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Signo y Pensamiento
Print version ISSN 0120-4823
Signo pensam. vol.28 no.54 Bogotá Jan./June 2009
La tecnología al servicio de la madre naturaleza
Technology for the Benefit of Mother Nature
MARYLUZ VALLEJO*
* Maryluz Vallejo. Colombiana. Comunicadora social - periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín y Doctora en Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra, España. Profesora del Departamento de Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana y directora de la revista Directo Bogotá. Correo electrónico: maryluz.vallejo@javeriana.edu.co.
Submission date: October 15, 2008 Acceptance date: November 24, 2008
Recibido: Octubre 15 de 2008 Aceptado: Noviembre 24 de 2008
At the matrix technology room —a possibility offered by the Program of Journalism of Pontificia Universidad Javeriana— the native Amerindians of Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, went through a "conversion" and digital convergence experience to create and develop their own independent media. With Mother Nature's due permission, they started a process of incorporating new technologies vis-à-vis the production of journalistic and audiovisual material in their languages supported by their traditional wisdom. Since then, they have continued their search for their own narrative identity in order to describe to their "younger brothers" what in fact happens in their territory, an environmental and spiritual reserve of humanity. In the following accounts, four of the workshop's tutors describe what it was to participate in that intercultural gathering full of educational affects and challenges. The editor of the Sierra Nevada's Communications Center magazine, gives new meaning to this exchange based on the power of the word, beginning and end of technology.
Keywords: Technology, ethnic culture, interculturality, communication
Los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, tuvieron en la sala de tecnología Matrix —del Programa de Periodismo de la Pontificia Universidad Javeriana— una experiencia de "conversión" y convergencia digital para gestar medios de comunicación independientes. Con el debido permiso de la Madre Tierra, comenzaron a integrar las nuevas tecnologías para la producción periodística y audiovisual a sus lenguajes y saberes tradicionales, y siguen en la búsqueda de su identidad narrativa para contar a los "hermanitos menores"1 lo que ocurre en su territorio, reserva ambiental y espiritual de la humanidad. En los siguientes relatos, cuatro profesores de los talleres que se dictaron en el primer semestre de 2008 narran ese encuentro intercultural pleno de afectos y desafíos pedagógicos. Y el director de la revista Zhigoneshi, del centro de comunicaciones de la Sierra Nevada, resignifica ese intercambio cifrado en el poder de la palabra, principio y fin de la tecnología.
Palabras Clave: Tecnología, cultura étnica, interculturalidad, comunicación.
Origen del artículo
Este artículo presenta los resultados de la visita realizada por diez indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, los Wiwa de la etnia de los Arzarios, los Kogi de la etnia de los Kágaba y los Wintukwa de la etnia de los Arhuacos. Los indígenas estuvieron en la Universidad Javeriana participando en el proyecto "Periodismo desde" ideado por Germán Rey, profesor de la Facultad de Comunicación y Lenguaje. Este proyecto busca contribuir, desde la Universidad, al encuentro de otras formas de ver y de pensar el periodismo desde la región, el género y lo étnico, entre otras modalidades. En esta capacitación participaron además de la profesora Maryluz Vallejo, los profesores Pablo Mora, Mario Morales, Maria Fernanda Luna y el líder indígena Cayetano Torres.
De laboratorios y ezwamas2Pablo Mora Calderón
De todas las evocaciones con que Germán Rey nutrió su sueño de un laboratorio de periodismo a la medida de esta época de nuevas alquimias (Rey, 2008), me quedo con aquella literaria que remite al Frankenstein, de Mary Shelley, como un lugar de excitación, de promesa a punto de cumplirse y de transfiguración que hace existir seres que finalmente se salen de las manos.
Cuando a principios del año académico hizo su ingreso (o, mejor decir, aparición) el grupo multiétnico de indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta a la recién inaugurada sala Matrix, pude percibir esa excitación en los rostros de profesores y monitores, quienes estaban esperando qué iba a pasar con el experimento de mezclar dos mundos juzgados antagónicos por nuestros prejuicios románticos. Sin duda, el evento fue, en una primera y rotunda impresión, una experiencia fundamentalmente visual, hecha de figuraciones anacrónicas de lado y lado. Monitores de plasma y una veintena de terminales de computador, en una atmósfera estetizante de película futurista, contrastaban con esos seres de aura blanca y memorias atávicas que recorrían el lugar, provistos de mochilas y calculadas paciencias.
Paradójicamente, el encuentro de estos dos mundos no fue como el que nos hicieron creer los primigenios cronistas de Indias, cuando nos describieron la mirada de pasmo de los americanos al verse reflejados en los espejitos ibéricos y caer vencidos al tacto de las baratijas regaladas por los barbados. En esta ocasión, y en contraste, el pasmo provino de las miradas occidentales. Arhuacos, Wiwas y Koguis se mantuvieron, en apariencia, imperturbables. Estoy seguro de que más de uno de los jóvenes coordinadores de la sala, generación Neo, estaría imaginando una gran explosión cuando el dedo índice de cualquiera de esas manos curtidas por el sol y la nieve de la Sierra, untadas del polvillo verde que emana de las milenarias hojas de ayo de sus poporos, hiciera clic en el botón de encendido de uno de los Mac de última generación.
