1. Precursores de una historia de fragmentos y vacíos
Los estudios sobre el libro en Colombia podrían iniciarse con los listados de libros de don Manuel del Socorro Rodríguez publicados en El Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797). El trabajo bibliográfico iniciado por el bayamés, quien llega desde Cuba por invitación del virrey José de Ezpeleta para fundar el primer periódico y la primera biblioteca oficial del Virreinato, permiten darse una idea de las lecturas a finales del siglo xviii neogranadino. Además de registrar textos religiosos y unos cuantos libros que podían agrietar tímidamente la férrea herencia medieval vigente en la Colonia, se relacionan los primeros impresos fabricados en la imprenta rústica de los jesuitas traída hacia 1738, doscientos años después de su arribo a México y unos ciento cincuenta años después de Lima. El trabajo de Socorro Rodríguez es secundado a lo largo del siglo xix por bibliógrafos como Ezequiel Uricoechea (1875), Isidoro Laverde Amaya (1895) o Eduardo Posada (1917), que además de hacer listas de libros, empiezan a consignar las biografías de letrados, políticos, poetas, y a publicar sus obras en las imprentas nacionales. Nue- vas bibliografías como las de Ernesto Porras Collantes Bibliografía de la novela en Colombia (1976), la Bibliografía de la literatura colombiana del siglo xix (2006) en dos volúmenes de Flor María Rodríguez Arenas y la Bibliografía de la novela colombiana (2012), coordinada por Álvaro Pineda Botero, han sistematizado las fuentes de estudio literario y han evidenciado la riqueza y prolífica singularidad de impresos en literatura colombiana.
Las historias de la literatura colombiana pueden considerarse, en ese mismo sentido, precursoras de los estudios del libro. La historia de la literatura en la Nueva Granada (1867) de José María Vergara y Vergara, publicada en la Imprenta de Echavarría Hermanos, estructura en un orden cronológico y en relación con sus contextos culturales e institucionales, la aparición y el desarrollo de un grupo de autores-escritores de textos literarios organizados bajo la pregunta por el origen de una literatura nacional como rasgo identificador de un territorio considerado hijo intelectual de España (Padilla 2008). Bajo la misma intención de agrupar los escritores nacionales y registrar su producción literaria, las historias de la literatura de José Joaquín Ortega Torres (1933) y de Antonio Gómez Restrepo en 4 volúmenes (1938), actualizan en orden cronológico los autores y los libros de una cultura literaria en busca de una identidad cultural. Miradas históricas como las de José Arístides Núñez (1952), Curcio Altamar (1957) o de Ayala Poveda (1984) brindan una articulación con base en una concepción de género literario tratan de advertir una serie de temáticas para articular los textos.2 Al igual pueden encontrarse estudios a un conjunto de obras en posiciones más contemporáneas como The Colombian Novel 1844 - 1987 (1991) de Raymond L. Williams o los estudios sobre el teatro colombiano de Marina Lamus (2003), que destacan e hilvanan la producción literaria con base en cuestionamientos estéticos o políticos.
Sin duda, temas asociados de manera indirecta con el libro se encuentran en una dispersa y a veces fragmentada bibliografía colombiana. Por ejemplo, indagaciones históricas sobre bibliotecas colombianas en los estudios de Guillermo Hernández de Alba y Juan Carrasquilla Botero (1977) sobre la Biblioteca Nacional; Lina Es- pitaleta de Villegas (1994) analiza el fondo de la Biblioteca Luis Ángel Arango; y Luz Posadas de Greiff (1989) investiga las bibliotecas de la región antioqueña. Contribuciones específicas acerca de la industria del libro pueden encontrarse en los estudios de Andrés Guerrero (1978), Juan Guillermo Arango (1991), Alberto Corchuelo (1996), Bernardo Jaramillo Hoyos (2005) donde se analizan fenómenos relacionados con la empresa editorial y las recomendaciones para su evolución co- mercial. Un importante antecedente, en esta dimensión empresarial, son los trabajos de Gonzalo Canal Ramírez, en particular, Artes gráficas (1973), en el cual brinda datos muy interesantes e importantes sobre la evolución de la industria gráfica en el país. Así mismo, es posible encontrar algunos estudios relacionados con agentes involucrados al universo del libro. Por ejemplo, los libreros, han sido objeto de la semblanza de Laureano García Ortiz (1934), los estudios de David Murillo (2009) y el trabajo de Alberto Mayor Mora y Elber Berdugo (2012). También debe referirse la biografía histórica de Eduardo Ruiz Martínez La librería de Nariño y los derechos del hombre (1990) donde aborda el papel de uno de los primeros tipógrafos-editor republicano. En el caso de los impresores, aunque los estudios son escasos, vale la pena resaltar el estudio Historia de la imprenta en Tunja de Pablo Numpaque (2013), el artículo de Sergio Solano «Imprentas, tipógrafos y estilos de vida en el Caribe colombiano, 1850-1930» (2008) y la investigación de FernandoMurcia so- bre dos imprentas en el siglo xix, de José Antonio Cualla y Nicolás Pontón (2013).
