Introducción
La derecha -bajo diversas modalidades- ha controlado las administraciones públicas nacionales en Perú en las últimas décadas. Aunque algunos candidatos presidenciales de izquierda han sido electoralmente exitosos (por ejemplo, Ollanta Humala en 2006 y 2011), una vez en el poder, la defensa y continuación al modelo económico implementado por las reformas de ajuste ha prevalecido. Reformas promercado -emprendidas a partir de la década de 1990- han entrado en una fase de path dependence en la cual los retrocesos son costosos y están protegidos por guardianes del establishment, es decir poderes fácticos con intereses en el mantenimiento del esquema económico indicado.
En medio de su frágil enraizamiento social, algunos partidos de derecha han logrado sintonizar, al menos en coyunturas electorales y en la arena de la opinión pública, con sectores importantes de la ciudadanía. A pesar del origen común de estas opciones promercado, se dividen en asuntos políticos como preferencias de régimen y valores sociales. Así, basándonos en sus ofertas programáticas, podemos distinguir al menos dos derechas. Por un lado, tenemos una derecha que ha imbricado una legitimidad social tecnocrática y elitista con valores liberales en lo social, representada últimamente por las candidaturas de Pedro Pablo Kuczynski (2011 y 2016) a través de Peruanos por el Kambio. Por otro lado, tenemos una versión más afín a movimientos conservadores en temas sociales, con reflejos populistas, que se representan en Fuerza Popular, el partido fujimorista que llevó como candidata presidencial (en 2011 y 2016) a Keiko Fujimori. Ambas caras de la misma derecha parten de un origen común: estuvieron articuladas y sincronizadas durante la década de 1990 bajo el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000). La caída de este régimen autoritario terminó generando una división de las dos corrientes, sin liderazgos que hayan podido volver a articularlas hasta los últimos dos procesos electorales (2011 y 2016).
A pesar de la debilidad orgánica propia de un escenario postcolapso del sistema de partidos, al menos el fujimorismo ha logrado forjar identidades políticas (positivas y negativas) alrededor de las posiciones y valores que representa. En este caso específico, aunque hasta ahora ha fracasado en sus deseos de retornar al poder, el fujimorismo ha construido una marca partidaria, con valores de derecha en lo económico y en lo social, en un ambiente estructuralmente agresivo para la formación partidaria. En cambio, Peruanos por el Kambio, a pesar de haber llegado al poder, tiende a difuminarse orgánicamente. En este artículo se precisarán las diferencias principales de estas dos versiones de la derecha peruana (la populista-conservadora y la tecnocrática-liberal, respectivamente), sus elementos en común y sus divergencias.
Se presentan las dos vertientes de la derecha peruana como bifurcaciones de un origen común. En la primera sección, se detallan los ejes de las clasificaciones empleadas, basándose en la construcción de legitimidad social de las respectivas élites y en las posiciones valóricas en el eje sociocultural. Con base a ese marco referencial, en la segunda sección se desarrolla la génesis de la derecha contemporánea peruana, en las reformas económicas de ajuste de inicios de la década de 1990. La tercera sección muestra la ruptura en el interior de las élites de derecha, entre tecnocráticos y populistas; y en la cuarta sección se describe la adopción respectiva de valores liberales y conservadores, en materia de temas de relevancia social. La quinta sección emplea datos de opinión pública para graficar el argumento desde el lado de la demanda. Es decir, cómo han ido evolucionando las preferencias de los peruanos según la oferta elitista en materia programática y valórica. La última sección presenta un argumento teórico con base en los resultados: la evidencia de un clivaje político que estructura la competencia en el interior de la derecha peruana, el cual coadyuva a la formación de identidades partidarias positivas (fujimorismo) y negativas (antifujimorismo).
Dos derechas: populista-conservadora y tecnocrática-liberal
La literatura especializada caracterizó la primera década del siglo XXI en América Latina como “un giro hacia la izquierda” (Levitsky y Roberts, 2011). La región estuvo gobernada por presidentes con una prédica crítica a las reformas aplicadas por el Consenso de Washington, algunos más radicales que otros (Weyland, 1996). Pocos países estuvieron ajenos a esta tendencia regional -entre ellos Perú- , a pesar de la elección de Ollanta Humala en 2011, quien lejos de su discurso electoral contestatario gobernó dentro de los patrones establecidos por el modelo económico y sus defensores (Tanaka, 2011).
