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Praxis Filosófica

Print version ISSN 0120-4688On-line version ISSN 2389-9387

Prax. filos.  no.31 Cali July/Dec. 2010

 

ENTRE MARX Y ZULETA: PAUSA, CRISIS Y REVOLUCIÓN*

Between Marx and Zuleta: Pause, Crises and Revolution

Boris Salazar
Universidad del Valle

El autor tiene dos deudas con Alberto Valencia: el acceso a los comentarios inéditos de Zuleta al capítulo 1 de El Capital, sin el cual nunca habría podido encontrar el concepto de pausa, y sus observaciones y sugerencias a una versión anterior de este texto.

* Recibido Agosto de 2010; aprobado Septiembre de 2010.


RESUMEN

Este ensayo intenta mostrar las posibilidades analíticas del concepto de pausa sugerido por Estanislao Zuleta, a partir de su lectura del capítulo 1 de El Capital de Marx. Enlazándolo con desarrollos recientes de Kojin Karatani y Slavoj Zizek, muestra que el concepto de pausa –equivalente al de brecha o salto mortal de los dos últimos– introduce la emergencia de muchos mundos posibles en la metamorfosis de las mercancías en dinero, estableciendo la posibilidad permanente de la crisis. En consecuencia, ni las crisis conducen a la revolución política, ni ésta puede detener la reproducción del capital: la revolución es una tarea de todos los días.

Palabras clave: Marx, Zuleta, metamorfosis, pausa, revolución, crisis.


ABSTRACT

This essay is an attempt to show the analytical potentiality of the concept of pause suggested by Estanislao Zuleta in his reading of chapter 1 of Marx's Capital. By linking it to recent developments by Kojin Karatani and Slavoj Zizek, it claims that the concept of pause –equivalent to the breach or mortal jump of those last two philosophers– induces the emergence of many possible worlds into the metamorphosis of commodities into money and thus the ever present possibility of crisis. It follows that neither crisis lead into revolution, nor revolution can stop capital's reproduction: Revolution thus becomes a day-to-day task.

Key words: Marx, Zuleta, metamorphosis, pause, revolution, crisis.


1. Introducción

Todo pensador público corre el riesgo de convertirse en mito. En ese momento deja de ser todo lo que habría podido ser para convertirse en lo que quieran hacer de él sus lectores y sus no lectores. Los que lo que escucharon y los que no. Y los que quisieran tanto haberlo hecho que terminan escuchándolo a su manera, inventándolo una y otra vez. Veinte años después de su muerte, Estanislao Zuleta sigue siendo reinventado. Este texto no es ajeno a ese proceso de reinvención colectiva, aunque ha tratado, con ingenuidad, de imponerse a sí mismo unas restricciones: un problema, unos textos y una perspectiva. El problema es el papel de la pausa en el pensamiento de Zuleta y en los desarrollos contemporáneos del pensamiento marxista. Los textos son de Zuleta y de Kojin Karatani y Slavoj Zizek –dos autores que, sospecho, Zuleta nunca alcanzó a leer.

La perspectiva es la de lector de Zuleta. Un lector que lee, con atención y con sorpresa, lo que Zuleta escribió y lo que otros, con esfuerzo y generosidad, han transcrito y reescrito a partir de sus charlas públicas. Un lector antiguo y tardío, al mismo tiempo. Que lo leyó en versiones mimeografiadas de textos casi clandestinos que iluminaban las relaciones entre las formas del valor, la revolución y la organización revolucionaria. O en la primera edición de Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica. Y que lo lee ahora, en el presente elusivo de la lectura, en nuevas viejas versiones ahora fotocopiadas, y en nuevas ediciones de su creciente trabajo de pensador en público.

Un lector, en fin, que lee a destiempo, y que en ese destiempo encontró que el concepto de pausa de Zuleta permitía pensar, desde una perspectiva distinta, los problemas pasados de moda de la revolución, la crisis y la reproducción del capitalismo. Una perspectiva con líneas de fuga compartidas con la lectura de Marx que hoy hacen, desde puntos diversos, Kojin Karatani y Slajov Zizek. Trataré de demostrar que el concepto de pausa implica releer la metamorfosis de las mercancías en dinero desde una perspectiva de muchos mundos posibles, en la que la posibilidad de la crisis está en todos los puntos del sistema y puede materializarse en cualquier momento. Al introducir lo probabilístico en la metamorfosis de las mercancías, Zuleta propone una lectura de Marx lejana del determinismo convencional que siempre dominó en ese campo. Yendo un poco más lejos, sugeriré que la pausa lleva a una relectura de la revolución y del capitalismo con fuertes implicaciones políticas. La más fuerte –y en la que coinciden Zuleta y Karatani, mas no Zizek– es la pérdida de toda esperanza en la revolución como un acto final de liberación que borraría el dominio del capital para siempre. En su lugar, los dos proponen la tarea mucho más difícil de resistir día a día el dominio del capital.

