Introducción
“El mundo social está ausente, por ignorado o reprimido, de un mundo intelectual que puede parecer obsesionado por la política y las realidades sociales”1.
Ni la convergencia temporal ni tampoco la convergencia espacial hacen que los dos personajes con los que inicia este artículo tengan algo en común. Por un lado, Domenico Scandella, más conocido como Menocchio, nacido en el norte italiano en la tercera década del siglo XVI. Por el otro, Domingos Álvares, nacido en Dahomey doscientos años después. La manera como han sido narradas las historias de Menocchio y Domingos puede ser útil para introducir en qué forma, en el trascurso de las últimas décadas, la discusión sobre el rol de los individuos (de la agencia2) se ha ido transformando radicalmente3. Durante la década de los setenta los historiadores italianos, afiliados a lo que se convino que fuera llamada microhistoria, sentaron una discusión que tenía como finalidad ir más allá del estudio de las estructuras, para analizar desde la escala micro el papel de los individuos y de la cultura. Aunque englobando diferentes perspectivas y metodologías, se tendía a resaltar el papel de los subalternos en la configuración de la sociedad.
Recientemente viene consolidándose una tendencia que busca resituar al individuo y sus artes de hacer -para utilizar una expresión de De Certeau- en el centro de la narrativa. En lo que respecta a las universidades norteamericanas, donde ha conocido un particular éxito -sin que se encuentre exclusivamente asociada a ella-, tal tendencia puede ser entendida como una respuesta al “giro global”, al predominio de la cliometría, pero parece que, sobre todo, es un resultado de los usos y abusos del recurso a la teoría postestructuralista, del postmodernismo, y una recepción acrítica de los llamados subaltern studies4. Así como poco parecen tener en común los dos personajes arriba mencionados, las dos perspectivas son diferentes. Si bien ambas compaginan en su preocupación gramsciana por los subalternos, se trata, a decir verdad, de perspectivas poco semejantes. O mejor, de cómo se lee a Gramsci desde la visión de mundo del American dream5.
Este artículo busca, desde una perspectiva historiográfica, hacer una revisión y una propuesta de carácter programático, según la cual la metodología de historia microglobal podría resultar de gran utilidad, a condición de que no se le reduzca únicamente a un asunto de memoria y a la necesidad de incorporar actores subalternos como un recurso retórico, según el cual esto contribuiría a hacer mucho más complejas narrativas históricas. Justamente, la introducción de individuos y las escalas globales en las cuales estos se veían envueltos podrían ser útiles para reflexionar sobre el uso y abuso -para situarlo en una bastante conocida versión nietzscheana- de los determinismos culturales asociados a una visión postestructuralista de la historia que han terminado por convertirse en verdaderos fetiches.
El artículo comienza contrastando la escritura sobre Menocchio y Domingos. Después, la segunda parte introduce muy superficialmente la agenda de investigación de la historia global, para pasar en la tercera a describir algunos de los trabajos que, a pesar de tener como centro de estudio la vida de un agente o de varios agentes, muestran que estos participaban en la construcción de un mundo de escala mayor a la simplemente local. Se concluye exponiendo que la microhistoria global podría ser entendida como una historia a la vez analítica y multifocal -y no simple narrativa- que envuelva las diversas esferas (cultural, económica, social e institucional) de decisión del sujeto, (re)introduciendo la economía “a ras del suelo”. Perspectiva que analice la manera como lo translocal (interacción global-local) permea directa e indirectamente las estrategias, las decisiones y los destinos de los agentes impactando su agencia. Estrategia metodológica que podría ser explorada y que no se reduce simplemente a un juego de escalas6.
1. De las cárceles italianas al American dream
En el Formaggio e i vermi, Carlo Ginzburg narra la historia de Menocchio, un molinero de Friuli (norte de Italia) que, por dos veces, cae en las redes de acusación de la Inquisición hasta ser ejecutado en la hoguera por sus opiniones herejes. Si al autor le preocupa Menocchio no es simplemente para rescatar su vida del olvido o para rememorar su gesta; Ginzburg analiza el “proceso Menocchio” para observar las interacciones que él llama de circularidad cultural. Contrastando los once libros citados por el acusado en el momento de dar su testimonio ante las autoridades inquisitoriales, este historiador desvela los procesos de lectura en la práctica. Este historiador muestra la distancia entre la hoja leída y la lectura, esto es, la manera como la cultura oral popular que databa de siglos se interponía entre las lecturas y las conclusiones del lector. Esto es, lo que se lee y cómo se lee, y ello incluso distorsionando el contenido leído. Los testimonios de Menocchio apuntan al cruce de fuerzas entre la cultura hegemónica (en el sentido gramsciano) y la subalterna (compuesta de diversos estratos temporales), que se encuentran en un movimiento de circularidad constante. En este sentido, la doctrina cristiana es interpretada por los sectores subalternos desde el ángulo naturalista, utópico o materialista. Tal cosmovisión no sólo da cuenta de la manera como Menocchio explica la creación de una forma muy peculiar, sus dudas sobre la virginidad de María y el comportamiento dudoso de los miembros de la Iglesia católica, sino que además utiliza metáforas, figuras retóricas, entre otros.
