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Investigación y Desarrollo

Print version ISSN 0121-3261On-line version ISSN 2011-7574

Investig. desarro. vol.24 no.2 Barranquilla Jul./Dec. 2016

https://doi.org/10.14482/indes.24.2.8841 

http://dx.doi.Org/10.14482/indes.24.2.8841

Seguir los pasos de Orlando Fals Borda: Religión, Musica, Mundos de la vida y carnaval

Following Orlando Fals Borda's Steps: Religión, Music, Life Worlds and Carnival

Gabriel Restrepo
Consultor independiente

Sociólogo, escritor. Reside en el corregimiento de La Esmeralda, municipio de Arauquita, Departamento de Arauca. garestre@gmail.com

Fecha de recepción: Julio 2 de 2016
Fecha de aceptación: Noviembre 15 de 2016


Resumen

En un tono narrativo, el autor, quien es un veterano sociólogo perteneciente a la segunda generación, sigue su propia trayectoria en la rememoración del fundador de la sociología colombiana, desde cuando era aún un infante y cuando Orlando regresara de los Estados Unidos como un Bachelor of Arts. Músico según era, Orlando compuso entonces una canción por la paz de Colombia, un deseo común en especial para todos los científicos sociales que apenas se vislumbra como horizonte probable a cerca de ocho años luego de la muerte del fundador de la sociología. Tras la semblanza del gran maestro, centrada en el arquetipo del chivo expiatorio, el autor presenta más de siete nuevos argumentos para demostrar la relevancia universal de la obra del pionero: una inédita valoración de la Wertbeziehung u orientación valorativa de Orlando como miembro de la rama calvinista del protestantismo, empero, en su caso volcado a encontrar índices de salvación ya no en oro o poder, como sostenía Weber, sino en el pueblo, casi como si se tratara de una paráfrasis del lema del filósofo Espinoza: Deus, sive populus (Dios, esto es el pueblo); el carnaval como una inspiración epistemológica; talento musical y escucha profunda a las voces del pueblo; talento inusual para el análisis dentro de una teoría integrada; sólida preferencia por los mundos de la vida; épica de no violencia y de disidanza (disidencia con danza); una inusual sensibilidad por la equidad y el equilibrio de género, cuya génesis es explicada por la formación vital en la familia de Orlando.

Palabras clave: sociología colombiana, vida y obra de Orlando Fals Borda, semblanza de un sociólogo fundador, el chivo expiatorio, sociología, sociedad y violencias, religión, música, carnaval, género y sociología, disidanza (disidencia a través de la danza).


Abstract

In a narrative mood, the author, a sénior sociologist of the secondgeneration, follows his proper path in the remembrance of the founder of the colombian sociology, Orlando Fals Borda, a path which has been imprinted by the long sequence of violences since the 9th of april of 1948, when he was a child and when Orlando returned as a young bachellor of arts to the country. Also musician, Orlando composed then a song for the peace of Colombia, a common desire specially for all the social scientists only now approching in a new horizon, at eigth years of the foundefdeath. After that recollection of the figure of the great master, centered in the archetype of the scapegoat, the author present more than seven new arguments to demostrate the universal relevance of the work of the pioneer: a new aproach to the concept of senti-pensamiento; a inedit valuation of his Wertbezieung (reference to values) as a member of the calvinistic branch of protestantism, nothwithstanding turning to the signs of the people as Índices of predestination, almos fast in the mood of a paraphrasis of a motto of Espinoza: Deus, sive populus, God, that means the people; carnival as a epistemologhical inspiration; musical talent and deep listening to people's voices; a gift for analysis in a synthetic and integrated theory; sound preference for the worlds of life; an ephic of non-violence and disidanza; an inusual sensitivity to gender equity and gender balance, whose genesis is here explained in the vital formation in his family.

Keywords: Colombian sociology. Orlando Fals Borda's life and work. The founder as a skapegoat, Sociology, religion, carnival, gender and music. Disidance: dissent through dance.


A Víctor Edílson Jiménez por su fidelidad a la memoria de Orlando Fals Borda, su compañero sentimental en la experiencia chamánica del maestro.

Datación y noticia del texto

Este ensayo ha sido escrito entre el 8 de noviembre de 2011 y el 21 de junio de 2014, solsticio de verano en el hemisferio norte, pero ha sido revisado entre el 30 de junio y el primero de julio de 2016 por la amable invitación de Jair Vega para ser publicado en la revista que dirige en la Universidad del Norte: Investigación & Desarrollo. Retoma la intervención en el seminario en homenaje a Orlando Fals Borda en la Corporación Universitaria Reformada de Barranquilla en la primera fecha indicada. Como en esa semana se inauguraba la Cátedra Jorge Eliecer Gaitán: "Fiestas, carnaval, sociedad y arte" (segundo semestre 2011), el texto que presenté en Barranquilla compartía muchas notas para las palabras de instalación de la Cátedra, pero ninguno de los dos se publicó y el que ahora se ofrece se reconstruyó y amplió de modo muy considerable entre el 12 y el 25 de mayo de 2014, en parte muy beneficiado por los dos libros que terminé entre el 15 de enero y el 15 de junio de 2014, el primero La predestinación de América Ladina en la destinación del Mundo, de medio millar de páginas, y el segundo La destinación de América Ladina en el albor de los pueblos mundos, de otras tantas páginas, y de un proyecto de ocho libros en total, ya consolidados sus índices.

Son dos libros a los cuales me he dedicado en cuerpo y alma sin descanso de sábado a domingo y con trabajo de no menos de 14 horas al día que decidí escribir como tabla de salvación en una situación material desesperada y ante no pocos desengaños. El primero de estos libros está dedicado a Orlando Fals Borda, junto a otros dos maestros, uno del Seminario Menor, y a Darío Mesa Chica, profesor de la Universidad Nacional de Colombia.

Todas las anteriores escrituras cobraron un extraordinario impulso por la invitación que me formulara el colega y amigo Oscar Rehnals para acompañar un proyecto de educación popular y flexible en el entrañable municipio de Santa Cruz de Lorica en el primer semestre de 2013, cuando, al descender por el río Sinú hasta la desembocadura de sus deltas en los manglares, reconstruí el periplo de Orlando Fals Borda y en especial el último tomo de La historia doble de la costa, que lleva por título la preñada invitación a un Retorno a la tierra (Fals Borda, 1979-1986). Reviso y concluyo este ensayo en junio de 2016 en La Esmeralda, corregimiento de Arauquita, donde me he radicado desde hace ya dos meses por unos buenos años, en parte por seguir los pasos de Orlando Fals Borda en la senda de develar la nación profunda. En total, el ensayo lleva un lustro de escribirse.

Pero como acaso se reflejará en el texto, dos noches oscuras del alma de estos últimos quince días de esta escritura entre tantas miles de miles de la vida,1 profundas de un dolor sin nombre y muy vecinas a la muerte, me llevaron aún más atrás del 9 de abril de 1948; por tanto, al menos un año antes de esa fecha cuando contaba con algo más de dos años y dos meses y cuando en el paso de la mordacidad al remordimiento y por ende en el tránsito del ser estético al ético el sujeto se constituye como amor/tajado, algo que ocurrió con esa explosión de violencia no vivida de modo directo pero sí reflejada por el miedo y el terror de los hogares, tanto más en unos barrios liberales y gaitanistas como aquellos donde vivía mi familia y las progenitoras de padre y madre, los Barrios Unidos, en buena medida habilitados para vivienda popular por la decisión de Gaitán cuando fuera alcalde de construir el Estadio Nemesio Camacho El Campín desestimando la preferencia de Alfonso López Pumarejo por orientar el deporte desde la Universidad Nacional de Colombia.

En este terrible regreso a la semilla, como titula Carpentier un precioso relato simétrico al Retorno a la tierra de Orlando Fals Borda, alcancé a descifrar jeroglíficos de la cripta muda de la infancia, la inefable, pero que empero es decisiva por que allí es cuando el cuerpo estético se marca casi como el ganado con hierros candentes y al mismo tiempo con las caricias. Por ser marcas somáticas y semánticas escapan a la memoria lingüística y no poco al psicoanálisis en cuanto este comienza la historia cuando el padre interviene en la edad ética y cuando hay lenguaje o habla. Empero, considero que el lenguaje, e incluso, el habla son casi banales y triviales en la psicogénesis (Elías, 1987) del sujeto frente al poder inmenso de aquello que nunca se ha traducido bien: de qué modo el cuerpo está tocado por fantasmas, ocupado como un inquilinato por pasiones, y de qué manera si no se llega al fondo del despellejamiento siempre muy doloroso el sujeto será vivido más que vivir su vida. Es lo que ocurre en la actual "sociedad del espectáculo", como la llamó el neomar-xista lúcido Guy Debords en 1967. Pero es también una razón de fondo para aquilatar el valor del "senti-pensamiento", el concepto acuñado por Orlando Fals Borda, quien lo recogiera de un pescador del Caribe de Colombia como una estrategia de aproximación al conocimiento en América Latina.

En este descenso a la edad de entre uno y dos años y dos meses, el del paso del gateo y de la lactancia al tetero, a los dientes de leche y a las primeras palabras, la situación inenarrable de pobreza de mis padres, la ausencia de educación, la ingenuidad, el engaño y la minoridad de ambos, más grave en mi padre por doble orfandad, menos severa en mi madre por orfandad solo de padre, pero afectada por la parálisis de su madre, se experimentaba una violencia doméstica sin golpes, pero de severas recriminaciones y llantos y gritos cuando el padre llegaba con el salario convertido en borrachera y esperaba la madre la leche para el tetero. Y cuando ambos me miraban aterrados, porque, al comparar mis logros con los de mi hermano mayor en un año, certificaban que él se quedaba y quedaba en una infancia irremediable, que muy muy luego se sabría ocasionada por anorexia al nacer, pero que entonces se achacaba a la maldición por las culpas de mi padre y de su padre. Disculpo a mis progenitores, porque sus vidas fueron dramáticas y en muchos momentos trágicas, y porque supieron dar amor a los hijos a través de la educación que ellos nunca recibieron. Y si digo esto último es porque así es Colombia, inmensa pese a su padecimientos.

