Introducción
A través de la Ley 19 de 1958 se institucionalizó en Colombia la figura de Juntas de Acción Comunal (JAC) con el propósito de instaurar las teorías de desarrollo comunitario en el país y articular la sociabilidad vecinal al Frente Nacional (1958-1974). Los estudios que han analizado la existencia de las Juntas de Acción Comunal en Colombia han explicado cómo esta propuesta se fue articulando a través del impulso de la Alianza para el Progreso y a raíz de la iniciativa frentenacionalista, la cual presentó el modelo JAC como el proyecto que representaría para el país la modernización, la paz y el fin del sectarismo político. Sin embargo, cuando estos trabajos2 aluden a la acción política de los pobladores o a las formas de tramitar sus demandas, se reitera una idea en la que las estructuras comunitarias yacen pasivas a la cooptación clientelista de parte de dirigentes y partidos políticos, en especial, a partir de 1970, cuando comenzaron a operar los auxilios parlamentarios (Valencia, 2009).
Dichos auxilios implicaron el manejo de recursos por parte de congresistas, concejales y diputados que luego llegaban a manos de las comunidades, lo cual generó algunas dinámicas transaccionales entre funcionarios y la población civil. Los receptores de los auxilios se concentraban principalmente en instituciones educativas, juntas de acción comunal y organizaciones sociales diversas, que van desde instituciones de salud hasta instituciones que protegían el patrimonio cultural, entre otras (Rodríguez y Maldonado, 2021).
Esta visión que proyecta a las JAC como cómplices del «vicio» clientelista se ha sustentado desde algunas interpretaciones provenientes de la ciencia política, lo cual ha ocluido una compresión que atienda las dimensiones simbólicas y las maneras como los miembros de las JAC tramitaban sus necesidades y ejercían su praxis política. Por esta razón, este artículo se centrará en la forma en que parte de los vecinos y líderes comunales de los barrios de Medellín entre 1960 y 1980 entendieron su ciudadanía y la manera como ejecutaron un sinnúmero de estrategias conscientes que les acercaban a la solución de sus problemas. Lejos de establecer una evaluación moral de los vínculos clientelares, se tiene como objetivo entender la dinámica política, representativa y administrativa medellinense en la que estaban inmersas las JAC entre 1960 y 1980.
En este análisis se rastrean los sentidos transaccionales entre la sociedad civil y el Estado a través de entrevistas a dos líderes de JAC entre 2019 y 2020, buscando casos en distintas zonas geográficas de Medellín. En tal sentido, se presentan los aportes de los estudios de caso con el propósito de abrir un campo teórico al análisis del comportamiento político y electoral colombiano (Losada, 1984). Para develar las particularidades de las relaciones clientelares locales fueron útiles el trabajo de archivo y la producción de prensa entre 1960 y 1980, en especial la relacionada con el líder político liberal Bernardo Guerra.
1. Concepciones de clientelismo
Diversas han sido las posturas teóricas que han intentado abordar el concepto de clientelismo. Desde la ciencia política, la sociología y la antropología se ha alimentado una discusión en la que aparecen distanciamientos y acercamientos teóricos que finalmente trazan un mapa en los que patrones, clientes y mediadores van tomando roles y protagonismos diversos según la perspectiva académica. En resumen, sigue siendo un tema abierto en el que continúan apareciendo nuevos elementos para su comprensión.
Algunos trabajos han propuesto el esquema de entendimiento de la dinámica clientelar enfatizando las relaciones asimétricas entre personajes de la «alta» política con mediadores y pobladores de zonas urbanas o rurales, los cuales, por efectos de la pobreza, asumen este tipo de acuerdos como una manera de acceder a recursos, con mayor frecuencia en periodos electorales (O’Donnell, 1996; Hartlyn, 1993).
La idea que recorre a esta serie de enunciados es que un sujeto (individual o colectivo) ubicado en una posición privilegiada en el aparato estatal utiliza recursos (fiscales generalmente) a fin de obtener apoyo para su proyecto político partidario. Es decir, un sujeto A perteneciente a un partido político o actuando en nombre de él intercambia bienes materiales o influencia en beneficio de un sujeto B a cambio de algún tipo de apoyo al proyecto partidario de A o de su patrón o referente (presencia, exteriorización del apoyo, votos en las elecciones). Esta relación se caracteriza por ser asimétrica y unilateral, tradicionalmente se concibe a una de las partes como depositaria exclusiva del poder y a la otra como subordinada e incapaz de conocer las implicancias de este intercambio (Oyhandy, 2002, p. 4).
