Introducción
La derrota del intento revolucionario alemán en octubre de 1923 trajo aparejado el enaltecimiento del modelo de partido diseñado por los bolcheviques con vistas a la toma del poder1. De este modo, a partir de mediados de 1925 se dispuso en Moscú que, a fin de que la Internacional Comunista (IC) fuera convertida en un "Partido Bolchevique universal imbuido de leninismo"2, las secciones afiliadas debían "bolchevizarse". La bolchevización implicó, en esencia, la homogeneización ideológica de los partidos comunistas y su organización con base en células de fábrica y de calle consistentes en grupos de tres a veinte personas. La fase de estabilización que se encontraba atravesando el capitalismo planteaba al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC) la cuestión referida a la plausibilidad de la bolchevización, en un contexto en que el movimiento obrero internacional veía en casi todo el mundo aletargar su marcha hacia la emancipación. El momento se presentaba propicio para la "acumulación de fuerzas", con vistas a la preparación de un gran proceso de luchas posterior3. En este sentido, con motivo de la realización de su V Congreso, entre junio y julio de 1924, la IC resolvió que sus secciones nacionales sentarían las bases para conducir un proceso interno de bolchevización de las estructuras partidarias.
Como parte de la compleja estructura que pretendía conducir el desarrollo del movimiento comunista4 en un plano internacional, resultó creado a comienzos de 1925 el Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista (SSA), con el objetivo de reforzar los lazos entre los movimientos obreros y campesinos de Sudamérica y Moscú. En el momento de comenzar las planificaciones para la formación del SSA existían partidos comunistas en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Se destacó igualmente la importancia de contar con la participación de los comunistas carentes de partidos afiliados a la IC en el resto de los países sudamericanos. Se propone aquí que el motivo para la conformación de un organismo subsidiario de la IC residió principalmente en el proceso centralizador consolidado a partir de la bolchevización, impuesto en un contexto signado por la doctrina del "socialismo en un solo país" y el avance del imperialismo norteamericano. Esta situación permite entender el hecho de que la IC se haya lanzado a crear un organismo exclusivo de América del Sur, incluso antes de reconocer la importancia relativa de Latinoamérica, lo que ocurrió finalmente en 1928.
El VI Congreso de la IC, celebrado en 1928, marcó un hito en la consideración de Moscú acerca del comunismo latinoamericano, dando lugar al llamado "descubrimiento de América". No obstante, los comunistas sudamericanos llevaban dos años forjando una experiencia organizativa integral propia, y lo hacían encabezados por el Partido Comunista de la Argentina (PCA), que hasta entonces había demostrado intenciones de conservar cierta autonomía respecto de la Unión Soviética. La planificación teórica del CEIC para el SSA no siempre era correspondida en los hechos. Durante sus primeros años de existencia, los partidos sudamericanos gozaron de márgenes de independencia respecto de Moscú y forjaron una relación de competencia con los agentes que enviaba la IC5. La disposición a analizar la conveniencia de la aplicabilidad de los grandes lineamientos programáticos de la IC en las remotas regiones sudamericanas se vio incrementada desde la jefatura del SSA, ejercida por José Penelón, figura eminente del PCA, propenso a privilegiar sobre el internacionalismo, el desarrollo de un trabajo nacional del comunismo.
En este sentido, y a diferencia de lo sostenido por el exjefe de la Agencia de Noticias Telegráficas de la Unión Soviética en Buenos Aires, Isidoro Gilbert, si bien se considera aquí que la bolchevización implicó indefectiblemente la rusificación de los partidos sudamericanos, es necesario entender qué lejos se estaba todavía de encontrar en los primeros años de su implementación la realización de una "subordinación absoluta"6. La hipótesis de este trabajo es, por tanto, que antes de ingresar de manera plena en el radar del CEIC, el comunismo sudamericano llevó adelante una experiencia de organización regional signada por un interés estratégico que no significó, en primera instancia, la pérdida de cierta autonomía relativa, que por entonces disfrutaban las primeras secciones sudamericanas; en esta hipótesis -a pesar del enorme acervo documental puesto al servicio de este sentido- se procura reconstruir y analizar los términos teórico-prácticos en que tuvo lugar la recepción de la orden de bolchevizar los partidos comunistas integrados en el SSA. Tal como señala Serge Wolikow7, la historiografía de las últimas décadas que se ha volcado al estudio del comunismo puso su atención en las experiencias nacionales, antes que en las prácticas organizativas internacionales del movimiento comunista.
Por su parte, Lazar y Víctor Jeifets afirman que, respecto al conocimiento actual sobre la IC, los investigadores en la actualidad continúan, en términos generales, habitando en penumbras y sin poder desprenderse de inexactitudes ideológicas propias de los protagonistas del pasado8. En efecto, la apertura de los archivos soviéticos sienta las bases para el análisis privilegiado del carácter internacional del comunismo en los años de la IC. Pero existen también publicaciones de primer orden que contribuyen de manera enorme a reconstruir analíticamente los procesos políticos abordados, y que no siempre han sido destinatarias de estudios exhaustivos. En especial, el órgano oficial del SSA, La Correspondencia Sudamericana, constituye un recurso heurístico de vital relevancia para el tratamiento de las problemáticas aquí planteadas.