Por su parte, el caso de Domingos Álvares le permite a James Sweet narrar una situación que parece totalmente opuesta. Nacido en el Dahomey en el momento de la expansión de ese Reino africano durante la primera mitad del siglo XVIII, Domingos será convertido en esclavo, con lo cual comenzará una travesía atlántica que lo llevará primero al nororiente de Brasil, después a Río de Janeiro, para luego ser llevado a Lisboa y condenado al destierro en Algarve, y luego en el norte de Portugal. Al igual que en el caso de Menocchio, la vida de Domingos pudo ser reconstruida gracias a los documentos inquisitoriales7. Sweet, de alguna manera, “invierte el espejo”8 de Ginzburg en doble sentido, porque en este caso el conocimiento subalterno busca, sobre todo, ser revalorizado como un ejemplo de intelectual, y porque el autor no está interesado tanto en la circulación como en “purismos culturales”. El contexto de escritura es otro, pues lo que interesa es reconstruir la agencia de Domingos y su travesía por el Atlántico, y con ello, observar el modo como el mundo africano contribuyó a la creación de un mundo atlántico que no sería únicamente un “Atlántico blanco”9. No se puede dejar de subrayar que, coincidentemente, junto con Domingos fue embarcada Luzia Pinta, acusada de prácticas que atentaban contra el catolicismo. El caso de Luzia ha sido interpretado de una forma totalmente diferente, que por demás no se corresponde con sistemas simbólicos culturales cerrados que se trasladarían de África a América reproduciéndose de manera pura en América10.
En línea con una tendencia que ha sido catalogada como “afrocéntrica”, Sweet busca purismos culturales africanos que circularían con la diáspora. Domingos precisamente le sirve para rastrear tales sistemas simbólicos cerrados, más aún porque sería un vodunon (sacerdote vudú). El condicional aquí es esencial, como lo es a lo largo de la obra de Sweet, porque si el nombre de sus padres permite inferir que Domingos podría haber heredado los conocimientos y responsabilidades de líder espiritual, en otros lugares del libro se habla de que muy probablemente no lo fuese11. Esto a pesar de que esta faceta se torna en un elemento esencial del argumento de la obra. Interesa aquí destacar en especial dos aspectos del libro. En primer lugar, el hecho de que sea precisamente el caso de una persona que fracasó en su intento de recrear lazos sociales a través de la “ancestralidad africana” el que permita ilustrar la agencia de los subalternos. Domingos, por el contrario, acaba sometido al destierro12. La narración induce conscientemente al lector la ilusión que desde su salida de África el objetivo de Domingos era reconstruir los “lazos ancestrales”13. Al reconstruir tales lazos socioculturales, el personaje no estaría haciendo otra cosa que oponerse al mundo de sometimientos del que hacía parte y aportar a la construcción de una cierta libertad. En algunos casos (como el de Domingos), esta estaría basada en la ancestralidad14, y en otros, en principios modernos como la lucha por la libertad (aunque combinados con principios étnicos), o el género, raza, como puede verse en el amplio número de trabajos que tienen como preocupación a los subalternos.
Al leer este y otros trabajos de la misma naturaleza se tiene la impresión de que el historiador busca en estos agentes personajes que figurarían una especie de activista avant la lettre (espejo invertido, como ya se dijo). En segundo lugar, y de mayor preocupación para el argumento de este artículo, la sociedad queda en estos trabajos relegada a un simple escenario de teatro. La sociedad como escenario es otra de las características convergentes de estos trabajos. Y parece lógico, pues la preocupación de narrar con fuentes fragmentarias parcialmente obliga a recurrir a tal estrategia. Aquí y allí la sociedad es meramente el espacio descrito donde se despliegan los actos de los personajes (o mejor, los tropos heroicos narrados) estudiados. Con cada capítulo se cambia el escenario con el objetivo de ilustrar al lector acerca de qué habría habido detrás. En el caso de Domingos se describen Recife, Río de Janeiro, así como los ingenios y espacios urbanos recorridos por el personaje. Lo mismo sucede con “Rosalie, mujer negra de la nación […]”15. Los autores describen cuidadosamente San Luis de Senegal, los espacios rurales del Santo Domingo francés o la Revolución Haitiana. Una vez más importa resaltar que en estos trabajos se deja al lector en un continuo “mundo de condicionales”. En consecuencia, a lo largo de los textos hay una larga serie de “tal vez fue”, “a lo mejor conocía”, “podría ser que”, así como una larga y abusiva lista de condicionales que no responden a la posibilidad de la verificación-prueba.
De esta manera, las narrativas postestructurales relegan la sociedad a simple escenario donde los principios transcendentales se desplegarían, como en la tragedia griega o en la filosofía de la historia de Hegel. Ya sean estos ancestralidad, libertad, o la lucha de género o raza, se realizan como el espíritu hegeliano o el principium individuationis. A pesar de que el postestructuralismo pretende no asumir ningún tipo de conocimiento estructural, la raza, el género y demás determinismos culturales se han convertido en un fetiche tal que sólo se puede pensar en otro modelo como el de clase, que en su momento se igualaba en su uso y abuso. Fetiches que, por lo demás, recuerdan el “embrujo” que posee la mercancía -para ponerlo en el lenguaje de Marx-, y que además terminan convertidos en verdaderos fetiches de ventas editoriales y necesidades de públicos específicos. En algunos casos, estos principios se pueden conjugar por simple gusto del investigador combinando raza, género y religión, traspasándolos en un proceso violento de la mente del investigador a la del sujeto estudiado, en un proceso de violencia parecida a la que comete el economista que apriorísticamente impone un Homo economicus a su objeto de estudio (como diría Bourdieu).