La bibliografía sobre los autores cuenta con la más amplia variedad así como los estudios de contexto literario que, por supuesto, tampoco pueden referenciarse de manera satisfactoria. Basta con mencionar el trabajo sobre el pensamiento colombia- no de autores como Rubén Sierra (2002) o Gonzalo Cataño (2013), que han hecho comentarios en sus análisis sobre el mundo del libro y el impreso al estudiar algunos de los letrados republicanos. Luis Eduardo Nieto Caballero (1946) Jaime Jaramillo Uribe (1962), María Teresa Cristina (1989), Eduardo Ruiz Martínez (1990) en sus investigaciones históricas se han referido también al tema. El estudio específico de escritores desde su función social de Rafael Gutiérrez Girardot (1989), Hélène Pouliquen (2006) y Felipe Vanderhuck (2012), entre otros, también han señalado la importancia de abordar las condiciones de producción de los autores y el problema del lector. Gutiérrez Girardot es uno de los primeros en advertir la relevancia para aproximarse al fenómeno social que involucra lo literario el estudio del impreso y el libro como fenómeno cultural. Pouliquen ha analizado a las condiciones de producción de la novela contemporánea a partir de conceptos de Iser, Mukarovsky y Kristeva y se propone entender los desafíos que se imponen a un nuevo lector de novelas. Y Vanderhuck explora las condiciones en las cuales se ejerce el oficio del escritor José Antonio Osorio Lizarazo analizando aspectos como el prestigio literario y el negocio editorial. En los estudios sobre el papel de los críticos literarios, quienes rodean los proyectos de publicación, se destaca el importante libro de David Jiménez La historia de la crítica literaria en Colombia (1992).
En la órbita de trabajos, más cerca al ensayo literario, es imprescindible resaltar los ensayos del poeta y editor Juan Gustavo Cobo Borda dedicados al libro y la edición en Colombia (2001). En su breve pero no menos importante artículo «Pio- neros de la edición en Colombia» (1990), Cobo Borda menciona los antecedentes de la importante producción editorial, en un medio hostil para el comercio de libros, e insinúa sus valores e importancia para entender el desarrollo de nuestra cultura literaria. El editor y escritor colombiano, quien ha participado de manera directa en varios proyectos relacionados con el libro, como el de librero en la importante librería Buchholz de Bogotá, o editor de un centenar de libros y publicaciones sobre literatura colombiana, ha reflexionado sobre el oficio de editor y de lector y es sin duda una fuente invaluable para dar cuenta de nuestra singular riqueza bibliográfica. De hecho el autor fue comisionado por la Cerlalc (2002) para organizar una historia de las empresas editoriales en América Latina y allí dedica un capítulo a algunas de los más emblemáticos casos colombianos, muchas de las cuales conoció de primera mano y seguro preserva en su extensa biblioteca personal. Aunque sus ensayos por su brevedad tienen un carácter de divulgación más que de reflexión académica, con lo cual no se pretende minimizarlos sino más bien resaltar su naturaleza, se encuen- tran al final entre los más completos a la hora de describir la historia editorial en Colombia lo cual demuestra, por otra parte, la poca atención crítica directa que ha merecido el tema a pesar de su importancia.
