La obra Los Lisperguer y la Quintrala (1877) de Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886) acerca de la encomendera Catalina de los Ríos Lisperguer (1605-1665), conocida popularmente como "la Quintrala",1 ha sido objeto de múltiples estudios por parte de la crítica especializada.2 Pese a esto, existen por lo menos dos aspectos que no han sido atendidos debidamente y que analizaré en este artículo. El primero está vinculado a la importancia de las configuraciones narrativas que se construyeron en torno a este personaje célebre de la historia de Chile en el propio siglo XVII, y el segundo, es la relevancia que posee el hecho de que dicho texto haya sido publicado en el espacio de la prensa periódica de finales del siglo XIX. La idea que enlaza ambas problemáticas se relaciona con la convicción de que la Quintrala corresponde en propiedad a un ícono cultural y que la reconstrucción de la historia de sus actualizaciones ilumina aspectos fundamentales de la obra que publicó Vicuña Mackenna en 1877, en la medida en que actualiza la figura del lector juez de la tradición narrativa en la que basa su relato. En palabras de Rolena Adorno,
[...] la formación de un ícono cultural es producto de la narración, pero no ocurre en la narración. Esta solo puede proporcionar al lector una motivación por la cual continuar recreando la historia, porque el ícono cobra vida en el acto de ser continuamente reelaborado y no en una construcción conclusa y cerrada.3
Roland Barthes,4 evocando a las figuras de Bouvard y Pécuchet,5 asevera que quien escribe nunca inaugura un gesto, sino que más bien se limita a imitarlo, a mezclar los textos del pasado, entendiendo que la escritura implica necesariamente borrar el cuerpo que escribe, es decir, el autor. Este queda limitado a una posición funcional respecto de la escritura, destacada por Foucault, quien la relaciona con el modo de existencia y con las formas de funcionamiento de los discursos en una sociedad dada. Además, en su conferencia "¿Qué es un autor?", Foucault enfatiza el hecho de que la autoría puede estar vinculada más que a una obra o a una serie de obras, a un modo, a una tradición o a una discursividad, es decir, a "la posibilidad y la regla de formación de otros textos".6
Desde esta perspectiva, la Quintrala, entendida como ícono cultural, es producto de una serie de operaciones discursivas, de elaboraciones y reelaboraciones que podrían asimilarse al modo de funcionamiento de un palimpsesto, ya que cada nueva versión de su vida y sus crímenes al tiempo que borra su propia tradición, deja entrever las huellas de las escrituras que la antecedieron y que inevitablemente la determinan.
En consecuencia, pese a que Los Lisperguer y la Quintrala ha sido considerado el texto inaugural en el que se construye el denominado mito7 acerca de la Quintrala, aunque poderoso y decisivo en la conformación de este ícono cultural, el texto de Vicuña Mackenna no corresponde al relato inaugural o a la primera fijación en la escritura de las historias que van a circular acerca de Catalina de los Ríos, puesto que se basa en las versiones narrativas que el sexto obispo de Santiago, Francisco de Salcedo (1559-1634),8 fijó en las cartas que le dirigió al rey y al Consejo de Indias como parte de los juicios que abrió para castigar sus crímenes en la década de 1630.9 La forma narrativa que Vicuña Mackenna le imprimió a su obra, la de un episodio que contiene una biografía criminal, está íntimamente relacionada y determinada por estas primeras narraciones que corresponden a relatos enmarcados en procesos judiciales.10 Siguiendo la metodología propuesta por Adorno,11 entiendo que el primer momento de la formación del ícono cultural conocido como la Quintrala corresponde a las narraciones contenidas en las causas judiciales referidas y que la obra de Benjamín Vicuña Mackenna desempeña un papel más bien cristalizador, vinculado principalmente a la difusión que tuvo su reelaboración de la biografía criminal de Catalina de los Ríos.
Sin embargo, ha sido subestimada la importancia de que la obra que estudiamos haya sido publicada por primera vez en el periódico El Ferrocarril, lo que constituye un hito clave, en la medida en que posibilitó, en la década de 1870, el amplio conocimiento de la vida y los crímenes de la Quintrala. La relevancia de Los Lisperguer y la Quintrala radica en su capacidad de aunar, al modo de los géneros transaccionales,12 los atractivos de la literatura de entretención para amplios públicos lectores modernos con las ideas propias de los textos moralizantes que pretendían construir las bases de una sociedad republicana, liberal y laica. También me gustaría relevar el género que la obra actualiza y que corresponde a un episodio que oscila entre lo histórico y lo propiamente literario. Además, situar la publicación de Los Lisperguer y la Quintrala en el espacio de la prensa periódica permite entender cómo Vicuña Mackenna actualiza las causas judiciales coloniales, promoviendo que el pueblo, en sus propias palabras, la juzgue como la criminal que él considera que es.
