Señor editor:
Por muchos años ha existido una tensión entre dos polos opuestos en el tratamiento de los trastornos mentales: el polo biológico, que esgrime que los trastornos psiquiátricos tienen una base orgánica; y el polo orientado psicológicamente, que se enfoca en el rol de los estresores emocionales, traumas infantiles, problemas interpersonales y conflictos intrapsíquicos como agentes causales del desarrollo de las enfermedades. Si bien estos polos todavía están vigentes, y podría decirse que están representados por la psicofarmacología y la psicoterapia, respectivamente, actualmente se ha logrado desarrollar una visión que engloba tanto a los factores biológicos como a los psicológicos y sociales en la etiología y tratamiento de los trastornos mentales 1, 2.
¿Psicofármacos o psicoterapia? Existen dos principales maneras de encarar esta pregunta: por un lado, se podría tratar a la medicación y a la terapia como dos formas de tratamiento útiles por sí solas o en tratamientos combinados de diversas condiciones psiquiátricas, del mismo modo que las intervenciones quirúrgicas y los tratamientos médicos son utilizados para diversas enfermedades médicas. Por otro lado, a decir de Gómez y Salgueiro, se podría continuar insistiendo en una visión “dicotómica, antitética y confrontativa”, alegando el mérito absoluto o relativo de una sobre la otra, constituyéndose esta posición en una verdadera incoherencia 3.
La psiquiatría se basa, principalmente, en dos modelos: el modelo biomédico, que establece que el concepto de enfermedad implica una anormalidad biológica subyacente (estructura o función anormal en algún lugar del organismo) y que el tratamiento, básicamente biológico, se dirige a la supuesta causa orgánica de la enfermedad mental; y el modelo psicosocial, que pretende ser ecléctico aspirando a integrar, de una forma global y dinámica, la personalidad con los niveles biológicos y sociales 4. Se podría resumir afirmando que las particularidades propias de ambos modelos hacen que terminen siendo complementarios, y no deberían dejar lugar a la confrontación 3.
Las psicoterapias tienen que enfrentarse al reto de demostrar que son tratamientos eficaces mediante estudios controlados, a fin de establecer en qué trastornos están indicadas, cuáles son sus posibles efectos adversos, el tiempo y el modo de aplicación y los criterios de suspensión. Es decir, las psicoterapias deben continuar demostrando, a través de estudios clínicos rigurosos, que son eficaces con niños y adolescentes, adultos y adultos mayores 5, 6. La psicofarmacología, por su parte, debe enfrentarse al extendido problema social que representa buscar la solución -“la curación”- en una pastilla.
Es deber de cualquier médico, no sólo del psiquiatra, determinar, de manera científicamente sustentada, si un paciente se beneficiará de un tratamiento psicofarmacológico, de uno psicoterapéutico, o de una combinación de ambos. Por lo expresado, se hace perentorio continuar en la senda de establecer, de manera precisa, criterios basados en la evidencia y en las particularidades de cada paciente, para la indicación de intervenciones psicoterapéuticas o psicofarmacológicas. Esta tarea deberá ir necesariamente unida a la formación y capacitación de los médicos y otros profesionales de la salud, durante el grado, el posgrado y la educación médica continua.