1. Introducción
La administración como campo disciplinar y profesional se enfrenta a problemas como la cientificidad de sus teorías y la legitimidad de sus prácticas. El primero es un asunto de orden conceptual y el segundo de carácter ético, pero ambos se encuentran conectados. El problema epistémico se expresa en el poco rigor académico para abordar el estudio de los fenómenos administrativo-organizacionales (Bermudez, 2005), en la falta de elementos teóricos para asumir la complejidad que implica administrar organizaciones humanas (Aktouf 2001a; Kliksberg, 1990), en la multivocacidad de sus términos centrales (López-Gallego, 1998, 2003 y 2005), en la dificultad de precisar su campo de estudio (López-Gallego, 1999), en la poca actitud hacia la investigación por parte de la comunidad académica (Dávila, 2005), en el sesgo ideológico de sus teorías que invisibiliza al trabajador (Garcíacastillo, 1997; Rojas-Rojas 2003) y en que «la novedad administrativa suele ser casi siempre de tipo funcional, instrumental y técnico» (Cruz-Kronfly, 2005, p. 35), pocas veces en cuanto a la episteme y demás cuestiones científicas. Le Moigne (1997) afirma:
Bien sea que se las considere artes, técnicas o disciplinas de convergencia, las ciencias de la gestión no gustan ni se sienten atraídas por la epistemología; esta, a su vez, no se interesa por esas disciplinas subalternas [...] [por eso] si se interroga a los miembros de esas corporaciones por la legitimidad epistemológica de su disciplina, [...] con frecuencia responderán que ese tipo de especulación es estéril, (p. 166)
El problema ético está ligado al anterior y atañe a la responsabilidad que la comunidad de administradores tiene en y frente a la crisis civilizatoria, y a las posibles decisiones que se tomen para mitigar o corregir los daños que han ocasionado los procesos de industrialización al planeta. Alain Chanlat expresa la gran paradoja en la que se encuentra la comunidad de administradores: «nunca el mundo ha estado tan lleno de administradores y nunca ha estado tan mal administrado» (Arias-Pineda, 2009, p. 18). Esta apreciación coincide con lo indicado por Henry Mintzberg (citado por Aktouf, 2001a) en cuanto a que la sociedad se ha vuelto inadministrable a causa de la gestión de empresas.
Cruz-Kronfly (2005) afirma que al pensamiento administrativo «no le interesa la cuestión de la «verdad» en términos del conocimiento, sino la tangibilidad de los resultados, expresada como rentabilidad y competitividad» (p. 36), es decir, lo que importa es el fin, desligado de la reflexión ética acerca de los medios que permiten su consecución. De suerte que considera que «la generación de conocimiento en administración tiene por delante una inmensa tarea disciplinar y epistemológica: explicar las lógicas administrativas y las ritualidades administrativas, a partir de los paradigmas ya construidos de las ciencias humanas y sociales» (p. 37). Estas condiciones llevan a que Chanlat (2011) se pregunte, ¿y si en lugar de inventar nuevas técnicas de gestión administrativa se abordan los mismos problemas de otra manera? (p. 30); dicho de otra forma, ¿es posible pensar la organización-empresa más allá de la lógica capitalista y de una ética utilitarista?
Calderón-Hernández y Castaño-Duque (2005), Dávila (2005) y Muñoz (2011) coinciden en señalar que los principales retos que enfrenta la comunidad de administradores pasa por realizar reflexiones epistémicas y éticas a los fundamentos del pensamiento administrativo tradicional, tanto de las teorías administrativas como organizacionales, es decir, se convoca la necesidad de realizar preguntas acerca de las posibilidades de conocimiento y de su carácter de cientificidad, debido a que en consonancia con la lógica que inspire la comprensión de las organizaciones sociales, de la misma manera se asumirá una posición óntica-epistémica-ética-estética frente a estas realidades expresadas en las teorías que guían su actuar.
Las teorías administrativas clásicas parten de considerar la empresa como un sistema muerto que debe funcionar como una máquina, con comportamientos repetitivos, lineales y en ambientes estables (Arias-Pineda, 2016). Como toda máquina, las partes que la conforman son reemplazables, se aspira a que desarrollan los mismos procesos perennemente y están soportadas en estructuras estáticas y rígidas que deben funcionar de la misma manera y solo cumplir el fin por el que existen. A esta manera de comprender la realidad le corresponden teorías y comportamientos organizacionales que inhumanizan, degradan y agotan las condiciones básicas de supervivencia de la vida en el planeta. Concebir la organización como sistema cerrado/muerto implica construir teorías en las que se establecen relaciones utilitaristas con los grupos de interés de la organización, con los métodos de producción o de prestación de servicio esclavistas y con las estrategias que privilegian la utilidad de los accionistas por encima de los intereses de la sociedad en general que recurren a cualquier medio para cumplir la meta u objetivo propuesto.
Este artículo tiene como excusa discursiva reflexionar teóricamente alrededor de la posibilidad de considerar la organización-empresa un sistema social vivo, y se soporta en una de las líneas de trabajo académico que estudió el Grupo de Investigación de Pensamiento Ambiental de la Universidad Nacional de Colombia. Esta ha orbitado alrededor de la intención de comprender ¿qué aportes hacen las teorías de la complejidad y el caos, y la filosofía ambiental a las teorías administrativas y organizacionales? 1 En este caso, el interés gira alrededor de comprender el fenómeno organizacional-administrativo como un sistema vivo, desde las condiciones necesarias que proponen las teorías de Francisco Maturana y Fritjof Capra para considerar un sistema como vivo. Específicamente, se quiere indagar las condiciones necesarias para considerar la organización-empresa como un sistema vivo, con el fin de nutrir de elementos teóricos las reflexiones de la comunidad académica de administradores acerca de los problemas conceptuales y éticos, enunciados en líneas anteriores.
