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Estudios Políticos

Print version ISSN 0121-5167On-line version ISSN 2462-8433

Estud. Polit.  no.33 Medellín July/Dec. 2008

 

Puesta en escena, silencios y momentos del testimonio. El trabajo de campo en contextos de violencia*

 

Staging, Silences and Moments of Testimony. Fieldwork in Contexts of Violence

 

Natalia Quiceno Toro**

 

** Antropóloga, Investigadora Asociada al Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia. Grupo de Investigación “Cultura, Violencia y Territorio”. nataliaquiceno@yahoo.es

 

 


RESUMEN

El presente artículo propone una reflexión sobre el ejercicio etnográfico y el acto de testimoniar en contextos marcados por la “guerra”. Aborda las características que toman el testimonio  y su producción en el marco de una investigación  con víctimas del conflicto  político  en tres barrios de la ciudad  de Medellín.  Se proponen como ejes de reflexión, por un lado, los contextos y los momentos  donde tiene escenario el testimonio y, por otro lado, el tema de la escucha y los silencios en la producción de los testimonios.  Este artículo cuestiona la idea según la cual el testimonio se produce de manera neutra y sin variaciones según los contextos,  emociones y relaciones  que se entablan  entre investigadores  y víctimas, ante lo cual se plantea  la alternativa  de realizar acercamientos reflexivos que consideren las particularidades y demandas que surgen en los momentos  de producción del testimonio.

Palabras clave: Testimonio; Violencia; Medellín; Víctimas; Etnografía.


ABSTRACT

This article  proposes  a reflection  on  ethnographic fieldwork  and  the  act of “bearing  witness”  in “war” contexts.  This reflection is one  of the  outcomes  of a research  project  focused on  political  conflict victims in three  neighborhoods of Medellin conducted in 2007. The article locates as central points of analysis contexts and moments  where  bearing  witness is elicited  [spatial and temporal  elements  that condition  witnessing]  as well as the role that acts such as listening  and remaining silent play in their production. It challenges  the taken for granted  idea that bearing witness is neutral and independent of the context of its enunciation, as it shows how spatial and temporal conditions, emotions and the interaction between researcher and victims [“victims”] give shape to people’s accounts and understanding of the political conflict. This article proposes a reflexive posture that takes in account such conditions as an alternative way of approaching acts of bearing witness.

Key words: Witness; Violence; Victims; Medellín; Ethnographic Fieldwork.


 

 

Introducción*

El presente artículo sintetiza el trabajo de campo realizado en el marco de  la investigación  De  memorias  y de  guerras, el cual  se desarrolló  entre febrero de 2007 y febrero de 2008 en los barrios La Sierra, y Villa Liliam, de la comuna  8, y el barrio 8 de Marzo, de la comuna  9. Estas poblaciones han vivido desde  el mismo momento  de su poblamiento momentos  difíciles por lo que han debido  afrontar múltiples expresiones  de violencia; sin embargo, fue entre  1995  y 2005  cuando  vieron  formas inéditas  de  expresión  del conflicto. A los actores armados existentes se sumaron  las milicias y algunos bloques  armados  de los paramilitares,  quienes  cambiaron  y profundizaron la confrontación y, como  consecuencia, afectaron  la vida cotidiana  de los pobladores. Con  la llegada  de  estos  actores  armados  ligados  al conflicto político nacional  se empezó a hablar en la ciudad  de “guerra urbana” y, en efecto, para los pobladores se vivía una guerra. No obstante, las formas en que se desenvolvió el conflicto fueron el resultado de una mezcla particular entre diferentes tipos de violencia. Esto profundizó los enfrentamientos propios de los conflictos barriales, sumó nuevos actores y conflictos, amplió el nivel de la confrontación y, por supuesto,  los niveles de violencia,  con un saldo de innumerables muertos y víctimas-sobrevivientes.

La estrategia fundamental de acercamiento al problema fue la realización de  diferentes “ejercicios  de  la memoria”[1]  con  los pobladores-víctimas del conflicto desde un enfoque etnográfico. La etnografía, como lo propone James Clifford, “es un conjunto  de diversas maneras  de pensar  y escribir sobre  la cultura desde el punto de vista de la observación  participante” (2001, 24). En este sentido,  se trató de un enfoque  que desde el acercamiento directo a las víctimas propone  reflexiones  sobre  los sentidos  asignados  a sus memorias, al pasado,  al presente  y al futuro de sus barrios, de sus historias individuales y colectivas.  Las herramientas de  investigación  retoman  diversas  técnicas empleadas en el método etnográfico, como el diario de campo, la entrevista, la observación  participante  y la interacción constante  con  los pobladores, en este caso, en el contexto  barrial. Durante  los meses de abril y agosto del 2007  se desarrolló  una serie de actividades  en los barrios que combinaban las herramientas propias  de la etnografía  con técnicas  de trabajo  en grupo, como talleres, grupos de discusión  y grupos focales y recurrían  a estrategias de tipo lúdico para evocar las memorias.[2]

Este enfoque etnográfico nos enfrentó a diversos retos éticos, políticos y académicos. Los primeros están asociados, fundamentalmente, al respeto por las vidas y el sufrimiento, así como al propósito de no hacer aún más vulnerable la seguridad de las víctimas, pues, pese al silencio de las armas, en Colombia no puede afirmarse que la guerra ha cesado; el miedo aún se instala como amenaza permanente sobre  la vida  cotidiana  de  estas  poblaciones. Otra  exigencia ética  está  asociada  al manejo  apropiado de  las situaciones  afectivamente comprometedoras al tratarse de memoria(s) de la guerra y/o el conflicto que desatan en las personas-víctimas una serie de contenidos emocionales difíciles de manejar y que se trasladan, sin duda, al equipo de investigación. Enfrentarse al dolor de esa manera: a una “guerra con rostro”, puede  generar y, en efecto lo hace,  enormes  consecuencias que,  finalmente, hacen  parte  de la misma investigación.  En definitiva, la “mirada distante del observador”  no existe en estos contextos  y es preciso  interrogarse  permanentemente por el equilibrio necesario  entre la cercanía  y la distancia que el “trabajo de campo” exige.

En este artículo se desarrollará una lectura de la “reconstrucción de las memorias” a partir del trabajo realizado con los pobladores de los tres barrios y se llevará a cabo un acercamiento a la dimensión del contexto del testimonio.[3]

Con tan fin, se abordará el tema de los momentos de producción del testimonio y la escucha, y, sobre todo, la interlocución víctimas-investigadoras, para tratar finalmente el tema del silencio.

A continuación se explorará el lugar de la palabra en estos barrios, más allá de  la dicotomía  entre  silencio  y palabra,  para  reconocer los espacios del testimonio, lo que se dice y lo que se calla. Si bien se trata de traspasar la dificultad  del silencio,  propia  de los contextos  de “guerra”, para  que  el relato  se produzca, también  se trata de  profundizar  en  las características de  ese  relato  y de  ese  silencio,  pues  ninguno  de  los dos  es radicalmente excluyente. También se analizará cómo las condiciones para la producción del testimonio  y la palabra demandan la constante  reevaluación de los enfoques metodológicos, es decir, entablar  un diálogo entre la metodología ideal y la metodología posible; así como la manera en que se debe propiciar el testimonio sin violentar al otro.

El artículo  está estructurado  en cuatro  partes:  en la primera  parte  se aborda el tema de los contextos y escenarios de la palabra, allí se tratan temas claves como  las situaciones  que  enmarcan el testimonio  en  relación  a las diferencias entre lo público y lo privado, y la posibilidad de testimoniar dentro o fuera del barrio. La segunda parte aborda los momentos  de producción del testimonio, allí se encuentran aspectos asociados a la temporalidad y la historia de los barrios que condicionan y marcan  la producción de los testimonios. La tercera  parte  “Interlocutores y escuchas”  se centra  en  debates  de  tipo etnográfico sobre el lugar de los investigadores  como escuchas  y su relación con las víctimas y la última parte aborda  el tema del silencio  y su relación con la memoria,  la guerra y el dolor.

