Introducción
Desde principios del siglo XX, se han desarrollado diferentes instancias de un conflicto, entre las Provincias de Mendoza y La Pampa, por el uso del agua del río Atuel (Cazenave 2012; Dillon y Comerci 2015; Rojas y Wagner 2016; Langhoff, Geraldi y Rosell 2017; D'Atri 2018). Este río nace en la laguna del Atuel, que es de origen glaciar. Su red de drenaje en la cuenca alta, se extiende desde el Paso de Las Leñas al norte hasta el portezuelo de Las Lágrimas al sur. Estos territorios están ubicados al sur de la Provincia de Mendoza, en la cordillera de los Andes, muy cerca del límite con Chile. El mencionado río circula hacia el este y posteriormente al sureste hasta unirse con el río Desaguadero-Salado. Ya en territorio pampeano es cuando adquiere el nombre de Chadileuvú. Desde allí, el Chadileuvú, atraviesa el oeste de la Provincia de La Pampa, formando hacia el suroeste provincial una serie de lagunas (denominadas genéricamente Urre Lauquén1), que según parece constituía en otros tiempos un vasto reservorio de agua que se unía a través del río Curacó al río Colorado (Figura 1), especialmente en años de grandes caudales2.
El problema por el agua entre las dos juridisdicciones se puede remontar a principios del siglo XX, pues el uso que se hacía del río antes de 1900 fue poco relevante. Durante los primeros tiempos de la colonización del sur de Mendoza (desde antes de 1879) la agricultura se sostenía gracias a la utilización de las aguas del río Diamante. En tiempos recientes, cuando se incrementaron las áreas irrigadas del sur mendocino con la incorporación del río Atuel3, comenzaron las primeras disputas. El problema ambiental derivado de la diminución del caudal, con la consiguiente afectación de ecosistemas y poblaciones, no se transformó necesariamente en un conflicto ambiental, hasta que no surgieron demandas colectivas y amplificación de dicho problema en ciertas arenas públicas. Barbosa (2017) identifica el inicio del conflicto durante 1918 con los primeros reclamos y manifestaciones en la escala local4. El reclamo logró trascender la escala local y se instaló en la agenda pública nacional, en la década de los cuarenta, con la carta de Garay al presidente Perón (en momentos que se interrumpe el Arroyo La Barda, por la construcción de los Nihuiles) (Rojas y Wagner 2016; Barbosa 2017). Es entonces, a partir de mediados del siglo XX, que aparecen organizaciones sociales pampeanas que colocan el conflicto en la escena pública, a través de acciones colectivas que visibilizan sus argumentos a nivel nacional.
El reclamo actual de la provincia pampeana está centrado en la cantidad de agua que debería llegar a su territorio, de no haber sufrido la afectación en el sector de la cuenca mendocina, derecho que ostentan porque el Atuel es un río interprovincial. Como se ha dicho, este proceso ha motivado un largo conflicto interprovincial. En este sentido, La Pampa ha interpuesto a comienzos del 2014 una -segunda- demanda contra Mendoza, en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por la cual solicita "amparo por daño ambiental" y "la restitución del caudal fluvioecológico original". Esta reivindicación ha sido impulsada por el gobierno de La Pampa, en conjunto con ONG y otros actores sociales5.
Pese a la gravedad del problema, los trabajos científicos existentes sobre el tema son relativamente escasos, y no profundizan en la dimensión de la variabilidad hídrica histórica, antes de 1906, cuando se instaló la primera estación hidrometeorológica. Araneo (2006) calculó para la estación La Angostura (entre 1906 y 2004), un derrame anual (medio) de 1110,18 hm3, con una tendencia a la disminución de su caudal de -2,47 hm3/año6. Es por ello que, como una contribución a esta controvertida problemática, decidimos indagar acerca de la variabilidad del caudal de los ríos que componen las cuencas Desaguadero-Atuel-Chadileuvú7 antes del siglo XX, para determinar cuándo, cómo y por qué comenzó la disminución del caudal de los ríos regionales.
Para ello hemos acudido en primer lugar a la información provista por los documentos de archivo desde la perspectiva de la climatología histórica y hemos comparado los resultados obtenidos con los provistos por otras ciencias paleoclimáticas, como la dendrocronología, la glaciología y la meteorología.
Si bien el estudio es sobre la cuenca del río Atuel, hay que mencionar otros cauces que también confluyen en el Chadileuvú, aquellos de los ríos de la cuenca del Desaguadero. En la actualidad estos ríos presentan escaso o nulo caudal, aproximadamente desde el punto en que confluyen los ríos Desaguadero y Tunuyán. Estudios realizados muestran que hasta alrededor de 1700, el río Mendoza corría hacia el este, vertiendo sus aguas en el río Desaguadero. A partir de ese momento, este río que aporta sus aguas a la ciudad de Mendoza, comenzó a derivar hacia el norte por razones climáticas, hídricas y tectónicas (Abraham y Prieto 1981; Prieto y Chiavazza 2005). Como se ha descrito en los trabajos citados, hacia la segunda mitad del siglo XVIII, el norte de Mendoza y sur de San Juan formaban parte de un enorme complejo hídrico que comprendía las lagunas de Guanacache, el cual estaba alimentado por las aguas superficiales de los ríos Mendoza y San Juan (y sus respectivas ciénagas del este de la ciudad de Mendoza -Bermejo y Plumerillo- y su vertedero natural, el arroyo Tulumaya y la ciénaga del río San Juan, llamada, El Cochagual). El desagüe natural de este complejo hídrico lo constituía el río Desaguadero, que corriendo de norte a sur recolectaba, además, las aguas del río Tunuyán y las del Diamante8, hasta unirse con el Atuel en la provincia de La Pampa.
Abordaje teórico metodológico
Los métodos de la climatología histórica se basan en la utilización de fuentes documentales o archivos históricos, para la reconstrucción climática e hidrológica. La climatología histórica ha sido enfocada desde diferentes perspectivas y métodos; algunos autores de referencia (Pfister et ál. 2001; Brázdil et ál. 2005), la ubican en la interfase entre la climatología y la historia ambiental. Es así que esta disciplina presenta abordajes paleoclimáticos y, a la vez, propios de la historia, la geografía o la ecología política (Prieto y García-Herrera 2009; Prieto, Rojas y Castillo 2018).