La travesía inicia con el trabajo de grado para optar al título profesional (2002-2004); se fortalece en la maestría en Administración (2006-2009); se reafirma y retroalimenta en el trabajo con los semilleros (2008-2017), que se traduce en múltiples trabajos de grado y en los encuentros académicos de la Red en Filosofía, Teoría y Educación en Administración (2007-2011-2015); y en la actualidad en la Red de Estudios Organizacional Colombiana (REOC). En el proceso de semilleros, se integra Leonardo Ramírez-Martínez a esta labor y desarrolla su trabajo de grado bajo la misma pregunta general, quien actualmente está terminando su proceso de maestría en la Universidad Nacional de Colombia, en la misma ruta del primer proceso investigativo, y en el Grupo de Investigación de Pensamiento Ambiental, por supuesto, con otro interés.
Fue una investigación documental que recurrió a bases de datos especializadas en temas administrativos en Iberoamérica: Business Source Complete, EBSCO, EconLit, Emerald, Academic OneFile, Eumed, Dialnet, Redaly, SciELO, Latindex, e-journal, Informe Académico, Business Economics & Theory, Small Business Collection, ProQuest, EconBiz, entre otras, así como a las publicaciones de agremiaciones académicas y profesionales para soportar los argumentos propuestos: Consejo Latinoamericano de Escuelas de Administración (Cladea), Asociación Latinoamericana de Facultades y Escuelas de Contaduría y Administración (Alafec), Asociación Colombiana de Facultades de Administración (Ascolfa) y Consejo Profesional de Administración de Empresas (CPAE).
El artículo se despliega en dos rutas de trabajo, en trayectos, puesto que estos hallazgos teóricos solo vislumbran puertos de llegada temporales, efímeras conclusiones en la incansable reflexión filosófica del fenómeno administrativo-organizacional. El primer trayecto pretende comprender la relación entre los problemas civilizatorios actuales y la institucionalización del pensamiento administrativo clásico en la sociedad. El segundo intenta aportar en la discusión epistémica en el campo de las teorías organizacionales y administrativas, desde el lente teórico de las teorías de la complejidad y el caos, y la filosofía ambiental.
2. Crisis ambiental y sociedad de organizaciones gerenciables
2.1 La crisis ambiental/civilizatoria
Las revoluciones industriales acaecidas en los últimos cuatrocientos años han impactado todas las formas de existencia en el planeta. Los increíbles desarrollos científicos y tecnológicos, la creación de inmensos centros de población humana y la mejora en la calidad de vida son algunas bondades de este proceso. El calentamiento global, el incremento de la pobreza y la iniquidad en la distribución de la riqueza y el crecimiento de las brechas entre países pobres y ricos, y en los mismos entre diversos sectores de la sociedad y de la cultura en contra de la naturaleza, expresan sus enormes dicotomías y paradojas.
A pesar de las diferencias entre defensores y críticos de estos procesos, un manto común los cubre: el reconocimiento de la racionalidad, plasmada en el método científico, como uno de los logros más relevantes a resaltar en la historia humana. No obstante, los procesos de racionalización de la vida moderna, en palabras de Weber (1994), conducirán inexorablemente a que el espíritu y la libertad quedasen encapsuladas en el «férreo estuche» de la racionalidad con arreglo a fines, en otras palabras, en una racionalidad instrumental.
Así, la misma forma de racionalidad que logra descomponer el átomo, evento científico esplendoroso para la humanidad, también se manifiesta en el Holocausto nazi,2 en la bomba de Hiroshima y Nagasaki, en los procesos coloniales en África, Asia y América Latina, y en la indudable relación que existe entre los procesos de industrialización y el incremento de la contaminación (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2007) o entre la nueva versión del capitalismo y la corrosión del carácter - esclavismo- del trabajador moderno (Sennett, 2000) que reduce a productor/consumidor al ser humano. Su nivel de utilidad -ingresos- se determina a la luz de los procesos de racionalización que es capaz de comprender y aplicar, y a la capacidad de consumir que posee; allí subyace su valor como persona, su identidad.
La crisis civilizatoria se expresa en la destrucción de lo vivo y lo no vivo, en los grandes desastres naturales ocasionados por la emisión de gases tóxicos a la atmósfera, en la degradación de las condiciones laborales y en la reducción-explotación del ser humano y la naturaleza a recurso, es decir, en la mercantilización del mundo-de-la-vida. Pero también en la violación de los derechos humanos por parte de multinacionales, en el incremento en la desconfianza de las instituciones sociales tradicionales -como la Iglesia, el Ejército, el Gobierno-, en la inequitativa distribución de la riqueza socialmente creada mediante el trabajo de obreros y campesinos, en la mala calidad en la prestación de los servicios básicos vitales a las poblaciones menos favorecidas, en el desarrollo de procesos productivos que enriquecen a empresas multinacionales y degradan los ecosistemas nativos, y lamentablemente, se podrían desplegar muchas más expresiones de una civilización en crisis.