El Partido Comunista de la Argentina: guía regional de la bolchevización
La redacción de la resolución por la cual la IC aceptaba formalmente en 1921 la incorporación del PCA había recaído en uno de los fundadores del PC de Suiza y jefe del Secretariado Latino del CEIC, Jules Humbert-Droz. Cuatro años más tarde, Humbert-Droz recordaba que la fidelidad de los comunistas argentinos al bolchevismo se remontaba a la campaña contra la guerra impulsada por Lenin, con anterioridad al triunfo de la Revolución de Octubre9. Los comunistas argentinos encontraban así un aliado de peso para revalidar ante Moscú el lugar de privilegio que habían ganado: el PCA seguía siendo el interlocutor principal de la Unión Soviética en el sur del continente americano. Así fue como Humbert-Droz envió, en febrero de 1925, una carta al PCA comunicando la intención del CEIC de ocuparse de la situación de los partidos comunistas sudamericanos. Con tal propósito, se decidió promover la creación del SSA, que debía funcionar a partir del 1° de marzo como correa de transmisión entre la IC y sus secciones sudamericanas. El SSA rendía cuentas al CEIC, del que recibía las tácticas y directivas a partir de las cuales debía realizar su trabajo cotidiano. La Comisión de Presupuesto de la IC aprobó un desembolso de dinero para financiar el sostenimiento del SSA, incluidos el pago de salarios de los delegados y una cantidad extraordinaria para contribuir al lanzamiento de la revista quincenal que publicaba en Buenos Aires10.
La táctica del frente único fue diseñada para favorecer la unidad de los trabajadores por abajo, quitándoles fuerza a los líderes socialdemócratas11. En el SSA reconocían que los intentos por forjar el frente único no habían obtenido los resultados esperados, ya que el grueso de los trabajadores sudamericanos permanecía impermeable a la propuesta comunista. Una causa central de este fracaso era encontrada en la falta de organicidad con que se conducían los partidos, pues todas las secciones sudamericanas necesitaban reforzar su trabajo sobre la coordinación de sus agrupaciones y militantes, y favorecer la formación de cuadros idóneos12. La IC esperaba remediar esta situación adversa y crear las condiciones para desarrollar el potencial revolucionario de las masas obreras y campesinas de Sudamérica, las cuales debían recibir una adecuada educación política, a fin de contribuir a la formación de verdaderos partidos comunistas. Entre sus prácticas habituales, en las vísperas de los congresos que debían celebrar las secciones sudamericanas, el CEIC se permitía opinar y brindar directivas respecto de la línea política y las tareas urgentes que debían asumir. Sobre la base de los informes escritos presentados por los delegados, el CEIC tomaba conocimiento del orden del día trazado para los próximos congresos y diseñaba directivas políticas precisas para su discusión, en función de los análisis sobre la realidad sociopolítica de sus países.
Las ocupaciones del SSA incluían propender al mejoramiento en la formación comunista de dirigentes y afiliados, y la coordinación del trabajo de las secciones sudamericanas, por lo que se impulsó la creación de una revista en castellano destinada al análisis del movimiento revolucionario en América Latina. Así nació La Correspondencia Sudamericana, publicación quincenal financiada por la IC que se editó en Buenos Aires a partir del 15 de abril de 1926. En la declaración de intenciones que abría el número inaugural de la revista se dejaba constancia en la primera línea sobre la importancia de contribuir a la formación teórica de los militantes sudamericanos: "Nuestro inolvidable maestro, Lenin, nos decía que sin teoría revolucionaria no podía existir un verdadero Partido Comunista, un verdadero partido de vanguardia. LA CORRESPONDENCIA SUDAMERICANA se propone dar a nuestros Partidos y militantes de Sud América esa capacitación teórica que contribuya eficazmente a hacer de ellos verdaderos bolcheviques"13.
Como parte de la concepción leninista que se buscaba impartir a los partidos comunistas, la homogeneización ideológica contenida en la campaña de bolchevización implicó también la supresión de las facciones intrapartidarias. Vale recordar que en su X Congreso, celebrado en 1921, el Partido Bolchevique había adoptado el fin de la existencia de disidencias internas14. Esta resolución otorgaba al Comité Central la facultad de expulsar a aquellos miembros que hubieran sido encontrados culpables de faccionalismo. La homogeneización ideológica comenzó a ser implantada internacionalmente a través del II Congreso de la IC. A partir de entonces, en todos los partidos comunistas del mundo se acentuó "la tendencia a la centralización y a la idealización de la disciplina"15. La implementación de esta centralización sistematizada en Sudamérica quedó claramente expuesta cuando se produjo la ruptura "chispista" en el PCA en 1925, y se vio confirmada en la lucha contra el ala "socialdemócrata" del Partido Comunista de Chile (PCCh), un año más tarde. De igual modo, la bolchevización supuso "una actitud de desconfianza"16 hacia los intelectuales que tomaban posición en el campo de la izquierda revolucionaria y que podían introducir en el partido elementos de la ideología pequeñoburguesa.