Por muchas razones que por ahora no alcanzaré a argumentar, estos descensos a la infancia me aproximaron sin que yo supiera a muchos planos del arquetipo de Orlando Fals Borda. Es asunto de misterios más allá de la comprensión ordinaria de los fenómenos. Es que como se desestima la cultura y se la piensa como reflejo o consecuencia y no como causa de sí y configuradora del orden social, y menos se valida el papel de los arquetipos, flotamos en una nata de leche o como corchos en aceite sin calar hondo en nuestras raigambres más hondas. Las mismas que validan un verso de la séptima Elegía del Duino del poeta Rilke: "No creáis, no, que el destino sea algo más que lo denso de la infancia".

Y lo terrible radica en que para quienes llegamos a los setenta años de vida, esa infancia coincide con el disparo de la serie de violencias sin cesar desde la fecha luctuosa del 9 de abril de 1948 hasta ahora, la misma que provocara entonces en el joven Orlando Fals Borda la composición de una canción a Colombia, la misma que recordara la víspera de morir el maestro Darío Mesa (q. e. p. d.). Maestros que, como sus discípulos, nosotros, hubimos de lidiar durante el largo camino de la vida con esa sombra terrible.

Como en el caso de los progenitores, también de los antepasados recibimos gift, dones y venenos, tal como se representaba en una homeopática paradójica indoeuropea de al menos siete mil milenios y tal como lo traducen los ingleses como presentes, o los alemanes como venenos. Pues es un asunto de dosis y de transmutaciones de unos en otros. Incluso se habla de regalos envenenados.

Si se me concediera la oportunidad de lotear de nuevo mi vida y se me dijera qué regalos quisiera recibir de progenitores y maestros, solo a condición de aceptar sus venenos correspondientes, no pediría más que aquellos y estos me ofrecieron en medio de las dificultades como avíos preciosos para la vida: la educación y ante todo el amor, la sabiduría más que el saber o los saberes, aun en sus comprensibles limitaciones propias de un país en puja desde abajo por la promesa de sus horizontes y con todas las faltas humanas y abundantes en Colombia, no menores a las propias, y por supuesto abrazaría los venenos o defectos como si fueran una o muchas cruces, porque también desde una perspectiva no facilista ellos son un inmenso combustible para transformar en los más profundos socavones de cuerpo y conciencia los carbones en diamantes mediante la obra de la épica suma que es la vida. Esta reflexión expande lo que Estanislao Zuleta denominaba Elogio de la dificultad2 El filósofo Lévinas resume en Totalidad e infinito la conformidad con un destino complejo de un modo superbo: "La aventura por excelencia de una predestinación es elegir lo que no se ha elegido" (1987, p. 265).

No soy ni mis padres, ni soy Orlando Fals Borda. Muchas diferencias me separan de aquellos y de este. Pero sorpresas tiene la vida: y respecto a mis padres, en los descensos a la cripta de mi infancia y del país en las dos noches casi sin alba de estos últimos días he descubierto que ellos viven en mí y han crecido mucho después de muertos conmigo —hablo de más de un cuarto de siglo— e incluso he alcanzado el escalofrío y los temblores anoche3 cuando con toda la distancia que me separa de mi padre me descubro como urna viviente en la cual él todavía espera redimir algunos de sus dolores que también me han afectado a mí, sin que yo tuviera nunca idea del fondo de donde provienen. Y tengo sesenta y siete años y necesité toda una vida, medio siglo de llevar diarios, tres psicoanálisis para descifrar el alfabeto elemental de mi vida: ¿para qué entonces, me pregunto a menudo, tanto saber académico si no sirve a la vida en su hondura más doliente?

Y respecto a Orlando Fals Borda ya he contado muchas veces la historia de mi primera entrevista con él y con María Cristina Sala-zar en 1965, entonces no pareja, que fue emocionante por el carisma del primero y su alianza de religión de corte presbiteriano entreverada con su vocación sociológica, añadida a su tolerancia para compartir intereses académicos con católicos como eran Camilo Torres Restrepo y María Cristina Salazar, pero también comunistas, masones, librepensadores, liberales, conservadores. Como yo venía del seminario católico, dichas figuras me parecían sucedáneas de un ideal de hacerme "digno sacerdote de Cristo, cuya imagen debemos llevar ante los hombres" (así rezaba el lema del periódico Difusión de aquel seminario), que por no proseguirlo me produjo siempre una pena y pérdida que aún experimento, pero que ahora sé que no vale remordimiento porque un misterioso destino me ha reservado para ser uno en Cristo y en el Espíritu, uno para ellos, uno para el mundo, dentro de mi camino excéntrico como el hijo pródigo o la oveja descarriada.4

Pero la juventud es venal y soberbia: participé del movimiento de izquierda que ahora meditando mucho en ese episodio lo expulsó como representante del imperialismo en un ataúd simbólico con la Fundación Ford y la Rockefeller... ¡como si fuera Joselito Carnaval! Pongo en negrilla y en cursiva la analogía que nadie ha advertido, porque es una clave de su vida que lo sitúa dentro del arquetipo de... ¡Cristo! Las razones las expongo paso a paso en el primero y segundo libros. Como aquello fue hacia 1967, tardé casi medio siglo, los que tengo de llevar diarios, en colegir el fondo subliminal de dicha expulsión, en la figura arquetípica de esa figura liminal entre lo profano y lo sagrado que —¡por Dios, como si no bastara que descubro hoy 21 de mayo de 2014— es equivalente en todo al Homo sacer que ha sido hilo conductor del gran pensador Giorgio Agamben (Agamben,1996, 1998, 2000, 2001, 2008, 2010, 2011).

El homo sacer, argumenta Agamben, es una figura fronteriza de la sociedad latina: se trata de una persona que ha sido consagrada para el sacrificio sagrado y, por tanto, se la retira con tal carácter de la comunidad ordinaria de los ciudadanos, pero que, al no ser elegida entre varios para el fin de inmolación, vuelve a lo profano. Con un agravante, porque como dejó de ser sagrado y empero lleva una huella y no es del todo ciudadano corriente, así pues situada como en un limen indefinido entre lo sagrado y lo profano, puede ser objeto de asesinato y cualquiera que lo cometa quedará libre de juicio debido a la condición extrínseca a los dos órdenes.

Al ser expulsado durante algún tiempo de la Iglesia Presbiteriana Reformada, lo mismo que de otras comunidades, Orlando perdió de cierto modo el carácter sagrado con el cual la Iglesia de sus padres y la suya propia, que no le era nada indiferente, o el que confierren otras adhesiones comunitarias, quedó al margen de los amparos colectivos, empero conservando sus antiguas convicciones, hasta que se produjo ese momento de la reconciliación y del reconocimiento.

Pero como si no bastaran los dos estigmas anteriores, Joselito Carnaval y homo sacer, la trayectoria de Orlando Fals Borda encarnó de algún modo, como argumento en el libro en detalle, la doble condición de castigo sometido en Grecia a un individuo que se situara en dos extremos: en cuanto inocente ingenuo, pues un alma bondadosa siempre lo es, se lo veja como chivo expiatorio; pero por el otro polo de su demasía fue siempre objeto de ostracismo, o sea, expulsión de la comunidad, en su caso no de la comunidad política nacional, sino de las comunidades académicas, religiosas y políticas.

Extrañará que conceda dos atributos en parte contrapuestos de Orlando: inocencia e incluso ingenuidad, y en el polo de inteligencia y razón, la demasía: son de modo sorprendente las dos cualidades propias de la figura retórica del oxímoron, una figura que en su mismo nombre reúne contrarios: puntudo y rápido, romo y lento y que por ello es una figura recurrente en el carnaval. Por ello, cada vez más concluyo que el pensamiento, la inteligencia y la razón son unos po-brecitos discapacitados y todo por falta de la energía del amor.

Pero todavía el drama es mayor, ya que por todo ello un arquetipo como Orlando Fals Borda se convierte en la encarnación del phármakon griego: absorbe como esponja las pestilencias sociales para convertirlas en remedios por medio de una descomunal épica solitaria y por alquimia personal de puro amor: un modelo como Orlando es entonces la síntesis de las epidemias y de las pandemias de un pueblo.

Es necesario entender ambos conceptos en su sentido negativo como males y en su acepción positiva como salvaciones, ya que epidemia significa lo que aflora en la piel del demos, y pandemia lo que afecta a todo el pueblo sin calificarse en su origen si ello es malo o es bueno. La traducción es la siguiente: todas las violencias y las pobrezas que emergen en la epidermis de la nación, como las colas de marrano y la plaga de hormigas en Macondo, son redimidas por la transmutación del amor encarnado en un daimon: Orlando Fals Borda es así, sin más, el equivalente de Melquíades en Cien años de soledad, quien lee al derecho y al revés el manuscrito del pueblo, por "arriba" y por "abajo" para intentar transformar el destino fatal en destino creador y "ofrecer a los pueblos condenados a Cien años de soledad una segunda oportunidad sobre la tierra".

La vergüenza y la culpa que me produjo indagar a fondo en su trayectoria en los archivos del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia y coincidir los resultados de mi pesquisa, que solo encontraron bondad, dedicación y deseo de justicia social, con sindicaciones de su Iglesia que lo expulsó: de la católica que siempre desconfió de él; de la izquierda que lo vejó; del Estado que lo persiguió por comunista; de todos cuantos sin indicaciones explícitas le tenían inmensa envidia, me estremeció a fondo y me llevó a comprender que la ética y la justicia suelen ser más perversas e injustas que benevolentes e imparciales.