Por lo tanto, Benjamín Vicuña Mackenna construye una obra en la que existe una cierta idea de justicia poética, siguiendo la conceptualización propuesta por Nussbaum, que va a prevalecer en muchas de las obras literarias que narran la vida de la rica encomendera.13 Para Nussbaum,
[...] la novela nos constituye en jueces. Como tales, podemos disentir entre nosotros acerca de lo que es correcto y apropiado; mientras los personajes nos importen y actuemos en nombre de ellos, no pensaremos que la disputa es vana ni de que se trata de un juego. Tales juicios [...] no se basarán habitualmente en pautas extrahistóricas trascendentes. Por el contrario, nuestra experiencia como lectores nos induce a pensar que tales pautas serían innecesarias para nuestra búsqueda, pues como lectores interesados buscamos un bien humano que procuramos realizar en y para la comunidad humana, y dicho proyecto no requiere de normas externas a la experiencia de la lucha humana.14
En este sentido, propongo que tanto las causas judiciales que se conservan en torno a los crímenes cometidos por Catalina de los Ríos en las décadas de 1630 y 1660, como los relatos que las actualizan a partir de la década de 1870 -destacando entre ellos Los Lisperguer y la Quintrala-, corresponden a fábulas judiciales en dos sentidos complementarios: los expedientes judiciales lo son en la medida en que podemos leerlos e interpretarlos hoy en su calidad de textos ficcionales, como fábulas; y las actualizaciones posteriores en tanto en cuanto recrean dichas narrativas que las anteceden, adquiriendo la forma de la biografía criminal y reabriendo simbólicamente dichos juicios para construir sentencias que llevan impresas renovadas conceptualizaciones en torno a la idea de justicia.15
"Doña Catalina de los Ríos ('La Quintrala')" en El Ferrocarril
La prensa del siglo XIX, especialmente la de su segunda mitad, jugó un papel fundamental en la creación de imaginarios culturales al incorporar las perspectivas, gustos y aspiraciones de los públicos lectores. Esta es la razón principal por la que el espacio en el que fue publicado por primera vez Los Lisperguer y la Quintrala es muy significativo. Es un elemento que ha sido escasamente estudiado hasta ahora16 y que, sin embargo, ilumina aspectos decisivos de la obra, pues, como señala Roger Chartier, "contra una definición puramente semántica del texto, hay que señalar que las formas producen sentido y que un texto estable en su escritura está investido de una significación y de un estatuto inéditos cuando cambian los dispositivos del objeto tipográfico que propone su lectura",17 asumiendo como estrategia de estudio que las modalidades específicas de la producción, circulación y apropiación de las obras es significativa y definidora de sus sentidos, según los planteamientos de la historia cultural en general y de la historia del libro y de lectura en particular.
El libro Los Lisperguer y la Quintrala fue publicado en 1877 por la imprenta de El Mercurio en Valparaíso; sin embargo, su primera edición es la que apareció como folletín en el diario El Ferrocarril ese mismo año. Se llamó "Doña Catalina de los Ríos ('La Quintrala')" y su primera entrega apareció el domingo 21 de enero de 1877 en la primera plana de El Ferrocarril, ocupando cinco de sus siete columnas. El último capítulo, "Los últimos Lisperguer. La santa Rosa de Chile", se publicó dividido en dos: la primera parte el jueves 1.° de febrero, y la segunda, al día siguiente. Ese día aparece, además, una nota aclaratoria que anuncia la próxima publicación del texto en formato libro.
Eduardo Santa Cruz, en Entre las alas y el plomo. La gestación de la prensa moderna en Chile, indica que la década de 1870 es central, ya que en ese momento se consagró la hegemonía del liberalismo y se concretó una ampliación de las libertades públicas. Baste recordar que la denominada libertad de imprenta (nueva ley de imprenta) fue aprobada en 1872. Sostiene que en la prensa en este periodo:
[...] se prefigura un sistema de comunicación social, con una creciente y variada oferta, dirigida hacia un público ya con características de moderno, en el sentido de una demanda orientada a las funciones luego consideradas clásicas de los medios masivos modernos: informar, educar u orientar y, en especial, entretener.18
Según el autor, los textos que se publican en la prensa a fines del siglo XIX corresponden a un género particular situado entre lo literario y lo periodístico, "entre las alas y el plomo", como indica la metáfora que titula su libro. Por ende, el espacio de la prensa posibilitará la emergencia de escrituras híbridas que al mismo tiempo informarán y entretendrán a sus públicos lectores.
Carolina Cherniavsky, al igual que Eduardo Santa Cruz, rechaza la idea de que los periódicos chilenos de la segunda mitad del siglo XIX hayan sido únicamente de carácter político-propagandístico19 y, al respecto, toma como ejemplo el caso de El Ferrocarril.20 Un indicador claro de este fenómeno es la larga duración que tuvo este medio (más de cinco décadas), lo que obedecería, en su opinión, a que poseía un sustento económico independiente -a la subvención estatal- y una estrategia para conseguirlo, definiéndolo de manera cabal como un periódico moderno. Recordemos que estamos, en palabras de Pas, ante
[...] la producción de literatura para el pueblo, de un consumo "popular" de progresiva expansión, que interfiere o entra en colisión con las élites letradas [...], esa paulatina expansión -y comercialización- de los hábitos y gustos lectores que el folletín como formato privilegiado, y el periódico, como soporte material inextricable promueven de manera incomparable.21
Santa Cruz considera que el perfilamiento definitivo del diario se dio entre los años 1859 y 1879, por lo que la publicación en 1877 de "Doña Catalina de los Ríos ('La Quintrala')" se inscribe en este periodo de consagración de El Ferrocarril como parte de su estrategia editorial. En este sentido, es importante destacar que algunos de los escritores liberales más destacados de esta época publicaron artículos en sus páginas, entre quienes se cuentan Miguel Luis Amunátegui, José Victorino Lastarria, Augusto Orrego Luco y el propio Benjamín Vicuña Mackenna. Este último fue un colaborador constante de El Ferrocarril. Raúl Silva Castro afirma que
