La violencia escolar entre iguales (bullying) constituye un serio problema social cuya relevancia ha aumentado en los últimos años debido a las serias consecuencias que conlleva. La definición más usada de bullying es la realizada por Olweus (1993) que lo define como una agresión caracterizada por la intencionalidad de hacer daño, la repetición y el desequilibrio de poder entre víctima y agresor. Recientemente la violencia entre iguales ha cobrado una nueva dimensión a través de las tecnologías de la información y la comunicación, esta nueva forma de acoso, denominada ciberacoso o cyberbullying ha sido definida como "cualquier conducta realizada por individuos o grupos mediante medios digitales o electrónicos que comunica mensajes hostiles o agresivos con la intención de infligir daño o molestar a otros" (Tokunaga, 2010). Aunque este fenómeno ha sido más analizado en adolescentes que en estudiantes de primaria, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE, 2016), el 72,7% de niños/as de 12 años tenía teléfono móvil y que el 90,6% y el 93,1% de los niños de 10 y 11 años, respectivamente, hacía uso de internet.
Durante los últimos años las investigaciones han constando la existencia del bullying y cyberbullying como un fenómeno global, que ocurre en diferentes niveles educativos (Hymel & Swearer, 2015) y que tiene efectos muy nocivos para todos los implicados: víctimas, agresores, víctimas-agresivas y también en los observadores (Garaigordobil, 2011). Sin embargo, y pese a que el análisis de las diferencias en función del sexo en bullying y cyberbullying ha sido objeto de numerosos estudios, la revisión de la literatura científica revela la falta de unanimidad en los hallazgos, especialmente en cyberbullying.
Respecto al bullying cara a cara, algunos estudios encuentran que los niños toman el rol de agresor y las niñas el de víctimas (Craig et al., 2009; Merrill & Hanson, 2016; Pabian & Vandebosch, 2016; Pouwelse, Bolman, Lodewijkx, & Spaa, 2011; Vaillancourt et al., 2010), aunque en la mayoría de estudios los niños son en mayor porcentaje víctimas y agresores (Cerezo, Sánchez, Ruiz, & Arense, 2015; Griezel, Finger, Bodkin-Andrews, Craven, & Yeung, 2012; Herrera-López, Romera, & Ortega-Ruiz, 2017; Iossi-Silva, Pereira, Mendonça, Nunes, & Oliveira, 2013; ISEI-IVEI, 2017; Kyriakides, Kaloyirou, & Lindsay, 2006; Sumter, Valkenburg, Baum-gartner, Peter, & Van Der Hof, 2015) y víctimas-agresivas, (Cerezo et al., 2015; Garaigordobil, 2013; Herrera-López et al., 2017; Iossi-Silva et al., 2013; Prodócimo, Cerezo, & Arense, 2014). Aun así, existen estudios que no han hallado diferencias en función del sexo (Hartung, Little, Allen, & Page, 2011; Monks, Robinson, & Worlidge, 2012).
Estas discrepancias pueden deberse a las diferentes agresiones analizadas, ya que varios estudios apuntan que los niños reciben y realizan principalmente agresiones físicas (Archer, 2004; Card, Stucky, Sawalani, & Little, 2008; Hyde, 1984; Iossi-Silva et al., 2013; Olweus, 1993; Scheithauer, Hayer, Petermann, & Jugert, 2006), y que las niñas realizan principalmente agresiones indirectas o relacionales (Crick, Grotpeter, & Bigbee, 2002; Olweus, 1993; Smith, Rose, & Schwartz-Mette, 2010; Wang, Iannoti, & Nansel., 2009). No obstante, esta distinción ha sido objeto de polémica ya que los meta-análisis de Archer (2004) y Card et al., (2008) y la revisión de Artz, Nicholson y Magnusson (2008), no hallaron diferencias en función del sexo en las agresiones indirectas o relaciones. A su vez, algunos estudios han encontrado mayor participación de los varones en todas las modalidades de agresión (Artz, Kassis, & Moldenhauer, 2013; Griezel et al., 2012).