Nuestro objetivo principal en este trabajo es reconstruir las condiciones ambientales del oeste de La Pampa y del sur de Mendoza, desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, poniendo énfasis en los recursos hídricos. La metodología elegida en esta ocasión propone realizar, en un primer momento, una selección de los documentos de archivo que contengan datos hidrológicos, para proceder a su extracción y categorización.
La validez de los datos se verifica a partir de una rigurosa crítica documental, incorporando la técnica de análisis de contenido, que permite derivar datos climáticos desde documentos históricos, además de ayudar a interpretar y cuantificar los procesos climáticos en general. El conocimiento histórico, cultural y geográfico de las tensiones, intereses y contextos particulares de cada fuente documental es imprescindible para interpretar adecuadamente las perspectivas narrativas y los datos allí presentes (sean archivos militares, comerciales, científicos o religiosos). Una vez realizada la interpretación cualitativa de los datos, esta se traslada a niveles ordinales que van a permitir realizar análisis estadísticos y comparaciones con series paleoclimáticas provenientes de otras fuentes (Moodie y Catchpole 1975; Baron 1982; Prieto y García Herrera 2009). La reconstrucción resultante se expresa a través de una "línea de tendencia" de la variabilidad de los caudales del río Atuel (1776-1946). Utilizando los indicadores señalados, se determinó una escala de cinco categorías: crecidas extraordinarias (2), crecida (1), caudal normal (0), bajo caudal (1), y caudal extremadamente bajo (-2). En este caso no se construye una serie, como suele hacerse en climatología histórica con un método similar, pues los datos existentes son insuficientes. A posteriori, se comparó esta línea de tendencia con la información provista por otras disciplinas, tales como la dendrocronología, la glaciología y la meteorología. Por último, se realizó una interpretación cualitativa -final- de las fuentes documentales, pero -en este caso- considerando la reconstrucción y las comparaciones realizadas en el paso anterior.
Es importante destacar que, en este caso, la característica más sobresaliente de la documentación es su escasez respecto a otras áreas del país y su concentración en tres momentos concretos.
Primera etapa 1784-1809
La información escrita sobre el sureste de Mendoza y norte de La Pampa, por personas que recorrieron el lugar, comienza en la década de 1780, tiempo después de iniciarse las primeras campañas militares contra los indios pehuenches, alrededor de 1760. El primer dato lo ofrece el Comandante Amigorena, quien da cuenta en marzo de 1784 de una inmensa crecida de todos los ríos del sur de Mendoza: "[...] conseguí destruir las tolderías [...] al occidente del gran Río que forman los nombrados Diamante, Atuel, Tunuyán y Bebedero [...] campo tan guadaloso, lleno de pantanos y barriales que la continuación de los fuertes aguaceros pusieron en un estado fatal [...]" (Morales Guiñazú 1937, 210). No pudo cruzar el río:
[...] por causa del insuperable caudal de aguas [...] que causó la extraordinaria creciente de todos los ríos que lo componen [...] [los indios] arrojáronse a los grandes bañados y lagunas que entre el bosque formó la creciente sin ejemplar, arrojéme yo tras ellos con una partida, siempre por el gran camino de los indios que estaba inundado, pero después de haber caminado dos leguas en parajes a nado y no haber podido llegar al canal principal se tuvo por inaccesible [...]. (Morales Guiñazú 1937, 210)
Undiano y Gastelu, quien también recorrió la región en ese mismo año -1784- refiere el mismo fenómeno en su proyecto presentado durante 18049.
El Comandante Barros, en el diario de su expedición contra los huilliches, consigna el gran caudal del río Diamante/Atuel. Relata que el 31 de agosto de 1789, para poder cruzar ese río, también llamado Potrot "[...] lo [...] executamos en balsas de cuero por lo acaudalado que es [...]". (Archivo General de la Nación - AGN 1789, 9/1-3-5).
El prestigioso naturalista Félix de Azara también se ocupó en 1790 de expresar su asombro ante el caudal que llevaba el río Diamante/Atuel el cual "[...] lleva suficiente agua para ser navegable, a lo menos con chalupas, desde que se le incorpora el Atuel hasta encontrar el Río Negro (sic), y este, desde allí a la mar en la costa patagónica [...]" (de Azara 1969, 221).
Unos años después, durante 1798, el río Tunuyán formó otro cauce hacia el sur (Archivo General de la Provincia de Mendoza - AGPM 1798), contribuyendo a aumentar el caudal del río Desaguadero. Es en 1809 cuando el río Diamante, que funcionaba como afluente directo del río Atuel, se alejó de este último, abriendo un nuevo cauce hacia el este y aportando directamente al Desaguadero-Salado. Si bien el encargado del Fuerte de San Rafael, Miguel Telles y Meneses, se atribuyó el desvío del río, concordamos con De Moussy, quien, al referirse al hecho, afirma que la causa del evento fue una gran crecida en la temporada estival, relacionada con periodos de colmatación del cauce con arena y material de arrastre (fenómenos de agradación) seguidos de súbitas crecidas del río que provocaron su cambio de curso. Como pasó "[...] con el Diamante que, cesando su reunión con el Atuel, fue, a fines del siglo pasado a verter sus aguas en el Desaguadero, abajo del paso de las Piedritas [...]". (De Moussy [1860] 2005) (Figura 2).
Datos: elaborado por Facundo Rojas a partir de la versión preliminar realizada por Liceaga (2017), y de las fuentes de los mapas confeccionados en Prieto y Abraham (1998).
Si relacionamos esta afirmación, con el hecho de que entre 1720 y 1790 se produjo un periodo de veranos cálidos en cordillera (Villalba 1990) -que habría implicado un mayor deshielo- podemos afirmar que estos eventos habrían coincidido con desbordes de ríos, mayores caudales y cambios en los cursos de algunos ríos.
A estas fuentes se agregan un poco más tarde el relato de los viajes realizados por funcionarios de la Corona española (Cerro y Zamudio [1802] 1837; Sourriére de Souillac [1805] 1837) hacia esa región entonces desconocida por ellos, con el objeto de explorar nuevas rutas comerciales entre Buenos Aires y Chile que evitaran las nieves de la estación invernal en el Paso de la Cumbre (actual Paso Internacional Los Libertadores que une las ciudades de Mendoza y Los Andes) (Acevedo 2007).
