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Cuadernos de Economía
Print version ISSN 0121-4772On-line version ISSN 2248-4337
Cuad. Econ. vol.28 no.50 Bogotá Jan./June 2009
RESPUESTA A SAMUEL JARAMILLO
José Félix Cataño *
* Ph.D. en Ciencias Económicas. Se desempeña como profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes y de la Facultad de Ciencias Económicas de Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia). E-mail: jcatano@uniandes.edu.co, jfcatanom@unal.edu.co. Dirección de correspondencia: Carrera 30 No 45-06, Edificio 311, Facultad de Ciencias Económicas, Piso 3 (Bogotá, Colombia).
Agradezco al profesor Samuel Jaramillo la atención especial que ha prestado a la publicación de estas Lecciones de economía marxista, primero en su lanzamiento editorial y ahora en una reseña crítica llena de interesantes y polémicas ideas. He tenido muchas pruebas de la dedicación que Jaramillo ha consagrado a estos temas, manifestada en su actividad docente con sentido crítico y pluralista. Como se puede leer, son muchos los puntos que nos acercan y coincidimos respecto a la importancia de una lectura crítica de Marx. A pesar de todo, en la reseña Jaramillo anota una serie de críticas a nuestras posiciones, donde percibo que todavía existen muchas divergencias importantes que merecen especial consideración. Pienso que ellas se pueden considerar en este orden.
EL ABANDONO DE LA IDEA DE GRAVITACIÓN DE PRECIOS Y VARIABLES ECONÓMICAS
La posición heterodoxa que se defiende en las Lecciones no se aferra a la dicotomía precios de mercado y precios de producción, en la cual estos últimos tendrían, en última instancia, una primacía teórica y empírica. Ricardo insistió en este enfoque y Sraffa lo reiteró. Ella se resume en que son más importantes los fenómenos de la producción que los del mercado. Jaramillo, queriendo ser fiel a Marx (y por tanto, a las posiciones ricardianas) también la comparte:
Pero Marx muestra... [que] en la práctica pueden existir diferencias entre este trabajo cristalizado en la producción de una mercancía (corregido esto por las “técnicas y habilidades” socialmente pertinentes) de una parte, y de la otra, la cantidad de trabajo social que el vendedor obtiene en las transacciones mediadas por el dinero. Y en general: Los precios de mercado y los precios naturales serían desviaciones sistemáticas de los “valores” (nótese que en este caso “valor” parece remitir al trabajo incorporado).
En la visión heterodoxa, que se defiende en las Lecciones, no se sigue con el esquema de gravitación, ya que el mismo Marx autoriza otra línea cuando afirma que es el mercado, la red de transacciones mercantiles, la que convierte el trabajo privado en trabajo social. Insistir que el marxismo debe continuar en el esquema de gravitación, donde las cantidades de trabajo abstracto son centro de gravitación, como propone Jaramillo, y mediante aproximaciones sucesivas, usando la estrategia de los niveles de abstracción jerarquizados, que el mismo Marx sugiere y de alguna manera utiliza, no parece muy alentador. Por una parte, este esquema defiende la vigencia de la transformación de valores a precios de producción y entonces se enfrenta con este problema, el cual ahora sabemos no tiene solución y, segundo, hasta ahora no hay en la escuela clásica ni en los marxistas ortodoxos (que poco se han interesado en el mercado) un esquema de gravitación que haya tenido éxito, como lo reconocen los neo-ricardianos.
Al abandonar el esquema de gravitación, la primacía pasa a la formación de los precios de mercado como indicadores de la formación del valor de las mercancías en términos monetarios. El valor de los bienes producidos es lo que resulta de las transacciones y estas dependen de los gastos para producir las mercancías y la demanda efectiva por ellos. La producción no está separada de la circulación porque para producir hay que gastar y gastar es intervenir en los mercados de insumos y de subsistencias. Este es el principio de la unidad de la producción y la circulación que es el punto de partida del enfoque heterodoxo propuesto en las Lecciones.