El sábado 27 de junio de 1925 comenzaron las sesiones del Comité Ejecutivo Ampliado del PCA, en donde se dio a conocer el informe realizado por Codovilla, presente en el último Ampliado Internacional de Moscú, a propósito de las cuestiones allí tratadas, donde destaca en particular la bolchevización de los partidos comunistas. Por su parte, Penelón se ocupó de preparar un informe relativo a la aplicación de la bolchevización en el entorno específico en que se hallaba inserto el PCA. El CE Ampliado decidió aconsejar a las células y los centros del partido la lectura pormenorizada y el intercambio de opiniones a propósito de la Carta Abierta de la IC, con el objeto de confirmar en la práctica la aceptación de la resolución en favor de la bolchevización, cuya adopción concreta dependía de la formación previa de una ideología homogénea y de la profundización en la reorganización celular del partido.
La primera vez que en el órgano del SSA se hizo mención de la aplicación práctica del proceso de bolchevización tuvo lugar a propósito de la experiencia argentina, presentada como exitosa "en todos los órdenes de la actividad revolucionaria"17. Sin embargo, esta afirmación no era sustentada en función de la penetración que el partido había logrado en el movimiento obrero, sino que se apoyaba en el leve mejoramiento de los resultados electorales obtenidos en la ciudad de Buenos Aires, donde pasó de conseguir 3.194 sufragios en 1924 a 4.389 en 1926, registrando un incremento del 40,5% en su caudal de votos18. Se ratificaba, mediante estos datos, la apreciación cominternista acerca de las ventajas electorales contenidas en la organización basada en células. Pero, además, el PCA había hecho una modificación importante a las resoluciones de la IC, limitando los alcances prácticos de la organización celular. Entendiendo que las células de calle corrían el riego de reproducir los centros existentes, la dirección del PCA decidió revisar las disposiciones acordadas por su propio Congreso Nacional y optó por concentrar el trabajo de reorganización en las células de fábrica. La causa residía en la poca preparación y el bajo compromiso de muchos afiliados, y además, las células de fábrica efectivamente organizadas, por su parte, eran pocas y mayoritariamente heterogéneas19.
No obstante, esto no devaluaba la consideración de que el PCA era quien, contando con la "mejor preparación teórica y política"20, se encontraba en posición de conducir el proceso por la educación comunista que debían encarar los PP. CC. sudamericanos. La dirección del PCA ejercería un trabajo consultivo y un control sobre el trabajo del SSA21. Esta situación determinó el hecho de que la IC fijara en Buenos Aires la residencia del SSA. El CEIC designó de manera unilateral al principal fundador del PCA, José Penelón, en el cargo de secretario del nuevo organismo. En su intención de supervisar de manera directa y constante las tareas del SSA, el CEIC exigía a los partidos de la región que remitieran a Penelón sus publicaciones, correspondencia e informes para que pudieran ser destinados a su vez a Moscú. La preponderancia del PCA llevaba a que, por ejemplo, fuera el secretario general del PCA, Pedro Romo, quien escribiera los informes referidos al imperialismo y la producción agrícola en Paraguay22.
El CEIC envió a Argentina una carta fechada el 12 de mayo de 1926 y firmada por Ercoli (seudónimo del comunista italiano Palmiro Togliatti), cuyo tema central era el trabajo de bolchevización llevado a cabo por el CE del PCA, de manera especial a partir de la ruptura de la corriente "chispista" y la subsiguiente conformación del Partido Comunista Obrero. La carta fue confeccionada a partir de los informes y documentos que habían enviado los delegados argentinos a Moscú. Afirmando que la dirección del PCA había hecho una acertada lectura de la carta abierta -que le había enviado en enero de 1925 para manifestar los lineamientos centrales con base en los cuales debía ser conducido el proceso de bolchevización23-, el CEIC entendía que la experiencia argentina brindaba lecciones para el conjunto de las secciones sudamericanas. Los objetivos que se debían alcanzar en esta nueva etapa de la configuración del PCA eran: realizar una autocrítica del viejo programa y dotar al partido de un nuevo programa que contemplara las reivindicaciones inmediatas de las masas trabajadoras, avanzar en la reorganización del partido en células, luchar contra las desviaciones y los resabios anarquistas que redundaban en faccionalismos y atentaban contra la unidad ideológica del partido, y ampliar su influencia entre los obreros.
En la perspectiva del CEIC, el PCA se encontraba cumpliendo "un buen trabajo en todos esos dominios", lo que permitía a la sección argentina contar con "una base segura para el desenvolvimiento de un Partido Comunista de masas"24. La adopción de la estructura celular, como forma de organizar el trabajo cotidiano de los militantes de base, fue uno de los primeros y más significativos cambios dirigidos en ese sentido. Las instrucciones para la bolchevización llegaron a las secciones del SSA con unos pocos meses de diferencia, respecto de sus homólogas europeas, y si bien desde las páginas de La Correspondencia Sudamericana se objetó en numerosos casos la falta del desarrollo de estructuras celulares indispensables para conducir el proceso de centralización rusificada, lo cierto es que en la misma situación se encontraba por entonces gran parte de los partidos comunistas del mundo25.