Capítulo aparte merecen los trabajos desde una perspectiva estética. Llama la atención por ejemplo obras cuyo objeto es el libro mismo, como el de Rogelio Echavarría y Darío Jaramillo Mil y una notas: (de carátulas y solapas) (1995). Otras obras son importantes para entender sus claves y cerraduras como los Seudónimos colombianos de Rubén Pérez Ortizen (1961). El libro por su puesto ha sido también materia de ficción literaria despertando la imaginación. Desde la descripción de José María sobre el oficio del impresor en su autobiografía, la narración del tipógrafo venido en desgracia de Casa de Vecindad de José Antonio Lizarazo (1930), la la- beríntica lectora de Sergio Álvarez (2008), o los perfiles cínicos de los editores en Contra editores (2014) de Selnich Vivas, las personas vinculadas al mundo del libro han hecho parte de la fauna de la ficción. La poesía ha mistificado también ese «fiel amigo», como escribía Eduardo Carranza, para referirse al impreso. Vale la pena anotar por lo pronto en el género ensayo el excelente trabajo de Gonzalo España El libro en Bogotá publicado en el marco de la celebración de «Bogotá Capital del libro en el año 2007». Con una prosa fluida y erudita, España nos introduce en la cultura del libro desde los primeros manuscritos que circularon en la Colonia, la historia de algunos libros que cumplieron su papel en momentos históricos, el desarrollo de las imprentas, datos relacionados con la producción, y proyectos editoriales destacables generados desde la ciudad. Si bien existen muchos aspectos para profundizar, este ensayo ofrece un panorama amplio y general sobre el desarrollo del libro en Bogotá.
2. De los orígenes de la imprenta y los estudios sobre la prensa
Entre la maraña de estudios que de manera directa o indirecta tienen que ver con el libro y el impreso en Colombia, revelando apenas en fragmentos de su historia algo de sus modos de circulación y apropiación, sobresale un particular interés relacionado con la llegada de la imprenta y sus consecuencias. A la llegada del invento de Gu- tenberg se le atribuye, como en otros contextos latinoamericanos, la independencia política de comienzos del siglo xix. El mismo Vergara y Vergara en su Historia de la literatura hace referencia a la llegada de la primera imprenta en la Nueva Granada gracias a los jesuitas y a la prensa importada desde España por Antonio Espinosa de los Monteros donde se publica El Papel Periódico dirigido por Socorro Rodríguez. La descripción sobre el desarrollo del libro impreso fue más o menos repetida en estudios posteriores al director del periódico El Mosaico. Sin embargo, a principios del siglo xx, aparecen una serie de artículos que indagan en forma más detallada el origen de la imprenta y sus primeras consecuencias en la cultura del país.3 Se destacan en particular los artículos de Jorge Uribe Márquez (1919), Luis Augusto Cuervo (1943), Armando Gómez Latorre (1957) y Gabriel Giraldo Jaramillo (1957) asociados en su mayoría a la labor de la Academia Colombiana de Historia.4 Juan Friede, por su parte, en «Sobre los orígenes de la imprenta en el Nuevo Reino de Granada» (1957) infunda la sospecha de una imprenta anterior a la de los jesuitas de acuerdo con posibles indicios de los Archivos de Indias, complementando el trabajo ya iniciado por José Toribio Medina (1948) en su estudio de la imprenta en Cartagena, primero en consultar la fuente en Sevilla. La selección editada por Eduardo Santa El libro en Colombia (1973) recoge algunas de estas reflexiones sobre el origen de la imprenta de Giraldo Jaramillo, Mario Germán Romero, Manuel José Forero, al igual que discursos de las primeras ferias del libro donde se insiste en la continua relación que se ha tenido con el objeto desde tiempos coloniales.