Insistir en la gravitación es volver a la idea de que Ricardo y Marx tienen la misma perspectiva analítica y, por tanto, no se podría afirmar como hace Jaramillo que: Marx mismo debe haberse revolcado en su tumba frente a esta asimilación, él que se consideraba precisamente como la ruptura, alternativa y superación de la construcción ricardiana.
Concomitante con la gravitación vemos también que Jaramillo se apega a la idea de la existencia de un trabajo social en la producción: en la práctica pueden existir diferencias entre este trabajo cristalizado en la producción de una mercancía (corregido esto por las “técnicas y habilidades” socialmente pertinentes) de una parte, y de la otra, la cantidad de trabajo social que el vendedor obtiene en las transacciones mediadas por el dinero.
Aquí se presume que las diferencias entre el trabajo cristalizado en la producción o el trabajo social reconocido son cuantitativas y no cualitativas. Aquí está una gran diferencia con el enfoque heterodoxo que defendemos. Los trabajos en la producción no son de la misma “sustancia” que los “sociales”, ellos son privados y heterogéneos, y como tales no se pueden detectar o calcular diferencias cuantitativas. Si adoptamos, contra la ortodoxia marxista, el principio de que el mercado es el proceso social por medio del cual los valores existen y están determinados, los valores no pueden preexistir al mercado. En la heterodoxia que presentamos, el trabajo social es el trabajo privado ejecutado de manera descentralizada a condición de ser validado por las compras ; por lo tanto, no existe aquello que Jaramillo designa como la cantidad de trabajo social que el vendedor obtiene en las transacciones mediadas por el dinero. En realidad, lo que el vendedor obtiene de los otros es dinero y lo que él hace es comparar lo que sí se puede comparar: el dinero gastado para producir y aquel recibido en el mercado. Por eso pueden aparecer déficit o superávit en las cuentas de los productores, que son en dinero y no en trabajo. Como lo planteó Marx, considerar que el trabajo es la unidad de cuenta es negar el carácter comercial y privado de la actividad productiva. Precisamente, este es el error atribuido a los socialistas utópicos. Marx afirma:
“Las mercancías son en forma inmediata, productos de trabajos privados aislados e independientes, que en virtud de su enajenación en el proceso de intercambio privado deben actuar como trabajo social general, o bien el trabajo basado en la producción de mercancías solo se torna trabajo social mediante la enajenación universal de los trabajos individuales. Pero si [el socialista] Gray supone que el tiempo de trabajo contenido en las mercancías es inmediatamente social, está suponiendo que es tiempo de trabajo comunitario o tiempo de trabajos de individuos directamente asociados. Así de hecho, una mercancía específica, como el oro, y la plata, no se podría enfrentar a las otras mercancías como encarnación del trabajo general, el valor de cambio no se convertiría en precio, pero el valor de uso no se convertiría en valor de cambio, el producto no se convertiría en mercancía y de este modo quedaría abolido el propio fundamento de la producción burguesa (Marx, 1984, 71)”.
Como el dinero para Marx encarna el trabajo social (lo verdaderamente social), la lectura heterodoxa pone en claro que el dinero socializa los trabajos privados tanto en su presentación (la idea de precio ideal) como en su realización mercantil (precio efectivo).
SOBRE EL DINERO Y EL MERCADO
Jaramillo acepta, como nosotros, que la idea del dinero-mercancía como categoría de la economía marxista debe desaparecer. Su inquietud reposa sobre el punto clave: En el texto de Cataño y en los trabajos de Benetti y Cartelier se saca de aquí una conclusión que me parece emblemática y que quisiera discutir: la idea de que el dinero es de alguna manera “exterior” al mercado y en términos lógicos, anterior a él.
