Introducción: Estudiar una memoria “banal”
Por décadas, un orden de lo violento ha estado presente en Colombia y, con él, una constante necesidad de comprenderlo. Después de más de sesenta años de guerra y de la firma de un acuerdo de paz con la guerrilla más grande y antigua del país, múltiples sectores como organizaciones de la sociedad civil, la academia e instancias gubernamentales han creado importantes esfuerzos por comprender los efectos, causas y trayectorias de la característica más estructural del siglo XX.1
Una de las preguntas que llama la atención en este constante trabajo de entender el pasado violento en Colombia es cómo se comprende la guerra por parte de aquellos quienes actúan como parte de los grupos armados que se enfrentan. Específicamente, parece relevante descifrar cómo se ha construido en el Ejército o la Armada colombianas una noción sobre la guerra; sobre quién es el enemigo que se combate y a través de qué mecanismos circulan estos sentidos. En esta ecuación compleja de entender el pasado, las Fuerzas Armadas han estado poco presentes en los estudios académicos no militares,2 dejando de lado la pregunta por cómo se construyen dentro de uno de los actores principales los sentidos sobre qué y a quién se combate.3
Parte del proceso de reconciliación que propone el Acuerdo de Paz es la articulación entre el reconocimiento de lo sucedido durante el conflicto armado, la implementación de un sistema de justicia transicional y la reparación a las víctimas.4 En este proceso, uno de los conflictos evidentes ha sido el de vincular una versión sobre el pasado violento con miembros de las Fuerzas Armadas. Algunos factores que evidencian esta tensión son la prevención que se tiene en las instituciones castrenses frente a la justicia transicional, las diferencias en la forma de entender roles de los actores en el conflicto y la propia manera de construir versiones sobre el pasado.5 En medio de esta tensión, desde el año 2012 las Fuerzas Armadas iniciaron un proceso de alfabetización alrededor de la memoria histórica, evidente en la profesionalización de sus miembros, creación de dependencias específicas y la construcción de un nuevo museo y exposiciones.
Para comprender esta tensión, y teniendo en cuenta la poca investigación académica sobre los procesos de memoria de las Fuerzas Militares desde una perspectiva civil, se hace necesario comprender cómo se construye al interior de estos grupos el pasado, es decir, sus hitos como institución. Algunos trabajos sugieren que la participación colombiana en la Guerra de Corea generó en el sector castrense una “reorientación contrainsurgente”6 que permaneció por décadas a lo largo del siglo XX funcionando como una especie de “inercia doctrinal”.7 En este sentido, para comprender el rol y tomas de posición de las Fuerzas Militares en el campo de la memoria histórica es indispensable identificar cómo se ha construido este hito que ha definido su posición social.
El presente artículo analiza cómo se construyeron memorias sobre la participación de Colombia en la Guerra de Corea como el hito contrainsurgente dentro de las Fuerzas Militares. Específicamente, se analiza la construcción de memoria en uno de los escenarios de socialización como son los museos castrenses;8 problematizando cuáles son las narrativas que se construyen sobre esta guerra contra el comunismo y qué papel buscan tener al interior de las instituciones militares como una posibilidad de cuestionar los procesos de adoctrinamiento nacionalista en el país y cómo se relacionan con otras visiones del pasado desde la experiencia individual.
Memorias y museos militares
Como en toda institución total,9 en las Fuerzas Militares colombianas prevalece un hermetismo frente actores que no pertenecen al sector castrense. La construcción y acceso a los archivos militares es un indicador de cómo en su interior prevalece una fuerte tendencia a lo endogámico,10 que evidencia las formas cómo se erige su propia visión de grupo y cómo en ella se identifica una relación específica entre poder-saber.11
En este hermetismo existe un lugar donde lo militar se abre a un público más amplio. El museo castrense o militar puede considerarse como un lugar “privilegiado” para observar una institución cerrada. En el museo como lugar donde confluye la creación de un sentido sobre la institución a partir de una versión del pasado, se condensa un proceso de objetivación del grupo o institucionalización ya que “el grupo existe cuando es objetivado en cosas o ‘casi’ cosas como los nombres, las siglas, los sellos, las firmas, el derecho, por supuesto; o en cuerpos”.12
Como institución del Estado-nación, el museo militar está alineado con la función del museo público, es decir, movilizar una representación del pasado que promueva una visión de ciudadanía.13 Por un lado, el museo tendría como función fomentar el espíritu de cuerpo en los grupos castrenses, creando sus propios recuerdos para “luchar con mayor eficacia”14 y por otro, legitimar el mantenimiento de la fuerza física del Estado creando una idea de comunidad imaginada.15
Como todo museo público, el castrense está situado en redes de poder como la relación entre élites políticas y militares. Cuando entre estas hay una relación fluida, sectores del gobierno pueden articular como estrategia de gubernamentabilidad, distintos mecanismos pedagógicos de la esfera militar como desfiles, conmemoraciones o los museos. Como resultado, los museos militares pueden hacer parte de un complejo exhibitorio que legitime un régimen político, por lo que las memorias que movilizan son objeto constante de una mediación cultural y política.16
No obstante, las memorias dentro de los museos castrenses no son reflejo de todos sus miembros. La construcción de la memoria social no es ajena a las dinámicas de poder de las colectividades que las crean.17 Así, el museo militar moviliza una presunta memoria grupal que vale la pena contrastar con otras versiones de ese pasado como las memorias individuales, movilizadas a través de testimonios. Estos dependen de las condiciones de su enunciación18 y escucha19 en donde la subjetividad refleja el cruce entre las memorias individuales y colectivas.20
En consecuencia, las memorias sociales requieren ser observadas como prácticas21 que evidencian formas en las que actores movilizan narrativas sobre el pasado. Como prácticas, las memorias militares no solo dan cuenta de formas de interacción entre sus miembros, sino que también contienen una alta carga discursiva.
