Introducción
La educación es un campo de estudio inexacto; lo que ocurre en el aula pocas veces puede predecirse con exactitud y pocas veces se repite; hay flujos y contraflujos, hay adelantos, estancamientos y retrocesos, que no son retrocesos como tal, son invitaciones a pensar nuestro papel, ya no de depositarios del conocimiento sino de co-constructores del mismo (Sensevy y Mercier, 2007; Sánchez y González, 2016).
Actualmente la docencia enfrenta transformaciones importantes por cuanto el paradigma tradicional de enseñanza está siendo sustituido por modelos innovadores, lo que ha generado cambios en el papel del docente universitario (Toledo de Mendonça y cols, 2015). La docencia basada en la transmisión de conocimientos, en la cual el profesor se encuadra como un especialista en un asunto, y el estudiante como observador depositario, ya no se ajusta a las necesidades actuales para la formación de profesionales en cualquier campo del conocimiento. La misión tradicional del docente como transmisor de saberes quedó en un segundo plano; debe pues actuar como facilitador y mediador del proceso enseñanza-aprendizaje, formando en libertad y para la alta inteligencia.
Para la responsabilidad que implica esta tarea, retomamos a Howard Gardner, neurocientífico y autor del libro “Las Inteligencias Múltiples” quien sostiene que: “No puedes ser buen profesional, si antes no eres buena persona” y ser buena persona debe ser entendida en el concepto ético, es decir aquel o aquella, que cuando actúa busca no solo su bienestar sino el de los demás o el que se conduce por máximos de actuación que van más allá de los mínimos de ley exigidos. Así que sobraría decir que, quien por ambición o por ego, se dedica a repetir lo que sabe hacer, estaría en vía contraria. El docente que con su ejemplo no deja recuerdos agradables en sus alumnos, algo no hizo bien.
Nos propusimos discutir algunos aspectos de un tema que por supuesto tiene muchas aristas, que igualmente puede ser polisémico y contradictorio a la vez, precisamente porque es una reflexión sobre lo que creemos, debe ser un profesor universitario, por sobre la enseñanza de sus contenidos disciplinares. Podrá ser debatido desde cualquier punto de vista para definir unos perfiles básicos del profesor universitario.
Ser Buen Profesor
Ser buen profesor significa estar dotado de unos atributos básicos, más allá del saber de la propia disciplina en la que se desempeña, entendiendo por supuesto las limitaciones humanas, porque el profesor ante todo es un ser humano como cualquier otro, con diferentes perspectivas sobre el conocimiento y la manera de compartirlo. De acuerdo con la anterior afirmación, no en un orden jerárquico, estas cualidades o atributos son, entre otros, la honradez, la humildad, el respeto, la tolerancia y la actitud crítica.
En la época actual, son necesarias la tolerancia para poder enseñar en y para la diferencia, requisito importante en la presente época cuando se trata de que no haya uniformidad, de que todos podamos expresar libremente opiniones argumentadas y sustentadas, como potencialidades y la paciencia para que el estudiante llegue finalmente a lo que desea aprehender; por tanto, se obliga a conocer de comportamiento humano para comprender que cada uno de sus estudiantes es un mundo diverso, con expectativas, condiciones y procedencias diferentes.
De la universidad se espera también propiciar el desarrollo de la alta inteligencia, es decir, el despliegue de facultades superiores como la sensibilidad, la imaginación, el entendimiento y la razón (Benzi Zenteno y Soto Herrera, 2006); pero esto no sería posible sin los buenos docentes, entendiendo la categoría buenos en el sentido de capacidades, tal como refiere Neira (2011) “Un buen docente fomenta en su alumno el espíritu investigativo, el hábito de la lectura, la capacidad de crítica sana, objetiva y madura; los hábitos de trabajo intelectual, la motivación para seguir estudiando y aprendiendo durante toda la vida, no por obtener una buena nota y aprobar un curso, sino para acrecentar los propios conocimientos, para ser una persona más competente y por lo mismo más útil a la sociedad”.
Sin la actitud crítica el conocimiento es muerto; por ello es una cualidad que debe ser rescatada, porque lo que se estila es evitarla. El profesor requiere motivar en sus estudiantes la capacidad de indagar, dudar, cuestionar, preguntar y controvertir con fundamento los temas disciplinares y los que hacen parte de su formación integral. Dicho de otra manera, dudar de su hacer y de la producción científica, de lo que hacen sus estudiantes y sus pares, porque la ciencia y el conocimiento, ante todo, deben resistir la crítica.
La comprensión de los tiempos y desarrollos de los demás, pide tener en cuenta que no hay moldes, ni seres idénticos, ni estereotipos; cada uno de los estudiantes que llega a nuestras aulas tiene grandes diferencias con sus pares, aunque también similitudes. Howard Gardner (en otro de sus libros al que llamó “Las cinco mentes del futuro”) se refiere a la mente respetuosa, recomendando que “debemos aprender a vivir en proximidad sin odiarnos mutuamente, sin querer dañar, sin dejarnos llevar por inclinaciones xenófobas por mucho éxito que podamos tener a cortoplazo”.
Es imprescindible tener el dominio básico del tema que se enseña porque nadie da de lo que no posee. De la misma manera, el interés por profundizar en el conocimiento y saberlo practicar y aplicar, es importante y necesario para cualquier función o actividad relacionada con la enseñanza y el aprendizaje. Pero el saber hacer del docente universitario va más allá de la praxis profesional, pues entendiéndonos en el contexto actual de la sociedad, el conocimiento no es de pocos; para acceder al conocimiento, la vía exclusiva no es a través de un docente. Así que saber o tener el dominio de algo, no es el diferenciador ni debería ser la característica definitoria del perfil docente; partiendo de lo que es necesario, el buen docente debe ser aquel que es capaz de motivar con su hacer, el que con su ejemplo estimula y cautiva.