La discusión que Jaramillo propone es anotar que es claro que los componentes más elementales del intercambio requieren soportes que no se agotan en el cambio mismo, pero esto no menoscaba la consideración que en la sociedad mercantil es la lógica del mercado la que comanda la vida económica y en la sociedad propiamente capitalista es la acumulación de capital la que imprime esta dinámica.
Es cierto que en esta heterodoxia es el dinero el gran soporte y condición del mercado. Los determinantes del dinero no pueden ser los del mercado, porque éste es una relación monetaria. Si el dinero estuviera determinado por el mercado, aparecería como una categoría superior al mismo dinero y se podría poner como relación no monetaria posible de monetizar eventualmente, tal como aparece en la perspectiva neoclásica y clásica. Por lo tanto creemos que la posición correcta es esta: el dinero es la plataforma para explicar el mercado, y en consecuencia, debemos suponerlo como hipótesis institucional, y considerar al mercado como actividad derivada en la cual actúan las decisiones privadas. Esto no obliga de ninguna manera a negar que la lógica del mercado [es] la que comanda la vida económica, dado que son los resultados del mercado los que orientan a empresarios y a consumidores a tomar nuevas decisiones de acumulación, de consumo o de producción. Cuando los neoclásicos suponen las funciones de utilidad como premisa del mercado no están diciendo que éste determina las funciones de utilidad y lo anterior no impide que afirmen que la dinámica del sistema depende, económicamente, de lo que sucede en los mercados.
Pero aquí hay una diferencia importante con Jaramillo, quien parece decir que todo en economía es mercado, repitiendo lo que dicen los austriacos y neoliberales, mientras que en el enfoque defendido en las Lecciones es precisamente la idea de que además del mercado existen otras relaciones institucionales, salariales, monetarias) que sirven de marco y de contexto social a su funcionamiento. La consideración de que los mercados están empotrados a lo sumo en reglas monetarias es lo que permite afirmar que el sistema puede ser, en alguna dimensión, controlado por políticas monetarias, tal como lo deseaba plantear Keynes. El mercado es una tipología particular para realizar relaciones entre agentes, ejecutadas en un marco social construido y no, como piensan los ortodoxos, una relación puesta por la naturaleza. Bastante combatió Marx la idea burguesa de que el intercambio es una relación natural para que ahora nos critiquen porque afirmemos que el mercado no es todo y hagamos explícitos las condiciones sociales y no mercantiles de los mercados.
La confusión sobre el estatus del dinero se prolonga en dos ideas que defiende Jaramillo.
- 1. Así como el dinero aumenta extraordinariamente el dominio de acción de las transacciones, este dinero doblemente abstracto aumenta este rango aún más, como se ve en la actualidad con la proliferación de papeles de mil tipos, de dinero plástico, de futuros, de acciones.
- 2. Más allá de que este banco, tal vez muy simplificado, que no cobra ni paga intereses ni busca acumular es peligrosamente parecido a las fabricaciones walrasianas del subastador y la caja de compensación, y de que es un poco dudoso el lugar que se le asigna en la configuración de la economía capitalista (conceptualmente parecería que primero tendría que haber bancos, como instituciones concretas y después capitalismo)...
En el primer párrafo, el dinero está asimilado a títulos financieros o estos al dinero. Aquí la función de reserva de valor aparece, como en los neoclásicos, privilegiada respecto a la unidad de cuenta y medio de cambio. En el enfoque heterodoxo no hay esta asimilación. El dinero es creado, circula y es anulado, cuando los agentes pagan a los bancos; por tanto, no funciona como acervo de valor. Por el contrario, los títulos financieros, las deudas, las acreencias, son acervos que permiten a los agentes pasar de un periodo a otro. Además, la idea de que el dinero facilita los intercambios es el error de Smith que criticó Marx, dado que hace suponer que la mercancía se genera por fuera del dinero y que éste sólo es necesario para “agilizar” los intercambios que eventualmente se harían más difíciles por medio del trueque.
