INTRODUCCIÓN
El abordaje de problemas complejos requiere una perspectiva multidisciplinaria y, en el caso óptimo, transdiciplinar (Barboza, 2013; Dooley, 2003; Holzer, Carmon & Orenstein, 2018; Sauvé, Bernard & Sloan, 2016). Se hace indispensable un principio científico reflexivo, integrador, basado en el método, dirigido a la solución o transición de problemas sociales y simultáneamente de problemas científicos relacionados, diferenciando e integrando el conocimiento de diversos cuerpos científicos y de base social (Berrouet, Machado & Villegas-Palacio, 2018; Burkhard & Maes, 2017), entre los cuales el conocimiento local, basado en el entendimiento espacio-temporal de la comunidad, permite una aproximación clara. La transdisciplinariedad representa, entonces, la coordinación general de la ciencia (Zscheischler & Rogga, 2015), la educación y la innovación hacia un propósito social específico (Pohl, 2008; Zscheischler & Rogga, 2015).
En este sentido, la producción del conocimiento en un contexto transdiciplinar es un proceso colaborativo (Sauvé et al., 2016), en el que el conocimiento que se genera involucra múltiples disciplinas y actores de todos los sectores de la sociedad (Loibl, 2006; Pohl, 2008) the private sector, or civil society of the results of research? The interacting policy cultures serve as a framework for studying transdisciplinary projects funded by two environmental research programs, the Swiss Priority Program Environment (SPPE, en busca de soluciones a problemas complejos (Zscheischler & Rogga, 2015), con lo cual se aumenta la capacidad de toma de decisiones de las partes interesadas (Walter, Helgenberger, Wiek & Scholz, 2007). La investigación transdisciplinaria logra, entonces, la capacidad de racionalizar los conflictos (Schoolman, Guest, Bush & Bell, 2012; Zierhofer & Burger, 2007), para comprender la complejidad (Pohl, 2008) the private sector, or civil society of the results of research? The interacting policy cultures serve as a framework for studying transdisciplinary projects funded by two environmental research programs, the Swiss Priority Program Environment (SPPE e integrar diversas perspectivas y fuentes de conocimiento (Godemann, 2008).
Desde esta perspectiva, las ciencias ambientales integran el pensamiento complejo como una de sus características destacadas (Sáenz, 2007; Singh, 2006), lo cual permite una mayor comprensión de la evaluación de los servicios prestados por los ecosistemas dentro de un marco conceptual como los sistemas socioecológicos (Millennium Ecosystem Assessment [MEA], 2005a; Wang & Ho, 2011) y obtener la interacción entre los activos socioeconómicos y el fundamento biofísico del funcionamiento propio del ecosistema, la representación del rango temporal y espacial de la provisión de servicios prestados por los ecosistemas dentro de los sistemas socioecológicos y diferenciar entre los tipos de beneficiarios y su poder de influir en las decisiones relacionadas con el manejo, flujo y uso de los servicios prestados por los ecosistemas por cada componente (Jorda-Capdevila & Rodríguez-Labajos, 2017).
Lo anterior se logra debido a que las ciencias ambientales se nutren de intercambios de conocimientos (Roche et al., 2019), no solo entre las más variadas disciplinas científicas, sino también entre distintos modos de producción de conocimiento (Chapin, Folke & Kofinas, 2009; Hodbod & Adger, 2014), como el conocimiento indígena local (Pascual et al., 2017) presente en las comunidades. En su marco de acción, intentan comprender la relación que existe entre los usos de los servicios prestados por los ecosistemas (Arias-Arévalo, Gómez-Baggethun, Martín-López & Pérez-Rincón, 2018; Chan et al., 2016; Muraca, 2016), su percepción (Granada, 2002), los ecosistemas y el desequilibrio de los sistemas naturales (Sauvé et al., 2016) presentes dentro de los sistemas socioecológicos. El objetivo de este trabajo fue establecer cómo el enfoque del concepto de sistemas socioecológicos puede ser utilizado en las ciencias ambientales.
