Caleb Olvera ha estudiado el pensamiento nietzscheano desde sus fuentes y ha mantenido un desarrollo conceptual sobre la historia de la filosofía. De igual manera, Beuchot ha implementado una metodología hermenéutica y analógica, al pensamiento de diversos filósofos de la historia del pensamiento, tanto filosófica como científicamente. Ambos autores cuentan con una diversidad de publicaciones y textos que representan su desarrollo conceptual.
En esta reseña se desenvuelven dos estudios de la obra del filólogo alemán, Friedrich Nietzsche, la primera por Caleb Olvera, la cual implica una lectura del pensamiento nietzscheano desde el origen de la tragedia. La segunda, elaborada por Beuchot, plantea el origen de la tragedia en su relación con la metafísica del artista; además de considerar la filología y el espíritu analógico a través del lenguaje, más allá de la metáfora y la metonimia.
En un intento por dar salida y fuga al discurso circular posmoderno del nihilismo, Caleb recurre a la hermandad entre Apolo y Dionisio, que se encuentra en el mismo pensamiento nietzscheano y que a su vez, permite una interpretación más objetiva desde la analogía. Recordando que ésta implica la conciencia de la exclusión de la equivocidad, y a su vez, la conciencia de no poder alcanzar una perfecta univocidad en el pensamiento.
Sin dejar el racionalismo analógico y simbólico, nos encontramos con un Nietzsche que aplica la metáfora como la antítesis de la moral de su época. Auspicia la incapacidad humana para concebir y aprehender la realidad, puesto que ésta última, se va en el devenir dinámico del tiempo y del espacio. Es un duro choque entre el pensamiento de Parménides y el de Heráclito, pero es superado por el mismo Apolo, quien, con su luz racional, ubica el límite del desenfreno voluptuoso y emocional de Dionisio. Dando así la oportunidad a que Dionisio regrese la fuerza de la voluntad y la concepción del mundo como voluntad y representación, para romper con la equivocidad del signo unívoco, dando espacio a lo esencial de la realidad.
Es la realidad la parte constitutiva de la vida humana, dado un ser humano como una piedra en mármol que necesita ser cincelada por el orfebre y el artista. Es el momento en que la influencia onírica de lo apolíneo nos retorna a lo irracional o incomprensible del misterio de la existencia, para que su hermano Dionisio nos otorgue el éxtasis emocional y musical de la unidad con lo ‘Uno’ y con el prójimo. Lo ‘Uno’, como universo y naturaleza.
Un recorrido así, no puede ser solamente lineal sino dialéctico, es decir, requiere de una ascesis o escape del mundo de las apariencias. Por ello Zaratustra en un profeta, nos mueve a transvalorar todo aquello que es obsoleto en la conducta humana. El mismo Apolo, en su principio de individualización, accede a lo ‘Uno’ originario, permitiendo la abstracción del sujeto con su propia realidad, insumo necesario para la liberación y verdadera autenticidad.
Para lograr este objetivo de redención, emocional, conceptual y sentimental, es necesaria la virtud griega de la phronésis. Es la prudencia, núcleo de la interpretación analógica. Es así como Dionisio en su danza y vino embriagador, aunado a las virtudes como la frónesis o cordura, genera en el individuo la incorporación a un colectivo más amplio y universal.
Tenemos entonces un estudio de la cultura en una época precisa, por ello el anticristo nietzscheano ataca de tajo todo yo inauténtico, mediocre, cobarde y superficial. Pues es Dionisio el cristo que invoca el desenfreno animal que expulsa lo más instintivo de la naturaleza humana. Hermandando y procreando así a toda la raza y a todo género humano. Como se observa en los estudios modernos de Yung, un individuo así requiere ser moldeado bajo la cultura y la moral, para enfocar la fuerza de su virtud en un gesto más noble de supervivencia y convivencia pacífica.