[...] dentro de sus habituales ocupaciones de historiador encontraba tiempo para atender a escribir artículos de actualidad. No fue jamás redactor en el sentido en que Arteaga y otros [lo fueron], es decir, no escribió editoriales que fijaran la posición del diario ante los acontecimientos políticos: pero su obra de cronista, extendida en un espacio considerable de tiempo, adquiere tal importancia que no sería lícito silenciarla.22
Siguiendo la biografía que Ricardo Donoso escribió sobre Vicuña Mackenna, Silva Castro enumera los artículos que publicó en el periódico y destaca que los primeros fueron "una serie de cuadros anecdóticos, de escaso valor histórico, pero de evidente interés para el público, que intituló Los dramas de las calles de Santiago".23 Ricardo Donoso resume la participación de Vicuña Mackenna en El Ferrocarril de la siguiente manera:
Se ha observado con razón que la prensa entraña un verdadero peligro para la labor de los escritores profesionales y Vicuña Mackenna fué una de sus víctimas. Es verdad que en sus trabajos de El Ferrocarril abundan las páginas brillantes, las concepciones de admirable espontaneidad y de acertado colorido, pero, junto a ellas, ¡cuántas y cuántas columnas pueriles, monótonas y perecederas!24
Es importante destacar el desprecio que ostentan Silva Castro y Donoso por el espacio de la prensa periódica, en relación con la publicación de textos de escritores considerados profesionales. Su crítica a este tipo de publicación parece obedecer a la idea de que más que al genio creador, intelectual o artístico, este tipo de obras responden a la demanda de un público lector moderno que busca, además de informarse, entretenerse, lo que según estos autores banalizaría los contenidos divulgados. Recordemos que la condición mercantil del folletín "transgrede ('escandaliza', más bien) el canon que entiende la literatura como oficio no sometido al lucro".25
Sin embargo, Juan Poblete sostiene que la narrativa de Alberto Blest Gana desestigmatiza socialmente la novela, tanto su escritura como su lectura, transformándola en una herramienta valiosa para la construcción de una identidad nacional.26 Para Poblete, la novela de costumbres nacionales es un género transaccional. ¿Es aplicable la interpretación que Poblete hace de la obra de Blest Gana (Martín Rivas, por ejemplo) a la de Vicuña Mackenna? Es posible, ya que ambas comparten muchos elementos. Primero, fueron publicadas en medios de prensa nacional por entregas, a modo de folletín; segundo, propusieron miradas acerca de la realidad histórica -muy reciente en el primer caso y antigua en el segundo- con el objetivo de ilustrar el pasado; y, además, corresponden a géneros transaccionales, mostrando ideas que afirman una identidad nacional. Por otra parte, ambos escritores eran asiduos colaboradores de medios de prensa, incluso de los mismos, habida cuenta de que Blest Gana publicó también en El Ferrocarril. En definitiva, existe un terreno común a ambos, situado en el espacio de la prensa periódica. Allí desarrollaron narrativas híbridas que dieron cuenta de la historia nacional -o sus antecedentes- para un púbico moderno que exigía no solo información acerca de esas realidades, sino también narrativas atractivas que lograran entretener.
Por último, vale la pena consignar que es un hecho probado que el folletín "Doña Catalina de los Ríos ('La Quintrala')" fue un texto que, a la par de informar sobre ciertos sucesos vinculados a una familia poderosa del siglo XVII y caracterizar a uno de sus miembros como criminal a partir de la narración de su biografía, entretuvo a cientos de lectores y escuchas del diario El Ferrocarril. Además, Vicuña Mackenna había comenzado sus colaboraciones en dicho diario justamente con "Los dramas de las calles de Santiago", referidos a episodios sangrientos de la vida santiaguina. Recordemos también que este periódico tenía un sentido moderno de concebir su financiamiento, por lo que los contenidos que publicaba debían satisfacer a sus públicos lectores.
Es fundamental, en este sentido, reconstruir la idea de las publicaciones por entregas, considerando que "la prensa chilena vio en el folletín una posibilidad cierta de crecimiento y expansión, pues encontraron en sus juegos de suspenso, pausa e intervención una posibilidad de venta y suscripción fiel (que efectivamente les funcionó)".27 El texto que estudiamos fue publicado a lo largo de enero de 1877 de manera fragmentada, lo que supone la liberación parcial de sus contenidos y su circulación diaria. Este tipo de publicación suscitaba expectación. Quienes seguían de cerca la publicación de Vicuña Mackenna seguramente esperaban a diario la aparición de nuevos capítulos de la obra, los cuales muy probablemente también eran comentados, compartidos y leídos en voz alta. Por otra parte, y como contracara, para el autor cada nueva entrega constituía la aportación de nuevos datos, de nuevas pruebas condenatorias, en la fábula judicial que escenificó para juzgar junto a sus lectores, lectoras y escuchas a la Quintrala como culpable.28
Los Lisperguer y la Quintrala como episodio histórico y social
Me parece relevante detenerme en la categorización textual de una obra como Los Lisperguer y la Quintrala dado que, en general, el autor es considerado como un historiador, "el más grande de los historiadores de Chile", como reza el prólogo a la reedición de la obra de la Editorial Cultura.29 Mi propuesta es que esta publicación corresponde a un episodio de contenido biográfico que puede ser entendido en su calidad de fábula judicial en la medida en que pone en escena una causa que debe ser juzgada, tanto por el mismo autor como -y esto es central- por sus lectores, asumiendo la idea del lector-juez de Nussbaum.