Si a las anteriores expulsiones y sindicaciones se hubiera añadido el conocimiento de que Orlando Fals Borda era bisexual, el rechazo hubiera sido aún mayúsculo. Orlando no ocultaba tal preferencia a su esposa María Cristina Salazar y además llevaba esa otra inclinación con una pareja estable, Víctor Edilson Jiménez, con el consentimiento de ella, joven a quien he conocido luego, persona de gran talento, de condición humilde y a quien Orlando Fals Borda amaba tanto como a su esposa por una razón que creo fundamental: Víctor encarna de algún modo al joven surgido del pueblo con la mezcla de adversidad de fortuna, pero conjurada mediante esperanza y afecto. Si la bisexualidad no es ponderada hoy como un estigma, o casi no para ser algo benigno, porque una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace, en Orlando esta doble condición debe ser explicada en función de su proyecto de vida y a mi modo de ver ha de ser enmarcada en la matriz del chamán, pese a que la sociedad en apariencia secularizada no crea en la actualidad en el arquetipo del sanador y del vidente, pese a que las comunidades indígenas colombianas lo prodiguen. Y debo aclarar antes, como argumentaré adelante, que una cosa es el proyecto de vida y otra es la condición del chamán, por una causa que pienso pertenece al orden del misterio: ser chamán no se elige, se es elegido, sea de modo directo en la infancia por algunas señas que los mayores conocen, sea por lo que denominamos destino del cual solo sabemos lo superficial.

Como apunto aquí y allá en el texto, yo ofrecí muchos homenajes a un maestro que merecía y aún merece reconocimientos, pues puedo afirmar, de modo tajante por lo indagado para los libros, que si acaso se lo conoce, estamos a distancia infinita de reconocerlo. Me precio de haberlo hecho de modo constante, sin adulación, con empatía pero con diferencia: tanto que cuando organicé el homenaje que fuera su mayor motivo de orgullo, la concesión del doctorado honoris causa por la Universidad Nacional de Colombia entre el 6 y el 10 de diciembre de 2006, para él la causa de orgullo era no solo porque alternaba en la distinción con Alain Touraine, sino porque, además del reconocimiento de la comunidad sociológica y de la Universidad Nacional, con él diseñamos el mausoleo y llevamos las cenizas de María Cristina al lado de la capilla, reservando en ella lugar para las suyas, cuando luego de todo esto mostré alguna distancia frente a su deseo de vincularme a Alternativa Democrática, dijo de mí a Gonzalo Cataño lo que estimo como uno de los mayores elogios, pese a que hubiera cierta picardía: "Es que Gabriel es un poco díscolo". Viniendo de quien venía la puyita, es todo un honor. Pero la razón es que desde hace mucho mucho tiempo decidí de un modo radical, firme, indeclinable, que nunca querré ningún poder, absolutamente ninguno, grande o pequeño, local o mundial, que no sea el poder del humilde saber. Nada más, nada menos.

Sin embargo, esa superficie a veces tan lisa y tan especular que es el Yo, que mejor se debiera leer como Y/0 (Y = conjunción; 0 = disyunción) guardaba ciertas dosis interiores de sentimientos agrios hacia Orlando, no tan buenos como el queso costeño, porque me decía: yo que tanto he luchado por reconocer al maestro, no he recibido en cambio ninguna muestra de reconocimiento por parte de él de mi propia obra.

No hubiera necesitado que, en efecto, yo recibiera un reconocimiento explícito de Orlando y de modo inmenso en la última entrevista que concedió, cuando me señala como esperanza de seguir sus pasos en la sociología.5 Y lo digo por dos razones: luego de muerto Orlando y al examinar con un tanto más de detenimiento su trayectoria, quedé abismado al descubrir que, pese a que yo imaginaba saber casi toda de su trayectoria, era muchísimo más lo que desconocía que lo descubierto. Ello ha venido a proporcionar otra razón, y una de mucho peso, a la tesis de que en Colombia pasamos por la superficie de los sujetos sin tomarse el trabajo de una comprensión que por ser más extensa soporte nuestros juicios y deshaga los prejuicios tan abundantes como expediente de descalificación o de indiferencia.

Porque al cabo de los años y despellejamientos he llegado a certificar una de las mayores lecciones de la vida: que en lugar de buscar el reconocimiento en el campo de Marte, como hacen las fuerzas paramilitares de uno y otro signo, o en el foro, o en el Senado, o en la sociedad civil, o en la academia, o en los cenáculos literarios o poéticos, o en el amor, o en la amistad, o en el matrimonio, o en la familia, o en la amante, el único reconocimiento que ha de contar por su intensidad y veracidad es el que haga a fondo y sin ilusiones, mentiras, adulaciones, vanidades, cada cual de sí mismo cuando se entregue al cuidado del abandono, de la nada, del vacío, y sepa conjugar la palabra inteligencia como intus legere, leer muy dentro de sí mismo, en lo interior, que es lo escrito en las entrañas.

Y ello no sucede nunca sin temor y temblor, para usar dos calificativos de uno de los mejores libros de Kierkegaard (2010). Y aquí no hay pergaminos, títulos, distinciones, medallas, espejos, afeites, vestidos, maquillajes, composturas: es la sola soledad ante la inmensidad del cosmos de una pobre pelusa, polvo e insignificancia, más demente que sapiente, indigno de cualquier misericordia, aun de Dios, porque entonces cualquier brizna de orgullo, incluso de autoestima, se disuelve en la tempestad de nuestra locura y en la insignificancia en el cosmos.

Y es desde esta humildad que el mismo Orlando Fals Borda mostró como ética ejemplar al perdonar, al no guardar ningún resentimiento, al no borrar la sonrisa triste que cada vez se acentuó con los años, al ser el más incomprendido arquetipo del paradigma emergente más decisivo del mundo en el siglo XX, el de la no violencia, y al descender de las "alturas" del Estado y de la academia a la humildad del humus, es también desde mis propios "descensos", porque son muchos y en distintos planos, si se quiere más radicales, porque no tengo ilusiones de poder en el Estado o de ser centro en parte alguna o dueño de alguna escuela, o amaestrador de discípulos, un descenso no solo a los mundos de la vida, sino a la vida misma, en algunos de aquellos, empero, he probado también la ponzoña, es desde el habitar la nada, el ningún lugar, desde el ser Ninguno, Nadie, Nada, NNN, desde donde he aquilatado la significación absolutamente universal, excepcional en cualquier continente, superior a las del hemisferio norte, del pensamiento y de la vida de Orlando Fals Borda.

Y mi gratitud y veneración carecen de medida, aumentan con los días, las semanas, los meses, los años, los lustros, los decenios. Porque es que algo se ha iniciado en el camino emprendido por Orlando Fals Borda, algo de significación revolucionaria en el sentido más hondo y a la vez humilde, la que corresponde al espíritu, más que al poder, siempre tan vano.

Pensar y agradecer: pensar con el corazón. "Senti-pensamiento"

En alemán, según nos recuerdan Heidegger (1959, 1994) y el poeta Paul Celan, pensar y agradecer, denken y danken, son expresiones con la misma raíz. Detengámonos un momento en las propias palabras del poeta: "Pensar y agradecer son en nuestro idioma palabras que remontan al mismo origen. Quien sigue su sentido se encuentra con el conjunto de significados asociados: conmemorar, recordar, meditar y auscultar, pensar, acordarse [traducción mía]" (Celan, 1988).

No poseemos en castellano la misma riqueza etimológica de la relación entre pensar, agradecer y conmemorar, verbo este que nos aproxima al hecho festivo y en particular a esa fiesta de fiestas que es el carnaval, en cuya clave quiero rememorar a Orlando Fals Borda, en muchas de las acepciones expuestas por el poeta alemán: pensar su trayectoria, pensar su obra, agradecer su obra y trayectoria, meditarlas y conmemorarlas. Pero aunque no haya estricto equivalente, hay muchos registros que en nuestra tierra abundan en dimensiones semejantes y con mucha riqueza semántica. El primero es, por supuesto, la expresión que fue escuchada por Orlando Fals Borda a un pescador del Caribe: "senti-pensamiento". Una síntesis afortunada, porque condensa muy bien nuestro carácter estético primordial, dado que el sentimiento es de tal orden: antepuesto a todo ejercicio de pensar, sea cognitivo, ético, político o científico. También lo afirmaba Pascal, como ningún otro lo ha hecho en Francia, salvo quizá antes Montaigne y después Rousseau: "Hay razones que solo el corazón sabe".

El místico Bohme, zapatero de oficio y un ser humilde, culminó su gran libro, Aurora, con una expresión luminosa: en el tono de las epístolas de Pablo a los Corintios y en oposición a la insistencia de Lutero y Calvino en la predestinación, la fe y la gracia, fue radical en el principio elemental del amor: "Mirad el fundamento, al corazón: solo con coger al vuelo el Corazón de Dios tenéis bastante fundamento" (1979, pp. 394-395).

Es también esa la clave del "senti-pensamiento": pensar con el corazón. En la misma dirección de Celan, Pascal, Bohme, Orlando nos lleva a nuestras propias acepciones derivadas de la extraordinaria lengua castellana enlazadas con muy ricos significados: recordar, acordarse, acuerdo, concordia, cordial, cordialidad. Todas proceden de la voz latina cor que sin más quiere decir corazón, nada menos que el corazón. El pensar, en cuanto está tocado por lo que los griegos llamaban la musa Mnemosyne, es decir, la inspiradora de las memorias gratas, la diosa de la recurrencia de las voces del pasado, contraria al río Leteo que al conducir al infierno precipitaba el olvido, es un pensar del corazón o un corazón del pensar, por indicarlo de esta forma, se expresaba en lo antiguo como canto festivo y al mismo tiempo la memoria era designada con el corazón, como dicen los franceses cuando hablan de aprender de memoria: apprendre par coeur, aprender por el corazón: así, digamos de paso, incorporan los mamos indígenas koguis desde los dos años toda la biblioteca de los mitos y ritos de la comunidad. La fiesta congrega a la comunidad, la fiesta forma comunidad.