La descripción anterior manifiesta la asociación de estas prácticas a una desviación del ideal democrático, donde el cliente actúa desde una postura inconsciente y subordinada.3 Como objeto de estudio, las dinámicas clientelares fueron revitalizadas en la década de 1990 con investigaciones que fueron dando cuenta de lo que pasaba «tras bambalinas» dentro de las relaciones entre la base social y el poder político-administrativo. Desde este punto de vista, y sin desconocer la posición asimétrica y los condicionantes estructurales en las cuales se ubica este vínculo, para Angela Oyhandy (2002) resulta pertinente pensarlo a través del concepto de negociación, tal como lo concibe Néstor García Canclini. En un sentido similar, y siguiendo a Pierre Bourdieu, Silvana Gómez (2016) explica que, a pesar del carácter instrumental del lazo entre patrón y cliente, «es posible que los vínculos de clientela cuenten con elementos afectivos o emocionales. La unión entre las partes se basa a menudo en las expectativas que crea la prestación de favores y la espera de una recompensa adecuada en el futuro» (p. 50).
Los planteamientos de Gómez (2016) proponen un derrotero de lo clientelar en el que emergen conceptos como la negociación, la lealtad, el vínculo y las estrategias:
Estudiamos un vínculo establecido entre un patrón y su base social de apoyo (clientes). El jefe político pone a disposición de la población algunos recursos del Estado; como contrapartida, los clientes retribuyen los servicios «obsequiados» bajo la forma de apoyo que se materializa, con inusitada importancia, en los momentos electorales, aunque esos periodos no sean los únicos de «devolución» (p. 59).
Trabajos como los citados advierten que las relaciones y expectativas del acuerdo clientelar trascienden el mero intercambio de favores y recursos, y además sugieren que las redes siguen funcionando más allá de los tiempos de elecciones. En tal sentido, Pablo Torres (2002, pp. 48, 58 y 59) señala que el clientelismo es, en términos amplios, un tipo de vínculo particularista, generado a partir de criterios personalizados y no de definiciones universales en el que el habitus clientelar plantea un sistema de disposiciones durables y transferibles.
Para el caso colombiano, cuando se realiza un balance de los estudios sociológicos e históricos que han abordado el papel de las JAC, gran parte de ellos parten de una vinculación directa con la gestión del Frente Nacional y el establecimiento de una fuerte presencia clientelista. Daniela Monroy (2019) registra cómo en los estudios sobre JAC y clientelismo ha habido una marcada tendencia hacia los trabajos de ciencia política y que solo a partir de las últimas dos décadas ha habido una apertura teórica para entender el fenómeno con otras ópticas de las ciencias sociales. Siguiendo a Andrés Dávila (1999), se advierte que el clientelismo toma distintas particularidades según la región y que para el caso colombiano se identifican tres tipos, sin embargo, la mayoría de las investigaciones se han centrado en el periodo que corresponde al acuerdo frentenacionalista.
Francisco Leal y Andrés Dávila (1994) recomiendan superar el tratamiento hospitalario que se le ha dado al fenómeno clientelar y, en esta misma línea (O’Donnell, 1996, citado en Dávila, 1999), sugiere que sea visto como un fenómeno propio de la región y como parte de los procesos de construcción de democracia, bajo la categoría de otra institucionalidad (Zapata, 2016). Para la época del Frente Nacional se ha dispuesto el concepto de «clientelismo moderno» por autores como Jonathan Hartlyn (1993) y Eric Roll (2002), que lo han caracterizado dentro del marco de intercambio de recursos estatales por ayudas electorales. En esa línea de la ciencia política están trabajos como el de Francisco Leal Buitrago.4
Existen otros estudios que narran la historia de las JAC y que no se detienen en la reflexión de lo clientelar, pero de todas maneras aluden a la existencia de este tipo de relaciones entre pobladores y agentes políticos del Estado, en especial, luego de 1970, cuando el presidente Carlos Lleras Restrepo impulsó la Reforma Constitucional de 1968 y con ello permitió el establecimiento de la plataforma de auxilios parlamentarios para las regiones (Ungar, 1985; Borrero, 1989; Gutiérrez, 1998; Valencia, 2009). De Camilo Borrero (1989) debe destacarse su idea de que el discurso desarrollista que infundían los expresidentes Alberto Lleras Camargo (1945-1946 y 1958-1962) y Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) no traspasó más allá de sus gobiernos, y para la década de 1970 las JAC se convirtieron en el mecanismo más idóneo para tramitar el clientelismo:
El autor [Borrero (1989)] da protagonismo a las intenciones de Carlos Lleras Restrepo quien pretendía que las JAC tuvieran una mayor autonomía frente a la clase política tradicional, pero, la estrecha relación entre el sistema clientelar y las juntas se hace más evidente en los gobiernos de Pastrana, López Michelsen y Turbay (Monroy, 2019, p. 7).
