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Praxis Filosófica
Print version ISSN 0120-4688On-line version ISSN 2389-9387
Prax. filos. no.27 Cali July/Dec. 2008
ARTHUR SCHOPENHAUER El arte de tratar a las mujeres Bogotá,Villegas Editores, 127pp.
Yobany Serna Castro
Universidad de Caldas
El arte de tratar a las mujeres es la obra de un misógino. No obstante, en sus páginas se halla contenido el grato sabor estilístico que caracteriza la prosa de Arthur Schopenhauer. En esta obra, compilada por Franco Volpi, encontramos condensado el pensamiento que sobre las mujeres asumió el filósofo alemán. Sin embargo, es en los suplementos de El mundo como voluntad y representación y en la Metafísica del amor sexual, donde se encuentra mejor sustentado tal pensamiento.
Aunque Schopenhauer haya tenido la determinación de expresar sus ideas sobre el gentil sexo, lo cierto es que no ha sido el único filósofo que se ha expresado al respecto. Nietzsche, por ejemplo, también nos ha dicho algo sobre las mujeres; aunque en su caso, el influjo de Schopenhauer es notorio. Del mismo modo, parece que tan desafortunada forma de hablar de las mujeres obedece a los también desafortunados sucesos que con ellas tuvieron ambos filósofos. Sin embargo, hurgando en la historia de la filosofía notamos que, a pesar de las eventuales excepciones, las relaciones entre los filósofos y las mujeres han generado irremediables desilusiones. Tal es el caso de Kierkegaard, Abelardo, Heidegger oWittgenstein, por ejemplo. Esto, quizá, ha sido uno de los móviles del porqué la filosofía parece un asunto puramente masculino.
En el caso de Schopenhauer, parece que no sólo su relación con las mujeres determinó el modo como deberían concebirse y tratarse éstas seg ún él. Se cree que, aunque sus infortunios amorosos fueron recurrentes, la relación con su madre, Johanna Trosiener Schopenhauer, influyó decisivamente en sus ideas sobre las mujeres.
En El arte de tratar a las mujeres, vemos a un Schopenhauer agudo, crítico y enemigo de aquello que compone la vida femenina y la relación de las mujeres con los hombres. Lo cual, ciertamente, hace del libro una diatriba. En sus páginas, Schopenhauer nos ofrece un amplio panorama a través del cual podemos llegar a reconocer la naturaleza de la mujer, sus tareas naturales, sus cualidades, sus defectos, sus derechos, entre otros aspectos. No obstante la forma como Schopenhauer desarrolla sus tesis, hace que reluzca un desconocimiento, no sabremos si intencional o no, de las maravillas del eterno femenino.
Adiferencia de la mujer, el hombre es quien goza de una mejor posición en las reflexiones de Schopenhauer. A través de los XVII capítulos que componen el libro, vemos grotescas comparaciones, reclamos y hasta el desprecio de las cualidades femeninas. Schopenhauer hace el papel de analista y nos proporciona una imagen de la mujer en la que no sólo se consideran sus aspectos psicológicos o morales, sino que se aventura hasta otros como, por ejemplo, el del comportamiento, la sexualidad y la constitución física. Sin embargo, y aunque esto no salva a Schopenhauer de las acusaciones de machista o misógino, en algunos pasajes vemos cómo habla convenientemente de la mujer. Esto lo vemos, por ejemplo, cuando afirma, siguiendo a Jouy, lo siguiente: Sans les femmes, le commencement de notre vie serait privé de secours, le milieu de plaisirs, et la fin de consolation (p. 125).
Una de las ideas más recurrentes en el libro es la que tiene que ver con la necesidad de que el hombre se relacione con la mujer adecuada para que los hijos, fruto de su relación, gocen de buena salud y buenas capacidades psíquicas y físicas. Esta idea, ciertamente, gozo de aceptación y popularidad en la Antigüedad y en el Renacimiento, y la encontramos en pensadores como Platón y Tomás Moro. Schopenhauer se expresa al respecto de la siguiente manera: La profunda seriedad con que los hombres examinamos y evaluamos todas las partes del cuerpo de una mujer, y con la que ella, a su vez, hace lo mismo; el escrúpulo crítico con que escudriñamos a una mujer que empiece a gustarnos; la obstinación que ponemos en nuestra selección; la preocupación con que el esposo observa a su mujer; las precauciones que toma, en cualquier parte, para no ser engañado, así como el gran valor que asigna a cualquier exceso o defecto de sus partes esenciales, todo ello es plenamente apropiado dada la importancia del fin. Porque el hijo a engendrar tendrá que llevar, durante toda su vida, una parte parecida. Por ejemplo, si la mujer es torcida, así sea ligeramente, podría fácilmente traspasarle a su hijo una joroba; y así con el resto del cuerpo (p. 51). Y más adelante nos vuelve a recordar que Un seno femenino túrgido ejerce una atracción extraordinaria sobre el sexo masculino porque, estando en directa relación con las funciones reproductoras de la mujer, promete abundante alimentaci ón para el recién nacido. Por otra parte, las mujeres excesivamente gordas nos producen repulsión, pues tal conformación física indica atrofia del útero, es decir, esterilidad.Yno es la mente, sino el instinto, el que lo sabe (p. 52).
Posiblemente esto nos parecerá excesivo, grotesco o falso, pero sin lugar a dudas tales ideas hacen parte de las razones por las cuales piensa Schopenhauer que es tarea nuestra andar siempre con los ojos bien abiertos para evitar caer en brazos de la mujer inapropiada. Aquella que a pesar de sus inconsistencias físicas, intelectuales o morales, se procura, a costa del hombre, satisfacerse a sí misma.
Seguramente, Schopenhauer justificaría sus ideas apelando no sólo a los hechos que tuvo que presenciar y vivir, como el mal trato de su madre para con su padre y él, además de sus malestares con algunas mujeres, sino también a partir de concepciones metafísicas. Según él, la voluntad de vivir justificaría el hecho de que haya, entre otras cosas, atracción entre el hombre y la mujer; lo que explicaría su amor. Sin embargo, la voluntad hace manifiesto nuestro sufrimiento, nuestro dolor. Pues, a pesar de que el hombre lucha siempre por alcanzar satisfacción o alejarse del dolor, el mundo le revela su imposibilidad para lograrlo. Schopenhauer ve en el vivir algo aná- logo al sufrimiento. Esto hace comprensible por qué la vida implica sufrir. Ahora bien, si el amor y la atracción entre el hombre y la mujer obedecen a una exigencia o a un impulso de la voluntad para que haya, por ejemplo, continuidad de la especie, podría decirse que Schopenhauer vio en el acto del amor una manifestación de la voluntad de vivir. Si esto fuera así, diríamos que aquello que compone dicho acto tendría que ser negado por nosotros. Sin embargo, y dada nuestra natural forma de ser, esto mismo parece imposible de realizarse, motivo por el cual siempre nos advierte el propio Schopenhauer, consciente de esto, que lo mejor que podemos hacer es procurarnos una buena mujer para que el dolor sea mitigado.