Para Codovilla, la organización celular en el PCA no sólo era posible, sino antes que todo necesaria, ya que había dado muestras de ser la garantía para dotar al partido de "una base genuinamente proletaria" al provocar en los afiliados el convencimiento de estar "realizando una actividad útil y con una finalidad superior"26. El PCA había logrado así duplicar sus filas en el lapso de un año y medio, siendo que, de la totalidad de los afiliados, un 45,16% ya integraban el partido, en tanto que el 54,84% restante se había incorporado con posterioridad al inicio de la reorganización del partido. El partido mostraba además homogeneidad ideológica, según se desprendía de los debates mantenidos durante la Segunda Conferencia Regional de Buenos Aires27.
Las secciones de Chile, Brasil y Uruguay bajo la óptica del SSA
Según los términos trazados por el jefe de la IC, Grigori Zinóviev, el PCA se encontraba más próximo a pertenecer al grupo de aquellos partidos integrados en la IC que conducían "luchas más o menos agudas y a masas considerables", que al grupo de partidos "que están aún en el período propagandístico, y dan sus primeros pasos destinados a reunir a las masas bajo las banderas del comunismo"28. De este último segmento formaban parte los partidos comunistas de Brasil, Chile y Uruguay.
Por ejemplo, el PC de Uruguay (PCU) fue fundado el 21 de septiembre de 1921. El desarrollo industrial se hallaba muy poco extendido en Uruguay, el proletariado industrial apenas existía, y era marcado el predominio de la pequeña industria basada en el trabajo artesano. Se trataba de un país de perfil agrícola-ganadero, en donde "el proceso de diferenciación de las diversas clases sociales es muy lento"29. En La Correspondencia Sudamericana se dio a conocer un fragmento del informe enviado por el PCU al SSA, firmado por su Secretario General, Eugenio Gómez, en donde se reconocían la extrema fragilidad y la profunda dispersión que por entonces padecía el movimiento obrero de ese país, el cual contaba con cerca de 6.500 obreros sindicalizados, de una población total que se aproximaba a los dos millones de habitantes. El estado embrionario de la organización obrera se traducía en la ausencia de sindicatos de industria y en la proliferación de numerosas agrupaciones de oficio -dominadas por el anarcosindicalismo-, que se concentraban en la Unión Sindical Uruguaya y en la Federación Obrera Regional Uruguaya30.
No obstante, el PCU también daba algunas señales de crecimiento a través de su desempeño electoral. Habiendo obtenido 2.966 votos en 1922, pasa a hacerse con un total de 4.838 sufragios en 1925, logrando dos bancas en la Cámara de Diputados de la Nación y cuatro diputaciones departamentales. Pero lo más importante era que una parte significativa de los 4.011 votos logrados en Montevideo por los comunistas provenían de "secciones netamente obreras", en las cuales el partido pasaba de 903 votos a 1.630, lo que representaba un incremento del 180,5% en el transcurso de tres años31. Estos resultados electorales llevaban al SSA a suponer que la sección uruguaya de la IC estaba demostrando transitar, paulatina pero rigurosamente, la senda de la proletarización.
Bajo la óptica del SSA, el PC de Uruguay demostró una vez más estar conduciendo con éxito su bolchevización cuando, al señalar los errores cometidos por el diputado comunista Celestino Mibelli -bajo el influjo de una mentalidad pequeñoburguesa-, le exigió la renuncia a su banca. En las sesiones del Comité Ejecutivo Ampliado participaron el delegado de la IC, Boris Mijailov32, y el delegado del SSA, Rodolfo Ghioldi. Para su ratificación, la resolución del Comité Ejecutivo Ampliado fue puesta bajo consideración de las células. El caso Mibelli arrojaba luz sobre la necesidad imperiosa de purgar de las filas del PC uruguayo a sus miembros no comunistas. Pero, antes de pasar a la liquidación de aquellos comunistas que sufrían "desviaciones de distinto orden", era advertida la importancia de efectuar antes un proceso clave para una adecuada bolchevización, consistente en el trabajo de capacitación de los partidos. Sólo por ese medio se estaría en condiciones de "constatar claramente cuáles son los militantes que pueden ser ganados a la causa comunista y cuáles son los que deben sufrir esas depuraciones"33.