En cuanto a las diferencias en función del sexo en cyberbullying los resultados son aún más discrepantes que en el bullying cara a cara (Kowalski, Giumetti, Schroeder & Lattanner, 2014; Navarro, 2016). Además, a día de hoy un gran número de estudios no ha identificado diferencias significativas en el número de cibervíctimas y ciberagresores en función del sexo ni en niños (Bauman, 2010; Brown, Demaray, & Secord, 2014; De Paolis & Williford, 2015; Mishna, Cook, Gadalla, Daciuk, & Solomon, 2010; Monks et al., 2012; Navarro, Yubero & Larrañaga, 2015) ni en adolescentes (Herrera-López et al., 2017; Hinduja & Patchin, 2008; Slonje & Smith, 2008).
En contraposición, algunos estudios encuentran mayor número de cibervíctimas en los niños (Fanti, Demetriu, & Hawa, 2012; Jung et al., 2014; Popović-Citić, Djuric, & Cvetkovic, 2011), en las niñas (Connell, Schell-Busey, Pearce, & Negro, 2014; ISEI-IVEI, 2017; Pabian & Vandebosch, 2016; Tsitsika et al., 2015), mayor número de ciberagresores entre los niños (Baroncelli & Ciucci, 2014; Fanti, et al., 2012; Jung et al., 2014; Kokkinos, Antoniadou, Dalara, Koufogazou y Papatziki, 2013; Lapidot-Lefter & Dolev-Cohen, 2015; Popović-Citić et al., 2011; Wölfer et al., 2014) o mayor número de ciberagresoras en las niñas (Connell et al., 2014; Garaigordobil & Aliri, 2013). En cuanto a las diferencias en cibervíctimas-agresivas, aun siendo una categoría menos estudiada, también encontramos discrepancias encontrando estudios que apuntan a un mayor número de chicas implicados como víctima-agresiva (Mishna, Khoury-Kassabri, Tahany, & Daciuk, 2012) y varios estudios que no encuentran diferencias (Garaigordobil & Aliri, 2013; Herrera-López et al., 2017).
Finalmente, en el mismo contexto geográfico y con el mismo instrumento del presente estudio, aunque en una muestra de edad superior (12-18 años), Garaigordobil y Aliri (2013) al analizar la puntuación media de conducta sufrida, realizada y vista, encontraron que los varones tenían y que las mujeres observaban mayor cantidad de conducta de cyberbullying.
Tomando como referencia esta revisión de estudios, esta investigación plantea dos objetivos: (a) analizar la prevalencia del bullying y cyberbullying en función del sexo, y (b) explorar la puntuación media de la conducta sufrida, realizada y observada (victimización, agresión, victmización-agresiva y observación) en una muestra representativa de estudiantes de último ciclo de educación primaria del País Vasco. Con estos objetivos, se formulan dos hipótesis: (a) En bullying se espera encontrar que en línea con varios estudios (Cerezo et al., 2015; Merrill & Hanson, 2016; Pabian & Vandebosch, 2016; Pouwelse et al., 2011; Vaillancourt et al., 2010) un mayor porcentaje de niños será víctima-pura, agresor-puro, víctima-agresiva y observador de bullying. Asimismo, y siguiendo los estudios que sugieren que los niños son más agresivos (Artz et al., 2013; Griezel et al., 2012) se espera que las puntuaciones medias en la conducta de bullying sufrida, realizada y observada sea mayor en los niños que en las niñas, y (b) En cyberbullying, basándonos en varios de los estudios revisados (Bauman, 2010; Brown, et al, 2014; De Paolis & Williford, 2015; Mishna et al., 2010; Monks et al., 2012; Navarro et al., 2015) no se espera encontrar diferencias en función del sexo en los porcentajes de cibervíctimas-puras, ciberagresores-puros, cibervíctimas-agresivas y ciberobservadores; ni en las puntuaciones medias de conducta de cyberbullying sufrida, realizada y observada entre niños y niñas.
Método
Participantes
La muestra estuvo compuesta por 1,993 estudiantes del último ciclo de educación primaria seleccionada aleatoriamente y representativa de este ciclo en el País Vasco. Los participantes tenían entre 9 y 13 años (M= 10.68, DT= 0.71), el 50.2% son niños y el 48.8% niñas. El 51,5% cursaba quinto y el 48,5% sexto. El 51% de la muestra asistía a centros públicos (13 centros) y el 49% (12 centros) a centros de educación privados/concertados.