2. La pausa

Una de las versiones del mito dice que Zuleta no produjo ningún concepto nuevo. Que no construyó ninguna teoría. Que ni siquiera esbozó lo que habría podido llegar a ser, en manos más juiciosas y adaptadas, una teoría defendible. Que lo más que el veredicto del tiempo puede concederle es la presencia de algunos destellos fulgurantes que nunca pasaron a más. Difiero de esa posición. Para ser un poco más incómodo voy a sugerir que Zuleta sí produjo conceptos nuevos.

Me refiero al concepto de pausa y a sus implicaciones para las teorías del capitalismo, la revolución, y la lectura. No se trata de un concepto suelto, ni de un extraño destello en un cielo por demás despejado. Es un concepto que abre varias puertas y conecta varias dimensiones. Parte de la lectura de la forma valor, atraviesa la interpretación de la lógica del capital y termina en la teoría de la posibilidad de la revolución. Piensa a Marx desde Marx, pero difiere del Marx convencional al mostrar que el tiempo de la revolución política no es idéntico al de la destrucción del capitalismo, y que la lucha por infringir la lógica del capital no cesa en ningún momento, porque el único límite para la reproducción del capital es el capital mismo.

Sin duda el concepto de pausa hace parte de la lectura que Zuleta hizo de Marx, y de su estudio de las relaciones entre la lógica del capital y la lógica de los sueños de Freud. Pero no es un simple comentario a lo planteado por Marx y por Freud. Ni es una popularización de conceptos que ya estarían presentes en esos autores. Es un descubrimiento con consecuencias para la filosofía de la revolución y para el estudio del capital. Y es también terriblemente actual, como le hubiera gustado decir a Zuleta, porque la reproducción ininterrumpida del capital, incluso en medio de la crisis financiera más grande de su historia, hace pertinente la pregunta por la acción política y por la revolución.

¿Qué es una pausa? Es lo que hay entre un acto y otro, "un intervalo durante el cual queda interrumpido una acción o fenómeno" (Moliner 1998, 606). Una pausa supone que algo se detiene, que no continúa su movimiento tal como lo estaba haciendo hasta ese instante. Pero esa interrupción es mucho que la simple interrupción de una acción o de un fenómeno: es la clave de todo el proceso de reproducción del capital y de la necesidad de la crisis como mecanismo de reproducción. He aquí la pausa en palabras de Zuleta:

    La mercancía es una interrupción particular de ese proceso, un momento en el que el resultado de la producción se presenta como destinado al cambio, se compara con otros objetos o se distribuye en términos de propiedad, es una pausa. Lo que interesa es que el producto esté destinado a pasar por esa pausa antes de caer en el consumo donde probablemente ya no es mercancía. (Zuleta, 36)

¿La mercancía es una pausa? ¿No es ésta una expresión un tanto extraña? ¿Qué es lo que la convierte en una pausa? Más aún, ¿qué es lo que la hace una interrupción? ¿Interrupción de qué? ¿Del proceso de transformación de mercancías en otras mercancías y en dinero, o de la comprensión, por parte de un probable lector, del mismo proceso o del proceso de construcción del texto? ¿O de los tres? La mercancía aparece como una interrupción porque está fuera, tanto del proceso de producción o de trabajo, como del proceso de consumo. Interrumpe lo que sería un puro proceso físico, un proceso de creación y destrucción de valores de uso. Al hacerlo reintroduce el carácter social de la producción y del intercambio en lo que parecería ser un proceso de transformación material. Dice Zuleta más abajo:

    La camisa pasa por una pausa, ese momento se puede denominar lo que de mercancía tiene la camisa. Es un momento en el que se decide todo, si el trabajo que la produjo fue útil o no. (Zuleta, Ídem., mis énfasis)

¿Por qué es el momento "en el que se decide todo"? Porque es el momento en que el capital sabe si el trabajo incluido en la mercancía es útil o no, si la mercancía puede convertirse en dinero y si el crédito otorgado contra la venta futura de la producción realizada puede o no puede ser pagado. Si la mercancía no puede venderse no es mercancía, ni el trabajo contenido en ella tampoco es trabajo útil, ni el crédito pedido podrá ser pagado y las deudas contraídas por quienes esperaban el pago del crédito tampoco podrán ser pagadas y la posibilidad de la crisis aparecerá en el horizonte del capital.

No es éste el único lugar en el que problema de lo posible, como una estructura fundamental, es pensado por Zuleta. En su "A la memoria de Martin Heidegger", Zuleta al referirse a la muerte y al carácter incompleto del hombre, dice:

    El hombre es, pues, una estructura de posibilidades. Su vida está impulsada, como dice Heidegger en la Esencia del Fundamento, por la fuerza silenciosa de lo posible. De nadie podemos decir qué es si desconocemos esa dimensión de su ser que lo configura como una estructura de posibles. (Zuleta 2010, 47)

La pausa es, entonces, el momento de todo lo posible. Pero no es un momento único. Ocurre en cualquier punto del sistema capitalista y en todos sus puntos al tiempo. Puede o no puede producir reacciones en cadena. Puede generar flujos de cooperación que conducen a periodos de extrema riqueza o a una crisis global del sistema y a su posterior reconversión. Ambas alternativas, sin embargo, hacen parte del conjunto de posibilidades abiertas por la pausa en la que la mercancía quiere convertirse en dinero, y el presente en futuro.