Por su parte, el PCCh, fundado en enero de 1922, fue criticado por el SSA a causa de su carácter fuertemente electoralista y la tendencia derechista impulsada por el grueso de la fracción parlamentaria. No obstante, la dirección del SSA confiaba en que no fuera necesario tomar medidas disciplinarias que llevaran a la expulsión de los parlamentaristas. Entendiendo que se trataba de un error de concepción ideológica provocado por la falta de una adecuada formación política, se propuso como medio de corrección el trabajo metódico destinado a la formación de cuadros34. Penelón se había ocupado de comunicar a la dirección del PC chileno la necesidad de que adoptaran las indicaciones pertinentes para organizar el frente único proletario, luchar por la unidad sindical y trabajar en favor de la afiliación de obreros no organizados. Entre las directivas señaladas, a fin de conducir a la sección chilena por la senda de la bolchevización, no se explicitaba la importancia de basar la organización en células. El SSA había elegido al argentino Miguel Contreras para supervisar durante el lapso de un mes las acciones tomadas por los comunistas chilenos en el partido y en el movimiento sindical. Se esperaba que la presencia de Contreras contribuyera a preparar la celebración de los congresos del PC chileno y de la Federación Obrera de Chile, originalmente planeados para el mes de diciembre35.
Hasta entonces, el SSA había recogido las observaciones de la IC acerca de que el PCCh no había en realidad dado ningún paso hacia su bolchevización. Lejos de organizarse en células de fábricas, seguía organizado con base en asambleas; tampoco se habían realizado los esfuerzos necesarios para incorporar en sus filas aquel nutrido grupo de obreros que eran requeridos para que el partido adquiriera una fisonomía proletaria; no habían sido debidamente delimitadas las funciones que debía desarrollar el partido, y aquellas que les cabían a los sindicatos; el Comité Central no ejercía con pericia las prácticas signadas por el centralismo democrático, y el trabajo parlamentario era desempeñado de manera indisciplinada36. En su VIII Congreso Nacional, finalmente celebrado los días 1 y 2 de enero de 1927, el PCCh aceptó de manera unánime los lineamientos vertidos en la carta abierta del SSA. Se acordó allí adoptar la organización partidaria con base en células, implementar el principio del centralismo democrático (que conllevó la conversión del Comité Ejecutivo Nacional en Comité Central) y proceder a la formación de Comités Locales y Regionales.
Esta situación llevaba a la dirección chilena a decir que se había tratado de "un verdadero congreso de bolchevización"37, en donde el SSA desempeñó un papel central durante la preparación de las discusiones, e incluso contó con la presencia activa de dos representantes en el desarrollo del Congreso Nacional. Según la autocrítica del Comité Central del PCCh, los errores que hasta entonces se habían cometido eran involuntarios, producto de la impericia en que podía caer un partido tan joven. La capacitación política de los miembros del partido se convertía, así, en una cuestión central que debía ser atendida con urgencia. La mayor virulencia destinada por la dictadura de Ibánez al PCCh era motivada, según la perspectiva de este último, por el fortalecimiento, la disciplina y la homogeneidad ideológico-política alcanzados tras las resoluciones del VIII Congreso.
Por su parte, a comienzos del siglo XX, el movimiento obrero brasileño se encontraba hegemonizado desde hacía tiempo por el anarquismo. En el momento de producirse la Revolución de Octubre, muchos anarquistas se volcaron al anarcobolchevismo, y el PC de Brasil (PCB), si bien fue fundado el 25 de marzo de 1922, encontró su germen el 7 de noviembre de 1921, mediante la creación en Río de Janeiro de un grupo comunista compuesto por apenas una docena de activistas. Destinatarios de las persecuciones ejercidas por el gobierno de Epitácio Pessoa, los sindicatos eran débiles y reunían una pequeña minoría de los asalariados. Octávio Brandão confirmó que en el Segundo Congreso del PCB, realizado en mayo de 1925, se trataron en profundidad "las tres cuestiones principales del momento: organización del Partido Comunista sobre la base de células, agitación y propaganda y organización sindical"38. Los comunistas brasileros atravesaban grandes complicaciones para sortear la represión policial y hacer llegar clandestinamente sus publicaciones a los obreros del país.
El aparato de distribución ilegal montado por el partido había logrado repartir 255 mil ejemplares de diversas publicaciones hasta el 31 de diciembre de 1925. Sin embargo, al promediar el año 1926, el PCB se vio en la necesidad de interrumpir los cursos de marxismo-leninismo que se encontraba llevando a cabo. Varios de sus participantes habían sido golpeados y encarcelados39. Aunque no reparaba en situaciones de represión como las que sufría el PCB, la IC había destacado la importancia del trabajo colectivo por la educación comunista, que debían desarrollar las células, incluso en aquellos casos en que no fuera factible la organización de cursos regulares. En dichas circunstancias se podían realizar lecturas grupales de folletos y de artículos destacados de los órganos teóricos comunistas40. Como parte de una intensa campaña de persecución policial que se inició en junio de 1925 y se extendió con especial fuerza -pero sin extinguirse luego- hasta abril de 1926, el periódico del PCB, A Classe Operária, fue clausurado el 18 de julio de 192541.
