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Cuadernos de Economía
Print version ISSN 0121-4772On-line version ISSN 2248-4337
Cuad. Econ. vol.28 no.50 Bogotá Jan./June 2009
DE NUEVO MARX , PERO UN MARX NUEVO
Samuel Jaramillo *
* Ph.D. en Urbanisme et Amenagement. Se desempeña como investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo Económico (CEDE), Profesor titular de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). E-mail: ejaramil@uniandes.edu.co. Dirección de correspondencia: Carrera 1 No 18A-70, Bloque C, Piso 2, Oficina 209, (Bogotá, Colombia).
El libro de José Félix Cataño, Lecciones de economía marxista: mercados, precios y dinero desde un enfoque heterodoxo, editado por la Facultad de Ciencia Económicas de la Universidad Nacional sede Bogotá aparece a mi juicio en un momento especialmente oportuno y es de una gran pertinencia. Aconsejo desconfiar de la modestia deliberada de su título que sugiere que se trata de un manual de lectura sobre la reflexión económica de Carlos Marx. Sin duda un pensador al cual se le reconoce consensualmente una talla intelectual excepcional, pero que para muchos se trata de un autor cuya importancia está en el pasado (escribió hace siglo y medio, sus tesis han sido debatidas largamente y muchas de ellas han sido al parecer superadas no solamente por la crítica, sino por el mismo desarrollo histórico); por lo tanto, el interés que despierta su obra tiene que ver a lo sumo con la arqueología del saber.
El texto de José Félix Cataño es más ambicioso que esto y de hecho la opinión propuesta al lector sobre la contribución de Marx a la reflexión económica contemporánea es muy distinta. De la palabra “lecciones” del título, debemos agradecer la vocación de claridad en la exposición, algo más bien escaso en la literatura sobre el pensamiento marxista; su sistematicidad; su concisión y la nitidez de sus propuestas de interpretación, virtudes que sin duda están emparentadas con el origen del texto, ligado como él mismo nos informa, a su labor docente durante décadas en las universidades de Antioquia, de los Andes y Nacional (sede Bogotá).
LOS LINDEROS DE JOSÉ FÉLIX CATAÑO EN LA TRADICIÓN DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
Pero el libro es algo más que apuntes de clase. Lo que nos plantea José Félix Cataño es que en el pensamiento de Marx sobre la economía capitalista se encuentran intuiciones poderosas, claves muy sugestivas para construir una interpretación que sea alternativa a la tradición liberal del pensamiento económico (la escuela neoclásica), que es hoy hegemónica y que muestra, no obstante, protuberantes incongruencias internas y se revela impotente para comprender los desarrollos contradictorios del capitalismo contemporáneo. En la elección de los temas abordados por Cataño hay una afirmación implícita muy fuerte. No se controvierte a la economía neoclásica en su visión sobre aspectos concretos y a primera vista más pertinentes, que sin duda merecen discusión en la cual la óptica marxista promete ser muy fructífera, sino que Cataño se centra en la reflexión sobre las nociones más básicas sobre la economía moderna: como el subtítulo lo anuncia, el texto se ocupa de las concepciones sobre las relaciones mercantiles, la interrelación de los agentes económicos, la formación de los precios y el papel del dinero.
Una percepción generalizada entre los economistas “prácticos” es que la discusión de estos asuntos considerados abstractos carece de relevancia y en el mejor de los casos su interés se limita a establecer una coherencia lógica puramente intelectual, casi un lujo poco oportuno en momentos en los cuales lo que urge son respuestas pragmáticas. La tesis subyacente de Cataño es que en estas elaboraciones fundacionales se juega el desarrollo ulterior del análisis económico: ellas marcan el alcance de la reflexión más concreta y no solamente porque moldean las respuestas, sino tal vez de manera más decisiva, determinan las preguntas que se hacen los economistas. Cataño nos muestra que la reflexión de Marx al respecto es una alternativa muy contundente a las concepciones ortodoxas que ven al capitalismo como un sistema libre de contradicciones, en el que el mecanismo del mercado asegura la eficiencia, la equidad y el dinamismo de las relaciones económicas. Esta visión apologética de la sociedad contemporánea, que tiene una indudable función ideológica, adultera la representación de la dinámica real del capitalismo y es el origen de las limitaciones de la mirada ortodoxa de la economía de hoy. Es por ello que Cataño destaca nociones de Marx que son mucho más precisas y adecuadas al respecto y que son poco frecuentadas: el valor, que permite pensar eventualmente la explotación, el “salto peligroso” de la circulación que subraya el carácter social de la interacción mercantil y que genera esa incertidumbre irreductible en la sociedad de mercado que es el riesgo de la no realización, la dimensión monetaria de los intercambios, el carácter básicamente desigual e inequitativo del capitalismo, etcétera.
