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Signo y Pensamiento
Print version ISSN 0120-4823
Signo pensam. no.50 Bogotá June/June 2007
Violencias y medios de comunicación en América Latina: una cartografía para el análisis
Violence and the Mass Media in Latin America: a Cartography for Analysis
Jorge Iván Bonilla* / Camilo Andrés Tamayo**
* Colombiano. Comunicador social-periodista, de la Universidad Pontificia Bolivariana, y magíster en Comunicación, de la Pontificia Universidad Javeriana. En la actualidad, es profesor asociado del Departamento de Humanidades de la Universidad Eafit, de Medellín, donde coordina el énfasis de Comunicación Política del programa de Ciencias Políticas. Fue director de la Maestría en Comunicación de la Universidad Javeriana de Bogotá, editor de la revista Signo y Pensamiento y director del grupo de investigación 'Comunicación, Medios y Cultura', adscrito a dicha institución. Coautor de "Las violencias en los medios, los medios en las violencias. Revisión y análisis crítico de los estudios sobre medios de comunicación y violencia en América Latina 1998-2005" (Bonilla, J. I. y Tamayo, C. A. (2006), "Las violencias en los medios, los medios en las violencias. Revisión y análisis crítico de los estudios sobre medios de comunicación y violencia en América Latina 1998-2005", Bogotá, Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), Pontificia Universidad Javeriana, Universidad Eafit y Colciencias). Correo electrónico: jbonilla@eafit.edu.co.
** Comunicador social de la Pontificia Universidad Javeriana, con estudios en Sociología, en la Universidad Nacional de Colombia. En la actualidad, es investigador del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), donde coordina el proyecto de comunicación y cultura del centro. Profesor de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá; igualmente, ha sido consultor en comunicación para diversas entidades gubernamentales, no gubernamentales, organizaciones multilaterales y de cooperación internacional. Miembro del grupo de investigación 'Comunicación, Medios y Cultura' de la Pontificia Universidad Javeriana. Coautor de "Las violencias en los medios, los medios en las violencias. Revisión y análisis crítico de los estudios sobre medios de comunicación y violencia en América Latina 1998-2005" (Bonilla, J. I. y Tamayo, C. A. (2006), "Las violencias en los medios, los medios en las violencias. Revisión y análisis crítico de los estudios sobre medios de comunicación y violencia en América Latina 1998-2005", Bogotá, Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), Pontificia Universidad Javeriana, Universidad Eafit y Colciencias). Correo electrónico: comunicacion@cinep.org.co.
Recibido: 27 de octubre de 2006 Aceptado: 2 de febrero de 2007
Submission date: October 27th 2006 Acceptance date: February 2nd 2007
Esta investigación es el resultado de una segunda etapa, que comenzó con una pesquisa previa realizada para la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en el 2001, que examina el estado de la investigación sobre medios y violencias en América Latina, en el periodo comprendido entre 1998 y 2005. El propósito de este artículo es presentar una síntesis y valoración crítica de los estudios y publicaciones académicas que han abordado esta problemática durante los últimos ocho años, a partir de tres ejes de análisis. Para tal efecto, se lleva a cabo una revisión bibliográfica que describe y analiza los enfoques teóricos, los métodos utilizados, los principales resultados, las conclusiones y los aportes de cada uno de los estudios, informes y publicaciones que fueron objeto de análisis.
Palabras clave: medios de comunicación, violencia, metodología, balance bibliográfico.
This research constitutes the second stage of a previous investigation carried out for the United Nations Educational, Scientific, and Cultural Organization, unesco, in 2001. It has to do with the state of research on the mass media and violence in Latin America between 1998 and 2005. The purpose of this article is to present a synthesis and critical evaluation of the studies and academic publications that have dealt with this problem over the last eight years, following three analytical axes. With this purpose, we carried out a bibliographical revision describing and analyzing the different theoretical approaches, the methods used, the results obtained, the conclusions, and the contributions of each of the studies, reports, and publications that were objects of analysis.
Keywords: mass media, violence, methodology, bibliographical inventory.
Origen del artículo
El presente artículo es un breve resumen de la investigación "Las violencias en los medios, los medios en las violencias. Revisión y análisis crítico de los estudios sobre medios de comunicación y violencia en América latina 1998-2005", publicada en el 2006, gracias a un esfuerzo institucional del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), la Pontificia Universidad Javeriana, Colciencias y la Universidad Eafit. Vale la pena destacar que esta investigación es el resultado de una segunda etapa, que comenzó con una pesquisa previa realizada para la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés), en el 2001; este trabajo pretende examinar el estado de la investigación sobre medios y violencias en América Latina, en el periodo comprendido entre 1998 y 2005.
El presente artículo, especial para Signo y Pensamiento, es un breve resumen de la investigación "Las violencias en los medios, los medios en las violencias. Revisión y análisis crítico de los estudios sobre medios de comunicación y violencia en América latina 1998-2005", publicada en el 2006 gracias a un esfuerzo institucional del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), la Pontificia Universidad Javeriana, Colciencias y la Universidad Eafit.
Vale la pena destacar que esta investigación es el resultado de una segunda etapa, que comenzó con una pesquisa previa realizada para la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en el 2001, la cual pretende examinar el estado de la investigación sobre medios y violencia en América Latina, en el periodo comprendido entre 1998 y 2005. El propósito del informe es presentar una síntesis y valoración crítica de los estudios y publicaciones académicas que han abordado esta problemática durante los últimos siete años.
Para tal efecto, se llevó a cabo una revisión bibliográfica que describió y analizó los enfoques teóricos, los métodos utilizados, los principales resultados, las conclusiones y los aportes de cada uno de los estudios, informes y publicaciones que fueron objeto del análisis.
Fueron dos las consideraciones metodológicas que orientaron la selección y revisión de los textos que hacen parte de este informe. En primer lugar, la búsqueda se concentró en diversas fuentes de consulta de la región. Se buscó información en centros de investigación especializados en el área de la comunicación, se consultó la Red Iberoamericana de Revistas de Comunicación y los anales de congresos nacionales y regionales organizados por la Federación Latinoamericana de Facultades y Escuelas de Comunicación (Felafacs), la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (alaic) y las distintas asociaciones nacionales de comunicación.