En el resto de Sudamérica no habían surgido todavía partidos comunistas, si bien existieron grupos comunistas más inorgánicos en Bolivia desde 1920, en Colombia desde 1922 y en Ecuador desde 192542. En estos países, el movimiento obrero se encontraba en un estado embrionario, por lo que, siguiendo el razonamiento del comunista alemán Walter Ulbricht referido a la aplicabilidad del principio de centralismo democrático, "dependiente de las condiciones objetivas (legalidad o ilegalidad), de las experiencias de lucha y de la composición social del partido"43, era esperable que las agrupaciones revolucionarias se rigieran allí por "tendencias federalistas". La jefatura argentina del SSA, más interesada en desarrollar el comunismo a nivel local, hizo pocos esfuerzos reales para revertir esta situación.
Según han demostrado Lazar y Víctor Jeifets a partir del caso ecuatoriano, el SSA destacaba ante Moscú la importancia de aquellos países en los cuales las condiciones materiales de existencia de las masas trabajadoras era tan deficitarias y su grado de explotación tan intenso44, que se debían todavía sentar las bases para la creación de partidos comunistas, pero no hacía nada para avanzar en esa dirección, puesto que su verdadera finalidad era conseguir mayores recursos financieros45. Fue necesario esperar a que se produjera el alejamiento del PCA de Penelón y su reemplazo por el sector internacionalista, conducido por Rodolfo Ghioldi, Pedro Romo y Victorio Codovilla, para que, ayudados por el SSA, lograran su afiliación a la IC los partidos comunistas del resto de Sudamérica.
La relación con los sindicatos
El SSA compartió con la IC el diagnóstico referido a la recuperación del capitalismo mundial, que conllevaba un incremento en los niveles de explotación. El incremento de la desocupación y la conformación de un ejército de reserva cada vez más populoso facilitaban las condiciones para que tuvieran lugar, de manera simultánea, un incremento en las jornadas de trabajo y una disminución de los salarios reales. Esta situación se reflejaba en Sudamérica en la creciente penetración del imperialismo, principalmente de origen norteamericano. En la lucha contra la miseria generada por la burguesía internacional, el 1° de Mayo era percibido como un momento de singular importancia para avanzar en la conformación de un frente único obrero y campesino de Sudamérica. Ya la Internacional Sindical Roja (ISR) se había ocupado de señalar que, ante el atropello de la burguesía, en su búsqueda de reducir los costos de producción, los trabajadores de todo el mundo oponían su resistencia, "muchas veces a pesar de la voluntad de los leaders reformistas"46. El desarrollo de los acontecimientos internacionales estaba generando, entre las masas trabajadoras de América Latina, un escenario propicio para que los comunistas adquirieran un papel de liderazgo en la lucha de clases. La decadencia general del anarcosindicalismo coincidía con el creciente "espíritu unitario entre las masas"47. Gran parte de la acción dirigida en ese sentido recaía en la responsabilidad comunista de lograr la unidad sindical nacional e internacional.
En este sentido, el SSA convocó en mayo de 1926 a todos los partidos que lo integraban a plegarse a la convocatoria de solidaridad con los mineros ingleses en huelga, lanzada por la IC y la ISR. La lucha que los trabajadores de las minas se encontraban librando contra la disminución de sus salarios y el incremento de su jornada laboral tenía repercusiones para el movimiento obrero internacional. El Socorro Rojo Internacional organizó colectas para contribuir al sostenimiento de los mineros ingleses. Las secciones sudamericanas de la IC recogieron dicha iniciativa y llevaron a cabo recaudaciones en sus países48. No obstante, quedaba en claro la necesidad de emprender también acciones de lucha coordinadas en la región. Si bien el movimiento obrero se encontraba en un proceso inicial de desarrollo en toda la región, ante la crisis que atravesaba gran parte de los países sudamericanos, el SSA se mostraba confiado en que:
"Se acerca el momento en que las condiciones serán objetivamente favorables para la iniciación de un nuevo período de actividad y de organización de las masas explotadas sudamericanas, impulsadas por su bajo nivel de vida que la burguesía trata de mantener por todos los medios: medidas de reacción violenta, en unos; medidas legales con las que trata de canalizar el movimiento obrero en sentido contrario a la lucha de clases, en otros; aumento de los impuestos que gravan a la clase obrera, medidas tendientes a desvalorizar la moneda y aumentar el grado de explotación, proteccionismo llevado al extremo, en fin, por todos los medios, las clases gobernantes de Sud América buscan mantener y aumentar el grado de explotación, ya intolerable, de la clase obrera y de los campesinos pobres. La reacción del proletariado por sus necesidades vitales inmediatas no puede tardar mucho. Cunde el descontento entre las masas que, volvemos a repetirlo, hasta el presente estaban completamente alejadas de toda actividad de clase"49.
La crisis latinoamericana redundaba en la reacción capitalista, ante la cual era necesario consolidar los partidos comunistas y su relación con las organizaciones obreras. La unidad sindical que exigía la política de frente único debía llevarse a cabo en Argentina a través de la organización de una única central sindical. El divisionismo en los mundos del trabajo era "el mejor auxiliar del capitalismo que tiene así toda la libertad para redoblar sus ataques contra la clase explotada"50.