 

1.     Contextos y escenarios de la palabra

Por contextos  se entiende, en el caso que  nos ocupa,  las situaciones que  enmarcan el testimonio,  lo condicionan y le dan  forma,  pero  que  no necesariamente se  expresan  en  palabras.  Para  hablar  de  los contextos, lugares  y escenarios  de  la palabra  se recurrirá  a tres aspectos  que  fueron fundamentales, no sólo para la recolección de los testimonios  sino también para posibilitar  la palabra  en estos contextos.  Estos aspectos  tienen  que ver con  la diferencia  entre  lo público  y lo privado,  el adentro  y el afuera del barrio, la posibilidad  de testimoniar en un espacio colectivo o comunitario  y la “dimensión  espectacular”, que Claudia Feld entiende como la “puesta en escena”,  donde  se evidencian cuáles  son las condiciones propicias  para el relato, las reglas específicas y los lenguajes que van a determinar la producción de los testimonios  (Cf. Feld, 2002).

En los contextos  donde  se producen los testimonios  es importante tener en cuenta la diferenciación entre lo público y lo privado, no como una oposición irreconciliable sino  como  un  marco  de  posibilidades que  deja ver diferentes  aspectos  del testimonio  mismo.  La “guerra” altera los marcos normativos,  así como  los referentes de  autoridad  y moralidad  que  están establecidos, afectando  de manera  radical el ámbito  de lo público.  En este sentido, se observa que las dificultades expresadas por los habitantes  de estos barrios para construir sus relatos en la esfera pública  tienen  que ver con las formas en que la “guerra” ha generado fuertes rupturas con lo público y, sobre todo, con los riesgos que esto implica para los sujetos en su cotidianidad.

Varios casos  encontrados durante  el trabajo  de  campo  permitieron evidenciar  la ruptura de la esfera pública  en los barrios. Si bien en ellos las dinámicas comunitarias tienen un carácter central, a la hora de hablar sobre lo que ha sucedido  en medio  de la “guerra” los espacios  colectivos  pierden validez, pues los fracturados lazos de confianza impiden  que las personas  se sientan cómodas al hablar de sus experiencias en presencia de sus vecinos. En este sentido, se vio la necesidad de fortalecer una de las estrategias previstas en la metodología: hacer visitas a las personas en sus casas para llevar a cabo algunas entrevistas.  Como lo plantea  la joven,  la casa constituye  el espacio validado para testimoniar.

Para contar  mi historia prefiero mi casa. Por qué.  Porque  en mi casa apenas vamos a estar nosotras y en el barrio hay mucha gente chismosa y eso llega a oídos y después me perjudican a mí. Porque a ellos […] no les gusta casi que nosotras hablemos  de esto, no les gusta porque  será que les tienen  tanto odio a los guerrilleros  que no les gusta que ni se los mencionen. Estamos viviendo esto y esto es nada más y ya (Mujer barrio 8 de marzo, comunicación personal,  2007,  abril).

Como lo muestra este testimonio,  legitimar los espacios  privados para la producción de los relatos  evidencia  las maneras  en que  la memoria  de la “guerra” y sus lógicas  se reviven  en el presente.  El temor  al riesgo que implica hablar y emplear el silencio como estrategia de supervivencia hacen presencia  en el barrio y afectan  la posibilidad  de resignificar esos pasados traumáticos.

La “fractura” de la dimensión  pública dentro de los barrios se identificó también  en la reacción  de algunas personas  ante la propuesta  metodológica de realizar talleres. Esto se dio principalmente en dos barrios; el primer caso fue en La Sierra donde varias personas,  después de la presentación oficial del proyecto,  afirmaban estar interesadas  en participar pero no deseaban hacerlo en el espacio del taller.[4]  La dificultad para posibilitar el testimonio en espacios colectivos  tiene  que  ver, igualmente,  con  la complejidad que  encierra  la dicotomía  víctima-victimario  en contextos  de guerra.  Esta situación  desató preguntas como ¿son víctimas los familiares de los victimarios? ¿Los familiares de victimarios y víctimas pueden considerarse como personas no involucradas en el conflicto o pueden compartir espacios de atención? Por esto, pensamos que, en contextos  de guerra o no-postconflicto, es importante  que el trabajo colectivo suceda en “escenarios de confianza”, que la investigación los detecte y los potencie, buscando mantener  cierta intimidad o familiaridad incluso en lo público, para que los encuentros no sean sólo espacios de dolor y llanto, o incluso de miedo, sino espacios de solidaridad,  apoyo y amistad.[5]

Por consiguiente, la dificultad  para testimoniar  en el ámbito  público hace referencia a la pérdida de credibilidad y valor que los pobladores le dan a los espacios colectivos y comunitarios, lo cual refleja una fuerte ruptura de los lazos de confianza  entre los habitantes  del barrio. Encontramos  casos de personas  que ni siquiera  validaban  su casa dentro  del barrio como  espacio para hablar y sólo encontraban viable esta posibilidad  fuera del mismo. Este hecho se refleja también en los casos de las personas beneficiarias del Programa de Víctimas[6]  que preferían asistir a los talleres de atención  psicosocial  en el grupo de un barrio distinto al suyo.

Además, con la narración  que  se generó  en los espacios  del taller se puso en escena el debate sobre lo que se debe contar en un espacio colectivo y fuera éste. Tal fue el caso de algunas de las historias contadas  durante  los talleres de álbumes  de familia, donde  las personas  hablaban  de sus fotos y evocaban otros tiempos del barrio a través de ellas. En uno de los barrios, por ejemplo,  una mujer compartió fotografías donde estaba su hijo, asesinado  en el 2001,  en compañía  de otros jóvenes  del barrio; cuando  la mujer mostró sus fotos en el grupo  solamente  se refirió a su hijo recordando que  había sido asesinado  6 años antes y que la mayoría de los otros muchachos de la foto también  estaban  muertos.  Cuando  terminamos  el taller, la mujer se nos acercó y empezó a contarnos  quienes  eran las personas  que acompañaban a su hijo en la foto: eran milicianos del barrio, y explicaba que si bien su hijo no era de la milicia, el andaba  con “toda esa gente” y ellos mismos, los amigos, fueron quienes  lo mataron  cuando  decidió  prestar servicio militar. Al narrar esta historia volvió a sacar la foto y nos mostró quiénes  pertenecían al ELN en aquella  época.

Como lo plantea Catela, es en el marco de esta diferenciación entre los espacios privados y públicos  donde  se pueden analizar algunos factores que influyen en la producción de los silencios, en tanto que lo no-dicho no obedece necesariamente al olvido. Sobre ello afirma la autora que “en la producción de narrativas destinadas  a hablar de experiencias-límite se observa un factor común: el espacio reservado al silencio, a lo no dicho, que debe diferenciarse claramente del olvido” (2004, p. 19).

 

2.     Momentos

Los momentos  de  producción del  relato  serán  abordados desde  tres aspectos: en primer lugar, el momento del “proceso de paz” interpretado por las víctimas, es decir, si ellas realmente ven dicho momento como una posibilidad o no para tener voz, desahogar su dolor y posibilitar una recuperación emocional; segundo,  la viabilidad de hablar en medio del dolor y/o la necesidad de una distancia  temporal  asociada  al duelo  para poner  en palabras  lo sucedido  y tercero, las implicaciones que tiene, en el momento actual, hacer etnografía e ir en búsqueda de palabras cuando  el miedo continua.

2.1  El “Proceso de Paz”. ¿Un momento para escuchar la voz de las víctimas?

Durante los últimos cuatro o cinco años, en Colombia ha emergido  un álgido debate sobre el tema de la memoria y la necesidad de asignar un lugar a las víctimas. Desde entonces,  este es un tema que se viene discutiendo en la esfera pública,  hecho  que  marcó  una  temporalidad particular  a nuestro trabajo  de campo, se podría  decir,  parafraseando a Catela (2004), que  nos encontramos con un momento “fértil” para desarrollarlo[7].

Como lo plantea esta autora, la posibilidad  de testimoniar no está dada solamente  por la voluntad  y la experiencia personal.  En este sentido  toman fuerza los “momentos  o acontecimientos históricos” que le dan un marco de posibilidades al testimonio.  En el caso de los tres barrios donde  se realizó el trabajo  de campo,  se encontró  que  la tarea  que  realiza  la Secretaría  de Gobierno Municipal a través del Programa de Víctimas del Conflicto Armado, así como el proceso  de desmovilización de los grupos armados  constituyen dos procesos  importantes  que han favorecido  la posibilidad  de testimoniar. Sin embargo,  las formas como  se han  dado  estos procesos  y como  se han conjugado entre sí, sumados a situaciones concretas de los barrios, que aún no permiten establecer  un momento de postconflicto,  han generado  dificultades para  que  los pobladores sientan  realmente  que  el contexto  actual  ofrece garantías para testimoniar.