La fortaleza de la derecha en Perú ha llamado la atención de la literatura especializada (Mainwaring, Bejarano y Pizarro, 2006) aunque no se ha profundizado en las causas que determinan el origen, su solidez entre sus respectivos electorados y sus modalidades de ejercer influencia. El argumento más notable -que incluso se emplea para la comparación con países de derecha relevante como en el caso de Colombia- rastrea el contexto de origen de violencia política que fue justificado por quienes -desde el poder- encumbraron la eficiencia de políticas “mano dura” en la lucha contra la subversión (Wills-Otero 2014; Vergara y Encinas, 2016). Así, por ejemplo, tanto el fujimorismo en Perú como el uribismo en Colombia se convirtieron en proyectos políticos personalistas que calaron entre los peruanos y colombianos, respectivamente, al punto de que incluso hoy mantienen protagonismo(1) en el debate político y han dividido sus respectivas sociedades entre seguidores y detractores. Sin embargo, este vacío en la literatura merece mayor atención. Antes de abordarlo, planteo una breve digresión conceptual sobre la derecha.
Existen diversas maneras de definir la derecha en términos políticos e ideológicos. En términos prácticos, asumo la definición de Bobbio -procesada por Luna y Rovira en su aplicación para América Latina- que considera a la derecha como aquella ideología que concibe la mayoría de las inequidades como naturales y difíciles de erradicar, es decir, que están ajenas del alcance del Estado (Bobbio, 1997; Luna y Rovira, 2014). Esta definición se puede operacionalizar cuando se refiere a la dimensión económica, específicamente en determinadas políticas públicas. Se consideran como “de derecha” aquellas políticas que partan de secundar las reformas económicas dictaminadas por el Consenso de Washington en la década de 1990 y que consistan en la idoneidad del mercado, en la promoción de la privatización y en la apertura e intensidad de la globalización económica (Baker y Greene, 2011). En concreto, actores políticos (desde las élites hasta el electorado) que se adhieran a estas causas son catalogados para consideraciones del estudio como “de derecha”.
La derecha, además, se puede organizar ideológicamente sobre un eje que apele más a consideraciones sociales que económicas (Gibson, 2001). En este campo, podemos reconocer dos vertientes. Por un lado, la derecha conservadora en América Latina suele estar a favor del respeto del statu quo y de la defensa de sectores tradicionales de la sociedad, sintonizando con el poder de instituciones tutelares como la Iglesia Católica y los militares y con sus respectivas agendas (Gibson, 2001). Este tipo de derecha usualmente se alinea con la tradición social conservadora (de respeto a la “familia y sus valores”), así como a medidas “mano dura” cuando se trata de imponer el orden en el interior de un país (Wills-Otero, 2014). Por otro lado, la derecha liberal latinoamericana suele estar a favor de la garantía de derechos individuales tanto en lo social como en lo político, es decir rechaza el control que puedan ejercer poderes tradicionales sobre las relaciones sociales y políticas de los individuos. Es una derecha que no está enfrentada con la idea de “cambio” si este garantiza las libertades individuales y el respeto de los derechos civiles, políticos y humanos en general (Luna y Rovira, 2014).
Estas clasificaciones ideológicas pueden imbricarse con características sociológicas que influyen en sus estrategias para legitimarse ante la sociedad y, de esta manera, derivar en modelos de proyectos políticos distintos. Así, tenemos, por un lado, la defensa de la plataforma de derecha por parte de quienes se consideran enfrentados al establishment y, además, portadores de la “voluntad general del pueblo” (Rovira y Mudde, 2017), relacionándose con poderes emergentes (por ejemplo las iglesias evangélicas). De este modo se constituye una vertiente populista, que no casualmente es más afín a la defensa de valores conservadores en el plano moral. Por otro lado, tenemos una vertiente tecnocrática, basada en un estilo de relacionamiento social elitista que se articula alrededor del valor del criterio técnico para la toma de decisiones -en ello radica su apego a la modernidad- y que se relaciona con poderes influyentes (por ejemplo, empresariado y think-tanks) integradas al establishment que defienden. No casualmente, esta vertiente sintoniza con una agenda liberal en cuestión de valores. Es decir, se constituyen dos derechas que a pesar de que concuerdan en la dinámica de mercado como eje del manejo económico, se distinguen por su estilo de construir legitimidad social (populistas versus tecnocráticas) y por sus posiciones valóricas en lo social (conservadoras versus liberales, respectivamente).