El docente, principalmente a nivel de pregrado, debe ser un motivador por excelencia, que logre enamorar al estudiante de la profesión que está enseñando. Porque quien está cautivado camina solo y llega lejos en el conocimiento. Para formas de entrenar, hay cada vez más alternativas; solo cuando se entra en contacto con alguien que vibra haciendo lo que sabe hacer, se conectan las emociones. Y como seres emocionales, estamos convencidos que el aprendizaje solo se logra cuando las emociones se conectan con el proceso técnico.
Es importante también que se nutra de la investigación, no solo de su disciplina, sino de su quehacer pedagógico; que valore su trabajo; que sepa que mucha parte de los indicadores complejos como la calidad educativa dependen de su formación pedagógica (Laudadío, 2015); vale decir, pedagogía, didáctica, currículo y evaluación.
Por supuesto, debe saber estar, lo que significa que tiene la capacidad de leer los contextos, leer a sus alumnos y conectarse con ellos. Quien tiene la sensibilidad y habilidad interpersonal para interpretar al otro con necesidades, temores, sueños y expectativas, logra las conexiones necesarias para transmitir, desde el respeto, la admiración necesaria para que el conocimiento o las ideas enseñadas perduren en el otro. “La universidad fue la realización de mis sueños: encontré profesores que no sólo entendía la ciencia, sino que realmente eran capaces de explicarla.” (Sagan, 2000).
No se puede habitar todas las aulas de clase de la misma manera. Saber estar es comprometerse con la labor que se desea lograr. Saber estar es vocacional, porque a su vez es uno de los mayores retos y frustraciones a los que se enfrenta día a día el docente; por tanto, la excelencia académica es un prerrequisito del docente para poder compartir el conocimiento adquirido con seriedad, con evidencias, fomentando la curiosidad intelectual, el espíritu investigativo, el cultivo del ser. (UNESCO, 2015).
Gardner (op.cit) también afirma que “ninguna persona es mejor ni peor que otra. Ni tampoco igual a otra. Lo maravilloso de los humanos es que cada uno de nosotros es único”. En ese orden de ideas, buscar estandarizar docentes, puede ser tan ilusorio como pretender que todos los alumnos se deberían comportar de la misma manera, ante una determinada situación. La diversidad tiene un encanto tan particular, que se requiere de capacidad para comprenderla y disfrutar de los estilos particulares de ser, enseñar y aprender. Y por eso mismo es tan difícil escribir en términos de características de un docente porque se puede interpretar como el acercamiento a un estándar, que puede ser no solo difícil de conseguir, sino excluyente de comprender, porque hay formas de ver el mundo más allá de la cosmovisión individual.
Saber estar se refiere también a propender por la formación integral de los educandos, es decir al cultivo de un alto intelecto, que no se refiere exclusivamente a la disciplina que está aprendiendo. Debe abarcar al ser humano en su complejidad y en toda su extensión, dado que se trata de sujetos en formación, como personas que traen desde el hogar, la escuela, la iglesia o su círculo de amigos, unos saberes y unos dispositivos que pueden tener ciertas semejanzas pero que lo que más proporcional es, su alta diversidad. No hay una “tábula rasa” y por esta razón el campo de la educación es una tarea delicada y acuciosa, de acompañamiento y no de preguntas y respuestas.
Amado (2005) indagó a estudiantes de último año de Odontología sobre la característica más importante de un buen profesor, resaltando el buen relacionamiento interpersonal (motivador, atento, comprensivo y humano). Otras características importantes fueron: alto dominio del conocimiento y buena didáctica, mientras que ser exigente y rígido fueron consideradas como características menos importantes. De esa forma, es falsa la idea que para ser un buen docente es suficiente conocer y enseñar claramente el contenido. Más que eso, “el buen profesor no solo se preocupa por la formación cognitiva del estudiante, sino que también es hábil en la educación de valores, enseñando actitudes frente a la vida”. da Rosa (1998) afirma que es justamente en la relación profesor - estudiante que como se establece el proceso de enseñanza - aprendizaje.
En resumen, un profesor acompaña en la formación de los deseos, del interés, de los sueños y de las posibilidades y realidades, conjugando los tiempos verbales del hoy y del mañana, entendiendo que “La escuela y el aula no son lugares neutros, sino espacios sociales donde ocurren intercambios socioculturales y se generan relaciones conflictivas. […] Espacios donde los individuos aprenden a leer la realidad a través de la actividad de un docente que gestiona la reflexión crítica dentro del aula” (Santiago Jiménez y cols, 2012). Por esta razón saber estar significa también ser generador de inquietudes frente a lo enseñado, ser creativo para ofrecer contenidos que logren el desarrollo intelectual y que a la vez obliguen a la participación activa del estudiante en la creación de conocimiento.
Conclusiones
El rol del docente del siglo XXI tiene muchas responsabilidades. La primera de ellas, saber ser para orientar, para acompañar en un mundo convulso que reclama nuevos ciudadanos; la segunda, el saber, para propiciar en los estudiantes la construcción de conocimientos, más que transmitir, facilitar que desarrolle las habilidades y destrezas propias de su disciplina, concientizarlo sobre la realidad de su contexto y contribuir en la formación de una escala de valores que presida la ejecución de sus actividades. Además, debe tener una adecuada didáctica y una postura pedagógica, acorde a los tiempos actuales en los que opera de manera permanente el cambio. Y saber estar en el momento adecuado, en el sitio adecuado con las herramientas adecuadas.