A primera vista la pausa es una bifurcación compuesta por dos estados: la mercancía se convierte o no se convierte en dinero. Si no ocurre así la reproducción del capital está en peligro, como lo está también la apuesta sobre el futuro realizada por muchos capitales. Pero esa bifurcación sencilla contiene más estados y más bifurcaciones, convirtiéndose en un árbol cargado de posibilidades, como se encargará de demostrarlo Zuleta más adelante. En este momento decisivo los productores saben si lo que produjeron es o no es mercancía y en qué medida ha llegado a serlo, y si, por último, ha logrado convertirse en objeto de consumo para sus compradores. Es una pausa decisiva que ocurre en dos dimensiones distintas: como interrupción necesaria del proceso de producción en camino de convertirse en proceso de consumo, y en el proceso de exposición y de escritura de Marx. Y hace parte, además, de la lógica más fundamental del sistema: al hacerse dinero, la circulación reproduce al mismo tiempo al capital y al trabajador. O no lo hace, anunciando la posibilidad de la crisis.

Lo que Zuleta hace visible es la compleja operación de los dispositivos formales que constituyen la construcción lógica de la mercancía y sus consecuencias para el mundo real. Esos dispositivos formales incluyen la simetría, la sustitución, la inversión formal y la multiplicidad de la representación. La operación de esos dispositivos permite entender la emergencia de múltiples mundos posibles en lo que parecía ser el tránsito inocuo y determinista de la mercancía al dinero. Derivar la existencia de muchos mundos posibles, con todas sus consecuencias probabilísticas, de la disyuntiva que convierte, o no, a las mercancías en dinero, es quizás el momento más alto de la lectura que Zuleta hace del estilo y de la teoría de Marx:

    Ese momento es una cantidad de momentos. El carácter de mercancía se debe pensar como pausa y no como cosa. Momentos que son muchos y, sin embargo, cualquiera de ellos decide la historia futura y pasada: retrospectivamente, si se realiza como mercancía en un cambio, si el trabajo era productivo y si se va a producir algo. En la pausa de la mercancía se relaciona con otra, el oro, y a través del oro con muchas otras, como sus equivalentes, se piensan sus relaciones. (Zuleta, 37, mis énfasis)

Texto notable y enigmático, lleno de posibilidades, muy poco leído y mucho menos considerado como fundamento para pensar la construcción del estilo de Marx y del pensamiento de Zuleta y sus implicaciones para el mundo de las mercancías y del capital. Todas las relaciones del sistema, y de hecho la existencia misma del capital como proceso de valorización, dependen de esta pausa, de este momento que es, como dice Zuleta, una cantidad de momentos. ¿Qué quiere decir con esto? Que esa interrupción, en la que se decide si la mercancía se convierte en dinero ocurre, al mismo tiempo, en todos los puntos del sistema de valorización del capital. En un momento una cierta mercancía puede convertirse o no en dinero, puede alcanzar o no el valor esperado, y el valor excedente puede reinvertirse en la producción de más mercancías. Pero al hacerlo está interactuando con todas las mercancías y todos los procesos de valorización del sistema. Cada interrupción individual está relacionada con todos los demás actos de interrupción que ocurren, en forma simultánea, en todos los puntos del sistema. Cuando una mercancía potencial no llega a ser dinero, los efectos de esa interrupción, en la que todo se decide, pueden afectar a todas las demás mercancías, a través de su no conversión en dinero, o en oro y sus equivalentes, como lo dice Zuleta en el pasaje citado.

Y éste también es el momento de momentos que hace siempre posible la crisis del capital. Es en la valorización de múltiples capitales que compiten entre sí en donde está la posibilidad permanente de la crisis del sistema capitalista. La memoria del sistema está en su capacidad de producir crisis en el cruce entre el trabajo productivo y su realización o no en el intercambio. Es una condición de incertidumbre estructural: la crisis siempre está allí, a punto de ocurrir, pero sólo es visible en ciertas ocasiones, en los eventos de mayor magnitud.

3. El tiempo de la pausa

Ahora veamos la forma en que Zuleta pensaba el tiempo en el contexto de la pausa. No hay coincidencia entre el tiempo de la producción, de un lado, y el del intercambio y la reproducción, del otro. Sólo "retrospectivamente" es posible saber si el trabajo que produjo la mercancía es útil o no. Al mismo tiempo el resultado de la producción sólo es posible "como destinado al cambio", en un futuro incierto, cuyo desenlace sólo conoceremos cuando todos los mundos posibles hayan colapsado en uno solo. La oposición entre lo proyectivo y lo retrospectivo es planteada en forma directa por Zuleta:

    Por tanto, sino encuentra quien la compre, su trabajo no fue útil, retrospectivamente durante la pausa se clasifica el carácter del trabajo que la produjo y proyectivamente se determina, en ese momento, si su valor será un valor de uso o no. (Zuleta, 36, mis énfasis)

Observen que en la pausa confluyen lo proyectivo (el valor de uso que todavía no es, y que podría no serlo, "porque depende de lo que pueda ocurrir en el futuro") y lo retrospectivo (el trabajo que ya fue realizado, pero que puede resultar inútil). Pero lo proyectivo y lo retrospectivo sólo existen como instantes de la pausa que los define. El capitalista que ha echado a andar el proceso de producción no puede saber si los bienes producidos serán o no valor de uso, es decir, si serán consumidos eventualmente. Tampoco sabe si el trabajo realizado por sus trabajadores, en el proceso productivo que dirigió, será o no será útil. Por lo tanto, el pasado y el futuro del capital sólo existen como instancias de la pausa en la que la mercancía y el trabajo toman una u otra trayectoria. El colapso del tiempo del capital sobre el instante de la pausa contiene la posibilidad de la crisis y abre la pregunta fundamental sobre la inevitabilidad de la revolución.

La extraña conclusión de que el valor (y con él, el capital) sólo existe en el futuro permite conectar el pensamiento de Zuleta con el trabajo del filósofo esloveno Slavoj Zizek (2006) y, a través de él, con el pensamiento del filósofo japonés Kojin Karatani (2006). En lugar de la pausa de Zuleta, Zizek habla de la brecha que separa a la producción de la circulación. Sugiero que la brecha, como ocurre con la pausa, no es una cosa, es un operador de mundos posibles y de relaciones que separa en forma permanente lo que es de lo que no es, lo que pudo ser de lo que no fue, lo que habrá de ser de lo que ya no fue. Un operador de relaciones que trabaja, al mismo tiempo, en las dimensiones lingüística y económica. En la primera, los cambios en los tiempos verbales son el efecto del trabajo de la pausa o de la brecha. En la segunda, tanto los auges como las crisis, sin importar su magnitud, reflejan la separación potencial permanente entre la producción y la circulación. Zizek define el tiempo verbal asociado al valor como futuro anterior:

Esta brecha temporal entre la producción de valor y su concreción es crucial: aun cuando el valor se genera en la producción sin el cierre exitoso del proceso de circulación, no hay valor stricto sensu –el tiempo verbal es aquí el del futuro anterior, es decir que el valor no es inmediatamente, su único "habrá de ser" es concretado retrospectivamente, puesto en práctica performativamente. (Zizek 2006, 86, énfasis en el original.)

4. La pausa es un salto mortal: La conexión Zizek y Karatani

Ahora bien, Zizek escribe lo que acabo de citar casi dos décadas después de la muerte de Zuleta, adivino que sin haberlo leído nunca. Lo hace desde una perspectiva muy controversial, en la que se mezclan Marx, Lacan, Lenin, los antiguos discípulos y asociados de Althusser, el cine y el ya mencionado Karatani. No indagaré las probables conexiones entre pensadores situados en las márgenes de Occidente, ni haré ninguna hipótesis acerca de la súbita aparición de un pensador oriental tan cercano, como Karatani lo está, a las reflexiones de Zuleta. Quiero, sin embargo, seguir la pista teórica abierta por el concepto de brecha o pausa para pensar el problema de la actualidad de la revolución, y para mostrar las muy fuertes implicaciones filosóficas y políticas del concepto de pausa introducido por Zuleta. Y señalar, de paso, una pista que otros podrían seguir: el tiempo de los encuentros del pensamiento no es idéntico al tiempo de los calendarios. Mucho se ha hablado de la falta de interlocutores de Zuleta. Ahora, de pronto, veinte años después de su ausencia física, dos pensadores lejanos resultan muy cercanos, trabajando en las mismas dimensiones, realizando conexiones similares, abriendo brechas comunes.

Que la supervivencia del capital se decide en ese "momento de momentos" es interpretado por Zizek, siguiendo a Karatani, como el salto mortal que los productos del trabajo deben realizar para convertirse en mercancías y que el capital debe dar en todo momento para convertirse, o no, en capital expandido, y para seguir siendo capital. Zizek lo plantea así:

    En una lectura del análisis de Marx de la forma-mercancía, Karatani establece la insuperable persistencia de la brecha de paralaje en el salto mortal que debe cumplimentar un producto para considerarse como una mercancía. (Zizek 2006, 82)

¿Qué es brecha de paralaje? Paralaje es un término que viene de la astronomía y que designa el ángulo que forman las líneas lanzadas desde un observador hacia dos planetas distintos. La clave está en el cambio inducido en la posición de los objetos por un cambio en la posición del observador. Para Zizek, siguiendo a Karatani, es la imposibilidad de reducir un objeto a otro, de colocarlos en el mismo plano, de hacerlos equivalentes, en fin, de hacerlos Uno, a pesar de la relación permanente que los une. Nunca habrá síntesis entre la producción y de circulación, nunca habrá identidad entre la realización de la producción y el crédito, nunca habrá correspondencia perfecta entre las expectativas de los capitalistas y los resultados de sus acciones. La definición que Zizek sugiere en la introducción de su libro puede ser útil para entender el alcance de lo que propone:

    El primer movimiento crítico será reemplazar ese tópico de la polaridad de los opuestos por el concepto de tensión inherente, brecha, no coincidencia del propio Uno. Este libro se basa en una decisión político-filosófica de designar a esta brecha que separa al Uno de sí mismo con el término paralaje. (Zizek 2006, 16.)