Las dificultades señaladas  por  los pobladores tienen  que  ver con  la inequidad en  el trato a las víctimas  en  relación  con  el que  se le da a los victimarios, tanto  en  lo que  concierne a los recursos  públicos  destinados a estas poblaciones, como  en el despliegue  que  unos  u otros tienen  en la escena pública; la falta de continuidad en los procesos iniciados y la dificultad para articular el tema de las víctimas y los desmovilizados en torno a unos horizontes  comunes  de reconciliación. Estas dificultades no son de carácter exclusivamente institucional  o de los programas que atienden  dichos temas, también son fruto de las dinámicas barriales, de la imposibilidad de restablecer la confianza colectiva y de la continuidad de referentes de la “guerra”, como el miedo,  las fronteras barriales,  la falta de  credibilidad en  espacios  de participación, entre  otros. En muchos  casos,  los dispositivos  de la “guerra” siguen instalados, aunque  inactivos y, en ese sentido, las personas solamente logran establecer  dos diferencias concretas  entre la actualidad  y el pasado de “guerra”: que los jóvenes en los barrios ya no están públicamente armados y que ya no hay confrontación. Este “nuevo orden”, donde no imperan las balas pero continúa el miedo, es expresado  por las personas cuando dicen “todavía uno no puede ponerse a hablar, porque las paredes tienen oídos, entonces  es mejor uno quedarse  callado, por aquí nadie habla, pase lo que pase” (Mujer del barrio La Sierra, comunicación personal,  2007, marzo).

2.2  “Para hablar hay que sanar las heridas”

Si bien  muchos  autores  coinciden en  resaltar  el poder  reparador  de la palabra  en la elaboración de los duelos,  también  es cierto que,  asociado al dolor  y a su proceso  de  duelo,  existe  un  momento de  silencio  que  no necesariamente  implica  el  olvido.  Como  lo  plantea  Elizabeth Jelin, la posibilidad  de dar testimonio  está atravesada por la toma de distancia con el evento traumático.

La posibilidad de dar testimonio […] requiere ese tiempo de la reconstrucción subjetiva, una toma de distancia entre presente y pasado. Consiste en elaborar y construir una memoria de un pasado vivido, pero no como inmersión  total. […] Una parte del pasado  debe quedar  atrás, enterrado, para poder construir en el presente  una marca, un símbolo, pero no una identidad  (un re-vivir) con ese pasado (Jelin, 2002,  p. 94).

Hay otra temporalidad ligada al paso del tiempo, a la distancia temporal que separa los hechos violentos de los momentos  de su reconstrucción (Jelin, 2002,  Catela, 2004,  Feld, 2002).  La falta de garantía de la no repetición  en contextos  como los que abordamos, constituye  una dificultad para que esta condición de  distancia  temporal  se cumpla.  Si bien  muchas  personas  han avanzado en la elaboración de sus duelos  y en la posibilidad  de reconstruir sus vidas,  perdonar  y reconciliarse, en  los barrios  se vive una  constante incertidumbre de que  en cualquier  momento se pueda  repetir  lo que  pasó en medio  de la “guerra”.  Esta inminencia de la “vuelta  del pasado”  es un fuerte obstáculo  en muchos  de los procesos  que hoy se adelantan con estas poblaciones. Del mismo modo  se ve afectada la posibilidad  de testimoniar: muchas  personas  sienten  que  aún no es el momento de hacerlo  y algunas, incluso, temen por las consecuencias de sus palabras en el momento en que “esto se vuelva a prender”.  Plantean esa posibilidad  como una pregunta  que implícitamente supone la certeza de que los actores armados recordarán quien dijo qué en el momento de la supuesta  “paz”.

Estas peladas de Secretaría de Gobierno…. me dijeron ‘¿usted es capaz de hablar en público?’, no señora todavía no es tiempo. [...] Yo creo que el proceso es bueno, pero no, no por Dios es que eso cuántos años de guerra (Hombre barrio 8 de Marzo, comunicación personal,  2007, febrero).

Como deja ver claramente este testimonio, las personas reconocen el valor del testimonio y de la reconstrucción de las verdades históricas y sociales de la “guerra”; sin embargo,  al hablar de la posibilidad  de testimoniar en el ámbito público señalan que “todavía no es tiempo”. Esa distancia necesaria  para que cure todos “esos años de guerra” aún no parece estar dada. No obstante,  esto no debe  limitar la continuidad de los trabajos que reconocen la importancia de recuperar  la voz de las víctimas y las acompañan en esa toma de distancia necesaria, así como en la construcción de espacios propicios para la producción de relatos que, sobre todo y en lo más inmediato, pueden ser sanadores.

2.3  A la búsqueda de palabras donde el miedo continúa. Retos y responsabilidades de la investigación

Así como  ustedes  mismas  nos  dan  la confianza  para  poder  hablar  y desahogarnos, y nosotros lo hacemos, también estar pendientes de cómo es que se están haciendo las cosas, porque  nos están exponiendo a un peligro más” (Mujer Barrio Villa Liliam, 2007,  junio).

Como lo plantea Kimberly Theidon “en la guerra, las palabras acarrean terror. Rumores sobre quien ha visto o hecho tal otra cosa se vuelven cuestiones de  vida o muerte”  (Theidon, 2006,  p. 57). Entender esa  dimensión  de  la palabra en contextos  de “guerra”, representa  grandes retos para el desarrollo de  un  trabajo  etnográfico.  Es importante  plantear  estos  retos,  pues,  como se ha indicado,  el momento en el cual se llevó a cabo el trabajo de campo estaba claramente marcado  por los efectos que la confrontación directa dejó en los barrios y en sus pobladores y, en consecuencia, estaba  fuertemente determinado por el temor  y la incertidumbre ante  la repetición  de nuevos actos de violencia.

Dentro de los retos encontrados al hacer el trabajo etnográfico bajo estas condiciones, es importante  señalar aquellos  asociados  con la vulnerabilidad de las víctimas. Por un lado, en el trabajo de reconstrucción de las memorias de la guerra es inevitable  volver a despertar dolores mitigados o escondidos, ante lo cual no existe una estrategia clara para enfrentarlos[8] y, por otro lado, se habla de vulnerabilidad con referencia a la seguridad de las personas, en tanto hablar sobre lo acontecido en medio de la “guerra” sigue siendo un riesgo.

Ante este último reto, la estrategia principal  fue llegar a los grupos ya creados  por el Programa  de Víctimas de la Secretaría de Gobierno, lo cual permitió aprovechar  los lazos  de  confianza  previamente establecidos por las psicólogas  del Programa.  Así mismo,  se mantuvo  un diálogo  constante con las personas sobre las condiciones en las cuales se sentían más seguras para  participar  en los talleres  y actividades  propuestas  por el proyecto;  en este  sentido,  la estrategia  diseñada  desde  el comienzo de  combinar  los encuentros colectivos  en los talleres con visitas individuales  a las casas de las personas,  permitió  equilibrar  la demanda de privacidad  por parte de las víctimas  para  la producción del  relato.  Finalmente,  se tomaron  medidas muy rigurosas para el manejo  de la información  recolectada en el trabajo de campo, tanto para su almacenamiento, como para la trascripción y el análisis; guardamos celosamente la identidad  de los testigos y se realizó validación de la información  recolectada con las poblaciones.[9]

Para  enfrentar el reto  de  exponer  el dolor  de  estas  personas  y de reabrir sus viejas heridas,  la mayoría de ellas aún sin sanar, se partió de un acercamiento respetuoso del dolor del otro, al asumir las víctimas como sujetos con “historias de vida” que  van más allá del acontecimiento que  las ubicó en el “lugar” de víctimas y que son igualmente  importantes  para entender la magnitud de las “heridas” causadas por la “guerra”. Esta mirada más amplia o de larga duración,  con respecto a la experiencia de estas personas, se empezó a visualizar  como  un aspecto  central  a medida  que  se producía  un mayor acercamiento a los contextos de trabajo. Además, se recurrió a una estrategia metodológica que permitiera  trabajar con la memoria  desde  su evocación  a través de diferentes dispositivos y evitar así el encuentro con las víctimas sólo a partir de una pregunta  a secas por el pasado violento.