En 1804 con el mismo objetivo, Justo de Molina Basconcelos partió de Chillán y traspuso la cordillera por el Paso de Alico (actual Paso de Laguna de Epulafquen). Sin embargo, vio frustrado su intento de cruzar el Chadileuvú ante la enorme crecida, por lo que se dirigió a Mendoza y desde allí, por el camino de postas siguió hasta la capital del Virreinato. Por el contrario, al año siguiente (1805), no tuvo inconvenientes en cruzarlo para regresar a su tierra desde Buenos Aires (Molina 1805; Della Mattia y Mollo 2002).
Por otra parte, era propio de esta etapa -un periodo en que la navegación fluvial era una de las características más importante del transporte comercial en Europa- que los viajeros sintiesen la tentación de arriesgar hipótesis sobre el tipo de embarcación que podría transitar con comodidad por los ríos del área. El aporte de estos datos, por parte de los observadores, nos permitió establecer -de acuerdo con las dimensiones y calado referidas por cada viajero sobre las embarcaciones aludidas- una aproximación al caudal de los ríos, en diferentes años (Tabla 1).
Una fuente reiteradamente citada es la obra de Luis de la Cruz, funcionario del Reino de Chile que se ofreció a buscar un nuevo camino que uniera el Fuerte de Ballenar (actual Región del Bío-Bío) en Chile con Buenos Aires en 1806. Este funcionario de la Corona fue quien primero describió la inmensa laguna de Urre Lauquen. Es importante destacar que el funcionario no la vio personalmente, sino que basó sus descripciones en los relatos provistos por los indígenas. Justamente esas descripciones se realizaron en fechas cercanas a la ocurrencia de uno de los más fuertes fenómenos El Niño que se conoce: el de 1803-1804, el cual seguramente también experimentó de Molina Basconcelos. Respecto a este tema, debemos señalar que, cuando los documentos históricos consignan grandes caudales de los ríos de la región, es probable que los registros correspondan a años en que se había producido un evento El Niño, el cual, provoca en esta región intensas precipitaciones nivales en cordillera y, consecuentemente, un aumento de la escorrentía en el verano posterior.
Dice Luis de la Cruz:
Este río [el Atuel] es de bastante agua [...] su ribera es de enea o batru (totora) y carrizo; por ambas partes forma preciosas islas [...] [cruzan el río con una balsa] La anchura del río es de noventa y ocho varas y su profundidad de dos, corre muy lentamente y su plan es trumagoso y pastoso, pues por la claridad de las aguas se ve muy bien [...]. (de la Cruz 1806, legajo 179, 25)
Este río que antes se llamaba Ocupal [...] nace de la cordillera de Malalque, corría antes de mayor cuerpo de aguas por el cajón de Potrol y a causa de un derrumbe siguió este curso [...] dicen que a cinco leguas de distancia se junta dicho Potrol con este río por donde este mismo se junta con el siguiente que según reconozco es el Desaguadero [...] Puelmanc -su informante- [...] asegura que el río del Diamante, que sale del lugar de Cusa, corriendo hacia el Oriente, se le emboca a este río [el Atuel] que nos resta y con él toma al sur, formando en todos estos bajos inmensas lagunas, hasta juntarse con este Chadileubú [...] desde donde todos juntos corren hasta resumirse en un gran lago [Urre lauquen]. (de la Cruz 1806, legajo 179, 25)
El mapa de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla (1775) es el primero que se conoce sobre el área de estudio. En este primer mapa, si bien está presente una toponimia que corresponde a nuestra zona de estudio, la configuración de los ríos y lagunas a las que alude muestran grandes diferencias con la toponimia que podría haber existido en los últimos siglos. Por lo cual, probablemente se realizó el mapa de estos territorios basándose en diferentes relatos, sin haber recorrido los respectivos lugares10.
En abril de 1806, Hernández -otro militar-, partió del Fuerte de San Rafael para explorar el río Chadileuvú. Según este militar:
[...] este río corre de N a S y es bastante abundante de agua [...] en lo más explayado de él tiene 100 varas de ancho: y fuera de este placer tendrá su caja en lo más estrecho de doce a catorce varas y toda a nado [...]. (Hernández [1806] 1837, 11-12)
El 23 de abril cruzaron el Chadileuvú: "[...] A la una de la tarde hice echar la caballada en lo más esplayado del río, haciendo pasar gente á pié, y vadearlo por todas partes, que no dio más que hasta la cincha; la caballada dio un poso que hacer por tener el rio algún fango en medio [...] y previniendo que en ellos no podíamos pajar, determiné se hiciesen balsas de los cueros que á prevención traía [...]" (Hernández [1806] 1837, 11-12). En 1809, la mencionada separación de los ríos Diamante y Atuel marcó el fin de este periodo.
Segunda etapa 1830-1877
Durante el proceso independentista y las guerras civiles posteriores, se produjo un periodo -de aproximadamente treinta años- caracterizado por una notoria ausencia de información ambiental. Solo hasta alrededor de 1830 comenzó una nueva etapa, en la que predominan las fuentes de carácter militar, a partir de las expediciones punitivas contra los pehuenches y otros grupos indígenas. Este periodo se inicia con Juan Manuel de Rosas en la década de 1830 y se extiende hasta 1878 con la denominada "Campaña del Desierto". En estas incursiones, las tropas ingresaban más hacia el sur de la frontera. En este periodo, varios militares inclusive llegaron hasta donde confluían los ríos Atuel y Desaguadero (Chadileuvú) para formar más adelante la gran laguna de Urre Lauquen. Posiblemente fue en esta etapa cuando la gran laguna fue avistada por primera vez por funcionarios y militares. El evento El Niño - Oscilación del Sur (ENSO), 1832-1834, corresponde a estos momentos, cuando es probable que la zona lacustre estuviera colmada como consecuencia de la abundante nieve caída en la cordillera.
Durante este periodo, también se manifiesta el interés topográfico por estudiar la Laguna Urre Lauquen y su eventual unión a través del arroyo Curacó con el río Colorado, situado hacia el sur. El General Aldao (según Parish) la examinó en persona con motivo de una expedición contra los indígenas, a cuyo mando marchó en 1833, recorriendo a caballo toda su circunferencia, pero no encontró la salida que buscaba hacia el Colorado (Parish 1853, 251-252).