Así, las memorias exhibidas en los museos han sido construidas con la intencionalidad explícita de comunicar.22 Por ello, una etnografía de los procesos discursivos busca dar cuenta de cuál es la lógica inherente a su exhibición y no, por ejemplo, su precisión histórica. Como resultado, se busca identificar un sentido de lo narrado teniendo en cuenta que estas narraciones no son predecibles, totalmente coherentes y que pueden contener fracturas.
Así, la observación de las prácticas de memoria sobre la Guerra de Corea en los museos Militar y Naval partió del concepto políticas de exhibición entendido como el conjunto de prácticas que permiten entrever los procesos políticos, contextos, subjetividades, mecanismos de poder, contradicciones y azares que generalmente quedan ocultos en las exhibiciones.23 Se buscó identificar las relaciones entre los regímenes de verdad que operan en las exhibiciones y su función en los actores que las movilizan.24
En este sentido, la observación etnográfica de la exhibición supera un análisis exclusivamente narratológico, considerando el contexto, las relaciones político-militares25 y la museografía, como parte del discurso. Generalmente, en los museos castrenses se privilegia un sentido “positivo” de los hechos a partir de montajes celebratorios y sanitizados26 que fortalecen una idea de victoria o que ocultan sentidos sobre los objetos, legitimando regímenes de nacionalidad basados en nociones sobre la guerra, el enemigo o la violencia.
Así, en los museos castrenses, la construcción de lo nacional puede adoptar la forma de un nacionalismo “banal”.27 Es decir, movilizando acciones que diariamente refuerzan el sentido de comunidad imaginada, a diferencia de un nacionalismo “activo” como la celebración de fiestas patrias. En este sentido, la permanencia pasiva o aparente invisibilidad del museo castrense permite acercarse a los adoctrinamientos nacionalistas más sutiles y menos perceptibles.
En Colombia, los estudios académicos sobre la relación entre museos y nacionalismos son pocos pero muy fecundos. 28 Cada vez más se estudian procesos de memorias en museos nacionales y regionales; sin embargo, son pocos los trabajos que problematicen las memorias militares en los museos, quedando parcializado un análisis relacional de lo museal en el país.29 Como resultado, existe un vacío académico sobre la relación entre las memorias que circulan en ámbitos sociales y gubernamentales con aquellas desde y sobre lo militar, cuáles son sus tensiones, mecanismos discursivos y qué implica su distanciamiento en la construcción del pasado violento en el país.
La prolífica producción académica sobre memoria en el Cono Sur ha permitido identificar cómo, por ejemplo, en Chile las memorias sobre la dictadura incluyen “memorias heroicas” con una significativa base social, que legitiman el orden militar de Pinochet como el “costo” para la “salvación” del país,30 o cómo una guerra internacional, como la de Guerra de Malvinas, permitió la construcción en Argentina de un ideal nacionalista fundado en la familia y la juventud.31
Así, vale la pena pensar qué discursos circulan al interior de las Fuerzas Militares en Colombia, cuál es el papel que se le otorga al anticomunismo en su relato del pasado, cómo fueron creados y actualizados sus hitos y qué fracturas y exclusiones movilizan banalmente, sin obviar las tensiones en que se desenvuelven sus instituciones como una forma de complejizar la mirada sobre las formas de concebir el pasado violento en Colombia.