SISTEMAS SOCIOECOLÓGICOS
La base teórica y conceptual adoptada y utilizada en este sentido proviene de la teoría amplia e integrada de la ecología de sistemas o panarquía (Barboza, 2013; Holling, 2001) que surgió a finales de la década de 1990 como resultado de una síntesis multidisciplinaria a largo plazo; por ejemplo, de la ecología, la biología, la ecología humana, la economía ecológica, la biología de la conservación, las matemáticas, entre otras (Vadineanu, 2007). Este nuevo marco de los sistemas socioecológicos fue propuesto por primera vez por Berkes y Folke en 1998, con el objetivo de balancear la dimensión social y la natural, con énfasis en el concepto integrado de humanos en la naturaleza (Berkes, Folke & Colding, 1998).
El concepto ha venido siendo trabajando por entidades en el mundo, como el Centro de Resiliencia de Estocolmo, parte de entender el sistema social y el sistema ecológico como un solo sistema, ve la dimensión humana como parte de la naturaleza y reconoce que la delimitación entre ambos sistemas es algo arbitrario (Rincón-Ruiz et al., 2014). Dentro del marco conceptual, la integración de las palabras socioecológico permite entender un sistema totalmente integrado entre personas y naturaleza, lo que favorece el análisis de las situaciones de diferente manera (Cumming, 2011). El estudio de los sistemas socioecológicos está dominado por conceptos como resiliencia, vulnerabilidad, adaptación y robustez (Cumming, 2011; Wilson, Pearson, Kashima, Lusher & Pearson, 2013). Además de considerar estos conceptos, los sistemas socioecológicos son un sistema complejo adaptativo (Berkes et al., 1998) en el cual se dan fenómenos tales como la no linealidad, las valoraciones, los umbrales definidos y no definidos, los estados estables alternativos y la autoorganización (Costanza, 2014; Norberg & Cumming, 2008).
Entonces, los sistemas socioecológicos reconocen los diferentes agentes de interacción que no solo consisten en entes físico-químicos que siguen leyes naturales, sino también entes biofísicos que siguen sus procesos evolutivos (Maass, s. f.), con lo cual permiten comprender cómo las reglas, las normas, las instituciones y las culturas evolucionan y cambian (Costanza, 2014) siguiendo procesos y dinámicas (Axelrod & Cohen, 1999; Costanza, 2014). Por tanto, un aproximación a este enfoque, no solo implica el estudio de la ecología, sino también dimensiones como las prácticas sociales, la gobernabilidad, las estructuras institucionales, la tecnología (Rincón-Ruiz et al., 2014), al igual que cómo valoran las personas el ambiente ( Burkhard & Maes, 2017) y las dimensiones que en un relación armónica mantienen la estabilidad del sistema (figura 1).
LAS CIENCIAS AMBIENTALES Y LOS SISTEMAS SOCIOECOLÓGICOS
Las aproximaciones científicas tradicionales actuales difícilmente logran contestar las complejas preguntas sobre la crisis ambiental (Guhl & Leyva, 2014; Ahn et al., 2015), pues, en la toma de decisiones importantes, involucran altos niveles de incertidumbre, la cual es evaluada con métodos sencillos que resultan ser inadecuados (Banos-Gonzalez, Julia, Esteve-Selma & Esteve-Guirao, 2018; Mogollón, 2010; Perz, Mu, Kiker & Holt, 2013). Esta situación exige la producción de nuevo conocimiento e involucra las ciencias sociales y naturales de manera transdiciplinar, así como nuevos marcos de análisis basados en una perspectiva holística, como es el concepto de los sistemas socioecológicos (Banos-González, Martínez-Fernández & Esteve-Selma, 2015; Farhad, 2012; Hallida & Glaser, 2011). En este proceso de interlocución de disciplinas, las ciencias ambientales intentan llenar los vacíos que desde las ciencias tradicionales existen, como la interpretación y comprensión del problema ambiental actual; apuestan a romper las barreras de conocimiento por el paradigma científico occidental, construido sobre la base del realismo natural y el constructivismo social; reconocen que los sistemas sociales y ecológicos están estrechamente conectados (Maass et al., 2016) y que, por tanto, el delineamiento de sus fronteras y la delimitación exclusiva de un ecosistema o de un sistema social resulta artificial y arbitraria (Berkes et al., 1998; Rincón-Ruiz et al., 2014).