La manera como las personas incorporan y elaboran esas experiencias son aspectos que solamente pueden ser leídos a través de un ejercicio etnográfico, donde  la recolección del relato trascienda  la pregunta  por el acontecimiento trágico. Desde esta perspectiva  se abordaron las historias de barrio, las cuales permitieron  hacer un acercamiento a la comprensión de situaciones  previas y posteriores  del conflicto vivido por las víctimas y que les permitió  a éstas reconocerse, no sólo como víctimas, sino también como sujetos protagonistas de historias de lucha, de solidaridad y de fortaleza; aspectos que contribuyeron a ubicar el momento trágico de la “guerra” en una línea temporal más amplia y, en ese sentido, pensar en un futuro alejado  de la “guerra”.

2.4  El trabajo desde dispositivos de la memoria

Desde sus inicios, el enfoque metodológico presuponía el trabajo a partir de dos “dispositivos” de la memoria: la imagen y el espacio. El dispositivo de la imagen se trabajó a través de “ejercicios de la memoria” con los álbumes familiares,  que  permitieron  la participación de los pobladores, la toma  de sus propias fotografías y la construcción de un documental fotográfico. Esta estrategia contribuyó  también  a la apropiación del proyecto  por parte de los pobladores, en la medida  en que se lograban identificar con la construcción de los productos.

El  segundo  dispositivo,  que  abarca  la perspectiva  de  la dimensión socio-espacial  de  la memoria,  permitió  pensar  las dimensiones espaciales del conflicto:  las huellas  que  éste había  dejado  en el espacio,  las maneras como  éste se vive en el actual  contexto  de “no postconflicto”,  además  de permitir el análisis sobre el tema de las prácticas espaciales  como estrategias de  sobrevivencia en  medio  de  la “guerra”.  De  este  modo,  los ejercicios desarrollados con tal fin, como  el trabajo  “cartográfico” con dibujos  de los barrios, permitieron darle a las personas una participación activa en el proyecto que no se redujera  a la narración  de su experiencia traumática.

Pese a las estrategias del diseño metodológico, la vulnerabilidad a la cual enfrentaba el trabajo con las víctimas solamente lograba mitigarse. Los dolores y huellas dejados  por la “guerra” sobrepasaban, en muchos  casos, cualquier estrategia o voluntad de no hacer más doloroso el recuerdo e, incluso, cruzaba las fronteras subjetivas para impregnar  todo el ambiente  de los talleres o de de las entrevistas con un desconcierto colectivo.  En muchos  casos, el hecho de volver sobre los dolores pasados era más complejo cuando las condiciones de estas personas,  tanto a nivel emocional como socioeconómico, no habían mejorado  desde  que vivieron  su experiencia traumática,  o incluso  desde su llegada  al barrio.  Ante tales situaciones  “extremas”, nuestro  papel  como investigadoras  fue establecer “puentes”  entre  las personas  y las diferentes instituciones de orden local encargadas de la atención a las víctimas o remitir el caso, directamente, al Programa de Víctimas de la Secretaría de Gobierno.

 

3.     Interlocutores y escuchas

La necesidad de contar puede caer en el silencio,  

en la imposibilidad de hacerlo,  

por la inexistencia de oídos abiertos dispuestos  a escuchar

Elizabeth Jelin

 

Si bien escuchar parece ser un ejercicio sencillo, en contextos como los de esta investigación, tal ejercicio se hace muy complejo y pone de manifiesto varios retos a los interlocutores. Sin duda, es necesario “aprender a escuchar”, máxime cuando lo que se va a escuchar está cargado de emociones tan fuertes. Reconocer  el dolor del otro y acompañarlo en él hacen  parte de los desafíos que propone  este ejercicio en el marco de la reconstrucción de memorias de la “guerra”; así como calibrar constantemente la cercanía  y la distancia con las poblaciones en “el campo”;  reconocer que  la vida de las “víctimas” va mas allá del hecho  o el acontecimiento violento,  reconocer la importancia de ofrecer  espacios  alternativos  para  hacer  menos  agresivo  el volver a las historias cargadas de dolor y enfrentar la dificultad para encontrar los “marcos culturales interpretativos” adecuados (Jelin, 2002) con el fin de comprender lo sucedido. Finalmente, todos estos retos permitieron  valorar la importancia  de los espacios de construcción de las memorias  y del contenido mismo de los recuerdos,  pues, en el tema de la escucha,  es central identificar qué espacios nos invitan de manera cordial a trabajar la memoria,  vale decir, a acompañar en el recordar sin ejercer presión por parte de quien pregunta  y/o escucha.

3.1  La etnografía. Un escenario para escuchar(se)

 

Los modos en los que el testimonio es solicitado y

producido  no son ajenos al resultado que se obtiene

Elizabeth Jelin

 

Un elemento  distintivo de la etnografía contemporánea es la intención de retomar el conocimiento del otro, esto es, propiciar un diálogo en el cual la “lógica” que lo sostiene no esté basada en la “extracción” de la información de un contexto.  La etnografía  no es tomada  aquí  como  medio,  sino como una  forma de  acercamiento donde  se reconocen los diferentes tipos  de conocimiento y la diversidad  de experiencias  que  tienen  los sujetos  en un contexto especifico; ya no se trata de elaborar descripciones asépticas donde el conocimiento del otro, sus prácticas y sus valores no estén “contaminados” por el conocimiento del investigador,  sino de interlocutar  con el otro para producir análisis que incluyan y reconozcan el conocimiento y la experiencia de los sujetos acerca de los cuales se investiga. Reconocer el valor de la escucha en  el ejercicio  etnográfico  y la importancia  de  su cualificación,  en  medio del trabajo de campo,  confronta  con varios debates  propios de la etnografía que, sin embargo,  en contextos de “guerra”, toman un matiz particular. Estos son: la llegada al campo,  las actividades  y estrategias adoptadas en campo y el lugar del investigador en relación  con los sujetos de la investigación  y los contextos  de trabajo.

3.2 Llegar al campo

La forma como se accedió a los barrios y sus pobladores representó  un reto importante para el desarrollo exitoso del trabajo de campo. En un proyecto con víctimas, el modo  de acceso  a las personas  con las que se va a trabajar puede condicionar el tipo de información que se va a recibir y, sobre todo, la posibilidad  de poner en marcha metodologías respetuosas  que no pongan en riesgo a las personas  o las vulneren  en el transcurso  de la indagación sobre un tema delicado  y doloroso.  La llegada  al campo  deja ver, sobre  todo,  la importancia  del tipo de relación que se va a establecer  entre investigadores  y sujetos de investigación,  entre entrevistador y entrevistado.  Aquí se ponen en juego las afinidades  y lo que Catela llama como “las confianzas  negociadas y frágiles” (Catela, 2004, p. 4).

La alianza  con  el Programa  de  Víctimas de  Secretaría  de  Gobierno constituyó un acumulado importante  para hacer más amable  la llegada a los barrios. La estrategia inicial fue visitar a las psicólogas  del programa  que se encontraban trabajando en estos barrios y hablar sobre los lugares, la dinámica de sus trabajos y el proyecto.  Ellas fueron un puente  crucial para establecer los primeros contactos. Posteriormente, se llevaron a cabo visitas a los barrios y a los grupos. En el caso de La Sierra, la convocatoria se amplió debido a las dificultades que venía presentando el grupo de atención  psicosocial,  el cual se encontraba en etapa  de disolución  al momento de la llegada  de nuestro proyecto;  en este barrio, las dificultades para conformar un grupo de trabajo y establecer  vínculos de confianza  para el trabajo en equipo  se empezaron a evidenciar  desde el momento mismo de la llegada.

En el proceso  de  llegada  se empezó a dimensionar las diferencias entre  los barrios  y las fracturas heredadas de la “guerra”.  La disposición  a escuchar  y la propuesta  metodológica del proyecto  también  constituyeron elementos  que se sumaron  de manera positiva al establecimiento del primer contacto en los barrios. En este sentido, la llegada estuvo marcada por el reto de hacer flexibles las herramientas metodológicas y estar muy atentas  a los temores, expectativas y disponibilidades expresadas  por los pobladores, para ajustarnos  constantemente a ellas y establecer  una relación  respetuosa, que priorizara el tiempo y la disposición  de las personas antes que el cronograma de actividades.