Visiones del aura
Nada de esto ocurrió. A decir verdad, ya sentados frente a los plasmas, los indígenas parecían encajar fotogénicamente como si fueran parte natural de ese extraño paraje. En un sentido imaginativo, verlos contemplar la pantalla (con sus emanaciones electrónicas) me recordaba la luz metálica y cortante de las tierras frías de la Sierra Nevada y el aura que refulge a la distancia de las blancas presencias indígenas y que contemplan el horizonte del mar "cerrando los ojos para ver". Una y otra imagen son una expresión de lo diáfano (con que encantan a los bonachis3), pero también, como nos lo recuerda George Didi-Huberman (1997) para aguarnos la fiesta, de sus límites y de lo que hay más allá de ellas: sustratos de resistencia y muerte, de aniquilamiento y terror.
Las fotografías de paisaje, por ejemplo, tomadas por corresponsales extranjeros o por los poquísimos indígenas que hoy tienen cámaras, todavía concitan entre los más viejos mamos4 o autoridades tradicionales un sentimiento compartido de vergüenza y rabia. "Es como publicar impúdicamente el cuerpo desnudo de la madre. Y la Sierra es nuestra madre", dicen ellos.
A decir verdad, en unos dilemas todavía no resueltos, las organizaciones indígenas apenas empiezan a construir tímidas ofensivas para visibilizarse mediáticamente, y para ello han puesto a circular sus discursos de resistencia y autonomía y ha salido del ensimismamiento que ha operado como un mecanismo histórico de defensa. Algunos líderes reconocen que ha llegado el momento de que el "mundo de afuera" los conozca y comprenda cuál es su visión del territorio, su concepción del desarrollo y sus ideales identitarios. Los mamos han empezado a aceptar estas tecnologías en el marco de sus estrategias políticas y religiosas de supervivencia cultural.
Un estratega de las comunicaciones indígenas
La transformación operada en este campo por Amado Villafaña, director del grupo de comunicaciones de la Organización Gonawindúa Tayrona5, es diciente. Nacido hace 52 años en Donachuy, cabecera del río Guatapurí, desde muy joven estuvo involucrado en procesos organizativos y de defensa del territorio indígena. Fue profesor de escuela de la comunidad Arwamuke y secretario de las autoridades arhuacas tradicionales, y así facilitó, como traductor, la comunicación con el mundo blanco.
Como es frecuente con las minorías étnicas que soportan en sus territorios el conflicto colombiano, Amado vivió la violencia y el desplazamiento forzado. Fue torturado por el Ejército, en un episodio en los años ochenta ligado a la desaparición y posterior asesinato de tres importantes líderes arhuacos, entre ellos Ángel María Torres, su suegro. Posteriormente fue amenazado por la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (eln), que lo expulsó de su lugar de origen en la cuenca del río Guatapurí. Amado se vio obligado a cambiar de vida y, a instancias de un mamo, llegó a la convicción de que la única arma para protegerse de las amenazas contra su vida era difundir el pensamiento pacífico de sus mayores.
Lo anterior explica sus motivaciones de aprender a hacer películas y sus obsesiones fotográficas, que inició hace seis años al lado de Steven Ferry, corresponsal de la revista National Geographic, a quien guió por los vericuetos de la Sierra Nevada. Tiempo después, gracias a un proyecto financiado por la embajada estadounidense, participó en dos talleres de capacitación audiovisual. El proyecto facilitó la apropiación tecnológica de equipos de grabación y edición de video. El proceso venía languideciendo cuando, a instancia mía, se vinculó hace dos años la Fundación Avina, que aportó recursos económicos y asesoría para reorientar y fortalecer el entonces bautizado Centro de Comunicaciones Zhigoneshi, de la Organización Gonawindúa Tayrona, y que Amado dirige en la actualidad. Al proceso se han sumado nuevos aliados, como la Comunidad Europea y el laboratorio de periodismo Matrix, de la Universidad Javeriana.
En la nueva dinámica, los líderes indígenas han reconocido las comunicaciones como un área orgánica y estratégica, al lado de otras prioritarias como salud, educación y tierras. También han permitido mejorar la infraestructura técnica y de producción audiovisual de Zhigoneshi y la cualificación de videastas, fotógrafos y periodistas indígenas, quienes se han lanzado a ambiciosos proyectos, entre los cuales se encuentra una revista periódica, un primer gran documental sobre el mundo indígena de la Sierra, una miniserie televisiva que incursionará por primera vez en canales públicos regionales y un libro que divulga la memoria de la resistencia cultural y ambiental de los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Todos estos proyectos tienen en común el hecho de que sus autores son y serán los propios indígenas. Esta nueva condición ahonda en la crisis de la representación occidental y cuestiona la legitimidad de autores académicos, literarios y artísticos que han hablado por ellos. Ahora, en un hecho político sin precedentes, los nuevos autores indígenas reclaman fidelidad y autonomía, en franca reacción a las formas de representación de estilo exotista, discriminatorio o científico que han hecho sobre ellos. Así lo ha manifestado Amado Villafaña, al hablar de su próxima película, Resistencia en la Línea Negra:
Me imagino la película lo más real, lo más fiel a nuestro pensamiento y al de nuestros mayores, sin montajes, ni máscaras, con movimientos lentos, como la forma de ser de nosotros. También miro que el documental va a ser distinto a otros. No es una idea comercial la que me guía sino el convencimiento de que este trabajo le servirá a las nuevas generaciones de indígenas.
Los autores indígenas reclaman fidelidad y autonomía, en reacción a las representaciones discriminatorias que han hecho sobre ellos.
Tecnologías que brillan
Ha sido corta pero sustanciosa la contribución de los profesores de periodismo escrito, audiovisual, de nuevos medios, de fotografía y de documental de la Javeriana a estos procesos formativos del grupo Zhigoneshi. Todos podemos sentirnos orgullosos, porque las obras que ayudamos a cristalizar y aquellas que están en construcción son un reflejo de los procesos de transformación social y política de los indígenas, quienes adquirieron un estatuto diferencial de discriminación positiva a partir de la Constitución Política de Colombia de 1991.