Si este artículo inició con la comparación entre Menocchio y Domingos es precisamente para mostrar que estos trabajos, si bien no pretenden ser microhistoria propiamente dicha -el libro de Sweet parece ser una biografía intelectual, mientras que el de Rebecca Scott y Jean Hébrard parece más una genealogía-, tienen poco en común con las preocupaciones planteadas por el grupo de microhistoriadores en los años 1970. Para ello, se puede traer el ejemplo de Giovanni Levi y el exorcista de Santena16. Aunque comparte con Ginzburg su participación en el grupo de microhistoriadores, la aproximación al Piamonte italiano se realiza de una manera diferente, Levi reconstruye el ambiente social y cultural de la localidad de Chiesa para saber el “funcionamiento concreto” de las interacciones de lo local con el Estado y el mercado, ambos en configuración. De esta forma, por ejemplo, no sólo plantea la cuestión de si las fuentes permiten o no “dejar hablar a los subalternos”, sino que muestra -como transacciones notarias a priori impersonales- realmente un conjunto de operaciones personales, que también obedecen al principio de la reciprocidad. Por ejemplo, muestra cómo transacciones notariales que responderían a patrones impersonales son en verdad el encubrimiento de reglas de reciprocidad que les dan sentido a tales intercambios. Además de eso, Levi llama la atención sobre cómo la secuencia de la investigación prevale sobre la del propio relato.
Para terminar esta primera parte es importante resaltar que, al final de la década de 1990, se consolidó una preocupación por el análisis y utilidad de la narración, que no sólo debía ser vista desde la perspectiva del análisis literario-discurso, sino en la manera como esta podría interactuar con los modos (modelos y teorías) de análisis de las ciencias sociales17. Se puede citar el ejemplo de las que fueron llamadas analíticas narrativas, las cuales combinan herramientas analíticas utilizadas en la economía y la ciencia política con la forma narrativa. Esto es, una aproximación narrativa, en el sentido de que pone la atención en la historia y el contexto, y analítica, en que extrae modelos de razonamiento que “facilitate both exposition and explanation”, esto es, un movimiento entre “‘thick’ accounts to ‘thin’ forms of reasoning”18. A diferencia de los ejemplos citados arriba, esta relación entre narrativa y analítica se preocupa por problemas de confirmación de los datos recopilados, por la utilidad de las premisas empleadas, etcétera. Además de esta preocupación por “‘thick’ accounts to ‘thin’ forms of reasoning”, una parte de la agenda de las ciencias sociales se vio considerablemente impactada por un “giro histórico”. De manera general, los historiadores tienden a orientar sus agendas de investigación siguiendo “giros” (políticos, culturales, globales, etcétera); giros que son el resultado de diálogos intensos con las paulatinas transformaciones de las agendas de otras ciencias sociales. Sorprende que, precisamente, en el momento en que las ciencias sociales como la economía y la sociología buscaron dar un “giro histórico” (utilizando el pasado como laboratorio de análisis), los historiadores estuvieron poco atentos a los resultados que estos experimentos dejaban. Bastante atentos a cómo dialogar a través de “giros” con las demás ciencias sociales y humanas19, y atentos a una buena variedad de giros, parece que poca atención ha llamado entre los historiadores la receptividad del pasado como laboratorio por parte de economistas y otros científicos sociales.
2. De las escalas globales a las grandes preguntas
Precisamente uno de los giros que ha impactado con mayor intensidad la escritura de la historia durante las últimas décadas ha sido el “giro global”20, y con ello, el surgimiento (o resurgimiento) de perspectivas que van más allá de los límites impuestos por el Estado-nación, o también, de lo que se denomina áreas culturales. Es bien sabido que la historia, tal como otras ciencias sociales, se consolidó en el marco del surgimiento de los Estados nacionales. La historia, en especial, se había ocupado precisamente de escribir narrativas enmarcadas en los límites nacionales o de crear una narrativa de la nación. Por otra parte, las áreas culturales pretendían instruir a especialistas sobre diferentes regiones del mundo, de acuerdo con patrones lingüísticos y culturales21. Por eso, los especialistas que se ocupaban del Sudeste Asiático, poco o nada tenían para debatir con especialistas que trabajaban sobre China, o menos aún, sobre Latinoamérica o África. Dado el intenso proceso de globalización acaecido en la década de 1990, pero no simple y exclusivamente por este motivo, los historiadores entraron en un proceso de crítica de las herramientas hasta entonces disponibles para estudiar un mundo que, ya fuese en el siglo XX o en el XVI, no parecía sujetarse simplemente al marco nacional de análisis. Al contrario, las diversas regiones del mundo aparecían estrechamente vinculadas, obligando a proponer un nuevo vocabulario donde destacaban los elementos de interconexión22, cruzamiento23, estudios de frontera, movimiento, circulación. En suma, un mundo mucho más móvil o fluido.