El propio Vicuña Mackenna califica Los Lisperguer y la Quintrala de distintas maneras en diversas partes del texto. En la "Advertencia" del libro lo define como conformado por "relatos históricos y sociales" y concibe su libro como un "ensayo". En el apartado "Oríjenes", utiliza la expresión "presente estudio" e incluso "página", esta última relacionada evidentemente con su publicación en la prensa. Más adelante, el autor define su publicación como "relato histórico" y después enfatiza en que corresponde a una "relación completamente histórica". En la nota de El Ferrocarril del viernes 2 de febrero denomina a su obra como "trabajo".30
Pese a que todas estas definiciones (trabajo, estudio, página, ensayo, relato o relación histórica o social) nos parecen interesantes, llama particularmente la atención una que figura justamente en el subtítulo del libro: la de "episodio".31 Este concepto me parece relevante y, por lo tanto, se hace necesario revisar a qué podría aludir en el contexto de la publicación de esta obra. En el tomo m del Diccionario de Autoridades (1732), episodio es sinónimo de digresión, la que está definida como
[...] vicio de la Eloqüéncia, que alguna vez puede ser artificio o ne-cessidad, y se comete quando un Orador o Historiador sale o se aparta de su principal assunto, para tratar otro. Es voz puramente Latina Digressio. PLATÓN, Eloq. f. 121. Suelense hacer estas digressiones o por alabar o por vituperar, adornar o deleitar. CERV. Quix. tom. 2. cap. 18. Porque no venian bien con el propósito principal de la história: en la qual más tiene su fuerza la verdad que en las frías digresiones.32
En el Diccionario de 1869, publicado ocho años antes de la obra de Vicuña Mackenna, aunque la definición de episodio se sigue vinculando al concepto de digresión, se agrega una idea relacionada con la literatura, referida a una acción secundaria y extraña. En el diccionario de la Real Academia Española (RAE), siguiendo la misma línea, episodio se define como
[...] acción secundaria de un poema épico o dramático, de una novela o de cualquier obra semejante, pero enlazada con la principal para hacerla más varia y deleitable. 2. Cada una de las acciones parciales o partes integrantes de la acción principal. 3. Digresión en obras de otro género o en el discurso. 4. Incidente, suceso enlazado con otros que forman un todo o conjunto.33
Además, el diccionario menciona que, en México, significa "complicar un relato introduciendo incidentes de la imaginación".34
Me parece atractiva la idea de episodio, primero porque el mismo autor califica de este modo su propia obra, y, en segundo lugar, porque ilumina el papel que cumple un texto como Los Lisperguer y la Quintrala y su retrato "histórico y social" de la sociedad colonial. Así, esta publicación es una suerte de digresión que escapa a la línea principal del relato acerca del pasado para narrar solo una acción secundaria, y, por lo tanto, podría ser considerada un vicio de la elocuencia que puede obedecer tanto a la necesidad como al artificio según indica la acepción revisada del siglo XVIII. En dicha definición se afirma, además, que se suelen hacer digresiones para alabar o vituperar, adornar o deleitar, y, como ya revisamos anteriormente, una obra como esta respondería, en parte, a la necesidad de deleitar a un público lector moderno. En las definiciones más recientes, por otra parte, el episodio se acerca al terreno de lo propiamente literario, sobre todo en esa acepción de uso contemporáneo en México en la que se lo vincula a la inserción de "incidentes de la imaginación" en un relato.
La crítica especializada también calificó la categorización textual de la obra de Vicuña Mackenna. La oscilación a la que aluden Jocelyn Holt, Bottinelli y Garabano es su característica más relevante: Los Lisperguery la Quintrala es una obra de difícil clasificación, ya que, por una parte, afirma la legitimidad de sus contenidos en la forma usual como lo hacían los historiadores de dicho periodo, es decir, a partir de documentos entendidos como fuentes; y, por otra parte, ostenta un relato fácilmente equiparable al de una novela.35
Los Lisperguer y la Quintrala es una obra que se adhiere a los principios de la historia analítica narrativa, si tomamos en cuenta la obsesión documental que el autor evidencia a lo largo de la obra. No solo cita documentos coloniales constantemente, sino que autoriza la veracidad de sus asertos a partir de ellos y pretende, como él mismo enuncia, acceder por ese medio a la verdad histórica.36 Pero, por otra parte, esta obra no se limita a la exposición de los contenidos de los documentos en los que se sustenta, sobre todo las cartas del obispo Francisco de Salcedo, sino que les da un sentido, los interpreta y construye una síntesis de dicho periodo a partir de la familia Lisperguer y de Catalina de los Ríos, la Quintrala, convertida en metáfora de la época colonial.
La obra de Vicuña Mackenna también puede ser leída como una novela, entendida como la forma literaria propia de la época burguesa, donde el realismo era inmanente a este género literario.37 Para Kayser:
La novela [moderna, del siglo xviii] es una narración comprometida de un mundo, hecha por un narrador (ficticio) personal a un lector personal en cuanto esta narración es comprendida como experiencia personal. La novela gana en armonía porque ella tiene como estructura portadora bien o una acción, o un espacio (o un cúmulo de ellos), o un personaje.38
Esta definición me parece fácilmente aplicable a Los Lisperguer y la Quintrala, por cuanto existe aquí la construcción ficticia de un autor (como proyección textual del autor real o más bien como función del propio texto) hacia un lector modelo (configurado a partir de los lectores reales de un diario como El Ferrocarril) que se centra en un personaje notable: la Quintrala. Además, parece corresponder a lo que Félix Martínez Bonati denomina ficción ejemplarizante, puesto que es alegórica y se mueve "dentro del marco de los conceptos doctrinales que definen su ejemplaridad, como los de virtudes y vicios [...]. Toda obra cuya enseñanza es aproximadamente formulable en moraleja obedece a un orden de conceptos de gran vigencia y generalidad".39
Asentado ya el carácter híbrido de la obra y su conceptualización como un episodio de carácter ejemplarizante, es tiempo de analizar la estructura interna que la gobierna. Esta no es otra que la de la biografía, específicamente la de carácter criminal, lo que la emparenta de manera directa con la forma en que fue narrada la vida de Catalina de los Ríos Lisperguer en el siglo XVII.