No obstante, las arbitrariedades desaparecen. Es decir, el individuo forja su destino bajo la doble presencia de ser espectador y actor a la vez, creando su destino como un artista a su obra. Plasmando en ella la proyección de su pensamiento y de lo más profundo de sus entrañas. El frenesí del artista queda doblemente plasmado en su obra, primero desde el misterio de su tragedia ante lo desconocido, después en la complicidad de la comedia y la risa como expresión absoluta de su propia sabiduría.
El dios apolíneo del sueño nos regala los hechos y dentro de su propio núcleo irracional, nos ofrece las distintas interpretaciones, dejando a Dionisio abolir toda realidad, quedan solo interpretaciones y no hechos. Sin embargo, este dictum en la filosofía de Nietzsche, no es ajeno a otra supuesta interpretación. Por tal motivo, el coro de Las Bacantes de Eurípides resuena en un tono más fuerte sobre la referencia de la misma simbología onírica que da pie a la tragedia de la vida, pasando así por un ciclo de espasmo, catarsis y depuración conceptual, para dar paso al individuo libre.
Apolo envuelve a Dionisio de tal manera que éste no puede notarlo. Apolo, que representa la razón y Dionisio que representa la tragedia y el desenfreno, luchan como un padre y una madre por su hijo, que pretende ser devorado por el deseo de la madre. Para ser salvado por el padre que lo devuelve a la cultura y a las leyes. Se desarrolla así una dialéctica entre la vida y la muerte. Una dialéctica que es necesaria en las mismas leyes naturales, pues es el proceso de transformación de la semilla que germina en la tierra para volver a generar un nuevo árbol y un nuevo fruto. Ya sea hierba o animal, es parte del proceso de individuación, mismo que observamos en el hombre moderno. De manera especial en la guerra, pues permite que la realidad cambie.
El hombre moderno requiere superar estas fuerzas naturales, puesto que su vida religiosa no encuentra salida a una contemplación de su propio ser como su templo, sino como su objeto de uso. Es ante una moral decadente y una religiosidad fanática ante lo que arremete lo metafórico en Nietzsche.
El gran dios Pan ha muerto, como lo explica Plutarco. Por ello Nietzsche es el último bastión de conexión entre los valores griegos y la testarudez del hombre moderno, quien se encierra en su positivismo y univocidad para transformar la realidad en un solo plano lógico-causal. Pero para lograr dicha transformación modernista y progresista, es necesaria la analogía, pues es en la iconicidad de la vida humana que se encuentra la semilla y el germen de la violencia que ofrece una lucha constante por cambiar y transformar su destino.
Un análisis más profundo del lenguaje, especialmente la metáfora en Nietzsche, nos lleva a retomar el camino del ‘ultra-hombre’. Uno que llega demasiado pronto para una tardomodernidad demasiado líquida. Se requieren nuevamente los instintos desenfrenados de Dionisio para extrapolar la belleza y el arte en un templo más apropiado para la vida. Especialmente para la vida humana que requiere de una catedral especial, por sus dimensiones que atañen lo finito con lo cósmico y universal.
Apolo mata la serpiente pitón en la isla de Delfos, y con ello, se reconstruye en nuevo oráculo: ‘Conócete a ti mismo’. Esta aparente contradicción en lo apolíneo nos permite entrever el dios muerto en la temporalidad, pues en adelante será el ser humano quien proponga los límites, para no perder ni lo místico ni lo instintivo. El equilibrio es tarea humana para un ‘sí mismo’, puesto que las leyes del universo son invariables. Pronto se vislumbra un desenfreno en la moral que ocasiona el caos. Los límites son transgredidos por la falta de una voluntad superior. Para todo hombre, es más placentero una vida sin ascetismo, pero que culturalmente lleva a la náusea y al vacío, por el enfado del eterno retorno.
Por ello en la cultura griega los titanes son inferiores a los dioses del olimpo. Puesto que estos últimos contienen belleza, pero ¿qué belleza puede contener una verdad desnuda en donde se refleja lo humano como una pasión inútil? Cabe entonces regresar al límite prudencial de lo apolíneo y no meramente ver la belleza de las estatuas que, aunque desnudas, son piedras estáticas.