Como se señaló anteriormente, el enfoque etnográfico permite trascender el sentido  del  “acontecimiento doloroso”  para  indagar  por  la experiencia subjetiva en medio de la “guerra”; por lo cual, también  se hace relevante  el tema de la escucha  en la propuesta  metodológica. El contexto  demandaba ampliar  el margen  de  lo que  podía  representar  interés  de  escuchar  como investigadoras; fue así que tanto las historias de vida de los pobladores como las historias del poblamiento de los barrios empezaron a ser centrales  en la interlocución con los pobladores.

Vea es que  la diferencia  es eso,  que  en  este  taller ha sido  diferente porque en los otros talleres se la pasa uno hablando de lo mismo, de las víctimas, acá la diferencia es que hemos hablado, sí de las victimas pero no tanto como en las otras partes, sino acá hemos  hablado  como más de amigas, de amistad,  como  más de familia, unos talleres como  más de amistad y no recordando eso tan duro, porque  en los otros talleres no era sino chille y chille y lloremos  y chillemos  parejo,  acá no. Acá era como si fuéramos vecinas, con más confianza (Mujer del barrio Villa Liliam, comunicación personal,  2007,  agosto).

En términos  de la escucha  y la interlocución, también  se evidenció  la importancia  del “cierre” de este trabajo de campo,  pues, ante la conclusión del mismo, las personas  expresaban sentimientos de un nuevo abandono, el cual nos enfrentó a la dificultad de pensar en cómo hacer la ruptura. Esto hizo notoria la importancia de impulsar procesos de largo aliento, donde la escucha trascienda el contexto de un trabajo de campo, que, por obvias razones, tiene un tiempo muy delimitado.

3.3 Las investigadoras como escuchas

 

El  testimonio  incluye  a quien  escucha,

y el escucha se convierte en participante,

aunque diferenciado  y con sus propias reacciones

Elizabeth Jelin

 

Me pareció importante para mí como salir de esto en lo que vivo y salir a una parte donde me siento que me oyen, que me están escuchando, lo que yo hace tanto tiempo quiero hablar con alguien, pero en el barrio no lo puedo hacer, lo estaba haciendo en otra parte”

Testimonio Mujer de Villa Liliam

 

¿De qué manera debemos escuchar  a las víctimas? Esta constituye una pregunta metodológica de suma importancia en la propuesta de Elizabeth Jelin sobre la escucha  activa. En este punto surgieron dos reflexiones importantes. Por un  lado,  el papel  del  investigador  con  el fin de  propiciar  testimonios reparadores que ubiquen los acontecimientos violentos en el pasado, permitan crear una distancia con ellos (Cf. Jelin, 2002) y generen  un análisis sobre el valor de los trabajos  de la memoria  y su relación  con la reflexividad  en el ejercicio  etnográfico,  por otro lado,  el lugar del investigador  como  testigo del dolor de otros, como sujeto activo que captura y almacena  información, pero, a su vez, como sujeto emocional que, en el encuentro con el otro, se carga de su dolor.

El ejercicio de escucha,  en el contexto de una entrevista o alrededor de un taller, pone  de relieve la pregunta  por aquello  que se desata en el otro al estimular el testimonio. Sin duda, la palabra en un contexto investigativo tiene otras particularidades: es una palabra estimulada  por el investigador y difiere de aquella  que  se produce  en el diario vivir de las personas.  A pesar de la dificultad que representa volver sobre recuerdos dolorosos, la producción del testimonio  frente a otro con capacidad de escucha  permite la reconstrucción de sentidos  del pasado.  Como lo plantea  Jelin, “la narrativa que está siendo producida y escuchada es el lugar donde, y consiste en el proceso por el cual, se construye  algo nuevo.  Se podría  decir,  inclusive,  que  en ese acto  nace una nueva  ‘verdad’” (Jelin, 2002,  p. 84). Volver sobre el recuerdo  no tiene sentido si se trata de reactualizar  el trauma, no consiste en capturar algo pre existente guardado  en un rincón oscuro, se trata, más bien, de construir en el momento en que se narra, de interpretar desde un nuevo momento y un nuevo lugar ese pasado,  de darle  un sentido  al pasado,  es decir,  hacer  memoria. Por eso “cuando  se abre el camino del diálogo, quien habla y quien escucha comienzan a nombrar, a dar sentido, a construir memorias. Pero se necesitan ambos interactuando en un escenario  compartido”  (Jelin, 2002, p. 84).

El trabajo de campo representó esa posibilidad de la escucha y el diálogo con  las víctimas,  el encuentro con  sus realidades,  experiencias, temores y sueños.  Después  de  este  encuentro, era  necesario  proporcionar marcos interpretativos  y de análisis al conjunto  de los testimonios y situaciones.  Con este proceso,  se pasó a abordar  la dimensión  del investigador  como  testigo que  tiene  como  reto  encontrar  y propiciar  escenarios  para  la escucha  del relato re-construido  a partir del trabajo con las comunidades. En el siguiente aparte se abordará la relación que estos retos exponen al método etnográfico desde  la mirada a la reflexividad, concepto planteado por la etnografía para designar las formas como desde el lenguaje  y la práctica etnográfica se están configurando nuevos sentidos de realidad.

3.4  La reflexividad y los ejercicios de la memoria

Igualmente, la etnografía propone una reflexión acerca de las propiedades constitutivas del lenguaje que tiene un lugar importante  en este debate sobre el testimonio  y la escucha  como  componente del mismo en la producción de  memorias.  Este aspecto  de  la etnografía ha  sido  denominado como  la reflexividad, la cual constituye una propiedad del lenguaje  enmarcada en su función performativa, en este sentido, “las descripciones y afirmaciones sobre la realidad no sólo informan sobre ella, la constituyen. Esto significa que el código no es informativo  ni externo  a la situación  sino eminentemente práctico  y constitutivo […] describir una situación es, pues, construirla y definirla” (Guber, 2004,  pp. 45-46). Esta dimensión  de la reflexividad pone  de relieve, por un lado, la posibilidad  del testimonio  para asignarle nuevos sentidos al pasado, recrear  nuevas  interpretaciones y darle otro sentido  al presente  y al futuro; por otro lado, evidencia  cómo, en las lógicas de reconstrucción del pasado, se producen versiones del mismo que hacen  públicas unas dimensiones del relato y los acontecimientos pero silencian otras (Castillejo, 2007).

La reflexividad, como propiedad constitutiva del lenguaje, está presente en  la dimensión  política  del  testimonio[10], pero,  al mismo  tiempo,  en  los riesgos que éste acarrea en contextos  como los trabajados.  Los actores de la “guerra” están constantemente atentos a “lo que se dice” para “actuar” frente a quienes sirven de testigos. Si estos testimonios contradicen lo que propone  el orden instituido en el barrio, estos se consideran como una trasgresión, cuyos autores son juzgados  como “sapos” o como informantes.  A esta situación  se agrega el rumor como un elemento  central en la construcción de un ambiente de paz o de “guerra”. Ante afirmaciones  como “por ahí están diciendo…” o “uno escucha que…” los pobladores reaccionan al figurar ciertas condiciones de realidad,  tensión,  temor, o intranquilidad, que no siempre  corresponden con la situación real, pero demuestran la fragilidad de estos contextos ante la situación que se vive en los barrios: una paz entre comillas.

El concepto de reflexividad, que “comenzó a ocuparse  de cómo y por qué los miembros de una sociedad logran reproducirla en el día a día” (Guber, 2004, p. 44), evidencia el valor de los trabajos de la memoria, en tanto permiten romper un círculo donde la palabra se puede  convertir en reproductora de la “guerra”. Por consiguiente, se trata de reproducir  otras dimensiones, historias y valores presentes  en los barrios a partir de esa propiedad constitutiva  del lenguaje,  con el fin de poder  leer y volver sobre el pasado  de “guerra” para asignarle sentidos que permitan sanar las heridas y dejar el pasado atrás.

Siguiendo  a  Guber:  “admitir  la  reflexividad  del  mundo   social tiene  varios  efectos en  la investigación  social”  (2004, p.  31). Esto exige comprender, por un lado, la dimensión  política de los relatos producidos por los investigadores, donde se trasciende el lugar de la descripción para ubicarla como productora de las situaciones mismas que describe por el otro, que los “fundamentos epistemológicos de la ciencia social no son independientes ni contrarios  a los fundamentos epistemológicos del sentido  común”  (Guber, 2004,  p. 43), y por último, que los métodos  de la investigación  social son, básicamente, los mismos que se usan en la vida cotidiana. Por tanto, es tarea del investigador aprehender las formas en que los sujetos de estudio producen e interpretan  su realidad  para  aprehender sus métodos  de  investigación (Cf. Guber,  2004,  pp. 15-47).