En el segundo párrafo, se insinúa que cometemos el error de sostener que toda economía monetaria es una economía bancaria y que el Banco Central es la reaparición del detestable subastador. No hay tal posición. En las Lecciones se plantea que poner los bancos en un sistema de emisión es un caso especial, moderno, que permite mostrar la creación y la anulación del dinero, pero que no es la única posibilidad. Lo que es necesario siempre es una regla monetaria de emisión y anulación de una unidad de cuenta. Una casa de monedas que acuñe monedas de oro contra entrega de oro podría hacer el asunto. La pluralidad histórica de los sistemas monetarios y de emisión es un gran asunto para los historiadores económicos del capitalismo y de aquellos que se interesan en las instituciones del capitalismo.
Interpretar que el Banco Central funciona como un subastador es una equivocación de Jaramillo. El ficticio personaje de Walras es criticado justamente porque sustituye los mercados (pone los precios de mercado, anuncia la llegada al equilibrio, impide las transacciones en desequilibrio). Nada de esto hace el Banco Central en el modelo heterodoxo: su papel se limita a emitir dinero, fijar la tasa de interés de referencia y vigilar que no existan quiebras de agentes privados con peligro sistémico. Esto es lo que hace todo el día la FED en Estados Unidos y nadie puede decir que esté sustituyendo al mercado como lo hace el subastador del modelo neoclásico de competencia perfecta. Si no pusimos en el modelo la tasa de interés fue por simple comodidad y su incorporación se deja para otra etapa del análisis (Benetti y Cartelier 1995).
MERCADO DE TRABAJOORELACIÓN SALARIAL
El punto más criticado por Jaramillo es la negación heterodoxa de que la relación salarial sea una relación mercantil. Dos textos lo muestran:
Cataño se aparta de Marx de manera muy enfática en la consideración de que la fuerza de trabajo sea propiamente una mercancía, de que exista un mercado de la fuerza de trabajo, que el salario sea un precio, etcétera. La magnitud del salario sería el resultado de una confrontación holística entre las clases fundamentales, los capitalistas y los proletarios, que se definiría por fuera del mercado y con una lógica propiamente política.
En este punto, me temo que me quedo en la orilla de Marx. Si en algo es penetrante en su visión crítica del capitalismo es precisamente en este desvelamiento de que la extracción del excedente y la explotación, que desde luego existen en el capitalismo, se dan a través de ese mecanismo aparentemente automático y por lo tanto velado, en el que la fuerza de trabajo se asimila a una mercancía. Esa es la fortaleza que tiene el capitalismo al que solo le basta asegurar el respeto a las leyes del cambio para asegurar la sumisión del proletario y su explotación.
Aquí existe, en efecto, una verdadera divergencia. La divergencia procede de una concepción diferente del intercambio comercial. En las Lecciones se propone que una relación comercial pura es aquella dada entre el poseedor de un bien económico producido en la división del trabajo descentralizada (por un artesano o por un empresario capitalista) y una cantidad de dinero que se recibe en la transacción. La teoría del valor de Marx se concibe para los bienes producidos en la división social de los trabajos privados. En ese intercambio el productor privado es sancionado de manera positiva o negativa en el mercado en las transacciones efectivas, gracias a un mecanismo de mercado. Para mostrar esto claramente, hacemos que el productor aparezca con dos cuentas: el dinero inicial gastado para producir y el dinero final. La diferencia cuantitativa entre esos dos dineros nos da la dimensión de la sanción del mercado, cuyo resultado es el superávit o el déficit, un desequilibrio cuantitativo propio de la relación.