Benavídez ese mismo año también habría reconocido la gran laguna. Pudo distinguir el curso del Colorado a una distancia de cuatro leguas. Afirmaba que la laguna se podría unir con este río mediante la construcción de un canal, lo que significa que tampoco localizó una unión permanente entre la laguna y el río Colorado (Parish 1853, 263).
Por su parte, el Coronel Velazco con sus tropas reconoció el Atuel y el Chadileuvú en 1833 (Velazco [1833] 1937). Sobre el primero afirmaba que:
[...] es bastante caudaloso, que puede navegar un bergantín.11 Al NE de nuestro campo tiene un paso vadeable a caballo y no llega el agua más que al encuentro. Se reúne al Salado-Chadileuvú como 5 leguas más abajo [...] En el centro de la isla (en medio del río) se encontraba el cerro de Limay Mahuida [...] (como 100 leguas circunferencia) [...] (la isla de Limenmahuida) [...] formada por dos brazos del Chadileifú [...] tiene hasta la junta de los ríos Atuel y Salado como 15 leguas de sur a norte y una de poniente a levante; hay algunos zanjones que sin duda han formado las inundaciones del Salado; este, es magnífico, en la cantidad inmensa de agua que lleva, no se percibe su fondo pero el ancho no es más que como 50 varas castellanas: es sin duda navegable aún con fragata [...]. (Morales Guiñazú 1937, 125)
La recurrente (pero no permanente) unión de la laguna Urre Lauquen con el río Colorado, en diferentes épocas, nos aporta un indicador más acerca del caudal del Chadileuvú, teniendo en cuenta que mientras mayor era el caudal arrastrado por el río, más importante era el volumen de agua de la laguna y más posibilidades tenía de esta derramar sus aguas al río Curacó para unirse al río Colorado.
Para esta época ya se cuenta con escritos de naturalistas como Parish y De Moussy, quienes confeccionaron varios mapas y planos donde incluso se puede ver la inmensa laguna de Urre Lauquen. En algunos se observa el arroyo Curacó desprendiéndose de dicha laguna y desembocando en el río Colorado. Hay que decir que varios de los mapas existentes presentan errores y omisiones. Muchos de ellos provienen de autores que -suponemos- no recorrieron la región, y completaron la cartografía de las zonas no visitadas a partir de mapas anteriores. Esa metodología, no siempre reconocida, era usual en el trazado de mapas que realizaban viajeros y exploradores, en regiones más débilmente exploradas, por lo menos hasta fines del siglo XIX (Figura 3).
Datos: elaborado por Facundo Rojas a partir de las colecciones de mapas históricos disponibles en Biblioteca Nacional Mariano Moreno (sf.), David Rumsey Map Collection (sf.), Archivo General de la Nación República Argentina (1789), Memoria chilena (1806), Etnohistoria de La Pampa (2012).
Tanto Parish como De Moussy también describieron la situación de los ríos y lagunas durante años antes de la publicación de sus obras. Los trabajos de ambos son similares y se basan fundamentalmente en los datos de los primeros militares que visitaron la zona. De Moussy no aporta mucha más información que Parish sobre la zona y sus ríos. Este último se refiere a la Laguna Urre Lauquen como el sitio más austral adonde habían llegado las fuerzas militares (37 °S): "[...] la laguna de Choiquimahuida, que tendrá como 50 leguas de circunferencia, es la que se designa en el mapa que se acompaña con el nombre de Urre-Lauquén, o Laguna Amarga [...]" (Parish 1853, 262). Agrega que el Atuel:
[...] que corre en aquella dirección por una distancia considerable, hasta que los ríos Diamante y Cadileufú se le juntan, y acumuladas forman otro grande receptáculo de aguas sin salida llamado el Urrelauquen o Laguna Amarga, por ser sus aguas en extremo salobres [...]. (Parish 1853, 251)
También debemos aclarar que ninguno de ellos visitó el área en cuestión, sino que rescataron lo que había sido escrito por militares, aventureros y naturalistas sobre la región, con una mirada más cientificista y explicativa de los fenómenos descriptos. También repite que, en verano, el Atuel podría ser navegable con bergantines. Agrega De Moussy que:
Este curso de agua El Atuel-Salado continua directamente corriendo hacia el sur a través de terrenos perfectamente horizontales y por consecuencia sembrados de lagunas y bañados, hasta un gran lago salado llamado Curra-Lauquen que, en tiempos ordinarios no tiene una canal de descarga conocido. Pero, al decir de los indios, en los años de grandes aguas, los bañados del sur de estas lagunas comunicarían con el río Colorado y vertería allí sus sobrantes [...]. Esto es lo que se sabe y ha sido confirmado primero por la expedición de 1833 y luego la de 1854 [...] que todas esas planicies son bajas, sin ondulaciones [...] y que en los años lluviosos se forman muy vastos bañados. Parece que el Chadi-Leuvú y el Salado llevan mucha agua. Cruz, en 1806, y el Coronel Velazco 1833, estaban de acuerdo sobre ese punto y convencidos de su navegabilidad. (De Moussy [1860] 2005, 163-164)
Edmundo Day, médico y terrateniente de la región, en 1850 hizo construir una pequeña embarcación y reconoció el río Atuel por más de 15-20 leguas (Morales Guiñazú 1937, 146-153). Marcó del Pont ([1928] 1994) nos ofrece su itinerario, afirmando que partió con una gran canoa desde la laguna Urre Lauquen desplazándose en ella hasta la junta del Atuel con el Chadileufú -aguas arriba- y luego hasta el río Diamante recorriendo en total mil trescientos kilómetros. Agrega que "Con este viaje se demostró que estos ríos eran navegables en aquel tiempo por pequeñas embarcaciones" (Marcó del Pont [1928] 1994, 181-182).