Este mundo étnico se ha tomado con seriedad y ambición la posibilidad de acceder a escenarios que tradicionalmente no son suyos, como las salas de cine, la televisión, internet y el mundo mediático en general. Y este desafío hay que resaltarlo con mayúsculas. Hay que mirar con entusiasmo la posibilidad de que las narrativas indígenas puedan ser divulgadas ampliamente, para consolidar así nuevos lenguajes cinematográficos, televisivos y literarios, provenientes de otras sensibilidades y expresiones creativas y, lo que es más importante, para lograr contribuir a la visibilización de unas voces que son parte fundamental de la herencia cultural de los colombianos.
Los jóvenes indígenas que vinieron a los talleres de la Universidad Javeriana han transformado sus horizontes de vida en virtud de las recientes obsesiones por dominar los lenguajes audiovisuales de los "hermanitos menores". Amado y yo hemos sabido contagiarlos con el proyecto documental y los hemos preparado para dirigir secuencias completas cuando les llegue el turno de penetrar sus propios territorios koguis y wiwas.
La mayoría también ha sufrido los rigores del conflicto armado colombiano y son desplazados, aunque se nieguen a considerarse como tales. Con ellos recordamos hace poco que fue precisamente en la sala Matrix donde prefiguramos algunas escenas del documental con la ayuda de María Fernanda Luna. Todos soñábamos con el día cero en que por fin arrancaría el plan de grabación.
Ese día llegó, por fin, el 30 de octubre de 2008, en una ceremonia trascendental en el pueblo talanquera de Domingueka (departamento del Magdalena): un selecto grupo de mamos koguis, wiwas y arhuacos procedieron a consultar a sus dioses, mediante una práctica de adivinación (yátukua en kogui), la pertinencia de realizar esa película; ofrecieron pagamento para compensar el daño que pudiera causar la actividad de los realizadores indígenas en el mundo espiritual, y bautizaron al grupo y a cada uno de los artefactos técnicos que fuimos desparramando en la gran piedra del ezwama del mamo kogui Bernardo Moscote.
Lo verdaderamente sorprendente y que quizás explique en parte esa actitud imperturbable que adoptaron los indígenas frente a las tecnologías de punta de la Matrix es la constatación de un deja vu que ha incorporado míticamente los artefactos de la comunicación occidental a su pensamiento tradicional. La revelación me la hizo Saúl Gil, hijo de un reconocido mamo wiwa; la secundó el joven kogui Silvestre Gil Zarabata, y la constaté al lado de las autoridades tradicionales en Domingueka.
Según ellos, el uso de imágenes es escaso en su mundo. Sólo a nosotros —sus hermanitos menores— nos gusta esa forma de representación como una manera de transmitir información y conocimiento. Ahora que ellos están empeñados en dominar o "domesticar" esos lenguajes (como antes lo hicieron con la escritura y las matemáticas)se han enterado de la existencia de un sitio sagrado en plena Sierra Nevada de Santa Marta (una gran piedra o montaña negra de ubicación secreta) donde está el dueño o padre de las imágenes y de sus tecnologías generadoras. Siempre ha estado allí y domina todas las cosas del mundo que brillan como los espejos, los televisores y las cámaras. Saúl y Silvestre están tranquilos ahora, porque saben que ya no está mal utilizar esos aparatos de blancos. No están violando la Ley de Origen. Los mamos han retribuido con alimento espiritual a ese padre (Nungá, en kogui), quien ha dado el permiso.
Periodistas de punta en blanco Maryluz Vallejo M.
El 1 de marzo de 2008, en la mañana, recién iniciada la última sesión del taller de periodismo con los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, una noticia nos dejó sembrados frente al televisor: el comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc), Raúl Reyes, había sido abatido durante un ataque a su campamento en Ecuador, a pocos kilómetros de la frontera con Colombia.
Los estudiantes koguis, arhuacos y wiwas —del Centro de Comunicaciones Zhigoneshi— se mostraron algo perplejos, pero no dijeron nada. Aprovecharon el rato para poporear6 o tomar café mientras los monitores de la sala y algunos profesores comentábamos las posibles repercusiones de la "Operación Fénix"7. Total, pienso ahora, para ellos ningún hecho extraordinario cambia su situación en la Sierra, donde prácticamente todos los que van de paisanos o uniformados amenazan su tranquilidad y subsistencia, sean colonos, guerrilleros, paramilitares, militares o simples turistas. Ellos, que sólo buscan vivir en paz y en armonía con la naturaleza, toman del caótico mundo "civilizado"lo que pueda servirles para proteger su ecosistema y sus tradiciones. Como la tecnología, en la experiencia que nos convoca.
Por eso, pocos años atrás, Amado Villafaña, uno de los líderes arhuacos y comunicador nato, decidió que deberían ser ellos mismos, y no intermediarios foráneos, quienes informaran al mundo de lo que estaba ocurriendo en la Sierra Nevada de Santa Marta: hecatombes ecológicas por causa de los megaproyectos, desplazamientos forzados por distintos actores armados, crisis alimentaria y graves problemas de salud pública, entre muchas otras tragedias invisibles para los medios de comunicación, y visibles sólo desde la óptica de los "hermanitos menores" (como ellos nos llaman con delicado paternalismo).