Pero en Nietzsche resuena el adagio místico: ‘como es arriba es abajo’, es decir, él ve que la dignidad humana requiere de un amor que está más allá del cuidado de la individualidad y lo aparente del ‘yo’. Por ello los seres humanos estamos hechos a imagen y semejanza de dichos dioses olímpicos. Pues nos han dado lo profundo de su esencia en una envoltura finita y corruptible. Es Nietzsche el último hombre moderno que divisa la necesidad de superar la moralidad del esclavo por la moralidad del hombre libre y creador.
La meta suprema del arte es nuevamente retomar la mesura, pues es el mismo Apolo quien termina bailando al ritmo de Dionisio. Hace falta el desenfreno dionisiaco para irrumpir las sombras y tinieblas de la caverna del engaño-apariencia. El hombre griego cree que estaba a merced de los caprichos de los dioses, pero es la hermandad de lo apolíneo y lo dionisiaco la que genera una dialéctica de mayor equilibrio. Como en el universo, que es caótico y al mismo tiempo guarda el orden.
Dionisio revela los sueños más profundos, para que el verdadero artista pueda plasmar la verdad sin caer en la desgracia. El hombre, abandonado por la divinidad, se enfrenta ante su propio sufrimiento; el cual, sin dejar de estar presente entre el conflicto de las pasiones humanas, encuentra en la liberación dionisiaca la catarsis y la vuelta al ser primigenio. Al ser de la madre del cosmos.
El lenguaje en Nietzsche contiene semillas del ser prístino que contiene la esencia de la vida, por algo este poeta alemán fue filólogo, además de filósofo. Queda entonces al descubierto una metafísica de lo trágico, una que no termina con el conflicto, pero que también da cabida al hombre sabio. El hombre sabio llega a ser artista y constructor de su vida, de su destino, contiene la genialidad de los dioses y la grandeza de verse plasmado en su propia obra creadora.
El arte también es fármaco, da sentido y lucidez a la existencia. Lo dramático es onírico y Apolo se encarga de individualizarlo en la objetividad de la vida. Sin embargo, el artista titánico logra comprender lo trágico y lo aparente, para alcanzar la redención en un plano óntico superior. Se sabe humano, demasiado humano, pero su fuerza y voluntad construyen su mundo con un amor a la vida que supera al simple vitalismo. De hecho, el simple vitalismo culmina seriamente en un nihilismo debido a que considera la existencia en un solo sentido.
Surge la alegría del amor por la tierra, por la voluptuosidad y majestuosidad de las obras humanas, pero enmarcadas en los límites prudenciales de la sabiduría. Pero se requiere tener cuidado con las trampas del destino, el choque mismo de las fuerzas de lo apolíneo y lo dionisiaco impera en una generación de una nueva síntesis sobre la verdad. La verdad desnuda y tan hermosa como la desnudes de una doncella. Pero ni la fuerza demencial ni la entereza prudencial desaparecen, sino que se conjugan.
La trascendencia y reproducción de la promesa femenina, no suprimen la pureza del amor que se arrebata para conducir su propio destino. Así la verdad es relacionada con lo femenino en la antigüedad, pero puede ser interpretada en un solo sentido unívoco, dejando a un lado la integración del individuo con el entorno en un yo más holístico y compartido con su comunidad. La vida es individualidad y sufrimiento, puesto que sufre para desgarrarse en la búsqueda del ‘Uno’ originario que contiene su entorno.
Es el mismo Nietzsche quien se apodera de Dionisio y es a una vez su profeta. Rasga el velo de Apolo, dejando ver en el teatro la verosimilitud de la vida, del eterno retorno de lo mismo; en voz de Beuchot, es el eterno retorno de lo semejante. Como lo explica Olvera, es en el teatro griego, donde el baile y el amor de los dioses por las mujeres, hace ver al ser humano lo trágico de la vida. Apolo devela lo intempestivo, la embriaguez y la irracionalidad de lo dionisíaco. Se tiene entonces un principio ético en el eterno retorno, hermanando desde una analogicidad icónica en la conducta de Apolo y Dionisio.