El concepto de sistemas socioecológicos se ha difundido rápidamente y se utiliza con frecuencia en la literatura científica para resaltar la conexión intrínseca que existe entre el sistema natural y el sistema humano (Berrouet et al., 2018; Rincón-Ruiz et al., 2014), a partir de sus complejas retroalimentaciones recíprocas e interdependencias, en un contexto espacial y temporal, como la provisión de servicios ecosistémicos, la vulnerabilidad (Berrouet, Machado & Villegas-Palacio, 2018), el uso del suelo (Díaz et al., 2011), entre otras. Por tanto, los sistemas socioecológicos se entienden como un sistema complejo y adaptativo en el que distintos componentes culturales, políticos, sociales, económicos, ecológicos y tecnológicos (Bardsley & Wiseman, 2016; Kopperoinen, Luque, Tenerelli, Zulian & Viinikka, 2017) interactúan (Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia [MinAmbiente], 2010) de manera continua, aportan una visión integral de la complejidad que exige el problema ambiental, entre ellos, la gestión del ecosistema, del agua o la gobernanza, y tiende puentes entre las ciencias naturales y sociales (Ortiz, Masera & Fuentes, 2014; Rembao, 1948). Es decir, el concepto de sistemas socioecológicos se constituye quizá en un escenario que puede propiciar el encuentro de diversas disciplinas del conocimiento, superar su re-duccionismo y cimentar la construcción de las ciencias ambientales.
No obstante, el concepto se encuentra todavía en desarrollo teórico, por lo que existen diversas aproximaciones o enfoques desde la interdisciplinariedad y la transdisciplinaridad (Loibl, 2006) para su entendimiento, lo que se constituye en su principal riqueza, al establecer un marco integrador (Farhad, 2010) de las ciencias y de los conocimientos. Por ello, es indispensable el uso adecuado y moderado del concepto en contextos y escalas determinados, pues su uso generalizado puede convertirlo en un término de "moda" en el lenguaje científico. Por tal motivo, el escenario adecuado en el que se discuta este enfoque tiene que ser desde la epistemología basada en la visión sistémica y compleja, que observe e integre características esenciales de los sistemas socioecológicos, como la no linealidad, no previsibilidad, incertidumbre, vulnerabilidad, transformación, emergencia, multiescala, resiliencia, heterogeneidad, autoorganización y adaptación (Farhad, 2010; Price, 2004).
CARACTERÍSTICAS DESTACADAS DEL LOS SISTEMAS SOCIOECOLÓGICOS
Dentro de las características de los sistemas socioecológicos, la resiliencia (Sterk, Leemput & Thm, 2017), los servicios ecosistémicos y la adaptabilidad tienen especial consideración (Partelow, 2018). La primera tiene su origen en el latín, en el término resilium que significa "volver atrás", "volver de un salto", "resaltar", "rebotar". Procedente de la física de los materiales, este concepto ha sido utilizado y desarrollado en un sinnúmero de disciplinas científicas, tanto sociales como naturales y exactas, y se ha adaptado a los contextos propios de las fronteras del conocimiento, pero tratando de conservar la idea inicial de "resistencia al cambio" (Brown, 2013). Por ejemplo, desde la ecología, Holling en 1973 introduce por primera vez el concepto para comprender las dinámicas no lineales y los procesos mediante los cuales los ecosistemas se automantienen y persisten frente a perturbaciones y cambios (Calvente, 2007). En las ciencias sociales, se asume la resiliencia como la capacidad para mantener un funcionamiento adaptativo de las funciones físicas y psicológicas en situaciones críticas (Carretero, 2010), incluso la palabra resiliente ha sido generalmente aplicada a las personas que se sobreponen a las dificultades (Sarkar, 2017; Villalba, 2004).