Esto lleva a que una multiplicidad de personas de todo credo -filosófico, religioso, sociológico, económico, político, científico- coincidan en afirmar que vivimos en una época de crisis del proyecto de racionalidad moderno. Adorno y Horkheimer (1998), Capra (2003a), Habermas (1989, 1999) y Lukács (1985) hablan de la crisis de la modernidad. Otros más la denominan la crisis ambiental, entre ellos, Ángel-Maya (2003 y 2015), Leff (2008), Noguera-de-Echeverr¡ (2004, 2007a, 2007b y 2007c), PNUD (2007) y Programa de las Naciones Unidas para el Ambiente (PNUMA, 2006).
La crisis nace del proceso de racionalización instrumental de cada una de las esferas de las actividades humanas, se configura durante el proceso de modernidad occidental y se intensifica en la sociedad industrial de la posguerra, con lo que engloba la totalidad de las esferas sociales. El PNUMA (2006) sostiene:
La crisis ambiental es una crisis de civilización. Es la crisis de un modelo económico, tecnológico y cultural que ha depredado la naturaleza y negado a las culturas alternas [...]. La crisis ambiental es la crisis de nuestro tiempo. No es una crisis ecológica, sino social. La crisis ambiental es una crisis de instituciones políticas, de aparatos jurídicos de dominación, de relaciones sociales injustas y de una racionalidad instrumental en conflicto con la trama de la vida. (2006, p.5).
2.2 Teorías del desarrollo e institucionalización del pensamiento administrativo
Los procesos económicos de la posguerra promulgaron que la única vía para el desarrollo de los países mal llamados tercer mundistas era la industrialización (Escobar, 1996) con una vocación de colonización oculta en un discurso de desarrollo. En específico, para América Latina, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) propuso la sustitución de productos importados por producciones nacionales como el camino para salir del subdesarrollo; dicho de otra forma, la vía era desarrollar el aparataje productivo nacional y llegar al progreso vía la industrialización de los países. En el lenguaje de los negocios, estos procesos se cristalizan en la aparición de una gran cantidad de formas de organización humana -la mayor parte empresas, pero no solo empresas-, que nacen para transformar las necesidades y los deseos en bienes y servicios, por lo que alcanzan niveles elevados de productividad y consumo, en especial en aquellos países pioneros en este asunto (Arias-Pineda, 2010, 2016).
En el devenir de estos acontecimientos, emerge el concepto de la sociedad de organizaciones que caracteriza este momento de la historia de la humanidad. En voz de Déry (2004), representa que «el Homo sapiens ha trocado la caverna, la tribu, la familia, la aldea de ayer por un mundo de organizaciones» (p. 88), nace en una organización - la clínica, el hospital, el puesto de salud o la partería-, crece saltando de una organización a otra para suplir sus requerimientos vitales y finalmente será otra organización la encargada de sus restos finales. Drucker (1993) plantea que uno de los elementos centrales que caracterizan este momento de la humanidad es «que la mayoría de [las] tareas sociales son hechas en [y por] organizaciones» (p. 59). Perrow (1982) y Cruz-Kronfly (2003) reafirman esta ¡dea, y sostienen que la época moderna es por excelencia de las organizaciones.
En este escenario de organizaciones, la forma de organización-empresa asume la responsabilidad, en mayor medida, por la creación de riqueza y la generación de empleo para el bienestar de la sociedad en general. Aparejado a esto, se le transfiere el rol de ser un laboratorio, a escala micro, de procesos societales, como la participación democrática de los diversos actores comunitarios, o la toma de decisiones a través del ejercicio comunicativo del consenso, o la planeación de las actividades y los recursos de una organización durante un determinado periodo (Aktouf, 2001a; López-Gallego, 2003). Para Chanlat (1996), el contexto societal no solo se caracteriza por estar formado por múltiples organizaciones, va más allá: se refiere a una sociedad gerencial, es decir, a aquella que se «caracteriza por una interpretación del mundo en donde las categorías explicativas son de naturaleza gerencial o de gestión» (p. 44).
De suerte que la organización-empresa se erige como el arquetipo a seguir por toda forma de asociación humana, lo que significa que la lógica y el lenguaje administrativo se institucionalizan y se impregnan en el mundo-de-la-vida. Esta lógica se plasma en una visión mecanicista lineal y pragmática del proceso productivo, y economicista y utilitarista, en las relaciones que establece su entorno. Se privilegia el lucro personal ilimitado, el egoísmo a ultranza, la explotación-dominación de la naturaleza, la deshumanización del trabajo, y se favorece la destrucción del planeta.
La empresa capitalista guía su actuar a partir del pensamiento administrativo tradicional o clásico; la racionalidad económica que privilegia este pensamiento es la del máximo beneficio y rentabilidad, de la optimización de los recursos organizacionales y del consumo en exceso. Esto deriva en la transformación de parámetros culturales milenarios, al considerar la naturaleza como un recurso explotable y en convertir cualquier experiencia humana al lenguaje del mercado, asignando un valor monetario a cada expresión de la vida.