Aunque la cuestión por el surgimiento de la globalización llamó fuertemente la atención, los historiadores una vez más colocaron en sus agendas de investigación fenómenos que debían ser estudiados en intersticios espaciales de gran escala. Se debe resaltar aquí que no se trataba para nada de una perspectiva totalmente nueva. A mediados del siglo XX, por ejemplo, con los trabajos de Braudel, Chaunu, Mauro, para citar sólo algunos, los grandes espacios marítimos se habían convertido en objetos de investigación bastante apreciados. Pero no se trata únicamente de un resurgir de las historias oceánicas24. En el mismo sentido, la historia de los imperios tomó fuerza una vez más. Durante la Edad Moderna, buena parte de la población en los distintos continentes se movía dentro de fronteras imperiales, siendo dichos imperios, más que los Estados-nacionales propiamente dichos, las entidades políticas generadoras de identidades y categorizaciones. No se trata, con todo, de una mirada imperial sino de cruzar o de poner en perspectiva global los diversos proyectos imperiales, dando paso, así, a historias comparativas, conectadas, cruzadas o paralelas25, o a la manera como estas unidades políticas se habían establecido simultáneamente en varios espacios oceánicos.
Es importante subrayar que la historia global no es una historia mundial o universal, en el sentido de que tiene como objetivo ser la historia del “mundo todo”. Tampoco es una historia totalmente desmembrada de los procesos que podrían ser llamados o entendidos como locales. A pesar de que recurre a un intenso uso de la historiografía para llevar a cabo comparaciones, conexiones o cruzamientos, tampoco es una historia escrita netamente desde la biblioteca, y mucho menos desde el archivo. Precisamente, uno de los problemas (y los costos) de este tipo de historia es la necesidad de realizar investigación en archivos ubicados en diferentes áreas geográficas. Por el contrario, los historiadores que se dedican a la historia global buscan analizar la manera en que espacios locales o procesos que parecen ser simplemente locales se conectan con -son interdependientes con o son- la repercusión de fenómenos que suceden a escalas mayores26.
Procesos de circulación de ideas, mercancías, personas e instituciones que tuvieron lugar en diversas escalas entre diferentes imperios o espacios marítimos. Procesos que, por otra parte, debían ser estudiados desde una perspectiva no eurocéntrica27. Precisamente, uno de los grandes aportes de la historia global es la pérdida (o por lo menos la pérdida aparente) de jerarquía de Europa como centro de las narrativas, y la entrada de otros espacios como elementos clave de tales narrativas. A pesar de los avances realizados se debe decir que se ha pasado de un eurocentrismo a un eurasiacentrismo, pues ciertas regiones del mundo como América Latina y África aparecen ampliamente (y a veces da la impresión que deliberadamente) ausentes de los procesos globales que intentan hacer análisis macrohistóricos.
Justamente, una rama importante de la agenda de investigación de la historia global, entre sus diferentes perspectivas y agendas, se halla relacionada con el debate conocido como la Gran Divergencia. Se trata de un grupo de historiadores, generalmente asociados a la Escuela de California28, que se ha dedicado a responder una pregunta clásica para los economistas, esto es, por qué algunos países son ricos y otros son pobres. En esta fecunda línea, un amplio número de trabajos han buscado responder por qué en el siglo XVIII Asia y Europa tomaron caminos divergentes, consiguiendo la última alcanzar niveles de crecimiento estables per cápita, a pesar de que, según la evidencia disponible, los dos habrían partido de condiciones bastante parecidas. El debate ha evolucionado de manera paulatina. El problema de la divergencia fue explicado en un comienzo como la consecuencia de la dotación de recursos. Esto quiere decir, la distribución geográfica de recursos energéticos como carbón y la disponibilidad de tierras29. Después se ha sumado al problema de la dotación de recursos el de los salarios y el costo del capital, proponiendo que salarios más altos en Inglaterra y una mayor abundancia de recursos energéticos, junto con capital más barato, llevaron a un uso intensivo en los últimos, a través del desarrollo tecnológico, para buscar reducir costos de transacción en mano de obra30.
Más recientemente, los historiadores económicos han puesto el énfasis en una diferencia fundamental entre China y Europa: en Asia habría prevalecido una unidad política integrada por varios siglos, mientras que los continuos procesos de integración y expansión entre varios Estados habrían sido la norma en Europa31. Esta fragmentación política habría dado una oportunidad única al continente europeo al elevar los niveles de competencia entre unidades políticas (o ciudades32), y la puesta en marcha del incremento de los recursos fiscales, de la emulación de instituciones33, etcétera. En relación con la fragmentación política y la de las instituciones (los parlamentos34, las compañías de comercio, los tribunales, y las diferencias entre el derecho consuetudinario y el civil35), el Estado36 parece volver de nuevo a ser centro de atención37.
No se trata, sin embargo, de analizar la configuración de Estados nacionales desde una perspectiva interna (los procesos internos que contribuyeron a la construcción del Estado), y sí de un análisis de carácter transnacional o translocal de este proceso. Pero además de los problemas sobre la riqueza de las naciones arriba mencionados, otros problemas de envergadura han sido ampliamente introducidos. Por una parte, la globalización, y a ella asociada, una revolución del consumo. Se ha discutido cuándo y cómo medir los orígenes de la globalización, si sería tan sólo un asunto de convergencia de precios38, o sí, por el contrario, esta envolvería toda una serie de conexiones culturales y económicas de dimensión y amplitud heterogéneas entre diferentes partes del globo39. Hay que insistir de nuevo aquí en que no se trata de que el mundo estuviese totalmente conectado. Es justo con la puesta en marcha de redes de mercados que enlazaban mercados dispersos en distintos continentes, que los habitantes de Europa comienzan a tener acceso a nuevos bienes de consumo que enriquecen las calorías y los sabores de sus hábitos alimenticios, que adornan sus casas y cuerpos con colores y texturas desconocidos.