La brecha, o salto mortal, que deben dar los productos del trabajo para devenir en mercancías o el capital en capital expandido es análogo a la pausa que deben tomar los productos del trabajo antes de convertirse, o no, en mercancías, en la lectura que hace Zuleta del pensamiento de Marx. En ese momento de momentos, que hace parte estructural del capitalismo, se juegan todos los días, en todos los puntos, la supervivencia y la expansión del capital. Zizek y Karatani van más allá: la sed de expansión de capital, condensada en la fórmula es decir, el movimiento del capital financiero no es una falsa representación de una verdad que sólo existiría en el mundo de la producción.

Por el contrario, es la producción la que se ve sometida a la necesidad de pura expansión del capital financiero. Para Karatani los capitalistas semejan acróbatas capaces de saltar al vacío con los ojos cerrados sabiendo que sobrevivirán o perecerán como capital sólo cuando conozcan el resultado del salto. Y claro, para muchos, ya será muy tarde. Por eso se trata de un salto mortal: si recupera el valor del crédito con ganancia habrá sobrevivido, si no desaparecerá sin remedio, y con él todos con quienes está conectado por lazos similares. De allí la fórmula radical de Zizek que invierte la dominación de la producción sobre lo financiero o especulativo:

    En el capitalismo el proceso de producción es apenas un desvío en el proceso especulativo del dinero que engendra más dinero, es decir, la lógica parasitaria es en definitiva lo que también sostiene el incesante impulso a revolucionar y expandir la producción. (Zizek 2006, 88)

Si la producción está sometida a la expansión especulativa, y si el capital depende de la brecha, o de la pausa, para su supervivencia, y si esta pausa, a través de una reacción en cadena previsible en el contexto de la teoría, condujera a un desenlace catastrófico, ¿no tendríamos, entonces, una teoría completa de la inevitabilidad de la revolución? No, responde Karatani. No, respondió también Zuleta hace más de treinta años.

La respuesta de Karatani es simple y contundente: En el Marx de El Capital1 no hay una teoría de la inevitabilidad de la revolución, vía el mecanismo de la crisis del capital. Para él, el mecanismo de la crisis, activado por la brecha entre la circulación y la producción, funciona como una enfermedad crónica que garantiza su supervivencia:

    La crisis es una enfermedad crónica inherente a la economía capitalista, y sin embargo también una solución a sus defectos internos. En otras palabras, el capitalismo realiza reparaciones temporales a su problema innato mediante la crisis, y por tanto nunca colapsará a causa de ella. Puede ser comparada con la histeria, el trampolín del psicoanálisis Freudiano. Para un enfermo, la histeria es una solución en sí misma, gracias a lo cual la estabilidad del paciente es asegurada por el tiempo que sea. Pero, para Freud, más crucial que la histeria es el mecanismo del inconsciente que la causaría –que existe en una persona, esté o no esté enferma. De la misma forma, para Marx la crisis ya no es la enterradora de la economía capitalista. Sólo deviene importante porque revela la verdad de la economía capitalista que es invisible en la economía cotidiana. De allí la posición de Marx de ver la economía capitalista mediante el pronunciado paralaje provocado por la crisis. (Karatani, 157, énfasis en el original)

Karatani encuentra una fórmula aún más dura y contundente: el capitalismo, afirma, no morirá de muerte natural. Morirá, si muere, la muerte que le puedan dar, día a día, aquellos que no quieran vivir de acuerdo a su lógica y puedan organizar una comunidad que supere el imperio de la brecha que separa a la producción de la circulación, o a la producción del crédito. El que el capitalismo no muera de muerte natural implica que ni la espera de una revolución por catástrofe económica, ni la llegada real de una revolución política pueden sustituir la actividad permanente de los que no quieren vivir bajo el dominio del capital. Lo que implica la actualidad de la revolución, pero no su inevitabilidad. Por lo menos no la inevitabilidad de la revolución política como un efecto de la ruptura catastrófica del orden económico2.