El tema de los inicios de la imprenta es nuevamente retomado por Giraldo y Romero en Incunables bogotanos: siglo xviii (1959), donde se enlistan las obras que se imprimieron en la Nueva Granada a finales del siglo xviii en la imprenta de los jesuitas, en la Imprenta Real de Antonio Espinosa y la Imprenta Patriótica manejada por su hijo, Bruno Espinosa y dirigida por Antonio Nariño; este último condenado por la impresión en cuarto de una traducción de los Derechos del hombre y el ciudadano (Cfr. Ruiz 1990, 28). Se destaca también el completo catálogo de la imprenta de Álvaro Garzón Martha (2008) y los estudios de Alfonso Rubio (2011, 2013) que aportan nuevas miradas al periodo, revisando los aún desconocidos inventarios de libros y consultando nuevas fuentes de investigación.5 Trabajos como los de Marta Zambrano La impronta de la ley: escritura y poder en la cultura colonial (2001), o la tesis de José Luis Guevara Fábrica del hombre (2015) van a reconsiderar el papel del libro y también del manuscrito en el periodo colonial. La circulación del libro colonial también es motivo del trabajo de María del Rosario García (2015) quien ha estudiado la biblioteca de fray Cristóbal de Torres en el Colegio Mayor del Rosario; Pilar Jaramillo elaboró, por su parte, un catálogo de la Biblioteca del Rosario en La producción intelectual de los rosaristas 1700- 1799 (2014).6 Estos estudios exploran, clasifican y dan una idea de la circulación de los saberes, más rica de lo que suele considerarse, a través de las colecciones personales de primeros hombres de letras que habitaron la Colonia. El interés por los orígenes de la imprenta y el libro colonial demuestra la continua y compleja relación con el libro y con la cultura letrada en el periodo neogranadino.7
Gustavo Otero Muñoz en su Historia del periodismo en Colombia (1936) re- construye también la historia de los primeros impresos y las primeras publicaciones en el país y advierte la tesis según la cual la producción intelectual se publicó en su mayoría a través de la prensa que se multiplicó durante el siglo xix de manera semejante a como ocurrió en otros países de la región y de Europa. El trabajo de Otero, seguido luego por el de Antonio Cacua Prada (1968), sigue siendo fuente ineludible para adelantar el catálogo de las publicaciones periódicas y para establecer la cartografía de autores y círculos intelectuales a donde pertenecieron. El estudio de la prensa literaria ha sido continuado por investigadores como María Teresa Uribe y Jesús María Álvarez Gaviria en Cien años de prensa en Colombia 1840-1940 (2002), que sistematizan la prensa existente en la Sala de Periódicos de la Biblioteca de la Universidad de Antioquia; Jorge Orlando Melo (2008) propone una muy útil aproximación histórica a sus referentes, su contexto y a sus principales particularidades.8 Mariluz Vallejo (2006) ha elaborado, por su parte, una crónica fluida del periodismo revelando los principales actores y sus contextos sociales y políticos. Carmen Elisa Acosta ha desarrollado, en esta esfera de trabajos sobre la prensa, una investigación pionera sobre el lector en las novelas por entregas (2009).9 Acosta estudia la prensa como una biblioteca en su condición de selección de textos e indaga por la caracterización de los distintos ideales de lector configurados por las publicaciones periódicas; se trata de uno de los primeros intentos por caracterizar al lector y su papel en el estudio de la literatura colombiana.
Algunas de las publicaciones seriadas y revistas literarias han sido objeto de varios estudios monográficos. Revistas como Papel Periódico, El Mosaico, La Revista Gris, Contemporánea, Los Nuevos, Mito, Eco, entre otras, han sido analizadas destacando su carácter de novedad/modernización frente al entorno cultural desde son publicados y su papel de articulación de un grupo o una generación de intelectuales.10 La publicación de una revista literaria opera hasta el siglo xx como mecanismo de reunión de autores y dinamiza el desarrollo de producciones estéticas y de preocupaciones de distinto orden político y social. Las revistas además permitían el contacto con otras tradiciones culturales mediante la circulación y la traducción de autores, así como la configuración de modelos importados presentados en la mayoría de los casos como referentes de imitación. Análisis de sus contenidos y de los contextos intelectuales han evidenciado su importancia en la circulación de la literatura colombiana y de la creación de un espacio crítico de valoraciones sobre las obras. Gustavo Bedoya (2011) resume varios argumentos que permiten confirmar la importancia de la prensa como objeto de estudio para la investigación en literatura y de los desafíos abiertos por nuevas propuestas historiográficas que superan el tra- dicional enfoque en el contenido para aproximarse al juego de las representaciones y prácticas que posibilitan. Bedoya pertenece al grupo de Investigación Tradiciones de la palabra que en la Universidad de Antioquia ha venido recuperado el ejercicio de sistematización de la prensa literaria y viene desarrollando el análisis de muchas de estas publicaciones.
En general, como advierte Bedoya (2011) las revistas y los libros han sido una de las principales fuentes para aproximarse a fenómenos sociales y políticos desde diversas perspectivas teóricas. El investigador en literatura, por ejemplo, no tiene otro camino que acudir con regularidad a las publicaciones como prueba documental de su interpretación. Pero si es constante la referencia a los impresos, en la bibliografía colombiana raras veces las publicaciones son objeto de investigación en sí mismas. Para una tradición crítica aún vigente en los estudios literarios, la fuente tipográfica, el color de las páginas, los gazapos encontrados en la impresión, la imagen de la ca- rátula, el número de ediciones, la venta del libro, incluso la influencia del editor o el traductor de un obra objeto de interpretación, son parte del anecdotario prescindible que rodea una obra y no juegan en definitiva un papel relevante al momento de juzgar su valor artístico. La centralidad que tiene la figura del autor ha terminado por hacer invisible a los agentes involucrados en las actividades de producción, circulación y recepción (impresores, libreros, editores, lectores, etc.), y ha llevado a desconocer de qué manera las prácticas y representaciones asociadas a la producción y circulación de los textos influyen en sus modos de apropiación y valoración.