Lo militar y lo político, tensiones en medio siglo de violencia
Desde la década del sesenta la doctrina anticomunista de los Estados Unidos (EE.UU) tuvo influencia en Argentina, Chile, Uruguay y Brasil donde se consolidaron regímenes militares sustentados en el “enemigo interno” concebido como la amenaza comunista. Este clima regional tuvo un impacto en la concepción de las Fuerzas Armadas en Colombia a pesar de que, a diferencia de los países enunciados, “nunca llegó a consolidarse de facto un golpe de estado que permitiera a los militares un acceso al poder y con él la aplicación institucional de la Doctrina de Seguridad Nacional”.32 No obstante, dicha doctrina sí influenció a los cuerpos castrenses en medio de lo que caracterizaría al caso colombiano: una tensión constante entre la [61] subordinación política de sus funciones y su autonomía militar.33
Esta tensión surgió al final del régimen militar de Rojas Pinilla (1953-1957) cuando se estableció el pacto entre élites del partido Liberal y Conservador conocido como Frente Nacional. Según Leal, Pizarro y Blair, las élites políticas separaron la función de las Fuerzas Militares de la política nacional como una estrategia de concentración del poder. Como consecuencia, su labor quedó destinada al “orden público” visto como un asunto militar y separado de cualquier debate político.34
A inicios de 1960, el incremento de grupos guerrilleros revolucionarios promovió dentro del Ejército un cuestionamiento de su doctrina militar. Este cambio se sustentó en la participación en la Guerra de Corea, ya que alineó al país y a EE.UU frente a un enemigo comunista.35 Inspirado en la doctrina estadounidense, una parte del sector militar en Colombia interpretó el contexto local creando su propia visión de la violencia en el país. En consecuencia, las acciones de contrainsurgencia llevadas a cabo en operaciones en contra de la guerrilla se concibieron como combates militares: “se asumió, así como problema militar lo que era un problema político -el guerrillero-”.36
Fuerzas Militares “anti deliberantes”
Durante la década de los setenta, con el fortalecimiento de guerrillas revolucionarias y urbanas, el narcotráfico y la protesta social,37 las élites políticas legitimaron el aumento de las funciones de las Fuerzas Armadas a otras esferas de la sociedad civil. Este proceso de militarización otorgó poder de acción a la Fuerza Pública en sectores como las aduanas,38 defensa civil y el sistema carcelario, teniendo su máxima expresión en la década siguiente. En este contexto se fortaleció al interior de las Fuerzas Armadas un discurso sobre su carácter anti deliberante y constitucional.39 Sin embargo, tal postura sería relativa debido al uso recurrente del Estado de Sitio que extralimitó las facultades de los militares de manera constante entre 1958-1978.40 Como resultado, en los años setenta, se fortaleció una noción de “orden público” que giró en torno a la guerrilla especialmente urbana y a la represión de la protesta social. En 1976 se promulgó el Estatuto de Seguridad siendo jurídicamente “la legislación más próxima a los regímenes de Seguridad Nacional”41 hasta su derrocamiento en 1982. Durante este período, la guerra en las ciudades y el campo estuvo caracterizada por una represión por parte de las Fuerzas Militares.42 Para los años ochenta, la Fuerza Pública logró una autonomía militar significativa lo que condujo a que los problemas de “orden público” si bien eran demarcados por la élite gubernamental fueran ejecutados operativamente por los militares.
En este clima nacional inició el proyecto del Museo Militar de Colombia durante la presidencia de Julio Cesar Turbay Ayala (1978-1982), el cual fue inaugurado en Bogotá en 1982. Así mismo, el Museo Naval del Caribe fue fundado en Cartagena en 1988 por miembros de la Armada nacional. La creación de los museos que incluían las salas de Corea desde su apertura bien podría entenderse como una estrategia de formación del espíritu de cuerpo al interior de las Fuerzas Militares.43
A pesar de que en la presidencia de Betancour (1982-1986), inició un proceso de paz y amnistía con las guerrillas, el crecimiento de grupos paramilitares y la presión de sectores económicos y de una facción de las Fuerzas Militares hizo difícil la creación de un discurso sobre la paz. La ausencia de reformas sociales y el retorno de la guerrilla al combate hicieron inviable la propuesta y facilitó según Leal, una actitud guerrerista dentro de las Fuerzas Armadas surgida desde los años sesenta.44
Según Leal, durante la segunda mitad del siglo XX e iniciando el XXI, la doctrina militar creada en la versión colombiana había sido un obstáculo para la construcción de la paz.45 Esta “sobre ideologización militar” donde [63] continuaban formas de concebir el conflicto interno basados en el anticomunismo había permanecido a pesar de la caída de la Unión Soviética, los procesos de transición a la democracia y el posicionamiento de los Derechos Humanos. En este sentido ¿cómo se han creado y actualizan las formas de concebir el rol de las Fuerzas Militares?
Narrando la participación colombiana en la Guerra de Corea
El Museo Militar de Colombia
Con su fundación en 1982, se amplió la función pedagógica del antiguo Museo de Armas del Ejército, institución predecesora del proyecto. El nuevo Museo Militar ya no solo tenía como misión “ver objetivamente la evolución de los materiales de guerra”,46 también se inscribía como institución en la defensa de un orden político.