Así fue como llegaron a Bogotá diez indígenas, la mayoría jóvenes, acompañados por el mamo Eugenio, quien con su quietud de piedra y sus palabras de saludo y de despedida en lengua arhuaca le dio el toque de solemnidad a este ritual de enseñanza pagana. Con el equipo llegó una simpática chica, Abigail, que estaba más interesada en su carrera de enfermería, que en el periodismo, pero habíamos pedido una mujer por aquello de la equidad de género. Abigail se integró fácilmente —pese al machismo ancestral— y demostró tener sensibilidad narrativa, sumada a la curiosidad femenina por el entorno.
Para ser equitativa, casi todos demostraron su vena narrativa; lo difícil para mí fue cogerla y pincharla en el sitio exacto para que escribieran historias salidas de sus entrañas y de las montañas que habitan. El material resultante de este experimento le daría cuerpo a la revista Zhigoneschi, de la organización Gonawindúa Tayrona, financiada por la Fundación Avina.8 Como es sabido, las culturas indígenas son predominantemente orales, y esa dificultad para pasar del relato verbal al escrito fue para ellos tan traumática como enfrentarse a la tecnología; pero poco a poco se fueron familiarizando con el computador, que al comienzo miraban como a un petroglifo, mientras escribían a mano en sus cuadernos.
Según ellos, el uso de imágenes es escaso en su mundo. Sólo a nosotros —sus hermanitos menores— nos gusta esa forma de representación.
El primer día les ayudamos a sacar sus direcciones electrónicas, y con excepción de unos tres alumnos, los más "mundanos" (Amado, Rafael y Luis Felipe), que navegaban sin tropiezos y hasta entraban a Facebook, los otros comenzaron a existir en el ciberespacio. A los que venían de remotos pueblos de la Sierra, a días de camino de un café internet en Santa Marta —lo que no es exageración, porque los indígenas no cargan efectivo para el transporte—, se les hizo más cuesta arriba.
Era el caso de Silvestre Gil Zarabata (kogui) y de Saúl José Gil Nacogui (wiwa), quienes terminaron escribiendo dos bellas crónicas para la revista: la de Saúl, sobre una avalancha ocurrida años atrás a orillas del río Guachaca, con toda la simbología y la mitología que encierran estos desastres naturales para su cultura, y la de Silvestre, sobre la comercialización de las caracuchas o conchas por parte de los colonos, que amenaza los pagamentos (rituales) de los mamos en los sitios sagrados de la Sierra. Por su parte, Mariano Sauna narró los problemas vividos por los indígenas kogui de la cuenca del río Santa Clara, debido a las fumigaciones de coca y el ataque a los laboratorios de 'Jorge 409, que realizó el Ejército en marzo de 2003.
Otros códigos, otras lecturas de la realidad
El hallazgo de estos temas de la vida cotidiana fue algo así como oro en polvo, caracucha para el poporo. Pero los desafíos no terminaban: ese primer día de clase no logré conectarme con ellos,que me miraban desconcertados. Para entrar en confianza les proyecté en la pantalla un relato de Alfredo Molano sobre los arhuacos. A medida que lo leíamos advertía sonrisas maliciosas; al final me dieron su propia versión sobre los hechos y personajes citados, cercanos a ellos. Lo que sí les alcanzó a herir el orgullo fue el dibujo del arhuaco que ilustraba el artículo (que la nariz muy chata, que así no eran las facciones de ellos, etc.).
Hasta ahí todo era manejable. Pero cuando les introduje el género de la noticia y les hablé de las "seis W" —qué, quién, cuándo, dónde, cómo y por qué—, quedaron descolocados. Para ellos no existen direcciones, ni medidas de distancia, ni nombres con apellidos, ni edades, ni todos esos datos imprescindibles para escribir una nota informativa.
Sus temas iniciales tenían la abstracción de las leyes de origen de la madre naturaleza transmitidas por los mamos, y con esa visión cósmica del mundo era difícil que descubrieran el valor de las pequeñas historias que los rodeaban; del significado de los objetos que hacían parte de su cotidianidad, como la mochila y el poporo. A medida que las narraban, comenzaban a cobrar valor para ellos (acostumbrados a valorar sólo la palabra de los mayores). Luego les pedía que escribieran, frase por frase, lo que me habían contado. Entonces comenzaban a lidiar con ese idioma que les era esquivo, y cuyas leyes siguen siendo un misterio para los que no tuvieron un proceso regular de escolarización básica y secundaria, como los pocos privilegiados del equipo de Zhigoneshi.
Rafael Roberto Mojica pudo entrar a la universidad, pero no tardó en salir porque era un lujo para sus magras finanzas. La escritura le fluía igual que las imágenes en las cámaras, y ante su interés por denunciar los estragos que está causando la represa de Ranchería en los límites de la Sierra con La Guajira, quedó a cargo del informe especial de la revista; trabajo del que se realizó una versión documental. Detrás de la historia que contó por primera vez Rafael, había una aventura de periodismo investigativo cargada de riesgo y emoción. Como las autoridades competentes no dieron el permiso para que los indígenas pudieran entrar a la obra en construcción de la represa Ranchería, varios de ellos, acompañados por Steven, incursionaron en la zona en febrero de 2008. Rafael, que había sido el fotógrafo intrépido, reconstruyó paso a paso el viaje que hicieron y los testimonios de mamos, recogidos en el camino, para demostrar el impacto ecológico que traerá la represa a las comunidades vecinas de La Guajira.
Desde la Universidad, sabíamos que el punto de partida era el respeto cultural, la tolerancia y el pluralismo tanto con los indígenas como con su cosmogonía.