Con la llegada de Carlos Lleras Restrepo al poder, las Juntas tomaron un nuevo impulso, a la sazón existían 8.800 juntas comunales. Lleras R. veía en ellas un instrumento preciso para lograr una incorporación de los sectores marginados a la vida económica y cultural del país. En el gobierno de Lleras Restrepo las Juntas tuvieron una conformación más orgánica, estructurada y técnica. El Decreto 2263 de septiembre 5 de 1966 organizaba y estimulaba la integración popular con la participación de pueblo, el gobierno y las entidades privadas.
El Decreto ley 3159 de 1968 crea la Dirección general de integración y desarrollo de la comunidad, Digidec, se crea el Fondo Comunal y el Consejo Nacional de Integración y Desarrollo de la Comunidad. El Decreto 2070 de 1969 señala la forma básica de organización y funcionamiento de las juntas. La Resolución 504 de 1970 determina el contenido de los estatutos de las juntas de acción comunal (Sepúlveda, s. f., p.3).
En el caso de la producción historiográfica local más reciente (Alzate, 2014; Martínez, 2014; López, 2015; Marín, 2014), se ha mencionado que las JAC en Medellín estuvieron marcadas por el clientelismo político, visión que no profundiza en elementos interpretativos contrarios a la perspectiva del vicio político y que desconoce las estrategias de acción de los pobladores y la forma de entender el juego político.
Los enfoques alternativos de comprensión del clientelismo en Colombia son visibles en autores como Francisco Gutiérrez (1998, p. 170), al asumir que debe reconocerse la trascendencia del momento electoral y la perdurabilidad de las relaciones. Las lealtades hacen referencia a la transferencia permanente de recursos públicos, están asociadas a un patrón y a un cliente, y a una sensación subjetiva de interdependencia también en épocas no electorales. La asimetría alude a la calidad de la transferencia, a la importancia que tiene para cada una de las partes, lo que aporta a la otra y al carácter de los compromisos adquiridos.
En un mismo sentido explicativo, Rocío Rubio (2003) invita a examinar el asunto de la lealtad, los acuerdos verbales y el carácter informal y voluntario de una relación que es personal, basada en la confianza mutua, hace alusión a las amistades instrumentales. Se menciona también el trabajo de Eduardo Díaz (1986, p. 27), que llama la atención sobre las «gratificaciones emocionales» que se insertan en los acuerdos entre patrones, clientes y mediadores. Laura Guerrero (2013, p. 6) menciona cómo desde finales de la década de 1980 hubo una apertura para examinar el clientelismo desde diferentes enfoques -marxista, estructural y funcionalista-; asimismo, destaca la línea socioantropológica con anclajes en la cultura política que ha replanteado las formas de entender la acción y representación política.
La perspectiva socioantropológica provee significativos aportes a la discusión clientelar a partir de experiencias empíricas. En esta dirección se destaca la propuesta de Javier Auyero (1997; 2001; 2004), que con su trabajo invitó a explorar las relaciones clientelares más allá de la teoría funcionalista y estructuralista, para así rescatar la dimensión transaccional y el modus operandi del fenómeno (Auyero, 1997, p. 38). En trabajos posteriores (Auyero, 2001; 2004), el autor rescató la figura del cliente como actor consciente -no autómata- en sus ejercicios de política local; además, leyendo a Bourdieu y Guillermo O’Donnell, destacó la edificación de relaciones de ayuda mutua, lealtades y solidaridades interpersonales que fueron configurando un habitus específico y un campo de representación simbólica (Auyero, 2004).
Gabriel Vommaro (2007) reconoce el trabajo de Auyero en la medida en que propone atender el testimonio de los clientes y desentramar los lazos de intercambio más allá del voto. Se afirma que comprender el punto de vista de los clientes exige reconstruir el conjunto del tejido social del barrio, así como las relaciones que ellos mantienen con el exterior, incluidas las relaciones a distancia, como las representaciones televisivas. Se trata entonces de comprender cómo se articula la totalidad de las evaluaciones morales -internas y externas- de lo legítimo y lo ilegítimo en la política (Vommaro y Combes, 2016, p. 70).