A propósito de la labor de Benjamín Vicuña Mackenna como biógrafo, Andrés Estefane sostiene que "como tantos otros ensayistas del siglo XIX, vio en las historias individuales un repositorio temático inagotable para los objetivos de la pedagogía republicana".40 En su opinión, los diversos perfiles biográficos que redactó "coinciden en la insistencia por la indagación sentimental, expresión de una ansiedad inagotable por encuadrar pasiones humanas y evaluar lo que significaban -como combustible y amenaza- al proyecto de civilización".41
En las páginas de El Ferrocarril, durante el año 1957, se publicó una serie de biografías de chilenos ilustres, por lo que el género tenía presencia probada en la prensa del periodo, como ha verificado la investigación de Marina Alvarado en torno a las biografías publicadas en la sección folletín de la prensa chilena del siglo XIX. Por lo tanto, no estamos enfrentando un tipo de publicación excepcional, ya que posee, de hecho, una conocida trayectoria. Beatriz Gómez Baceiredo, en su estudio en torno a los textos de contenido biográfico publicados en La Ilustración. Periódico universal (publicación española del siglo XIX), les atribuye originalmente una función didáctica,42 al igual que Alvarado, quien sostiene que la función del discurso biográfico fue conformar un repertorio de personajes reconocibles por lo que "este tipo de relato cumpliría la función de ancla social, moral, nacional y cultural".43 Esto ayuda a entender la funcionalidad del texto de Vicuña Mackenna en la línea de lo destacado por Estefane.
Uno de los tópicos más estudiados de Los Lisperguer y la Quintrala y sobre el que existe mayor consenso en la crítica especializada es, justamente, que este episodio ejemplarizante tiene una función didáctica clara vinculada a la construcción de Catalina de los Ríos como una metáfora del periodo colonial que es necesario dejar atrás para conformar una identidad nacional liberal.44 Revisemos entonces cómo Benjamín Vicuña Mackenna construye narrativamente su labor como la de un juez que expondrá y sentenciará junto al pueblo -el público lector, como sosteníamos más arriba- a Catalina de los Ríos Lisperguer, la Quintrala, como una criminal, siguiendo de cerca el relato que sobre ella construyó en la década de 1630 el sexto obispo de Santiago, Francisco de Salcedo.
El ícono cultural: la Quintrala de Vicuña Mackenna
Manuel Vicuña, siguiendo una cita de Marc Bloch, caracteriza a Benjamín Vicuña Mackenna como una especie de juez en los infiernos encargado de condenar o elogiar a los que ya no están, sosteniendo que "descendió a los infiernos del pasado para ejercer como juez póstumo en el tribunal de la historia; sopesó cargos, aportó pruebas y reunió testimonios; condenó y exculpó, discriminando a los héroes de los villanos y aun de los monstruos".45 Más delante sostiene que "Vicuña Mackenna solía comparar la historia con la justicia y al historiador con la figura del juez imparcial resguardado del error por la luz que emana de la evidencia".46 Además, copia un extenso fragmento en el que el propio Benjamín Vicuña Mackenna caracteriza su labor de este modo:
Es preciso que la posteridad ejercite su rol de tribunal, y de absolución o castigo, delante de las pruebas, antes que estas desaparezcan del polvo de los tiempos [...]. Todo esto es preciso al que escribe, no por el mero objeto de escribir, sino por ese alto fin de la reparación histórica y de la justicia contemporánea.47
En el prólogo a La Quintrala y otros malos de adentro, Andrés Estefane destaca, a propósito del texto en torno a la figura de Joaquín Carbacho, que "la narración adopta el tono de un verdadero litigio frente a un tribunal que no es la judicatura sino el pueblo, y la conciencia pública".48
De hecho, el marco que dotará de inteligibilidad la imagen de la Quintrala que construirá Vicuña Mackenna será el del proceso de enjuiciamiento al que someterá a su biografiada. En la primera mención que hace de la Quintrala en el libro -y esto es central-, Vicuña Mackenna la caracteriza como una mujer célebre y temible, como una figura que gracias a su labor investigativa podrá ser conocida "de la cuna al sepulcro".49 De este modo, configura el principal objetivo de su publicación: dar a conocer la trayectoria vital de la Quintrala para que el público pueda juzgarla. En este sentido, la escritura de Los Lisperguer y la Quintrala supone un acto de justicia en el que Vicuña Mackenna se erige como un juez, continuando así ficcionalmente, si se quiere, los juicios del siglo xvii. Esto es fundamental, ya que sentenciará a Catalina de los Ríos como culpable de numerosos crímenes cuyo castigo será la condena de pasar a formar parte de la lista de los más famosos delincuentes del mundo, ejerciendo de este modo una suerte de justicia poética asincrónica pero significativa socialmente: "I asi como sin pasion ni propósito de secta iremos vengando el pasado depurándolo, asi correrá la pluma feliz i casi ufana al trazar las pájinas honrosas de esa estraña raza, jeneratriz de la nuestra".50 Esta venganza no solo descansa en la escritura de Vicuña Mackenna, sino también en la persistencia de su recuerdo. Para el autor, la memoria de las tradiciones de la Quintrala sobrevive en el cuerpo de la servidumbre, en la memoria del pueblo, no en las altas esferas de la sociedad emparentadas con ella. Y, en su opinión, esto es una suerte de venganza por parte de las personas pertenecientes a las clases o castas a las que ella maltrató.51
Por su parte, Jocelyn Holt hace hincapié en este hecho, pues sostiene que "en suma, el mito se propone y cumple con evidenciar y reparar el crimen más odioso de todos, el peor de todos: el de la impunidad, el de la falta de justicia".52
El capítulo VII del libro está dedicado a la muerte de la Quintrala, que ocurrió el 15 de enero de 1665. En este contexto, el autor afirma: "no abriremos nosotros juicio propio sobre esa alma i esa existencia malditas, porque el pueblo la ha juzgado ya, suspendiendo sus demacrados miembros, envueltos en trapos de penitencia, delante de los resplandores siniestros de la condenación perdurable del cristiano".53 Entonces, él no "hará juicio" de ella porque el pueblo ya lo ha hecho colgándola del pelo a las puertas del infierno. En ese sentido, el pueblo la juzga recordando sus crímenes y dejándola en ese limbo; y es el propio Vicuña Mackenna, con su escritura, quien avalará dicha condena.
