Ser cosmopolita no significa ser indiferente a un país y ser sensible a otros. Significa la generosa ambición de ser sensibles a todos los países y todas las épocas, el deseo de eternidad, el deseo de haber sido muchos.
Discurso pronunciado en la sede central de la Unesco en homenaje a Victoria Ocampo. 5 de mayo de 1979
En la tercera entrega de la trilogía Homo Faber, Richard Sennett aborda uno de los temas álgidos de las discusiones en las ciencias sociales en la actualidad: la ciudad, y especialmente, la relación del espacio físico con el espacio social, la forma en que la planeación urbana influencia la sociedad y sus interdependencias. Sin duda, los estudios sobre el fenómeno urbano se han erigido con fuerza en los contextos académicos y repensar la ciudad y los espacios que habitamos se ha convertido en una necesidad. Los científicos sociales no escatiman en esfuerzos por comprender todo el espectro de la urbanidad, pues para comprender el dónde tienen lugar los acontecimientos sociales, es necesario también estudiar el por qué, cómo, quién y qué, de forma interconectada.
El acontecer urbano no puede separarse del tejido arquitectónico y de la infraestructura, así como de la morfología de cada ciudad. Es bien sabido que este conjunto influye en las interacciones, interdependencias y tensiones manifiestas de los habitantes. Con conocimiento de ello, Richard Sennett busca desentrañar el papel del Homo faber1 en la ciudad, alrededor de cuestionamientos sobre su porvenir, su ética, la función del urbanista y las relaciones que allí se gestan. "Este es el problema ético de las ciudades de nuestros días. ¿Debe el urbanismo representar a la sociedad tal como es o tratar de cambiarla?" (Sennett 2018, 8).
Pero ¿qué significa realmente esto? Las ciudades evolucionan con gran rapidez. El avance tecnológico, la apertura de centros educativos, la convivencia citadina, y demás factores, le brindan al ciudadano la "libertad de ser" que tanto anhela. A través de sus experiencias y de darle voz a urbanistas, planificadores, arquitectos, autores y transeúntes del común, rehace la forma en que se piensa la ciudad, aludiendo críticamente a la necesidad de una planificación urbana que de voz a los ciudadanos, pero al mismo tiempo, propicie y conserve una ética colectiva que se vale de la pluralidad, la flexibilidad y la convivencia conjunta para dar vida a la ciudad abierta y de límites porosos. "el urbanista debe ser un colaborador del urbanita, no su siervo, crítico de la manera en que vive la gente y a la vez autocrítico respecto de lo que construye" (Sennett 2018, 26).
El libro consta de una introducción y cuatro apartados, cada uno con diversos capítulos que presentan una continuidad analítica en torno a la diferencia y semejanza entre la cité y la ville. Cabe aclarar que su diferenciación resulta muy interesante, pues le da a la ville el carácter de sólida y estable, lo que permite relacionarla con todo el entramado arquitectónico urbano, mientras que la cité se convertiría en este libro, en las relaciones que la misma ciudad configura, en la que se encuentran las formas específicas de habitar y sus razones. La primera parte del libro, Las dos ciudades, está dedicada en su totalidad a la evolución y transformación del urbanismo, lo cual brinda a los lectores una base sólida en la que se ponen en disputa las experiencias de grandes planificadores, pasando al mismo tiempo por autores reconocidos como Balzac, Stendhal, e incluso desde la sociología, a Bauman, para diversificar los puntos desde los que se observa la difícil relación entre las ya mencionadas ville y cité, fuertemente entrelazada con la tensión entre lo que día a día percibimos, la fugacidad de los movimientos urbanos y la estabilidad y permanencia de las construcciones. Dichas tensiones, para ese entonces y aún hoy, ponen sobre la mesa de juego las constantes rupturas del urbanismo como disciplina frente a la perpetua distancia entre construir y habitar, jamás en consenso.