La antropóloga Julieta Quirós (2011) ha reforzado la idea de «cálculo moral» dentro de los protagonistas de la relación clientelar, estableciendo una capacidad reflexiva del cliente sobre su proceso, dado que no es rehén del patrón ni del habitus que se ha creado alrededor:5 «En toda relación clientelar se crean vínculos, negociaciones y controversias que determinan especificidades propias» (p. 636).
2. JAC, estrategias y pragmatismo clientelar en Medellín
A partir de la invitación de investigadores como Dávila, Guerrero, Auyero, Vommaro, Combes y Quirós, los cuales han rodeado el análisis de lo clientelar con marcos explicativos que desdicen del clientelismo como vicio de la democracia y alimentan la comprensión del objeto con conceptos como estrategia, negociación, cálculo moral o «lealtad», a continuación, se presentan dos casos de JAC en los que el clientelismo hizo parte de la cotidianidad barrial. Se abordan las décadas de 1970 y 1980 en la medida en que fue el periodo en el que más se extendió el fenómeno.
La lógica inicial del Frente Nacional se inscribió sobre la base de un pacto de control social posterior al periodo de La Violencia a través del afianzamiento del poder en las regiones. Las figuras partidistas hallaron así una manera de tender sus redes a la sociedad civil rural y urbana de Colombia. En este contexto, y de maneras particulares, el clientelismo se convirtió en uno de los articuladores evidentes para el control y funcionamiento del régimen político (Dávila, 1999). Fue el clientelismo el fenómeno que vinculó las normas del juego político y fueron los recursos estatales los que permitieron esta articulación con los ciudadanos. Por esta razón se «señala que los partidos políticos encontraron en la Acción Comunal un interlocutor institucional y organizado, al que le entregaban beneficios y le reclamaban una adhesión política mediante votos» (Monroy, 2019).
Para Monroy (2019, p. 5) Jonathan Hartlyn plantea que uno de los problemas del Frente Nacional era que el nuevo régimen no daba respuesta a las demandas populares. Con base en este dilema el Gobierno colombiano impulsó la acción comunal. Propone que los instrumentos más importantes para legitimar el sistema político sobre los sectores populares fue el clientelismo, es decir, los congresistas y funcionarios públicos se convirtieron en intermediarios en la medida en que repartían los recursos estatales y eran el enlace de comunicación entre sus regiones y el gobierno central.
Pero como se ha insistido, el fenómeno clientelar va más allá de un simple intercambio en épocas electorales. En tal sentido, se resaltan las distintas estrategias,6 cálculos y negociaciones que se dispusieron en los espacios urbanos de Medellín en medio de una gran precariedad y escasez de bienes públicos que supuso la puesta en marcha de acuerdos tácitos y explícitos entre patrones, clientes y mediadores. En este contexto, la inscripción y adhesión partidista era un asunto vital en las regiones, pues generaba sentido de pertenencia, proveía identidad política y aseguraba el acceso a bienes y servicios públicos limitados (Guerrero, 2013, p. 30).
Se generan estrategias de acción política. «Siguiendo a Levi, la estrategia puede entenderse como el conjunto de acciones que desarrollan los actores dada la información de la que disponen en los intersticios de los sistemas normativos. Ello lleva a pensar racionalidades específicas para determinados grupos sociales a través de la transformación y utilización del mundo social y natural» (Levi, 1985, citado en Gómez, 2016, p. 51).
La Reforma Constitucional de 1968 permitió el acceso de dirigentes políticos a bienes públicos vía mecanismos clientelares, así se fue asegurando la reproducción de redes clientelistas vía creación de los denominados auxilios parlamentarios, con los cuales se fueron pactando muchos de los acuerdos al interior de los barrios de Medellín y con los cuales líderes de directorios políticos, concejales, diputados y congresistas hacían presencia (Guerrero, 2013, p. 33).
