El cambio climático que está ocurriendo, y cuyos impactos se harán cada vez más evidentes a medida que transcurra el siglo XXI, es preocupación no solo de científicos especializados en la ciencia del clima, sino también de planificadores, economistas, sociólogos y políticos responsables del desarrollo de los territorios en diferentes países del mundo. Esta preocupación radica en que el clima incide de diversa forma y grado en los distintos procesos que se desarrollan en los territorios, toda vez que afecta la distribución espacial de los ecosistemas, los servicios ecosistémicos y las actividades que realiza la población. Cualquier modificación de las condiciones climáticas repercute en el desarrollo de los pueblos y de sus instituciones; en otras palabras, el cambio climático termina siendo un factor de alternación del ordenamiento territorial. En reconocimiento de la gravedad del problema, la comunidad mundial, desde finales del siglo XX, ha iniciado acciones para reducir la magnitud del calentamiento (mitigación) y para ajustar el desarrollo en los territorios a nuevas condiciones climáticas (adaptación), lo que ha implicado la implementación de políticas en los países orientadas a cumplir tales metas. En materia de mitigación, por ejemplo, la actual meta mundial fue convenida en diciembre de 2015 por los países de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático firmantes del Acuerdo de París, con la que se busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a tal nivel que sus concentraciones en la atmósfera no generen un calentamiento mayor de 2oC, y preferiblemente, que no sobrepase los 1,5oC.
Es necesario señalar que las políticas de mitigación del calentamiento global y de adaptación al cambio climático han sido impulsadas principalmente por el sistema de gobernanza internacional del clima que, en la práctica, ha ejercido un dominio de facto sobre los ámbitos nacionales y locales. El sistema de gobernanza del clima es hoy en día un campo abierto marcado por tensiones y negociaciones. Por un lado, las corrientes que por comodidad de síntesis podemos definir como “modernismo tecnológico” identifican en el papel del capital financiero y de la tecnología los ejes necesarios a lo largo de los cuales se deberían medir tanto la mitigación como la adaptación en los países. Estos actores tienden a favorecer soluciones al problema de la sostenibilidad a partir de alianzas entre gobiernos y agencias de cooperación, generalmente inspirados por enfoques tecnocráticos y relativamente poco dispuestos a una negociación con los actores locales o las comunidades. Siempre y en la misma dirección, un rol importante es desempeñado por la comunidad científica que, a través de instituciones como el Intergovernmental Panel on Climate Change o centros de pensamiento global como el Stockholm Environmental Institute o el Tyndall Centre for Climate Change Research, se ha constituido como un componente esencial de la gobernanza del clima. Este conjunto, complejo y estratificado, es capaz de producir con sus interacciones un efecto homogeneizador sobre las políticas públicas y las prácticas sociales relacionadas con la mitigación y la adaptación en el Sur Global. Por otro lado, encontramos un mosaico de iniciativas locales, que van desde la desobediencia institucional de ciudades como Nueva York frente a los dictámenes de la administración Trump, hasta una constelación de iniciativas autónomas, algunas veces en abierto desafío a las instituciones y los intereses económicos. Esta otra parte del espectro nos presenta la importancia de la acción frente a las transformaciones en acto hacia posturas más radicales que identifican en la acción del capital financiero e industrial en los territorios una de las causas, sino la principal, de la fragilización de los propios territorios y sus culturas y, por ende, de la posibilidad de hablar de sostenibilidad y adaptación.
De otra parte, en medio de la hegemonía global de unos pocos respecto de las políticas sobre cambio climático, las diferentes realidades territoriales, en términos de las diversas geografías políticas, económicas y humanas, tienden a ser ocultadas por las dinámicas de la gobernanza internacional del clima. Debido a que las relaciones clima-territorio son particulares, producir fórmulas generales sin consideración de las especificidades económicas, sociales y culturales de comunidades dentro de un territorio dado, además de que puede resultar contraproducente, trae respuestas conflictivas, orientadas a defender la independencia y autonomía en las decisiones y acciones dentro de su concepción de desarrollo. También es necesario reconocer y analizar que la implementación de acciones de mitigación y de adaptación está transformando los territorios mediante la reorganización espacial de la interacción sociedad-naturaleza que en ellos se desarrolla, pero esta reorganización está orientada por intereses particulares de coyuntura y pone en riesgo la sostenibilidad de las futuras generaciones en las regiones de los países en desarrollo. Ante esta situación, se requiere de la geografía un análisis crítico y propositivo que oriente las respuestas al calentamiento global y al cambio climático hacia un verdadero desarrollo sostenible.
Otro asunto de importancia en la gestión de acciones frente al cambio climático es que, en la política doméstica de diversos países en desarrollo, las acciones para la mitigación del calentamiento global y la adaptación a un clima cambiado pasan por múltiples dificultades y vicios. Una de ellas es, por ejemplo, la corrupción que trae la abundancia de recursos destinados a la mitigación de estos problemas, una situación paradójica en la que la gran cantidad de recursos producen pocos resultados concretos. El problema no es solo de recursos, sino de las diversas formas de corrupción que pululan a su alrededor.
Esta variedad de asuntos relacionados con la mitigación y la adaptación debe ser visibilizada y analizada, con miras a que las comunidades realmente tengan resultados concretos y efectivos para su propio desarrollo autónomo e independiente. La presente edición de Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía incluye algunos aportes a esta reflexión.