El héroe griego se enfrenta al mundo adverso, precisamente porqué su destino implica una coyuntura y rompimiento de las determinaciones que permiten la afirmación de la voluntad. Es la que se encuentra incluso más allá de la muerte misma. Por ello, lo más trágico es la musicalidad de dicha confrontación, y eso, es equilibrio y proporcionalidad. Solo así se sobrepone al mundo onírico y subjetivo que Apolo imprime en la fuerza del destino al mundo de cada individuo. Como la fuerza que imprime la nueva transvaloración de los hechos es dionisíaca, contiene implicada la analogía y se confirma la sabiduría del ‘super-hombre’ que es capaz de dominar su destino.
Cuando el héroe griego rompe su tragedia logra su libertad más suprema. Entonces se encuentra poseído por Dionisio y tiene una experiencia mística sobre su propia realidad, una que lo implica a comparar y contrastar los hechos de su propia vida. Esto no hubiese sido posible sin la propia catarsis y éxtasis que trae el desenfreno dionisíaco para torcer la voluntad por una verdad más bella. Esta es la belleza que los dramaturgos griegos se enfrascan para lograr poseer una verdad que contiene la bondad suprema. De aquí que el platonismo apunte a la bondad como supremo bien para el ser humano.
Para Olvera y Beuchot, la hermenéutica analógica es la interpretación más asertiva del pensamiento de Nietzsche. El héroe griego logra entonces la unidad con lo ‘Uno’, en una fusión que le otorga el rompimiento de la individualidad de Dionisio, hermanado por Hermes con Apolo. La unidad e ilusión del ‘yo’ es precisamente la fuente de dolor y sufrimiento, pero la vida es así, una y otra vez nos confronta a lograr dicha ruptura. Muy a pesar del terror y la compasión que implica dicho resquebrajamiento. Esto se da debido a que la moral cae en una contradicción al romper los cánones artísticos, por lo que el artista, que es amante de la filosofía por excelencia, requiere ir más allá del bien y del mal. Afronta así la tragedia de su destino, transformándolo por voluntad de poder en un placer más hermoso.
Nuevamente es ‘Hermes’ el que nos regresa a la proporcionalidad y al equilibrio, se nos otorga la tan añorada homeostasis. Es en esta suerte que Dionisio reclama las orgías y las bacanales con los humanos, para hacerlos ir más allá de cualquier límite material o espiritual, sobre todo, para hacerlos ir más allá en el propio horizonte de su conciencia de no ser una simple marioneta de los dioses; por el contrario, el hombre requiere ser el constructor y el arquitecto de su propio destino.
En la medida que el sujeto es artista de la vida, plasma su devenir en cada parte de la obra de su cotidianeidad y no meramente en un punto final, como si la muerte fuera el único sello de garantía para sus actos. Por el contrario, este artista se redime y es salvado en esta fenomenología estética. Puesto que la muerte también es un gran gozo para romper las ataduras de la enfermedad, el mal y los vicios, dando paso a un nuevo resurgir dionisíaco, con la intempestividad que requiere la autoafirmación del ser ‘Único’.
El arte se presenta como la promesa que logra romper la individuación del sujeto. Lo salva. Es en la doctrina mistérica de la tragedia en donde el artista obtiene el conocimiento profundo ante la desgracia. Experiencias desgarradoras de la vida, que posteriormente dan risa al ser contempladas desde un nuevo enfoque. Un enfoque que pueda albergar el contenido de una verdad suprema: lo eterno retorna a lo mismo. Es decir, lo universal no desaparece en el conocimiento humano, por el contrario, requiere el trabajo dialéctico y unificador de la interpretación. Es en este punto donde el socratismo se enfrenta con lo orgiástico del desenfreno y el placer, para demostrar que no basta un simple logos racional unívoco, sino análogo.