3. Hacia una historia del libro y la cultura editorial en Colombia
El estudio de Tarcisio Higuera Historia de la Imprenta en Colombia (1970) puede considerarse en ese sentido el primer intento por entender en una dimensión temporal amplia el desarrollo del impreso en el país. El mérito de la obra de Higuera, quien desempeñó el cargo de jefe de planta de la Imprenta Nacional, consiste en recopilar los que a su juicio son los principales protagonistas de la historia editorial nacional. Su historia se enfoca en los impresores, editores, y literatos vinculados al desarrollo de la imprenta mostrando el tejido social que configuran las actividades relacionadas con la producción y distribución de libro. Aunque no se detecta un sentido de periodización claro y puede acusarse en su aproximación problemas de rigor historiográfico o desconocimiento de las técnicas de investigación histórica moderna, el registro minucioso de talleres de impresas y primeras empresas editoria- les, además de algunas notas de contexto cultural sobre los participantes, proponen una serie de indicios para quien desee reconstruir el rústico campo editorial que ha ido emergiendo junto a una cultura de lectura y escritura. El estudio de Higuera se concentra en particular en los primeros años de la llegada de la imprenta y su interés se va reduciendo al caso específico de la Imprenta Nacional, por lo que deja vacíos buena parte del siglo xix y la primera mitad del xx. Este vacío bibliográfico, en particular sobre el estudio del libro impreso, en buena medida continúa.11
Entre las propuestas más contemporáneas acerca de los estudios del libro un lugar destacado ocupa el historiador Renán Silva (1984, 1993, 1998). Desde sus primeros trabajos el autor estudia las publicaciones impresas y los libros, en principio, con el fin de entender la formación de la ideología independentista, y luego descubriendo la complejidad de una sociedad en tránsito lento a un cambio de cosmovisión de mundo. Persiguiendo la pista de algunos historiadores franceses, en particular de Chartier, Silva se pregunta por los orígenes culturales de la independencia y examina el papel del libro en la formación de las élites letradas en la Nueva Granada a finales del siglo xviii y en la aparición de una esfera pública política moderna (1998). Su inves-tigación, respaldada en un exhaustivo análisis documental en los fondos del Colegio del Rosario de Bogotá, puede considerarse pionera en Colombia en introducir meto- dologías y herramientas conceptuales de la historia cultural y en ver la importancia del estudio de los procesos de producción y circulación de los impresos para entender las corrientes intelectuales, superando así la historia de las ideas políticas habitual en la historiografía de entonces. El tema de la ilustración y la emergencia de una opinión pública con la aparición de una nueva relación con el libro y la letra han sido retomadas por varios autores que profundizan en las ideas de Silva o bien abren la discusión de sus principales tesis.12 Queda en cualquier caso comprobado con su trabajo la pertinencia de acercarse a los libros y a los impresos en su materialidad y dimensión cultural para entender el desarrollo de las ideas modernas.
Además del trabajo sobre la prensa neogranadina y la circulación del libro en el periodo preindependentista, Renán Silva se ha ocupado también del libro y sus consecuencias culturales en sus estudios sobre lo popular durante la república libe- ral de los años 30-50 del siglo pasado en Colombia (2005). El libro se convirtió en uno de los principales motivos de campaña civilizadora de los gobiernos liberales. Entre ellos, se destaca el proyecto de La Biblioteca Aldeana entre 1934-1947, diri- gido durante su periodo más importante por Daniel Samper Ortega como director de la Biblioteca Nacional. Se trata del primer proyecto de amplio alcance para dotar de libros a las bibliotecas, colegios, e incluso salones organizados para tal fin, en todos los rincones del país. El estudio de esta biblioteca pone en evidencia las estrategias para estimular una cultura de lectura con la visión de un proyecto moderno de ciudadano. El artículo del profesor Silva, «El libro popular en Colom- bia, 1930 - 1948. Estrategias editoriales, formas textuales y sentidos propuestos al lector» (2009) revela las principales claves de su investigación y evidencia cómo, apoyándose en la nueva historiografía del libro y de la lectura, es posible analizar las estrategias de circulación de las obras, las formas textuales como son recibidos los libros (introducciones, prólogos, ilustraciones, etc.), y el tipo ideal de lectores al cual es proyectado la colección en contraste con el tipo de lectores que encuentra y configura al momento de integrarse a la vida intelectual donde circulan las obras.