La portada de esta obra corresponde a una litografía en rojo, blanco y negro que muestra a una mujer suspendida, colgando de su cabello, en la puerta del infierno. Esta imagen remite a una idea popular que sitúa a la Quintrala después de su muerte en este lugar precario que la mantiene siempre a punto de caer, pero sin hacerlo nunca, actualizando la idea de juicio apuntada anteriormente. Existía incluso en el siglo xix una canción popular que comenzaba aludiendo a este hecho. Sus primeros versos cantaban "la Quintrala está del pelo sin bajar ni subir".54
La segunda sección del libro denominada "Oríjenes" es, quizás, el apartado más significativo de la obra. Está fechado el 15 de enero de 1877, y fue con el que Vicuña inauguró la publicación periódica de su texto en El Ferrocarril (que reproduce sin modificaciones en el libro). Dada la importancia que posee, me detendré en su análisis, asumiendo que es en esta introducción en la que el autor explicita el interés y el sentido de su obra, sus motivaciones y su forma de entender tanto al personaje Quintrala como al siglo en el que vivió.
Este apartado comienza de la siguiente manera: "Entre las tradiciones i leyendas de los pasados siglos que ha conservado indelebles la memoria de las jeneraciones, existe una, sombria, terrible, espantosa todavia, i digna por lo mismo de ser investigada i de ser dada a luz".55 A partir de este fragmento, podemos atender a la distinción que hace Vicuña entre la tradición y la leyenda (relacionadas con la oralidad y la memoria), y la investigación y la publicación, entendidas como dar a luz (vinculadas a la escritura). Es en este vértice donde el propio Vicuña Mackenna se situará a sí mismo como el posibilitador del traspaso de la leyenda oral acerca de la Quintrala a la publicación de la supuesta verdad acerca de ella. Interesante en este contexto es una nota de una publicación posterior en la que Vicuña Mackenna afirma:
Respecto de la tradición, popular también, de hallarse hasta el presente la cruel Quintrala suspendida de un cabello á la puerta del infierno, recordámosla aquí solo para decir que fue esa hebra el único dato inductivo que hace seis años tuvimos, para desenterrar la horrible y complicada historia de aquella mujer perversa, por habernos sido contada semejante patraña, hija del miedo y del castigo, por una sirviente antigua cuando, eramos muy niños.56
Este elemento ha sido analizado por la crítica. Al respecto, Rosa Sarabia afirma que "el texto de Vicuña Mackenna es fundante en tanto y en cuanto le da autoridad escrita a los elementos de la transmisión oral y legendaria".57 Natalia Cisternas, a su vez, sostiene que "La 'Verdad' sobre Catalina de los Ríos será emitida por este texto [el de Vicuña Mackenna]. La letra impresa instala un registro único que excluye a todos aquellos discursos que hasta ese momento se han configurado a partir de la oralidad".58 Por último, para Sandra Garabano, "el texto de Vicuña constituye la primera versión escrita de la leyenda popular y el autor así lo reconoce en su texto".59
Pese a las referencias anteriores y a lo que el propio Vicuña Mackenna afirma, sería importante destacar en este punto que pese a que él mismo basa su trabajo en narraciones escritas antes de la suya (y no solo en las que denomina tradiciones y leyendas), estas no constituyen para él fijaciones narrativas significativas acerca de la vida de la Quintrala, sino que las asume como meras fuentes documentales de las cuales puede extraer información verdadera acerca del personaje.