En el caso de los obreros esto no aparece. Ellos no son parte de la división del trabajo y por ende no ofrecen al capitalista un producto. Ellos, según Marx, no pueden hacerlo porque, a diferencia de los capitalistas, ni tienen dinero para comprar insumos ni tienen medios de producción para hacer mercancías. Es la asimetría social típica del capitalismo: los empresarios capitalistas que pueden gastar dinero frente a los que sólo tienen su fuerza de trabajo, un mero valor de uso. Como los obreros no ejecutan un trabajo privado para ellos mismos, no hay salario ex ante dado por ellos, y por tanto, en el pago de salarios no aparecen dos cantidades de dinero, sino una sola, el dinero del capitalista. Mientras que para el productor de mercancías el proceso es D-D, dinero-dinero, para el obrero es FT-D, fuerza de trabajodinero. Por tanto, no hay como poner en escena el salto mortal.
De esto se deduce que el mercado de trabajo no se comporta como cualquier mercado de productos, dado que no sanciona ninguna actividad productiva del vendedor (el obrero). Si la fuerza de trabajo fuese un producto de la división social de las actividades privadas y, por ende una mercancía producida, habría que poner el valor de la fuerza de trabajo dentro del Producto Interno de las naciones.
Ahora bien, podríamos aceptar que se trata de un mercado especial si llamamos mercado toda transacción entre un bien y el dinero. El salario es, entonces, previo al funcionamiento del mercado, porque no existe formación del salario de acuerdo con las reglas de formación de precio aplicadas a las mercancías. Es un precio institucional anterior a la producción y a la circulación mercantil. Esto se refuerza si observamos que en la teoría tradicional del marxismo (y eso lo explicamos en las Lecciones) el precio en el caso del productor de mercancías se explica por medio del cálculo del trabajo social incorporado, mientras que el salario obedece al valor de los medios de consumo del obrero. Es decir, para el primer caso aplica una ley del valor y para el segundo, otra ley del valor distinta, dado que el obrero no se produce en la división del trabajo.
Esta visión de determinaciones diferentes del valor de las cosas en el sistema económico es el punto clave para la heterodoxia porque así puede señalar cuándo se trata del mercado general y cuándo se trata de relaciones monetarias particulares con precios que obedecen a reglas específicas. Toda relación monetaria compromete un precio (una cantidad específica de dinero), pero este precio no obedece siempre a la misma lógica, por eso queremos diferenciar relaciones monetarias de mercado (según la lógica de la sanción social) y otras lógicas. Un impuesto es una relación monetaria, pero su monto es determinado por la esfera política. Por eso, el pago de impuestos no debemos llamarlo un intercambio. En el caso del mercado de trabajo, Ricardo, Marx, Sraffa y nosotros, mostramos que se trata de una lógica diferente al de las mercancías normales. Que Jaramillo, al igual que los neoclásicos, insista en que se trata de un mercado porque se da dinero al obrero así como se da dinero al productor o al vendedor de tierras es quedarse en lo general y perderse algunos detalles claves propios de la complejidad del sistema capitalista.
Jaramillo, sin embargo, insiste dos veces: en primer lugar, afirma que cualquier asalariado desmiente [que no está sometido al salto peligroso dado que lo vive] de manera reiterada en su práctica. Cuando un proletario acude al mercado a vender su mercancía, su fuerza de trabajo, probablemente tenga en mente alguna magnitud de salario a priori, pero no hay ninguna garantía de que va a obtener esta cantidad en el mercado.
Jaramillo entiende mal la formulación heterodoxa del salto mortal: cree que se trata de un precio imaginado, un precio en la “mente” del vendedor. Si fuese así para todo productor no habría dos cuentas sino una: el dinero efectivamente recibido. Así no podríamos tener una medida objetiva de la sanción social del productor ya que lo privado se quedaría privado, en la mente del agente. Una de las cosas importantes que nos enseñaron Marx y que reiteran Benetti y Cartelier, es que en la sociedad de mercado sólo existe socialmente lo que se presente como dinero entregado a otros. El dinero es el lenguaje de las mercancías... y no lo son los sentimientos - cálculos subjetivos de los agentes que las llevan al mercado. Si algo es sólo sentimiento, alegría o cálculo privado, así se quedará, sin que la sociedad lo pueda contabilizar como hecho social. La sociedad no se da cuenta ni del cansancio ni de los orgasmos de los productores o de los obreros, sólo percibe el dinero o los salarios recibidos.