Dicho de otra manera, es una óptica de la vida en la que la lucha por la productividad y la competitividad se convierten en los motivos esenciales que dan sentido a la existencia de las organizaciones sociales, por tanto, los ideales que debe perseguir toda organización humana son el máximo lucro y los mínimos gastos; no el bienestar de la humanidad, ni la mejora en la calidad de vida de toda la población del planeta, ni siquiera el respeto mínimo por las condiciones básicas de supervivencia de la especie, el lucro. En palabras de Escobar (1996), significa que «los lenguajes de la vida diaria quedaron totalmente invadidos por los discursos de la producción y el mercado» (p. 123). En consecuencia, el criterio de legitimidad social es la ganancia y la rentabilidad, no la satisfacción de necesidades y deseos de la sociedad, como en su origen fueron concebidas.
Como un virus, se infiltra por todas partes y en la vida real en su totalidad, tanto en su materialidad como en su esencia, se encuentra reducido a una realidad económica que hay que administrar. Todo se vuelve problema de gestión, todo se reduce a ella. Se administra la vida, su familia, el tiempo, las emociones, los sentimientos, las preferencias, etc. Ya no existen escuelas, hospitales, teatros, sino organizaciones para administrar. Tampoco existen estudiantes, enfermos o espectadores sino claramente clientelas por satisfacer. Los propietarios, ejecutivos y obreros de ayer se convierten en miembros de ese club muy selecto de la modernidad avanzada en el que se ha convertido la organización. Mejor aún, los miembros se convierten a su vez en clientes y estos en asociados. La organización sustituye al mercado y este último se organiza. (Dèry, 2004, p. 87)
3. Aportes de las teorías de la complejidad y la filosofía ambiental a las teorías administrativas y organizacionales
3.1 La paradoja administrativa como profesión y como disciplina
La profesión de administrador nace con la orientación práctica de optimizar la plusvalía e incrementar la utilidad del inversor a partir de hacer un uso eficiente de los recursos de producción y eficaz en su trabajo. Se consolida con la separación entre administrador y propietario, y encuentra suelo fecundo en una sociedad que hiperespecializa la división social del trabajo, e incrementa la complejidad de las operaciones que realizan las organizaciones humanas modernas, tanto públicas como privadas, pero especialmente las industriales y comerciales propias del modo de producción capitalista. Emerge de las relaciones sociales que se establecen en la fábrica del siglo XIX, lo que impregna la profesión de un carácter y unos criterios que rigen la manera de comprender y de teorizar el campo de la realidad en el que se enfoca, y favorece un comportamiento que privilegia los resultados a corto plazo y la rentabilidad a cualquier costo (Aktuof, 2001a, 2001b; Martínez-Fajardo, 2002; Soto, 1998).
La administración se consolida como un conocimiento y una profesión socialmente relevante en el transcurso del siglo XX (Dávila, 2001; Dillanés-Cisneros, 1994; Ibarra-Colado, 2000). Justifica su existencia bajo el supuesto que afirma que la empresa es más productiva y competitiva en la transformación de materia prima en bien o en la prestación de servicios, a través de una racionalización de los procesos internos y externos concernientes con su gestión, y por la aplicación de un método científico al trabajo humano y a los procedimientos organizacionales que incrementó su productividad (Perrow, 1982; Robbins y Judge, 2009). La revisión de la producción teórica en este campo de conocimiento muestra que los constructos conceptuales se han producido en forma fragmentada y desarticulada, en una especie de «jungla» administrativa (Koontz, 1999, 2000).
Se construyen a partir de lógicas economicistas (Bermudez, 2005), dogmáticas (Garcíacastillo, 1997), mecanicistas (Carvajal-Orozco, 2005) y reduccionistas (Castrillón-Orrego, 2005; Torres-Valdivieso y Mejía-Villa, 2006). Desde perspectivas ontológicas de corte materialista (Ballina, 1997; González, 1998), a la luz de epistemologías funcionalistas y estructuralista, y bajo una concepción ética utilitarista propia de la racionalidad instrumental que justifica cualquier medio para alcanzar el fin y que cosifica al ser humano y a la naturaleza (Hernández-Martínez, Saavedra-Mayorga y Sanabria, 2007; Marín-ldárraga, 2006; Martínez-Fajardo, 1995). Las teorías resultan ser útiles a los profesionales para que realicen con eficacia y eficiencia la acción de administrar, pero inútiles para comprender, conceptualmente y éticamente, la complejidad del fenómeno organizacional en tiempos de la sociedad del conocimiento en red y de la crisis ambiental (Etkin y Schvarstein, 2000; Le Mouël, 1997; Kliksberg, 1990; Malaver, 1994).
La Escuela de Altos Estudios Comerciales de Montreal (HEC Montreal) es pionera en desarrollar investigaciones alrededor de la tesis que afirma que el pensamiento administrativo tradicional está en situación de crisis profunda, estructural. Desde 1978, Maurice Dufour y Alain Chanlat proponen abordar el estudio y la comprensión de los fenómenos administrativos de una manera radicalmente diferente de la utilizada por los teóricos de la administración tradicional, en la que evidencian la necesidad de escarbar por los orígenes y devenires actuales de las ciencias de la gestión, y por dar a la administración un rostro humano (Zapata, 1995).