Finalmente es esta música artística la que permite al ser humano llegar a ser un ‘ser’ creador. Hecho que lo convierte en aquello para lo cual es llamado como vocación al ser, al existir y al propio sentido de su vida. Se transforma así el sujeto en el advenimiento del ‘super-hombre’ y/o ‘super-mujer’, que le permite disfrutar del ser en cuanto a ser primordial para la propia existencia.
Para Beuchot, la incidencia del pensamiento de Olvera queda aclarada desde el mismo estudio del lenguaje. Recordando la famosa pregunta de Platón sobre qué es el lenguaje. Beuchot explica claramente su aspecto icónico, elemento que lo lleva nuevamente a la explicación de lo simbólico y sus ramificaciones, expresando las coyunturas del lenguaje con lo análogo que implica su significado, puesto que el conocimiento de lo ‘Uno’ se centra en lo más alejado de los propios límites del lenguaje. Desafortunadamente, éste es limitado para expresar las verdades eternas del misterio del cosmos.
Para Beuchot, el mismo Nietzsche intenta solucionar el problema del lenguaje en una metonimia univocista. Por ello, la postura del pensador alemán es un perspectivismo. Pero en éste se encuentran diversas interpretaciones, -y como se observará más adelante-, la mejor postura es aquella en la que hace prevalecer la diferencia sin perder una postura epistémica e incluso axiológica, esta es la interpretación análoga. Dicha problemática se encuentra en la misma filología del lenguaje, por lo que la base metafísica se situará en una postura diversa.
Esta postura diversa, es la metafísica del artista desde el origen de la tragedia. Beuchot descubre que Nietzsche quiere fundamentar la ontología desde su mismo origen, por ello, recurre a una filología de la filosofía y es así como se encuentra con la tragedia. Se podría señalar que la tragedia misma del principio de filosofar nos lleva a ser artistas, pero no como quienes erran su vocación por mera emocionalidad sin inteligencia, sino quienes logran trascender al sentimiento de la pérdida y el desgarre de lo óntico del ‘ser’, -ente-, para pasar a ser parte del ‘Ser’, -noúmeno-.
Es al estudiar la metafísica del artista que se tiene una metafísica invertida. Nietzsche busca un nuevo comienzo para la metafísica desde el plano del valor. Es decir, parte del fenómeno del hecho y va hacia el fundamento del ‘ente’. Por ello encuentra en la realidad una serie de antagonismos que hace explícitos, con la finalidad de retomar un principio, aunque trágico, pero asertivo con respecto a la base de un ‘Ser’ universal que permite al sujeto entender la redención que va de lo terrible de la pérdida de su propio ser, pero se integra en la unificación de la unidad de lo originario.
Vemos pues una subversión intelectual. Se pretende enviar al diablo a esa metafísica comodina y mediocre que ha contenido el cristianismo del siglo diecinueve, por una metafísica estética. La metafísica del artista es la única verdad y tarea primordial en la vida. Esta nueva estética se opone a la moral, especialmente a la cristiana de aquella época, para jugar con la dualidad de lo apolíneo y lo dionisíaco.
Como es sabido, el arte como metafísica, permite eliminar o aniquilar la individualidad del yo, sacándolo de su subjetividad hacia la objetividad del ‘otro’. Esa fusión estética - musical se logra a través de la conjunción de lo dórico y el ditirambo. El coro de sátiros viene a conjuntar su ironía, que es simbólica; con la poesía, que es la música de los poetas y es el mismo lenguaje. Se observan dos realidades que no son irreductibles sino conjugables, conjuntadas y unificadas, en el amor hacia la naturaleza que otorga la experiencia del ser parte del cosmos, para el alma sufriente y encadenada. Como el cuerpo de Dionisio, descuartizado por los titanes en la forma de Zagreus, pero integrado por la naturaleza.
Por ello su profeta, Zaratustra, concentra al héroe Dionisio, centro e individuo que pregona la nueva sabiduría, la verdadera sabiduría que logra salvar las experiencias más atroces de los sentimientos y los apuros de la vida humana. En Dionisio se encarnan las desgracias de los hombres, para lograr un proceso de catarsis que lo lleva nuevamente al ser primigenio y a la unidad con el todo.