La aparición de Freud en la lectura que Karatani hace de Marx no es gratuita. Sale del isomorfismo entre las secuencias oníricas, de desplazamiento y sustitución de los intereses de clase, con las que Marx describe, en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, los eventos que llevaron al sobrino de Napoleón al poder en 1851, y el trabajo de condensación y transferencia de los sueños expuestos por Freud en La Interpretación de los Sueños. Karatani va un poco más lejos: en cierta forma, Marx se habría adelantado al análisis de los sueños de Freud, al mostrar cómo todas clases –subalternas y dominantes– terminaron, contra sus intereses reales, llevando al poder a su enemigo más obvio. No es un problema de interpretación. Karatani no cree que Marx, el pensador de la lucha de clases, haya encontrado, detrás de las acciones reales de las clases comprometidas en la lucha política, sus verdaderos, y hasta ese momento, no revelados intereses de clase. Si hubiera sido así, Marx no habría tenido que escribir el capítulo 1 de El Capital, y todo habría terminado en el materialismo histórico de Engels. Lo que encontró fue exactamente lo opuesto: el rico y complejo proceso de sustitución e inversión mediante el cual las clases subalternas y fracciones de la clase dominante, en contra de sus intereses más evidentes, terminaron llevando al poder a Luis Bonaparte.

La clave de lo ocurrido estuvo en la puesta en marcha de un operador social de una efectividad sorprendente: la democracia representativa –realizada en la conjunción de la democracia parlamentaria y el sufragio universal. Es la democracia representativa la que permite la metamorfosis de los intereses de clase de todas las clases sociales en su opuesto, al elegir por abrumadora mayoría al sobrino de Napoleón. Vale la pena citar la exposición que hace Karatani del papel de este operador político y del descubrimiento analítico de Marx:

    [Lo que Marx] descubrió en la serie de eventos fue lo opuesto: Las coyunturas se desarrollaron en forma independiente de, o incluso contraria a, la estructura económica de clases. Lo que él buscó dilucidar fue las "operaciones" autónomas de los eventos como tales. Y el agente de las operaciones era obviamente la institución del sistema representativo [Vertretung]. En el sistema parlamentario, basado en el sufragio universal, el sistema representativo es totalmente ficticio comparado con el Standeversammlung –una asamblea de distintas castas/profesiones de la Europa preindustrial, como Hans Kelsen lo planteara más tarde. Esto quiere decir que no hay relación apodíctica entre el representante y el representado en la institución de los representativos. El punto que Marx subrayó aquí era que los actos y los discursos de los partidos eran independientes de las clases reales. (Karatani 2006, 144, itálicas en el original)

Pero ese operador institucional no hace más que realizar, en la dimensión política, las reglas de la metamorfosis de las mercancías y puede ser interpretado como una instancia de la operación de los procesos de metamorfosis de las mercancías en dinero. Cuando los intereses reales de clase toman la forma de su opuesto y son representados por el menos legítimo entre todos los posibles representantes, lo que está en acción es el mecanismo original de metamorfosis analizado por Marx en el capítulo 1 de El Capital. Con una consecuencia crucial desde el punto de vista de la política: toda representación supone la posibilidad de la sustitución y de la inversión, y por tanto, de la ilegitimidad desde el punto de vista de los intereses reales de las clases. Es más: supone la eliminación de cualquier lazo entre representados y representantes, y la pérdida de cualquier control de las actividades de los elegidos por parte de sus electores. El papel decisivo de las clases medias3 en el triunfo de Bonaparte, y en el ascenso de Hitler y del fascismo al poder, por la vía electoral, tienen una relación íntima con la operación de la democracia representativa. Y aunque Zuleta nunca extendió su análisis de la pausa al problema de la lucha política, es fácil ver la potencialidad del concepto de pausa para analizar las posibilidades de desplazamiento y de sustitución que toda lucha política impone. En el estudio de las decisiones políticas, la pausa permitiría ver las posibilidades existentes en cada momento y las trayectorias reales tomadas por la interacción entre los contendientes. Quizás los resultados reales y los patrones agregados, tan esquivos en apariencia a la explicación racional, podrían adquirir sentido con la ayuda del concepto de pausa.

5. La causa de las causas

La respuesta de Zuleta a la pregunta por la inevitabilidad de la revolución es tan contundente como la de Karatani, y está en un texto, que comenzó a circular en 1977, en mimeógrafo, con el muy metafísico título, "Causa de las causas" y que, luego, con el tiempo, se convirtió en el menos controversial, y quizás más correcto, "Reflexiones sobre el fetichismo" (Zuleta 1987). Difícil, sin embargo, encontrar un texto menos metafísico en sus implicaciones reales y teóricas. Allí estaba, para los probables militantes de una improbable organización revolucionaria, lo que Zuleta pensaba de la teoría marxista de la revolución, de su inevitabilidad y del carácter de la organización revolucionaria. Leámoslo en sus palabras:

    Hay que decir también que el carácter internamente contradictorio del movimiento del conjunto no conduce a una síntesis de las contradicciones ni a una explosión catastrófica, sino a crisis más o menos graves que son al mismo tiempo formas de reajuste y reequilibrio relativo. En ese sentido el proceso no tiende por sí mismo hacia su propio depasamiento [sic]. Sin duda crea y desarrolla elementos que pueden venir a oponérsele: el proletariado, la ciencia que no logra controlar por completo ni puede evitar, el arte, etc. (Zuleta 1987, 177)