La resiliencia (Salas-Zapata, Ríos-Osorio y Del Castillo, 2012) se entiende como la capacidad que tiene el sistema para mantenerse en el tiempo a pesar de la volatilidad ambiental (Sterk et al., 2017), inducida por el aprendizaje, la transformación, la renovación y la evolución continua (Calvente, 2007). Por ejemplo, el incremento de la resiliencia a escala de paisaje depende ampliamente de encontrar un apropiado vínculo entre la escala de demanda de los ecosistemas por las sociedades humanas y la escala en la cual esos ecosistemas son capaces de tolerar esas demandas (Cumming, Olsson, Chapin & Holling, 2013).
Tanto la resiliencia como la adaptabilidad se relacionan de manera conjunta en las interacciones que se establecen entre el sistema social y ecológico, pues, sin la capacidad adaptativa que tienen los sistemas (tanto el social como ecosistémico), la resiliencia de estos se vería seriamente amenazada. Los procesos adaptativo-resilientes provistos por los sistemas socioecológicos, que tienen lugar mediante interacciones tales como prácticas de manejo sostenibles, de adaptación y uso de recursos o servicios ecosistémicos, ocurren a múltiples escalas y mediante ciclos cambiantes (Virapongse et al., 2016). El intento de comprensión de estos ciclos estimuló, en la década de 1990, un cambio de paradigma de la gestión, con nuevas perspectivas teóricas, en que los sistemas ambientales eran altamente complejos, dinámicos y inadecuados para enfoques de gestión convencionales y prescriptivos. Como resultado, se desarrollaron enfoques holísticos, adaptativos e inclusivos para administrar los recursos como parte de procesos fluidos entre humanos y el ambiente (Chapin et al., 2009; Virapongse et al., 2016).
Por otra lado, adicional a los conceptos expuestos, los sistemas socioecológicos se tienen que analizar en atención a la complejidad, no linealidad y no previsibilidad, que dejan ver ciclos de adaptabilidad en sus dinámicas que los hacen no imprevisibles (Partelow, 2018; Walker et al., 2002). Estos conceptos se pueden entender como parte de la estructura jerárquica de los sistemas naturales y humanos, así como de los sistemas combinados (humano-naturaleza y socioecológicos), la cual está interconectada en ciclos de adaptabilidad inagotables de crecimiento, acumulación, reestructuración y renovación, por lo que su funcionamiento y sustentabilidad están dados por la comunicación que existe entre ellos (Barboza, 2013; Cumming et al., 2013; Holling, 2001), lo que es la base estructurante de los sistemas socioecológicos. Actualmente, estos se consideran como una herramienta de referencia obligada para el análisis de sistemas trascendentes originados por la interacción de múltiples sistemas, como el ecológico y el social (Barboza, 2013; Holling, 2001).
SERVICIOS ECOSISTÉMICOS Y SISTEMAS SOCIOECOLÓGICOS
Además, de los conceptos estructurantes de los sistemas socioecológicos que se mencionaron, el concepto de servicios ecosistémicos es clave en el manejo teórico-práctico de los sistemas socioecológicos, pues es el puente de interacción entre la dimensión social y ecosistémica. Sin embargo, este concepto tiene sus orígenes en las denuncias del movimiento ambientalista sobre los efectos negativos de la contaminación y deforestación, entre otros (1960-1970), luego en los estudios sobre el papel de los ecosistemas sanos en el bienestar humano (1970-1980) y, finalmente, en la evaluación del beneficio para los seres humanos derivados de los recursos naturales (1980-2000) (Balvanera & Cotler, 2007; Balvanera et al., 2012; Boyd & Banzhaf, 2007; Hernández, Urceli & Pastor, 2002). Este concepto surge de la necesidad de hacer énfasis en la estrecha relación que existe entre la salud de los ecosistemas y el bienestar de los seres humanos (Balvanera & Cotler, 2007; Rincón-Ruiz et al., 2014). No obstante, y aun cuando el concepto sigue en construcción desde que Westman lo introdujera en 1977 como "servicios de la naturaleza", hoy existe algún grado de consenso global alrededor de la definición adoptada en la evaluación de los ecosistemas del milenio como aquellos beneficios que las personas obtienen de los ecosistemas (MEA, 2005b). Costanza et al. (2017) lo redefinen como una visión de "todo el sistema consciente" de los seres humanos integrados en la sociedad y en el resto de la naturaleza.