Instrumento
El test Cyberbullying: Screening de acoso entre iguales (2013) es un instrumento de evaluación estandarizado para ser contestado por los escolares que contiene dos escalas: La escala de bullying, compuesta de 12 ítems, que evalúa cuatro tipos de acoso: (a) físico: acciones agresivas directas contra el cuerpo de una persona, o conductas agresivas indirectas dirigidas contra sus propiedades; (b) verbal: conductas verbales negativas hacia una persona; (c) social: conductas mediante las cuales se aísla a una persona del grupo; y (d) psicológico: conductas de acoso para atacar la autoestima de una persona, y crearle inseguridad y miedo, desde las perspectivas de víctima, agresor y observador; y la escala de cyberbullying que evalúa 15 conductas relacionadas con el acoso a través de las tecnologías (ver nota en tabla 5 para una breve descripción). La escala queda compuesta por 45 ítems agrupados en torno al rol que se desempeña en la situación de agresión: cibervíctima, ciberagresor y ciberobservador.
En ambas escalas el participante informa la frecuencia con la que ha sufrido las conductas, las ha realizado y las ha observado o ha tenido conocimiento de ellas en alguien conocido durante el último año (escala Likert de 0 = nunca, 1 = algunas veces; 2 = bastantes veces, 3 = siempre). Esta escala informa, no solo del rol que juega cada participante en la situación de acoso, sino que al ser contestada mediante una escala Likert (0 a 3), se obtiene la puntuación media de conducta recibida, realizada y observada en cada uno de los roles ya sea de bullying o cyberbullying. Los estudios psicométricos confirman mediante el alfa de Cronbach una consistencia interna adecuada tanto en la escala de bullying (escala global α=.81; victimización α=.70; factor agresión α=.71; observación α=.80) como en la escala de cyberbullying (escala global α=.91; cibervictimización = .82; ciberagresión =.91; ciberobservación =.87). La estructura factorial quedó configurada por tres factores (víctimas, agresores, observadores) en ambas escalas, que explican el 57.9% y el 40.2% de la varianza, respectivamente.
Diseño y procedimiento
Esta investigación utilizó un diseño descriptivo y comparativo de corte transversal. Para identificar la muestra representativa de los estudiantes de quinto y sexto de la comunidad autónoma se ha tenido en cuenta la población de estudiantes de estas edades que fue de 38,593 estudiantes. Utilizando un nivel de confianza de .99, con un error de muestreo de .03, para una varianza poblacional de .50, la muestra representativa estaría compuesta por 1,760 estudiantes. Para la selección se tuvo en cuenta el nivel de población en cada tipo de red (pública-privada) y la provincia.
Una vez realizada la selección aleatoria de centros, primero se envió un e-mail a los directores de los centros explicando la investigación, para posteriormente concertar una entrevista donde se explicó en profundidad el proyecto y con el fin de aclarar sus dudas. En caso de aceptar su participación, se enviaron los consentimientos informados para padres/madres y participantes. Estos consentimientos contaban con información de la investigación, así como con los datos de contacto de los investigadores para que los participantes pudieran exponer sus dudas. La prueba fue administrada durante 45 minutos por los investigadores, quienes expusieron las instrucciones estandarizadas y entregaron el cuestionario a los participantes que lo cumplimentaron en el aula grupalmente. El estudio cumplió con los valores éticos requeridos en la investigación con seres humanos, recibiendo el informe favorable del comité de ética de la Universidad del País Vasco (CEISH/229/2013).
Análisis de datos
En primer lugar, se calcularon las frecuencias y porcentajes de participantes que son víctimas-puras (es víctima, pero no agresor), agresores-puros (es agresor, pero no víctima), víctimas-agresivas (es víctima y agresor) y observadores en una o más conductas de bullying y cyberbullying. Para ello, se tuvieron en cuenta aquellos participantes que habían indicado sufrir, realizar u observar algunas veces las agresiones de bullying o cyberbullying en el último año. Las categorías víctima-pura, agresor-puro y víctima-agresiva son mutuamente excluyentes entre sí, mientras que la categoría observador incluye a todos aquellos participantes que observaron agresiones, independientemente de si las realizaron o las sufrieron. Se analizaron las diferencias en función del sexo en estas cuatro categorías mediante la chi-cuadrado de Pearson. Para analizar el tamaño del efecto de las diferencias se calculó el Odds Ratio (OR).