Así entendida, la reflexividad  trasciende  el sentido  exclusivo  de  “la conciencia del  investigador  sobre  su  condición sociocultural”  (Guber, 2004,  p. 48) y propone  la interrelación entre el conocimiento científico del investigador,  su condición sociocultural y el conocimiento y las condiciones de los sujetos de investigación.  Tres reflexividades  están constantemente en juego en el trabajo de campo:  “la reflexividad del investigador en tanto que miembro  de una sociedad  o cultura; la reflexividad del investigador en tanto que investigador,  con su perspectiva  teórica, sus interlocutores académicos, sus habitus  disciplinarios  y su epistemocentrismo; y las reflexividades  de la población en estudio” (Guber, 2004,  p. 49). A partir de esta interrelación de reflexividades,  autores como Rossana Guber reivindican  el valor del trabajo de campo,  pues en él

modelos  teóricos,  políticos,  culturales  y sociales  se  confrontan inmediatamente, —se advierta  o  no—, con  los  de  los  actores.  La legitimidad de “estar ahí” no proviene de una autoridad del experto ante los ignorantes,  como  suele creerse,  sino de que sólo “estando  ahí” es posible realizar el tránsito de la reflexividad del investigador,  miembro de otra sociedad,  a la reflexividad  de los pobladores. […] En suma,  la reflexividad inherente  al trabajo de campo es el proceso de interacción, diferenciación y reciprocidad entre reflexividad del sujeto cognoscente, —sentido común,  teoría, modelos  explicativos—, y la de los actores o sujetos/objetos de investigación  (Guber, 2004,  p. 53).

3.5 “Ante el dolor de los demás”[11]

Es que vea es que a nosotras  nos gusta esas personas que vienen a vivir eso con nosotras y se pellizcan,  no lo vivieron  pero lo sienten […], es que yo digo: no hay nada más bonito que  llegue  una persona  a dictar  un taller  y trate de meterse en el mundo de nosotras que es tan difícil y ellas sientan lo que  nosotras estamos sintiendo

(Mujer del barrio Villa Liliam, comunicación personal, 2007, agosto)

En el trabajo de campo,  el principal instrumento  de investigación  es el investigador  mismo “con sus atributos  socialmente considerados, —género, nacionalidad, raza, etc.” (Guber, 2004, p. 18). Al reconocer esta característica del trabajo de campo se quiere abordar varias de sus implicaciones en el trabajo con víctimas de la “guerra”. Una de ellas es el riesgo y la dificultad propia de hacer un trabajo de campo en contextos de no pos conflicto, donde se expone la seguridad  del equipo  de investigación.  Esta dificultad fue sorteada gracias a que  el ambiente  era  evaluado  constantemente por  las mismas  personas con las que se realizó el trabajo, quienes  nos advertían  sobre la viabilidad o inviabilidad  para hacer  determinadas actividades.  En este aspecto,  también jugó un papel  importante  el acompañamiento y asesoría de la Secretaría de Gobierno Municipal  y, sobre  todo,  nuestra  pertenencia a una  universidad pública reconocida y respetada  en la ciudad.

Cabe señalar que en la medida que se profundizaba y avanzaba el trabajo de campo,  se encontró  un aspecto  aún más complejo  de manejar:  enfrentar las propias emociones. La impotencia, el desconcierto y la desesperanza eran los sentimientos  más comunes  en la primera  etapa  de encuentro con estas poblaciones; después  la tristeza  y el dolor.  Nos parece  importante  resaltar estas  implicaciones de  nuestro  lugar de  escuchas,  pues,  como  lo plantea Patricia Tovar, “son pocos los trabajos que nos permiten un vistazo al impacto de las emociones que  tenemos  frente a nuestros  sujetos de trabajo  y cómo describimos  esto en las etnografías” (Tovar, 2006, p. 59).

La etnografía,  en estos contextos,  sobrepasa  el ejercicio  descriptivo  y demanda trascender objetivos como la recolección de información de primera mano, para proponer  el establecimiento de las relaciones  de solidaridad,  de acompañamiento y de amistad con los sujetos de investigación.  En muchas oportunidades, el trabajo de campo estuvo determinado por situaciones donde era imposible  desarrollar un taller o era necesario  cancelar  la entrevista y las visitas. Con todo,  en ese cuadro  de imprevistos,  marcados  por la situación de los barrios, sus pobladores y la complejidad del tema de investigación,  se debió  volver a una vieja premisa  de la etnografía: aprender  del “estar ahí”, observar y describir.

Un aspecto  que influyó en la cercanía  emocional con las poblaciones fue nuestra condición de mujeres.  Esta fue muy importante  en el trabajo de campo, tanto en la llegada al barrio, pues logramos generar menos sospechas y recelos,  como en la facilidad para establecer  relaciones  de solidaridad,  de comprensión y confianza con la población, que en su mayoría eran mujeres. Como lo expone Patricia Tovar, en su trabajo Las viudas del conflicto armado en Colombia,  “el intercambio implicó  compartir  nuestras  vidas y el interés por  conocernos un  poco  más profundamente. [...] Esto suponía  tener  una palabra de apoyo, un consejo,  un acompañamiento o el ofrecimiento  de una mano amiga” (2006, p. 71). Esa cercanía  que, se tradujo en una fuerte carga emocional para  nosotras  mismas  como  investigadoras,  debía  objetivarse, es decir, debía  ser mediada  por la razón  para asumirla  y enfrentarla.  Poner distancia  sin volvernos  ajenas  y sin romper  los lazos  establecidos  con  las personas en los barrios, esto se convirtió incluso en una necesidad para nuestra propia estabilidad  emocional.

Algunos de los fragmentos  de los diarios  y las reflexiones  de campo ponen  en evidencia  lo que desataba cada visita a los barrios, cada encuentro con las víctimas y sus historias.

Es “difícil llegar a estos barrios” sentir de cerca las “luces y las sombras” de esta ciudad que esconde  la mayoría de sus habitantes  y que expone artificiosos destellos de luz en su visión empresarial,  pujante y de “bella villa”. Es “difícil llegar a estos barrios” porque  somos  evidentemente extrañas,  casi extranjeras  a no  más de  media  hora  de  nuestras  casas (Auxiliar de investigación,  notas de campo,  2007,  abril).

Esta etapa de campo ha sido tan enriquecedora como difícil de vivir, no se trata de una neurosis del etnógrafo sin sentido sino de una reflexión ética que se requiere. Ir a estos barrios y sentir el conflicto aún latiendo te hace preguntar  a cada instante por el sentido  y el rumbo  de lo que estamos haciendo, además de que llega a ser tensionante toda la situación, más aún cuando  ha sido un trabajo de campo  tan intenso,  de visitas llenas de descargas emocionales muy fuertes y dolorosas. A lo que se suma la certeza  de que estos sentimientos “despertados”  no sólo se quedan  en nosotras sino en todas aquellas personas con las que hablamos (Auxiliar de investigación,  notas de campo,  2007,  marzo).

No es sencillo salir de los barrios y retomar el curso de las otras cosas que hacen parte de mi vida de manera normal ya que, emocionalmente, uno sale golpeado, cargado de las realidades  de las otras personas  con las que trabajamos  en los barrios, insertando  sus vidas y sus realidades a lo que es Medellín (Asistente de investigación, notas de campo, 2007, julio).

Qué  hacer  ante  el dolor  de  los demás,  es una  pregunta  que  debe seguirse planteando en los ejercicios etnográficos desarrollados en contextos de “guerra” o con sus víctimas. Escuchar, sentir y vivenciar el dolor del otro, o incluso sentir la imposibilidad de comprenderlo y dimensionarlo, hacen parte de los efectos que  tiene  el trabajo  de campo  en los investigadores. Si bien aquí no hacemos  una reflexión en extenso  sobre este aspecto,  si queremos llamar la atención  sobre  las formas como  se hace  la puesta  en público  del dolor de otros, sobre la forma como lo enfrentamos  y las intencionalidades e implicaciones políticas que esa puesta en público  trae.