Así, productos como el tabaco, el azúcar, el té, o tal vez textiles de algodón producidos en Asia. Es precisamente en esta interconexión de los mercados que se encuentra uno de los fenómenos claros donde se imbrican varios fenómenos: porque no se trata simplemente del consumo sino además de lazos indirectos -pero de amplia repercusión- entre consumidores y productores desperdigados por el mundo. Por ejemplo, los textiles producidos por hilanderos en Asia eran un artículo de gran demanda en los mercados africanos, con los cuales se intercambiaban los esclavos que una vez llevados a América producían azúcar, algodón, etcétera. Así que detrás del efecto de endulzar el té aparece una serie de conexiones de escala global.
A esta serie de conexiones viene a sumarse el llamado reciente a salir de los marcos temporales de corta duración y volver al estudio de las largas duraciones. Esta es precisamente una de las diferencias que Trivellato apunta como una de las características de la historia global frente a la microhistoria, esto es, mientras que la primera pone su atención en tiempos largos, la segunda prefiere un análisis sincrónico que pueda desvelar las interconexiones entre fenómenos. Por tanto, existiría una preocupación por analizar profundamente estas conexiones, más que prestar atención a procesos causales de cambio40.
A pesar de los múltiples problemas y deficiencias de la historia global, es posible afirmar que el mayor impacto de la historia global radica no sólo en el uso de escalas que van más allá de lo local o lo nacional, sino en la necesidad de analizar tales espacialidades a través de la respuesta a “grandes preguntas”. El historiador está atento no sólo a narrar o a incorporar un rostro humano en sus investigaciones, sino a responder preguntas sobre problemas teóricos. Es precisamente la escasa atención a la perspectiva humana la que ha hecho renacer el interés por la microhistoria, en eso que ha venido a ser llamado microhistoria global. No obstante, como se discutirá en la próxima sección, la entrada de lo micro -entendido aquí como la historia de las personas- no tiene por qué tornarse en un elemento irreconciliable con el resurgimiento de la preocupación por las “grandes preguntas”.
3. El rostro humano de grandes procesos: entre historia social e historia cultural
En su artículo sobre la historia de un granjero chino y sus interacciones con los holandeses en Taiwán, Tonio Andrade destaca el hecho de que los historiadores globales podrían sentirse orgullosos de buscar comprender las estructuras y los procesos de la historia mundial. No obstante, hacía un llamado para que buscasen operar como “médiums” trayendo a la vida a las personas que habían habitado esas estructuras y esos procesos estudiados. El llamado era a experimentar con “historias de vidas individuales en contextos globales”41. Andrade no era el primero en aventurarse a este tipo de trabajos42. En su análisis del artículo de Andrade, Trivellato expone la preocupación del primero con lo individual y lo global, más que propiamente lo microhistórico (como lo entenderían los historiadores italianos). Igualmente debate las desventajas de transformar la microhistoria en simple narrativa, a la que se le incorporarían temas globales, con lo cual se lograría -en las propias palabras de Andrade- que el enfoque humano hiciese que los libros fuesen divertidos de leer y que alcanzasen una gran audiencia43. Como con el granjero chino de Andrade, uno de los problemas que han llamado más la atención cuando se introduce la escala humana en la historia global es el dilema de los encuentros culturales, la manera como los sujetos pueden navegar no sólo entre diferentes océanos sino entre diversas culturas y lenguas. Nuevamente, de acuerdo con Trivellato, se trataría de analizar las conexiones y los encuentros entre culturas acudiendo a la perspectiva de los agentes que participaron en ellas, y no desde las instituciones que crearon las condiciones para tales conexiones y encuentros. De esta forma se habría consolidado una gran preocupación por atacar cierto etnocentrismo y analizar las continuas negociaciones culturales que tenían lugar en un mundo cada vez más globalizado44.
En este sentido, Sanjay Subrahmanyam intenta reconciliar la perspectiva de historias conectadas con la de la microhistoria45. El autor se pregunta acerca de los grandes procesos que definen cierta matriz en la cual tiene lugar la trayectoria de un individuo, y hasta dónde la vida de este sería no más que un simple reflejo de aquellos procesos. No menos importante es saber, tal como proponía Andrade, si la acumulación de casos de estudio podría conducir a cualquier avance teórico. Subrahmanyam busca debatir los problemas referentes a los encuentros culturales (oponiéndose al ampliamente conocido modelo semiológico de Todorov sobre la incomunicabilidad entre sistemas culturales cerrados, bastante parecidos al caso de Domingos descrito al comienzo del artículo). Contrariamente a esta idea de sistemas culturales, el autor llama la atención sobre la importante figura de la disimulación, es decir, agentes que cambian forma y apariencia, que hablan en una lengua u otra, dependiendo de las condiciones.