Complementariamente, y con el fin de explorar si había diferencias en el porcentaje de niños y niñas que sufrían, realizaban y observaban las diferentes conductas se exploraron las diferencias en los tipos de conductas. Para este análisis se tuvieron en cuenta las conductas sufridas (tanto por víctimas-puras como por víctimas agresivas), realizadas (tanto por agresores-puros como víctimas-agresivas) y observadas de bullying y cyberbullying en cada sexo, mediante pruebas de chi-cuadrado. Con el fin de profundizar en estas diferencias se analizaron los residuos tipificados corregidos. Finalmente, se realizaron análisis de varianza univariantes (ANOVA) con las puntuaciones obtenidas en los indicadores de bullying y cyberbullying para valorar las diferencias en la puntuación media de conducta sufrida, realizada y observada entre ambos sexos.
Resultados
Bullying: prevalencia en ambos sexos de víctimas-puras, agresores-puros, víctimas-agresivas y observadores
En bullying cara a cara, los análisis de contingencia y chi-cuadrado de Pearson (ver tabla 1) revelan que un porcentaje significativamente mayor de los niños es víctima-agresiva. En concreto, se encuentra que la probabilidad de que las víctimas-agresivas sean niños es 2.21 veces superior a que sean niñas. Sin embargo, no se hallaron diferencias entre sexos en el porcentaje de víctimas-puras, agresores-puros y observadores.
Bullying: prevalencia de conductas de agresión física, verbal, social y psicológica en ambos sexos
Al analizar las víctimas y agresores (no únicamente las víctimas-puras o agresores-puros) y observadores de las diferentes conductas analizadas, se encuentra que un porcentaje significativamente mayor de los niños son víctimas, agresores y observadores de agresiones físicas, verbales y psicológicas. No se hallaron diferencias en las agresiones sociales desde la información aportada por víctimas, agresores y observadores.
Bullying: Indicadores de conducta sufrida, realizada y observada en ambos sexos
Al analizar las puntuaciones medias de conducta agresiva cara a cara sufrida, realizada y vista, los análisis de varianza (tabla 3) pusieron de relieve que la puntuación media en los cuatro indicadores (victimización, agresión, victimización-agresiva y observación) es significativamente mayor en los niños. Estos sufren, realizan y observan mayor cantidad de conductas de bullying, aunque el tamaño del efecto es pequeño.
Cyberbullying: prevalencia en ambos sexos de cibervíctimas-puras, ciberagresores-puros, cibervíctimas-ciberagresivas y ciberobservadores
Respecto al cyberbullying los análisis de contingencia y chi-cuadrado de Pearson (ver tabla 4) confirman que no existen diferencias significativas en ninguno de los roles en función del sexo, es decir, la prevalencia de cibervíctimas puras, ciberagresores-puros, cibervíctimas-agresivas y ciberobservadores es similar.
Cyberbullying: prevalencia en ambos sexos de las 15 conductas evaluadas
En cuanto a las diferencias en las conductas de cyberbullying evaluadas, los análisis revelaron que un porcentaje significativamente mayor de niños es víctima de agresiones para grabarlas y subirlas a internet (happy slapping) y que observa llamadas anónimas para asustar. En el caso de las niñas, un porcentaje significativamente mayor observa conductas de acoso sexual.
Nota: 15 conductas de cyberbullying: 1= Mensajes ofensivos/insultantes; 2= Llamadas ofensivas/insultantes; 3= Agredir, grabar y colgar en Internet; 4= Difundir fotos/vídeos privados; 5= Fotografiar en vestuarios, playa... y difundir; 6= Llamadas anónimas para asustar; 7= Chantajear; 8= Acosar sexualmente móvil/internet; 9= Suplantar la identidad; 10= Robar la contraseña; 11 = Trucar fotos/vídeos y difundir; 12= Aislar en redes sociales; 13= Chantajear para algo y no difundir intimidad; 14= Amenazar de muerte; 15= Difamar y crear rumores para desprestigiar, X 2 = chi cuadrado, p = significación, * residuos tipificados corregidos ± 1.96(p < .05).
Cyberbullying: Indicadores de conducta sufrida, realizada y observada en ambos sexos
Por último, como puede observase en la tabla 6, los análisis de varianza, evidencian que la puntuación media de conducta de cyberbullying sufrida por las cibervíctimas y las cibervíctimas-agresivas es significativamente mayor en los niños, aunque el tamaño del efecto es muy pequeño.