Otro de los historiadores que se ha interesado en estudiar al libro y al impreso en general es Gilberto Loaiza Cano, especialista en redes y formas de sociabilidad y vida política en el siglo xix. En su artículo «La expansión del mundo del libro durante la ofensiva reformista liberal 1845-1886» (2009) Loaiza entra al taller de imprenta, estudia la apropiación de estrategias de popularización, se detiene en el librero y la especialización de los gustos así como en la multiplicación de lugares y prácticas de lecturas, y muestra cómo estas condiciones van incidiendo en la formación de una esfera de la opinión pública moderna en el convulsionado siglo xix. El profesor de la Universidad del Valle propone la tesis según la cual grupos afines a la Iglesia, una vez aprobada la libertad de imprenta, pronto se adaptan a los canales de producción abiertos por la imprenta y adelantan esquemas estratégicos de divulgación ideológica a partir de la producción y circulación de libros mucho más exitosos que los de literatura laica. Para Loaiza si se puede hablar de una expansión del libro en Colombia es a consecuencia de la expansión del libro religioso. Un periódico como El Catolicismo, por ejemplo, alcanzó a imprimir 1500 ejemplares por semana y a tener una nómina amplia de suscriptores que permitió su supervivencia por más de 40 años, suerte con la que no contaron la mayoría de las publicaciones de iniciativa liberal. Loaiza Cano, de acuerdo con sus últimos trabajos, tiene en preparación una investigación sobre el impresor, su estatus, y las redes de socialización que posibilita, convirtiéndose así en uno de los principales investigadores activos en el tema.13
En otro punto de vista temporal e historiográfico distinto, más cercano a la historia intelectual que a la historia cultural, el profesor Juan Guillermo Gómez adelantó un estudio sobre el libro de izquierdas en Medellín durante los años setenta (2005). En este trabajo, el autor muestra diferentes matices sobre la recepción de la ideología de izquierda y sus diferentes tensiones entre sí. A la imagen de una izquierda monolítica que reproduce los eslóganes ideológicos de siempre, Gómez opone una izquierda variopinta en donde se fraguan diversas reflexiones y discusiones. El profesor de la Universidad de Antioquia describe rigurosamente las actividades relacionadas con la edición de libros en más de diez editoriales en Medellín de los años setenta y ve su influencia en el discurso social, académico y político de la época y posterior. El análisis detallado de las actividades editoriales y de las diferentes redes de autores que configuran le permite dar una mirada enriquecida de la ideología de izquierda que circuló en la región antioqueña y al mismo tiempo ver el surgimiento de una intelectualidad que desempeñaría un papel fundamental en el desarrollo de la ciencia social en Colombia. Gómez, quien también escribe un inquietante trabajo sobre la lectura y lectores a partir del análisis de los cuentos y novelas de Tomás Carrasquilla (2009), estudia la cadena del libro, la red social que construye y las valoraciones que empiezan a formarse en relación con las publicaciones, demostrando que el libro es «una fuente histórica de insospechable valor simbólico» (2005, p. 54).
A las miradas más recientes sobre estudio del libro, podría sumárseles las de investigadores como Sergio Mejía, Alba Patricia Cardona y Juan David Murillo. Mejía investiga por ejemplo las condiciones de producción de la obra de José Manuel Restrepo (2007) y extiende su análisis a otros escritos en su Historia de escritos, Colombia 1858-1994 (2009). Cardona (2013), por su parte, también hace un análisis de la publicación de libros de historia publicados en el siglo xix, además de estudiar el fenómeno de los libros de textos. Y Murillo se ha dedicado a estudiar el desarrollo del libro en Cali (2012) y actualmente adelanta su investigación doctoral sobre los circuitos del libro hispanoamericano (2016). Estos tres investigadores hicieron sus tesis de grado o pregrado sobre el tema del libro y de la lectura al igual que Catalina Muñoz Rojas (2001), quien hizo una inteligente aplicación de los principios sobre la lectura y representación de Chartier para el estudio de Juan Fernández de Sotomayor; o Rafael Enrique Acevedo (2016) quien estudió el mercado del libro en la provincia de Cartagena y la participación de hombres letrados en el funcionamiento del emer- gente mercado caribeño. Un foco de interés investigativo también en crecimiento y en el cual han coincidido varias importantes tesis, es el relacionado con el libro escolar y educativo que fue también iniciado por Carmen Elisa Acosta (2005b) y abordado en los trabajos adelantados por Cecilia Rincón Berdugo (2003), Néstor Cardoso (2007). Nilzya García Vera (2015) y Diana Guzmán (2016).