Y hay que recordar seis o siete dimensiones fundamentales de Orlando Fals Borda en las que quiero centrarme, además de las indicadas en el pasaje anterior: 1. la religiosa, 2. la festiva mediante el carnaval, 3. la musical por la escucha de la phoné popular, 4. la sociológica con vocación etnográfica y perspectiva integrada de las ciencias sociales, 5. su preferencia por el examen a fondo de lo que denomino en la teoría dramática y tramática de la sociedad mundos de la vida y 5. una retrospectiva para dilucidar en los misterios de su predestinación familiar los senderos marcados de antemano y las opciones vitales inusitadas de Orlando Fals Borda, entre ellas, su singular juego con la predestinación a cierta bisexualidad.

El giro teológico propiciado por Orlando Fals Borda mediante su opción por la multitud de los pobres

La contribución de Orlando Fals Borda en el plano religioso como miembro de la Iglesia Reformada ha sido tan notable, excepcional y de carácter universal como poco advertida y estudiada, quizá por dos razones: la primera, tendemos en las ciencias sociales a tomar demasiado en serio el tema de la secularización de la sociedad, es decir, el traspaso de la energía del mundo sagrado al profano, que ese concepto ya parece más bien un relato o mejor un metarrelato, en cuya perspectiva todo lo religioso se aplana para situarlo a ras de esos sucedáneos de las catedrales góticas, que son hoy los supermercados o los estadios de fútbol.

La segunda razón consiste en el hecho de que Orlando Fals Borda fue un creyente fiel y muy dedicado, pero no fue ni teólogo ni ministro de la congregación y ejerció su creencia en lo íntimo sin que afectara su convivencia con los católicos u otros grupos religiosos, los comunistas, los socialistas, y muchos otros, como lo practicó de modo ejemplar en el pluralismo y en la tolerancia de la institución de la sociología que fundó y dirigió de 1959 a 1966. Allí puso en alto valores que entonces y aún mucho después fueron de escasa existencia en cualquier medio institucional colombiano, tan proclive al maximalismo de las creencias del tenor del Catecismo de Astete, 1598, no templado debido a un minimalismo de la ética reducida a etiqueta, la urbanidad de Manuel Antonio Carreño de 1852. Orlando solía ser muy discreto en sus convicciones religiosas o en sus orientaciones de género, porque sabía lo encrespado del medio colombiano frente a estos dos temas espinosos.

Aun así su aporte al giro teológico fue monumental. Y ello en dos hitos preñados de nuevos sentidos universales, ambos pasados por alto por los biógrafos o los comentaristas. El primero, su contribución al surgimiento de la teología de la revolución desde el ámbito de la Iglesia Reformada Unificada formulada en la segunda mitad de los cincuenta y, por ende, cerca de diez años anterior a la versión emanada del catolicismo latinoamericano; y aunque indirecto, es invaluable su papel en la aparición de esta contraparte católica conocida como teología de la liberación, como amigo y colega de Camilo Torres Restrepo, pero, además, por el papel demostrativo de su obra, ya muy evidente en Campesinos de los Andes, su tesis de 1955 y publicada en 1961, en la cual enuncia en muchos pasajes el papel de la Iglesia en la transformación del campesinado. Y como argumentaré en el séptimo y último tema, el del cambio de valores frente al género, incluyó como epígrafe del libro citado un pasaje iluminante del libro de Esther del Antiguo Testamento, que además obró como una certera, lúcida y visionaria profecía.

Pero, además, y esto es de significación trascendental, el vuelco que Orlando Fals Borda dio en la práctica de su religiosidad al poner en juego algo así como una extensión del principio del filósofo Spinoza: Deus sive natura, Deus sive populus (Dios, o sea, la naturaleza; Dios, o sea, el pueblo), y por tanto al optar por los pobres como señal de predestinación y no por el oro y el poder, como había sido dominante según lo estableció muy bien Max Weber, realizó un giro inédito, bastante excepcional en su tiempo, anticipado en muchos años a lo que enunciará Lévinas con su teología y ética centradas en el ver en el otro y en los otros el rostro de Dios. Es lo que en el libro he formulado como el giro de una teología y filosofía alopáticas, es decir, fundada en un Dios o un poder exóge-nos, verticales, abstractos a una teología homeopática, ecocultural, autopoética, orgánica.

Y toda la mutación se resuelve en la implícita preferencia de Orlando Fals Borda por el mensaje de las dos epístolas a los Corintios, signadas en la primacía del amor, a diferencia de la tan citada epístola a los Romanos centrada en la fe. La Epístola a los Romanos, no por azar dirigida al centro del poder, fue la insignia de Lutero y de Calvino contra la Iglesia de Roma. Y es bien diciente que quienes argumentan un nuevo mesianismo en el signo de san Pablo, como lo hacen Walter Benjamin, Jacob Taubes y Giorgio Agamben desde el mundo noroccidental, y Franz Hinkelammert y Enrique Dussel desde la teología de la liberación de América Latina, persistan en argumentar alrededor de la Epístola a los Romanos y pasen por alto las epístolas a los Corintios (Liceaga, 2009). Por ello, todo mi primer libro gira en torno a tres epígrafes de estas epístolas que inserto en nota a pie de página.6 Ello quiere decir que todavía se quiere fundamentar el mesianismo, así sea inmanente, en el poder y no en el amor: ¡menuda equivocación!

No se ha recabado tampoco su contribución al nacimiento de la teología de la revolución, como la llamó Richard Shaull, profesor de Orlando Fals Borda en el Colegio Americano, sociólogo, teólogo, con una larga estancia en los cincuenta en Brasil después de su estadía en Colombia y más tarde profesor de Teología en la Universidad de Princeton, desde donde coincidiría con Orlando en calidad de colega en muchas actividades internacionales dentro del presbite-rianismo y como miembros muy activos del Concilio Mundial de Iglesias con sede en Ginebra. Pero para ilustrar mejor este asunto, extraigo unos pasajes de una de sus últimas entrevistas, titulada "Uno siembra la semilla pero ella tiene su propia dinámica":

También fui director de un Centro Juvenil Presbiteriano (CIP)... El pastor de la iglesia era Richard Shaull, que después llegaría a ser uno de los iniciadores de la teología de la liberación. él tiene una concepción muy distinta del pastor y le dio esas dimensión social juvenil al CIP. porque fue como una especie de motor para transformar la forma de pensar y de actuar en las iglesias. Ese centro presbiteriano tiene actividades culturales y deportivas, se representaban obras de teatro clásico español, exposiciones de pintura con la ayuda de Alejandro Obregón, actividades literarias con Alvaro Cepeda Samudio... con Alvaro fuimos compañeros de colegio, nos graduamos en Estados Unidos, tuvimos una amistad hasta su muerte. (Fals, 2009, p. 15)

Aunque por las razones indicadas Orlando no reclamaba esta prioridad de una teología enunciada al menos una década antes de la aparición en los sesenta de la teología de la liberación dentro de la Iglesia católica, estimo que su ejemplo como alumno en el Colegio Americano debió obrar como paradigma para Schaull del cambio teológico formidable dentro de la Iglesia Reformada, pese a que tardaron muchos lustros en aceptar la nueva orientación, como se demostraría con la expulsión de Orlando Fals Borda de la congregación y en entrevistas de los setenta a Richard Shaull, quien, por otra parte, admitió algunas exageraciones y manifestó esperanza en los movimientos pentecostales muy dinámicos de Brasil. Cito otro pasaje de la misma entrevista que pone de manifiesto el encuentro de las paralelas de Orlando y de Richard Shaull a lo largo de los años:

Con Schaull siguió una amistad muy grande, cuando lo pasaron aquí a la Iglesia Presbiteriana de Bogotá, de pastor. Dio la casualidad que yo también me vine; dejé Barranquilla y me vine para acá y tuve la osadía de presentarme aquí en Bogotá como sociólogo. Eso fue en el 49 después de la muerte de Gaitán y después del mensaje que le había compuesto. Entonces acá Schaull me nombró director del coro de la calle 24. ¡Ah, eso fue una experiencia extraordinaria, porque es que no había muchos coros en Bogotá, coros de cuatro voces. Schaull apoyando todas estas cosas, fíjate como él pensaba, no solamente en la Biblia, sino en la cultura, en otras actividades en la sociedad, en el bienestar, en la felicidad de los jóvenes, porque todos los que estábamos con él eran jóvenes, yo no tendría más que 25 años... A Schaull lo volví a encontrar ya como un teólogo de la liberación en Europa, ya después que me había salido de la Universidad y estaba en Naciones Unidas en Ginebra (Nota de Gabriel Restrepo, 1966, luego de la muerte de Camilo Torres Restrepo). Me invitaron a dar una conferencia sobre problemas latinoamericanos, una serie en la que Schaull ya había participado, yo tenía unos textos de él y escogí un tema que fue premonitorio: "Subversión y desarrollo en América Latina", era un intento de enfocar el concepto de subversión desde el punto de vista positivo y no negativo como aparece en los diccionarios (Nota de Gabriel Restrepo: allí se fijaron los puntos que aparecerán en el libro La subversión en Colombia). (Fals, 2009, pp. 16)

Sociología con la epistemología subyacente a la gran fiesta de fiestas, el carnaval

Por extraño que pueda parecer, la epistemología de Orlando Fals Borda está organizada en el fondo con la misma poética del carnaval que el gran semiólogo Bajtin descubriera en el Renacimiento y que, despegada del pretexto directo de la magna fiesta, se convierte en un carnaval sin Cuaresma en los grandes creadores, como lo expuso primero en relación con la época de Rabelais y luego con la novelística de Dostoievski.