Así, la misión del museo describe cómo “a través de la labor de las Fuerzas Militares, su armamento y elementos de dotación, se exhiben elementos relacionados con la independencia, la historia y desarrollo de las Fuerzas Militares y su aporte a la conservación de la democracia”.47 El énfasis en “la conservación de la democracia” revela el propio contexto de su fundación, el cual, se tergiversa declarando al museo como partícipe de la construcción de ese orden a pesar de la separación entre la esfera militar y política descrita anteriormente.
Desde su origen, el museo dispuso de objetos pertenecientes a miembros de altos rangos militares provenientes de la Escuela Militar de Cadetes José María Córdova como la colección sobre la Guerra de Corea del general Álvaro Valencia Tovar. 48 Así, las políticas de exhibición que incluyen el origen de las colecciones, escritura de textos curatoriales y montajes museográficos fueron establecidas por los altos mandos.49
El Museo Naval del Caribe
A diferencia del Museo Militar, esta institución se plantea como un museo histórico desde una perspectiva de las Fuerzas Militares sin hacer explícita su defensa a la democracia. Este interés se ratifica cuando el museo, creado en 1988, se describe como “una entidad cultural y educativa cuyo objeto es difundir la historia marítima del país, a través de su colección permanente y de sus programas y servicios”.50 Como en el museo Militar, el origen de la colección, investigación y curaduría de las primeras salas, incluida la de Corea, fue responsabilidad del Vicealmirante Eduardo Wills Olaya, teniente de navío de la Armada en la Guerra de Corea y su renovación en 2008, del trabajo entre las directivas militares y un curador con formación no militar (Anexo 1).
Las diferencias a nivel organizativo y misional entre los dos museos reflejan una característica del sector militar en Colombia y es su fragmentación interna. El Museo Naval y el Militar no son instituciones dirigidas por directrices comunes. Según Pizarro, esta particularidad caracteriza a las Fuerzas Armadas en Colombia durante el siglo XX e inicios del XXI y se debe en parte por el propio carácter del conflicto interno.51 El Ejército quedó designado a contrarrestar a grupos guerrilleros y paramilitares dispersos en el país y la Armada a controlar las rutas por las que salían drogas e insumos para los grupos armados.
Estas diferencias permiten comprender las diferentes políticas de exhibición52 que orientan las narrativas sobre Colombia en la Guerra de Corea y cómo este hito organiza discursivamente el pasado para situar a cada institución y su público en el presente.53
Una guerra por la paz y la democracia
En Bogotá en la “Sala Corea” del Museo Militar,54 en una escena que bien podría describir Billig como de nacionalismo banal, se ubican cuidadosamente ordenadas las dieciocho banderas de los países que se unieron como parte de las Naciones Unidas (un) en la Guerra de Corea. El montaje titulado bajo el rótulo “Países Aliados” ordena selectivamente a los participantes dentro del primer enfrentamiento de la Guerra Fría. A través de una pantalla que despliega una descripción de cada país y el himno de sus Fuerzas Armadas, se acompañan las banderas ordenadas en tres pequeñas repisas, creando una narrativa patriótica que exalta los símbolos de los países participantes.
Ordenado de esta manera, el montaje insiste en considerar que los participantes en la contienda más que países, eran un bloque bajo las un, organismo multilateral asociado con la pacificación de los pueblos. Puesto en escena como parte de un conjunto “legítimo” a favor de la paz, quedan invisibilizadas en la exhibición las jerarquías internas de la organización como el papel diferencial que EE.UU tuvo en la contienda, al ser quien lideró el Comando de Seguridad de las un e inclusive el papel paradójico del propio organismo internacional quien apoyó la primera guerra internacional después de la Segunda Guerra Mundial.
En el Museo Naval, la exhibición de la Guerra de Corea describe las causas de la contienda a través de un panel que el propio curador describe como “un libro abierto”.55 En el panel “Las razones de conflicto” se describe a partir de un discurso historiográfico tradicional de la Guerra Fría,56 que el origen de la confrontación coreana fue producto del “error” cometido por los líderes de las potencias mundiales enfrentadas al dejar a Corea “por fuera de los intereses defensivos de EE.UU”. Visto como “el error que costó una guerra”, la narrativa museal legitima la intervención de países aliados bajo las un en la península coreana.
La forma en la que la curaduría del Museo Naval ordena “los hechos” crea una causalidad para explicar el ingreso de Colombia en la contienda, como resultado de la alineación del país suramericano con los EE.UU. Vista como una decisión exclusiva de política exterior, la argumentación impide debatir, como propone Blair, quela participación en Corea fue una oportunidad para que el gobierno utilizara internamente esta confrontación internacional asociando a los liberales (colombianos) con comunismo57 que, dentro de la dinámica de relaciones exteriores del momento, el gobierno estadounidense viera con preocupación la insistencia en enviar tantos militares Liberales a Corea,58 o el considerar la propia fragmentación del Partido Conservador en ese momento.59
Como resultado, el contexto político y social de la participación colombiana en la guerra, más allá de la política exterior, es silenciado dentro del museo ya que, como lo narra el propio curador,
era una cosa como política, porque realmente estábamos en la olla. Los problemas sociales no los estamos planteando porque es que nosotros estamos con la historia de la Armada y entonces ya nos meteríamos en otra. O sea, quedaría como que Colombia no debió ir a eso. Así de sencillo.60
En síntesis, tanto en la “Sala Corea” como en “la Galería Naval”, el ingreso de Colombia en la guerra se construye a partir de una narrativa apolítica. En el Museo Naval, la operación narrativa se realiza desde una descripción que hace énfasis en las causalidades externas de la confrontación como un asunto de política exterior. En el Museo Militar, el silencio sobre las condiciones políticas locales es total privilegiando una narrativa patriótica como legitimación del país dentro de las UN.