2.1. En Masavielle, gratitud a «Papá Guerra»
A través de la visita a distintos puntos de Medellín se pudo constatar la presencia de reconocidos dirigentes políticos en encuentros con la comunidad en épocas no solo electorales. Uno de los nombres que recurrentemente salió de la memoria de los vecinos fue el de Bernardo Guerra Serna, reconocido por otros sectores políticos, detractores y por él mismo como aquel personaje que más se apalancó en la relación clientelar para fortalecer el Directorio Liberal, al tiempo que significó el puente de pobladores a recursos del Estado y el acceso a empleos de miles de personas en Antioquia y Medellín. Por constituir uno de los eslabones más visibles de la red clientelar en la ciudad desde la década de 1970 -a pesar de la existencia de otras redes vinculadas al Partido Conservador-, se rememoran sus justificaciones y acciones dentro del panorama político local:
Que era clientelista, porque ponía gente del partido, me decían. Pero ¿qué han hecho los otros? ¡Ojo!, yo fui más avanzado y cumplí la misión. No he podido ver a un político más satisfecho que cuando salí de la Alcaldía de Medellín. Me hicieron manifestaciones. A los trabajadores del municipio les decía que me pidieran escuelas, hospitales, becas, preparación para sus hijos. Fue un avance extraordinario en Medellín (Villegas, 2017, abril 20).
Bernardo Guerra llegó a ser presidente del Congreso colombiano y fue reconocido por sus prácticas clientelistas en las que su acercamiento a la población civil rompió el alejamiento del «notablato» político con las bases populares:
A finales de los años setenta y principios de los ochenta (sic( se repetía como un estribillo que Bernardo Guerra Serna había sacado al partido liberal del Club Unión para llevarlo a la plaza pública y untarlo de pueblo. Su fórmula estaba encarnada en una palabra mágica, llena de magnetismo: Socio/socia. Con ella en los labios, Guerra Serna recorrió todos los rincones de Antioquia, para forjar unas mayorías difíciles de emular y que le dieron el mayor poder que un jefe político regional pudiera alcanzar: 8 de 12 senadores asignados a la circunscripción electoral de Antioquia tenían carnet del Directorio Liberal de Antioquia (Velásquez, 2019, octubre 18).7
En Medellín se presentó la reconfiguración de las estructuras de poder relacionada con la disolución del patrón plutocrático de dirección política. Como lo afirma la investigadora Vilma Franco (2005), «se dio el proceso de plebeyanización y profesionalización de la política y la dinámica de faccionalización de los partidos en el ámbito regional» (p. 205).
Desde 1967 Bernardo Guerra ejerció una política que tomó distancia del tradicionalismo liberal y su acercamiento a las ideas del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) fortaleció esta facción lopista dentro del departamento: «El ascenso de este tipo de políticos emergentes se facilitó a través de las redes clientelares, lo que generó el rechazo de los notables quienes aludieron a este tipo de prácticas como una forma de denigrar y desprestigiar aquellos emergentes que tendían a una concentración “inaceptable” de poder» (p. 238).
En efecto, Guerra fue concentrando gran cantidad de adeptos gracias a sus formas informales y familiares de relacionarse con la gente, lo cual pudo haber significado una experiencia reveladora de nueva política para cualquier vecino de vereda o barrio del departamento:
Yo no llegaba a las plazas, sino a las veredas y luego los mismos campesinos les decían a sus jefes en los pueblos que yo los había visitado. Y entonces ya luego esos jefes me recibían en las cabeceras, pero ya tenía muchas cosas claras. Meterme a los pueblos fue duro. Pero tampoco descuidaba las decisiones del partido. A mí nunca me gustó ser ministro, pese a que me lo ofrecieron dos veces, pues la política que hacíamos no dejaba que me retirara de Antioquia. Porque tenía muchos enemigos. La oligarquía de Medellín no me quería porque ellos manejaban el Directorio desde el Club Unión. Y cuando llegué a la actividad, metí líderes de pueblos (Velásquez, 2019, octubre 18).
Así las cosas, para el caso concreto de Medellín, «Papá Guerra» fue estableciendo sus redes de «afecto» y «cercanía» en diversos sectores de la ciudad:
Hay que votar por tal candidato que es uno de los amigos del barrio. Mientras los de la colectividad contraria hacían lo mismo a su estilo. Es así como el barrio ha sido visitado por personalidades políticas en distintas ocasiones como Bernardo Guerra Serna (habitante del barrio 12 de Octubre en Marín, 2014, p. 32).
Yo me hice amigo de doña Rosario Sánchez y ella politiqueaba mucho y a la vez era de la Junta Comunal. Los logros se conseguían mucho era en elecciones, ellos daban dádivas para conseguir los votos. Me acuerdo de Jaramillo y de Bernardo Guerra, porque nosotros éramos liberales. De acuerdo con los candidatos la junta decía por quién había que votar y ahí se pactaba qué era lo que se iba a entregar [… ] tejas, arena. El político era el que gestionaba (habitante barrio Versalles, comunicación personal, 13 de abril, 2019).