Pero el profesor Cataño se embarca en una diferenciación que también considero bien oportuna. Es sabido que la economía neoclásica cataloga a Marx como un clásico, asimilable enteramente a la tradición de figuras como Smith y Ricardo, con quienes compartiría los ejes centrales de un mismo pensamiento. Marx sería no solamente un ricardiano, sino “un ricardiano menor”. Incluso en el campo heterodoxo más reciente, si con tal denominación nos referimos a los proyectos de reflexión económica alternativos a la ortodoxia neoclásica existe una versión muy difundida que establece esa misma identidad. En particular, quienes pretenden desarrollar en la actualidad las tesis de Ricardo como referente para la reflexión económica contemporánea, conocidos como neo-ricardianos, se consideran herederos tanto de Ricardo como de Marx, y esto sin ninguna condescendencia sobre esta última inclusión. Anotemos que Marx mismo debe haberse revolcado en su tumba frente a esta asimilación, él que se consideraba precisamente como la ruptura, alternativa y superación de la construcción ricardiana, punto culminante de la ideología burguesa en este terreno, pero por ello mismo estructuralmente limitada. Cataño desentierra esta tajante diferenciación de quien subtituló su obra central como “Crítica de la Economía Política” y plantea un diagnóstico muy severo: es precisamente esta amalgama injustificada de las concepciones de Marx a las de Ricardo lo que ha restado alcance y capacidad de profundidad en la interpretación a las elaboraciones atribuidas a Marx, pero que en fondo movilizan nociones ricardianas. Y el profesor Cataño sostiene que en este equívoco no solamente participan los neoricardianos, o aquellos que se ven como herederos de la “economía clásica” que articulan a Marx como a uno de estos clásicos, sino que en este entuerto también participa el grueso de quienes se reclaman como marxistas, es decir, el main stream del marxismo, el marxismo ortodoxo. En esta tradición del marxismo canónico se registran de manera más o menos ritual las categóricas distinciones que el mismo Marx enarbola con respecto a la economía política burguesa, pero tal parece que en el momento de desarrollar los análisis positivos, de forma subrepticia, y tal vez no conciente, se utilizan las nociones ricardianas. De allí que estos desarrollos adolezcan de muchas de las falencias denunciadas por el mismo Marx, y algunas más, y tal vez esta circunstancia sea la responsable de esa sospecha de anacronismo intelectual a la cual están sujetos muchos de los análisis contemporáneos considerados marxistas.
Cataño enfoca su lente analítico en esos equívocos y propone retomar las elaboraciones precisas de Marx al respecto. Señalemos algunas de ellas, que de nuevo, en ciertos casos coinciden con las precisiones con respecto a la economía neoclásica: la puesta en cuestión de la diferenciación entre una dimensión “real” y una monetaria en las transacciones, y la necesidad de considerar los intercambios como mediados por el dinero; la crítica a la formación de precios que parece limitarse a la producción y por lo tanto subestima o le resta atención de los fenómenos de la circulación; el rechazo a la utilización implícita de la noción ricardiana de trabajo incorporado y el subrayamiento de la concepción de trabajo abstracto como algo sancionado por el mercado; la reivindicación del “salto peligroso” como opción a la reflexión que considera que todas las transacciones que planean los agentes tienen éxito, lo que en el fondo no es cosa distinta que emplear, quizás sin advertirlo, la Ley de Say, etcétera.