Discusión y Conclusiones
El estudio tuvo como objetivos analizar en ambos sexos la prevalencia del bullying y cyberbullying, así como las puntuaciones medias de conducta sufrida, realizada y observada. Los resultados obtenidos no confirman diferencias en función del sexo en el porcentaje de víctimas-puras, agresores-puros ni de observadores de bullying, pero sí se encuentra un porcentaje significativamente mayor de niños que son víctimas-agresivas. Cuando se analiza cada una de las conductas de acoso presencial (físico, verbal, social y psicológico) sufridas (no solo por víctimas-puras), realizadas (no solo por agresores-puros) y observadas, los datos evidencian que el porcentaje de niños que ha sufrido, realizado y observado agresiones físicas, verbales y psicológicas, es significativamente mayor que el de niñas. Además, la puntuación media en la conducta sufrida, realizada y observada es también significativamente mayor en los niños que en las niñas.
De esta manera, la hipótesis 1 se cumple parcialmente, ya que, aunque tal y como se hipotetizó los niños sufren, realizan y observan mayor nivel de conducta, no se hallan las diferencias hipotetizadas en el porcentaje de niños y niñas implicados en tres de los cuatro roles (víctimas-puras, agresores-puros y observadores). Estos, resultados coinciden parcialmente con aquellos estudios que no encontraron diferencias en el número de víctimas o agresores entre niños y niñas (Hartung et al., 2011), pero también concuerdan con aquellos que señalan a los niños como los que más sufren y realizan agresiones cara a cara (Griezel et al., 2012; Kyriakides et al., 2006) y los que señalan que los niños son en mayor porcentaje víctimas-agresivas (Cerezo et al., 2015; Garaigordobil, 2013; Herrera-López et al., 2017). Respecto a los tipos de conducta agresiva sufrida, los resultados de este estudio coinciden en señalar que los niños sufren, realizan y observan más conductas agresivas de tipo físico que las niñas (Archer, 2004; Card et al., 2008; Iossi-Silva et al.,2013). Respecto a las otras dos conductas (verbales y psicológicas), los resultados contrastan con aquellos estudios que postulan que este tipo de conductas agresivas son más comunes en las niñas (Olweus, 1993). Por último, este estudio apunta en la misma línea de las conclusiones de los meta-análisis de Archer (2004) o Card et al. (2008) que no hallaron diferencias entre sexos en las conductas de agresión social.
Respecto al cyberbullying, tal y como se hipotetizó, el porcentaje de niños y niñas es similar en los cuatro roles de cyberbullying. Sin embargo, al analizar el porcentaje de implicados en cada conducta, se encontró que un porcentaje significativamente mayor de niños es víctima de agresiones para grabarlas y subirlas a internet. En cuanto a las conductas observadas, un porcentaje significativamente mayor de niños observa llamadas anónimas para asustar, mientras que un porcentaje significativamente mayor de niñas observa conductas de acoso sexual en la red. Además, se encontró que las puntuaciones medias de conducta de cyberbullying sufrida por las cibervíctimas y las cibervíctimas-agresivas es mayor en los niños. De manera que la hipótesis 2 se cumple parcialmente.
Estos resultados coinciden con aquellos estudios que no encontraron diferencias en porcentaje de cibervíctimas, ciberagresores o cibervíctimas-agresivas entre niños y niñas (Bauman, 2010; Brown et al., 2014; De Paolis & Williford, 2015; Mishna et al., 2010; Monks et al., 2012; Navarro et al., 2015), pero contrastan con varios estudios que señalaron que los niños estaban más involucrados como ciberagresores o aquellos que encuentran que los niños eran en mayor medida ciberagresores y las niñas cibervíctimas (Baroncelli & Ciucci, 2014; Garaigordobil & Aliri, 2013; Kokkinos et al., 2013; Lapidot-Lefter & Dolev-Cohen, 2015).