Nietzsche subvierte la concepción aristotélica de la tragedia desde un Apolo versus Dionisio. La tragedia griega fue pereciendo en los siglos, para ser transformada por un juego de máscaras hasta llegar a lo cómico. La risa y la comicidad se convirtieron en la nueva forma de expresar la suma experiencia verdadera de la metafísica. Decayendo en un devenir estético de lo pasible, lo tranquilo y efímero. Y como en la obra de Eurípides, la vida es una nueva comedia.
Pero ni el mismo Sócrates pudo evitar conocer la música; finalmente, de alguna manera, veía el encuentro inevitable entre Apolo y Dionisio. Nuevamente en el socratismo encontramos la máscara de la salvación por el conocimiento, pues la desgracia nos la trae la ignorancia. Lo cual suena despótico, puesto que la música sigue perpetuando el reflejo de la voluntad misma. Es decir, el artista que construye su destino no evade la musicalidad sino por el contrario, requiere sobreponerse tanto al pesimismo práctico y al optimismo teórico. De nueva cuenta es Dionisio en su grito desgarrador de madre que otorga la esencia más profunda del ser.
Finalmente, Sócrates se pierde en el mismo hilo de la causalidad de Ariadna. La existencia no es finalmente una relación simplemente causa-efecto. Implica la belleza artística de la música, expresada en su mismo lenguaje. Pues es este último el que retomara el último sortilegio hacia la nueva metafísica. La metafísica del ‘super-hombre’ que contiene la voluntad de poder. La música es entonces símbolo, conecta lo trágico y el ser, es insistente y persuasiva, conlleva a lo mítico, que también es simbólico y todo símbolo contiene palabra e imagen.
Vemos que el bálsamo de la salud no es una simple aceptación de lo trágico como consuelo de la existencia y del destino, sino que contiene los espasmos de la voluntad y así el sujeto retoma en medio del aparente caos de la sinrazón, una nueva realidad significativa. Es así como Nietzsche quiere formar una nueva metafísica, por cierto, para una nueva era. Zaratustra nos invita a la desobediencia y hacia la locura, pero no niega lo moral que Apolo otorga a la medida y al orden, sino que pide sea formado un Edipo en un mundo nuevo.
Edipo que con su máscara de rey sufre la tragedia, se alimenta del mito hasta concebir una nueva vida, más plena en su placer y perenne en su sentir. Es así como Zaratustra supera a Aristóteles, puesto que permite crear un arte que no sea una simple imitación de la naturaleza, sino una creación cultural que sea capaz de dar sentido a la historia de los pueblos.
Tenemos simplemente la tragedia como lo analógico que permite vivir y comprender el mito. Zaratustra buscará la ley de la eterna justicia y nótese que pide la mesura y la proporción de lo dionisíaco. Hermandando con Hermes al mismo Apolo en su vuelta a la objetividad, a la luz y la razón.
Para Beuchot, se tiene una metafísica trágica, dionisíaca y metafórica. Ya vemos con más claridad que en la tragedia de la vida se encuentra el rastro de lo equívoco, pero también vemos el rastro de lo unívoco en la conciencia de la contradicción y la paradoja que tiene la propia conducta de los hombres, ante un destino incierto y subjetivo. Por ello, los pensadores posmodernos vieron el mundo como fábula, puesto que todo dinamismo liberador y positivista, incluso romanticista, era consumido en la contradicción y el dilema de lo diferente. Es necesario hacer convivir y coincidir esta presencia de los opuestos.
Se ha considerado a Nietzsche como el gran destructor de la metafísica, ciertamente tiene un ataque severo hacia ésta. Pero en el fondo ha luchado por que la filosofía no haya devenido en una simple filología y, por el contrario, pretendió que surgiera una nueva metafísica, aún desde lo trágico. Lo cual implica soportar la fuerte tensión entre lo apolíneo y lo dionisíaco, analógicamente unidos, una tensión de mil atmósferas.