Aktouf (2001a, 2001b, 2003) plantea que el principal inconveniente del pensamiento administrativo occidental, en especial el anglosajón, es que ha tenido por función responder sistemáticamente a las solicitudes y a los deseos de los hombres de negocios, y estar al servicio de la empresa, y no al servicio del conjunto de sus componentes, ni del conjunto de sus beneficiarios y socios -consumidores, proveedores, trabajadores, comunidad-, y menos aún del conocimiento científico. Chanlat (1995) es reiterativo en enunciar la urgencia de deconstruir el edificio del pensamiento administrativo tradicional, puesto que «hay algo podrido en el reino de la administración» (p. 20), persisten carencias ontológicas y axiológicas en los profesores y los dirigentes que derivan en la ruptura entre humanidad y naturaleza, y entre los diferentes sectores de la sociedad. «Por este motivo la racionalidad económica concederá un lugar preponderante al CÁLCULO y a la MEDIDA» (Chanlat, 1988, p. 27).
En tal sentido, se devela la urgencia de asumir nuevas posturas y definir una nueva agenda (Kliksberg, 1990) para comprender a la organización-empresa. Esta debe indagar desde otros referentes conceptuales y parámetros de actuación a los que usualmente se han utilizado, más cercanos a los avances y descubrimientos científicos actuales, por solo citar un elemento, a la comprensión sistémica de la realidad. Dicho de otra forma, no desde una visión simplista, pragmática y utilitarista del mundo, sino desde la comprensión de la complejidad del fenómeno estudiado y de las múltiples relaciones que establecen sus componentes. No separando a la sociedad de la empresa y de la naturaleza, por el contrario, comprendiendo que el ser humano es naturaleza y que las organizaciones sociales son subsistemas de ella, y que en tal sentido es una responsabilidad ineludible reflexionar por el papel que desempeñan en la crisis ambiental. No excluyendo la variable ética del modelo de actuación de los decisores, por el contrario, reconociéndose como un hommo complexus no escindido, ni compartimentado, que entiende que primero es naturaleza y luego especie, respetuoso por la diversidad de los otros e integral (Arias-Pineda, 2009).
En resumen, el saber administrativo se reduce a lo exclusivamente útil o práctico, a criterios financieros; a medir la gestión solo en términos de productividad, competitividad, eficiencia y eficacia; a no asumir la conciencia acerca de la responsabilidad que tienen los administradores en los problemas civilizatorios actuales y, portanto, a no comprender la importancia que tiene la decisión que tomen, puesto que afectan, de manera positiva o negativa, a la sociedad en la que desarrollan sus actividades y al entorno en el que habitan. (Arias-Pineda, 2009); Ramírez-Martínez, 2014). Esta situación requiere un cambio cultural profundo en la comunidad de administradores, lo que no es más que la réplica del sismo que sacude a la ciencia en general, y que lleva a una nueva comprensión de la vida. En palabras de Capra (2003b), esto implica
una nueva comprensión científica de la vida en todos los niveles de los sistemas vivos: organismos, sistemas sociales y ecosistemas. Se basa en una nueva percepción de la realidad con profundas implicaciones no solo para la ciencia y la filosofía, sino también para los negocios, la política, la sanidad, la educación y la vida cotidiana, (p. 25)
3.2 El pensamiento complejo y la filosofía ambiental: nuevos lentes para entender la vida3
A principios de la década de 1920, los físicos Werner Heisenberg y Niels Bohr llegan a comprender «que el mundo no es una colección de objetos independientes, sino que parece más bien una red de relaciones entre las diversas partes de un todo unificado» (Capra, 2003a, p. 19). Esto implica que los fenómenos no pueden ser estudiados de forma aislada, por el contrario, se deben estudiar de acuerdo con las relaciones que construyen con el contexto en el que se encuentran inmersos. Lo anterior permite a Capra (1998) afirmar que, «cuanto más estudiamos los problemas de nuestro tiempo, más nos percatamos de que no pueden ser entendidos aisladamente. Se trata de problemas sistémicos, lo que significa que son interconectados y son interdependentes» (p. 27), es decir, que se encuentran tejidos e integrados en una red, que es la trama del mundo de la vida.
Para Morin (1998), el pensamiento complejo es aquel «capaz de unir conceptos que se rechazan entre sí y que son desglosados y catalogados en compartimentos cerrados» (p. 84); por tanto, es un pensamiento que busca relaciones entre fenómenos sin privilegiar o categorizar alguno por encima de otro. Lo complejo es «lo que está tejido en conjunto», es decir, plantea que «existe complejidad cuando son inseparables los elementos diferentes que constituyen un todo, de ahí que sea la unión entre la unicidad y la multiplicidad» (Mohn, 1999, p. 43). El tejido de eventos, acciones, interacciones, determinaciones y azares, inseparablemente asociados, constituyen el mundo fenoménico presente. El pensamiento complejo coliga, integra, reúne las hebras de la trama de la vida.
Según Bateson (1993), se comprende cada vez más la frase de Pascal: «El conocimiento de las partes depende del conocimiento del todo y el conocimiento del todo depende del conocimiento de las partes», planteamiento que apunta a una visión sistémica en la que el todo no es reducible a las partes. Vilar (1997) considera que un fenómeno es complejo cuando involucra una «gran variedad de elementos que mantienen entre sí una gran variedad de relaciones, con interacciones lineales y no lineales, sincrónicas y diacrónicas, la evolución de cuyo conjunto es imprevisible» (p. 18). Para este autor, todo fenómeno está inserto en un medio cultural social económico, político y natural, lo que quiere decir que todo está enlazado y que para comprender los hechos particulares es necesario comprender los hechos generales, y viceversa.