Sin embargo, no terminan ahí las confrontaciones teóricas que nos propone el profesor Cataño. Retomando un prurito crítico que está en el corazón de la herencia intelectual que dejó Marx, José Félix Cataño en sus lecciones nos propone realizar una operación similar con el mismo Marx. Procura mostrarnos con precisión cuáles fueron sus planteamientos al respecto, tarea que no es fácil, porque como se sabe Marx escribió mucho, su pensamiento estuvo siempre en permanente mutación y con frecuencia las inercias hegelianas lo conducen a una forma de exposición intrincada, brillante en sus fórmulas verbales, pero a veces enigmática o paradójica en sus contenidos. Cataño nos invita indagar sobre la coherencia de estos planteamientos y desde luego sobre su justeza para construir una representación adecuada del capitalismo. De más está reiterar que su tesis es la de que en la construcción intelectual de Marx se encuentran las llaves para entender los misterios del capital de su tiempo y del nuestro, pero Cataño nos muestra la utilidad y la necesidad de cribar estos conceptos incluso con respecto a las potenciales imprecisiones o incongruencias de quien las formuló originalmente.
Con esta carta de navegación José Félix Cataño nos conduce por un derrotero de análisis en el que se examinan las nociones de Marx sobre los precios, la relación mercantil, el trabajo, el valor y sus formas, el dinero, el excedente y la plusvalía. Y al lado de sus consideraciones críticas va esbozando una línea de interpretación positiva, que sigue los postulados de sus mentores intelectuales, a quienes el autor dedica esta obra, los profesores Carlo Benetti y Jean Cartelier. En el capítulo final en el que desembocan las consideraciones de las secciones anteriores se presentan entonces los lineamientos de un modelo de interacción general desarrollado por ellos, que sería congruente con las precisiones y reformulaciones teóricas de los capítulos iniciales y que se propone como piedra fundacional de una reinterpretación de Marx fiel a sus intuiciones básicas y acorde con la dinámica real del capitalismo contemporáneo.
ALGUNOS PUNTOS DE CONTROVERSIA
Sigamos entonces el ejemplo de José Félix Cataño y del mismo Marx y examinemos críticamente algunos de sus análisis, de sus conclusiones y de sus propuestas. Advierto que esto lo hago desde una perspectiva muy cercana a la del autor, pues comparto básicamente la senda analítica de Cataño que aquí he tratado de esbozar. Espero que estos puntos de discusión a propósito de sus planeamientos, permitan potenciar las sugerencias analíticas muy ricas que tiene este texto.
El “salto peligroso”, la formación de precios y el valor
Empecemos por la siguiente anotación. En las consideraciones de Cataño, y especialmente en la modelización de Benetti y Cartelier existe una omisión un poco inesperada con respecto a la noción de “salto peligroso”. En la obra se destaca un aspecto de la intuición de Marx: el hecho de que los cálculos cuantitativos que realiza a priori el productor mercantil (o el oferente) sobre el valor de la mercancía no siempre coincide con la sanción que le da el mercado en la realización: esto quiere decir, y esto casi siempre pasa, que puede existir una diferencia cuantitativa entre esta prefiguración del oferente y el resultado de la interacción mercantil. Pero omiten, al menos en la modelización, una eventualidad muy frecuente y por lo demás muy destacada por Marx: que no solamente la transacción se haga por un precio cuantitativamente diferente al de las expectativas del oferente, sino que la realización no tenga lugar, que la venta falle y las mercancías no encuentren comprador. La formalización de Benetti y Cartelier sobre la interacción mercantil general tiene sugerencias de modelización muy interesantes, pero también tiene dificultades: el lugar para discutirlas no parece ser este, entre otras cosas porque la presentación que de ellas hace Cataño es muy sucinta.
Podría pensarse entonces que la implicación de que todos los mercados de bienes siempre se vacíen es solamente una simplificación provisoria y que la eventualidad de que exista sobre oferta puede introducirse ulteriormente. Esto es plausible. Anotemos, sin embargo, lo que implica esta restricción, que surge de una interpretación más bien peculiar del mecanismo de formación de precios que los autores denominan como Ley de Cantillon Smith: si lo único que puede variar en el salto peligroso es la magnitud del precio individual de cada mercancía, y existe una compensación entre lo que unos agentes ganan y lo que otros pierden, una especie de Ley de Say de conjunto, se hace muy difícil pensar aspectos muy pertinentes de la economía moderna y a los que Marx les daba gran importancia, destaquemos entre ellos la crisis y la recuperación y su papel en la acumulación.
