radicaría el "romanticismo" de Mitre? El propio Madero responde a esta pregunta: "la visión del pasado argentino que defiende Mitre encuentra en la nación romántica su personaje central".58 Esta elección de "la nación" como protagonista, bien propia del romanticismo, es sostenida por los dichos de Alejandro Eujanian:
[...] a pesar de señalar la presencia de ciertos índices de especialización y diferenciación de la labor historiográfica, es evidente que ésta aún [a fines del siglo XIX] se encontraba sometida a reglas propias de la práctica política y del mundo literario?59
Es decir que Bartolomé Mitre se encuentra en la disyuntiva de conciliar la historiografía documentada que se precia de inaugurar con la incorporación de una mitología que represente a toda la nación. El expresidente tiene clarísimo el objetivo de su labor historiográfica. En palabras de Eujanian: "la consolidación del Estado nacional".60 Su historia no puede ser una serie de nombres de familias patricias; tiene que asimilar también el estrato social del subalterno. Y para lograr esta asimilación, pocas cosas más eficaces que la instalación del mito. Bartolomé Mitre, enorme lector, conoce esta eficacia. Frente a este panorama, para cumplir su cometido, apela a todo tipo de herramientas: las que lo autoconfiguran como historiador (el documento, el archivo, la lectura crítica), pero también las que discursivamente desdeña (la leyenda, el mito, la extrapolación).61
La historia nacional que se propone fundar Mitre debe ser, además, una historia nacional paradigmática de los orígenes. Así, al estudiar en paralelo las historias nacionales de Mitre, Bauzá y Varnhagen, correspondientes a Argentina, Uruguay y Brasil, respectivamente, afirma Fernando Devoto: "de ellas derivó por un tiempo mayor o menor la construcción del relato canónico de los orígenes de las respectivas naciones".62
Esta historia nacional debe contener un alto grado de epicidad. Su contemporáneo Lucio V. Mansilla ya lo había advertido: "La verdad es que, y sin que esto disminuya en lo más mínimo las proporciones colosales de su monumento literario, la verdad es que, o él [Mitre] cree algo en los semidioses o demasiado en la necesidad de inventarlos".63
Aquí, en la construcción de las figuras heroicas, es donde entra a tallar el mito. En efecto, uno de los componentes más estables de los relatos heroicos es la figura de héroe mítico. En toda la tradición occidental, desde La Ilíada hasta la literatura contemporánea, pasando por Mitre, esta figura aparece acompañada por un ayudante, un compañero, un guía, que se constituye en el principal soporte del héroe en su travesía (Patroclo en el poema homérico, Virgilio en la Divina Comedia, Álvar Fáñez en el Poema de Mío Cid, Cruz en el Martín Fierro, por señalar solo los más notorios).64
No resulta extraño, entonces, que Mitre considerara que su héroe sudamericano, San Martín, debía contar con un auxiliar "mágico". A esta estructura tradicional se suma la anécdota leída acerca de Gonzalo Fernández de Córdoba. La superposición de ambas cierra la construcción del episodio.
Conclusiones
De Bartolomé Mitre, fundador de la historiografía argentina, se ha dicho: "respetaba todavía la autoridad de esa disciplina [la retórica] como parte de la tradición clásica, y eso vinculaba el género de la historia con las bellas letras, con los elementos más poéticos y literarios de la escritura".65
Mitre dice sí al documento, sí al testimonio, pero también sí a la estructura simbólica que no puede ser desaprovechada: la batalla primigenia; el héroe caído, pero no vencido; el subordinado que da la vida por su jefe. En palabras de Mansilla, Mitre escribe la Historia de San Martín y de la emancipación sud-americana "haciendo de la leyenda historia [...] y todo esto, sugestionado por las comparaciones de antaño".66 Todos estos elementos que "adornan" la batalla responden sin duda a lo que Eric Hobsbawm denominó "la invención de la tradición".67 Y en esa invención, la ficción interviene con rol protagónico.
La ficción, en su carácter de "antropología especulativa",68 no puede fungir como fuente de la historia. Lo que sí puede plantear -y esta es la postura que retoma Carlo Ginzburg- es lo que Mijaíl Bajtín denominó "evaluaciones sociales".69 Sobre estas evaluaciones, sobre estos modos de mirar, sobre estas "sensaciones", sí puede captarse lo que se concibió en una determinada época.
Que Mitre, uno de los fundadores de la historiografía argentina, utilice elementos retóricos no es ninguna novedad: basta leer su prosa.70 Que además incluya elementos ficcionales en la construcción del relato histórico, aun en un hecho tan pequeño como este, merece un poco más de atención. Discursivamente se autorrepresenta como el historiador apegado a las fuentes. En su concepción, el historiador es aquel que
[...] con amor y con infatigable anhelo de verdad y justicia registra archivos, descifra documentos y compara testimonios, reuniendo los elementos dispersos de la vida del pasado que deben constituir la musculatura de su obra y darle valor y consistencia.71
En los hechos, a esta tarea rigurosa suma en sus textos un procedimiento puramente literario: el aprovechamiento del mito pasado para diseñar el mito futuro.
Hablando de las complejas relaciones entre historia y ficción, plantea Ginzburg: "De los relatos de ficción pueden extraerse testimonios más esquivos, pero más valiosos, precisamente porque se trata de relatos de ficción".72 Creo que convendría marcar las diferencias con este caso, con lo que llego a la tercera parte de mi hipótesis: no se trata, aquí, como plantea el historiador italiano en su artículo del 2006, de "construir la verdad sobre esas ficciones (fables), la historia verdadera sobre la ficticia".73 Mitre no construye a partir de la ficción, sino que traslada una ficción (poco importa para nuestra cuestión si la anécdota de Gonzalo Fernández de Córdoba fue cierta o no) para reforzar su postura ideológica: la conformación de un héroe paradigmático que tiene un subalterno fiel hasta la muerte; la conformación, en mayor escala, de un ejército en el cual el jefe sea digno de que el subordinado dé su vida por él y lo haga satisfecho; la conformación, finalmente, de una nacionalidad, de un orden.
Creo, entonces, que el análisis minucioso de este detalle del relato histórico de la Historia de San Martín, detalle que aparta la mirada del panorama para focalizar en lo micro (como quería Benjamin), que sale desde adentro del mismo texto (como quería Auerbach), pone en discusión (como quería Ginzburg) el propio paradigma del relato mitrista. Para el historiador italiano, el detenimiento, el análisis de "detalles aparentemente marginales", permiten "captar el sentido global de una realidad [...], encubierta y oscurecida por las nubes negras de la ideología".74 El relato de la caída nunca suficientemente probada de San Martín abre la puerta para cuestionar la idea de una historia fáctica y documentada. En su lugar, se pone en evidencia una historia ficcionalizada para fundar un mito en el cual se impongan las nubes negras de la ideología imperante.