 

4.     Silencios

Resulta común  asociar el silencio  con el olvido.  Sin embargo,  en los barrios  se pudieron  constatar  varias dimensiones del  silencio:  el silencio como  estrategia  de sobrevivencia, el silencio  como  recurso  para conservar la intimidad  del  dolor  y el silencio  como  expresión  de  dolores  crónicos, sucesivos  y sin recuperación. En este  sentido,  tiene  valor la propuesta  de Catela,  quien  comprende los silencios  desde  múltiples  perspectivas  como estratégicos y conscientes o auto impuestos por los mismos entrevistados (Cf. Catela, 2004, p. 2).

4.1  El silencio como estrategia ante los riesgos de testimoniar

El silencio  se ha convertido  en una  estrategia  de supervivencia, una forma de socialización aprendida como parte de la cotidianidad que instaura la “guerra” y sus efectos. Esta dimensión  del silencio  tiene escenario,  sobre todo, en los contextos públicos,  y da cuenta de la fractura de los vínculos de confianza  colectiva  que  han  vivido los pobladores de estos barrios.  En los tres barrios era recurrente  encontrar  esa dimensión  del silencio. También se encontró  otra dimensión  del silencio: la censura  en relación  con “el pasado miliciano” de algunos de estos barrios, especialmente en el caso de La Sierra y el 8 de Marzo; ese silencio, ya no traumático sino estratégico, tiene que ver con la presencia  actual de los desmovilizados de los grupos paramilitares  y posee  la característica  particular  de autocensura, en relación  con “los oídos que escuchan”.[12]

El barrio 8 de Marzo vivió más de una década  en la que los milicianos del Ejército de Liberación Nacional (ELN) hicieron una fuerte presencia.  A tal punto  que las mismas personas  del barrio reconocen que la mayoría tenían algún familiar involucrado con este grupo. Posteriormente, estos se reinsertaron a la vida social y se articularon  a las dinámicas  cotidianas  del barrio. Con la llegada  de los grupos paramilitares  y el consecuente desplazamiento de las milicias del ELN, entre los años 2001 y 2003, aquellas personas que vivieron la presencia  miliciana,  e incluso  crecieron  a su lado,  hoy experimentan la necesidad de silenciar  esa historia  por temor  a las reacciones  que  puedan tener los grupos de desmovilizados paramilitares presentes en el barrio. Cabe anotar que estos últimos no corresponden al grupo de actores protagonistas de la “guerra” en el lugar, sino a un grupo que se apoderó  del barrio en una operación militar, por lo que son identificados  como “la gente que llegó de afuera”, y ante quienes  la historia miliciana  vivida por el 8 de Marzo, debe ser censurada.

4.2  Los silencios y la expresión del dolor

Y cuando yo le digo a usted que eso no fue una noche,  quiero decirle  que esa noche todavía no ha pasado […] es algo que aún vivimos.  Y para mí fue como asistir a mi propio sepelio. Entonces eso es algo que no hay palabras como para uno expresar

(Mujer del barrio Villa Liliam, banco de testimonios del programa de víctimas, 2006)

Como  lo plantea  Enrique Ocaña:  “si el grito es la manifestación  del dolor agudo, el silencio suele ser la respuesta más frecuente al dolor crónico” (1997, p. 38). En el anterior testimonio, realizado por una mujer del barrio Villa Liliam, se ve claramente esa dimensión  del dolor crónico y de los traumas de la “guerra”, de las heridas que no han sanado a pesar del tiempo, pues, como ella misma lo expresa, parece ser un tiempo detenido, un tiempo que “no ha pasado” y está cargado con el mismo dolor de la noche en la que experimentó los rigores de la “guerra”.

Jelin afirma que  el silencio  traumático  no  tiene  efectos en  el nivel subjetivo  exclusivamente[13]  y esto  se  evidencia  en  la  manera  como  el sufrimiento  del otro,  trasciende  la propia  subjetividad, pues,  al impedir  el recurso al lenguaje,  afecta la posibilidad  de comprensión y escucha  de una sociedad.  La importancia  de la superación del trauma tiene que ver también con la superación de los silencios  colectivos,  que  tienen  lugar cuando  una sociedad no está preparada para escuchar los dramas de las víctimas. Esto pone en evidencia  otra dimensión  del trauma y la relación que tiene la posibilidad de su superación con el tema de la escucha  y la interlocución.

Como lo expresa Castillejo (2007), los contextos  de producción de los testimonios  similares  a aquellos  de  las comisiones  de  la verdad  limitan  el marco de lo que la sociedad  debe escuchar sobre las víctimas, pues producen grandes omisiones sobre las causas, efectos e impactos de las violaciones sobre los sujetos y las sociedades. Esto es debido  a que, en la mayoría de los casos, los testimonios  se limitan a las violaciones  sobre los cuerpos.  Por tal razón, consideramos de suma importancia las reflexiones sobre los silencios, sus formas y dinámicas  de producción, al igual que sobre otros aspectos del testimonio, como la contextualización y la ubicación de los acontecimientos en un marco temporal  amplio, donde,  además de los hechos  de violencia que marcaron  a las víctimas, se evidencien sus experiencias históricas de exclusión,  como ha sido nuestra propuesta  para el estudio de estos barrios de Medellín.

4.3  Un recurso para conservar la intimidad del dolor

Los silencios  también  pueden  reflejar  una búsqueda de restablecer la dignidad humana y la ‘vergüenza’, volviendo a dibujar y a marcar espacios de intimidad,  que no tienen porque exponerse  a la mirada de los otros

Elizabeth Jelin

Después de presentar la estrategia metodológica que se implementaría durante  el trabajo  de campo,  una  mujer  se nos acerca  y comenta  “¿cómo creen  que  uno  ha  podido  vivir treinta  años  aquí  en  La Sierra? Callado” (Mujer  barrio  La Sierra, comunicación personal,  2007,  enero).  Esta frase nos impactó  profundamente, pues  es un rechazo  directo  a la invitación  de reconstruir las memorias por la vía del relato. Luego de tal sentencia  la mujer continuó  explicando su punto  de vista, dijo que no nos extrañáramos  si no se verbalizaban muchas  de las cosas vividas en su barrio durante  el periodo de la “guerra” y menos en público  o en espacios como el del taller; pues allí era de esperarse  la presencia  de “los infiltrados” “que están por todas partes escuchando lo que la gente dice” y termina su posición con esta frase “cómo creen que me voy a poner  a decir en público  que ese hijueputa  [sic] violó a mi hija” (Mujer barrio La Sierra, comunicación personal,  2007, enero).

En esa pequeña conversación, generada  en nuestra  segunda  visita al barrio La Sierra, se puso en escena,  si bien de manera  ambigua,  el tema del silencio  y la palabra.  Esta mujer  no  cerraba  la posibilidad  de  testimoniar, incluso dijo, en medio  de la conversación, que había escrito cosas sobre el barrio, pero que eso era distinto al hecho  de contar lo sucedido  en público.

En dicha conversación, esta mujer marca varios límites a la posibilidad de  testimoniar  —algunos  de  ellos  evidenciados anteriormente, como  la imposibilidad de narrar ante los vecinos, en el contexto del barrio y en espacios colectivos—, entre estos, existen dos sobre los cuales es importante  llamar la atención aquí: el primero, sobre la diferencia entre la palabra escrita y hablada, y el otro en relación  con la intimidad  de su dolor. Ante el primero señala la mujer que ella puede  tener más manejo sobre lo que escribe que sobre de lo que dice, pues, puede  decidir a quién le muestra lo que escribe,  pero, en el caso de las palabras habladas,  surge el temor de no saber quien escuchará  o a oídos de quién  llegarán. Esta mujer no permitió  incluso que se grabara su voz, ni siquiera ante la advertencia  de que no se revelaría su identidad. Sobre ello señalaba  que en medio  de la “guerra”, debido  al uso de pasamontañas o telas para cubrirse  los rostros y no ser identificados,  la gente  aprendió  a reconocerse por los ojos y por la voz.

El relato de esta mujer siempre estuvo construido alrededor de la historia sobre la violación de su hija de ocho años; sin embargo, ante el acontecimiento como  tal se conservó  un  completo  silencio.  Este silencio  da cuenta  de  lo que  Jelin señala  como  la estrategia  para  volver  a marcar  los espacios  de intimidad  e, igualmente, evidencia  que la “guerra” afecta a las poblaciones en los barrios más allá de los acontecimientos específicos que marcaron  sus vidas. Finalmente,  esta mujer habló  de su experiencia de vida marcada  por la confrontación, con lo cual afirmó que, pese al silencio que guardaba sobre su experiencia traumática,  la “guerra” estaba  ahí presente  en muchas  otras formas y que su dolor debía  ser puesto  en público  para evidenciar  cómo la “guerra” había afectado su vida.