Sin ninguna duda, a este par de clásicos se podría sumar a Gabriel García Márquez, con la ventaja en relación con el ruso y en común con el francés —cuya huella se deja ver en las hipérboles de Gabo— de haber vivido desde la infancia y a lo largo de muchos tramos de la vida en uno de los carnavales más prodigiosos, como es el de Barranquilla. Que los dos europeos y el colombiano pertenezcan a la literatura no significa ninguna objeción para que el espíritu del carnaval oriente nuevos horizontes de las ciencias sociales. Y tal ha sido el caso de Orlando Fals Borda, y no solo por la columna narrativa de Historia doble de la costa, sino por muchísimas otras razones vitales, extrínsecas e intrínsecas a la escritura.

Pero ¿qué significa el carnaval? Ante todo habría que sorprenderse por un hecho en apariencia paradójico: ni la Iglesia católica pudo desterrar el carnaval que es una fiesta pagana, es decir, del pagus, del mundo rural. Según mi arqueología profunda, esta fiesta de fiestas es una especie de remanencia de la primera fase del Neolítico, cuando el asentamiento en aldeas se produjo en forma matriarcal, con divinidades lunares, culto a la fertilidad y pensamiento ecológico. Pero esta fase, que pudo ocurrir entre nueve mil y siete mil años antes de Cristo, fue subordinada y reemplazada por una dominación patriarcal fundada en la guerra, con cultos solares, organización vertical y esclavismo. Según mis conjeturas, los nuevos amos no pudieron desterrar el carnaval y este permaneció pero encerrado en un tiempo y espacio precisos como un medio de liberar la energía social, pero controlándola.

Así debió hacerlo la Iglesia católica. El calendario católico, derivado del latino, es solar. Pero hay una gran excepción lunar. La Resurrección se fija en el siguiente domingo después de la luna llena del equinoccio vernal del hemisferio norte. Hacia atrás se cuentan cuarenta días para delimitar en el miércoles de ceniza el periodo de exceso del carnaval y la Cuaresma que anticipa la semana de pasión. Y hacia delante se suceden otros cuarenta días para esa fiesta suprema que conmemora la venida del Espíritu Santo, Pentecostés.

A diferencia de la religión católica que con no poca astucia sabe de la fuerza del paganismo y conservó el carnaval pero encerrándolo en tiempo y espacio, el protestantismo más radical desterró el carnaval por la primacía que concedió al ascetismo encauzado hacia la producción y el ahorro considerados como señal de salvación divina.

Es entonces excepcional que un convencido miembro de la Iglesia Reformada asumiera una suerte de epistemología del carnaval, solo que, a tono con Bajtin, fuera un perpetuo carnaval sin Cuaresma. El carnaval es el equivalente en el folclore de la expresión más esencial de la elitelore: la constitución de Bayreuth de la ópera por parte de Richard Wagner como la Gesamtkunstspielbühneoper: la ópera y la obra de todas las artes integradas en la escena teatral. Solo que la escena del carnaval ha sido la calle, esto es, la escena propia de la comedia, que es el género por excelencia del pueblo, ya que solo mediante la risa puede temperar la tragedia de la vida cotidiana, a diferencia de la elitelore para la cual la tragedia es el género preferido, pues, aunque no la vivan, siempre subyace como riesgo de caída. En la calle, se conjugan todas las artes a ras de piso. Allí la fiesta se despliega fiera, arrogante y exuberante en una performance interpretada que integra coreografía, danza, música, poesía, mímica, ritmo, escultura, arquitectura en el humus donde vive y convive el pueblo. Existente ya desde la Colonia en cuanto mímica burlona del poder y escapatoria breve de los rigores de la esclavitud o de la servidumbre; el carnaval traspasa los siglos y los espacios.

El carnaval es la astucia del pueblo que allí no solo muestra su resistencia, sino que lo hace como disidencia y aún más como disidanza, neologismo que he acuñado porque es una disidencia estética y, a diferencia de la resistencia que muchas veces es violenta, es un modelo perfecto de ejercicio de la no violencia. Y lo más decisivo: es una contraseducción y contrasubyugación popular no envidiosa, que en clave de amor y humor ejerce el pueblo contra la élite para lograr su reconocimiento cultural. Es como provocar más bien la envidia de la élite al mostrar la felicidad de los mundos de la vida en la comida, la fiesta, el humor, la comensalidad, el compañerismo.

El lugar donde se produjo el triunfo de la contraseducción popular fue Barranquilla. Ciudad nueva y por tanto despejada de pergaminos y de rancias y falsas ostentaciones de abolengo aristocrático, abierta al futuro, tierra hospitalaria y de gran dinámica de mestizajes universales, pues a los troncos de los pueblos mundos se añadieron emigrantes libaneses, turcos, árabes, judíos y europeos, no pocos españoles huidos de la guerra civil. El éxito del carnaval no hubiera sido pensable en la rancia Cartagena, mucho menos en el ascético Medellín, y por supuesto tampoco en la taciturna capital de las 33 iglesias y campanarios.

El tiempo: el cambio del siglo XIX al XX. En ese topos (lugar), emergió otro orto, para expresarlo en un palíndromo, otro amanecer, otro tropos (otra retórica) en pleno trópico: el carnaval logró la rendición de la élite local, tan pujante desde entonces en vocación empresarial, dado que Barranquilla fue la cuna de la fortuna de Julio Mario Santodomingo, uno de los mayores magnates del mundo, pero también tan pródiga en las artes y letras, y basta mencionar el grupo de la Cueva y allí a Gabriel García Márquez: el alquímico escritor realizaría la traducción de esa episteme universal elaborada a partir de la suma doxa casi seis décadas después, con la obra cumbre Cien años de soledad, que es un tratado de la alquimia y, al modo de Don Quijote, una de las más perfectas fusiones del saber literario universal y del saber local.

Episteme paradójica, entonces, como la que he denominado homeopática (en la concepción antigua, no en la nueva), simpática y empática, puesto que no hay nada que una más a la filosofía y a la sabiduría o al amor al saber con el saber del amor que esa celebración o conmemoración de la sapiencia universal realizada desde la magnificencia de la pura tierra.

El carnaval logró una igualdad cultural hechiza, es decir, ficticia o fetiche. Pero no se entienda mal: casi toda igualdad es ficticia, porque, por ejemplo, el oro, el metal tan sólido, líquido e incluso gaseoso, evaporable en las crisis, es una pálida traslación del verdadero e invisible respaldo: la confianza que el mundo deposita en este fetiche: algo tan intangible como la fe se torna cañón y plomo y oro. Y aunque sea del orden de lo ficticio, el reconocimiento del valor de la cultura popular es un camino para obtener reconocimiento económico, social y político: y es allí donde se enclava el significado del periplo de Orlando Fals Borda.

Lo cierto es que el pueblo logró seducir y subyugar a la élite con el ardid de las artes y las fiestas: con-venció por seducción a la mayor parte del poder económico, político y mediático; y con esa anagnórisis catártica y estética, en clave de no violencia, en disidan-za y ya no solo en resistencia, de modo simpático y no alopático movió, poco a poco, a la sociedad para que la equidad cultural (sancionada en la Constitución de 1991 desde el punto de vista legal) se comenzara a traducir, poco a poco, en promesa cierta de equidad económica.

En la misma línea de pensamiento del poeta Celan, el filósofo alemán Martin Heidegger expresaba que era preciso enriquecer el pensamiento de la fiesta con una fiesta del pensamiento. La célebre frase está contenida en un libro que en alemán se denomina Gelas-sanheit y que en castellano traducen de un modo erróneo como Serenidad, cuando lo que quiere decir el filósofo es que ante la miopía y terquedad de la metafísica uno ha de abandonarse para poder pensar de otra forma (Heidegger, 1959, 1994). Que después del abandonarse venga la serenidad es otra cosa. La traducción propia sería, pues, Abandonarse. Es como se dice también de un carnaval, que uno ha de abandonarse a él, entregarse, ceder, declinar la seriedad del día para ensayar el extravío razonable de la noche.

Este abandonarse significa que hay algo más profundo que el aprender a aprender: es necesario aprender a desaprender y esto se realiza por el abandonarse. Lo que Martin Heidegger significaba con el abandonarse filosófico a través de la fiesta o en la fiesta como razón del pensamiento era la necesidad de liberarse de la prisión de la metafísica, de sus prejuicios, de sus arrogancias, para pensar el ser como algo dado en este mundo.

Porque aprender a desaprender es aprender a dejar de estar aprendido, o sea, apresado por sus propios demonios. Ahora bien, como lo enseña el psicoanálisis, uno no vence sus propios demonios sino que los reconoce: de ahí una propedéutica, pero, ojo, también una terapéutica de la fiesta y, en particular, del carnaval. Es necesario abandonarse, pero al abandonarse también es imperativo recogerse, rehacerse, recrearse, y esto entraña entonces algo que para mí es fascinante: la fiesta como una experiencia vivida, pero también como una experiencia meditada y pensada. Solo en una conjunción de abandono y de recogimiento, de extravío metódico y de meditación se accede a ese estado de serenidad que, en efecto, viene a regalar a la persona que se ha abandonado, pero que en el abandono se ha reencontrado con un nuevo sí mismo. Ese abandono y esa serenidad son las que dibujaron el rostro de Orlando Fals Borda como una sonrisa triste.

Hacer del pensamiento de la fiesta una fiesta del pensamiento es equivalente a ese imperativo del "senti-pensamiento" que fuera clave intelectual y vital del sociólogo Orlando Fals Borda, un pensamiento de la fiesta y la fiesta del pensamiento como un modo de vida que se condensará en la investigación acción participativa. Abandonado por todas las comunidades envolventes, Orlando Fals Borda alcanzará la cumbre de su pensamiento en esa orgía del pensar popular que se contiene en los cuatro libros de Historia doble de la costa.