Si no hay explosión catastrófica, como síntesis Hegeliana de todas sus contradicciones, entonces no habrá revolución causada por el salto mortal que enfrenta el capital en todos sus puntos. De allí el título original –la causa de las causas: no hay una causa que sea la causa de todos los efectos, y menos de sus propios efectos. No es la economía, es decir, las fluctuaciones en la expansión del capital la que llevará al colapso del capitalismo. Las crisis del capital no son, ni llevan a, la revolución. ¿No habría entonces revolución? ¿Y las revoluciones que todos conocemos? Sí, por supuesto, contestaría Zuleta, hay revoluciones políticas, pero no son causadas por las inevitables crisis económicas del capitalismo. La superestructura no caerá como un castillo de naipes al fallar los cimientos económicos porque los cimientos económicos no dejan de reproducirse, aún fallando: allí están la innovación tecnológica y la generación de crédito y de poder de compra para garantizar su recuperación y expansión4.

Si el capital sólo enfrenta los límites fijados por él mismo, ¿cuáles son esos límites? Zuleta habla de leyes inmanentes a la estructura de conjunto del capital, pero nunca llega a una formulación directa de esos límites. Karatani parece intuir que esos límites no son discernibles o, mejor, que esos límites no son límites concretos o alcanzables y que el capitalismo, por tanto, podría existir para siempre, salvo en aquellas comunidades en las que sus miembros intercambiaran por fuera de la lógica de la circulación del capital. Esta discusión queda abierta. Implica desarrollar una teoría de la evolución global del capitalismo para contestar preguntas como ésta: ¿Produce el operador de mundos posibles los límites de su propia operación? ¿Produciría, por ejemplo, un capitalismo sin crecimiento, sin expansión de las ganancias, sin acumulación? Y mientras se acerca a su límite –si lo tuviese– ¿cómo agrega los miles, millones de saltos mortales que relacionan el pasado con el futuro y se las arregla para mantener el orden?

¿De dónde viene entonces la revolución? Para Zuleta la revolución política es un evento probabilístico, que puede ocurrir en cualquier momento, debido a factores y relaciones que van más allá de lo económico y tienen que ver, sospecho, con alcanzar una combinación de fuerzas opuestas al sistema lo suficientemente grande como para derrocar el poder político existente. En ese sentido la revolución política es fortuita y no requiere de ningún tipo de relación directa con la destrucción catastrófica de las relaciones económicas capitalistas. Más aún, el momento de la revolución política nunca será compatible con el estado real del sistema capitalista. Ese desajuste en el tiempo es estructural:

    En ese sentido cualquiera que sea el momento en que las fuerzas opuestas al sistema lleguen a predominar y a tomar el poder político, este momento será siempre anacrónico, prematuro en unos sentidos, y tardío en otros. (Zuleta 1987, 177, mis énfasis)

Por lo tanto, ni hay compatibilidad entre el tiempo del capital y el tiempo de la revolución política, ni la toma del poder político interfiere, per se, con la reproducción de las condiciones del capital y, por tanto, la resistencia a la lógica del capital no termina con la toma del poder político. El anacronismo es inevitable y de allí los fracasos de las revoluciones socialistas del siglo pasado. Ese anacronismo estructural guarda una relación con el salto mortal y con la pausa: la revolución política no resuelve el misterio de la pausa.

El problema del anacronismo de la revolución, de su desfase temporal con respecto al tiempo del capital y de sus contradicciones ya había sido enfrentado por Marx (1852), al notar, tanto la tendencia de las revoluciones del presente a tomar su poesía de la poesía de las revoluciones del pasado, como el peso de las ideas de los muertos sobre el cerebro de los vivos. La inevitabilidad de ese desfase viene de un hecho simple: las revoluciones abren de repente el espacio político para que todas las ideas atrapadas en la sociedad, y en el cerebro de sus miembros, emerjan en forma violenta e inesperada. Esas ideas pertenecen al pasado, a la tradición y a la simple evolución del cerebro humano. No tienen porque ser nuevas: las nuevas ideas sólo son descubiertas –si lo son– durante el proceso revolucionario mismo. Pero Zuleta no se refería al peso del pasado y de la tradición en las revoluciones. Tampoco al peso del pasado en las revoluciones burguesas y a su probable superación por la revolución proletaria, como lo suponía Marx con optimismo.

Su anacronismo era de tipo estructural. No había, no podía haber una correspondencia exacta entre el estado de las contradicciones económicas del capital y la revolución política. El tiempo de la revolución política correspondía al tiempo en el que podía formarse la coalición de fuerzas sociales y políticas suficiente para derrocar al régimen político. Esa agregación de fuerzas respondía a circunstancias probabilísticas independientes de la formación de crisis sistémicas del capitalismo. La crisis financiera más profunda podría coincidir (como, de hecho, lo acaba de hacer) con un periodo de estabilidad política relativa y con la incapacidad de las fuerzas contrarias al régimen para formar una coalición efectiva para derrocarlo. Las dos, por tanto, pertenecían a tiempos distintos y respondían a lógicas diversas.