Intelectuales como Hudson (referenciado a los años 1852-1854) también se interesaron por el río Atuel del cual afirma que no está:
[...] aún perfectamente averiguado si forma poco después el Cobuleubú [...] llamado más abajo río Colorado [...] ni tampoco parece completamente averiguada la circunstancia de no tener la gran laguna de Limenmahuida o Urre-lauquen desaguadero alguno [...]. Ambos ríos, Chadileofú y el Diamante, son caudalosísimos, y nada de extraño tendría que algún brazo de dicha laguna viniese a juntarse más al sud con el Colorado [...]. (Cruz, en la relación de su viaje desde Antuco dice al respecto: "Es de notar que también hay algunos indios que aseguran, y especialmente el pehuenche Tripainan, que este río de Chadileofú, más al sud, pasando una travesía de médanos, va a brotar en unos menucos u ojos de agua que ya vuelven a formar un considerable cuerpo que corre hasta el mar"). (Hudson [1898] 2008, 487)
Respecto a este punto, el Coronel Pueyrredón, al describir el río Colorado en 1861, afirma que:
[...] generalmente se cree que este río se corta o desaparece [...] que su origen es el Chacileu /Chadileuvú/ [...] o el Tunuyán, que pasando por Mendoza [...] se une más abajo para perderse en unas grandes lagunas, como en efecto se pierde; y que después de correr subterráneamente muchas leguas, vuelve a salir y forma el Colorado. Esto no es exacto. Estos dos ríos se pierden para no salir más y el Colorado [...] no se corta nunca. (Pueyrredón 1980, 50)
Tercera etapa 1878-1946
Desde 1879 comienza una tercera etapa, con la denominada Campaña al Desierto, con reportes militares más concretos y minuciosos. A estos se agregan posteriormente informes de naturalistas y geógrafos, primero acompañando a los expedicionarios y luego, finalizada la campaña contra los indígenas, contribuyeron al conocimiento de la región. En este periodo se cuenta, además, con información periodística. Se observa que las descripciones hacia fines del siglo consignan una lenta disminución del caudal del río, aunque seguramente el gran evento de El Niño 1877-1878 provocó un gran aumento durante esos dos años.
A partir de esta década creció la población de Mendoza (sector norte) por la afluencia inmigratoria; se comenzó a utilizar más agua para el regadío y las Lagunas de Guanacache, fueron disminuyendo su volumen por la retención de las aguas del río Mendoza en el oasis norte. Es probable que el caudal del Desaguadero-Salado también haya comenzado a disminuir por esta misma causa. El importante crecimiento del oasis de San Rafael y Colonia Alvear es más tardío, pues se produce hacia fines del siglo XIX y principios del XX, aunque el antecedente más lejano de San Rafael es el Fuerte San Rafael del Diamante construido en 1805. Por ejemplo, en la zona de la cuenca más cercana al territorio pampeano, se fundó durante 1901 Colonia Alvear (hoy la capital del departamento) y durante 1912 San Pedro del Atuel, hoy conocido como Carmensa. Además, hay que decir que las hectáreas de riego asignadas en concesión podían demorar años o décadas en efectivizarse en esta zona del sur provincial. El dato importante sería cuántas hectáreas efectivamente se utilizaban y no cuántas estaban asignadas a proyectos colonizadores.
Según Prieto y Abraham (1998), en el sur de Mendoza con la Campaña al Desierto se produjo la apropiación definitiva del territorio por parte del Estado y particulares, aunque existían ya grandes latifundios dedicados a la ganadería en las áreas más cercanas a la cordillera. Según Marcó del Pont ([1928] 1994) desde 1818 los indígenas habían comenzado a vender sus tierras, que se transformaron en estancias y más tarde gobernantes como Pedro P. Segura, en 1845, procedieron al reparto de tierras para el fomento de la agricultura. Sin embargo, es a partir de 1878 que se produjo la usurpación y colonización definitiva de nuevas tierras. La producción agrícola, centrada en la alfalfa y la vid, comenzó a ocupar un lugar importante en la economía del antiguo fuerte de San Rafael. Según el censo de 1864 del río Diamante, en ese año ya existían 13 canales de irrigación que abastecían a una población importante (AGPM 1864).
En 1871 ya habían comenzado a llegar inmigrantes franceses (Ballofet, Iselín) y de otras nacionalidades a la región. A través de la apertura de canales de riego y nivelación de campos se promovió la actividad ganadera y la agrícola. En octubre de 1903, se trasladó la antigua Villa a la Colonia Francesa, situada a 15 km al este-sudeste, también a orillas del río Diamante (Marcó del Pont [1928] 1994). Durante varios años solo el río Diamante fue utilizado para la irrigación, a tal punto que si bien, en 1891, las concesiones de aguas del río Atuel alcanzaban 49.034 h, las labranzas eran de poca consideración (AGPM 1891). Es probable que gran parte de las aguas también se utilizara para sembrar alfalfa.
Desde 1879 contamos con varias descripciones de militares que rastrillaron la región del Desaguadero-Salado, persiguiendo a los indígenas. Sobre un recorrido realizado entre el 23 y el 27 de mayo de 1879, el Doctor Dupont le decía a Rudecindo Roca12: "Este arroyo, cuyo nombre ignoran indios y baqueanos, parece ser un afluente notable del río Salado y tiene un cauce de 30 a 31 metros de ancho, con una profundidad de 1 % metros, donde lo pasamos" (Dupont, citado en Racedo 1940, 124-125).