Para analizar estos itinerarios y procesos de circulación que puedan mostrar las conexiones entre la historia mundial y la microhistoria, tres casos distintos son puestos en examen. En primer lugar, Ali bin Yusuf ‘Adil Khan, originario de una familia turcomana de Irán, y quien después de vivir en el Decán pasaría al Gujarati para finalmente instalarse buena parte de su vida en la ciudad portuguesa de Goa durante el tiempo de la Contrarreforma católica. Según la interpretación del autor, a pesar de vivir en un ambiente católico, los portugueses deliberadamente apoyaron el mantenimiento de las “diferencias culturales” como una estrategia política. El segundo itinerario es el de Anthony Sherley, un británico educado en Oxford, quien igualmente cruza fronteras y creencias religiosas (convirtiéndose al catolicismo cuando le pareció necesario). Sherley viajó desde Venecia a través de ciudades otomanas para dirigirse a los dominios safávidas (Persia), intentando convertirse en embajador de los poderes europeos, en busca de una alianza contra los otomanos. Su manera de percibir el mundo, al igual que su propia experiencia vital, lo llevan a criticar los análisis “etnográficos de la época” escritos en clave de religión o pertenencia étnica. Una cierta objetividad muy posiblemente relacionada con su propio desapego. Finalmente, el veneciano Nicolò Manuzzi, quien viaja a la India permaneciendo treinta años trabajando como “físico” para la Corte de los mogoles, viajando entre los dominios portugués, francés, e inglés.
A pesar de poner el acento en problemas de encuentros culturales y la proyección cultural de los sujetos, Subrahmanyam curiosamente concluye su libro llamando la atención sobre las características que Georg Simmel habría atribuido al extranjero (entendido más bien como Fremd o alien). Se trata de una interpretación sociológica a la pregunta de qué es el extranjero, y no simplemente de una lectura que se mantiene fiel a la manera como los contemporáneos entendieron tal fenómeno, como sucede en la interpretación (microhistórica o pragmática46) de Simona Cerutti en su libro publicado simultáneamente con el de Subrahmanyam. A diferencia de este último, la historiadora afiliada al grupo de historiadores italianos asociados a la microhistoria previene sobre el uso del concepto de extranjero, cuya acepción moderna sería más bien el resultado de un proceso de control regio tanto sobre el Estado como sobre los vasallos. Según lo dejan ver los documentos judiciales estudiados por Cerutti desde hace muchos años, la noción de extranjero estaría relacionada con una categoría donde prevalecería menos un lugar de origen y más una situación de constante incertidumbre para acceder a los recursos locales.
No se trata simplemente de una diferencia en el tratamiento conceptual pues queda evidenciado que, mientras que Cerutti centra su trabajo en los archivos de Turín para hacer su “thick description” (aquello que los italianos llamaban reducción de escala, desde donde podría ser posible obtener interpretaciones sobre fenómenos generales), Subrahmanyam plantea una microhistoria conectada donde parece prevalecer cierta perspectiva translocal, moviéndose entre distintos espacios y naturalezas de registros históricos. La conjugación entre la historia global y la perspectiva translocal de alguna manera puede complementar aproximaciones globales demasiado economicistas, que ponen la atención en comparaciones entre grandes áreas geográficas no siempre comparables (Europa-Asia) o instituciones político-económicas, dando así una visión de historia social y cultural. A diferencia de la comparación entre vastas áreas, la escala micro en clave translocal permite observar cómo los lugares (entendidos como locales) eran espacios vividos y creados por los propios sujetos, que a su vez respondían a los grandes procesos47.
A este respecto, un ejemplo recientemente analizado es el de Elías de Babilonia, quien en 1688 dejó la ciudad otomana de Bagdad para comenzar un largo viaje que lo llevaría por Europa y luego por las colonias españolas. En su viaje de dieciocho años, Elías vivió y fue registrado (bajo diferentes nombres) en documentos en varias ciudades, entre ellas, Roma, Nápoles, París, Lisboa, Madrid, Lima y México. En este sentido, el sacerdote de Mosul sería un claro ejemplo de personas cuyas vidas sucedían entre varios imperios, idiomas y religiones. Ghobrial plantea la pregunta de qué hacer con este tipo de vidas que muestran claramente un continuo de encuentros culturales. Según el autor, esta mezcla entre microhistorias, biografías e historias globales debe ser utilizada como ventana a través de la cual observar los mundos en los que estos personajes vivían. Lo anterior, porque mientras los procesos de circulación de la porcelana desde China hasta Europa del norte pueden llevar a observar las particularidades de ciertas conexiones, no sucede lo mismo con estos agentes que se mueven entre diferentes espacios.
En el último caso aparece más bien una serie de fenómenos relacionados con la subjetividad y la vida cotidiana, entre los cuales destacan los asociados a la disimulación, autorrepresentación e improvisación, tal como ya había sido estudiado por Subrahmanyam o Zemon Davis48. Surge aquí un problema: el conocimiento histórico no puede quedar reducido a una sumatoria de vidas de varios agentes. Al seguir estos procesos de vinculación social en espacios globales, el historiador se enfrenta a varios problemas, entre los cuales el menos importante no es cómo no terminar simplemente haciendo un conjunto de caricaturas de una serie de vidas globales. Para evitar recrear una vida tras otra terminando por tener un conjunto de caricaturas de una serie de vidas globales, y todas ellas desligadas de cualquier atributo local, Ghobrial propone leer la experiencia global de Elías en clave local, es decir, una historia global que, si bien da cuenta del mundo de conexiones existentes, no sólo presta atención a estas, sino que además refiere una historia local profunda49.