Pero encuentro que esta manera de discurrir revela aspectos controvertibles un poco más amplios. Reitero que en la versión canónica del marxismo la alusión al “trabajo abstractoçomo trabajo general sancionado por el mercado con frecuencia se reduce a un reconocimiento litúrgico cuyo papel desaparece en el análisis ulterior: un indicio de que esta distinción se limita a un reconocimiento protocolario es su reducción a algo puramente cualitativo. En la aproximación de Cataño deberíamos esperar implicaciones cuantitativas, pero ellas no están muy claras en sus consideraciones. La denominación de Trabajo Socialmente Necesario que Cataño menciona, en Marx parece aludir a un fenómeno cuantitativo, que sin embargo, tiene alcances limitados: puede referirse a que a pesar de que en la realidad la eficiencia en los productores no es exactamente la misma, lo que debe considerarse como pertinente no son las condiciones individuales de cada productor, sino las técnicas y las habilidades predominantes en cada momento. De hecho, esto es congruente con la noción de trabajo incorporado de Ricardo. Pero Marx muestra otra cosa: en la práctica pueden existir diferencias entre este trabajo cristalizado en la producción de una mercancía (corregido esto por las “técnicas y habilidades” socialmente pertinentes) de una parte, y de la otra, la cantidad de trabajo social que el vendedor obtiene en las transacciones mediadas por el dinero. Estas diferencias, negativas o positivas, pueden ser el resultado de tensiones en la esfera de la circulación (situaciones transitorias de escasez, retrasos en los ajustes, etcétera), pero también puede tratarse de fenómenos estructurales compatibles con la competencia plena entre los agentes: la diferencia en la composición orgánica de capital entre las diversas ramas evocadas en el famoso “problema de la transformación”, parece ser uno de ellos.
Como puede entenderse, esta última consideración remite a la pareja “precios de mercado - precios naturales” que Cataño parece atribuir exclusivamente a la Economía Política Clásica, aunque podrían traerse a cuento múltiples pasajes en los que Marx parece aceptar este mecanismo. Y a ello está ligado un elemento adicional que le da sentido y que a mi juicio es lo que permite hablar de una interacción entre la producción y la circulación en la formación de precios: el flujo de capitales entre distintas ramas buscando la máxima tasa de ganancia, lo que genera en Marx, y esta vez hay que decir que también en Ricardo, una tasa de ganancia media y general. Estoy informado que en los parajes intelectuales en los que se mueve el profesor Cataño se ven como problemáticas nociones tales como: el flujo de capitales y la famosa “gravitación” de los precios de mercado hacia los precios naturales. Estimo que, dada la importancia que estos elementos parecen tener en Marx, para entender la formación de los precios, por lo menos hubiera sido oportuna alguna discusión al respecto.
Lo cierto es que ami entender en la interpretación del profesor Cataño sobre los planteamientos de Marx se omite la referencia a una línea argumental que es muy reiterada por este autor y que en este recuento parece diluirse: la pretensión que tiene Marx de que “el valor”, la “cantidad de trabajo abstracto” tiene un papel crucial en la formación de los precios, con los cuales las mercancías se transan efectivamente. Usando un vocabulario más bien contemporáneo, no es que para él los “precios de mercadoçoincidan con los “valores”, incluso que no siempre los “precios naturales” sean idénticos al trabajo requerido para producir las mercancías, pero esta última magnitud, según él, ejerce una determinación en “última instancia” de los precios. Para decirlo de manera menos esotérica, los precios de mercado y los precios naturales serían desviaciones sistemáticas de los “valores” (nótese que en este caso “valor” parece remitir al trabajo incorporado). Yo tengo la expectativa de que esto puede ser reconstruido mediante aproximaciones sucesivas, usando la estrategia de los niveles de abstracción jerarquizados, que el mismo Marx sugiere y de alguna manera utiliza. Es posible que el profesor Cataño no esté de acuerdo con esta pretensión o le parezca que no tiene sentido: pero dado el hecho de que se trata de una tesis que se atribuye de manera tan característica a Marx, tal vez hubiera sido conveniente discutirla.
El dinero, las convenciones, y las realidades “por fuera del mercado”
En la discusión que hace el profesor Cataño, apoyado en algunas ocasiones en Benetti y Cartelier, sobre la elaboración de Marx alrededor de las formas del valor y particularmente sobre el dinero, señala una pretensión categórica de Marx que hoy la realidad ha desmentido: su reclamo perentorio de que sólo una mercancía real, que contenga ella misma valor, un metal precioso por ejemplo, puede cumplir las funciones de equivalente general y eventualmente las otras tareas dinerarias de soporte de las transacciones, de medio de reserva y de medio de pago. Marx parece haberse equivocado frente a una interpretación alternativa que sostiene que el dinero es básicamente una convención y que su crucial papel en el funcionamiento del mercado puede ser desempeñado por una unidad de cuenta construida: el requisito para ello es que la convención sea respetada por el conjunto de los participantes en el mercado. El abandono generalizado del patrón oro y su reemplazo por papel moneda “convencional” confirmaría esta equivocación.