En segundo lugar, la selección de los trabajos se basó en un criterio académico. La búsqueda se limitó a aquellos estudios y publicaciones que contuvieran, así fuera de manera somera, un acercamiento conceptual al tema, una metodología de exposición, una bibliografía mínima y demás características propias del trabajo académico. La muestra incluyó reportes parciales de investigación, informes terminados y ensayos teóricos sustentados en conocimiento empírico, extractados unos y otros de anales de congresos nacionales e internacionales, libros, capítulos de libros, revistas académicas y páginas electrónicas de centros de investigación y difusión de la comunicación, entre otras fuentes de consulta. En total, se seleccionaron 102 textos provenientes de distintos países de América Latina.
Para el presente artículo daremos a conocer solamente las tres primeras secciones del trabajo que se agruparon en tres líneas de interés: a) la cobertura periodística en contextos de conflicto armado y violencia política; b) los contenidos, naturaleza y formas de representación de la violencia en la programación recreativa e informativa de los medios, y c) la influencia de la violencia mediática en las audiencias, así como la percepción que tienen los públicos sobre ésta.
Esperamos, igualmente, que este artículo sea el abrebocas e invitación ideal para que los lectores de Signo y Pensamiento conozcan la totalidad del libro que profundiza, relaciona y analiza estructuralmente los esbozos brindados en el presente texto.
La cobertura informativa: conflicto armado y violencia política
El primer conjunto de trabajos centra su atención en la cobertura de los medios de comunicación sobre conflictos armados y variantes de violencia política, que incluyen al terrorismo, pero que no se limitan a éste. Dichos estudios se aglutinan en tres apartados básicos: las narrativas mediáticas con las cuales se confeccionan los acontecimientos noticiosos sobre la guerra y la paz; la situación de los periodistas en contextos de violencia política, y las interacciones en la esfera pública entre periodistas, políticos y guerreros.
A este primer grupo corresponden un total de 47 trabajos. La mitad son ensayos académicos que, aunque están basados en datos empíricos, no tienen el propósito de producir conocimiento empírico; la otra mitad son informes de investigación que combinan el análisis de contenido con los métodos semióticos y hermenéuticos propios del análisis cultural y de los análisis de discurso.
Las noticias sobre la guerra y la paz
Colombia es uno de los países donde más trabajos se hallaron sobre esta temática de estudio. Se destaca que ninguno de ellos utiliza el concepto terrorismo para referirse a la confrontación bélica interna de este país; por el contrario, en todos ellos hay una preocupación por estudiar el fenómeno de la confrontación armada a partir de sus motivaciones políticas y sus lógicas socioculturales. Por tanto, no se privilegia el tipo de enfoque basado en determinar si se debe o no informar sobre la guerra, o si los medios son utilizados como instrumentos de propaganda para ampliar las acciones y los discursos de los grupos al margen de la ley. Esa no es la preocupación.
En este sentido, trabajos como los de Rey (1998c), Barón (2001), García y Romero (2001) y Estrada (2001) aportan elementos interesantes para analizar la naturaleza de las representaciones periodísticas del conflicto armado. A partir de sus análisis se puede cotejar que la fascinación que producen los hechos de guerra en las agendas mediáticas obedece a que estos acontecimientos están asociados a valores-noticia que privilegian el drama, la tragedia, la novedad, la espectacularidad, el antagonismo y el heroísmo. Narrativas frente a las cuales los hechos de paz viven en un constante opacamiento debido a que no están relacionados con lo insólito, dramático e impactante.
De igual forma, trabajos como los de Bonilla (2002), Barón y Valencia (2001), Gutiérrez (2003), Barón, Valencia y Bedoya (2002), Cardona y Paredes (2004) y Rey (2003, 2005a) centran su preocupación en dos vías: qué tipo de calidad periodística está presente o ausente en la construcción mediática del conflicto armado colombiano y qué tipo de decodificación de estos mensajes realizan las audiencias colombianas. Esto nos centra en la pregunta por los imaginarios y mentalidades que construyen los habitantes de este país sobre el conflicto, y sobre qué tipo de luchas se dan en las esferas comunicativas por la significación.
Se recalca que esta clase de visibilidades mediáticas es proporcional al envilecimiento del conflicto armado (López, 2000). Así como este último se escala y se degrada hasta niveles insostenibles, así, también, las agendas informativas escalan los valores-noticia hasta límites donde la información se mezcla con el drama, la incertidumbre y el entretenimiento (Abello, 2001) y la realidad con el simulacro (Correa, 2001). Esto se da mediante relatos noticiosos que no solamente (re)presentan la confrontación bélica de manera simplificadora, ausente de perspectiva histórica y de contextos políticos (Barón y Valencia, 2001), sino que banalizan el horror, refuerzan la intolerancia (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 1999), reducen a la sociedad al papel de víctima pasiva y convierten al periodismo en el lugar de la representación hegemónica de los puntos de vista "oficiales" (García y Pereira, 2000).
Para investigadores como Gómez (2005), la preocupación se centra en la forma como el conflicto armado incide en las esferas públicas locales y regionales, y a partir de un caso puntual arguye que las lógicas de las empresas periodísticas y del medio afectan estructuralmente el trabajo periodístico en Colombia. Para él, las dinámicas de rapidez e inmediatez también se hacen evidentes en los informativos regionales, lo cual le impide al lector tener aproximaciones más gruesas y de largo aliento sobre los hechos propios del conflicto.
Para algunos de los textos, el reto de la cobertura informativa consiste en hacer visibles las voces y los rostros de las mayorías nacionales que día a día se esfuerzan por superar los conflictos, de manera pacífica y creativa, sin acudir a la violencia (Flores y Crawford, 2001). Según esto, uno de los aspectos a trabajar con los periodistas es la cultura política y profesional que subyace en sus modos de ver la realidad, de manera que sea posible ensayar otros criterios informativos en los que la paz —la cultura de la paz— adquiera visibilidad como un asunto de interés público. ¿Cómo? Dándole densidad a la deliberación política, fortaleciendo el uso público de la razón y reconstruyendo narrativas que activen la memoria y la reconciliación (Rey, 2000).
Por su parte, quienes se detienen en otros conflictos, bien sean de carácter interno, como los casos de El Salvador, Nicaragua, Guatemala e, incluso, Perú, o de frontera, como el que protagonizaron Perú y Ecuador, parten del reconocimiento de que en las sociedades en guerra o, en todo caso, que experimentan niveles preocupantes de violencia política, la cobertura mediática siempre se enfrentará a niveles problemáticos de restricción y cierre informativo debido a varios motivos: la censura oficial (Cortés, 1999); la persecución de que es objeto la información libre e independiente (Herrera, 1998, pp. 110-134); la falta de autonomía frente al poder político (Smeets, 1999); la indexación mediática a políticas antisubversivas que impiden variantes mayores de cobertura y crítica democráticas (Acevedo, 2001). También se debe a la fiebre de guerra que se apodera de los medios, lo cual los lleva a reforzar mitos ancestrales basados en estereotipar al "enemigo" y simplificar la causa propia de la lucha (Reyes, 1999).
