La perfilación criminal ha despertado interés tanto en el mundo académico como en la cotidianidad, debido a la multiplicidad de casos aberrantes que se presentan día a día, generando un gran impacto en la memoria colectiva1; tal como se ha evidenciado en el contexto colombiano con el caso de Luis Alfredo Garavito Cubillo, alias “La Bestia” quien violentó y asesinó a más de 172 niños2 y el de Javier Velasco Valenzuela quien asesino, violó y torturó, bajo la modalidad de empalamiento, a Rosa Elvira Cely3.
En torno a estos, dado su impacto social, se han realizado análisis desde diferentes perspectivas 4),(5), (6), (7), (8; no obstante, con el fin de ampliar el perfil criminológico de los autores de estos hechos, el objetivo de este artículo fue identificar a la luz del enfoque estadístico por facetas, desde la perfilación criminal de tipo inductiva, patrones conductuales inferidos de la información que se dispone de la escena del crimen, en la cual convergen una serie de elementos y circunstancias que permiten materializar la motivación de los criminales seriales, pero que en ocasiones puede ser compleja y de difícil interpretación 9), (10), (11.
En este sentido, se debe acotar que Luis Alfredo y Javier Velasco cumplen con las etapas para ser considerados asesinos seriales12. En un inicio, la etapa de fantasía, marcada por la obsesión de llevar a cabo sus desorbitados deseos sexuales sobre sus víctimas identificadas previamente; puede deducirse al analizar el nivel de planeación de sus crímenes, de acuerdo a la primera faceta del enfoque estadístico de la perfilación criminal, en la que se evidencia el deseo “mezquino” desplegado en una mente cargada de resentimiento.
Es así como, las estrategias desplegadas por los sujetos para la protección de la identidad (primera dimensión del modus operandi), llevan a concluir que Garavito, como criminal serial de tipo viajero, tenía menos posibilidades de ser identificado con precisión al camuflar frecuentemente su aspecto físico, su nombre, profesión e inclusive por el hecho de seleccionar víctimas desconocidas para su ambiente habitual. Contrario a Velasco, quien asumía un riesgo total de ser identificado, al exponerse por ser compañero de estudios de Rosa Elvira, con la que departió en un lugar público e incluso la movilizó en la motocicleta de su propiedad.
Frente a la idea de consumar con éxito el hecho delictivo (segunda dimensión del modus operandi), se aprecia una diferencia mucho más marcada a la luz de la evidencia, donde Luis Alfredo contaba con elementos para sujetar a las víctimas, poseía un arma para lastimarlas e incluso estaba dotado de bebidas alcohólicas para desplegar su ritual en medio de la violación; indicios claro de la preparación y de una conducta eminentemente premeditada13. Por su parte, Javier proyecta una agresión reactiva 13 al improvisar elementos para la agresión, tomados varios de estos del mismo lugar de los hechos, tales como una rama y el casco de su motocicleta, utilizados como armas contundentes; a excepción del cuchillo, que se presume hacía parte de su “seguridad”, reflejando la característica de una persona altamente desconfiada.
Ahora, acogiendo la segunda faceta del enfoque estadístico, relacionada con el tipo de violencia, se puede inferir que la desplegada por Garavito fue de tipo instrumental, una violencia que no se agota en la destrucción del estímulo que se percibe como amenazante, sino que trasciende y persigue motivaciones hedonistas, inclinadas estas a obtener beneficios, en este caso, de índole sádico. En contraste, Velasco despliega una violencia de tipo emocional, motivada en la percepción de “riesgo” que asignó al “comportamiento” de Rosa Elvira, dada su distorsión cognitiva; la cual suponemos pudo haber estado relacionada con ideas erotomaniacas, propias del espectro de la esquizofrenia, alrededor del trastorno de personalidad esquizotípico, que le es premorbido a ésta 14 (evidencia de esto es la carta de amor y otras conductas que fueron identificadas con su captura).
La tercera faceta denominada relación victimario/víctima, puede enmarcarse en tres categorías, como persona, como medio o como objeto. A la luz de esta, se identificó que para el caso de Luis Alfredo Garavito la víctima fue tratada como “persona”; dada la ritualidad que acompañó sus crímenes, y bajo el supuesto que para él las víctimas fueron personajes que recreaban aspectos de su fantasía obsesiva, cargada de sadismo y de un profundo rencor social. Aspectos como el procedimiento sistemático en la escena del crimen y no en la captura de sus víctimas permiten inferir la necesidad que tenía este criminal de atemorizar, doblegar, someter y controlar. Aunado a esto, se puede asumir que el placer no lo encontraba en el acto sexual, sí en las emociones y sentimientos que se daban en las víctimas ante el daño que les ocasionaba.
Por su parte, Javier Velasco aparece como un sujeto sin ritual, que de forma descabellada acciona y da rienda suelta a su incapacidad de encontrar satisfacción ante la frustración que le acompaña. Un sujeto que aborda a su víctima como objeto desde la realidad compartida socialmente, pero desde su distorsión un sujeto que cree tener el derecho a informar a los demás sobre la necesidad que tuvo de hacerlo, de empalarla, acción que aparenta una forma de castigo; en sí un trato de su víctima como medio.
En este mismo espectro de la materialización del acto criminal, puede observarse que Garavito y Velasco mantuvieron conductas fetichistas (sexta etapa del desarrollo de los asesinos seriales) al retirar partes o elementos de la escena del crimen, conductas que buscan revivir el momento y con ello la excitación que alcanzaron en el crimen.
Por otra parte, se puede observar que frente a la posibilidad de huir de la escena de los hechos sin ser capturados (tercera dimensión del modus operandi), existen diferencias en los casos, pues Garavito siempre tuvo presente ejecutar sus crímenes en lugares aislados que le permitieran abandonar los cuerpos que difícilmente serían encontrados; en tanto que Velasco accionó en un lugar público, que continuamente es transitado y no ejecutó maniobras que sugieran que el criminal se preocupó evidentemente por no dejar rastro.
Finalmente, retomando la última de las etapas del criminal serial (depresión), a manera de conclusión, es claro que estos sujetos difícilmente podrán detenerse, pues el nivel de insatisfacción que se genera ante el hecho de no haber podido plasmar en la escena las particularidades de la obsesiva fantasía, generara tanto malestar que requieren de un nuevo hecho, de una nueva oportunidad que les permita la perfección.