Además de favorecer la unidad del proletariado nacional, era necesario que el movimiento obrero argentino estrechara lazos con los trabajadores del resto de América y del mundo. Esto último conectaba de manera lógica con el reclamo de apoyo por parte de los trabajadores de países donde imperaban las reglas de capitalismo periférico, en favor de las luchas y reivindicaciones enarboladas por los obreros de los países con capitalismo central, lo cual cristalizaba en la experiencia de los mineros ingleses en huelga. Para la ISR, la tarea más urgente de los trabajadores de Argentina era lograr la unidad en torno a una única central sindical. La Unión Sindical Argentina (USA), de orientación reformista, estaba llamada a ser el núcleo de la eventual concentración de fuerzas proletarias. Una vez cumplido este objetivo, se podía pasar a promover la adhesión de la USA a la ISR.
Pero los comunistas argentinos plantearon la cuestión sindical de otro modo, ya que notaron que la USA se encontraba atravesando un período de reflujo. En el lapso de un año había visto reducir su número de cotizantes a la mitad, registrando casi 16.000 cotizaciones mensuales para 1925. El SSA comprendía que, entre las razones por las que el movimiento obrero argentino se había estancado y la USA decrecía, ocupaban un lugar destacado las "malas artes" con que imprimía su sello la "dirección sectaria". Su relación con las masas era cada vez más lejana. Sintomático de ello era el hecho de que la USA agrupara a menos del 1% de la población total del país. Ante esta coyuntura negativa, los líderes socialistas intentaban ganar lugar entre los trabajadores al organizar una nueva central obrera: la Confederación Obrera Argentina. Además de contribuir a ahondar la división del proletariado, la creación de una central socialista, en momentos en que la USA perdía gravitación social, le abría las puertas en la región a la Internacional Sindical de Ámsterdam, constituyendo así una seria amenaza a los intentos de conformar un bloque obrero coordinado en Sudamérica51. La dirección del PCA se mantuvo firme, sin llegar a definirse abiertamente, en su intención de profundizar sus simpatías a través de un acercamiento más franco con la Confederación Obrera Argentina.
El CE de la ISR envió también una carta a los obreros ecuatorianos, en momentos en que estos celebraban el Congreso Sindical del Ecuador. El mensaje abundaba en generalidades y expresiones desiderativas, a propósito del alto grado de explotación padecido por los trabajadores latinoamericanos a manos de la burguesía local y el imperialismo internacional. El hincapié estaba puesto en la necesidad de organizar adecuadamente al proletariado en una central sindical fuerte, que echara por tierra la dispersión encarnada por un puñado de organizaciones sumamente frágiles. Al mismo tiempo, se mencionaba la importancia de conectar la lucha de clases nacional con el conjunto del estado del movimiento obrero de América Central y del Sur52. Además de la cuestión de la organización, la ISR destacaba la urgencia de que el sindicalismo ecuatoriano se diera un programa de reivindicaciones inmediatas, centrado principalmente en la defensa salarial y la promoción de la jornada laboral de ocho horas53. Los agrupamientos sindicales latinoamericanos debían aunar esfuerzos en su lucha contra el imperialismo norteamericano, que sindicalmente se traducía en el proselitismo para que los sindicatos se unieran a la Federación Panamericana del Trabajo, y no a la ISR.
Por último, en las referencias de la ISR al movimiento obrero sudamericano recogidas por La Correspondencia Sudamericana se incluían unas pocas observaciones positivas, descriptivas, antes que interpretativas, a propósito del trabajo sindical llevado a cabo en Chile y Uruguay. Se destacó, así, el hecho de que la Convención industrial de los trabajadores del cuero de Chile, reunida entre el 1 y el 3 de mayo de 1926, tuvo entre sus objetivos principales la promoción de reivindicaciones inmediatas y la conformación de un frente único en la Unión Industrial del Cuero y Anexos y el Sindicato Autónomo de Zapateros54. En cuanto a Uruguay, se destacaba la situación del Sindicato del Calzado. Contando con poco más de seiscientos cotizantes mensuales, los comunistas Justo Presa y Lorenzo Fabani informaban al Comité Central Sindical del PC uruguayo que el número de sus afiliados era mucho mayor, e incluía a mujeres y niños que se desempeñaban en el rubro. Esta situación hacía del sindicato del calzado "una de las organizaciones más fuertes y estables del país".
Sin embargo, la principal preocupación que atravesaba el sindicato en su desarrollo era la descentralización de la actividad del calzado. La causa principal residía en el incremento constante del trabajo a domicilio, que se reflejaba en el traslado de las actividades laborales de más del 20% de los obreros de los talleres a sus propias casas55. Por todo ello, se hacía evidente que la ISR consideraba, una vez más, al PCA como la sección nacional más apta para organizar el trabajo del comunismo sudamericano, también en el terreno sindical. Al mismo tiempo, la dirección argentina dejaba al descubierto nuevas discrepancias con las perspectivas que había trazado el CEIC, en su intención de favorecer la implementación de la bolchevización, al tiempo que demostraba un magro interés por contribuir al diseño de tácticas para la penetración comunista en los movimientos obreros de los demás países de Sudamérica. Otro fue el derrotero de las directivas sindicales emanadas por Moscú cuando, ya producida la expulsión de Penelón y su grupo del PCA, se trató la adopción de la línea ultraizquierdista de "clase contra clase"56.