Hay que señalar que la idea de que ningún historiador o cronista había escrito acerca de Catalina de los Ríos antes que Vicuña Mackenna es falsa. Crescente Errázuriz, dos años antes que Vicuña Mackenna, había publicado, en la sección literaria del periódico El Estandarte Católico, un artículo denominado "Primeros actos y primeras luchas de un obispo batallador", en el que daba cuenta de la familia Lisperguer en general y de Catalina de los Ríos en particular. Además, ya en 1871, en su libro Precursores de la independencia de Chile,60 Miguel Luis Amunátegui había escrito acerca de Catalina de los Ríos como ejemplo de malos tratamientos a los indios de encomienda, transcribiendo parte de un acuerdo de la Audiencia de 1660.61 Pese a estos antecedentes, la idea de Vicuña Mackenna de estar escribiendo por primera vez acerca de la Quintrala se repite más adelante: "vamos hoy a contar por primera vez a los chilenos i especialmente a los santiaguinos, con la austera verdad de los archivos, [los días de la vida de la Quintrala]".62
El apartado termina citando las principales fuentes documentales en las que Vicuña Mackenna basará su investigación. En este punto, alude a los "oríjenes de esta relacion completamente histórica i justificada hasta en sus mas lijeros detalles".63 De esta manera, hacia el final del texto, sabemos que su nombre, el nombre del apartado, obedece a que los "oríjenes" que posibilitan su trabajo están vinculados al acceso que tuvo a dichos papeles. Entre ellos, destacamos los que están marcados con el número xi, los "papeles inéditos del obispo Salcedo, en posesion del señor don Crescente Errázuriz",64 por parecernos las narrativas con mayor y más central presencia en la línea argumentativa que desarrolla Vicuña Mackenna en su texto.
Aunque el autor no precisa en este apartado cuáles son estos "papeles inéditos", al final del libro, en el apéndice que lo acompaña incluye la transcripción de dos textos: en primer lugar, el fragmento de una carta fechada el 16 de mayo de 1633, dirigida al fiscal del Consejo de Indias, donde denuncia el intento de asesinato del cura Banegas en la Ligua por mandato de Catalina de los Ríos y su marido Alonso Carvajal, y la impunidad en que ha quedado el crimen debido a la vinculación de los acusados con las autoridades locales.
En segundo lugar, transcribe un documento escrito por el obispo acerca de Catalina de los Ríos que circula hasta la actualidad:65 una carta escrita por él, fechada el 10 de abril de 1634. No sabemos a qué otros documentos tuvo acceso Vicuña Mackenna; sin embargo, después del análisis de una serie de expedientes producidos en torno a los crímenes de Catalina de los Ríos Lisperguer (precisados en la nota 9), es fácil suponer que los traslados de las causas que se abrieron para juzgarla fueron enviados junto a estas cartas a España y que, en general, denuncian la impunidad que gozó Catalina de los Ríos por el intento de asesinato del cura Banegas. Es importante entenderlos entonces como lo que fueron: parte de dichos expedientes judiciales que abrió Francisco de Salcedo en contra de Catalina de los Ríos.
En esta carta, Francisco de Salcedo comienza informando una serie de crímenes cometidos no solo por Catalina de los Ríos, sino también por su madre, llamada igualmente Catalina, y su abuela, María de Encío. De hecho, las referencias a los crímenes cometidos por las antepasadas de Catalina son la introducción de esta carta del obispo: "El origen desta señora Doña Catalina Flores por p[ar]te / de padre fue q[ue] de dos mugeres que trajo el governador / Valdivia por mancebas primer conquistador deste r[ei]no / fue la una dellas Maria de Encio aguela desta señora".66
En el fragmento anterior vemos cómo antes de escribir acerca "desta señora Doña Catalina que oy vive y de quien tratamos", el autor se detiene en algunas de sus antepasadas con el objetivo de construir el relato de una familia caracterizada por la calidad criminal de sus miembros femeninos.67
Luego pasa a enumerar una serie de acusaciones en contra de Catalina de los Ríos que por su relevancia cito in extenso:
Esta Doña Catalina de q[uie]n se trata al presente / mato a su padre con veneno que le dio en un pollo estando enfermo Pidiole la muerte en esta Audiencia / una hermana de su Padre que oy vive = Tambien mato / un caballero del havito de Sant Juan pocos años ha / embiandolo a llamar con un villete en que le decia con / engañosos halagos le em-biaba a llamar para tener / maltrato con el aquella noche de cuia muerte / conocieron en esta Audiencia i para moderar la / atrocidad con q[ue] le mataron persuadieron a un negro esclavo suio dijesse que el lo havia muerto i se condenase que / darian traca para librarlo muerieron las personas q[ue] le / podian valer i assi ahorcaron al negro por haberse / condenado el mismo i a ella la penaron en pena pecunaria solamente por haverle valido el favor de / Don Blas de Torres Altamirano oidor de Lima que esta / casado con su hermana i como cuñado suio la favorecio con los oydores desta Audiencia y assi en nada/ hicieron justicia mas de en ahorcar al pobre negro que no / tenia culpa = quiso matar por su persona a don J[uan] / de la Fuente maestre escuela de esta Sancta Yglessia i vicario general deste obispado corriendolo con un / cuchillo porq[ue] procuraba impedir sus libiandades = Es / muger cruel i en la parte donde asiste ha hecho muchas crueldades en su servicio y domesticos que si se / averiguassen hallarian muchoss delictos cometidos / i se alaba de que se ha de salir con todo porq[ue] tiene dineros y los oidores son sus amigos sin el q[ue] ultimam[en]te / cometio en mandar matar al cura i vicario de sus / pueblos como constara de la informacion que se le / ha hecho Sanctiago de Chile Abril 10 de 1634 / El Ob[is]po de Santiago de Chile.68
Es esta última acusación, la de ser la autora intelectual del intento de asesinato de Luis Banegas, la que impulsará al obispo a denunciar la totalidad de sus crímenes, ya que, como afirma en la carta, ella actúa con impunidad por su relación con los oidores de la Real Audiencia. En las cartas transcritas por Vicuña Mackenna y en las causas a las que remiten, vemos cómo la lucha del obispo se erige justamente contra la impunidad de la que goza Catalina de los Ríos, pero, en general, contra la complicidad de las autoridades locales con las familias poderosas del reino, por cuanto las pugnas entre las autoridades eclesiásticas y las civiles parecen teñir las prácticas de dicho periodo.69 Por otra parte, lo que construye en concreto el relato del obispo en esta carta es un listado de los crímenes cometidos por la Quintrala, un relato biográfico que solo se detiene en los crímenes cometidos por ella y sus antepasadas, construyendo así una biografía que emerge en el contexto de expedientes judiciales que la acusan, por lo que ostenta a todas luces la calidad de criminal. Es esta escritura en la que se basará Vicuña Mackenna para construir su relato, que parece desarrollar y extender cada uno de los puntos tratados por el obispo, continuando la relación de la biografía criminal de esta mujer e invitando al público lector, como antaño hiciera el obispo con las autoridades de la Real Audiencia y el Consejo de Indias, a juzgar su culpabilidad.