Una vez más, se trata de observar la forma como los intersticios locales se conectan con, o son estructurados y reestructurados por, diversas cadenas de interacciones y de causalidades directas e indirectas que no se limitan simplemente a lo local ni se oponen a este. Al observar en detalle de qué manera los agentes construyen tales espacios locales a través de cadenas de interacciones queda evidenciado que, al igual que la historia global, la microhistoria global no daría cuenta de cómo todas las partes del mundo habrían estado conectadas, sino, más bien, cómo la estructuración de la agencia de los sujetos (para ponerlo en términos que recuerdan a Bourdieu) respondía a esa cadena de interacciones y causalidades. Aunque por obvias razones hasta el momento son aquellos individuos que circulaban entre distintos espacios políticos, idiomáticos y religiosos los que han llamado la atención, se debe decir que la construcción de lo local en clave global se evidencia en sujetos que, sin necesariamente desfilar entre diferentes espacios, religiones o idiomas, o incluso sin moverse de su mundo local, interactuaban con las consecuencias de causalidades que ocurrían en una escala translocal entre distintos océanos50. Estos casos deberían ser más estudiados.
En cierto sentido, esta perspectiva se opone a la arriba mencionada y recuerda una vez más la dicotomía entre una microhistoria cercana a la cultura (Ginzburg) y una cercana a los problemas e interpretaciones de las ciencias sociales (Levi). Emma Rothschild critica la idea de que eventos externos no tienen cómo afectar regiones localizadas dentro de algunos países. Se trataría de hacer una historia de cómo los individuos “viven” la economía, más bien que cómo esta evoluciona de manera independiente. Es una historia que se aproxima principalmente a la microeconomía y se separa de la macroeconomía. Se buscaría hacer con ello una historia que partiría desde los individuos y sus circunstancias locales buscando examinar grandes conexiones “including the individuals’ own connections and discontinuities”. Como propone Rothschild “It is a return to the sources, and even to the ‘project’ of social history”51. Para demostrar su argumento, la autora toma el ejemplo de una ciudad localizada en Francia (Angulema), y, a través de la reconstrucción de las redes de los agentes, muestra en qué medida los habitantes de esta ciudad estaban indirecta y directamente conectados con el mundo exterior. Se debe resaltar que, a diferencia de la “sociedad escenario” que tanto agrada a los historiadores asociados a los determinismos culturales postestructurales, los historiadores que se preocupan por analizar la sociedad desde la perspectiva de las redes se hallan mucho más atentos a la configuración de las estructuras sociales.
Así las cosas, Marie de Aymard le permite a la autora demostrar la extensión de esos vínculos y la manera como los individuos aparecían envueltos en ellos. Marie nació en Angulema en 1713 y murió en la misma ciudad en 1790. A pesar de que no sabía escribir se comunicaba con su esposo, en la isla de Granada, a través de cartas escritas por terceros. En 1764 se presenta ante el notario de la ciudad para declarar que su marido había comprado tiempo antes unas mulas y negros que le producían una entrada de dinero diario. Su marido había muerto en Martinica, en su camino de regreso a casa, dejando su “pequeña fortuna” en poder de un comerciante de Martinica o Fort Prince, según le habían informado algunas personas. La declaración ante notario era utilizada para nombrar un apoderado que pudiese recobrar la herencia que les correspondiese a ella y a sus hijos. Otro de los documentos a través de los cuales se puede seguir el rastro de Marie es el contrato de dote de una de sus hijas, elaborado en 1764. Sorprende que la cantidad de personas que firmaron dicho contrato asciende a 83.
Con un mundo social vivido en la periferia de las jerarquías sociales de la época es sorprendente cómo al reconstruir la red de relaciones de estas 83 personas aparecen por lo menos 304 individuos, quienes, vinculados de una u otra manera a Marie, dejan ver una Angulema más firmemente conectada con el Atlántico de lo que antes podría pensarse52. Sobra decir que no se trata solamente de analizar las relaciones de poder que tendrían como tarea ocultar o crear una representación sobre la vida de una mujer (como en el caso de Fuentes, citado arriba53), sino de ver, a través del mundo socialmente construido por Marie, cuánto los sucesos de una ciudad estarían asociados a fenómenos mucho mayores. Se trata de analizar los procesos de configuración de la sociedad, y no de cubrir esta con una retórica de la fascinación, cuya función es justificar el empleo de esquemas teóricos de moda, así como investigaciones que no siempre están basadas en un trabajo riguroso de archivo.
Otro de los ejemplos de este tipo de textos que buscan explicar y conectar lo local y lo global a través de casos micro es el de Louis Mandrin, un contrabandista francés que operaba en el sur del país, y a través del cual Michael Kwass busca analizar la convergencia de tres macrofenómenos en un mundo en miniatura. Mandrin es empleado por el autor para descomponer cómo la convergencia de tres tipos de efectos centrípetos y centrífugos -la globalización, la revolución del consumo y la configuración del Estado- puede ser analizada desde el punto de vista de un individuo. Al hacer esto se propone una especie de modelo (debe decirse, de paso, que recuerda bastante el braudeliano): “large-scale, long-term processes that affected much of humanity, medium-scale evolutions in European states and societies […] and small-scale even minuscule, instantaneous events in the life of a single human being”54. Un movimiento de péndulo entre esas tres perspectivas hace posible analizar conexiones no sólo entre fenómenos de larga y corta escala, sino entre fenómenos sociales, políticos, económicos y culturales, que configuran todas las esferas en las cuales los agentes se mueven. Y termina el autor: “Bridging the global, the national, and the local as well as the economic, the political, and the cultural”, el libro busca así explorar “the full force and impact of the eighteenth-century underground economy”55.