Conclusiones
A la hora de organizar el SSA, la opinión de Jules Humbert-Droz sobre el PCA había sido decisoria para que el CEIC depositara en la dirección argentina la responsabilidad de dirigir el proceso. Humbert-Droz había sostenido que la sección argentina era la más idónea para encabezar los trabajos de preparación teórica y política entre los países sudamericanos. Esta situación, de hecho, fue la que determinó el establecimiento en Buenos Aires de la sede del SSA y de la redacción de La Correspondencia Sudamericana. Sin embargo, Humbert-Droz parecía olvidar el hecho de que, muy poco tiempo después de haber sido formalmente aceptado el PCA en la IC, su dirección había discontinuado en forma permanente el envío a Moscú de aquellos informes y noticias a través de los cuales el CEIC trazaba su línea política para el país. La argentina no fue la única sección sudamericana que incumplió el envío regular de informes. Antes bien, fue una práctica común del conjunto de partidos sudamericanos. No obstante, si la responsabilidad por la ausencia de envíos del PCA recaía fuertemente en los líderes argentinos, en el caso de las demás secciones encontraba justificación en dificultades técnicas que tenían que ver con el encarecimiento del traslado de delegados y la censura a la que eran sometidos los correos -padecida en especial por el PC de Brasil-57.
El caso chileno es muy representativo de la relación construida por la dirección comunista de Santiago con la IC, pero también ilustra y permite comprender más profundamente el vínculo generado por la dirección argentina con Moscú. Habiéndose presentado desde un comienzo como el portavoz de la Revolución Rusa en Sudamérica, el PCA recurrió a la intervención de la IC en los tres episodios críticos que atravesó en la década de 1920, y que se zanjaron, en cada oportunidad, con el desprendimiento de la facción disidente minoritaria. El PCCh siguió otro camino muy distinto. Al no existir una legitimación basada en la correspondencia directa con la IC, la cual era monopolizada a nivel regional por el PCA, la sección chilena decidió internamente la resolución de sus conflictos entre facciones. Más aún, ni la mayoría dentro del Comité Central del PC chileno ni la oposición minoritaria liderada por Manuel Hidalgo habían destinado energías para comunicar la evolución y el derrotero de los acontecimientos al SSA.
Esta situación de maximización de la relación de las secciones sudamericanas, consistente en el aprovechamiento del prestigio que les brindaba la adscripción al proceso revolucionario abierto con la Revolución de Octubre, se expresó en forma sutil durante la implementación de la bolchevización. La habitual exageración ante el CEIC de los logros obtenidos, así como las consideraciones manifiestas ante la adopción de las directivas moscovitas referidas a la organización celular, el trabajo sindical y el análisis sobre el imperialismo, dan cuenta del relativo pero importante margen de autonomía respecto del Partido Bolchevique del que gozaban por entonces las secciones sudamericanas. En este sentido, coincidimos con Olga Ulianova en el señalamiento de que, si bien la bolchevización se inició a nivel partidario desde 1926, no fue sino hasta que tuvo lugar la separación de dirigentes más autónomos y su reemplazo por otros más apegados a las directivas del CEIC, que el mismo proceso se abrió paso en las filas del SSA58.
Puede advertirse, a partir de la línea de investigación desarrollada en este artículo, que nada de fortuito ni de repentino hubo en el hecho de que la IC incrementara la representación del movimiento comunista sudamericano en su VI Congreso de 1928, llegando al punto de incluir un representante de cada uno de los partidos comunistas de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Anteriormente, el CEIC tan sólo contaba con la representación de los delegados de Argentina y de México. Esta situación se debió al interés cada vez mayor destinado por la IC a Latinoamérica59. La doctrina del "socialismo en un solo país" tuvo un rol central en esta reconsideración, por la necesidad abierta para el conjunto de los partidos comunistas del mundo de contribuir al sostenimiento de la Unión Soviética asediada. A partir de entonces, los países latinoamericanos, en su calidad de centro mundial productor de materias primas disputado por el imperialismo británico y el imperialismo norteamericano, cobraron nuevo interés para la IC.
Todo cuanto ha sido aquí expuesto conduce a revalidar las palabras del delegado del PCB al VI Congreso de la IC, Paulo de Lacerda, cuando, rebatiendo las palabras previas de Bujarin, sostuvo que el CEIC se interesaba por primera vez en el movimiento comunista latinoamericano, pero que, en realidad, este ya existía desde los inicios de la década de 192060. Hemos intentado aquí profundizar en esta afirmación, recomponiendo analíticamente la dinámica integral de las secciones de la IC, encarnadas en la experiencia regional del Secretariado Sudamericano durante los comienzos de su existencia.