Cuando meses después de los talleres, Pablo Mora nos entregó la preciosa edición de la revista Zhigoneshi, con los escritos que nacieron y maduraron en Matrix, me crucé correos con ellos y quedé comprometida a continuar la tutoría para el siguiente número de la revista, dirigida por Cayetano Torres, el intelectual de la organización, invitado especial a la segunda etapa del taller de prensa, donde se pulieron los textos finales. Cuando lo ví llegar, me confundí un poco, porque en lugar de las tradicionales prendas blancas y del gorro característico de cada etnia, llevaba botas y sombrero texano (que dejaba asomar su oscuro pelo largo), camisa a cuadros y bluyín. Desde el saludo exhibió su capacidad oratoria y empezamos el pulso, él como director y yo como editora de ese equipo de periodistas novatos.
Una "red de intenciones"
Tras romper las barreras naturales, empezamos un diálogo que no termina, "una red de intenciones", como la llama Cayetano con su metafórico estilo. Él hablaba de crear "cajoncitos" en la revista donde yo decía "secciones", pero nos entendíamos en lo esencial: en combinar las piezas de periodismo comprometido y de denuncia con las crónicas de sabor local, para que la revista recogiera las voces de las distintas generaciones. La idea era inculcarles que todos teníamos historias que valía la pena escribir y con ellas la revista se podría convertir en un influyente medio para crear conciencia entre la comunidad indígena sobre sus derechos ciudadanos y sobre los peligros que la acechan. Pero también serviría para difundir las leyes de origen, para recrear los mitos ancestrales y para dar a conocer ese mundo mágico a Colombia y al mundo.
Ambos sabíamos que era un imposible formar periodistas en escasas semanas; sin embargo, el proceso había comenzado y era cuestión de darles tiempo (que en la Sierra Nevada corre por otros cauces) para que se fueran adiestrando en las prácticas del oficio. Cuando me disponía a poner punto final a este relato de memoria, por algún tipo de comunicación extrasensorial, apareció Luis Felipe Ortiz en el chat de mi pantalla, el arhuaco más simpático y "gocetas" del grupo, periodista de planta de la oficina de comunicaciones. Me contó que acaba de terminar un video de 32 minutos (ahora sí cuenta cada minuto para sus producciones) sobre la visión ancestral de la salud.
—¿También escribiste el guión —le pregunté, interesada por su ejercicio de escritura. Me respondió que se limitó a traducir las palabras del mamo Kunchanawíngamu. Pero prometió que iba a seguir trabajando en el reportaje sobre la epidemia de paludismo que azotaba a unas 70 familias arhuacas del asentamiento Bunkwimake, en la margen derecha del río Don Diego, y que ya había acompañado varias brigadas de salud por la zona. Transmitía pasión por lo que hacía.
Días después comenzaron a llegar, por correo electrónico, los relatos del siguiente número de la revista. La presión del cierre que imponía el director, Cayetano, los tenía un tanto nerviosos. Ya estaban metidos en el "calabazo", en las rutinas en caliente de los periodistas profesionales.
Documentalistas al natural Mario Morales
Era todo un reto. No sólo desde la perspectiva comunicacional sino, y muy especialmente, desde el ámbito cultural. El encuentro con representantes de los pueblos de la Sierra Nevada de Santa Marta para compartir competencias en formas de narrar audiovisualmente con nuevas tecnologías ofrecía desafíos más allá de los obvios. Era, antes que nada, para quienes participábamos desde la "civilización", un diálogo de culturas, un sobrepaso a la barrera de los prejuicios, una forma de poner en práctica, en términos de Jesús Martín Barbero, este país roto a comunicar.
La primera misión era minimizar el desequilibrio en medio de esa expresión de interculturalidad, planteado inicialmente por la barrera del idioma. Mientras buena parte de ellos eran plenamente bilingües, los docentes explorábamos formas de contar, enseñar y aprender en un castellano que no fuera especializado y, por ende, segregacionista. También tratábamos de minimizar el impacto de lo urbano y la, muchas veces, sobredimensionada aureola de lo tecnológico para aquellos que vivían por primera vez la experiencia en medio de esos dos factores y de manera simultánea.
De manera intuitiva, y con el temor que causaba una tarea de docencia completamente inédita para quienes participábamos desde la Universidad, sabíamos que el punto de partida era el respeto cultural, la tolerancia, el pluralismo y el enriquecimiento mutuo con la perspectiva del diálogo, tanto con los indígenas como con su cosmogonía, planteada de manera abierta y clara en cada propósito, conversación, línea temática o proyecto de comunicación emprendido.
Cada día, mientras los indígenas aprendían con dedicación a comunicar con las herramientas digitales y nuevos lenguajes de los "hermanitos menores", para hacernos saber de su forma de pensar, de sus preocupaciones, de su riqueza cultural, de sus sueños, pero especialmente de sus derechos; también nosotros asistíamos, no sin asombro, a numerosos descubrimientos que superaron lo estrictamente pedagógico.
Aprendimos de su cultura milenaria y de su modo de vida social comunitaria, siempre presente y evidente en sus actuaciones y en sus conversaciones.
Del carácter inalienable de sus territorios vernáculos y de su biodiversidad.
De su claridad a la hora de entender que primero hay que conocer de lo cercano, de lo propio y de lo cotidiano antes de pensar en lo inexplorado.
De sus palabras y de sus imágenes como símbolos inequívocos de su sistema de comunicación, emparentado y nutrido con su concepción del mundo y de las leyes naturales que lo rigen, una y otras pródigas en el respeto sagrado hacia la tierra y a las normas y códigos milenarios.