Tanto en el caso de Marie como en el de Mandrin, se trata de observar y estudiar la economía tal como funciona sobre el terreno de la vida de los agentes, lo que recuerda la propuesta de Braudel en Civilización material, economía y capitalismo56. Un análisis sobre el terreno donde se combinan lo económico, lo político, lo social y lo cultural, y donde los agentes no leen y entienden su mundo y realizan sus elecciones exclusivamente a través de los determinismos culturales impuestos no pocas veces anacrónicamente por el investigador (y debe resaltarse la palabra imponer, en el sentido de que es un acción de poder, una violencia metodológica, implementada con el objetivo de desvelar las acciones de poder del pasado para crear una historia-retórica). Ver la sociedad operando sobre el terreno obliga a su vez a subrayar que, a pesar del distanciamiento cada vez mayor de los historiadores de la economía y la teoría económica, los economistas hace mucho tiempo tienen a los individuos y su agencia como punto de partida de su construcción teórica.
En otras palabras, mientras que los historiadores se han alejado de las proposiciones teóricas de la economía y pasado a depender cada vez más de los estudios culturales, étnicos, de lenguaje, para demostrar la agencia de los agentes, es precisamente este concepto el que se encuentra ampliamente en la base del trabajo de los economistas, para quienes el mercado no es otra cosa más que el continuo contacto de series de elecciones realizadas por los agentes. Ha sido tendencia durante las últimas décadas elaborar trabajos “de abajo hacia arriba”57, y los historiadores se han contentando simplemente con mostrar que personas comunes de algunos grupos sociales definidos principalmente en términos de raza, clase, género, o etnicidad, tienen agencia. Agencia entendida como la capacidad que tenían estos agentes de elegir y construir sus destinos y, subraya Lamoreaux, que para los economistas puede parecer toda una paradoja presentar esto como una conclusión valiosa para el avance del conocimiento, ya que su disciplina se encuentra basada, desde hace mucho tiempo, en la idea de que todo individuo realiza elecciones bajo ciertas condiciones58.
Conclusiones
A través de una revisión bibliográfica, este artículo buscó llamar la atención sobre la necesidad de reflexionar sobre los usos y abusos de los determinismos culturales y de hacer un “combate por la historia” (por recordar a Lucien Febvre), en el que el estudio de la sociedad, entendida como un entramado complejo de operaciones, y no exclusivamente de significados y símbolos, pueda ocupar un lugar destacado. Después de varias décadas de predominio de la llamada recuperación de la agencia de los agentes subalternos (y sus razones culturales) parece que tal perspectiva ha llegado a un colapso metodológico y no conoce un avance teórico. No se puede dejar de tomar en cuenta, a este respecto, algunas de las críticas elaboradas por Tirthankar Roy tanto al concepto mismo de subalterno como a los análisis que se hacen en nombre de la agencia de los agentes59. El término mismo de subalterno haría referencia a “a vague set of people in a vague sort of way”. Un problema que remite a la discusión india de casta-clase. Este, sin embargo, no es el problema de este artículo. Lo que interesa subrayar con Roy es que si los subalternos son los pobres, entonces, este tipo de estudios no han cumplido con un criterio básico de una historiografía sobre esta categoría, esto es, una buena historia económica. Y este autor insiste en que es imposible entender cómo explicar el mundo de estos subalternos sin una narrativa donde quepan asuntos relacionados con los salarios, migración, contratos de trabajo, negociación, hogar, clima, técnicas, etcétera.
La consolidación de la microhistoria global, la cual, es importante decirlo, no puede pretender recolocar la agenda de debate que los historiadores italianos buscaban promover durante los setenta (es decir, una puesta en duda de los estructuralismos), sí puede, al contrario, servir para hacer una valoración programática contra los usos y abusos de los postestructuralismos (sobre todo, aquellos acríticamente importados de Estados Unidos), y, a través del análisis monádico (entendido en el sentido que Leibniz le brinda), analizar la sociedad funcionando sobre el terreno.
Por último, la microhistoria global no debe ser entendida como una simple narrativa donde habría una sociedad-escenario, sino más bien como una operación metodológica donde diferentes procesos temporales y geográficos de corta y larga duración se conjugan con la necesidad de responder a “grandes preguntas”. El análisis no de una pretendida libertad de los sujetos sino de las estructuras objetivas incorporadas subjetivamente a través de ciertos procesos, para traer a debate a Bourdieu. En este sentido, la microhistoria global puede ser de gran utilidad. O como la cita de Bertrand Russell con la cual Bourdieu comenzaba uno de sus libros, Las estructuras sociales de la economía, donde el propio concepto de agencia y utilidad marginal predicado por los economistas era puesto bajo critica: mientras que la ciencia económica se trata de cómo las personas realizan elecciones, la sociología, al contrario, se trata de cómo ellas no tienen ninguna elección para hacer. La microhistoria global podría tratar de cómo se hacen y no se pueden llevar a cabo elecciones en un mundo de interacciones de larga y pequeña escala.