Uno de los barrios en los que tuvo acceso Bernardo Guerra Serna y sus colaboradores fue Masavielle, sector que hace parte de lo que hoy se conoce como la Comuna 7-Robledo. Héctor Nanclares (véase gráfica 1), comenzó su vida comunitaria en la década de 1960 en este barrio localizado en el noroccidente de Medellín y pudo establecer una amplia relación clientelar con el Directorio Liberal y Guerra Serna, lo cual trajo beneficios para él y sus vecinos.
Yo soy liberal y me ha gustado siempre la política y participé en la campaña de López Michelsen y en la época de la Anapo y María Eugenia Rojas. Yo iba al Directorio Liberal y allá rebuscaba. Cuando eso daban los auxilios parlamentarios. Y en una ocasión me dijeron que ayudara para cosas del barrio y como yo me movía mucho con un sindicato de sacadores de arena, comencé a ir a reuniones políticas. Con las ayudas arreglaban algunas calles y pusimos alumbrados con plata que venía del Gobierno. Los conservadores también me ayudaron en la junta, pero el que más fue Bernardo Guerra por medio de los auxilios. Bernardo Guerra Serna me puso a trabajar en el Municipio Yo me iba para el Directorio Liberal y comencé a hacer política. Una vez estaba muy bloqueado económicamente y les dije que tenía mucha necesidad. De ahí, ellos me colaboraron como celador, primero en la empresa Metalúrgicas Apolo y luego en la Secretaría de Gobierno. De Apolo salí porque había influencias para que trabajara de lleno con los conservadores, pero yo me manejé muy bien y seguí con el partido, pues he sido y soy pregonero. Pude pensionarme de la Secretaria de Gobierno.
Uno colaboraba en el barrio y pude desarrollar mucho el tema de la nomenclatura. Me iba puerta a puerta a convocar la gente para las reuniones por las necesidades y luego llegaban los concejales. Y los auxilios también iban llegando, el primero fue de parte de la cámara de representantes para poder iluminar el barrio. La mayoría de la gente bajaba con buen ánimo, aunque no faltaba el que hiciera mala cara, pero la evidencia de las ayudas los callaba. Cuando hacíamos las reuniones esto se llenaba, a la gente se le daba aguardientico, el político hablaba una hora y luego la gente comenzaba a pedir. A nosotros nos fue bien, generalmente cumplían con lo que pedíamos (Héctor Nanclares, líder barrio Masavielle, comunicación personal, febrero 12, 2020).
Las palabras de Héctor Nanclares son útiles para demostrar cómo a través de las ayudas al barrio por medio de los auxilios y la posibilidad de un empleo, sobre todo acudiendo a aspectos del trato «emotivo», fueron induciendo un sentimiento de reciprocidad, gratitud y lealtad que iba más allá del intercambio de un recurso por una cantidad de votos. Nanclares tuvo algunos contactos con Guerra y con parte de su equipo, con quienes pudo establecer una cercanía y un sentido de gratitud. La gratitud va sin palabras, porque viene -casi siempre- sin palabas, viene en forma de performance. La gente que recibe cosas sabe que tiene que ir, es parte de un universo en el que los favores cotidianos implican alguna devolución como una regla de juego (Auyero, 2001, p. 173).
La gratitud y lealtad de Nanclares se explica a partir del «cumplimiento» de la palabra de los políticos y la llegada de los auxilios,8 y aún más por la posibilidad que tuvo de acceder a un empleo público y pensionarse de este. Tal situación suscitó en el resto de los vecinos la posibilidad hipotética de más ayudas y el acceso al mundo laboral en tiempos de mucha informalidad y desempleo, por esta razón los vecinos de Masavielle asistían a los eventos en los que además de salir de la rutina y compartir un trago, se hacía una seria evaluación implícita y calculada de beneficios futuros.
La relación de un líder como Héctor Nanclares y Bernardo Guerra debe hacerse desde el marco de los cambios de la política medellinense que supuso el afianzamiento de un clientelismo en el que fue posible la participación popular, el acceso a recursos por el conjunto de vecinos y la democratización real de la misma clase política que permitió la articulación de nuevas formas políticas, como las que Guerra puso en práctica. Andrés Dávila (1999) desmarca el clientelismo como forma corrupta de la política y afirma que este permitió la estabilidad del sistema político:
El clientelismo consintió, por una vía muy particular, una democratización de la clase política. Nuevos líderes y sectores han accedido a cargos de poder, a cargos de decisión. Es una democratización no muy presentable, que a los medios de comunicación no les gusta, pero es una forma de democratización. Hay un relevo de clase y generacional que no se puede desconocer y que es importante considerar en su total dimensión (p. 69).