Informar en medio del conflicto: el rol de los periodistas
Otra de las preocupaciones que recorre este conjunto de trabajos apunta a una doble dirección: las garantías necesarias para ejercer el periodismo y la formación profesional indispensable en contextos de violencia generalizada. Albarrán (1999) señala que los periodistas corren un alto riesgo cuando ejercen su profesión en este tipo de contextos, por cuanto suelen ser presionados por el Estado, los agentes armados ilegales y los mismos propietarios de los medios para que no interfieran en asuntos que pretenden mantener ocultos, lejos del escrutinio público.
Frente a este panorama, algunas reflexiones advierten que las amenazas que sufren los periodistas son producto de la cobertura informativa polarizada, ignorante e ingenua que éstos realizan. Es la tesis de la débil formación profesional como desencadenante de riesgos innecesarios que no sólo afectan a unos cuantos, sino a la profesión en general, ya que ubica a los periodistas como víctimas —otras víctimas— del fuego cruzado de los agentes de la violencia (Guerrero, 2001). Así, se señala que la responsabilidad fundamental de los periodistas es prepararse mejor para entender las causas, los intereses, las transformaciones y las lógicas del conflicto, la guerra y la violencia; y reconocer su responsabilidad individual, pues a partir de sus percepciones personales se construyen las piezas periodísticas que se publican en los medios (Fowks, 2003).
¿En qué consiste esta labor? Básicamente, en fortalecer tres aspectos de la cultura informativa: a) formar a los periodistas para la cobertura de la paz, los derechos humanos y la convivencia democrática en cuanto procesos sociales de larga duración (Beltrán, 1998); b) especializar a los periodistas en la cobertura de la guerra, de modo que puedan diferenciar la propaganda de la información e interpelar inteligentemente a las fuentes oficiales e irregulares (Abello, 2001; Guerrero, 2001); c) asumir la responsabilidad social de los medios en general. Se trata de servir de foro democrático para la expresión y el debate público de los distintos puntos de vista de los sectores que pretenden acceder, controvertir o defender la palabra pública (Acevedo, 2001).
Bajo esta preocupación Rincón y Ruiz (2002) centran su mirada en la creación de nuevas formas de informar como estrategia contra los violentos, mientras que Giraldo, Roldán y Flórez (2003) indagan las relaciones entre acciones coyunturales, terrorismo y su repercusión en las demás lógicas informativas. Vale la pena recalcar que desde las mismas empresas informativas se realizan esfuerzos para mejorar la información que publican diariamente sobre el conflicto armado y que involucra a sus mismos periodistas (Arenas, Rey y Cajiao, 2003).
La libertad de prensa en contextos de conflicto es otra preocupación para algunos investigadores. Trabajos como los de Velásquez (2003, junio, pp. 11-34) Ayala y Aguilera (2002) y el Observatorio de Medios de la Universidad de la Sabana (2002) reflexionan sobre las dimensiones que atraviesa la labor periodística en relación con las diversas instituciones de la sociedad, y la búsqueda de la verdad en dinámicas sociales adversas. La credibilidad, el derecho a informar y las prácticas que esto implica en una sociedad democrática son sus puntos de atención y reflexión, principalmente.
Esfera pública, información, violencia y poder Una tercera preocupación que enmarca algunos de los trabajos que aquí se exponen parte del reconocimiento de que los medios de comunicación son "arenas centrales" de competencia y poder simbólico, donde los antagonistas políticos y sociales llevan a cabo disputas por acceder a la esfera pública y nombrar hegemónicamente la realidad. De este grupo hacen parte textos cuyo interés es plantear que en la violencia política y los conflictos bélicos se movilizan, además de la fuerza para derrotar al enemigo, marcos de interpretación simbólicos e ideológicos para actuar en la sociedad, puesto que se trata de procesos en los que no solamente hay máquinas de destrucción y muerte, sino de producción de sentido.
Así, al cuestionar una de las hipótesis más concurridas para analizar el papel de los medios de comunicación en contextos de violencia política, Peralta (1998) propone ir más allá de la afirmación según la cual los medios son "cajas de resonancia" de los agentes que practican la violencia. Más que inductores de la violencia política, este autor plantea que los medios están inmersos en un complejo sistema de interacciones y representaciones simbólicas que también involucran el discurso académico, el Estado y los agentes de la violencia.
Luego de hacer un análisis comparativo del papel que cumplió la prensa nacional e internacional frente a la violencia terrorista practicada por Sendero Luminoso en Perú (1980-1994), Peralta (2000) señala que ésta se movió entre la espectacularidad mediática de la violencia, la consonancia con el discurso oficial y la alianza con el discurso académico.
Algo similar sostienen Bonilla (2001) y Medina y García (2001) cuando señalan que la esfera pública, de la que hacen parte los medios de comunicación, es un espacio en tensión y permanente disputa. Allí, periodistas y medios se encuentran en múltiples relaciones de cooperación, consenso, censura, desigualdad, ruptura, oposición y/o autonomía con otros agentes comunicativos —grupos e instituciones—, quienes, a su vez, luchan tanto por hacerse visibles, o invisibles, en la(s) esfera(s) pública(s), como por controlar y administrar la comunicación, en cuanto recurso escaso y estratégico que es fundamental para la gestión político-militar y la fijación simbólica de los conflictos.
Entender la esfera pública como un espacio en permanente tensión por el acceso y la significación hegemónica de la sociedad es lo que propone Karam (2001) al analizar el modelo comunicativo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln), concretamente del subcomandante Marcos. Según este análisis, el reencantamiento político de Marcos se basa en su capacidad para mezclar la dramaturgia simbólica de las culturas indígenas y populares mexicanas con las tecnologías-red que utiliza, mediante un discurso en el que la fuerza de su mensaje no está en los contenidos inductivos y objetivos de la racionalidad occidental, sino en el relato y la expresión que mantienen viva la esperanza.