En segundo lugar, Jaramillo afirma: y lo más decisivo: también esta transacción [salarial] puede fallar: para el trabajador esa figura se llama desempleo.
La idea del salto peligroso no señala una eventualidad, un deseo, sino una relación efectiva: un gasto que espera ser recompensado con las compras. Es un D-D, dinero gastado para recibir dinero de los otros. Si el capitalista no contrata al obrero, simplemente no hay relación económica y por tanto no podemos hablar de relación fallida sino de relación ausente. ¿Cómo se podría decir que a un individuo le fue mal o bien en una relación sexual si se quedó solo, esperando a que le aceptaran sus proposiciones galantes?
Además, si el desempleo tuviese que interpretarse como una sanción al obrero, ello significaría que él (por medio de sus decisiones) es responsable de ese desempleo. Keynes hizo esfuerzos por convencernos de que el desempleo involuntario existe y que la culpa recae en lo que sucede con la demanda efectiva global del sistema y no en las decisiones de los obreros. Curiosamente, son los neoclásicos los que insisten en que son los obreros los responsables de su situación al no aceptar bajar los salarios, es decir, que todo desempleo es voluntario.
Nuestro argumento sale reforzado si evocamos el problema de la sumisión, es decir, que la relación salarial está atravesada por la circunstancia social que hace que el obrero se someta a la clase capitalista (aunque no a un capitalista particular) manteniendo la libertad jurídica. El empresario capitalista entra al sistema porque accede inicialmente al dinero o lo posee como patrimonio; por eso puede practicar la libertad de empresa para aumentar su dinero en la acumulación. El obrero es el grupo social que sólo consigue dinero por medio de la relación salarial: sin tener mercancías que vender, recibe dinero del capitalista al firmar un contrato que lo obliga a trabajar unas horas determinadas. El capitalista es el hombre del dinero, como decía Marx. El obrero, por el contrario, está excluido del sistema y para entrar en él no tiene alternativa: o se queda por fuera con el peligro de desaparecer o se somete para entrar y acceder al dinero. El “costo” de su integración como portador de dinero es entregarse al capitalista como trabajador asalariado y ceder la jornada de trabajo. Que la integración del obrero como agente económico dependa de la decisión del capitalista y no de la suya propia, es la manifestación de la sujeción monetaria, a la que aluden Benetti y Cartelier. Así sumisión e intercambio comercial aparecen como algo incoherente, dos aspectos que no se pueden dar al mismo tiempo, y por eso la teoría de la plusvalía no se puede presentar a partir únicamente de relaciones de intercambio (Cartelier, 1991).
A la par de su insistencia en colocar a los obreros al mismo nivel de los capitalistas (agentes del intercambio) Jaramillo insiste en otro error, propio del marxismo ortodoxo: debe recordarse, sin embargo que los bienes intermedios que tienen un consumo “productivo”, cuando son consumidos el valor contenido en ellos se traslada al producto. La fuerza de trabajo tendría ese doble carácter: para el proletario sería un consumo final, pero para el proceso global de valorización es un consumo intermedio, un consumo productivo, que trasmite su valor al producto.
Se trata de la idea de la transmisión del valor gracias al consumo de las mercancías que lo portan. Con esta idea Marx quiso determinar en primera instancia el valor del capital constante y, por un efecto retrospectivo, viene a justificar que si el obrero consume subsistencias esto equivale a decir que conserva su valor en la fuerza de trabajo. Es decir, que así como consumir insumos es conservar el valor del capital constante que reaparece en el producto, consumir subsistencias es conservar el valor en la fuerza de trabajo. Estas ideas ortodoxas no tienen verdadero sustento y la crítica de la heterodoxia las hace caer por igual (Benetti y Cartelier, 1980).