El río Salado (Chadi-Leuvú), a orillas del cual acampamos el 23 de mayo [...]. El cauce que vimos tenía entonces 21 metros de ancho, con una profundidad de un metro y sesenta centímetros [...] baqueanos que habían pasado en otros tiempos el río Salado, a esta altura, aseguran haberlo visto seco: dicen también que el agua es muy salada cuando llueve poco. (Dupont, citado en Racedo 1940, 124-125)
Los terrenos comprendidos entre la margen derecha del río Salado y los inmensos pantanos formados por las inundaciones del Atuel, son surcados por arroyos de una agua clara y potable: en partes fértiles y en partes estériles y salitrosas. Los pantanos formados por varios brazos del Atuel y por el Salado, ocupan un área considerable de terreno, que está en la mayor parte del año, debajo del agua. Estos pantanos, muy fangosos, tienen en su porción más angosta que atravesamos, una anchura de 17 kilómetros. Empleamos los días 25 y 26 de mayo para pasarlo, tirando caballos y mulas de las riendas con los pies en el barro y el agua en partes hasta las rodillas, en partes hasta la raíz de los muslos. (Dupont, en Racedo 1940, 124-125)
Otro militar, Hilario Alzogaray, afirmaba en el mismo diario de operaciones que "pues el Chadi-Leuvú nos impedía el transito [...] lo sondeé en varias partes y me convencí que solo a nado podía vadearse, pues las lanzas que introducía en el agua, en la orilla mismo no tocaban el fondo" (Racedo 1940, 190).13
Por el contrario, Rudecindo Roca afirmaba en 1881 que:
En la época en que el coronel Velazco (1833) vió el Salado, debía estar en el apogeo de sus más grandes crecientes. En la actualidad no tiene más ancho en este paso que 60 metros por 5 pies de profundidad, en el Puente de Tierra 40 metros de ancho por 18 pies de profundidad, en el Meuco 65 metros de ancho por 15 pies de profundidad, y en el paso sin nombre 50 metros de ancho por 15 pies de profundidad. (Racedo 1940, 116)
Hemos comprobado que lo mismo expresaban en 1879 los militares que acabamos de citar. Es posible entonces que El Niño de 1878-1879 haya incidido en el extraordinario aumento de caudal que describen para ese año los militares ya citados.
Una fuente interesante son los censos nacionales. A partir de 1895, las descripciones que estos presentaban sobre la geografía e hidrología de Mendoza estaban escritas por geógrafos y naturalistas de renombre en la época y aportan otra visión de la situación hídrica regional. En el Censo de 1895 (tomo I, 50) se afirma que el Desaguadero se encuentra "[...] sin agua la mayor parte del año [...] Un brazo [...] corre hacia el sur hasta la Laguna de Curre Lauquen". Esto implica que el Desaguadero, como ya lo habíamos indicado anteriormente, llevaba poca agua desde fines del siglo XIX.
La introducción a los ríos mendocinos del Censo de Mendoza de 1909 la escribe Manuel Olascoaga, quien afirma algo similar a lo expresado anteriormente respecto a la escasez de caudal de los ríos regionales. El río Atuel:
enriquece vastas extensiones de tierras de cultivo y en muchos puntos facilita el riego por sus dos riberas -gira al N buscando incorporación al Diamante (interrumpida) abriéndose cauce al SE y S en cuya última orientación marcha hasta desaparecer en los pantanales extremos del Chadileufú [...]. Ha sido navegado después del Salto del Nihuil, hasta su término sobre los pantanos de Urrelafquen, en una canoa. (Latzina y Martínez 1910, 97)
Reafirmando lo expresado por otros autores, opina que:
[...] aunque algunos textos geográficos hablan de sus aguas que llenan las lagunas de Urrelafquen y sus rebalses corren hasta el Colorado, el Chadileufú en la última parte de su curso, cuando ha recibido los cuatro ríos [...], transporta un caudal muy insignificante que no corresponde ni a la centésima parte del que recibe y es casi nulo el desagüe que hace en el río Colorado por el arroyo riscoso llamado Curacó. El resto de las aguas están encenegando e invadiendo grandes extensiones de buenas tierras provinciales y nacionales y el río Colorado que hasta 1807 (sic) recibía del Chadileufú el caudal íntegro de nuestros ríos, era navegable como era navegable el Chadileufú según la exploración personal de aquella fecha por el general español José M. de la Cruz. (Latzina y Martínez 1910, 97)
El capítulo hidrográfico del Censo Nacional de 1914 fue escrito por el geógrafo Latzina, quien luego de dar un panorama general de la cuenca y de los ríos que la componen, concluye que el río Salado nace en los terrenos anegadizos
[...] formados por el Desaguadero [...]. Desde su nacimiento hasta su entrada en el territorio nacional de La Pampa donde toma el nombre de Chadileuvú es límite entre las provincias de San Luis y Mendoza [...]. El Salado o Chadileuvú termina en la laguna Urrelauquen (Pampa) de la cual es aún dudoso si comunica con el río Colorado por medio del arroyo Curacó. (Latzina 1916, 113)
Lo más interesante de estos textos es la incertidumbre acerca de la existencia o no de una conexión entre la laguna Urre-Lauquen y el río Colorado hacia fines del siglo XIX, cuestión que en textos posteriores se presenta como una constante histórica que solo habría cambiado hasta el siglo XX, a partir del uso de la cuenca alta.
Otra fuente importante para nuestro trabajo tiene que ver con la información dejada por geógrafos, hidrólogos y geólogos que recorrieron las tierras del sur de Mendoza luego de 1879. Es el caso de Wichmann (1881) quien, refiriéndose al río Colorado afirma que "Solamente en años muy lluviosos el Colorado recibiría -según las declaraciones de los indios- masas de agua de la Laguna Urre Lauquen que las recibe de los ríos salados de la estepa: el río Atuel y río Salado" (Wichmann 1881, 424-425). Con respecto a las lagunas de la región afirma que:
[...] Dispersadas por toda la pampa existen numerosas lagunas de agua dulce y salada que [...] en su mayoría desaparecen en la estación seca [...] Entre estas lagunas la más grande es la Urre Lauquen, la zona de la desembocadura de las aguas llevadas por los ríos Atuel y Chadileuvú (río Salado) desde las laderas cordilleranas. En la estación de las lluvias allí se forma un lago inmenso, mientras se reduce en el verano a un pantano salino cuyas orillas son intransitables. Las aguas del Chadileuvú en su curso inferior no son potables, ni para los caballos, durante el verano, debido a su alto contenido de sales [...] en el invierno se transforma en un río potente y rápido que no solamente recibe las aguas del río Atuel sino también las aguas del río Diamante que corre más al norte y de la laguna Bebedero y de muchos arroyos de la Pampa [...]. (Wichmann 1881, 426-427)
En la primera década del siglo XX se sucedieron sequías en las fuentes de los ríos Atuel y Diamante, consignadas tanto en los periódicos de la época -por ejemplo, en El Eco de San Rafael-, como en los reportes de científicos que recorrían el área. El mencionado periódico consigna el 20 de enero de 1904 la escasez de nevadas en las nacientes del Atuel durante el invierno de 1903.
