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Forma y Función

Print version ISSN 0120-338X

Forma funcion, Santaf, de Bogot, D.C. vol.23 no.1 Bogotá Jan./June 2010

 

PERFILES BIOGRÁFICOS

Carlos Monsiváis, el descifrador de los discursos populares.
Entre la imagen y el enunciado


Carlos Monsiváis (Ciudad de México 1938-2010) vino de donde el poeta Barba Jacob escribió muchos de los textos que hacen parte de la educación sentimental colombiana. Allí, en Ciudad de México, cuyo pasado contagia al futuro con su sentido de derrota y con sus insólitas estrategias para sobrevivir y ser feliz, con o sin suerte, Monsiváis, en tal torbellino de destinos y de imágenes, hizo una obra que comunica con la fuerza del cine, de la fotografía y del arte popular, como lo sabe hacer un hijo rebelde y auténtico.

Monsiváis trajo en sus crónicas y sus libros una apertura para los estudios sobre el entrecruce de las culturas urbanas populares y la industria cultural. ¿Qué realidad cultural entretejen las hablas populares, los ídolos, las imágenes del cine y la fotografía en la vida urbana? ¿Cuál mentalidad inventada por discursos provocadores, reveladores y cursis, está concentrada en las hablas urbanas?

Las muecas y las barrocas máscaras verbales de los marginales escuchados por Monsiváis, gracias a su escritura inabarcable, se convirtieron en una fuente de identidad y de gozo sobre la proteica capital mexicana. ¿Pueden emparentarse el astuto para no decir nada, Cantinflas, y la devoradora de hombres, doña María Félix?

Pues Carlos Monsiváis, con una prosa sarcástica que combina la poesía, los libretos cinematográficos y los decires callejeros, mezcló lo marginal y lo reservado en crónicas sobre la cultura popular reinventada por la industria fílmica mexicana en su edad de oro. Su libro esencial, a mi juicio, es Escenas de pudor y liviandad.

Monsiváis dio con las claves del valor cultural y humano de fuentes que la academia desconsidera: los gestos, "en una sociedad excesivamente atenta a los desplantes individuales"; el uso popular, retomado en el cine, de hablar con el cuerpo: "lo que no se puede decir, se insinúa y se expresa con las imágenes que forman los movimientos corporales"; los discursos venidos a menos y las parlas populares convertidas en el arte del espectáculo, los afiches, la fotografía, las vedettes del teatro frívolo de los años veinte en la ciudad de México, los testimonios visuales de artistas olvidados como Pedro Infante -que codificó en su fisonomía y en sus canciones, consumidas por millones, lo moderno y la premodernidad que resiste en el "sentido común" del pueblo-; el cine y sus protagonistas, actuando para mitificar y masificar una idea nacional, en cuya actuación expresan el fatalismo (lenguaje común colombo-mexicano).

Estas "algarabías" periféricas mexicanas, Monsiváis las supo descifrar para dialogar, sin arrobamiento ingenuo, con la cultura popular.

Monsiváis ha apuntado las escenas del mundo vital de los excluidos, la humanidad sobrecogedora que hay en sus gestos, las vetas simbólicas de conversaciones al borde del olvido de los marginales: un espacio de memorias donde la imagen, el discurso y los gestos conocen metamorfosis, las de la ciudad que delira con la tradición, aguanta y se opone al poder autoritario.

Monsiváis ha gozado, vivido y recreado en textos que se descifran como parábolas kafkianas los decires procaces de individuos fascinantes retratados en las sombras de la calle y del cine. Estos son hallazgos monsivaisianos: los hechos desapercibidos en barriadas, bares, dancings, esquinas, calles, viernes en la noche, deambulares pródigos en códigos para existir, o "técnicas no para llamar la atención, sino para seguir concentrando las desposesiones de este mundo"1.

Los polifónicos libros de Monsiváis hablan múltiples voces: la naquiza, los desempleados, los mecánicos, los empleadillos, los profesionistas frustrados, las divas deslumbradoras -efímeras en su destino de obras instantáneas de arte para la sesión de fotos, consumidas en portadas de diarios y noticieros de televisión-, los divos antimachistas premodernos, como el vedette Juan Gabriel que grita la existencia de vidas anónimas. Serían personajes perdidos sin la versión clarividente de Monsiváis: el joven naco, la actriz anacrónica del teatro Politeama, algunos con la marca de nombres para excluir, pero que Monsiváis capta en la inercia creativa que saben imprimir a sus vidas, y porque reproducen apasionadamente la fatalidad de los prejuicios populares y -¿cómo que no?- el disfrute de la exclusión, por supuesto. Sinsentidos que Monsiváis rehace de memorias cantadas a medianoche, junto a la rocola frustrada de la música mariachi.

Me fascinan sus párrafos en los que el diálogo desaloja la soberbia del autor, que no se instala soberbio en la esquina omnisciente, allí desde donde diseccionaría las frases del otro, marginal. Monsiváis no las pone entre comillas con la suficiencia del investigador que apresa un dato, él mismo se pone entre comillas. El autor recibe la palabra de sus personajes, habitantes en la milenaria, caleidoscópica y múltiple Ciudad de México.

Monsiváis, por primera vez en América Latina, mostró que el cine, la fotografía y el espectáculo son una fuente de tendencias, de identidades y reclamos excluidos de los programas políticos. Las imágenes "incorporan ideas inexpresadas" o dicen ideologías expresadas con la elocuencia visual de un gesto, de un rostro o de una frase emblema. Imágenes que son un modelo para conductas urbanas y modernas. La imagen del cine o la fotografía resulta "un pacto entre industria cultural y público".

Monsiváis abrió la puerta a la cultura urbana incubada en las salas de cine y en la interpretación del espectador que las goza desde la rima kitsch de "por mi madre bohemios". Cultura urbana donde lo literario viene a ser máscara de las élites y materia prima de la democracia de la imagen, disuelta en las hablas de millones. La imagen inventa un consenso sin arriba ni abajo entre íconos y frases.

Siguiendo al cine, Monsiváis descubrió que los momentos de una vida fabrican el espectáculo de la vida. Atento a las escenas del rostro, del gesto, de las frases, del primer plano, Carlos Monsiváis supo ver la sensualidad y la mordacidad de millones de rostros y cuerpos efímeros en la apocalíptica belleza de ciudad de México. Ahora que ha muerto, Monsiváis hace parte del susurro interminable de la algarabía diaria de México.


1 Monsiváis, Carlos. (1981). Escenas de pudor y liviandad. México: Grijalbo, p. 201.


RUBÉN DARIO FLÓREZ ARCILA
Director-Editor

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