2.2. La Junta de Acción Comunal de Playón de los Comuneros y su cálculo pragmático
Entre 1968 y 1970 llegaron decenas de familias a tomar terrenos de la Zona Nororiental de Medellín, en lo que hoy se conoce como Comuna 2. El que luego llamarían Playón de los Comuneros se empezó a poblar en 1968 cuando algunas personas que iban a sacar arena de las quebradas para la construcción decidieron armar carpas con las cuales se tapaban del sol. Después de advertir que nadie reclamaba nada empezaron a traer a sus familias y a armar ranchos de cartón, plástico o tablas (Orfa Campero, habitante del barrio el Playón, en Mi Comuna 2, 2014, octubre 18).
Para 1973, la Gobernación de Antioquia emanó la personería jurídica que oficializaba la existencia de la JAC de Playón de los Comuneros.9 La JAC fue impulsada por el activista político Antonio Henao, dirigente político afiliado a la izquierda Liberal Popular de William Jaramillo Gómez. Henao organizó varios comandos populares con la consigna «Tierra o muerte» (Rico y Vásquez, 1981, p. 91).10 Esta situación fue generando una división entre los seguidores de la JAC, impulsada por Henao y el párroco, quien no estaba de acuerdo con la orientación ideológica del primero. A su vez, los miembros de la junta acusaban al padre de tener intereses políticos proclives al conservatismo.
En vísperas de elecciones presidenciales se fueron estrechando lazos entre dirigentes comunales y miembros de los partidos Liberal, Conservador, Anapo, Democracia Cristiana, Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y Partido Comunista. Con respecto a la candidatura de Alfonso López Michelsen del MRL, un volante impreso que incluía al presidente de la junta Jesús Ciro instaba a los seguidores liberales a «no prestarles atención, pues la disidencia debilita al partido, lo anarquiza y por lo mismo es una ayuda al conservatismo y a Álvaro Gómez Hurtado (miembro del Partido Conservador(» (Rico y Vásquez, 1981, p. 125). Este y otros testimonios dan cuenta de un encendido escenario político entre 1973 y 1974 en el barrio.
Entre un sinnúmero de debates y pugnas por el poder en el barrio, fueron apareciendo reconocidos dirigentes de los distintos partidos, sin embargo, surgen de nuevo los nombres de reconocidos dirigentes apoyando las labores de la JAC: Hernando Agudelo Villa, Luis Mariano Olarte y Bernardo Guerra Serna:
Luis Mariano Olarte nos ha venido ayudando, y llegarán $50 000 como auxilio para un puesto de salud. La Acción Comunal Municipal nos está proporcionando los materiales necesarios y el doctor Héctor Abad Gómez con algunos universitarios, la asesoría técnica para este puesto de salud. Por nuestra parte, como representantes de la Comunidad nos hemos comprometido a aportar nuestro trabajo para la construcción de dicho centro (Rico y Vásquez, 1981, p. 127).
A pesar de notar cierto protagonismo de líderes comunales y dirigentes liberales, en El Playón continuaba el sectarismo. La misma JAC, al advertir que esta fragmentación de liderazgos y esfuerzos podría detener la ejecución de sus planes, optó para que cada miembro, según su orientación partidista, adelantara gestiones por cuenta propia.
Esta decisión implicó un cierto desmarque como organización ante los distintos partidos, al tiempo que adquiría compromisos paralelos en los que cada miembro quiso destacar por ser quien aportaba más ayudas u obras para el barrio. A finales de la década de 1970 e inicios de la de 1980 al interior de la JAC se evidenció el carácter marcadamente pragmático que iban adquiriendo las relaciones entre sus miembros. La fórmula que implícitamente regía en ese momento para resolver las diferencias y los conflictos entre los sectores políticamente enfrentados era la que el propio presidente de la JAC, Libardo Rodríguez, expresa en una entrevista:
Ustedes bien saben que, en estos personales de estos barrios populares, se encuentran revueltos liberales y conservadores, anapistas, etc, etc. Lo mismo que se encuentra el Gabinete del Gobierno. Entonces, aquí el que sea liberal, pues que camine para donde los liberales, el que sea conservador, que camine para donde los señores conservadores. Entonces no se le ha puesto trabas de ninguna condición por parte de la nueva Junta, para que el personal se mueva, pueda caminar y pueda colaborar; con el fin de que si aquí nos viene un señor conservador en busca de sus votos, abrirle los brazos y luego decirle: usted que está en el gobierno, ¿con qué nos va a colaborar? En esta misma forma hacemos con el liberal y el que viene a visitarnos aquí en el barrio, para que nos diga en qué forma es que él nos va a colaborar; él que está cerquita allá, que hace parte de ese cuerpo del gobierno, pues, entonces es él, el que puede mover esos resorticos del gobierno para que pueda haber una colaboración para esta comunidad (Rico y Vásquez, 1981, pp. 148-149).