De su forma natural y clara de razonar y de concebir su entorno y su misión comunitaria.
De su actitud gallarda de respeto a la "civilización" y de la veneración y orgullo por su raza y por sus costumbres.
De su comprensión desprevenida de los procesos de globalización que los han empujado a estar en contacto con otros pueblos y con otros hermanos, en busca de armonía, entendimiento y hasta de sobrevivencia.
De sus ricas manifestaciones que dejan ver que están viviendo en el presente y no del pasado.
De su respeto no siempre correspondido por el otro.
De su riqueza cultural y de su saber, a pesar de las presiones del entorno geográfico, comercial, militar y político.
De su habilidad narrativa innata.
De su poética percepción de la naturaleza, trasladada de manera fluida, espontánea y pura a los géneros audiovisuales y escriturales, mediados por lo tecnológico.
De la concepción del relato como imágenes de las que está construido su presente, su recuerdo y, en últimas, su memoria para dejar ver que son documentalistas al natural.
De su talento, consagración y humildad en el emprendimiento de los procesos de aprendizaje, inmersión y deducción que consideraban en todo sentido como aporte y como ganancia.
Pero, especialmente, aprendimos de su calidad humana, de su sinceridad, su afecto, ecuanimidad y tolerancia sin límites, que nos devolvieron la
perdida esperanza de redención para la condición humana.
Gracias por siempre a ellos y sus enseñanzas de hermanos mayores, tierra que anda.
Comunicarse con palabras nuevas:epistemologías de la imagen documental María Fernanda Luna
Cuando uno piensa en epistemologías, inmediatamente tiene que bajar de una tradición occidental que lo remite a "saber acerca del conocimiento", pero ¿cómo se logra entender ese saber cuando tiene que comunicarse entre tradiciones y mundos diferentes? Los occidentales asumimos que este conocimiento está arriba, que es inalcanzable, y así esta noción cada vez queda más aislada de la realidad en un mundo de cruces, un mundo de puentes y desencuentros, donde los espacios del conocimiento se habitan con diversidades, y las cosas del saber se mezclan.
No obstante, en estas mezclas hay muchos malentendidos e incomprensiones, mucha necesidad de comunicación directa, y esta es precisamente la comunicación que los pueblos indígenas están buscando en la imagen-video, una comunicación que conmueva:
Para nosotros no es tan importante aprender a comunicarnos con la imagen-video porque con palabras nos entendemos, pero para occidente tenemos que usar comunicaciones como radio y video para que entiendan. Por ejemplo, nosotros aquí somos cuatro pueblos indígenas y aunque nos vestimos diferente y tenemos lenguas diferentes, ustedes no nos diferencian. (Palabras de Saúl Gil, 2008)
En este texto voy a intentar pensar, desde la comunicación audiovisual, la experiencia del taller de producción documental con representantes de tres grupos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta (wiwas, arhuacos y koguis), que estuvieron en marzo del 2008 en la sala de tecnología Matrix de la Universidad Javeriana para, entre otras cosas,organizar la producción de un documental que contara la historia de la vida de los pueblos en la Sierra, desde su propia mirada.
No pretendo hablar por ellos; sería muy atrevido, porque tienen su propia voz, sus propias historias, sus propios ritmos que de seguro traicionaría al tratar de dar una versión de lo que ellos saben contar mucho mejor. Sólo quiero detenerme en la experiencia de formación audiovisual que quizás nos lleve a entender un poco las preguntas que nos hacemos muchos documentalistas y docentes del mundo de la imagen cuando decidimos apostarle, quizás con muchas dudas, miedos, resistencias y expectativas, a un proyecto participativo de construcción colectiva.
La cámara como puente, el montaje como representación del mundo real, el tiempo de grabación y los formatos, lugares comunes de dudas constantes que surgen siempre que comienza el proceso de un documental. Lo interesante es que tomaron otro sentido a la luz de la experiencia de planear una historia documental con los realizadores de las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta.
La cámara puente
"Lo más difícil es llegar al público y hay que hacerlo a través de la cámara, que es un objeto. Llegar a tener la fuerza de tomar la cámara como un puente y que por medio de esas imágenes pueda uno despertar sentimientos". Lo anterior lo dijo Saúl Gil en una charla para los estudiantes de la Especialización en tv. Lo sorprendente es que Saúl es uno de los más jóvenes del grupo de documentalistas, wiwa, hijo de un mamo, con una sabiduría que a los 20 años de edad difícilmente encontraríamos en un estudiante de ciudad.
Voy a permitirme, ya que cuento esta experiencia desde un mundo de cruces, poner este testimonio en relación con otro contexto. En una reciente muestra internacional documental, Michael Renov,estadounidense, académico del documental, dijo: "Los documentales, como el melodrama o el cine de horror (también dijo que la pornografía, pero esto debe molestar a muchos), son filmes del cuerpo, en el sentido en que conmueven desde adentro" (Renov)10 Es decir, lo que buscamos muchísimos en la imagen documental es la capacidad de conmover desde adentro, de que esa remoción del orden quede atrapada desde la realidad misma. La cámara, ante el documental, se convierte en un puente para que por allí pase el mundo: "Tenemos que ser realistas, hacer algo que está en el momento, algo que si no hago, después no lo voy a volver a encontrar" (palabras de Saúl Gil, 2008).
Para nosotros no es tan importante comunicarnos con la imagen-video porque con palabras nos entendemos... para Occidente tenemos que usar radio y video.
El montaje, ¿rueda el mundo real?