Para Noguera-de-Echeverri (2004), lo ambiental es una dimensión «como una trama de relaciones, como una forma ética de ser, como una manera de comprender nuestra propia vida, no es una verdad universal» (p. 17). De ahí que considere al pensamiento ambiental como aquella «obligatoria reflexión que debe realizar hoy todo aquel que se pregunta el por qué y el para qué conocemos« (p. 20), puesto que se despliega en la integralidad de los modos del ser del pensamiento moderno, y realiza cruces entre teorías y formas de habitar el planeta. La filosofía ambiental compleja «se construye en territorios-espacios-lugares con tiempos emergentes de la diversidad que entretejen la trama de la vida ecosistémica-cultural» (Noguera-de-Echeverh, 2007b, p. 47). En esta filosofía, se expresan los hallazgos de la física cuántica, las propuestas de la teoría general de sistemas y las críticas al modelo económico capitalista. Es una filosofía oiko-onto-epistémica-ética-estética, es una filosofía de las coligaciones de las reconciliaciones, es una filosofía que diluye al sujeto epistemológico cartesiano y al sujeto ético-estético griego, lo mismo que al objeto estático de la física clásica.
«Ya no hay sujetos sino relaciones, pieles que se despliegan-deslizan-pliegan en nuevas pieles, alteridades tramadas-entramadas, como diversidad de formas a partir de las cuales es posible el mundo humano (es decir el mundo de la cultura, el mundo del pensamiento y el mundo de la razón).» (pp. 27-28)
[...].
«Los conceptos ya no son definiciones discursivas, sino mapas, donde cuencas, valles, mesetas, montañas, ríos y mares, se entretejen bucleícamente en tramas-redes-urdimbres-tejidos.» (p. 47)
3.3 La organización-empresa: ¿un sistema social vivo?
Capra (2003b) considera que el reto fundamental de nuestro tiempo consiste en comprender las organizaciones humanas como sistemas vivos, es decir, como sistemas de redes complejas no lineales, y así construir organizaciones empresariales ecológicamente sustentables. Efectuar este reto deriva en la erosión del pensamiento mecanicista moderno que impera en el mundo de los negocios actualmente y obliga a desprenderse de una visión lineal en la que la eficiencia y la eficacia, entendidas desde un punto de vista economicista e ¡ngenieril, guían y dan sentido a los procesos y a las funciones organizacionales, así como obliga a desprenderse de la perspectiva utilitarista para relacionarse con sus grupos de interés.
Para los autores clásicos del pensamiento administrativo, la empresa se considera como un sistema cerrado y muerto,4 es decir, que solo se tiene como referencia a sí mismo, por supuesto estático y eternamente equilibrado. Su única función es generar ganancia para los accionistas y su única responsabilidad es satisfacer necesidades y deseos, temporales y superficiales, de aquellos que tienen la capacidad adquisitiva para demandar sus productos o servicios, sin importar la manera de hacerlo (Cruz-Kronfly, 1992).
Hans Ulrich, profesor de la Escuela de Negocios de St. Gallen en Suiza, propone, desde 1984, el modelo de St. Gallen, basado, de acuerdo con Capra (1998), «en la visión de la organización de los negocios como un sistema social vivo» (p. 94), lo que incorpora ¡deas de la biología, de la ecología y de la cibernética a la comprensión del fenómeno organizacional. En 1994, Senge (1994) plantea el concepto de organizaciones que aprenden, de organizaciones inteligentes, que se adaptan y hace que se adapten a ella. Estos dos conceptos son pilares fundamentales en la comprensión de la vitalidad de las organizaciones empresariales.
De Geus (1998), luego de estudiar 27 empresas en Norteamérica, Europa y Japón, cuya existencia en los negocios data de más de un siglo de antigüedad, plantea el concepto de la empresa viviente, que cuenta con personalidad propia para convivir armoniosamente con los grupos que se afectan en el desarrollo de sus actividades misionales y ayuda a conservar una posición de liderazgo en el mercado, valora las nuevas ¡deas de las personas y mantiene su capital de manera que le permita gobernar su futuro. Concluye de su estudio «que las empresas que tienen un comportamiento y ciertas características que las hacen semejantes a las entidades vivas son las más flexibles y duraderas» (p. 142). Los factores que explican la longevidad de las empresas son tres: fuerte sentido de cohesión e identidad, tolerancia y conservadurismo en el ámbito financiero.
De Geus (1998) compara los valores de la organización-empresa capitalista convencional con los valores de la empresa viva que aprende, y concluye que «la gran diferencia entre ambas definiciones de empresa -la económica y la que aprende- constituye el núcleo fundamental de la crisis a la que se enfrenta el ejecutivo de nuestros días» (p. 143). Además, plantea cuatro características de una empresa viviente: aprenden a adaptarse, están formadas por personas con identidad, armonizan con los ecosistemas y evolucionan de acuerdo con los tiempos.
Fruto de los estudios de Maturana y Varela (1994) aparece el concepto de autopoiésis como aquel que representa el patrón común de organización de los sistemas vivos. De ahí que para estos autores la organización mínima de la vida es un sistema autopoiésico, es decir, que está organizado como una red de procesos de producción de componentes, que se regeneran y constituyen perenemente, dan continuidad a su sentido de existencia y lo diferencian de otros.