Así, bajo el manto de la legitimidad de la institución trasnacional y de la política exterior, declarar la Guerra de Corea como un enfrentamiento al mando de las un justifica el papel de la Armada y el Ejército colombiano en una guerra ajena en la que ningún país latinoamericano participó. Como primera actuación del país en un conflicto internacional, la Guerra de Corea fortalece internamente la creación de un hito dentro de las Fuerzas Militares como institución democrática. Paradójicamente, el hecho de que Corea fuera una guerra en contra de guerrillas comunistas automáticamente politiza al Ejército y la Armada, en la medida en que organiza su accionar en contra de cualquier opción política diferente a la defendida en la península asiática.
¿Quién es el enemigo?
Tras un despliegue de tecnología bélica a partir de réplicas de las fragatas Almirante Padilla, Tono y Brión, la narrativa curatorial del Museo Naval describe al enemigo en Corea como aquel que atentaba contra la democracia. En el panel “Las razones del conflicto”, Corea del Norte, la URSS y China son descritos como los representantes de un orden político peligroso y violento. En consecuencia, el museo enfatiza en que fue el enemigo “comunista” quien invadió el paralelo 38° iniciando así la confrontación.
Esta construcción amigo-enemigo homónima a la dupla comunismo-democracia impide ver las diferencias internas que ya había en Corea del Sur antes de la guerra,61 así como el contexto interno de violencia y polarización en Colombia.62 Apoyada en el discurso historiográfico tradicional la curaduría construye, a través de una estrategia narrativa de deshumanización, el bando contrario. En esta lógica binaria, el enemigo es un individuo inmoral, sin patria y sin ideas. “Los comunistas” son un grupo homogéneo donde batallones de diferentes naciones son un mismo organismo. Como resultado, en el Museo Naval el efecto de polarización es total. Paradójicamente, como relatan varios testimonios de veteranos muchos de ellos no sabían cuáles eran las causas del conflicto ni se inscribían como anticomunistas.63 En consecuencia, cuando se describe al contrincante de la Guerra de Corea se realiza una práctica narrativa de cosificación que fortalece una visión del enemigo como antítesis del hombre ejemplar de la institución castrense.
Esta operación de cosificación también es realizada en el Museo Militar. Así, los ejércitos de Corea del Norte y China son descritos como “posiciones” o “fuerzas dislocadas”, lo que impide considerar sus diferencias en el campo de batalla y contextos políticos.64 Esta es una de las características principales en la construcción del enemigo en ambos museos y es despojar de agencia política la acción del contrincante.
Adicionalmente, en el Museo Militar la acción del enemigo se enmarca como práctica inmoral. Esta operación narrativa se ejemplifica en la exposición de la operación Bárbula, donde se narra cómo soldados chinos utilizaron cadáveres para introducir minas y regresarlos como armas al campo de batalla. El énfasis en estas acciones refuerza la forma cómo se contruye al contrincante como aquel ser inmoral, que supera los “límites” aceptados dentro de la guerra, al reutilizar un cadáver como un arma, fortaleciendo una visión del enemigo a partir de su deshumanización. Nuevamente, esta construcción contrasta con los testimonios de los veteranos quienes describen al enemigo desde sus rasgos más humanos como su comida o vestimenta.65
A pesar de que la Guerra de Corea fue sobre todo política,66 la estrategia narrativa del enemigo elimina las motivaciones políticas del adversario polarizándolo a partir de la construcción de un ideal de institución militar que jerarquiza las virtudes individuales sobre las condiciones sociales o políticas en las que se desenvuelven sus miembros, caracterizados como héroes de guerra.
¿Quiénes son los héroes?
En el Museo Militar, abrumadas por el brillo y color de medallas, insignias y condecoraciones, sobresalen tres cédulas que destacan las confrontaciones del Batallón Colombia. En una expresión de lo que Scott denomina un montaje celebratorio destaca la batalla “Nómada”, una de las primeras operaciones que realizó con buenos resultados el Batallón Colombia en Corea en octubre de 1951.67
El texto curatorial tiene como función destacar las figuras de la contienda a partir de los heridos y muertos en combate, cuya representación sigue cuidadosamente la jerarquía militar. Si bien la mayoría de los caídos y heridos son soldados, los nombres notorios son de aquellos que por su puesto de mando lideraban las operaciones como el sargento Segundo Daniel Hurtado o el cabo Helio de Jesús Ramos.