Conclusiones e interrogantes
Por supuesto, esta revisión no pretende ser por completo exhaustiva ni definiti- va. Más bien, pretende rastrear cómo ha ido madurando un tema en la bibliografía colombiana y advertir algunas trayectorias sobre el estado actual de los estudios del libro en Colombia. En ese sentido, se detecta un primer grupo de estudios que podría denominarse de carácter bibliográficos- biográficos. Se trata de estudios donde se registran los listados de obras y autores la mayoría de las veces de manera cronológica o temática. Estos trabajos son importantes porque permiten establecer cartografías de los proyectos de impresión y de las redes intelectuales que rodean la producción intelectual. Para usar una expresión, ahora repetida, estos estudios permiten aproximarse a la bibliodiversidad del libro en Colombia muchas veces ignorada sino desconocida. Cercano a este grupo también se pueden incluir otros estudios que asumen un tono más erudito o informativo que analítico. Esto en ningún caso busca descalificar su importancia, pero sus características de ensayo y divulga- ción, sobre todo al ser publicados en revistas culturales, les permiten prescindir de marcos teóricos y metodológicos complejos. También se trata de estudios muchas veces al margen de la institución universitaria. Quizás el lugar destacado entre este tipo de estudios lo deba ocupar Juan Gustavo Cobo Borda quien ha cumplido un papel vital en la difusión del patrimonio bibliográfico colombiano. Los ensayos de Cobo Bordan abren el apetito a cualquier investigador inquieto con las posibilidades de trabajo en los fondos editoriales del país, al igual que los estudios de Gonzalo España, Tarcisio Higuera, Gabriel Giraldo Jaramillo, Gonzalo Canal Ramírez, entre otros, que ponen en evidencia la importancia que tuvieron los impresos para la circulación y configuración de ideas y problemas estéticos.
En general, podría afirmarse que el libro ha tenido una relación estrecha con la cultura letrada del territorio. Por esto, es natural encontrar numerosos estudios que hacen de manera directa o indirecta alusión al universo del libro y al impreso. Pero si las publicaciones son con frecuencia referidas, poco se tiene en cuenta en reali- dad las condiciones de producción o distribución, y la materialidad de los textos es restringida casi siempre a una anécdota. En la historia y las ciencias sociales, por ejemplo, la mayoría de los textos se sirven de las revistas y los libros como fuente de investigación pero no como objeto. Esto quiere decir que poco se ha indagado por quienes están involucrados en los procesos de producción, circulación y recepción, y cómo inciden estos en la comunicación y valoración de las ideas. Aun así, puede encontrarse un segundo grupo de estudios, en su mayoría influenciados por la re- novación en los estudios del libro, la edición y la lectura de autores como Chartier, Darnton, Roche, Burke, Mollier que han venido revalorando la importancia de indagar en la cultura material y en el juego de representaciones y prácticas antes que en la historia de las ideas sometidas a la rigurosa periodización cronológica. Profesores como Renán Silva, Carmen Elisa Acosta, Gilberto Loaiza Cano, Alfonso Rubio, Juan Guillermo Gómez, sirviéndose de herramientas historiográficas contemporáneas, han puesto en evidencia cómo inciden el universo de los impresos con el desarrollo de concepciones de mundo en un contexto específico. Estas investigaciones deben evaluarse a su vez como pioneras en un campo de estudios en el que la producción bibliográfica aún es escasa.
Jóvenes investigadores han venido sumándose al estudio del libro en el marco de una historia más general de la escritura y de la cultura impresa. Aunque este esfuerzo es significativo y espera pueda continuarse, un balance general sobre los estudios del libro en Colombia nos revela muchos vacíos y aún muchas preguntas por resolver.14 Por fortuna, este tipo de dificultades significa a la postre muchas posibilidades. En principio, valdría la pena hacer más esfuerzos para levantar la cartografía de los impresores, libreros, editores, lectores ya que nuestro desconocimiento sigue siendo general sobre sus historias y, más aun, sus prácticas. Los trabajos de Higuera o de Gonzalo Canal siguen siendo valiosos pero son insuficientes y hoy lucen anticuados.