En primer lugar, Marx anotó que los citados valores trasmitidos no son tales sino los valores actuales de las mercancías: el valor del algodón que sirve de insumo de los hilados es el valor actual de la reproducción del algodón y no el valor del algodón pasado. Si no es así, los marxistas pudieran encontrar que el valor del algodón insumo es diferente al algodón como producto, además, tendrán que decir, que el valor desde Adán y Eva nunca ha desaparecido, como dijo Schumpeter. Ya las teorías de la transformación de valores a precios de producción han mostrado estas incoherencias de Marx para que ahora insistamos en ello.
En segundo lugar, el obrero entra al sistema sin consumir, dado que es precisamente con el salario que consigue los bienes de subsistencia. Los obreros no consumen de la producción pasada sino de la producción presente. Su consumo no es la premisa sino la consecuencia. No es la canasta de bienes la que determina el salario (como insiste Jaramillo al apoyar la idea de transmisión del valor) sino que es el salario el que determina lo que consume el obrero y por eso el salario es parte de la demanda final para los empresarios capitalistas.
Jaramillo acepta que finalmente no es el valor de la canasta la que es una buena idea para explicar los salarios. En contrapartida busca otra solución “mercantil”:
Permítaseme barruntar que la tarea de definir un mecanismo propiamente mercantil de este salario básico (no legal) no es algo imposible, y que tal vez pueda encontrarse una pista en la consideración de la posibilidad que tiene el proletario, así sea puramente virtual, de operar como agente mercantil simple cuando el salario es muy bajo. El salario en el mercado de la fuerza de trabajo “capitalista” no podría descender por debajo de lo que obtendría como remuneración implícita de su trabajo si labora como agente mercantil simple (como artesano, como “informal”, por ejemplo) y esto operaría como un límite serenado por el mercado, y no por una regulación estatal o sociológica.
Esta es una curiosa sugerencia ya hecha por A. Smith en el capítulo VIII de La Riqueza de las Naciones. Se supone que en el caso del artesano comerciante, existe un consumo básico ligado a él y que esto es lo que mínimamente reclamaría el obrero con la opción de que sea “serenado” por el mercado “sin regulación estatal o sociológica”. Si existe un consumo básico antes del mercado esto significa que hay una norma colectiva que se impone en las transacciones, es decir que el “mercado laboral” se somete a ella. Esta es la versión antigua de que el salario es previo a los mercados. Por otra parte, la expresión “serenado por el mercado” parece querer decir que finalmente el obrero puede recibir un poco más de poder compra. Y, ¿cómo logra recibir más? me imagino que aquí habría que introducir lo que menciona Jaramillo: las negociaciones y pugnas entre trabajadores y capitalistas, por ejemplo, entre sindicatos y asociaciones patronales. Pero esto de ninguna manera significa introducir las fuerzas del mercado. Mas bien, lo que se afirma es que la relación salarial compromete una negociación entre agentes colectivos cuyo resultado depende de la correlación de fuerzas. Una opción de Jaramillo es definir como mercado negociaciones por correlación de fuerzas, pero si hacemos esto cambiamos la teoría económica de los precios y tendríamos que decir que todos los precios son “políticos”, posición que no defendería Marx ni ninguna teoría del valor existente.
Como se puede ver, el tema central para la teoría es cómo definir un mercado para que la palabra no represente cualquier relación humana entre privados; es por eso que nos parece más conveniente explicarlos como las transacciones monetarias regidas por una ley económica de formación de precios, tal como se propone en las Lecciones, y dejar para las otras transacciones la idea de que su “precio” está determinado por otros mecanismos más sociales o institucionales. Ricardo, Marx Keynes y Sraffa sugieren lo mismo. Creemos que el salario, la tasa de interés, son para Marx precios de este tipo y no del primero. Es por lo anterior que nos consideramos, en este punto, más próximos a la “orilla” de Marx que lo que pretende Jaramillo.
