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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.62 Bogotá July/Dec. 2006

 

Santiago Castro-Gómez

La hybris del punto cero: ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816)

Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2005. Pp. 345.

Lina Rocio Medina M.

Pontificia Universidad Javeriana (Colombia) lina-medina@javeriana.edu.co

 


La teoría postcolonial surge como una corriente de pensamiento crítica inspirada en la idea, hasta cierto punto obvia, de que los esquemas de categorías que se manejan hasta hoy en las ciencias sociales son productos humanos orientados por intereses humanos. De esta idea se desprende que las ciencias sociales, más que continuar recavando nuevas evidencias, deben reflexionar sobre las condiciones de la producción de los discursos y sobre la posición de quien los enuncia. Tal como afirma Dispey Charabarty, una de las voces más autorizadas de esta orientación teórica, el estudio de las categorías universales de las ciencias humanas surgidas en el siglo XVIII es, por definición, parte de la agenda de la perspectiva postcolonial que, a partir de una crítica genealógica de dichas categorías, intenta develar el carácter colonial del pensamiento ilustrado (Charabarty, 2000:5).

El libro de Santiago Castro titulado la Hibrys del punto cero se ubica justamente en esta línea de pensamiento y se constituye en una de las primeras aproximaciones empíricas al tema desde esta perspectiva teórica. Entender por qué las élites criollas del siglo XVIII realizaron una traducción in situ de la ciencia ilustrada, con independencia de los condicionamientos espaciales que suponía la calidad de colonia española del territorio neogranadino, es la pregunta que guía la investigación del autor. Castro señala, a manera de hipótesis, que los pensadores neogranadinos son responsables de haber traducido y enunciado el discurso del pensamiento ilustrado sin tener en cuenta las particularidades étnicas y culturales de su lugar de enunciación y atribuye este proceder a la pretensión que tenían los criollos de ser limpios de sangre. El autor concluye que al enunciar el discurso ilustrado y el de la limpieza de sangre como una unidad, los criollos intentaban posicionarse como un grupo dominante frente a los grupos de mestizos, negros e indígenas.

Santiago Castro da inicio al libro con un primer capítulo en el que expone los principios teóricos de la investigación. Señala que las ciencias humanas del siglo XVIII, encarnadas principalmente por Hume, Kant y Smith, construyeron un discurso en el que los pueblos colonizados por Europa aparecían en la escala más baja del desarrollo y sus ideas como parte del pasado remoto de la ciencia, al mismo tiempo que erigían la economía de mercado, las instituciones políticas y la ciencia ilustrada como el estadio más avanzado del desarrollo de la humanidad. Aclara que aunque Edward Said trazó adecuadamente la relación existente entre ilustración, colonialismo y ciencias humanas, en su trabajo titulado Orientalismo, el análisis de esta relación desde América Latina introduce un aporte fundamental a la perspectiva poscolonial, en la medida en que las colonias más grandes e importantes de Europa fueron las colonias occidentales. Sin embargo, quizá lo más importante de estas primeras precisiones teóricas es el compromiso que el autor establece con las tesis de Walter Miñolo, Enrique Dussel y Aníbal Quijano y, especialmente, con la idea de que el imaginario de blancura es el primer imaginario geocultural del sistema-mundo, imaginario a partir de cual se legitima la división étnica del trabajo, así como la transferencia de capital y materias primas a nivel global.

Los siguientes tres capítulos conforman el núcleo central del trabajo. En el segundo capítulo, Santiago Castro argumenta que los «cuadros de castas» surgidos en el siglo XVIII constituían una forma de clasificación que como recurso en manos de las élites dieciochescas justificaron la división étnica del trabajo y la servidumbre como pilar de la dominación. Le interesa demostrar que el habitus de blancura, como él lo llama, estaba asociado con rasgos distintivos que las elites neogranadinas exhibían como capital simbólico, tales como, el ingreso a los colegios mayores, el uso del «Don» y la conformación de uniones matrimoniales legalizadas por la Iglesia Católica. Asimismo afirma que estas prácticas funcionaban como estrategias de concentración del capital económico, social y cultural por parte las élites criollas.