Kennedy escribía en 1909 "Reconócese generalmente que, en 1908, el río estuvo excepcionalmente bajo [...]" a lo que agregaba que "Fuera del pequeño regadío [...] mencionado, que no pasa de 6 a 7.000 hectáreas no se usa el agua del río Atuel, el cual [...] desciende al Desaguadero y se pierde en los pantanos salitrosos" (Kennedy 1909, 13).
Büchi (1945) confirmaba para un año más tarde (1909) este ciclo de sequías con datos del servicio hidrográfico del Departamento General de Irrigación (DGI), institución que disponía de la serie ininterrumpida de observaciones limnimétricas del río Atuel desde 1907. "En 1906-07 los caudales llegaron a 120 m3/s en enero. En 1907-1908 en el mismo mes apenas llegó a los 68 m3/s y en 1908-09 en ese mes apenas llegaron a 60 m3/s" (Büchi 1945, 27). Estos datos confirman lo expresado por varios autores del mismo periodo acerca de la escasez de agua en los ríos de la región a fines del siglo XIX y principios del XX.
Stappenbeck (1913) afirmaba en febrero de 1912 que:
El Diamante [...] corre después derecho hacia el este, donde desembocaba hasta hace poco -antes de aprovecharse todo su caudal para la irrigación- por varios brazos en el río Salado. El Atuel corre entre Nihuil, donde forma cataratas grandiosas, y su entrada en La Pampa, en un cañón hondo encajonado e impenetrable, hacia el noreste, haciendo después una curva fuerte al sud, forma en el límite de Mendoza y Pampa Central bañados en islas y se reúne al fin en la Pampa Central con el río Salado, que lleva desde allí el nombre de Chadileufú [...] El río Salado, que antes inundaba sus orillas por leguas, es en la actualidad nada más que una aguada poco honda, a menudo interrumpida y sumamente salada; se ha agotado el agua de sus afluentes para el riego de los campos y su caudal disminuye rápidamente. (Stappenbeck 1913, 8)
Es en esta etapa cuando se fundan las primeras colonias agrícolas en el oeste del territorio que más tarde sería la actual provincia de La Pampa. La Colonia Santa Isabel (1904) y la Colonia Butaló (1909-1930), muy cerca de lo que sería actualmente el límite con Mendoza. Hay que mencionar también que según diversos autores es durante la década de los veinte que desaparece el primer brazo del río en territorio pampeano el arroyo Atuel Viejo. Unos años después durante la década de los treinta, desaparece el segundo brazo del río, el arroyo Butaló. Y a partir de la construcción de los diques hidroeléctricos de Los Nihuiles en Mendoza, durante la década de los cuarenta, el tercer brazo existente del río Atuel al sur de Mendoza, denominado "Arroyo de La Barda", deja de transportar agua superficial. Después, durante la década de los setenta, reaparece el arroyo de La Barda, en forma intermitente hasta el día de hoy (Barbosa 2017)14. Barbosa, a lo largo de su trabajo, enfoca con especial detalle lo sucedido durante el siglo XX, lo cual tiene especial interés para nuestro trabajo, pues él recopiló fuentes y entrevistas no tan citadas desde la Provincia de Mendoza.
Otra fuente consultada han sido los periódicos15, se elaboraron dos tablas con dicho material (Anexos 1 y 2) y a su vez se han sistematizados crecidas y sequías en los resultados del próximo apartado. Un ejemplo de ello son las inundaciones y desbordes de los ríos Atuel, Diamante y Grande, eventos relatados por el diario El Comercio el 30 de diciembre de 1941:
Es muy grande el caudal de aguas que llevan los ríos departamentales. [...] el Atuel y el Diamante no amenazan seriamente gracias a las obras defensivas. El Atuel, no obstante, así como el Grande, más al sur, y algunos de los cauces que de ellos se desprenden, se desbordaron en ciertos puntos, anegando zonas despobladas pero afectando los caminos cercanos a sus márgenes. (Diario El Comercio 1941, 11)
En el Anexo 1 (crecidas extraordinarias, inundaciones, crecientes y desbordes en los ríos del sur mendocino entre 1878 y 1942) se puede observar que las crecidas extraordinarias no responden por lo general a una sola causa, fusión de la nieve o lluvias torrenciales, sino que en varias ocasiones han tenido su origen en periodos de fuerte deshielo combinado con intensas lluvias estivales. También se observa episodios de crecidas excepcionales en mayo -como en 1951 y 1972 en el río Malargue y Chacaicó respectivamente-, que responden a una combinación de fuertes nevadas y grandes lluvias. Lógicamente, los ríos Diamante y Atuel son los que han concitado la mayor atención de los periódicos porque han sido siempre los proveedores de agua para riego y atraviesan las zonas de mayor población. Lamentablemente no sucede lo mismo con el resto, pues solamente cuando ocurre una catástrofe figura en las noticias. Mientras en el Anexo 2 (años con caudal muy escaso del sur mendocino: 1904-1948), se señala cuáles fueron los años excepcionalmente secos. A partir de las fuentes documentales es difícil determinar los años normales, por lo que se ha establecido que cuando en un año no hay acontecimientos climáticos o hidrológicos extraordinarios, ni sequías ni altos caudales, puede ser considerado normal dentro de un amplio rango. Se observa que la cantidad de años con caudal muy escaso es significativamente menor que la cantidad total de años excepcionalmente ricos en agua; sin embargo, los años secos son cada vez más frecuentes.
Síntesis de los resultados y comparaciones con otras fuentes
La síntesis de los principales resultados de este estudio se expresa a través de la reconstrucción de una línea de tendencia sobre la variabilidad de caudales del río Atuel (1776-2019) (Figura 4).
Datos: elaborado a partir de las fuentes documentales presentadas en las referencias bibliográficas.
En dicha reconstrucción se puede observar un periodo de grandes crecidas del río Atuel, desde 1776 a 1806, con dos momentos de sequías moderadas -que coinciden con la serie realizada por Cobos y Boninsegna (1983) con un periodo de bajos caudales entre 1780-1794-.
En las décadas siguientes hay poca disponibilidad de información. Solo se destacan las grandes crecidas de 1833 y 1858. Entre los problemas de las fuentes utilizadas, hay que remarcar la duplicación de los textos (o cartografía), que más de una vez sugieren copias casi textuales. Por ejemplo, hacia fines del siglo XIX la laguna de Urre Lauquen se empieza a ver reducida y dividida en lagunas, en algunos mapas (Olascoaga 1880; Peip y Schmitt 1881). Aunque existen contradicciones y variadas inconsistencias entre las fuentes, se pueden reconocer tendencias.