A esta tensión también se refiere Sierra (1998), en un análisis sobre el conflicto bélico en México. El autor controvierte el concepto bastante difundido de que en Chiapas se da una guerra comunicativa, sin censuras y producto de una forma posmoderna de confrontación, basada en el uso generalizado de la Internet y la centralidad mediática. Según el autor, si bien el ezln ha sabido colocar en la esfera pública internacional un discurso basado en la dignidad y la resignificación de los símbolos, el mito de que en Chiapas hay un conflicto que apela a lo tecnológico-simbólico impide analizar las viejas pero renovadas formas de la desinformación, la propaganda y la censura, aprendidas en los manuales modernos de la contrainsurgencia, que son las que utilizan el gobierno mexicano y los sectores hegemónicos de ese país.
Siguiendo una perspectiva similar, aunque menos ideológica, Rey (1998c) propone comparar la calidad de la esfera pública y las narrativas mediáticas en las guerras internacionales y los conflictos bélicos locales. Al analizar la esfera pública que se genera en los conflictos bélicos intraestatales, este autor plantea que allí existen variantes mayores de visibilidad pública, en las que se combina la información con el relato, el drama con la técnica, el saber cotidiano con el conocimiento experto; y esto, a diferencia de las "teleguerras" que hoy en día están clausurando la visibilidad pública bajo la gestión virtual y tecnológica de la confrontación que no permite mostrar el horror, la destrucción y la muerte.
Para finalizar este apartado merecen atención los textos de Chávez (2001), Levario (2001), Pacheco (2001), Gaitán y Fragoso (2002) y Barabino (2003), referidos a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, en los Estados Unidos. Los cinco ofrecen un análisis sobre la cobertura informativa de distintos medios de comunicación mexicanos, para lo cual hacen énfasis en cuatro aspectos característicos de la información analizada: no hubo obsesión por las imágenes de horror, aunque se adoptaron lógicas sensacionalistas; se acudió a explicaciones mítico-religiosas; se mostró un sentimiento antiestadounidense que no promovió variantes racionales para dar cuenta de la situación, y la densidad de la información por momentos rebasó la capacidad de los medios de comunicación.
La escenificación mediática: contenidos, naturaleza y agendas de la violencia
El segundo grupo de trabajos enfoca su atención hacia el lugar que ocupa la violencia en la programación informativa y de entretenimiento de los medios de comunicación, en especial de la televisión. Aquí el énfasis no recae en la cobertura mediática de los conflictos bélicos y la violencia política, sino en la cantidad de las manifestaciones de violencia que se transmiten por los medios y en la naturaleza de los contenidos que escenifican el crimen, el delito y el miedo al maleante.
¿Son los medios de comunicación agentes generadores de violencia en la sociedad o son apenas otra expresión del problema social de la violencia? Esta es la pregunta que subyace a buena parte de los textos consultados, que, a propósito, se agrupan en tres apartados básicos: la programación televisiva de entretenimiento que transmite contenidos de violencia; el papel que cumplen los medios en el establecimiento de la agenda pública sobre la violencia, y las consecuencias de estas agendas en la elaboración de políticas de control social.
A este segundo grupo corresponden un total de 38 trabajos. La mayoría son ensayos académicos que si bien se apoyan en datos empíricos, su intención es ofrecer marcos conceptuales de explicación para posibles estudios sobre el tema. Un menor número incluye informes de investigación que recurren al método del análisis de contenido para medir la cantidad de violencia en la programación de los medios de comunicación.
La programación televisiva
Un par de observaciones sobresalen en los estudios dirigidos a describir y analizar la programación de la televisión. De un lado, se confirma que los contenidos de violencia invadieron la programación televisiva hasta el punto de convertirse en la principal temática de preocupación de padres de familia, instituciones políticas, centros educativos y audiencias en general. Del otro, se observa con inquietud que los contenidos de violencia en la televisión no sólo llegan a los sectores más vulnerables de la población (como los niños y los jóvenes), sino que pueden contribuir a la aceptación y el incremento de la violencia en la población.
Observaciones como las anteriores atraviesan algunos ensayos de tipo especulativo. Esteinou (1999) considera que la excesiva programación de contenidos violentos en la televisión mexicana está creando un clima favorable para la expansión de la violencia y el aumento de la criminalidad. Algo parecido propone Da Silva (2001) al referirse a las nuevas formas de banalización de la violencia que circulan por la televisión y el ciberespacio, gracias al uso generalizado de Internet. El autor sustenta su preocupación en que el acceso indiscriminado a estos contenidos puede producir una crisis de valores y, por tanto, un aumento de la violencia. Romo (1998) plantea que los medios de comunicación, y en particular la televisión, son generadores de violencia al convertir la realidad en un espectáculo sensacionalista, estimulado por el raiting.
Desde otra perspectiva, los textos del Consejo Nacional de Televisión de Chile (1998; 2002a), Herrera (1998) y López y Cerda (2001) coinciden en una constatación: después de contabilizar el número de incidentes considerados como violentos en la programación televisiva, es evidente que la violencia está presente en la mayoría de los programas, en la mayor parte de los horarios y en los géneros televisivos aparentemente más inofensivos, como son los dibujos animados.
Estos estudios, elaborados a partir de métodos de medición, en principio similares, llegan, sin embargo, a conclusiones diferentes. Así, lo que para López y Cerda en México constituye un hallazgo inobjetable que enciende las alarmas sobre las consecuencias negativas de esta programación en los públicos, para la Comisión Nacional de Televisión de Chile estos hallazgos deben considerarse como un punto de partida y no de llegada de la discusión.
En uno de los ocho estudios sobre la violencia en la televisión chilena se plantean, precisamente, las limitaciones de las metodologías dedicadas a enumerar la cantidad de violencia que se transmite por televisión. Según este estudio, no basta con conseguir rigor científico mediante la adopción de criterios metodológicos que reducen lo violento a aquello que se deja cuantificar en categorías previamente definidas por los investigadores, sin tener en cuenta las tipologías de la violencia, que no son iguales en todos los contextos, ni en todos los géneros dramáticos y dispositivos narrativos, ni son percibidas de manera idéntica por todas las audiencias. En términos instrumentales, estos estudios chilenos aseveran que la violencia explícita es reducida en cuanto a su tiempo de exhibición.
Bajo este mismo paraguas, el Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) (2005) de Argentina también indagó por el grado de violencia que registraba la televisión de este país; para ello partió de la base de que la televisión tiene la capacidad de operar como un potente vehículo de socialización, de producción simbólica de la realidad, de construcción de ciudadanía y de acceso a la cultura moderna, donde la violencia logra estructurar zonas de representación social comunes.