El objetivo principal del concepto hace énfasis en las preocupaciones ecológicas en términos económicos y busca resaltar la dependencia de la sociedad de los ecosistemas naturales e impulsar el interés público en la conservación de la biodiversidad (Camacho & Ruiz, 2012; Costanza et al., 2017), a Burkhard & Maes,. Para ello, los servicios ecosistémicos típicamente se "compartimentalizan" siguiendo una clasificación de valores (aprovisionamiento, regulación, mantenimiento y culturales) y el tipo de contribución a los procesos económicos (Gowdy & Erickson, 2005; Schröter et al., 2014) derivados de esos recursos (secuestro de carbono, regulación de agua, etc.) (Rival & Muradian, 2012a).
Además, es criticado por la exclusión del valor intrínseco de las diferentes entidades en la naturaleza (Arias-Arévalo et al., 2017; McCauley, 2006; Sagoff, 2009). Esta crítica tiene sus raíces en un debate extenso todavía no resuelto dentro de la ética ambiental, en el cual se analiza si las acciones humanas hacia la naturaleza deben basarse en una visión antropocéntrica que establece los valores instrumentales de la naturaleza (Muraca, 2016) o si deben basarse en el razonamiento biocéntrico que constituye los valores intrínsecos de la naturaleza (Jax et al., 2013). Desde una postura tradicional, se ha entendido el ambiente como objeto al servicio del ser humano, lo que conlleva rupturas en varios campos de acción del ser humano e involucra novedades, como reconocimiento de derechos propios de la naturaleza, redefiniciones del concepto de ciudadanía, hasta llegar a las concepciones sobre la justicia (Gudynas, 2010), lo que proporciona un sólido apuntalamiento científico de una gran cantidad de desafíos legales ambientales (Aragao, Jacobs & Cliquet, 2016) de la sociedad. Este enfoque viene desde hace varios siglos, cuando toda exigencia o deber, por los que puedan sentirse interpolados, y su imputación a una naturaleza desprovista de espíritu, no es más que una libertad antropomórfica (Jonas, 2000), es decir, que los atributos morales que el ser humano brinda a la naturaleza son a su voluntad, mas no en sí misma.
A pesar de las críticas, desde que se introdujo el concepto, este se ha difundido rápidamente en el mundo y se ha convertido tanto en una herramienta analítica para académicos (Banos-González et al., 2015; Costanza et al., 2017; Hackbarta, De Lima, Guilherme & Dos Santosa, 2017)as land and water resources, are more evident. The hyperarid island of Fuerteventura (The Canary Islands, Spain como en una herramienta discursiva poderosa para conservacionistas y formuladores de políticas interesados en la preservación de la herencia natural (Rival & Muradian, 2012a). Ello puede dar un marco de trabajo más efectivo para analizar las decisiones que se toman sobre el aprovechamiento de los recursos naturales del ecosistema, con visión hacia la sustentabilidad (Camacho & Ruiz, 2012) y generar un mayor impacto en los tomadores de decisiones (Balvanera & Cotler, 2007), académicos, sociedad civil organizada e, incluso, en la opinión pública sobre la relación sociedad-ecosistemas.