Desde 1870, los datos comienzan a ser más abundantes y la línea de tendencia marca mayor frecuencia, tanto de déficits del caudal16, como de años con mayores caudales17. Aunque si realizamos un promedio de esas décadas, se puede observar una mayor disponibilidad de agua (tendencia que se revertiría desde 1938 en adelante). La asociación entre el exceso/déficit de caudales del Atuel y la amplia variabilidad interanual de precipitaciones níveas de inverno, fueron explicados por Araneo y Villalba (2015), analizando las series del siglo XX. Uno de los principales aportes de esta línea de tendencia, es confirmar la gran variabilidad interanual que tuvo el caudal del río Atuel, desde antes del comienzo de las mediciones instrumentales (1906).
En otro trabajo, los mismos autores mencionan la tendencia de valores predominantemente positivos desde 1906 a 1925, y negativos desde mitad del siglo pasado hasta años próximos a la actualidad (1954 a 2008) para la serie instrumental del río Atuel (Araneo, Rivera y Villalba 2015)18. Ello coincide con la serie de la región cordillerana central de Chile, realizada con anillos de árboles (Le Quesne et ál. 2006; Le Quesne et ál. 2009)19.
La comparación de la línea de tendencia con los datos instrumentales es útil para realizar una calibración y verificación de los resultados. Vemos entonces que los años de crecidas y déficits de este estudio coinciden con los datos instrumentales, ello nos da confiabilidad para pensar los datos hacía momentos preinstrumentales. Además, es importante señalar que, durante las primeras décadas del siglo XX, es cuando comienza el aprovechamiento intensivo del río, en la cuenca media del Atuel, por el uso agrícola de la zona irrigada del Sur mendocino (San Rafael y Colonia Alvear). Eso significa que un promedio de los primeros 25 años del siglo XX marca mayor abundancia de agua, que no habría llegado al tramo inferior o que llegó progresivamente en menor cantidad.
Sintetizando los resultados, hay que destacar que mientras durante la segunda mitad del siglo XVIII y parte del XIX los observadores destacaban la cantidad extraordinaria de agua que llevaban los ríos y especulaban acerca de su navegabilidad, a medida que avanzaba el siglo XIX se comenzó a relativizar el volumen del caudal y la misma presencia permanente del arroyo Curacó.
Por otra parte, de acuerdo con Compagnucci y Vargas (1998) la región cordillerana entre 30 y 40°S corresponde a una zona homogénea en relación con la variabilidad hidroclimática interanual. Se ha comprobado que el caudal de estos ríos está altamente correlacionado entre sí (dicha área corresponde a las cuencas de los ríos Jáchal, San Juan, Mendoza, Tunuyán, Diamante, Atuel y Colorado). Ante la escasez de datos instrumentales para los siglos XVIII y XIX, la información histórica sobre la variabilidad interanual del río Mendoza y su relación con eventos El Niño podría ser extendida a todos los ríos de Cuyo, incluido el río Atuel. Es por ello que en este estudio se comparó la reconstrucción histórica de los caudales del río Mendoza (Prieto, Herrera y Dussel 1999; Prieto y Rojas 2012) (Figura 5) con la elaborada para el río Atuel (Figura 4). Se encontraron significativas coincidencias entre ambas, como las crecidas extraordinarias de: 1776, 1784, 1792, 1803, 1804, 1826, 1854, 1873, 1877, 1878, 1900, 1911, 1914, 1920, 1931, 1941, 1942. También fueron coincidentes los caudales bajos de los años: 1786, 1800, 1813, 1866, 1870, 1908, 1909, 1924, 1925.
Conclusiones
A partir de documentación histórica, se observó en este trabajo que son recurrentes las grandes sequías y que estas aumentaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX (probablemente, también, por la mayor densidad de datos disponibles). A su vez, existieron algunos momentos de abundantes caudales durante principios de siglo XX, que progresivamente irían mostrando menor frecuencia a lo largo del siglo pasado.
Desde el comienzo del periodo analizado (siglo XVIII) ya se advirtieron contrastados momentos de escasez y abundancia, en los cuales se observaban importantes periodos de sequía durante el siglo XIX que habrían impedido que la cuenca volcara sus aguas -al menos superficialmente- al río Colorado y se transformará en endorreica de forma ininterrumpida. Este proceso se adjudica -en algunos trabajos- solamente al uso que se realizó en la cuenca media, especialmente en Mendoza, a partir de los primeros años del siglo XX, cuando empezó a crecer el Oasis Sur mendocino (San Rafael, Colonia Alvear), con unos treinta años de retraso en relación con el aumento de la superficie cultivada en el Oasis Norte (1870).
De acuerdo con los datos históricos, dendrocronológicos, glaciológicos e instrumentales se ha producido una disminución del caudal de todos los ríos de la región, incluyendo el Atuel, principalmente en las últimas décadas y -en especial- hacia el sur mendocino.
Una parte significativa de observaciones hechas durante el siglo XIX ponen en duda la unión de la laguna Urre Lauquen con el río Colorado, además señalan que los ríos del sistema aumentan considerablemente el caudal cuando se producen grandes nevadas en cordillera, y destacan su importante fluctuación. Es muy probable que el intenso uso del agua, en el tramo medio del Atuel, signifique la principal causa de disminución de los caudales en el tramo inferior, durante el siglo XX. Sin embargo, esa tendencia general no parece ser una tendencia carente de pulsos y sin un fuerte componente climático.
Como se dijo al comienzo, la información histórica ambiental encontrada tiene falencias, ciertas imprecisiones y no presenta una cobertura temporal o espacial exahustiva. Por lo que se recomienda continuar completando y mejorando los estudios existentes, vinculando los resultados con los que se obtengan desde otros campos de estudio y de reflexión social.
Una comprensión más ajustada del sistema socioambiental nos permitirá planificar y ejecutar soluciones, a mediano y largo plazo, acordes tanto con la justicia ambiental como con la disponibilidad de agua y las limitantes ecológicas de cada momento.