Así, los héroes de Corea son altos mandos que pusieron su vida en riesgo en el campo de batalla. Como premio son condecorados ya que las descripciones de las batallas coinciden con el despliegue expositivo de medallas e insinias. Como consecuencia, en el Museo Militar los ídolos de Corea son aquellos que han logrado escalar obedientemente dentro de la institución y en este sentido, su sacrificio vale la pena como una forma de ascender dentro de la carrera militar.
En esta narrativa los héroes sobresalen porque son hombres que encarnan un tipo de masculinidad. En la descripción de Old Baldy, en la batalla que más muertes generó para el ejército colombiano68 se destaca cómo el batallón estuvo, a pesar de las bajas, “combatiendo fieramente”, resaltando así la valentía y resistencia de sus miembros. Paradójicamente, Old Baldy fue la operación que más traumas causó en los combatientes, quienes en sus testimonios recuerdan el miedo y la angustia en el campo de batalla,69 evidenciando otras formas de narrar la guerra.
Igualmente, la narración insiste en héroes que no se dejan llevar por la sevicia en la guerra, representado en un titular de prensa convertido en pieza museal: “era [El batallón Colombia] un grupo romántico, bohemio, compuesto por rebeldes sin causa […] llenos de ideales en espera de un mundo mejor”. Publicado en 1971, la voz del narrador funciona como legitimación del rol del Batallón Colombia en operaciones de contrainsurgencia que desplegó el Ejécito colombiano en los departamentos del Tolima, Valle y Viejo Caldas a mediados de la década del setenta en Colombia. De esta manera, la descripción del héroe desde sus características personales y sin contexto fortalece una idea de las Fuerzas Militares de no deliberancia que, como recuerda Blair, despolitiza la acción del Ejército en el contexto del conflicto armado en el país.70
En contraste, en el Museo Naval el heroísmo dentro de la Guerra de Corea está asociado con la capacitación bélica. Es gracias a la asimilación de un conjunto de técnicas aprendidas de la fuerza naval estadounidense que los marinos colombianos pudieron desarrollar, según la curaduría, acciones destacadas en el campo de batalla. A diferencia del Museo Militar, la construcción del héroe de Corea no se sustenta en nombres propios, esta se centra en las actividades técnicas y que por las propias características de una guerra en el mar dependía en gran parte del desarrollo tecnológico.
Como resultado, la construcción del héroe está sustentada una noción de cuerpo militar moderno que opera de manera contundente a través de dos dispositivos museológicos. El primero, con la exhibición del documental “La Guerra de Corea desde el Mar”, el cual presenta a los marinos estadounidenses como hombres viriles y saludables; y el segundo, a partir de la réplica de un arma de la época con la que el público puede interactuar y recrear la operación Ashcan.
El dispositivo, ubicado en el centro de la sala, permite a los visitantes por su tamaño y disposición sentirse dentro del campo de guerra. El efecto que produce la imagen del prototipo de marino y la posibilidad de simular la guerra durante la Operación Ashcan se comprende cuando una vez interactuado con la réplica del arma, un joven visitante le dice a su madre: “mamá yo quiero ingresar a la Armada”.71
Así, más que como un recuerdo de pasado, el héroe de la Guerra de Corea en el Museo Naval se construye como una posibilidad a futuro, como una forma de invitar a los visitantes a engrosar el cuerpo militar utilizando la espectacularidad de la tecnología. En consecuencia, el héroe marino de Corea funciona como mecanismo de reclutamiento, que incita a los potenciales miembros el ingreso a una institución de ciudadanos ideales.
El sacrificio
Dar la vida en el campo de batalla tiene diferentes funciones dentro de los museos analizados. En el Museo Militar, los nombres de “los caídos en combate” se encuentran inscritos en la reproducción digital del monumento Pagoda (figura 1), el cual fue donado por el gobierno surcoreano a las Fuerzas Militares e instalado en Bogotá en 1973. En la foto del monumento están ordenados por jerarquías los nombres de quienes murieron durante su servicio en Corea. Sin embargo, como los héroes descritos en la sección anterior, no todos los caídos en combate están completos ni son iguales.
El panel exhibe 131 colombianos muertos en combate, cifra que no concuerda con 213, número identificado por las autoridades de Corea del Sur.