¿Cómo no acordarme de que el reencuentro con un maestro al que yo y una manada de locos, juventud ingenua, despistada, habíamos expulsado como si fuera Joselito Carnaval de los claustros universitarios en 1967 por considerarlo agente del imperialismo, ese reencuentro, pasados los años, ocurrió al calor de los carnavales de Barranquilla, entre 1982 y 1986, cuando él estaba cerrando el cuarto libro de Historia doble de la costa, Retorno a la tierra, en el cual evoca a la cantante y danzante María Barilla? ¿Cómo no recordar que nos saludó y acogió con perdón y benevolencia, pues es propio de la sabiduría, más que del saber, comprender que el tiempo es espeso y no un hilo tenue, y que el alma posee sus honduras de las que el intelecto carece?

Ahora bien, por excéntrico que parezca y para cerrar y anudar este apartado con el anterior, Orlando Fals Borda acordaba muy bien su vida y obra en la armonía de una acendrada religiosidad emanada de su creencia en la Iglesia Reformada y con el carnaval como la fiesta de fiestas de la multitud emanada desde un pagus como el colombiano necesitado de escucha y de redención.

Música y escucha profunda de la phoné popular

La dimensión musical de Orlando Fals Borda se condensa en dos planos: su condición de director de coros y de compositor, pero también en el ejercicio de una escucha profunda a la voz del pueblo, la phoné de la multitud.

Ya he situado pasajes donde se evoca la afición musical de Orlando: dirigió los coros del Colegio Americano y de la Iglesia Reformada en Barranquilla, y luego los de Bogotá en 1948. Entonces compuso la Canción a Colombia a su llegada luego del 9 de abril de 1948 como él mismo lo evoca:

Cuando yo regresé a Barranquilla me esperaban con la dirección de los coros del Colegio Americano y de la Iglesia, llego como a mediados de 1948 o antes, en el 47 y después del 48 es la muerte de Gaitán, yo estaba en Barranquilla y hubo una rebelión bastante fuerte y me inspiré y escribí una cantata pequeña que se titula "mensaje a Colombia", con un aire patriótico pidiendo la paz que uniera a los Colombianos, se reconstruyera el país. (Fals, 2009, p. 15)

Pero el punto preciso donde se entronca su vocación musical con las ciencias sociales e incluso con la política en el sentido clásico de los griegos es la escucha profunda de la phoné del pueblo, una que como el auscultar pertenece a la razón y por tanto es más potente que el sensitivo oír o el intelectivo escuchar y que es una condición sin la cual no hay buen músico, político, psicoanalista, poeta y etnógrafo.

Se podría abundar mucho en estas razones. Pero me valgo de tres referencias preciosas. Las dos primeras son clásicas, porque emanan de Platón y de Aristóteles. En su último seminario, Michel Foucault trae a cuento pasajes de Platón en los cuales enlaza la phoné con la política, pues es deber del político escuchar la voz del pueblo, como se repetirá tanto a lo largo de los siglos (Foucault, 2010). Por su parte, Aristóteles concluye una de sus obras cumbres, La política, con una meditación en torno al papel de la música en la educación de los ciudadanos (Aristóteles, 1989), algo que sirvió quizá de apoyo a un inglés citado por Borges en Historia del tango, en el cual dice que si a él le dieran el poder de componer las canciones de un pueblo no le importaría quién escribiera las leyes (Borges, 1974).

La tercera referencia es contemporánea. Se refiere a un pasaje de narración autobiográfica del gran sociólogo contemporáneo Richard Sennet en un libro precioso: El respeto (2003). Allí indica que eligió la sociología por amor a su madre, trabajadora social, pero que alió esta elección con una gran vocación por la interpretación del violoncelo, que no pudo ser profesión debido a una cierta limitación física, pero se convirtió en una gran pasión. Sostiene con enorme razón este científico social atípico, porque es más etnógrafo que sociólogo, que su indagación de lo "alto" de las élites de yuppies bostonianos dedicados a la especulación bursátil y su inmersión en los "bajos" fondos de las negritudes pobres de Chicago se favoreció por una razón que es más del orden estético que del cognitivo: la música le proporcionaba una sensibilidad abierta para una escucha profunda, sin la cual no hay etnografía posible. Del mismo modo, pudiera añadirse, la música lo habilitaba para pulsar los acordes en toda la gama de las escalas, desde las notas agudas a las graves.

Música, corazón, acuerdo, concordia: tales fueron los hilos conductores de Orlando Fals Borda que lo llevaron a entonar con la escucha de la heterofonía popular ese inmenso canto polifónico desplegado en los cuatro tomos de Historia doble de la costa.

Sociología con vocación etnográfica y perspectiva integrada

Este apartado puede resumirse, pese a lo importante, por ya anticipado, pero también para dar espacio a temas no tocados por los comentaristas. Cuando se celebraron en el Centro de Convenciones de Cartagena en 1997 los veinte años de la formulación de la investigación acción participativa, nacidos en encuentro humilde, la multitudinaria asistencia de científicos sociales de los cinco continentes se enriqueció por la presencia de Inmanuell Wallerstein y de Agnes Heller.

¿Qué podía significar la condescendencia de Wallerstein al ser huésped de esa fiesta conmemorativa de una epistemología surgida de los humedales de Colombia en el mayor abandono de un pensador?

La respuesta se halla en un hecho sorprendente, que por nuestro apocamiento no se ha advertido como debiera. Dos textos de los noventa de Wallerstein muy difundidos en el mundo como un nuevo credo propugnaban por una crítica a las miradas miopes y superespecializadas de las ciencias sociales a favor de unas ciencias sociales integradas (Wallerstein, 1998, 1999). A tal fin apuntaban en la misma década otros pensadores como Edgar Morin con el concepto de transdisciplinaridad.

Pues bien, sin bombo ni aparato, un humilde pensador nacido en la "periferia" de la "periferia", Orlando Fals Borda, había practicado una sociología con aliento etnográfico y con notable síntesis y ductilidad transdisciplinar desde sus primeros libros en los cincuenta. Y además, un talante de un perfil tan teórico como práctico organizó la enseñanza de la sociología entre 1959 y 1966 en un marco de cooperación de todas las ciencias sociales.

Preferencia por los mundos de la vida

Se ha reprochado mucho a la etapa de la sociología presidida por Orlando Fals Borda en el Departamento y Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia entre 1959 y 1966 el haberse dedicado a problemas microsociológicos y olvidar los grandes problemas estructurales del Estado nacional colombiano.

La acusación es infundada y procede de una preferencia disputable de la sociología mundial y colombiana por lo que denomino en la teoría dramática y tramática de la sociedad el mundo del sistema social globalizado, compuesto por los poderes económico, político, mediático y académico, en desmedro de los mundos de la vida, pensados dentro de mi teoría como nacederos de la nación y del mundo e integrados por individuos envueltos en familias y en comunidades y en alternancia inmediata con los mundos de la naturaleza.

En este pasaje, debo referirme al curso de mi vida como sociólogo. Sin duda, el argumento contra la primera etapa de la sociología procedía de un maestro que orientó el cambio de visión del Departamento luego de 1969 y a quien mucho admiro, Darío Mesa Chica. Como Orlando Fals Borda, pero desde otra dimensión, Darío Mesa nos retó a ser universales con un planteamiento que propugnaba por una sociología científica, nacional y política. Lo científico obligaba a beber en los clásicos de las ciencias sociales. Pero el pensamiento universal debía someterse a la prueba del laboratorio del Estado nacional colombiano. Y añadía como tercera exigencia del pensamiento, que no solo debiera ser científico, ni tampoco solo nacional, sino además político. Por supuesto, él entendía por político todo aquello que procede de la polis, el arquetipo griego de la política.

Uno debe ser respetuoso con la tradición y, por supuesto, con sus maestros. Pero parte de este respecto consiste en superarlos conservando lo bueno de las tradiciones: lo que se designa con un concepto hegeliano de aufheben, que es superar conservando. Pues, bien, el maestro todavía mantenía de su pasado muchos tics del estalinismo, que no fueron del todo curados por su lectura de Max Weber, antes bien enlazaron con este autor prusiano en una cierta idealización del Estado. De este modo, su idea de una sociología política (o de una ciencia cualquiera en su dimensión política) apuntaba a formar "cuadros" para el Estado. Así como los revolucionarios decían que había que formar cuadros para la revolución, él señalaba que la sociología debía formar cuadros para reformar el Estado.

Yo, que había seguido ese camino al dejar temporalmente la universidad para ir al Estado, en el cerebro mismo del Estado que es el Departamento Nacional de Planeación, como jefe de la Unidad de Desarrollo Social, de 1982 a 1986 y aun en 1990 como asesor de jefatura, yo, que escribí dos mil páginas de escritura fantasma para el presidente Belisario Betancour Cuartas, todos los mensajes al Congreso, yo, que pertenecí a la Junta Ejecutiva Mundial de Unicef como cuarto vicepresidente, en determinado momento, al regreso a la universidad en 1992, luego de organizar en dos años la reincorporación de 3000 excombatientes en la Consejería de Paz de la Presidencia de la República, decidí dejar de ser un "cuadro" para el Estado y... convertirme en un "círculo" para la nación. De ahí mi aproximación a la fiesta, y en ese giro la influencia de Orlando Fals Borda fue decisiva.

¿Qué significa pensar e investigar como un círculo de la nación? Más allá de la burla o de la chanza, el asunto encierra significados importantes si uno considera tres dimensiones: primero, que en francés la palabra investigar se designa con chercheur y recherche, y que estas palabras responden a una visión no lineal o rectilínea del método, porque provienen de la palabra círculo y esta asociación deriva del pastoreo, en el cual, para encontrar a una oveja perdida, hay que proceder por círculos concéntricos, los mismos que uno dibuja de modo imaginario cuando en una investigación (palabra que también, como in vestigium, proviene de actividades relacionadas con los animales, seguir los vestigios) se traza un estado actual.