Esto puede ser cierto; sin embargo, en la misma obra de Marx existen anotaciones sumamente interesantes para el planteamiento de una teoría convencional del dinero y particularmente pertinentes para la realidad actual. Recuérdese la anotación de Marx de que el dinero para ser equivalente general no requiere circular y que incluso las oscilaciones cuantitativas del valor de la mercancía-dinero no le impiden cumplir esta tarea. En la sección sobre el dinero como medio de pago Marx señala cómo los soportes de la obligaciones, las letras, los pagarés, etcétera, si son respetados sistemáticamente, eventualmente pueden cumplir las funciones del dinero propiamente dicho: se pueden efectuar transacciones con ellos, se puede acumular valor, etcétera. Si el dinero es una representación abstracta del valor y del trabajo social, estas formas que son representaciones del dinero, y aún más abstractas, pueden cumplir sus funciones.
Así como el dinero aumenta extraordinariamente el dominio de acción de las transacciones, este dinero doblemente abstracto incrementa este rango aún más, como se ve en la actualidad con la proliferación de papeles de mil tipos, de dinero plástico, de futuros, de acciones. Pero igual que el dinero, esto tiene un talón de Aquiles: el respeto por estas convenciones, que no están garantizadas y cuya fragilidad aumenta con su extensión. Si no se acepta el dinero, las transacciones colapsan y su impacto se difunde en la red de agentes mercantiles. El dinero fiduciario posibilita la ampliación de las transacciones, pero también aumenta la vulnerabilidad del sistema pues su funcionamiento depende del respeto generalizado de estas nuevas convenciones. Cuando esto falla -y la expansión del mercado aumenta las posibilidades de ruptura- se desencadenan las crisis financieras con las cuales estamos hoy tan familiarizados.
Tal vez la fijación de Marx a la modalidad de la mercancía dinero tenga que ver con una trayectoria de afianzamiento de estas convenciones que en su momento aún no estaba completamente consolidada. Siendo una convención, este soporte en un valor realmente existente del dinero mercancía ayudaba a fortalecer la confianza de los agentes mercantiles, de la misma manera que un código de escritura ideográfica que ya es convencional, conserva algunos referentes icónicos, pero es un paso hacia la escritura fonética plenamente aceptada, con signos absolutamente arbitrarios. De hecho, una misión históricamente importante del Estado ha sido la de contribuir a solidificar el respeto por estas convenciones mediante la regulación, la intervención directa y, desde luego, la coerción.
En el texto de Cataño y en los trabajos de Benetti y Cartelier se extrae una conclusión que me parece emblemática y que quisiera discutir: la idea de que el dinero es de alguna manera “exterior” al mercado y en términos lógicos, anterior a él. Incluso a la hora de la modelización se parte, para la representación más básica de la interacción mercantil capitalista, de la existencia de un banco emisor que además, es el que adelanta el capital dinero a los capitalistas. Más allá de que este banco, tal vez muy simplificado, que no cobra ni paga intereses ni busca acumular es peligrosamente parecido a las fabricaciones walrasianas del subastador y la caja de compensación, y de que es un poco dudoso el lugar que se le asigna en la configuración de la economía capitalista (conceptualmente parecería que primero tendría que haber bancos, como instituciones concretas y después capitalismo), me llama la atención el prurito de diferenciación entre lo que “es mercado” y lo que estaría “fuera del mercado”. Estimo que Marx no se lo planteó así y siempre consideró que las fronteras entre lo “económico” y lo “jurídicopolítico” eran algo exclusivamente analítico: no solamente entre ellas hay interpenetración, sino que ambas hacen parte de un único proceso. Es claro que los componentes más elementales del intercambio requieren soportes que no se agotan en el cambio mismo, pero esto no menoscaba la consideración que en la sociedad mercantil es la lógica del mercado la que comanda la vida económica y en la sociedad propiamente capitalista es la acumulación de capital la que imprime esta dinámica.