Adicionalmente, respecto a la prevalencia de las conductas analizadas se observa que: en el caso del acoso presencial, niños y niñas coinciden en señalar las agresiones verbales como las más prevalentes. Las agresiones físicas son las segundas más sufridas y realizadas por los niños y las agresiones sociales para las niñas. En todos los casos las agresiones psicológicas son las que se padecen, realizan y observan con menor frecuencia
En cuanto al cyberbullying de las 15 conductas analizadas, las más prevalentes según cibervíctimas, ciberagresores y ciberosevadores fueron las siguientes tanto para los niños como para las niñas: los mensajes ofensivos, las llamadas ofensivas y las llamadas anónimas para asustar, el robo de contraseñas, el chantaje mediante llamadas y la difamación mediante rumores en redes sociales.
Este estudio no está exento de limitaciones, como es el uso de autoinformes, con el sesgo de deseabilidad social y carga subjetiva que conllevan. Aunque la obtención de información, que se lleva a cabo forma triangular (víctima, agresor, observador) ayuda a neutralizar el sesgo de deseabilidad social, el uso de heteroinformes y herramientas sociométricas podrían ayudar a contrastar los hallazgos de esta investigación. Además, esta investigación cuenta con una muestra en educación primaria, en su mayoría preadolescente, etapa en la cual las diferencias en función del sexo pueden ser menos evidentes que en etapas posteriores del desarrollo como la adolescencia (Archer, 2004).
El presente estudio realiza varias aportaciones, en primer lugar, informa de las diferencias en función del sexo en bullying y cyberbullying y permite la comparación entre ambos fenómenos en una misma muestra, que además es representativa de la comunidad autónoma en la que se llevó a cabo el estudio. Además, la presente investigación es uno de los pocos estudios que presenta información sobre niños y niñas de estas edades, y que presenta datos de prevalencia de los diferentes roles implicados (víctimas-puras, agresores-puros, víctimas-agresivas y observadores), y de cada uno de los comportamientos analizados (cuatro agresiones cara-a-cara y quince conductas de ciberacoso), informando así no solo de cuantos participantes de esta edad sufren, realizan y observan están conductas sino también de cuáles son las conductas más frecuentes para niños y niñas. Además, este estudio, aporta información en un tema relevante, ya que tal y como se puede constatar en la literatura, la mayoría de estudios encuentran resultados discrepantes entre ellos, y además, apenas hay estudios que informan sobre el número de observadores y ciberobservadores, pese al papel tan importante que pueden jugar en la prevención de bullying/cyberbullying.
Dadas las graves consecuencias de estar implicado en situaciones de bullying y cyberbullying tanto para víctimas, agresores y observadores en los niños y en las niñas (Bannink, Broeren, van de Looij-Jansen, de Waart & Raat, 2014), se recomienda que las escuelas tengan protocolos de actuación para bullying/cyberbullying, además de programas de prevención y convivencia escolar.
Actualmente existen programas que han demostrado su eficacia para prevenir e intervenir en situaciones de bullying/cyberbullying durante la adolescencia (Garaigordobil & Martínez-Valderrey, 2015). Sin embargo, apenas hay programas para este grupo de edad.
Teniendo en cuenta los resultados de esta investigación se sugiere el trabajo conjunto en el aula con niños y niñas en programas que promuevan una mejora del clima social del aula, la capacidad de comprensión-expresión de emociones y el respeto a las diferencias entre otras. Además, los resultados revelan la importancia de trabajar de manera especial con los niños que son víctimas-agresivas, ya que fueron el rol más prevalente en los niños, y el único en el que había diferencia en acoso presencial respecto a las niñas. Son varios los estudios que señalan esta categoría como la más prevalente (Haynie et al., 2001; García-Maldonado et al., 2012; Stattin & Latina, 2018) y la que presenta tanto los problemas propios de las víctimas como los de los agresores (Cook, Williams, Guerra, Kim & Sadek, 2010). Para atajar esta grave situación se sugiere que los programas dirigidos a estas edades enfatizasen la resolución de problemas de forma cooperativa y el trabajo de la conducta social asertiva para evitar las situaciones de victimización-agresión. En este sentido, y para contribuir a evitar estas situaciones, parece de especial importancia que los programas trabajen en movilizar a los observadores para intervenir en situaciones de violencia y que promocionen los roles de ayuda a la víctima. Por ello será necesario enseñar a niños y niñas a identificar las situaciones de violencia, y potenciar su capacidad crítica ante estas situaciones, así como las estrategias de resolución de estos conflictos de forma cooperativa.