En la segunda parte, La dificultad de habitar, Sennett consigue de forma clara explicar la forma en que las ciudades del Sur Global fungen como reproductoras y perpetuadoras de las dificultades del Norte Global, dificultades justificadas a través de la máscara del progreso y el crecimiento urbano, como la informalidad, la violencia, el aislamiento, entre otras lógicas que permean los tejidos sociales en las ciudades "emergentes". Allí, salta a la vista el núcleo de la eticidad urbana, lo que debería ser a partir de la forma determinante en que se trata la disparidad cultural, es decir, cuán abierta o cerrada y hostil se presente la ciudad frente a diferencias religiosas, étnicas, raciales o de género. Si bien son diversas las formas de abordar la diferencia, el hecho de exaltar la exclusión del otro implica, necesariamente, que se construya física y simbólicamente un tejido urbano solo para algunos, apropiándose de dinámicas de segregación, desigualdad y gentrificación, lo cual acabaría por perpetuar el crecimiento de ciudades cerradas y desviadas del propósito urbanita. Al contrario, la exaltación de una necesaria e ideal conexión existente entre el urbanista y el urbanita forja, por medio del compromiso conjunto y del asumir al "otro", una ética citadina que intercede y condiciona la forma en que se percibe y se vive la ciudad. "Vivir entre muchos hace posible, en palabras de Robert Venturi, [la riqueza de significado antes que la claridad del significado]. Esta es la ética de una ciudad abierta" (Sennett 2018, 431).
El desorden que tanto caracteriza las grandes ciudades en la actualidad, deslumbrante y ensordecedor, toma un papel central en la ciudad abierta, que para Sennett, debe ser capaz de coordinarlo inteligentemente, enfrentando constantemente a los pobladores a resistencias y elecciones que contribuyen positivamente a su desarrollo. De allí se desprende el tercer apartado, Cómo abrir la ciudad, en el que se posibilita la visión de una ciudad más abierta en la que interaccionen y se interrelacionen los procesos de la cité y la ville, dentro de un sistema que propenda por acrecentar los compromisos del urbanita con la ciudad, por medio de las prácticas dialógicas y de orientación, como el lenguaje, la comunicación, la movilidad y el intercambio cotidiano formal e informal en el que se entrelazan las trayectorias personales, configurando una ética de supervivencia en la ciudad.
Finalmente, el último apartado, Ética para la ciudad, plantea el problema del tiempo, que sostiene la brecha entre aquello que se construye y aquello que se vive, a sabiendas de que las obras humanas tienen un tiempo finito y que se ven enfrentadas a crisis como el cambio climático -como está sucediendo en la actualidad- las rupturas históricas y otros acontecimientos que manifiestan constantemente la inestabilidad de aquello que continuamente se está proyectando, transformando y reconfigurando de forma resiliente, especialmente en las ciudades abiertas. Es aquí donde se abre un debate que concierne a todo científico social que aborde este tema, "¿cómo deberían hombres y mujeres pensar en lo que construyen?" (Sennett 2018, 382). Resulta complejo mediar en esta discusión. Se puede estar de acuerdo o no con los planteamientos de Sennett, pero jamás dejar de lado la inminente necesidad de darle forma al compromiso del urbanista con su disciplina, su visión personal y sus propósitos.
Cuando a través del desarrollo del libro Sennett recorre la evolución del urbanismo y la planificación, sus vicisitudes, transformaciones y logros, no solo recrea los acontecimientos históricos que dieron lugar a grandes reconfiguraciones en el orden y la forma de concebir las ciudades en constante expansión, sino además, evoca de forma ávida situaciones en diversas ciudades del mundo como Nueva York, París, Nueva Delhi, Medellín, Shanghái, entre otras, para adentrarse en lo que considerará los cuestionamientos más centrales del urbanista, respondidos con detalle y continuidad, no solo desde la experiencia externa, también desde las percepciones y dificultades propias que lo conducen poco a poco a poner en tela de juicio la forma en que se construyen y se habitan las ciudades, en una apuesta además literaria, invocando metáforas cercanas para dar cuenta de las visiones urbanas y las experiencias del urbanita.
Se está frente a un libro integral que valora los puntos de vista más variados sobre la cuestión urbana y que, además, abre constantes debates que quedan en el lector como preguntas a las que se les puede dar respuesta a partir de lo que plantea el autor, o a partir de su propia experiencia. El libro, así como la ciudad que propone Sennett, se estudia como un sistema abierto que pone en el centro de análisis la ética urbana desde diversas voces y con una proyección en aras de reestructurar la forma en que se piensa la ciudad tanto para quienes la construyen como para quienes la habitan.