Cada vez que recurrimos al montaje en el documental existe el temor de la ficcionalización. Tenemos muchísimos esquemas en la cabeza: que si el cine clásico, con su montaje invisible; que si el documental de arte y ensayo, con sus rupturas; que si el cine directo, que quiere captar el ritmo del mundo "tal como es", y quién sabe que más pueden decir Bordwell (2002) o Rabiger (2001) en los manuales que incansablemente buscamos en la universidad cuando estamos estudiando para tratar de entender el esquivo mundo de la imagen-realidad que hemos acordado en llamar documental.
Y siempre que me pregunto por esto, me doy cuenta de que no sé por qué seguimos preguntándonos, si no hay respuesta; pero lo que sí vuelve a la mente es una frase que algunos artistas recordarán: "Menos estética, más ética"11 y que interpreto como:la forma es importante sólo si logra transmitir lo que hay que decir en el momento indicado. Claro, abstracto, pero es que la forma (nos han mentido desde siempre) no es concreta; depende del contenido, y esto es algo que las comunidades indígenas han entendido mucho mejor que nosotros.
Tecnologías para portar el lugar
La tecnología verdadera no está en un aparato, por sofisticado que sea, sino en encontrar los dispositivos adecuados para transmitir esa forma del contenido. En la Sierra, todo espacio tiene un sentido: las casas de los koguis van subiendo en nueve anillos hacia arriba y nueve anillos hacia abajo, en una analogía a la gestación; los gorros blancos que usan los arhuacos representan el pico nevado de la montaña, y toda esa idea de portar el lugar en las cosas es algo que entendí sobre el significado de sus objetos cuando me "mostraron con palabras" el material que traían para armar su documental.
Siempre me he preguntado cómo no utilizar esto para fascinarnos con el exotismo del significado —que fácilmente ocurre en nuestras sociedades diseñadas, donde la forma pierde el contenido—, sino cómo comprender desde los objetos un mensaje: cuidar. Restablecer el equilibrio. Que nuestro vestir nos recuerde algo. Vivir en el tiempo. Grabar documentales con un fin. Portar el lugar.
Tiempo de grabación y formatos
Para los pueblos indígenas la permanencia está en la memoria, en la palabra: "Lo nuestro nunca cambia, el hermano menor siempre cambia de acuerdo al momento", dice Silvestre Gil Zaragata, kogui. Y sí, tenemos poca memoria y quizás por eso necesitamos que las imágenes nos estén recordando constantemente, en dosis breves, aquello que no deberíamos olvidar. Aun así, olvidamos.
Por esos días sentí que la academia podía estar más viva si se abría a los saberes de otros... si no se asustaba de aquello de lo que no tenía bibliografía y metodología.
Olvidamos, por ejemplo, que los enemigos de los pueblos indígenas de la Sierra son fuertes: el conflicto, con todos sus actores; la ambición de la empresa privada por el agua, que cerca ríos para convertirlos en represas; una tradición injusta que ha dejado heridas milenarias. De ahí que se necesite la fuerza de apostarle a algo para enfrentarlos. En este taller ellos traían, sobre todo, su confianza en el poder de la comunicación y de la imagen, y para nosotros esta confianza contiene muchos retos y preguntas.
¿Para qué contarles que nosotros usamos determinados formatos si en ese sentido ellos están un paso más allá con respecto a la imagen? Y no porque tengan la innovación como objetivo industrial, sino porque su propuesta es innovadora en el sentido de aprender técnicas audiovisuales para buscar una nueva forma que corresponda a su expresividad colectiva. Tengamos cuidado con la voz en off, así sea la nuestra. A veces la música, música fuerte, que aún no ha sido escuchada, puede llevar mensajes más emotivos.
Además, no enseñábamos desde cero, ellos ya llevan cierto tiempo documentando su mundo, desde la Organización Gonawindwa Tayrona, un colectivo de realizadores indígenas graba en mini dv, edita en Final Cut, toma fotografías con gente de la National Geographic y aprende incansablemente (Indigenous Media Project, 2004). Varios se han unido para enseñar técnicas y, sobre todo, para aprender: antropólogos profesionales, fotógrafos o gente de las grandes agencias de noticias del mundo; ahora el reto es para los profesores universitarios y es todo un trabajo de compartir para producir conocimiento.
A manera de conclusión
Por esos días fue muy reconfortante enseñar, por esos días sentí que la academia podía estar más viva si se abría a los saberes de otros, si permitía los cruces, si no se asustaba de aquello de lo que no tenía bibliografía y metodología y entraba en el mundo del aprendizaje práctico con un sentido que va mucho más allá de la industria y del que quizás podríamos tomar lecciones para una epistemología de la comunicación audiovisual. Como conclusión quedan algunas lecciones aprendidas y mucho más por comprender:
Lecciones sobre una epistemología de la comunicación audiovisual, que surgen al pensar la imagen desde el documental, su contenido ético, su potencialidad crítica y de denuncia, si se fabrica o no el montaje y en qué formas es posible conservar el ritmo de las comunidades indígenas sin perder la comunicación de la acción.
Finalmente, no desesperar. Aunque el proceso es más largo y más lento que el de un guión tradicional, a eso ya hace tiempo están acostumbrados los mejores documentalistas, y para recordárnoslo vienen a darnos una lección de producción los pueblos de la Sierra: no es un proceso fácil salir de los formatos, tener paciencia para encontrar el propio tiempo y ser capaces de "portar el lugar".