¿Cuáles son los tipógrafos más importantes en los siglos xix y xx? ¿Quiénes fueron los editores de los libros sobre los que se escribe la historia literaria? ¿Cómo hacía un autor para publicar un libro en el siglo xix o a comienzos del siglo xx?¿Quiénes era los autores, qué derechos tenían sobre sus obras, y cómo adquirían su estatus de escritor? ¿Quiénes eran los lectores de los catálogos de las editoriales colombianas? Es poco o casi nada lo que sabemos acerca de los personajes involucrados en la red que se teje alrededor de las actividades de producción, circulación y recepción de libros. Una revisión exhaustiva de los catálogos incluso encontrará que autores, sobre quienes se han enfocado en buena medida los análisis literarios, han sido limitados a unos cuantos. El ejemplo de esfuerzos nacionales del libro ha funcionado en alguna medida para hacer esta tarea cartográfica aún pendiente en Colombia (Chartier, 2014; Mollier, 2012). Sería ideal un equipo articulado e interdisciplinario que esperar esfuerzos individuales aislados.
El libro y su circulación en la Colonia ha sido uno de los focos de indagación teórica que ha despertado más atención crítica. Este interés genealógico puede explicarse en virtud de demostrar la relación estrecha del mundo del libro con una cultura letrada que luego participaría en la independencia republicana pero que tam- bién de algún modo ha prolongado sus estructuras hasta nuestros días. Un efecto no despreciable consiste en la influencia de los departamentos de Español en Estados Unidos y sus presupuestos que se han concentrado en la Colonia por encima de otros periodos históricos. Será desde luego muy importante seguir profundizando en estos esfuerzos y fortalecer los fondos documentales a través de la investigación y el trabajo de archivo. Sin embargo, el libro durante el siglo xix y el xx ha despertado menos curiosidad. Una de las consecuencias de esta desatención es la extensión de prejuicios como los de negar que ha existido una cultura editorial que ha venido desarrollándose, con sus particularidades, desde la Colonia y que está ha tenido nula influencia en el desarrollo intelectual y el campo cultural colombiano. Otra versión de este mismo prejuicio es que los escritores solo acudían a editoriales extranjeras para publicar sus trabajos y que los proyectos editoriales independientes en Colombia no tuvieron efectividad alguna. A esto se suma la reiterada tesis de que la literatura en el país sólo circuló a través de publicaciones periódicas en vez de libros o catálogos editoriales. Resulta extraño en los estudios literarios el poco trabajo que ha tenido el estudio de los catálogos editoriales y de los proyectos editoriales que participaron de la vida intelectual colombiana. Por fortuna, autores como Paula Marín (2016) han empezado un trabajo de análisis de catálogos de editores y su papel en la emergencia de nuevos tipos de lectores y nuevos textos.
Se acusa también en la bibliografía una falta de estudios sobre la cultura ma- terial. La aplicación de los principios metodológicos de la nueva historiografía del libro, la edición y la lectura aún es escaso. Los estudios referidos han demostrado la importancia de estudiar el libro en cuanto su papel ha sido fundamental para el desarrollo de la vida intelectual en nuestro contexto. Pero, ¿cuáles son las caracte- rísticas de la cultura editorial en el país y sus principales desarrollos? ¿Qué aspec- tos económicos y sociales han influenciado en su constitución? ¿De qué manera las condiciones materiales de producción del libro en Colombia han incidido en la creación, valoración y circulación de obras literarias? ¿Cómo esta tradición ha contribuido en la constitución del estatus del lector y escritor de literatura? ¿De qué manera se han institucionalizando algunas prácticas culturales asociadas a la edición de libros que evidencian las características del campo literario en Colombia?
¿Por qué en Colombia no existe una tradición editorial fuerte y robusta como en otros países de Latinoamérica? ¿Puede en definitiva hablarse de una tradición de la edición de libros en Colombia? ¿Qué revela del contexto cultural colombiano el desarrollo de esta tradición editorial? ¿Por qué es importante fortalecer una cul- tura editorial en el país? Estos son algunas de las preguntas que la aproximación al libro en Colombia está por resolver.