Si lo apolíneo contiene los ideales supremos de libertad y dignidad, es porque el espíritu trágico contiene un hermeneuta analógico. Uno que permita salir de la multiplicidad de las interpretaciones que tienen los hechos. Dejando a un lado lo equívoco o erróneo de las concepciones conceptuales y dejando a un lado el relativismo imperante de las múltiples formas de razonar la realidad.
Se retoma así un nuevo paradigma, uno que interpreta el texto. Una interpretación no solamente de forma alegórica y no solamente de forma literal, sino dentro de un paradigma analógico que permite aceptar las diferencias y enlazar las coincidencias de la realidad interpretada por el lector.
Es a un tiempo la lectura del mundo y sus hechos. Nietzsche, como filólogo, contrapone la ciencia al arte, pues la primera es una explicación de la vida, la segunda hace de la vida una existencia vivible. Sin embargo, no es posible reducir la filología al arte, la moral y la expresión estética y/o ética-estética. La ciencia que implica el uso del lenguaje y de la estética que no se aleja de la ética.
Para Beuchot, Nietzsche pretende encontrar la génesis de la filología, puesto que siendo discípulo del positivista Wilamowitz, se centraba en la historiografía, especialmente griega. Sin embargo, Nietzsche comprende que requiere dar un sentido a esta disciplina científica; y para ello, busca en la hermenéutica una herramienta. Con ello logra hermanar la filosofía con la filología. Así las cosas, la historia y la filosofía del lenguaje se conjuntan con la experiencia estética-ética, haciendo de la expresión artística una estructura integradora hacia el puente instintivo de lo metafórico y no meramente metonímico que tiene la métrica literaria. Es así como encuentra Nietzsche en Dionisio la fuerza orgiástica e irónica necesaria para romper los cánones apolíneos del logos discursivo lógico-causal.
Beuchot encuentra así la superación tanto del romanticismo como del positivismo en una confluencia de fuerzas. Queda entonces roto el lazo con la ilustración y la univocidad de filología positiva. Contamos ahora con la papirología y la epigrafía, más el simbolismo que contiene la alegoría y el signo. Por lo que más allá del límite de lo racional causal, nos llega lo interpretativo y análogo que contienen los mismos hechos históricos. Ahora podemos decir que no solo la filosofía deviene en filología y viceversa, sino que contamos con una hermenéutica analógica como nuevo paradigma.
Ni se ha de rechazar el cientificismo ni tampoco se ha de caer en el senequismo, por el contrario, requerimos un equilibrio hermenéutico. Vemos claramente la hermandad de Dionisio y Apolo mediante Hermes. Lo pernicioso de la ciencia queda superado por una ontología o metafísica del artista. Más allá de la metáfora y la metonimia encontramos entonces el origen instintivo del lenguaje, mismo que no puede negar su carácter simbólico e imaginativo, y no meramente significativo. Es así como el giro ontológico hacia lo análogo salvaguarda el carácter retórico-tropológico del lenguaje.
Inclusive en la misma dialéctica de los conceptos, retomamos un nuevo perspectivismo que implica la interpretación aunada a la filosofía. Y para nosotros esto devela la cortina de humo que contiene la verdad, la historia y la analogía. Queda así desenmascarada cualquier intención moral en el sujeto, para mostrar lo más traslúcido de la intención del alma. Para los hijos de Nietzsche, se abre una nueva ventana de lo ontológico que puede vincular lo metafórico y lo metonímico, sin caer en un perspectivismo senequista, cuya retórica se centra en rededor de lo poético y lo creativo de los aforismos nietzscheanos. Superando en un ‘super-hombre’ al simple animal de realidades y al simple animal fantasioso, para llegar al hombre creador de sí mismo y de su propio destino. Soportable por su expresión artístico-musical y soportable por su voluntad habilidosa para formar una continuidad de situaciones placenteras y satisfactorias en la vida. Este es un verdadero microcosmos análogo, reflejo del macrocosmos que contiene las fuerzas del universo.