Siete años después de la aparición del libro Los Lisperguer y la Quintrala, el propio Benjamín Vicuña Mackenna publicó en el primer número de la Revista de Artes y Letras un artículo denominado "El último de los cuarenta asesinatos de doña Catalina de los Ríos", subtitulado "Relación escrita sobre documentos enteramente inéditos",70 en el que alude a la existencia de un juicio conservado en el Archivo Nacional de Chile que lleva por nombre "Asesinatos, malos tratamientos y graves excesos cometidos por Doña Catalina de los Ríos, Quintrala, en los indios de su encomienda", fechado en 1664.71 Cabe destacar la relevancia de esta publicación, dado que por primera vez Vicuña Mackenna accede a la documentación que parece probar el carácter criminal y la culpabilidad de Catalina de los Ríos frente a una acusación judicial.
El juicio versa sobre el desentierro del cadáver de Micaela, una mulata asesinada por Catalina de los Ríos, que le pertenecía a un familiar suyo. Pese a que su culpabilidad fue probada, el abogado de Catalina respondió sumariamente, acogiéndose a estrategias como recusación de jueces, tacha de testigos, prescripción de crímenes imputados y al indulto real por el nacimiento del príncipe que sería Felipe IV. De este modo, el abogado tuvo razón contra la justicia, en palabras de Vicuña Mackenna, igual que en los casos anteriores. El proceso llegó hasta la providencia de ratificación de los testigos, según el auto expedido por la Real Audiencia el 8 de octubre de 1664, donde finaliza. Existe información suficiente para aseverar que esto se debió, en parte, a la ayuda que le prestó a la encomendera el gobernador de Chile, Francisco de Meneses, como se lee en el cargo 133 de su juicio de residencia.72
El 15 de enero de 1665, seis meses después del asesinato de Micaela, Catalina de los Ríos Lisperguer murió
[...] sin que valieran á su indulgencia las veinte mil misas que dejó ordenado se dijeran a favor de su alma réproba, porque en el fallo sin apelación del pueblo y de las jeneraciones, doña Catalina de los Rios vive todavía y vivirá eternamente suspendida por un cabello á las puertas del infierno.73
Esta imagen corresponde a la idea que construye el autor acerca de que su investigación posibilita que el pueblo no solo conozca los crímenes de la Quintrala, sino que pueda juzgarlos. Y en la cita copiada vemos cómo, para el autor, la sentencia del pueblo es la que tiene a Catalina de los Ríos colgada por la eternidad a las puertas del infierno.
Palabras de cierre
Podemos concluir que Benjamín Vicuña Mackenna publicó un episodio ejemplarizante que tiene por protagonista a Catalina de los Ríos Lisperguer, haciéndose cargo de una tradición textual existente y exitosa, la de las publicaciones en la prensa periódica de contenido biográfico, estructurándola al modo de una fábula judicial, es decir, invitando a sus lectores y lectoras a juzgar, junto a él, a la biografiada, con un claro fin moralizante vinculado a la idea de la superación del periodo colonial cuya metáfora sería la Quintrala.
Si bien la versión del ícono cultural de la Quintrala que construye Benjamín Vicuña Mackenna no corresponde a su primera versión escrita (ya que esta, sin lugar a duda, es la que redactó el obispo Francisco de Salcedo en siglo XVII), resulta fundamental en la cadena de sus reescrituras, debido a que actualiza la figura del lector-juez de la tradición narrativa en la que basa su relato. Además, también abrirá la posibilidad de entender que, a través de su publicación, es decir, de la masificación del conocimiento acerca de los crímenes cometidos por Catalina de los Ríos, esta va a poder ser juzgada por sus lectores y las futuras generaciones. En este sentido, su labor de escritor lo sitúa en un lugar de mediación y va a ostentar esta posición hasta la actualidad, pues su versión del ícono se va a erigir como la primera versión y la más significativa de la vida y de los crímenes de la Quintrala, invisibilizando de esta forma tanto la documentación antigua que sobre ella se escribió, como las publicaciones de sus contemporáneos. En definitiva, Vicuña Mackenna propone su publicación como una causa judicial que permitirá que el pueblo juzgue a la Quintrala como la criminal que es. Y esta idea de justicia poética prevalecerá en diversas obras que actualizan la vida de la rica encomendera.