La validación de un sistema como sistema vivo, desde la perspectiva de Varela (2002), requiere el cumplimiento de tres criterios clave: borde semipermeable, red de reacciones e interdependencia. Los sistemas se definen por límites o bordes, componentes que permiten discriminar el interior y el exterior del sistema en relación con sus componentes clave; en términos luhmannianos, es la diferencia entre el sistema y el entorno. El segundo remite a la posibilidad de verificar si esa barrera, formada por la diferencia entre adentro y afuera, es producto de una red de reacciones que opera en la barrera. El tercer criterio enuncia la posibilidad de verificar que la red de reacciones es regenerada por condiciones producidas por la existencia de la misma barrera, es decir, que 1 y 2 son interdependentes.
La identidad corporativa desempeña el papel de ser ese borde semipermeable que caracteriza los sistemas vivos del entorno, es decir, de establecer un límite entre la organización y la sociedad. Este límite es parte de los esfuerzos que realiza para desplegar el sentido de su creación y se materializa en la misión y visión. Los resultados (productos o servicios) obedecen a la coordinación de actividades y procesos productivos en la empresa, es decir, a una red de reacciones, a una cultura organizacional. Toda empresa naturalmente define ciertos segmentos de la sociedad para satisfacer sus necesidades o deseos, lo que lleva a una constante interdependencia entre los diversos actores con los que interactua -grupos de interés-, afectándolos de manera favorable o no.
Desde la perspectiva de Capra (1998), existen tres elementos clave para distinguir entre sistemas vivos y no vivos: el patrón de organización, la estructura y el proceso vital. Estos tres criterios son interdependentes, simultáneos y expresan perspectivas diferentes pero complementarias del fenómeno de la vida. El patrón básico de organización de la vida para Castells (2001) es la red, de ahí que proponga que la sociedad de la información es también la sociedad en red. La primera implicación de la red como patrón de organización es que sus relaciones no son lineales, ni predecibles. Las redes se comportan como sistemas complejos y caóticos. Son tramas interconectadas de eventos, que anidan en redes mayores. Las redes se autoorganizan y se autoprocrean. Las redes están vivas, por tanto, se retroalimentan y se autorregulan.
El patrón de organización de los sistemas vivos son las redes autopoiésicas, la estructura que predomina en las organizaciones es disipativa y la cognición es el proceso vital que mueve al sistema. Son autoorganizadas en virtud de sus procesos autopoiésicos y operan en sistemas alejados del equilibrio -no lineales- en los que emergen espontáneamente nuevas estructuras y nuevos comportamientos. Son autorreferencialmente cerrados, pero abiertos a los estímulos de los sistemas.
Esto significa que son sistemas abiertos al entorno: reciben talento humano, insumos materiales, información, perturbaciones, y simultáneamente son cerradas al medio. No obstante, esto no deriva en que sean organizaciones egocéntricas estáticas y rígidas, por el contrario, se acepta la paradoja de la autoorganización en dependencia a una ecología con el fin de sobrevivir y de mantenerse, así pues, experimentan una constantemente paradoja entre autonomía y dependencia. Dicho de otra manera, a pesar de que el concepto de autoorganización estipula clausura organizativa, no implica aislamiento del entorno, por el contrario, son indisolubles de su entorno, pero deciden a qué estímulos responder y la manera de hacerlo. Wheatley (1994) agrega que el carácter de clausura referencial es una fortaleza organizacional en entornos turbulentos, característica que, según Morgan (1991), obedece a la necesidad de mantener su identidad.
En otras palabras, las organizaciones-empresa se consideran sistemas inmersos, en forma de red, en macrosistemas sociales que los engloban y afectan, legitiman su existencia y condicionan su actuar. Se consideran sistemas vivos, cuyo patrón de organización son las redes comunicacionales autopoiésicas de relaciones formales e informales entre sus integrantes. Funcionan alejadas del equilibrio, en ambientes caóticos y complejos, en condiciones de liquidez e incertidumbre, y en un fluctuar permanente entre orden y desorden en el devenir de sus operaciones. Se retroalimentan y autorregulan a través de procesos autoorganizados. Aprenden y se adaptan para sobrevivir. Poseen una identidad propia que las diferencia o las acerca con otras y que la impregnan con prácticas culturales propias. Son estructuralmente abiertas al entorno y organizativamente cerradas.
4. Un puerto temporal: la organización-empresa está viva, ¿qué tan viva?
Es propio de toda investigación en la frontera del conocimiento que uno nunca sepa adonde conducirá, pero a fin de cuentas, si todo marcha bien, uno logra a menudo discernir una pauta evolutiva consistente en sus ideas y en su pensamiento.
Fritjof Capra
La lógica que guía el estudio del fenómeno organizacional influye en la manera en la que se elaboran sus teorías y conceptos, y precisa una forma de actuación que define los parámetros válidos para relacionarse con su entorno, es decir, los comportamientos considerados legítimos y legales. Esto se despliega en las estrategias y tácticas que asumen los administradores para el logro de sus propósitos, en los patrones de liderazgo que utilizan para desarrollar sus actividades, en la manera de estructurar las operaciones cotidianas que realiza y en la forma de relacionarse con sus grupos de interés. Por ejemplo, al asumir que la organización-empresa es un sistema vivo, necesariamente se asume comportamientos sustentables, puesto que el instinto de supervivencia está presente en toda forma de vida por más simple que sea, además, porque al estar viva debe asumir prácticas armónicas con su cultura, cumplir deberes y asumir derechos. La organización-empresa es parte del tejido de la trama de la vida, está imbricada en el ambiente y en la sociedad como una hebra más, de suerte que establece relaciones, de diferente índole y con diversos actores, en el desarrollo de su ciclo vital. Esa red de relaciones la obliga a integrarse de manera saludable y sustentable con sus grupos de interés internos y externos.