De hecho, algunos visitantes acuden al museo buscando el nombre de su familiar veterano y salen decepcionados.72 Estas diferencias revelan que la identificación de muertos en la Guerra de Corea no ha sido una prioridad para las Fuerzas Militares colombianas y que solo por la interacción con el gobierno coreano en las conmemoraciones de los sesenta y setenta años de la guerra, se hacen las respectivas actualizaciones. Al parecer, al narrar la Guerra de Corea parece imperante que “no se vea como que mandamos a Corea a un montón de gente como carne de cañón”.73
En la fotografía tampoco se encuentra el número de desaparecidos ni prisioneros de guerra, temas concurrentes en los testimonios de soldados.74 Solo son contados como caídos aquellos cuyo cuerpo es encontrado, ya que el desaparecido y el prisionero cuestionan el ideal de sacrificio dentro de las Fuerzas Militares. Así, la función narrativa del conteo de caídos en los museos castrenses elimina cualitativamente las características personales, trayectorias de vida o conocimiento de la situación.75 Como resultado, se fortalece al interior del Ejército la visión del sacrificio en la defensa de la democracia a costa de la deshumanización de los efectos de la guerra.
Por último, la exposición del monumento tampoco permite conocer que efectivamente este estuvo emplazado en Bogotá y que años más tarde fue trasladado a la Escuela de Guerra. En este sentido, la reproducción digital “sanitiza”76 el conflicto que implicó el emplazamiento de un monumento que conmemoraba una guerra contra el comunismo, en un contexto de movimientos estudiantiles en Colombia,77 y que los grupos implicados en la disputa por el monumento revelan cómo se entendía el enemigo del “orden público” para las Fuerzas Militares.78
En el Museo Naval, al narrar los caídos en la Guerra de Corea queda evidenciado el conflicto inherente entre el discurso historiográfico y el institucional. Después de la exhibición del armamento, la curaduría dedica un panel al conteo de “pérdidas humanas”. A diferencia del Museo Militar, se enumeran 131 “oficialmente reportados como muertos” (dando a entender que la cifra puede no ser exacta) 428 heridos y 69 desaparecidos.
El conteo de caídos está acompañado por dos cascos donados por la Embajada de Corea en Colombia. El curador destaca que son significativos ya que representan las primeras muertes del Batallón. Solo a partir de la visita guiada es posible identificar que el casco tiene un hoyo ya que desde el frente de la vitrina queda oculto. “Tuvimos que voltearlo así porque hubo quejas”79 explica el curador refiriéndose a que las directivas le impidieron mostrar el impacto de bala.
La vitrina “pérdidas humanas” es una síntesis de las contradicciones que hay en el Museo Naval como museo histórico desde la perspectiva militar.
En este la tecnología debe verse sanitizada ante los efectos de la guerra. En consecuencia, en el museo el conteo de caídos colombianos es un dato sin repercusión como narrativa en el discurso modernizador de la Armada.
En síntesis, en el Museo Militar el dar la vida en una guerra es un acto heroico para la institución que, por el carácter polémico que significó el sacrificio de colombianos en una guerra por el comunismo a 15 mil kilómetros de distancia, es descrito silenciando el contexto de dicha participación en el país. En el Museo Naval el sacrificio compensa la modernización de sus Fuerzas Militares a través del mejoramiento de su tecnología bélica.
El armamento
En la Sala Corea del Museo Militar la exhibición de armas ocupa un papel central. En la vitrina más grande la curaduría exhibe un conjunto de ametralladoras, un lanzallamas y un buscador de minas (figura 2). Cuidadosamente ordenados por lugar de fabricación, tipo de arma y tecnología, cada uno de los conjuntos cumple una función pedagógica la cual es instruir al personal militar sobre el tipo de armamento que utilizó el Batallón Colombia.
Las armas son los únicos objetos en la exhibición que tienen cédulas de información detallada sobre la velocidad de tiro, peso y munición. Ordenadas por un criterio tecnológico y separadas museográficamente de las batallas, el montaje es una puesta en escena sanitizada. Su disposición y descripción como objetos tecnológicos y no como armas impide conocer el impacto que estas tuvieron en la guerra, el número de muertes, heridos, y los efectos que dejó su uso en el conflicto. Separadas del contexto, las armas simulan ser objetos que no son manipulados por personas, que su accionar no depende de una orden o que efectivamente son manipuladas por seres humanos en contra de otros. La sanitización opera limpiando el conjunto de decisiones que hay detrás de su uso, suspendiéndolas históricamente de sus efectos y privilegiando una experiencia de espectacularidad ante el desarrollo tecnológico que representan. No obstante, en los testimonios de los veteranos, la descripción de las armas evidencia los efectos físicos y psicológicos que perduraron tras la guerra.80
Ubicadas unas frente a las otras, la exhibición ordena las armas de fabricación estadounidense y soviético. La exhibición del arma de un enemigo cumple la función de trofeo, evidenciando su vulnerabilidad ante la invasión de su territorio.81 En la sala el inicio del enfrentamiento es descrito cuando el ejército norcoreano “cruza el paralelo 38° iniciando la Guerra de Corea”. A pesar de que el inicio de los ataques es debatido,82 el museo replica la visión de la invasión para legitimar una respuesta armada y, por ende, la militarización y el uso de la tecnología para la victoria.