Este estudio asevera que la violencia es un valor-noticia determinante para las agendas de los noticieros argentinos y que la violencia física constituye la modalidad privilegiada para los programas de ficción. Lograr que la violencia representada o explícita no logre permear representaciones sociales sobre la convivencia pacífica de los habitantes de las ciudades es la principal recomendación de este texto, que nos centra de nuevo en las discusiones sobre el impacto funcional de los medios de comunicación.
Establecimiento de agenda: narrativas periodísticas y control social
¿Qué papel cumplen los medios de comunicación en la definición de las violencias que son objeto de acciones, reacciones y políticas de Estado? Esta es la pregunta que intenta responder un grupo de trabajos cuyo interés es reflexionar sobre la agenda temática que los medios construyen sobre el crimen y el delito en países como Argentina, Brasil, México y Venezuela. Se trata de textos que se desplazan a otras coordenadas de investigación: del interés por medir el exceso de violencia en la programación televisiva de entretenimiento se pasa a la preocupación por analizar la construcción mediática de la violencia real, aquella que ocurre a diario en las ciudades e involucra, mediante las noticias, tanto a los criminales como a la Policía; a la ley y el orden, como a la corrupción y a la impunidad; a los delincuentes, como a los pobres y a los excluidos de la ciudadanía.
Elaborados a partir de enfoques críticos que combinan el análisis sociológico y cultural con métodos semióticos y hermenéuticos, estos textos coinciden en afirmar que los medios cumplen un rol político en la escenificación de la violencia criminal, en la medida en que muestran estos hechos como asuntos de interés público sobre los cuales es necesario hablar y debatir. Para Tabachnik (2000), esta alta visibilidad mediática otorgada a la violencia ya no aparece más moralizada como "violencia revolucionaria", sino como inseguridad, escándalo, corrupción política y exclusión social.
Textos como los de Reguillo (1998), Rondelli (1998), Rodríguez (2001) y Sodré (2001) señalan que en este proceso de hacer visible la violencia los medios desempeñan un doble papel. Por una parte, exponen públicamente conflictos sociales que al Estado no le conviene mostrar porque hacen visible su faceta represiva y, muchas veces, arbitraria. Y, por la otra, construyen una agenda informativa sobre el crimen y el delito que refuerza el consenso general en favor de la estigmatización social y las políticas de seguridad.
Para Ford (1999) y Fernández (1999) este nuevo contexto de violencia urbana es proporcional al protagonismo que adquieren las narrativas de caso —el caso periodístico—, basadas en contar historias de crimen y castigo. Según Ford, este protagonismo está asociado a un creciente proceso de "narrativización" de la información de interés público, orientada más a alimentar el imaginario social que a fomentar el uso público de la razón. Es allí precisamente donde ganan relevancia las agendas mediáticas que hacen uso de las lógicas de la televisión real y los talk show, cuya fuerza narrativa está en la singularización del drama humano y de los sujetos que protagonizan la violencia.
Una posición similar sostiene Mata (2000), quien considera que el caso periodístico, como narrativa de época privilegiada para escenificar las múltiples manifestaciones de la violencia urbana, puede degenerar en la estigmatización de los sujetos sociales que son considerados como los portadores del conflicto. Para esta autora, convertir los grandes conflictos que vive la sociedad en relatos de caso, que promueven los estados subjetivos de las personas frente a la inseguridad ciudadana, puede llevar a perder de vista la naturaleza pública y la connotación política de estos conflictos, acrecentándose así los miedos privados y las incertidumbres individuales frente a la violencia.
Las narrativas "rojas" (Arriaga, 2002; Lara, 2004) o "amarrillas" (Macassi, 2002) son igualmente manifestaciones mediáticas de las transformaciones contemporáneas de la violencia, que afectan las lógicas periodísticas y develan la relación concomitante entre hechos sociales y comunicativos. Los valores noticiosos y los códigos narrativos se reconfiguran, para dar paso a procesos dinámicos en los que la oferta de prensa es definitiva en la creación de mentalidades e imaginarios que la sociedad establece sobre la violencia día a día, e, igualmente, amplía la oferta comunicativa en las esferas públicas.
Trabajos como los de Dastres (2002) y Rey (2005) desplazan la mirada a la preocupación por la seguridad ciudadana y la importancia que los medios de comunicación, como constructores de la realidad, le dan a este tema al ser gestores de sensaciones de seguridad o no en la conciencia colectiva de la sociedad. Para estos autores, las representaciones y narrativas mediáticas son definitivas en la generación de ambientes seguros en las ciudades latinoamericanas y exponen que el cubrimiento informativo es determinante para la creación de estas sensaciones, sean falsas o no.
Finalmente, trabajos como los de González (2004), López (2004) y Varenik (2004) exponen la necesidad de utilizar los medios de comunicación como vehículos necesarios para motivar reformas estructurales en las instituciones del Estado, en torno a temas como el secuestro y la violencia. Reformar entidades policiales gracias a los escándalos mediáticos e insistir en la cobertura de estas problemáticas gracias a un intercambio comunidad-medios lograría, según este autor, aumentar las capacidades de cada uno para cumplir la función de mejorar el entorno societal.
La construcción mediática del otro: medios y pánico moral
Para los trabajos que se agrupan en esta perspectiva de análisis, la alta visibilidad mediática otorgada al crimen, al delito y al castigo tendría una consecuencia mayor: la objetivación del miedo ciudadano que se proyecta en una minoría, la de los portadores del miedo y la sospecha. Se trata, por cierto, de una corriente de investigación que se apoya, por una parte, en los estudios sobre pánico moral, desarrollados en Gran Bretaña por Stuart Hall y el Grupo de Medios de la Universidad de Glasgow, durante los años setenta y ochenta.
Según estos estudios, en la medida en que los medios reproducen las relaciones institucionales dominantes lo que hacen es reforzar y movilizar un pánico de la moral en los miembros de la sociedad contra aquellos asuntos e individuos que amenazan los valores y estilos de vida aceptados. Y por la otra, en algunas variantes de la hipótesis de los indicadores culturales, desarrollada por George Gerbner. Según este autor, el mundo peligroso que presentan los medios tiende a cultivar en las audiencias un sentimiento de temor, vulnerabilidad y desconfianza, que no es ajeno a la manera en que las estructuras de poder nos demuestran cuál es nuestro lugar en la sociedad.