Para el estudio de los servicios ecosistémicos, existen diversos tipos de abordaje, los cuales varían en función de los intereses del investigador o de la institución e, incluso, de la fuente que financia el estudio o proyecto de investigación. Por ejemplo, se destacan, entre otros: a) marcos conceptuales y metodológicos inter- o transdisciplinarios, b) análisis de los distintos servicios que provee un ecosistema o un componente particular de los ecosistemas, c) valoración económica y d) análisis de experiencias concretas conducentes a modificar los patrones actuales de toma de decisiones en la búsqueda de opciones que permitan maximizar el mantenimiento de estos servicios (Balvanera & Cotler, 2007). Sea cual sea el enfoque, el marco de los servicios ecosistémicos tiene como objetivo dar a conocer y comunicar la dependencia de los procesos económicos de estos y hacer explícito el vínculo entre los usuarios de los recursos naturales y los beneficiarios de los servicios ecosistémicos derivados de esos (Rival & Muradian, 2012a, 2012b). Por su amplio uso, en 2012, se creó el Panel Intergubernamental de la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas (Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services [IPBES]) como el órgano principal en el mundo para evaluar el estado de la biodiversidad del planeta, sus ecosistemas y los servicios esenciales que prestan a la sociedad, el cual tiene 121 países miembros en la actualidad (Ahn et al., 2015; Ferrier et al., 2016; Pascual et al., 2017).
Esta organización menciona que la capacidad de un ecosistema de proveer una variedad de servicios depende de una combinación particular de características y propiedades (Rival & Muradian, 2012a), las cuales son típicamente complejas debido a la multidimensionalidad, no linealidad y multiescalar (geográfica y temporal) de la naturaleza de las dinámicas ecológicas (Wilson, 2006). Tal complejidad (que el mercado usualmente es incapaz de comprender) ha sido el sujeto de la investigación ecológica por décadas; pero, a pesar de ello, el entendimiento de las funciones de los ecosistemas, incluso sus drivers y trade-offs es todavía limitado (Rival & Muradian, 2012a). En tal sentido, y aun cuando el concepto de servicios ecosistémicos ha dado luces sobre el estrecho vínculo entre naturaleza y sociedad, existen críticas fuertes a la definición, pues no permite diferenciar entre los procesos y las funciones que ocurren dentro del ecosistema y el beneficio que obtiene la humanidad del ecosistema (Balvanera & Cotler, 2007).
La importancia de entender el concepto de servicios ecosistémicos descansa en el hecho de que todos los países del mundo están íntimamente relacionados con los ecosistemas y sus servicios, y todos dependen directamente de ellos. Si continúa el daño a los ecosistemas, estos no podrán seguir suministrando bienes y servicios (Oropeza, Urciaga y Ponce, 2015), de los cuales depende la estabilidad socioeconómica de las naciones. Es esta la razón del porqué el crecimiento en la investigación en los servicios ecosistémicos (servicios prestados por los ecosistemas), que, en otras palabras, permite evidenciar explícitamente cómo los ecosistemas suplen las necesidades humanas. Sin embargo, la aplicación específica, el enfoque y el resultado del marco de trabajo de investigación y las intervenciones de este concepto de servicios prestados por los ecosistemas no pueden interpretarse sin prestar atención a la forma en que se definen los enfoques y el contexto histórico, geográfico y político en que se desarrolla cada investigación (Balvanera et al., 2012).
Probablemente, la contribución más importante del reconocimiento de los servicios ecosistémicos (servicios prestados por los ecosistemas) es que replantea la relación entre los humanos y el resto de la naturaleza (Costanza et al., 2014; Rincón-Ruiz et al., 2014). Una mejor comprensión del papel de los servicios de los ecosistemas hace hincapié en los activos naturales como componentes críticos de la riqueza, el bienestar y la sostenibilidad. Mantener y mejorar el bienestar humano requiere un equilibrio social e individual, para comprender los parámetros que definen cómo se construye la interpretación económica en los ecosistemas. Este replanteamiento de la forma en que se mira la naturaleza es esencial para resolver el problema de cómo construir un futuro sostenible y deseable para la humanidad (Barrena, Nahuelhual, Báez, Schiappacasse & Cerda, 2014; Costanza et al., 2014).