Este cálculo estratégico de parte de la JAC permite evidenciar las elucubraciones en torno al cómo y con quién proponer los acuerdos con miras a obtener el mejor rédito posible. Es, sin duda, una muestra de la comprensión de la dinámica política y de la puesta en práctica de lógicas pragmáticas que ofrecieran soluciones en menos tiempo y en mayor cantidad. Así se fueron dando vínculos con miembros de los distintos partidos para tratar de alcanzar, cómo fuese, los auxilios para el barrio; no obstante, un testimonio de un exmiembro de la JAC da a entender quiénes fueron los dirigentes que más ayudaron al Playón de los Comuneros. Para establecer esta evaluación de la calidad de los contactos y los auxilios, el criterio fue el cumplimiento de facto con la entrega de materiales y obras físicas; es decir, a pesar de la presencia continua de los partidos y de la creación de lealtades afectuosas entre pobladores y políticos, para muchos vecinos la mejor expresión del logro en la relación clientelar lo constituía la materialización expedita de lo pactado:
Voy a hablar una cosita referente a los partidos políticos. Los únicos que han colaborado aquí en el barrio son los del Partido Liberal por parte del Doctor Bernardo Guerra y todos los seguidores de él, tanto como concejales, diputados y representantes de la Cámara. Por parte del conservatismo no recuerdo que haigan (sic) dado alguna cosa para el barrio ni que hubieran hecho alguna obra aquí en el barrio. De los partidos de izquierda… ellos vienen aquí, pero vienen a coger sus votos para sus curules de ellos, pero nunca vienen a decir: vea, aquí les traemos unos cincuenta mil o cien mil pesos para esta obra. Se quedan mirando frente al espejo, hablan por ahí bobadas, ceremonias, discursos porque hay mucho bobo que les para bolas… en cambio, en el partido liberal nos ha colaborado el doctor Hernán Cadavid Gónima (ex líder comunitario de Playón de los Comuneros en Rico y Vásquez, 1981, p. 184 y anexos p. 17).
Luego de diez años de la existencia de la JAC de Playón de los Comuneros se reconoce por parte de los vecinos la mejora en servicios públicos y mayor presencia de los funcionarios de las oficinas de Desarrollo Comunitario y la de Obras Públicas de Medellín. La presión sobre los padrinos políticos repercutió, en cierta medida, en la mejora del barrio. La lectura que los líderes de la JAC hicieron del mecanismo clientelar propició la puesta en práctica de iniciativas y estrategias que concluyeron, en parte, con la solución de sus demandas.
A modo de conclusión
Sobre las experiencias clientelares en los barrios de Medellín puede advertirse un sinnúmero de percepciones y praxis de la política que permiten afirmar la proactividad de los líderes de las JAC y un desenvolvimiento estratégico de acuerdo con dinámicas políticas particulares. No existió un marco exacto que rigiera la relación clientelar, más bien se percibió la aparición de diversos de arreglos y resultados. Quedó evidenciado que el clientelismo entre 1970 y 1980 fue más allá de las meras transacciones y que variables como la expectativa, el cumplimiento de la palabra, la lealtad, la «cercanía de los políticos emergentes», el cálculo moral y la estrategia pragmática primaban a la hora de los acuerdos entre miembros de base popular y los dirigentes cercanos a las decisiones administrativas municipales.
Por el lado de los partidos políticos, debe repensarse la idea generalizada de un bipartidismo y JAC «clientelizados», en la medida que hubo otros «padrinos» y partidos que también hicieron parte del entramado; además, porque a pesar de la búsqueda de vínculos con directorios y mediadores nunca desapareció en la JAC la idea de autogestión y el deseo de autonomía. La ideología partidista al interior de las juntas fue canalizada de distintas maneras, pero ha quedado claro que de las JAC estudiadas las posturas políticas de sus habitantes muchas veces quedaron soportadas en una visión más pragmática en búsqueda de soluciones a sus demandas más apremiantes.