La fuerza de trabajo, el salario y la pugna distributiva
El dominio en que se presenta en el texto, con mayor entusiasmo, este prurito de distinción entre “mercado y no mercado” es en los temas laborales. Cataño se aparta de Marx de manera muy enfática en la consideración de que la fuerza de trabajo sea propiamente una mercancía, de que exista un mercado de la fuerza de trabajo, que el salario sea un precio, etcétera. La magnitud del salario sería el resultado de una confrontación holística entre las clases fundamentales, los capitalistas y los proletarios, que se definiría por fuera del mercado y con una lógica propiamente política.
En este punto, me temo que me quedo en la orilla de Marx. Si en algo es penetrante en su visión crítica del capitalismo es precisamente en este desvelamiento de que la extracción del excedente y la explotación, que desde luego existen en el capitalismo, se dan a través de ese mecanismo aparentemente automático y por lo tanto velado, en el que la fuerza de trabajo se asimila a una mercancía. Esa es la fortaleza que tiene el capitalismo al que sólo le basta asegurar el respeto a las leyes del cambio para afianzar la sumisión del proletario y su explotación.
Las objeciones lógicas que se evocan en el texto a que la fuerza de trabajo opere como una mercancía y que exista un mercado de ella son, a mi entender, muy discutibles. Se aduce que existe una contradicción en Marx cuando plantea que el valor de la fuerza de trabajo -que según él se forma a través del proceso de reproducción, que desde luego no es igual a la producción capitalista de una mercancía normal- se trasmite al producto: esto porque como en cualquier mercancía su consumo en el proceso de trabajo implica la desaparición de ese valor. Debe recordarse, sin embargo que en los bienes intermedios que tienen un consumo “productivo”, se traslada el valor contenido en ellos al producto, cuando son consumidos. La fuerza de trabajo tendría ese doble carácter: para el proletario sería un consumo final, pero para el proceso global de valorización es un consumo intermedio, un consumo productivo, que trasmite su valor al producto.
Tampoco parece convincente la anotación según la cual el oferente de la fuerza de trabajo no cuenta con una libertad real y no está en pie de igualdad al comprador, esto elimina el carácter mercantil de esta relación. El artesano como agente mercantil simple, que si no vende sus mercancías se muere de hambre y que sufre la opresión política y social de otros agentes económicos poderosos como capitalistas y terrateniente, no deja de tener relaciones propiamente mercantiles, ni los bienes que produce dejan de ser mercancías ni sus precios cesan de responder a la puja de la competencia.
Como lo precisaba Sweezy el proletario comparte con el agente mercantil simple la condición de que acude al mercado para obtener un valor que le permita conseguir las mercancías que consume y que no puede proporcionarse a sí mismo. Va al mercado, pero no para acumular valor, sino para obtener un valor equivalente al de la mercancía que ofrece, que le permita sustentarse en un esquema de división mercantil del trabajo. Y en ese mercado puede tener una condición subordinada, sin que esto elimine el carácter mercantil del mecanismo al que acude.
Se afirma como prueba de la inexistencia real de una transacción mercantil, en el dominio de la fuerza de trabajo, que el trabajador no está sometido al "salto peligroso”. Cualquier asalariado desmiente esta afirmación, pues el “salto peligroso” es algo que vive de manera reiterada en su práctica. Cuando un proletario acude al mercado a vender su mercancía, su fuerza de trabajo, probablemente tenga en mente alguna magnitud de salario a priori, pero no hay ninguna garantía de que va a obtener esta cantidad en el mercado. Pero tampoco su contraparte, el comprador, el capitalista puede fijar la magnitud del salario de manera unilateral: esto depende de la interacción con sus competidores, los otros capitalistas, los vendedores y los trabajadores. Y lo más decisivo, también esta transacción puede fallar: para el trabajador esa figura se llama desempleo.
Se señala que la ausencia de “salto peligroso” para el trabajador se manifiesta en que en un proceso productivo quien asume los riesgos del mercado es el capitalista y que el trabajador que ha sido contratado no tiene por qué preocuparse de si el producto se vende o no. Claro está, porque ese no es el eslabón pertinente para él en el salto peligroso, en esto no se diferencia del oferente mercantil o capitalista de bienes intermedios: cuando el capitalista productor de acero se lo vende a un constructor de camiones, ya no debe preocuparse de si los camiones son vendidos o no. Su punto de quiebre eventual es la transacción del acero y en ese eslabón las compras pueden darse o no. Lo mismo ocurre con el trabajador; al menos en el corto plazo, el éxito o el fracaso en la venta del producto no es de su incumbencia directa, pero sí lo es la transacción de la fuerza de trabajo que ofrece, que puede ser o no comprada.