El grado de afectación de las actividades que se desarrollan sobre los ecosistemas depende de la manera como la sociedad percibe, valora y usa el ambiente. Es en esta relación tripartita compleja en la que el concepto de sistemas socioecológicos es un elemento clave para entender su complejidad (Costanza, 2013; De Groot, Alkemade, Braat, Hein & Willemen, 2010; Gatzweiler, 2014; Scholte, Teeffelen & Verburg, 2015). Así, el sistema social (seres humanos) está estructurado por los grupos locales (organizaciones sociales), comunidades e instituciones, que establecen relaciones entre ellos y el sistema ecológico, el cual está constituido por las distintas escalas de los sistemas naturales (redes tróficas, sistemas biótico, abiótico, que están en constante interacción y retroalimentación); estos sistemas se conectan y relacionan de forma constante, mediante el uso de los servicios ecosistémicos (servicios prestados por los ecosistemas) (Rincón-Ruiz et al., 2014), los cuales son percibidos y valorados de maneras distintitas en las diferentes escalas sociales establecidas.
Esta postura convencional sobre la naturaleza se concibe como un conjunto de objetos reconocidos o valorados en función de las personas. Los valores son brindados por el ser humano, y sus expresiones más comunes son, por ejemplo, la asignación de un valor económico (De Groot, Wilson & Boumans, 2002) a algunos recursos naturales o la adjudicación de derechos de propiedad sobre espacios verdes. Esta es la postura antropocéntrica donde la naturaleza no tiene derechos propios, sino que estos residen únicamente en las personas. Por ello, los seres humanos, en tanto cognoscentes y sintientes, son los agentes morales que pueden otorgar esos valores y discutir en los escenarios políticos sobre la administración del entorno (Gudynas, 2010; Schröter et al., 2014).
Desde lo social, es necesario entender cómo los diferentes grupos humanos perciben, valoran y usan los servicios ecosistémicos en diferentes escalas espaciales y temporales. Describir y analizar las estrategias desarrolladas por los actores sociales para asegurar su acceso a ciertos servicios (o resistir la restricción de acceso o la pérdida de su propiedad) obliga a adoptar algún enfoque socioecológico que permita comprender las perspectivas de la gente o la comunidad (Quétier, Tapella, Conti, Cáceres & Díaz, 2007). Sin embargo, no basta con este enfoque, y es allí donde los sistemas socioecológicos combinan una amalgama de disciplinas y la teoría de la complejidad (Cumming, 2011). Ello permite elaborar un paradigma evolutivo prolongado que es capaz de explicar no solo cómo los organismos evolucionan y cambian, sino también cómo las reglas, las normas, las instituciones y las culturas evolucionan y cambian (Costanza, 2013). Es en este escenario en el que el sistema socioecológico se presenta como un sistema cambiante, modulado y selectivo, que rara vez está en equilibrio y menos estático.
CONCLUSIONES
Considerar el enfoque de sistemas socioecológicos como un elemento estructurante de las ciencias ambientales permitirá lograr una integración de las condiciones de una sociedad evolutiva, adaptativa y cambiante, con la necesidad de preservar los ecosistemas de los cuales depende el equilibrio social. La ventaja de este enfoque es la integración del saber de la sociedad a diferentes escalas, con una manera más adecuada de usar los servicios ecosistémicos y generar estrategias reales y sostenibles que permitirían reducir la acelerada sobreexplotación de los ecosistemas. Ello permitiría avanzar decididamente en el entendimiento de que los seres humanos son parte de la naturaleza y de que su bienestar depende estrictamente de la salud de los ecosistemas y del mantenimiento de sus servicios ecosistémicos, y así permitir alcanzar la sostenibilidad tanto del sistema social como ecosistémico.