Siguiendo estas perspectivas, autores como Delgado (1998), Alba (2001; 2002), Saintout (2002) y Vasilachis (2004) señalan que los medios construyen el estereotipo del sujeto criminal, mediante procesos de selección noticiosa y estrategias discursivas que operan como mecanismos de control social. Para los autores, el interés mediático por el crimen y el delito reafirma un tipo de consenso social basado en alentar el pánico moral contra la inseguridad, encarnada en la figura desviada del criminal.
Esto mismo dice Sodré (2001) cuando afirma que a la exhibición mediática del crimen, el horror y el sufrimiento le prosiguen los llamados a gestionar policialmente los conflictos sociales mediante el disciplinamiento de la sociedad.
Rodríguez (2001), Loyola, Villa y Sánchez (2003) y Gaete (2003) llaman a esto con el nombre de criminalización mediática, proceso que consiste en hacer ver que el criminal está entre nosotros, habita en cualquier parte y puede atacar en cualquier momento. Así, las personas, al percibir que viven en una sociedad más violenta e insegura, instigan a que el control del Estado sea más exigente y, por tanto, más represivo. Un planteamiento parecido se encuentra en Reguillo (1998) y Rondelli (1998) cuando afirman que los medios producen una representación homogénea de los sectores subalternos de la sociedad, a quienes personalizan como sujetos a los que hay que temer. Se refuerza, así, un orden social que iguala la alteridad y la diferencia a la transgresión de la ley, el miedo y la violencia. El marginal, el pobre y el excluido acaban siendo iguales al delincuente.
Por último, vale la pena destacar estudios realizados por el Observatorio Global de Medios, capítulo Venezuela (2005a), y por Larraín y Valenzuela (2004), en Chile, donde exponen que las representaciones sobre los derechos ciudadanos, las políticas públicas y los asesinatos que construyen los medios de comunicación ayudan a elaborar "espirales de odio y violencia" que dejan de lado el análisis del acontecimiento, y se exacerba el maniqueísmo, el odio y el repudio. Señalan que la violencia es manejada como mercancía, lo que da como resultado que, dentro de la dinámica social, la violencia real sea distinta a la sensación subjetiva de la misma.
Para García (2000), ninguna investigación demuestra que los medios de comunicación generan violencia, pero sí que desempeñan un rol instrumental clave en la reproducción de los valores que propician la injusticia social y la inseguridad. Para este autor, los medios podrían favorecer culturas de confianza que sustituyan las del miedo del siglo xxi, al proponer romper los lazos de reproducción histórica de estos comportamientos por medio de un uso más estructurado de los procesos comunicativos.
Las consecuencias de la violencia en los medios: exposición, efectos y percepciones
El tercer grupo de trabajos participa en una vieja discusión: ¿los efectos de los medios de comunicación influyen directamente sobre los comportamientos de los individuos o, más bien, se trata de una influencia a largo plazo que opera sobre las concepciones del mundo y los niveles de información que las personas tienen de la realidad? ¿Quiénes son los más afectados por las violencias que transmiten los medios de comunicación?
El interés analítico de estos trabajos se mueve, por tanto, en una doble dirección. Por una parte, están los textos cuya preocupación básica es reflexionar, bien sea sobre los efectos negativos que produce la violencia mediática en las conductas agresivas de las personas, o sobre la influencia cognitiva que la violencia escenificada en los medios produce en las concepciones de mundo asociadas al miedo y a la victimización. Por otra parte, están los textos cuyo interés consiste en indagar las percepciones que tienen algunos sectores de la audiencia, como los jóvenes, sobre la violencia que les llega de los medios, en especial de la televisión.
A este tercer grupo corresponden un total de 17 trabajos. La mitad son ensayos académicos basados en revisiones bibliográficas sobre la naturaleza de los efectos de los medios en las audiencias, mientras que la otra mitad son informes de investigación que acuden a las metodologías del análisis de contenido, los cuestionarios estructurados y los grupos de discusión.
Reforzamiento, imitación e incitación
Preocupados por el aumento de los contenidos de violencia en los medios de comunicación y por el incremento de la violencia en algunas ciudades de América Latina, algunos textos que se exponen aquí intentan encontrar las relaciones causales entre ambas situaciones. Sin ofrecer más evidencia empírica que las tablas donde se muestra el incremento en los índices de la violencia criminal en países de la región, estos trabajos coinciden no sólo en recorrer algunas de las teorías sobre los efectos de la comunicación de masas, sino en formular propuestas que contrarresten el influjo negativo de los medios en la sociedad.
Casas (1998), por ejemplo, pregunta si la representación mediática del crimen y el delito está educando a los receptores en conductas criminales y generando más violencia de la que existe actualmente en la sociedad. Hernández (1998), por su parte, sostiene la hipótesis de que la publicidad televisiva articula un imaginario basado en el consumo de mercancías, nunca satisfecho, que es la causa de la frustración de amplias mayorías nacionales que encuentran su refugio en la violencia social.
Algo similar plantea Rebollo (1998) en su reflexión sobre los contenidos de violencia de la programación televisiva en Uruguay. Luego de hacer un recorrido por varias teorías de los efectos, este autor señala que la violencia que transmite la televisión está generando un tipo de espectador que, además de ser incapaz de distinguir entre la realidad y la ficción, está socializando diversas conductas delictivas aprendidas de la televisión. Por otro lado, Perencín y Jacob (2000), al repetir algunos resultados de investigaciones internacionales sobre los efectos de los medios, afirman que las personas que ven más violencia en la televisión son, precisamente, las que muestran una mayor tendencia a la agresividad, la insensibilización y el miedo.
Para García (2000), ninguna investigación demuestra que los medios de comunicación generan violencia, pero sí que desempeñan un rol instrumental clave en la reproducción de los valores que propician la injusticia social y la inseguridad. Para este autor, los medios podrían favorecer culturas de confianza que sustituyan las del miedo del siglo xxi, al proponer romper los lazos de reproducción histórica de estos comportamientos por medio de un uso más estructurado de los procesos comunicativos.
El mundo hostil y los escenarios del miedo
Sobre estos últimos efectos de insensibilización y miedo se pronuncian otros textos dirigidos a abordar la influencia emocional y cognitiva de los medios. Se trata, por cierto, de trabajos que guardan relación con el grupo del segundo capítulo, en cuanto coinciden en una preocupación común: el régimen de visibilidad de la violencia en los medios no puede ser entendido si a la vez no se correlaciona con las demostraciones de poder, las demandas de seguridad ciudadana y la aceleración de los estados subjetivos de vulnerabilidad.