Se dice que existen normas “extraeconómicas” o “extramercantiles” que influyen en la magnitud del salario y en las condiciones de las transacciones con fuerza de trabajo: salarios mínimos, límites en las jornadas, normas de estabilidad, etcétera. Esto es cierto, desde luego, pero algo similar puede suceder y de hecho sucede en muchos mercados: puede haber intervención estatal en el precio de la leche o en sus condiciones de manejo, por ejemplo, sin que deje éste de ser considerado un mercado.
Se plantea que el trabajador nunca se desprende completamente de la mercancía que ofrece y que sigue teniendo algún control sobre ella, aun si ya es vendida al capitalista y esto inhiba el carácter mercantil de esta transacción. Tampoco esto es algo que sea desconocido en el mercado de algunos bienes sin que a nadie se le ocurra que por ello dejan de ser mercancías: los mercados de alquiler, por ejemplos, establecen límites y responsabilidades del usuario sobre el uso del bien y obligaciones para su restitución, sin que nadie pretenda seriamente retirarle el carácter de mercado a este esquema.
Como un precio, Marx considera que el salario puede oscilar dependiendo de las características de los competidores en la circulación. Su noción de Ejército Industrial de Reserva hace énfasis en que este es un mecanismo que incide en la fijación del salario a través de la competencia. Es cierto que Marx en su planteamiento encuentra dificultades para encontrar un “salario natural” que sería la contraparte del precio natural de las mercancías normales. Plantea que el salario que podría llamarse “de mercado” oscila entre dos magnitudes: una máxima, que sería cuando el salario copa la totalidad del excedente y un mínimo. Marx tiene problemas para identificar los determinantes de este mínimo: el salario biológico de subsistencia le parece insuficiente y su fórmula de “condiciones históricas” no es muy diferente de la noción idiosincrásica de Smith, por ejemplo.
Permítaseme barruntar que la tarea de definir un mecanismo propiamente mercantil de este salario básico (no legal) no es algo imposible, y que tal vez pueda encontrarse una pista en la consideración de la posibilidad que tiene el proletario, así sea puramente virtual, de operar como agente mercantil simple cuando el salario es muy bajo. El salario en el mercado de la fuerza de trabajo “capitalista” no podría descender por debajo de lo que obtendría como remuneración implícita de su trabajo si labora como agente mercantil simple (como artesano, como “informal”, por ejemplo) y esto operaría como un límite serenado por el mercado y no por una regulación estatal o sociológica.
Para terminar, vale la pena hacer una consideración: el reconocimiento de la existencia de unmercado de la fuerza de trabajo no implica hacer ninguna concesión a la representación ideológica neoclásica de que ésta es una relación justa y equitativa, y que su operación libre es la situación más deseable. Por el contrario, el alcance de la crítica de Marx, como se ha dicho, consiste en demostrar cómo este mecanismo que parece neutral, en realidad garantiza la explotación y el sometimiento de los trabajadores. Pero de otra parte, este reconocimiento tampoco supone negar la confrontación eventual de acciones colectivas entre capitalistas y asalariados por la distribución a nivel global.
La ventaja que tiene la mirada marxista sobre una concepción neoricardiana, por ejemplo, es que puede entender algo que es evidente: las negociaciones y pugnas entre trabajadores y capitalistas, por ejemplo, entre sindicatos y asociaciones patronales no son “a-mercantiles”. Por lo general se concretan en regulaciones sobre el funcionamiento del mercado laboral, pero rara vez pretenden substituirlo: como se ha dicho, se crean normas y limitaciones, pero casi nunca determinan directamente los salarios específicos ni los contratos laborales particulares. Y lo que parece demostrar Marx es que el capitalismo puede existir y ha existido aún cuando estas regulaciones sobre el mercado laboral sean muy débiles o inexistentes.
Como se ve, el texto del profesor Cataño no sólo es muy ilustrativo, sino muy incitante. Recomiendo vivamente la lectura de estas lecciones de economía marxista; las cuales nos hacen pensar, nos invitan a controvertir, y creo que nos acercan a comprender.