En el siguiente capítulo, el autor explora la hipótesis de que las elites criollas rechazaron las políticas del Estado Borbón porque involucraron medidas que estaban dirigidas a transformar el orden establecido, expropiando a los criollos de la administración, del manejo de los mecanismos de control social y de los privilegios de clase que hasta el momento habían logrado escalar. No obstante, explica Castro, a pesar de que los criollos rechazaron desde el principio las Reformas Borbónicas, apropiaron su espíritu, es decir, su carácter cientificista,con el propósito de desarrollar nuevos dispositivos de dominación. De este modo, el interés de los criollos por formar en las universidades una burocracia científico-técnica capaz de administrar bienes del Estado como hospitales, hospicios, servicios generales de salud y el Protomedicato, estaría relacionado con la necesidad de consolidar su dominación.

Una vez el autor ha conseguido situar a los criollos en el «punto cero», intentará mostrar, en el cuarto capítulo, que la apropiación que ellos hicieron de la ciencia ilustrada tenía como objetivo fundamental establecer una clara distinción con las castas, al diferenciar el conocimiento del que eran poseedores, de los saberes locales. Según Castro, la defensa de la ciencia ilustrada aprueba un acto de expropiación epistémica, que cuando no mostraba como absurdos los saberes locales, los identificaba como la prehistoria del conocimiento, cuando resultaban útiles. El autor concluye que dicho acto de expropiación empieza con la traducción de los lenguajes y los saberes locales al lenguaje universal del método científico.

Mención aparte merece el quinto y último capítulo de la investigación cuya articulación con el resto del texto no parece tan clara. Efectivamente, el autor anuncia que intentará poner a prueba la relación entre imaginario ilustrado e imaginario de blancura desde un «ángulo diferente». Cuando el propósito central de la investigación había sido indagar por la función que cumplieron los aparatos ideológicos de Estado en la implementación de dispositivos de dominación sobre las castas, apoyados en los postulados del pensamiento ilustrado; ahora, el estudio se concentrará en el análisis de la lectura que los criollos hicieron del debate europeo sobre el origen del nuevo mundo. El autor argumentará que las expediciones académicas europeas convirtieron el conocimiento geográfico en una herramienta para introducir a las colonias en la dinámica del capitalismo mundial y que dicho objetivo también fue funcional al proyecto de los criollos interesados en proveer conocimientos al Estado para controlar la actividad económica. Lo que en rigor desea subrayar el autor, es que las tesis geográficas y ambientalistas de los científicos ilustrados del siglo XVIII, fueron utilizadas por los criollos con dos objetivos básicos: primero, refutar su supuesta inferioridad, dado que ellos habían sido favorecidos por el clima y las condiciones geográficas propias de las montañas de los Andes y, segundo, confirmar que la población indígena constituía un obstáculo para el desarrollo en la medida en que estos aspectos naturales no les favorecieron. Destaca, en favor de su argumentación, la tesis de Jorge Tadeo Lozano según la cual los hijos de las razas trasplantadas a América aprendieron a controlar racionalmente el clima y pudieron explicar satisfactoriamente la ausencia de contribuciones a la ciencia y a las artes como el retrazo propio de una «nación joven».

El texto finaliza, a manera de epílogo, con un conjunto de aclaraciones metodológicas que, con toda seguridad, debieron haber hecho parte de la introducción. No se trata, como pudiera pensarse, de una recapitulación de las reflexiones precedentes, sino de información precisa acerca de cómo leer los conceptos utilizados a lo largo del texto. De hecho, me atrevo a sugerir que, para tener una mejor compresión del libro, se debe comenzar con una lectura del epílogo, pues las indicaciones que en este apartado se realizan están relacionadas con los aspectos más problemáticos del texto. Aunque se debe reconocer que no existen textos completamente acabados y que la aproximación del autor no tiene muchos antecedentes conocidos, también es necesario decir que a lo largo del texto surgen varios interrogantes que hacen dudar de la coherencia teórica y metodológica de la investigación.