Así, para Vélez (2000), la idea de que vivimos en un mundo más violento, donde el miedo a ser víctima de la delincuencia es proporcional a las demandas de seguridad personal es una clara muestra de la influencia de los medios en las emociones, las creencias y las preocupaciones de las personas. Según este autor, que retoma planteamientos de las hipótesis de la aculturación y la insensibilización, la percepción de que vivimos en sociedades muy violentas se debe a que los medios, sobre todo la televisión, presentan el mundo como algo hostil, y la violencia como socialmente deseable, repitiéndola hasta hacerla parecer inocua, lo cual produce efectos, bien sea de miedo o de insensibilización, en los públicos que más se exponen a los medios.
Algo similar plantea Arias (2004) al argumentar que los consumos televisivos de ciertos programas, al estar influenciados por muchos condicionantes, en lugar de favorecer la comunicación la obstruyen, y proponen modos de relacionarse que desencadenan espacios para el ejercicio de comportamientos violentos. Alvarado (2001), por su parte, afirma que algunas narrativas, como las melodramáticas, establecen relaciones directas con los discursos reales de la violencia que afectan las percepciones de las audiencias de forma tajante.
Precisamente la hipótesis de que los públicos que más ven televisión son los más propensos a desarrollar opiniones y creencias sociales basadas en el temor a la victimización, y en la aceptación del uso de la violencia para imponer el orden, es refutada por Huerta et al. (1999), quienes plantean que las percepciones sobre la violencia provienen de marcos diferenciados de referencia. A partir de los resultados de una investigación en Monterrey (México) se afirma que no se encontró evidencia empírica que permita respaldar los supuestos de que las personas que ven más televisión son las que perciben una mayor posibilidad de ser víctimas de la violencia y, por lo mismo, las que tienden a aceptar el uso de la violencia, con fines aparentemente legítimos.
Las percepciones sobre la violencia
Ubicados en un lugar acaso más tenue de la investigación, un grupo final de trabajos parte de un interés común: relacionar las violencias que transmiten los medios con los procesos de recepción de las audiencias. A este grupo pertenecen algunos estudios cuya pretensión es aportar evidencia empírica sobre las opiniones, las percepciones, los usos y las interpretaciones de la violencia que desarrollan grupos sociales diferenciados, como los niños, los jóvenes y los adultos, en contextos espaciales y temporales específicos.
Siguiendo metodologías basadas, por una parte, en el análisis de contenido de la programación televisiva y, por la otra, en encuestas estructuradas y grupos focales, los estudios de Bonilla y Rincón (1998), con jóvenes en Colombia; del Consejo Nacional de Televisión de Chile (cntv) (1998), con adultos en Chile, y de Hernández y Valdivia (2004), con audiencias familiares en este mismo país, concuerdan en algunos resultados. Por ejemplo, en que estos grupos sociales emiten opiniones diferenciadas según los tipos de violencia que ven en la pantalla. Para los estudios, si bien estos públicos no definen un solo tipo de violencia, pues su espectro de definiciones es amplio e inestable, presentan un mayor consenso cuando se trata de interpelar escenas que muestran la violencia física contra las personas y las consecuencias de ésta (muerte, mutilaciones, incineración, maltrato y sufrimiento humano).
Según esto, los públicos identifican violencias que son más creíbles, legítimas y preocupantes que otras, según los contextos en los cuales se presenta, los rasgos de realismo con los que aparece, los daños que provoca y las armas que se utilizan. Mientras más gratuita se presenta la violencia, menos legítima se percibe. En el caso colombiano, la violencia real que aparece en los telenoticieros es la más preocupante, mientras que en Chile la violencia en los programas de ficción es menos impactante y a la vez menos justificada.
Al respecto, Rey (1998b) plantea que la relación entre los grupos sociales y la violencia no depende únicamente de que se vea mucha o poca violencia en la pantalla, sino de aquello que una sociedad descubre en la televisión, lo que contrasta y pone en evidencia. Para este autor, más que analizar los tiempos de exposición, importan los rituales, las formas y estrategias de uso y de consumo televisivo que tienen las audiencias; interesa lo que la televisión significa como referente de las transformaciones que están ocurriendo en la sensibilidad y el entendimiento.
Barón y Valencia (2001) señalan, por su parte, que el poder mediático de fijar agendas de interés público se pone en juego a partir del uso y la interpretación que hace la audiencia de esas temáticas, según sus contextos y prácticas sociales. Para estos autores, la percepción de la violencia y el uso de la información que hacen algunas comunidades de interpretación sobre el conflicto armado en Colombia revelan la existencia de una multiplicidad de relatos sobre la guerra y sus agentes, que hacen evidente la impotencia para saber qué está pasando e imaginar escenarios posibles de futuro.
Frente al discurso informativo más oficial de los medios, estas audiencias contraponen descon fianza, escepticismo y resistencia, pero también aceptación en la medida en que ese mismo discurso les provee información para conocer el estado del conflicto, así sea desde relatos fragmentados y discontinuos.
Trabajos como los de Dastres y Muzzopappa (2003) recopilan experiencias internacionales sobre el uso de estrategias comunicativas para disminuir el temor o la violencia, de forma tal que las audiencias puedan reducir los niveles de temor, o modificar actitudes de violencia y criminalidad, a partir de un análisis mesurado de los mensajes. La preocupación por agendas "emergentes" se hace evidente en los trabajos de Carvajal (2002) y Maronna y Sánchez (2004) al abordar temáticas de violencia doméstica, infancia y abuso sexual infantil; y al proponer una pedagogía en derechos humanos para las audiencias que conlleve a entender más estructuralmente esta problemática.
Observaciones
La mayoría de los trabajos parten de la preocupación, que a su vez es un interés de investigación, por analizar la cobertura, la transmisión o la representación de diversas modalidades de violencia en los medios de comunicación. En este sentido, la televisión sobresale como el medio que más atención suscita y el que mayor análisis concentra. Escasos trabajos, por no decir ninguno, se detienen en la radio y en el cine de manera particular, y solamente uno presta atención al lugar que ocupan otros dispositivos tecnológicos, como Internet, en este ámbito de la investigación.