Pero la segunda significación para mí importante de la palabra círculo deviene la relación entre círculo y circulación: un saber ha de circularse, ha de derivar, como he señalado, de ser a la vez universales estudiando el pensamiento global, y radicales, asentados en esta realidad compleja: aquí el circular es del universo al cronotopo, del cronotopo local al universo, pero también nutrido el pensamiento de la riqueza de la cultura popular, en particular del carnaval, ha de retornar al mismo pueblo como un saber enriquecido: lo que en la teoría de la investigación acción participativa se denomina devolución del saber académico al saber popular. Ahora bien, mi tesis es que el pensamiento de la fiesta y la fiesta del pensamiento le permiten a la universidad circular en la nación, y tal fue el paradigma encarnado por Orlando Fals Borda.

Yo concibo que uno puede ser tanto más universal o global en cuanto uno sea al mismo tiempo más radical: radical, quiero que se me entienda bien, significa para mí en este caso lo que tiene que ver con la raíz: ser radical es ir a la raíz, y la raíz de lo nacional está en el humus, en los 1113 municipios y 110 000 veredas de este país caracterizado por una mega complejidad geográfica, biológica, demográfica, económica, técnica, política, social y cultural, situado en el ecuador terrestre, entre el Atlántico y el Pacífico, enclavado en el Caribe, entre el Amazonas y la zona de confluencia intertropical, con sus 37 ecosistemas diferentes, sus cerca de 64 etnias distintas y con sus más de 3500 fiestas.

Una razón demostraría lo insostenible del argumento esgrimido contra el sesgo de la primera etapa de la sociología académica liderada por Orlando Fals Borda: cuando a finales de los ochenta la Comisión para la Superación de la Violencia integrada por científicos sociales de distintas profesiones argumentó que este mal endémico anidaba tanto en fallas estructurales de los poderes de un Estado como en los mundos de la vida, tal anudamiento provenía de las dos grandes líneas de investigación iniciadas en aquella etapa: para lo macrosociológico, el libro de La violencia en Colombia; para lo microsociológico, el libro clásico de Virginia Gutiérrez de Pineda, La familia en Colombia.

Donde más duelen la pobreza, las violencias, la debilidad de la educación y la falla en la presencia del Estado es en los mundos de la vida nucleados en 89 % de los municipios más pobres, aquellos clasificados en la categoría seis del Departamento Nacional de Planeación y representados en la siguiente figura:

No por azar en esa gran zona pintada del gris de la cenicienta se condensa el dolor del Estado nacional y no por azar allí fue donde apuntó toda la obra de Orlando Fals Borda, en su última etapa dedicada a un cambio en el ordenamiento territorial para acercar los poderes a la nación.

Opciones de Orlando Fals Borda a la luz de misterios de su predestinación

¿Qué premisas vitales fueron necesarias para esta tremenda "inversión" de teología, sociología, ciencias sociales, artes y relación del Estado con la nación? No es pensable que el pensamiento más profundo obre en una campana de cristal. El saber ancla en el pathos más profundo de la vida, antes de la razón, antes del entendimiento, antes del lenguaje, antes del habla: está inscrito en el cuerpo, marcado en el cerebelo, fijado en las sinapsis.

¿Cómo fue posible que el arquetipo que ya es Orlando Fals Borda, a seis años de su muerte, así aún no se lo reconozca como tal, haya vinculado lo sagrado y lo profano, el arte y la ciencia, la música y la literatura con las ciencias sociales, lo teórico con lo práctico, el Estado con la nación? ¿Qué condiciones de cuerpo y alma son indispensables para soportar el abandono y el rechazo y proseguir con fe, esperanza y amor luego del múltiple estigma como Joselito Carnaval, chivo expiatorio, expulsión y ostracismo de las comunidades más queridas por él, homo sacer expuesto en la soledad más sola a múltiples vindictas sociales? ¿Cómo se puede explicar que haya eludido la violencia, el resentimiento, la ira, la venganza luego de tantos acosos?

Una primera cualidad con la cual el destino marcó el sendero de Orlando Fals Borda radica en que el pensador nacido en Barran-quilla, con ascendencia por vía paterna en Monpox y más atrás de Cataluña, fue por vía materna, María Borda, ella enraizada con los chimilas, también derivada de una familia de tradición muy bogotana, de la que provendrán los Zalamea Borda, primos hermanos de Orlando. Aún falta por investigar mucho en esta genealogía para saber por qué razón algunos de los Bordas, uno ingeniero, el padre de María Borda, otro escritor, Eduardo Zalamea, eligieron un lugar tan diferente de la adusta capital como escenario de su vida. Algo de una bondadosa y genial locura debió obrar, como se atestigua en esa novela tan excéntrica de Eduardo Zalamea 4 años a bordo de mí mismo, con epicentro en La Guajira.

En cualquier caso, por vía de padre y de madre, Orlando Fals Borda encarnó un primer oxímoron: sólido y fluido. Pues los Andes y en especial su capital son lo granítico, aquello propio de la modernidad sólida según la célebre contraposición de Zigmunt Bauman, en tanto que el Caribe es lo fluido a tenor del mismo pensador que figura el mundo contemporáneo con tal cualidad. Este rasgo lo distingue de entrada del muy andino Camilo Torres Restrepo y recuerda la oposición entre los dos mundos andinos y caribes encarnada en Santander y Bolívar, pero también el acuerdo decisivo del montañoso Caro y del cartagenero Núñez.

Segunda predestinación vital: ¿cómo fue posible que Orlando integrara la visión protestante con la católica y mediante la música y el carnaval fuera tolerante con creencias distintas y aun opuestas a la suya? La respuesta procede de estos breves signos: la afiliación presbiteriana de los padres de Orlando ocurrió como elección y no fue determinada por herencia familiar. Por tanto, estuvo todavía marcada por sellos del catolicismo, como se desprende ante todo del nombre de la madre, nada menos que María, María Borda, un emblema del catolicismo que el protestantismo dejará a un lado por su tendencia secular a obrar en los sentidos judaico y patriarcal vertebrados en el mundo del varón volcado al mercado o al poder. María no figura para nada en el panteón protestante, ni tampoco lo femenino ha sido parte de un culto que ha sido bastante andro-céntrico. Que el tema del patronímico de María no sea casual en el periplo de Orlando Fals Borda y no se limite al nacimiento lo prueba su matrimonio con María Cristina Salazar: de nuevo, el signo materno, el cuño de la madre, de su madre carnal, de la madre de Cristo y del mundo femenino, como también de los nacederos de la vida y del mundo que son los propios de la fertilidad nucleada en la maternidad.

Tercera predestinación vital: ¿por qué Orlando Fals Borda no se decidió por la insurgencia armada y eligió en cambio la vía de la no violencia, pese a no pocas retóricas de alabanza a la lucha armada? ¿Cobardía o hay factores que expliquen una opción como la que abrazó? A diferencia de Camilo Torres Restrepo, Orlando Fals Borda poseía un inmenso conocimiento militar, porque había estudiado en la Escuela Militar un año y medio luego de su bachillerato con aquellos que durante los sesenta y setenta figuraron en el comando de las Fuerzas Armadas contra la insurrección armada. ¿Debilidad? Sería ridículo tachar a Orlando de pusilánime cuando no hizo más que luchar toda la vida en las condiciones más adversas. La razón es otra: según los relatos biográficos, se puede suponer que el paso por la Escuela Militar debió ser sugerido por el padre de Orlando, a quien recuerda con afecto, pero a quien evoca como aquel que ejercía algún castigo cuando lo merecía. Del mismo modo, se sabe que fue su madre quien lo asistió en la salida de la Escuela Militar y lo condujo a los estudios literarios, mucho antes de la decisión por la sociología.

Cuarta predestinación del devenir de Orlando: la vocación por las ciencias sociales como tarea del amor cristiano. ¿Qué motivó a Orlando Fals Borda a elegir las ciencias sociales cuando ellas no asomaban en el medio colombiano y qué factor explica que su estudio más bien tardío se guiara por el amor al pueblo? De nuevo, aparece la madre como factor decisivo de predestinación y de elección. María Borda fue una mujer excepcional, se diría dotada de un carisma tan potente que recuerda a la madre de Sócrates quien, como partera, lo inició en el arte mayéutica. Y en la misma secuela puedo asociarla a Diotima de Mantinea, la sacerdotisa que libró a Atenas de una plaga y quien iniciara a Sócrates en el amor al saber por el saber del amor, como se colige de esa obra de Platón en clave de carnaval sobre el eros: El banquete. Esa extraña mujer fruto de la rara elección de un ingeniero cachaco de apellido Borda de aparearse con una indígena descendiente de chimilas cuando trabajaba en la exploración de petróleos en el Caribe se caracterizó por su vocación social y por su misión sanadora. De ella y de la familia chimila materna emana el amor por la oralidad popular de Orlando, muy simétrica a la evocada por Gabriel García Márquez de su parentela materna. Fue muy diligente y pródiga en obras sociales y pionera en la región caribe en la constitución de la sociedad de lucha contra el cáncer.

Quinta predestinación de la vida de Orlando: la vocación como daimon que desciende de "arriba" a lo llano del mundo para una unción simbólica de lo sagrado y de lo profano. De nuevo la elección de Orlando se prefiguró por la vía materna en el padre de la madre en la alianza conyugal de lo distinto y opuesto. Es la figura del daimon como mediador que llena el vacío social, expuesta en el mismo libro de Platón. Pero ha de añadirse algo importante: miembro de una clase media que más en Colombia que en cualquier parte del mundo es la más envidiada y la más envidiosa, Orlando transmutó la envidia, que es invidere, no ver viendo, en visión por el recado del padre de la madre y de su madre para religar lo disyunto y opuesto.