Me parece, en primera instancia, que si los estudios orientados desde la perspectiva poscolonial, como señala Arturo Escobar, deben aspirar a inaugurar una nueva epistemología o a constituirse en un nuevo espacio para la producción de conocimiento, las investigaciones que se orientan desde esta perspectiva deben estar en capacidad como mínimo de develar rupturas epistemológicas mediante la implementación de propuestas metodológicas novedosas (Escobar, 2003:51). No obstante, la propuesta metodológica de esta investigación exhibe varios problemas: el autor no revisó fuentes originales; utilizó fuentes secundarias que aportan conclusiones poco novedosas; no hizo mención alguna al hecho de que los trabajos que presenta como sus principales registros, es decir, los trabajos que proceden de los Estudios Sociales de la Ciencia, están orientados desde una perspectiva teórica diferente a la postcolonial y, finalmente, realizó una lectura carente de profundidad histórica de fuentes que están en el centro de un debate historiográfico que intenta comprender el carácter epistemológico de las tesis que sobre la naturaleza del nuevo mundo surgieron en los siglos XVI, XVII y XVIII.

La afirmación de Santiago Castro según la cual su interés no es realizar un trabajo histórico le permite tomarse algunas licencias como referirse, por ejemplo, a la Nueva Granada o a Colombia de forma indistinta cuando sus comentarios aluden al siglo XVIII; o como, para el mismo siglo, dar por hecho una estructura burocrática tecno-científica que sólo aparecerá en Colombia durante el siglo XX y, por supuesto, la existencia de sectores de clase media asociados a dicha estructura; el autor, incluso, se permite ignorar trabajos que han puesto en cuestión la existencia de una única élite criolla con un único proyecto nacionalista y los argumentos que han hablado en favor de la existencia de un proyecto alternativo de las clases subordinadas frente a las «elites blancas»1.

Pero lo que en verdad resulta problemático, es que la falta de claridad del profesor Castro respecto al lugar historiográfico que ocupan sus fuentes termine por contradecir sus propios argumentos. Así, por ejemplo, decide dar por sentado el trabajo de Antonello Gerbi y citarlo como criterio de verdad, cuando desde la propia historiografía orientada por la perspectiva postcolonial se han puesto en evidencia sus limitaciones. Jorge Cañizares-Esguerra señala que hoy no es posible acercarse de modo acrítico al trabajo de Gerbi, ya que aunque no estaba de acuerdo con las perspectivas denigrantes sobre el nuevo mundo reproduce en sus propios escritos varias de ellas. Cañizares señala, por ejemplo, que Gerbi se refería a la historia de Francisco Clavijero como grotesca y ridícula y a la literatura de autores hispano-americanos como despreciable. Nos recuerda que para Gerbi aquellos autores hispano-americanos que rechazaron las tesis de Buffon, Paw y Roberson lo hicieron desde nociones beligerantes, airadas y muy resentidas, pero no desde un cuerpo orgánico de argumentos y datos (Cañizares, 2001:347-348). Esto para decir que siendo los principales registros del autor obras que aparecen en el centro de un debate sobre el método histórico no es posible sencillamente automarginarse argumentando que no ha pretendido realizar un trabajo histórico.

En segunda instancia, pienso que el uso de los conceptos de Pierre Bourdieu que hace el autor abren serios interrogantes acerca de la coherencia teórica de su investigación. Si dentro de la perspectiva postcolonial existen dudas acerca del alcance de los aportes críticos realizados por el postestructuralismo y el deconstruccionismo y sobre la continuidad que pueden tener estas teorías dentro de la crítica poscolonial, cabe preguntarse cómo es posible vincular a la agenda postcolonial una obra que, como la de Pierre Bourdieu, plantea una crítica a la modernidad aún menos radical que las perspectivas mencionadas con anterioridad.

Ahora bien, más allá del uso indiscriminado que el autor hace de los conceptos de capital cultural, capital simbólico e imaginario cultural para referirse a la limpieza de sangre, resulta evidente que el tratamiento que da a la categoría de habitus es impreciso. Primero, porque sería necesario diferenciar un proceso de configuración de las estructuras sociales internalizadas, estructuradas y estructurantes -para utilizar las palabras de Bourdieu-, de lo que en el texto sólo puede afirmarse como un proceso de identificación o construcción de representaciones sociales. Y, segundo, porque al hacer referencia a la categoría de habitus, el autor también se obliga a hacer referencia a los mecanismos de reproducción social, que no son lo mismo que los aparatos ideológicos de Estado. Si bien el análisis social de Pierre Bourdieu puede ser identificado con una orientación reproductivista de la sociedad, lo cierto es que su teoría se aparta de la determinación estructuralista de la acción, luego no parece muy afortunado utilizar el término de aparatos ideológicos de Estado, con toda su carga estructuralista, cuando además se supone que debe emerger un sujeto capaz de transformar las tradiciones culturales en su propio beneficio. Por último, tal como señala Bourdieu, el uso del concepto de capital simbólico es apropiado sólo cuando un determinado valor es percibido por los dominados como tal, es decir, si hay consenso social en torno al valor del valor (Bourdieu, 1997:108). Así, al referirse a la limpieza de sangre como capital simbólico, el autor tendría que confirmar que existía consenso social acerca del valor de dicha condición.