¿Es insuperable ese anacronismo, entonces? Sospecho que la respuesta tiene que ver con la idea de la temporalidad de la revolución que tenía Zuleta. Para él, la revolución, más que un acto único o un conjunto de eventos históricos, era una actividad cotidiana, un estado permanente de los que habían elegido vivir sus vidas por fuera de la lógica del capital. Por eso afirmaba:

    Una política revolucionaria deberá saber que la estructura tenderá siempre por sí misma a reproducir las formas capitalistas de producción y que su lógica deberá ser infringida en cada actividad y en cada institución en lugar de esperar que algunas medidas económicas cambien por sí mismas el sentido del conjunto cuando es éste, al contrario, el que podrá reinterpretarlas y finalmente hacerlas funcionar. (Zuleta 1987, Ibíd.)

Este pasaje sugiere un problema más fuerte y que deberá ser discutido en otro contexto. Es el problema de la incapacidad de las revoluciones políticas conocidas para superar la inmanencia de las leyes de reproducción del capitalismo. Si el capitalismo no deja de reproducirse en forma espontánea, por diversas vías y en bajo diversas formas, las tareas de resistencia a la lógica del capital no dejan de existir con la revolución política. Esta sólo trastoca, en el mejor de los casos, su operación hasta que –no importa a través de qué trayectoria de eventos históricos– el capitalismo vuelve a operar a plenitud. Queda, entonces, abierta la discusión acerca de la persistencia de la estructura económica y de sus leyes inmanentes. Si, como lo plantean Zuleta y Karatani, la estructura económica del capitalismo no hace más que reproducirse, y la probabilidad de su ruptura espontánea es igual a cero, ¿estamos ante una estructura insuperable? ¿Una estructura situada fuera de la historia?

6. Cierre

Leí por primera vez el texto de Zuleta que acabo de comentar hace 32 años. Entendí, o creí haber entendido, que la dominación estaba en todas partes y que debíamos resistirla en todos los lugares, incluso en la organización que proclamaba superarla en forma revolucionaria. Sin duda una pista correcta. Pero debieron pasar más de treinta años para que esta conversación, que comenzara pensando en la revolución, pudiera ser reanudada hoy, al regresar a ella, con la ayuda del concepto de pausa. Aquí, entonces, la pausa y sus implicaciones para la metamorfosis de las mercancías, la reproducción del capital y la revolución. Y las líneas de fuga que deja abiertas: pensar la revolución sin el ancla de la crisis última, en un universo hecho de muchos mundos posibles, en el que el capital no deja de reproducirse a pesar de sus múltiples crisis.


Pie de página

1Karatani distingue entre el Marx de El Capital y El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, y el Marx materialista histórico, creado por Engels. Las consecuencias de la distinción de Karatani son fundamentales. Entre ellas están la interpretación equívoca de la revolución como el paso necesario de una sociedad a otra, y la célebre secuencia determinista de modos de producción que siempre han alimentado la vulgata marxista.
2Y conduce, de paso, a otro problema que trataré de abordar al presentar la respuesta de Zuleta: si la revolución política y social no es un efecto de la explosión catastrófica de las contradicciones económicas (Zuleta 1987, 176), ¿Cómo se produce, entonces? ¿Es la revolución –entendida como un evento único e irreversible de ruptura de las relaciones de poder por efecto de las contradicciones económicas y sociales– cosa del pasado?
3Vale la pena leer el análisis preciso que hace Marx, en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de las razones estructurales que llevaron a la pequeña burguesía francesa a buscar en la figura del sobrino la figura tranquilizadora de su tío, el emperador. Entre ellas estaban la falta de partidos y organizaciones propias y el aislamiento en que vivían, unos de otros, y del resto de la sociedad.
4Uno podría especular, incluso, que al aparecer el salto mortal en todos los puntos del sistema, la revolución, entendida como resistencia a la lógica del capital, debería también ocurrir en todo momento. La idea de Zuleta de resistencia cotidiana a las reglas del capitalismo, podría ir en ese sentido. Por supuesto, esta idea de revolución difiere del concepto de revolución como una secuencia extrema de eventos que transforman las relaciones de poder en una sociedad.


Referencias Bibliográficas

Karatani, K. (2006): Transcritique. On Marx and Kant, Cambridge, MIT Press.        [ Links ]

Marx, K. (1852/2008): The 18th Brumaire of Louis Bonaparte, New York, International Publishers.        [ Links ]

Moliner, M. (1998): Diccionario de uso del español, Madrid, Gredos.        [ Links ]

Zizek, S. (2006): Visión de paralaje, Buenos Aires, FCE.        [ Links ]

Zuleta, E. (2010): "A la memoria de Martin Heidegger", en Tres culturas, tres familias y otros ensayos, Medellín, Hombre Nuevo Editores, pp. 39-61.        [ Links ]

_ (1987): Ensayos sobre Marx, Medellín, Editorial Percepción. Edición a cargo de Luis Alberto Restrepo.        [ Links ]

_ S/f. "Notas sobre el capítulo 1 de El Capital", inédito, 57 pp.        [ Links ]

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