A partir de la exhibición sanitizada del armamento se construye una relación directa entre guerra y modernización, la cual está sostenida a través de la creación del enemigo, los héroes y el sacrificio, como una directriz doctrinal despolitizada. Ordenados de menor a mayor tecnología, los objetos bélicos silencian los efectos que producen en contextos sociales específicos y construyen una representación de la guerra como disputas por la tecnología reforzando una relación al interior de la institución castrense entre militarización y modernidad.
¿Por qué exhibir una guerra olvidada?
Como espacios para la creación y fortalecimiento del espíritu del cuerpo castrense, tanto el Museo Naval como el Museo Militar construyen una narrativa sobre la participación en la Guerra de Corea como el hito que permitió la modernización de las Fuerzas Militares en el país. Este hito se sustenta a partir de la adquisición de un set de tecnología bélica que le permitió al Ejército y la Armada, según la narrativa, no solo ganar la confrontación sino formar héroes de guerra que, enfrentando un enemigo inmoral y sin ideas, defendieron la democracia al ser parte en ese momento como ningún otro país latinoamericano de las UN.
En este sentido, la participación en la Guerra de Corea se construye en ambos museos como un tipo de memoria emblemática que moviliza al interior y exterior de los cuerpos castrenses una identidad grupal que pretende actualizar la actuación de la institución en el marco del conflicto interno. Para construir estas memorias militares, la narrativa sobre Corea justifica la participación colombiana en la guerra contra el comunismo bajo el auspicio de las un e inscribe las actuaciones bélicas en pro de la paz y la democracia, silenciando la politización de un sector de las Fuerzas Armadas que desde la década de los sesenta fortaleció “la inercia doctrinal”83 que orientó el combate a las guerrillas en Colombia.
Esta memoria emblemática construye el hito de la participación en la Guerra de Corea como un punto de inflexión en el desarrollo moderno del Ejército y la Armada colombianas. A partir de una exhibición sanitizada del arsenal militar, las exhibiciones sugieren que a partir de la participación en la Guerra de Corea las Fuerzas Militares no solo se modernizaron, también se inscribieron en un marco de acción en pro de la democracia.
En esta lógica el régimen de representación de la guerra por la democracia se sostiene discursivamente en una lucha contra un enemigo deshumanizado. Como consecuencia, la memoria emblemática cumple al interior de las Fuerzas Militares una función de traducción del conflicto interno en el país, a partir de la actualización de una experiencia de guerra en contra de un enemigo apolítico, concibiendo su actuación efectiva dentro de un “orden público”.
Así, uno de los efectos de la memoria emblemática de la Guerra de Corea es la justificación, a nivel de la construcción de lo nacional, de la necesidad de la militarización de la nación. Con un despliegue de armas como tecnología y no como políticas de Estado, se eliminan todos los matices de la Guerra de Corea como guerra política, silenciando el impacto ideológico que esta tuvo en la doctrina de las instituciones castrenses en el país y sus efectos en materia militar; incluidas las disputas internas que generaron a mediados de las décadas del sesenta y setenta distintas lecturas del papel de las Fuerzas Militares en el conflicto armado.84
De esta manera, la memoria emblemática que circula en el Museo Militar y el Museo Naval actúa como una memoria refractaria, que al construir la Guerra de Corea como la modernización de las Fuerzas Armadas oculta la doctrina militar que desde allí se gestó y permaneció dentro de la institución por varias décadas.
Como consecuencia, esta memoria construida y transmitida exclusivamente en el ámbito castrense generó un proceso de hermetismo que explica en parte la poca trasmisibilidad en el espacio público. En este sentido, más que un olvido o silencio, lo que impera en la memoria de Corea desde un sector de las Fuerzas Militares es una estrategia discursiva de ocultamiento85 que, al tiempo que narra las acciones heroicas, minimiza la voz del subalterno y del contexto político en el que estuvo inmersa la participación.
Finalmente, el análisis de la memoria refractaria de la Guerra de Corea en los museos observados permite sugerir que esta buscó en la década de los ochenta, el fortalecimiento al interior de las Fuerzas Armadas de una doctrina militar basada en una visión del enemigo interno a partir de una lectura del comunismo en clave de esta guerra internacional y de una legitimación de su accionar en la ciudadanía.86
Con la firma del más reciente Acuerdo de Paz y de los debates sobre memoria histórica de la violencia y el conflicto interno, la inercia doctrinal del sector militar sigue siendo problemática en la forma como construyen versiones sobre el pasado en el país. A pesar de los avances en la comprensión de los Derechos Humanos y la memoria histórica al interior del sector castrense, aún permanece una visión polarizada del conflicto. Por ello, desentrañar la lógica de la memoria refractaria cómo forma discursiva de concebir el pasado violento a partir de la memoria de Colombia en la Guerra de Corea puede contribuir a observar cómo se posicionan los actores militares en las nuevas batallas por la memoria en el país.