Me resta sólo referirme a lo que considero el problema metodológico más complicado de la investigación. Si se asume desde la perspectiva postcolonial que las voces de los subalternos habitan en el cuerpo y en las márgenes del texto y que es probable recuperar dichas voces mediante el uso de técnicas retóricas desarrolladas por la crítica literaria, cabe indagar porqué, siendo éste el proyecto central de los investigadores poscoloniales, Santiago Castro ignora a los sujetos subalternos como lugares de enunciación. Es probable, incluso, que sin las aclaraciones teóricas del primer capítulo, un lector poco informado acerca de las pretensiones de la perspectiva postcolonial no encuentre demasiada diferencia entre este trabajo y una típica investigación sobre la asimilación de ideas metropolitanas por parte de las elites neogranadinas. En el párrafo final del epílogo, el autor señala que aunque la referencia a los «conocimientos subalternos» está en el corazón mismo de la teoría postcolonial, este tema no fue plenamente abordado en su trabajo; entonces, parece oportuno preguntar si no resulta incoherente la exhortación inicial a la construcción de pluralismo epistemológico cuando el análisis insiste en una denuncia de la apropiación que realizaron los criollos del conocimiento ilustrado y de los aparatos ideológicos de Estado para proteger los privilegios que se derivaban de su condición étnica.

No obstante lo expuesto, pienso que el libro de Santiago Castro tiene la enorme bondad de intentar un análisis de la condición de los criollos del siglo XVIII desde una perspectiva teórica novedosa. Considero que la intención de realizar estudios simétricos acerca de las mutuas determinaciones que producen las relaciones de localidad y globalidad, marca una ruta que puede ofrecer desarrollos sustantivos especialmente en el campo de los estudios históricos del siglo XVIII y de la historiografía de las ciencias sociales. La investigación de Santiago Castro debe ser entendida como un aporte en esta línea de análisis y como una contribución inicial, en un escenario en el que todavía son pocos los que han dado pasos para construir una nueva narrativa del siglo XVIII.


1 Véase, por ejemplo, el trabajo de Alfonso Munera titulado «José Ignacio de Pombo: poblador de las tinieblas» (Científicos criollos e ilustración, 1999), o los estudios de Luis Fernando Restrepo: Un nuevo reino imaginado: Las Elegías de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos. (Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1999), “Narrating Colonial Interventions: Don Diego de Torres, cacique of Turmeque” (Colonialism Past and Present, 2002). “Sacred and Imperial Topographies in Juan de Castellanos’s Elegías de varones ilustres de Indias” (Mapping Colonial Spanish America, 2002). Véase también los trabajos de Francisco Ortega: «Crisis social, trauma y el mundo colonial: nuevas propuestas desde la historiografía cultural» (Anuario Colombiano de Historia Social y de La Cultura. Bogotá, 2003. v.30) y “The Staging of the Fatalidad Lastimosa or the Creole Nation´s Unviability (International Seminar on the History of the Atlantic World, 1500-1825, 2002).


Bibliografía

Chakrabarty, Dipesh. 2000. Provincializing Europe: Postcolonial thought and historical difference. Princeton University Press.

Escobar, Arturo. 2003. «Mundos y conocimientos de otro modo». Tabula Rasa. 1: 51-86.

Cañizares-Esguerra, Jorge. ?2001.2001. How to Write the History of the New World: History, Epistemology, and Identities in the Eighteenth-Century Atlantic World. Stanford University Press.

Bourdieu, Pierre. 1997. Razones prácticas. Barcelona:.Anagrama.

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