En este punto vale la pena hacer una reflexión sobre la palabra y su puesta en público.  Si bien  muchos  autores  señalan  los beneficios  de testimoniar, también, como lo plantea Jelin, “se torna necesaria una palabra de alerta sobre las ‘bondades’ del testimonio  y el marco interpretativo  utilizado  para ubicar su sentido” (Jelin, 2002, p. 97).

Castillejo,  por su parte,  al analizar  la figura de las comisiones  de la verdad  como  mecanismos  de reconstrucción histórica,  explora  “la manera como  dicho  proceso  de  reconfiguración histórica  produce  y refuerza una serie  de  silencios  —sobre la experiencia y los hechos  de  la guerra— que emergen,  paradójicamente ‘en el momento mismo de su articulación  en el lenguaje’” (Castillejo, 2007,  p. 78). Con esto hace un llamado  a reflexionar sobre el lugar de la palabra en los contextos de emergencia del testimonio y a preguntar sobre las formas como se están produciendo silencios y omisiones de gran envergadura  en esos contextos,  que dejan  los relatos de dolor y los testimonios  sobre violaciones  a los derechos  humanos  sin contextualización temporal, espacial y social, de ahí su propuesta de “escuchar con profundidad histórica”.

Existe una complejidad inherente  al ejercicio  de escuchar  que plantea la dificultad  de  asir la densidad  semántica  e histórica  de  una  frase. El  problema  no  es darle  una  voz  al otro,  como  reza  el argumento neocolonialista, sino  recalibrar  la capacidad propia  de  escuchar  con profundidad histórica. Adicionalmente, oír o escuchar está determinado por  el contexto  de  enunciación que  le impone  unos  límites  a ese escuchar e incluso a ese decir. Cuando una comisión realiza estadísticas de  violaciones  de  derechos  humanos, guiada  por  el  horizonte  de una  transición,  la verdad  y la reconciliación producen un  abismo epistemológico, una incapacidad que imposibilita  leer más allá de los límites impuestos  por la definición  (Castillejo, 2007,  p. 85).

Como  se ha visto, el ejercicio  etnográfico en  contextos  de  “guerra” demanda reflexiones metodológicas que van más allá de las herramientas y las formas como se hace el trabajo “con” los otros; lo cual propone  debates y cuestionamientos teóricos sobre lo que implica reconstruir  las memorias  de la guerra, acercase al dolor del otro, escuchar e interpretar las historias de las víctimas. En ocasiones,  los investigadores  nos acercamos  al trabajo de campo con la pretensión de “darle voz al otro” como  si las personas  con quienes trabajamos  carecieran  de ella. No se trata simplemente de producir  relatos y discursos sino de entender las implicaciones y condiciones de producción de los mismos. Lo que pone en evidencia  este trabajo de campo, en el marco de la pregunta por el “quehacer”  etnográfico, es la importancia  de reconocer las formas, los contextos de producción de las voces de las víctimas y de qué manera,  en aquello  que  prefiere  callarse  o aquello  que  es silenciado, hay razones  que dan luces a las preguntas  de investigación.

 

 

Notas

* Este artículo hace parte de la investigación “De memorias y de guerras”, desarrollada por el grupo de investigación Cultura, Violencia y Territorio del Instituto de Estudios Regionales (INER) de la Universidad de Antioquia en tres barrios de Medellín: La Sierra, Villa Lilliam y el 8 de Marzo. La investigación se realizó en alianza con el Programa de Víctimas de la Secretaría de Gobierno Municipal entre febrero de 2007 y febrero de 2008 y contó con el apoyo del IDEA, COLCIENCIAS y la Alcaldía, en el marco de la Convocatoria Agenda ciudad de Medellín: estudios de ciudad.

* Agradezco a todas las personas que desde diferentes lugares aportaron a este trabajo: Elsa Blair, coordinadora del proyecto, Isabel Cristina de Los Ríos, Ana Maria Muñoz y Marisol Grisales, compañeras permanentes en el desarrollo del trabajo de campo y a los habitantes de los barrios quienes nos recibieron, acogieron y compartieron con nosotras sus memorias.

[1] Estos ejercicios de la memoria se enfocaron al trabajo con diferentes dispositivos de la memoria, principalmente, la fotografía y el territorio. En ellos se desarrollaron talleres sobre el álbum familiar, recorridos por los barrios y cartografía social con los pobladores; simultáneamente se realizó un trabajo conjunto con Maria José Casasbuenas,  fotógrafa documentalista,  quien, a la par que desarrolló un documental fotográfico, acompañó a los pobladores en el proceso de retratar sus barrios y sus vidas.

[2] Un referente metodológico central para el diseño de los diferentes ejercicios de la memoria fue el trabajo desarrollado por la antropóloga Pilar Riaño con jóvenes de la ciudad de Medellín. Durante la fase del trabajo de campo se realizaron en total 15 talleres, 2 recorridos y 13 entrevistas, en estas actividades participaron aproximadamente 130 personas de los diferentes barrios.

[3]  Para profundizar en un análisis teórico sobre el testimonio, véase Blair (2008).

[4]   Este mismo obstáculo fue experimentado por el grupo de beneficiarios del Programa de Víctimas en este barrio, quienes suspendieron el proceso de atención psicosocial debido a que el espacio dejó de ser un espacio de confianza y las personas empezaron a sentir temor de que los testimonios puestos en público en los talleres les ocasionaran problemas dentro del barrio.

[5]  Este es el caso concreto del grupo con más trayectoria en Villa Liliam, donde fue evidente que los espacios que han compartido como víctimas ha contribuido a tejer o “renovar” lazos de amistad y solidaridad barrial entre los participantes.

[6] El Programa de Víctimas del Conflicto Armado está adscrito a la Secretaría de Gobierno de la Alcaldía de Medellín. Desde allí se brinda atención a las víctimas del conflicto armado en diferentes sectores de la ciudad desde tres componentes básicos: atención psicosocial, asesoría jurídica y el componente de memoria histórica.

[7]   “Estos momentos de fertilidad muestran además, que la construcción de las memorias, silencios y olvidos, no está dada de una vez y para siempre, sino que observa temporalidades y espacialidades específicas. Por otro lado, se encuentra delimitada no sólo por la experiencia personal y la voluntad de hablar de cada individuo o institución que la encuadra, reproduce y legitima, sino también por los acontecimientos sociales y culturales desde donde se enuncian y publicitan las memorias” (Catela, 2004, p. 7).

[8] Este desafío estuvo siempre presente. Como equipo de investigación académica que, adicionalmente, no tenía psicóloga, temíamos no saber qué hacer ante la aparición de estados emocionales incontrolables generados por el relato.

[9]Del mismo modo, cada resultado o producto del proyecto que podía exponer públicamente la identidad de nuestros interlocutores, como la exposición fotográfica o el “cuadernillo” sobre las memorias de los pobladores, fue consultado directamente con ellos antes de su publicación.

[10] Esta hace referencia a las posibilidades, riesgos y retos que ofrece la palabra en contextos de guerra. El testimonio y el acto de testimoniar se constituyen en elementos claves que enmarcan relaciones de poder, miedo, peligro o confianza y solidaridad.

[11] Título tomado del libro de Susan Sontag (2003).

[12] Esta expresión hace referencia a la posibilidad de que los desmovilizados que se encuentran en el barrio y no hacen parte de la historia miliciana de este barrio, escuchen y tomen represalias con familiares, amigos o vecinos de antiguos milicianos.

[13] “El dolor y sus marcas corporales pueden impedir su transmisibilidad, al remitir al horror no elaborable subjetivamente.  El sufrimiento traumático puede privar a la víctima del recurso del lenguaje, de su comunicación y esto puede impedir el testimonio. […] pero también los “otros” pueden encontrar un límite en la posibilidad de comprensión de aquello que entra en el mundo corporal y subjetivo de quien lo padece” (Jelin, 2002, p. 96).

 

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Fecha de recepción: junio de 2008

Fecha de aprobacion: julio de 2008

 

Cómo citar este artículo

Quiceno, Natalia. (2008, julio-diciembre). Puesta en escena, silencios y momentos del testimonio.  El trabajo de campo en contextos de violencia. Estudios Políticos, 33, Instituto de Estudios Políticos, Universidad  de Antioquia, 183-210.