Sexta predestinación del mayor misterio de Orlando Fals Borda: la aceptación en clave secreta de una orientación hacia la bisexualidad. En la razón anterior, se unieron el padre de la madre y la propia madre para dar cuenta de dos imperativos contrapuestos que han alternado en la historia de la humanidad desde el Neolítico: el mandato que Jacques Lacan, siguiendo a Freud, tipifica como obedecer En el nombre del padre. Lo que entiende por ello el psicoanalista francés es lo propio de una tradición alopática, jerárquica, imperativa y androcéntrica del mundo occidental dominante desde el Neolítico patriarcal, guerrero y esclavista erigida luego de subordinar el matriarcado desde hace al menos ocho mil milenios: la ley, la ética abstracta, el Estado fundado en la violencia, la pedagogía como doma. Y por el lado de su madre, Orlando encarnó el mandato contrapuesto que obliga a responder y ser responsable En el nombre de la madre, que ha sido lo propio del Neolítico indoamericano y de tradiciones homeopáticas e inmanentes del taoísmo, de Confucio, del budismo, del hinduismo y del animismo africano. Madre ha de comprenderse aquí en su polisemia como naturaleza donante y como madre de nacimientos por amor al saber y saber del amor, sabiduría eco-bio-sófica, visión ecológica, circulación de dones y ante todo: ¡Retorno a la tierra!

No puedo extenderme como quisiera en este pasaje que me tomó más de cien páginas de mi segundo libro. Solo diré que es necesario ir más allá de Champollion en su tarea de descifrar la piedra Rosetta, más allá de Freud y de Lacan, más allá de Poe y de Conan Doyle para desentrañar el prodigioso tesoro encerrado en el enigma de la sexualidad de Orlando Fals Borda y en el modo de aliar lo paterno y lo materno en su opción vital. Uno de los caminos lleva como es comprensible a la santería y a la astucia de un varón tan guerrero, tan Hermes y tan fuerte como es el dios yoruba Changó a hacerse pasable al asumir la figura de una santa católica y por contera herida y mártir, Santa Bárbara. Por tal vía, por lo demás incomprensible sin el prodigioso carnaval encarnado en san Pedro Claver al tornarse esclavo de los esclavos, se enriquecerá la comprensión del camino de Orlando al resumir en soma y sema el animismo africano.

Una segunda senda es un pasaje de la segunda epístola de san Paulo a los Corintios, en la cual indica que ha sido zaherido por un aguijón de la carne dado por el demonio y que, al pedirle a Cristo tres veces que lo librara de él, recibió una respuesta paradójica: era preciso que se resignara porque en esa debilidad radicaría su fortaleza.

Una tercera vía conduce por su abuela chimila a los mamos koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta, pues los mamos han de culminar su iniciación en una suerte de condición andrógina para comprender la totalidad de la comunidad.

Pero la encrucijada se completa en el cuarto sendero que remite de nuevo a la madre, María Borda, a la cual retorna Orlando Fals Borda en el tomo cuarto de Historia doble de la costa dedicado a su memoria: el Retorno a la tierra, libro en el cual evoca a la deidad hermafrodita Nihna Thi de los zenúes y se refiere a una piedra extraña que convierte en mujeres a los hombres que la pisan: piedra y cielo, misterio de un pathos singular y excepcional como en el libro lo argumentaré acudiendo a una interpretación de un poema de George Tralk por parte de Martin Heidegger.

La pieza magistral del rompecabezas, empero, asume la figura de Esther, el personaje bíblico del cual extrae el epígrafe de Campesinos de los Andes y al cual se refiere en el último capítulo con visión tan profética como la del libro bíblico. El autor de este ensayo experimentó un escalofrío portador de misterios cuando supo por el libro de la Iglesia Reformada que muchísimos años atrás, en el Colegio Americano, la madre de Orlando había escrito un drama representado en el Colegio a partir del relato de Esther. De modo que María Borda y Esther fueron el ábrete sésamo para un repaso de la historia de religiones y mitos que debía remontar de María a Esther, a Isthar y a Astarté y comprender en esa visión de larguísimo plazo el drama del mundo y recabar por qué ese drama puede descifrarse desde Colombia, porque las resistencias y disidencias indígenas preservaron una tradición matriarcal distinta del Neolítico guerrero desde que el cierre del estrecho de Bering, hace cerca de nueve mil años, separó los cursos de Occidente y de América.

Y es preciso concluir con esta visión de la sexualidad como misterio para salir del espacio unidimensional del sexo y aún más del bidimensional de sexo y género para ascender a una perspectiva multidimensional de sexo, género y psiquismo e incluso espiritualidad en clave de la pareja de conceptos de Karl Jung animus y anima, de mayor complejidad; tanto más obligada cuando se examina la vida de un "curador herido", como se llama al chamán en un libro: un arquetipo que sobrepasa la planicie del mundo. Si se quiere, y a tenor de Zygmunt Bauman, ha de considerarse el sexo como lo sólido y e l género como lo líquido, pero más allá de él habría que incluir lo atmosférico —para mí lo distintivo de esta época— a fin de ubicar la dimensión anímica de la sexualidad en cuanto trasciende a una suerte de cópula universal.

Lo que es conocido no es, empero, reconocido: tal es una expresión inferida del pensamiento hegeliano. Habría que añadir que muchas veces se finge conocer para evitar el trabajo de reconocer. Pero hay también el esfuerzo deliberado de desconocer a secas. Hace un par de años el admirado Enrique Dussel con otros colaboradores publicó un imprescindible libro de 1100 páginas a pequeña letra y doble columna con una antología y comentarios en torno a la filosofía latinoamericana, con el sesgo comprensible por el autor en la teología de la liberación y el paradigma descolonial. Más de seis mil autores son citados y comentados. Entre ellos, por ejemplo, un autor que haría erizar de horror a Orlando Fals Borda: Luis López de Mesa. Empero, Orlando Fals Borda es citado solo en una ocasión y de modo muy marginal.

Si de veras creemos necesario un Retorno la tierra, si aspiramos a un vencimiento del rey Midas que todo cuanto toca lo convierte en oro, si deseamos una nueva orientación del mundo regida por el mito de Pigmalión que da vida a lo inanimado y más alma a lo ya animado: si pensamos que es ineludible amaestrar al maestro, domar al domesticador, transformar el impulso tanático de la sociedad suicida global, reconocer a Orlando Fals Borda es tarea trascendental.


1 Me refiero a junio de 2014, no a junio de 2016.

2Se trata de un célebre ensayo de Estanislao Zuleta con tal nombre y que reproduce el discurso de aceptación del doctorado honoris causa otorgado por la Universidad del Valle en Cali el 21 de noviembre de 1980.

3Me refiero a la noche del 21 de junio de 2014.

4 Cuando repaso este ensayo de cinco años de maduración, ahora, en esta noche del día 30 de junio de 2016, sonrío al comprobar que estoy residiendo desde hace ya dos meses y medio en un seminario sin seminaristas, habitado apenas por un sacerdote católico joven amable, donde me han alquilado para vivir como un cuasi monje un cuarto con antecámara y un gran salón para mis 8000 libros. El seminario se ubica en la periferia del corregimiento de La Esmeralda, perteneciente al municipio de Arauquita, departamento de Arauca.

5 La propuesta está ahora en manos de otra gente que la seguirá enriqueciendo.Fals Borda: Aunque yo creo que esa evolución en Ciencias Humanas se debió más a la presión de los estudiantes que a la de los profesores, más de abajo para arriba. Son profesores nuevos, no eran de mi generación, son profesores excelentes, muy preocupados por las cosas como Gabriel Restrepo. El ha sido de los grandes profesores de la evolución interna en la Facultad de Sociología" (Fals, 2009, p. 54).

6 Primer epígrafe: "Porque entiendo que los padecimientos del tiempo presente no guardan proporción con la gloria que se ha de manifestar en orden a nosotros. Pues la expectación ansiosa de la creación está aguardando la revelación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sometida a la vanidad, no de grado, sino en atención al que la sometió, con esperanza de que también la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción, pasando a la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Porque sabemos que la creación entera lanza un gemido universal y anda toda ella con dolores de parto hasta el momento presente" (san Pablo, Espíritu de Esperanza, Expectación Universal, Romanos 8, 18-22).
Segundo epígrafe: "Porque mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados. Que no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes lo necio del mundo se escogió Dios, para confundir a los sabios: y lo débil del mundo se escogió Dios para confundir lo fuerte; y lo vil del mundo y lo tenido en nada se escogió Dios, lo que no es, para anular lo que es" (san Pablo, Corintios, 1, 26-29).
Tercer epígrafe: "Si yo hablo en lenguas de hombres y de ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un tambor que resuena o un platillo que hace ruido. Si doy mensajes recibidos de Dios, y si conozco todas las cosas secretas, y tengo toda clase de conocimientos, y tengo la fe necesaria para quitar los cerros de su lugar, pero no tengo amor, no soy nada. Si reparto todo lo que tengo, y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, es benigno: no es envidioso, no es jactancioso, no se hincha, no es descortés, no piensa mal, no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. El amor nunca muere. Vendrá el tiempo en que ya no se tendrá que dar mensajes de Dios, ni se hablará en lenguas, ni se necesitará el conocimiento. Pues conocemos sólo en parte y en parte damos el mensaje divino, pero cuando conozcamos en forma completa, lo que es en parte desaparecerá... Cuando yo era niño, hablaba y pensaba como niño; pero cuando ya fui hombre, dejé atrás las cosas de niño. De la misma manera, ahora vemos las cosas en forma confusa, como reflejos horrorosos en un espejo, pero entonces las veremos con toda claridad. Ahora sólo conozco en parte, pero entonces voy a conocer completamente, como Dios me conoce a mí. Así pues la fe, la esperanza y el amor duran para siempre, pero el mayor de estos tres es el amor" (san Pablo, 1 Corintios, 13, 1-13).


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