Esta hegemonía de la televisión contrasta, sin embargo, con la generalización. En distintos textos se observa que los medios de comunicación aparecen como una categoría genérica —los medios—. Esto es evidente en aquellos textos que ofrecen acercamientos teóricos y reflexiones especulativas más que resultados de investigación empírica. ¿A qué se refieren estos trabajos cuando hablan de los medios? ¿Será que cuando los investigadores dicen "medios" lo que nombran, específicamente, es la televisión, por su protagonismo de época, o quizá se refieren a la prensa, por ser el medio de referencia más dominante?
En este punto, la invitación se da hacia la elaboración de acercamientos comprensivos y metodologías de análisis que tengan en cuenta las similitudes, pero también las diferencias entre los medios de comunicación. Hacer esto puede ser útil en la medida en que permite investigar las diferencias en la utilización y el uso que hacen las audiencias de los distintos medios; el peso que se le otorga a unos medios con respecto a los demás; el alcance de los formatos, los contenidos y los géneros mediáticos; así como las influencias relativas y diferenciales que éstos tienen en la audiencia.
En este interés académico por la violencia en los medios, el terrorismo no aparece como un asunto particular de investigación. Más que una inquietud por el terrorismo como núcleo central de investigación para analizar, por ejemplo, el rol de los medios frente a las acciones terroristas y los agentes de terror, lo que existió en estos estudios fue una aproximación a la cobertura informativa y la escenificación mediática de la violencia a partir de tres ejes de atención: los conflictos bélicos, la violencia política y la violencia criminal.
Así, en países donde hay —o hubo— conflictos bélicos y niveles generalizados de violencia política, los medios se analizaron a partir de sus complejas relaciones en la esfera pública y desde el rol de los periodistas en escenarios de conflicto armado que ponen en vilo su autonomía, independencia y seguridad personal. Especial atención mereció la pregunta por la calidad de la visibilidad pública de la violencia, la guerra y la paz, así como por los valores-noticia que subyacen en los modos de representar el horror, la muerte y la tragedia, pero también la vida, la esperanza y el posconflicto.
Por su parte, en países donde no hay conflictos bélicos, la visibilidad informativa otorgada a la violencia apareció ya no como violencia revolucionaria, sino como violencia molecular, asociada a la inseguridad, el escándalo y el crimen. En este caso, más que una preocupación por los hechos de violencia presentes en los contenidos de los medios, el interés se centró en analizar las consecuencias de las producciones mediáticas en la construcción de un orden social, basado en reforzar el miedo al otro y las demandas de seguridad.
Para ambos casos, la invitación apunta a la elaboración de estudios comparativos sobre medios y violencia en distintos países de América Latina. Hacer esto sería útil en la medida en que permite cotejar las agendas de fijación temática y debate público sobre el conflicto armado, la violencia, el terrorismo, el crimen, el delito y el castigo, así como las valoraciones, las opiniones y los usos sociales y políticos que se hacen de cada una de estas situaciones en los diferentes ámbitos culturales, contextos demográficos, órdenes sociales y medios de comunicación de la región.
Si nos referimos a los alcances y las limitaciones teóricas y metodológicas de cada uno de estos estudios las observaciones apuntan a una doble dirección. En primer lugar, es necesario advertir que en la mitad de los trabajos se constata un interés de aproximación teórica a la relación medios y violencia desde diversos ángulos de atención. Sin embargo, el propósito de estos textos no es la producción de conocimiento empírico, así se hayan apoyado en él, sino el montaje de marcos explicativos para posibles estudios en el futuro.
En este punto, vale la pena invitar a la comunidad investigativa de la región a redoblar esfuerzos para generar conocimientos que aporten evidencia empírica mediante estudios sólidos y sistemáticos, y no sólo desde la teorización que, en ocasiones, se confunde con la especulación. Sobre todo, porque más que investigaciones que mostraran evidencia empírica sobre el tema, en algunos textos hubo una discusión política y un debate moral a los medios y la violencia a partir de posiciones previamente establecidas. Aquí la función del lector se parecía a la de alguien que estaba a favor o en contra de las posiciones en juego.
En cuanto a lo segundo, es preciso señalar que no basta con conseguir rigor científico sobre la base de exponer resultados dirigidos a los eslabones más obvios de la investigación: la cantidad de la violencia en los medios y la posible relación de esto con la conducta agresiva del receptor. En este tipo de trabajos queda la sensación de que la violencia fuese un gran sujeto que actúa en abstracto: igual en todos los géneros, en todos los formatos y para todas las audiencias.
Así, el interés por cuantificar los actos de violencia en los contenidos de los medios para buscar, por esta vía, la explicación causal sobre el incremento de la violencia en la sociedad termina simplificando los escenarios complejos de la violencia a un hecho, un sujeto, una acción, pero desprovistos de sus correlaciones con los referentes del conflicto, el antagonismo, las relaciones de poder, dominación, legitimidad, consenso y cooperación.
Aquí la invitación se dirige a problematizar no solamente la violencia desde los hechos, sino, también, la violencia desde los lenguajes, es decir, desde las gramáticas, los dispositivos, los contextos y los órdenes que la (re)producen y la dotan de significación. Distintos trabajos apuntaron en esta dirección, sobre todo aquellos que exploraron el rol de los medios en relación con la exclusión social, la alteridad, las sensibilidades, los grupos sociales específicos, las opiniones, las percepciones y los sentimientos de temor, vulnerabilidad y desconfianza que tienen las personas sobre las sociedades en que viven y en las que desearían vivir. Sin embargo, necesitamos conocer más y producir mejor evidencia empírica al respecto.
Por último, las violencias que identifican los investigadores no siempre suelen ser las mismas que perciben las audiencias. La invitación es a la elaboración de estudios que se aproximen a los procesos de comunicación, y no sólo a los medios.
Por una parte, es indispensable investigar los procesos de producción de los mensajes de violencia, esto es, las lógicas comerciales, políticas y culturales con las que se fabrican estos mensajes, los agentes profesionales —productores, realizadores, periodistas— que allí intervienen. Por otro lado, es necesario investigar los procesos de recepción de la violencia, esto es, los usos y los contextos espaciales y temporales desde donde son "leídas" las representaciones mediáticas de la violencia, y con esto los consensos, las resistencias y las tensiones que allí se verifican.
La toma de decisiones y las políticas de reglamentación democráticas sobre los medios, que involucra a las autoridades públicas, los productores y realizadores de la comunicación, la comunidad académica, los centros de educación y la sociedad civil, debe hacerse, hoy más que nunca, tomando en cuenta esfuerzos investigativos, serios y sistemáticos, para comprender qué lugar ocupan los medios en las violencias y qué espacio ocupan las violencias en los medios.
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