Hacia los cajoncitos de enfoque intercultural Cayetano Torres (indígena arhuaco)
En memoria de los puños del trabajo duro y parejo por la Sierra Nevada de Santa Marta y en obediencia a una bonita impresión percibida en dos importantes jornadas de capacitación realizada en el laboratorio Matrix de la Universidad Javeriana, Bogotá d. c., intentamos reseñar el enfoque intercultural producido con un puñado pluriétnico de jóvenes de la Sierra Nevada, cuyo objetivo fue posible gracias a los puños de otro puñado de profesionales que nos brindaron un cálido espacio para construir el sustrato de estas gratas recordaciones.
Teniendo en cuenta que la política de los pueblos indígenas de la Sierra se fundamenta en un proceso permanente de reivindicación territorial, donde el proceso de relación intercultural ha sido un componente transversal en la organización durante decenios, resultó indispensable capacitar a jóvenes de la Organización Gonawindúa Tayrona en el área de comunicaciones, para el uso y manejo de audiovisuales y comunicación social, con un engranaje armónico en el conocimiento, a fin de fortalecer, sin más carretas, otras herramientas complementarias, y de entender mejor los distintos pensamientos ante un mundo globalizado.
Para encontrar el nicho adecuado donde se pudieran construir estas imaginaciones y visiones fue imprescindible que la Universidad Javeriana tuviera un ezwama intercultural previsto, el Matrix, que más que un laboratorio de trabajo, fue un cálido espacio donde concurrieron tantas cosas bonitas de aprendizaje, conocimiento y experiencias compartidas, que hasta el intento de escribirlas resultaría inútil, por temor a no registrar con fidelidad lo acaecido.
No es el azar de una alusión romántica, ni unos incentivos poéticos improvisados, sino la reseña del trabajo vivido bajo el carisma humano y profesional de Maryluz Vallejo, Mario Morales y Germán Rey —quien de forma presencial o a "control remoto" siempre ha sido un convencido amigo—, nuestros grandes aliados de empuje, que se preocuparon para que este gran proyecto sea cada vez más intrépido y agresivo en su ambición intercultural sin fronteras.
El engranaje del ejercicio fue gratamente impactante hasta las más hondas entrañas humanas cuando los chicos, en Mesitas del Colegio (Cundinamarca), tuvieron la suerte de entrevistar a Javier Rodríguez, un profundo conocedor de la Sierra Nevada, quien al responder a los "pilosos" indígenas, ni modo de evitarlo, lloró profusamente con el alma y el espíritu lleno de convicciones.
O qué decir del histórico recorrido encabezado por el mamo Efraín Villafaña, quien rodeado del combo de estudiantes cumplió un pagamento tradicional en la laguna de Guatavita. Con las más sublimes palabras manifestó que la prioridad ambiental y cultural es un principio obligatorio por mandato de origen.
Para facilitar el taller contamos con la asesoría dinámica de un ramillete de Natalias, que adornaron puntualmente las sesiones laborales en el Matrix, acompañadas del entrañable Pacho, quien nos acompañó en las horas del almuerzo durante aquella linda e inolvidable estadía en la capital. Y cómo no reseñar el empeño arduo de Pablo Mora y su señora Clara López e hija Valentina, quienes amablemente aportaron un tremendo coctel de amistad y calor de hogar, sobre todo, en gratitud a esas inolvidables arepas que en los desayunos nutrían desde bien temprano los peldaños orgánicos para aquel enfoque intercultural, aun en camino desde la Sierra Nevada para Colombia y el mundo.
1. Denominación familiar que emplean los tayronas para referirse a los blancos (bonachis).
2. En kogui, sitio sagrado de gobierno.
3. Palabra indígena para designar genéricamente al blanco.
4. Autoridades civiles y religiosas de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta.
5. La Organización Gonawindúa Tayrona nació en 1987 para la defensa y protección de la identidad de los pueblos kogui, wiwa y arhuaco, y comenzó a desarrollar proyectos de comunicación gracias al impulso dado por la Constitución Política de 1991.
6. Masticar y chupar la hoja de coca mezclada con cal, tomada del poporo o calabazo que llevan en su mochila.
7. Bombardeo del Ejército colombiano al campamento de las FARC en la frontera con Ecuador, donde murió el comandante "Raúl Reyes", el 1° de marzo de 2008.
8. En septiembre de 2008 salió la revista con su nueva imagen y varias de las crónicas producidas en los talleres.
9. Rodrigo Tovar Pupo, más conocido como 'Jorge 40', era narcotraficante y comandante paramilitar del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia. Se desmovilizó, junto con mil de sus hombres, en marzo de 2006.
10. Renov. Michael. Conferencia: Documental, política e historia, Muestra Internacional de Cine Documental, 23 de septiembre, Bogotá.
11. Fue el eslogan de la Bienal de Venecia, Italia, realizada en agosto del 2000.
Referencias
Bordwell, D. (2002), El arte cinematográfico, Barcelona, Paidós. [ Links ]
Didi-Huberman, G. (1997), Lo que vemos: lo que nos mira, Buenos Aires, Manantial. [ Links ]
Gil, S. (2008, marzo), "El video de los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta" [conversatorio], Especialización en Televisión, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana. [ Links ]
Indigenous Media Project (2004), Through their Eyes: Learning to Document the World [en línea], Washington, National Geographic Society. Disponible en: http://ngm.nationalgeographic.com/ngm/0410/feature3/flash_pop_3.html. Recuperado: 15 de junio de 2008 [ Links ]
Rabiger, M. (2001), Tratado de dirección de documentales, Madrid, Omega. [ Links ]
Rey, G. (2008, 26 de febrero), "La comunicación en el laboratorio" [discurso], Lección Inaugural de la Facultad de Comunicación y Lenguaje, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. [ Links ]