Los dos grandes problemas a los que se enfrenta la comunidad de administradores, la cientificidad y legitimidad de sus prácticas, conllevan la necesidad de repensar la lógica, las teorías y los métodos a los que se ha recurrido para comprender el fenómeno organizacional desde la administración. Las teorías de la complejidad y el caos, y la filosofía ambiental, ofrecen alternativas para estudiar sistemas complejos no lineales cuyos comportamientos están alejados del equilibrio, y que no obstante tienden a permanecer en el tiempo. El concepto de organización-empresa como sistema vivo emerge como un catalizador que atrae nuevas lógicas para comprender el rol de esta forma de asociación humana en una sociedad de organizaciones, como un atractor extraño a la visión administrativa clásica y como una manera de reconciliar la escisión ser humano-naturaleza que generan las revoluciones industriales. Esta propuesta resulta de observar, pensar y actuar en el mundo en clave de complejidad-ambiental, que deriva en nuevos lenguajes, nuevas relaciones y nuevas prioridades para la comunidad de administradores, comunidad consciente de las condiciones sociales-económicas-políticas-culturales-ecológicas que vivimos y actúa en concordancia con acciones que impacten positivamente a la sociedad en general.
En este escenario, considerar la ¡dea de la empresa viviente, parafraseando a De Geus (1998), significa hablar de sustentabilidad, de un ámbito de los negocios en el que el criterio de actuación se ubica no solo en las ganancias financieras, sino también en las buenas relaciones con todos los grupos afectados en el desarrollo de sus acciones. Implica comprender que el ser humano es naturaleza y que la naturaleza no es un recurso, es la casa de miles de especies que habitan el planeta. La empresa viviente aprende en el transcurso de sus operaciones, cuenta con una identidad que le permite diferenciarse del resto de organizaciones y a su vez ser percibida favorablemente por la sociedad en la que funciona. Interactua de manera responsable y sustentable con diferentes actores sociales. Entiende que la total calma es signo de muerte, que la vida está fluctuando permanentemente entre equilibrio-desequilibrio, y por tanto incentiva ambientes creativos e innovadores. Las empresas vivientes conocen la inestabilidad que impera en el mundo de los negocios, de ahí que evolucionen por simbiosis, es decir, debido a la interacción cooperativa y estrecha entre los integrantes de la organización, y entre la empresa y otras formas de organización.
La empresa viviente es flexible en sus procesos y asume la responsabilidad social organizacional como la estrategia más poderosa para competir y sobrevivir en el mercado, busca cohesionar visiones de mundo que no escindan naturaleza-organización-ser humano y que generen satisfactores para una sociedad en crisis. De ahí que se pueda afirmar que las «empresas vivientes» producen bienes y servicios para obtener beneficios y mantenerse vivas, funcionando, no para acumular indefinidamente y a cualquier precio. La empresa viviente responde a las perturbaciones con cambios estructurales y elige a cuáles perturbaciones responder y a cuáles no. A diferencia de la organización máquina que puede ser controlada, la organización-red solo puede ser perturbada, es decir, influida a través de impulsos. Para generar estos impulsos, no es necesario invertir grandes cantidades de energía; las perturbaciones significativas captarán la atención de la organización y desencadenarán cambios estructurales.
Las personas que conforman las empresas vivientes son socios, puesto que son comunidades de práctica, catalizan los cambios sociales, dejan huellas de responsabilidad ambiental, interactúan en escenarios líquidos y están permanentemente entre ser sistemas abiertos y cerrados. Los clientes y las comunidades influidas en el desarrollo de sus operaciones son actores válidos con los que se interactua de manera respetuosa y equitativa. Por tanto, aquellos que administran organizaciones deben comprender la relación que existe entre las estructuras formales diseñadas - artificiales- y las redes informales autogenéticas -naturales- y los procesos vitales que se dan en la operación de sus actividades -inherentes-. Los administradores de empresas vivientes reconocen que estas son comunidades de práctica, es decir, redes sociales autogenéticas y simbiogéneticas, por tanto, entienden que deben diseñar estructuras que respeten la cultura de aquellos que la integran, y culturales que potencien las capacidades de su talento humano.
El puerto al que parcialmente se ha llegado, el concepto de organización-empresa como sistema vivo, obliga a trazar nuevas travesías y nuevos desafíos, es decir, preguntas que inciten e irriten la comodidad del sistema, y deriven en una mayor comprensión. Además, parte de la coherencia teórica expuesta implica no terminar con certezas, por el contrario, tener la certeza de la inmensa y utópica tarea. Por ahora, estas resultan ser algunas de las excusas que esperan trazar las próximas rutas:
¿Qué tan viva esta la organización-empresa? ¿Qué significa que está viva? ¿Para qué le sirve estar viva? ¿Qué ventajas competitivas le genera estar viva? ¿Qué tipo de administradores requieren estas empresas?
Al ser la organización-empresa un sistema social vivo, ¿qué implicaciones teóricas y metodológicas tiene que asumir esta perspectiva para los estudios organizacionales?
¿La comprensión de sistema vivo es solo una metáfora útil o una nueva comprensión lógica-teórica-metodológica del campo de estudio organizacional?