Una consecuencia de estas consideraciones es que no podemos estar de acuerdo con la tesis de Jaramillo de que la ventaja que tiene la mirada marxista sobre una concepción neoricardiana, por ejemplo, es que puede entender algo que es evidente: las negociaciones y pugnas entre trabajadores y capitalistas, por ejemplo, entre sindicatos y asociaciones patronales no son “a-mercantiles”.
La posición correcta nos parece la siguiente: el marxismo y el neo-ricadianismo consideran ambos que en “el mercado laboral” puro existen de forma evidente las negociaciones y pugnas entre trabajadores y capitalistas, como consecuencia normal (y no anormal) de que allí no se encuentran las condiciones para establecer una relación de intercambio, una relación regida por la ley normal de los precios. Sin embargo, el defecto de Sraffa es que deja la relación salarial como una lucha por la distribución del ingreso neto generado, sin poder distinguir el impuesto para el Estado y el salario para los obreros. Por el contrario, la ventaja de Marx, y el enfoque heterodoxo defendido en las Lecciones, es que la relación salarial es, en primer lugar, una relación monetaria específica, y en segundo lugar, que se establece que el enfrentamiento por la distribución es normal, porque la sociedad tiene como condición la asimetría social con respecto al acceso al dinero. Hay enfrentamiento en torno a la distribución porque hay asimetría social como condición de la producción.
La anterior visión nos puede explicar muy bien lo que preocupa a Jaramillo. Ahora no nos puede extrañar que el progreso social en los últimos dos siglos haya sido pasar del capitalismo salvaje, en el cual los capitalistas dominaban totalmente a los obreros, a la vigencia de una relación salarial enmarcada en regulaciones sindicales, negociaciones de salario mínimos y derechos laborales. En el mercado de mercancías normales toda regulación obedece a la necesidad de corregir los efectos de las imperfecciones o los malos resultados de los mercados. Si el mercado es perfecto estará regido por la ley de la formación del valor. En el “mercado laboral”, las regulaciones se generaron por la inexistencia original de relaciones mercantiles entre obreros y capitalistas, es decir, por la necesidad de regular las desigualdades que estaban claramente a favor de los capitalistas. Si la relación salarial es pura y no tiene controles, allí impera la ley del más fuerte y no la ley del valor o del precio. Creemos para finalizar, que insistir en el carácter mercantil de la relación salarial es hacerle el juego a los neoclásicos y neoliberales dado que todas las regulaciones sociales y sindicales de los “mercados laborales” son anomalías que deben ser derogadas para que esos mercados funcionen bien. Consideramos que es muy evidente que las últimas décadas de liberalización de los “mercados laborales” han mostrado que en lugar de relaciones más igualitarias y económicas entre capitalistas y obreros, hemos asistido a un poder mayor de los capitalistas y a estructuras más desiguales en la distribución del ingreso.
Estas divergencias con S. Jaramillo muestran la validez de renovar y reconstruir la teoría marxista para hacerla más precisa y acertada en darnos una mejor comprensión del sistema capitalista. Lo que hemos querido demostrar en las Lecciones es que un enfoque heterodoxo construido a partir de una crítica del viejo marxismo parece más fecundo.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Benetti, C. y Cartelier, J. (1980). Marchands, salariat et capitalistes. París: Maspero.
2. Benetti, C. y Cartelier, J. (1995). Money and Price Theory. Lecturas de Economía, 44, 37-54.
3. Cartelier, J. (1991). Marx’s theory of value, exchange and surplus value: a suggested reformulation. Cambridge Journal of Economics, 15, 257-269.
4. Marx, K. (1984). Contribución a la crítica a la economía política. Buenos Aires: Siglo XXI editores.