Como ya se ha abordado teóricamente, populistas y tecnócratas tienen varios elementos en común: apoyan su legitimidad social en un presunto conocimiento especial (la capacidad de sintonizar con “el pueblo” y el criterio técnico, respectivamente) y propugnan una relación directa sin intermediarios entre sus decisiones políticas y sus beneficiarios (Bickerton y Accetti, 2017). No buscan la construcción de consensos o la mediación de organizaciones intermedias, sino un estilo que prescinde de la institucionalización partidarizada o de organismos de la sociedad civil. Cuando recurren a estos lo hacen en calidad de aliados circunstanciales; no establecen con ellos relaciones perdurables en el tiempo. En contextos de debilidad sistémica de los partidos políticos -como sucede en la región andina- (Mainwaring, Bejarano y Pizarro, 2006) no es casual que las expresiones de la derecha confluyan en ese cariz antiinstitucional.
Los estilos tecnocráticos y populistas no son necesariamente excluyentes. Pueden manifestarse bajo un mismo proyecto político “tecnopopulista” como fue el caso del gobierno de Rafael Correa en Ecuador (de la Torre, 2013) o el propio Alberto Fujimori en Perú en los noventas (Weyland, 1996). En términos contemporáneos -comparando los casos de Perú y Colombia-, se observa que tanto populistas (el fujimorismo y el uribismo) como tecnócratas (Peruanos por el Kambio y el santismo) son altamente personalistas y emplean mecanismos fácticos para ejercer el poder -aunque defiendan agendas sociales y políticas distintas (Meléndez, 2014). Las diferencias sustantivas -como se verá más adelante- recaerán en las consecuencias de sus estrategias: los populistas han sido capaces de forjar identidades políticas y los tecnócratas de plantear reformas institucionales. A pesar de tener una génesis común (en las reformas de ajuste), las divergencias sociológicas y valóricas las terminan apartando, al menos en el caso peruano Ver (cuadro 1).
Los orígenes: las reformas de ajuste de los años 90
Alberto Fujimori se lanzó por primera vez a la presidencia de Perú en 1990. Para ello formó un movimiento independiente denominado Cambio 90, originalmente con apoyo de iglesias evangélicas y asociaciones de pequeños empresarios (Gutiérrez, 2000). Si bien su programa de gobierno era opuesto a las reformas de ajuste -que proponía el liberal Mario Vargas Llosa, en aquél entonces candidato presidencial de la coalición de derecha FREDEMO-, una vez en el poder terminó imponiendo esta agenda dentro de sus políticas públicas (Vargas Llosa, 1993). A falta de un plan sólido y un equipo de especialistas propio, prefirió adoptar las recetas de las multilaterales para enfrentar un país en una de sus más severas crisis económicas (Crabtree, 1999). Ello le condujo a un cambio en su entorno de allegados y a la conformación de un nuevo equipo en el que sobresalían economistas liberales influenciados por el pensamiento del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, a pesar de que inicialmente Fujimori tuvo muchas dudas respecto a la idea de la supremacía del mercado (Murakami, 2007). El debutante presidente no endosaba ninguna preferencia ideológica, pero terminó aceptando las propuestas de reforma promercado y permitiendo el ingreso, primero, y la legitimación, después, de una clase tecnocrática en las altas esferas de la toma de decisiones en el país.
Perú, a inicios de los noventa, también enfrentaba una complicada situación en el campo de la seguridad interna. Los movimientos subversivos Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) habían iniciado un duro enfrentamiento armado contra el Estado peruano. En materia de defensa interna, Fujimori también asumió un plan radical diseñado originalmente por las Fuerzas del Orden, que habían respondido al accionar terrorista sin medir las consecuencias, vulnerando reiteradamente los derechos humanos de miles de ciudadanos (CVR, 2004). Aplicó una estrategia de “mano dura” -declaraciones de estados de excepción, militarización de la población civil en zonas rurales y uso excesivo e ilegal de servicio de inteligencia- que permitió vencer militarmente a los subversivos. Sin embargo, durante su gestión se llevaron adelante cruentas estrategias militares -por ejemplo, “escuadrones de la muerte” para eliminaciones selectivas- que terminaron por quebrar el Estado de derecho, ya afectado por las declaratorias de emergencia. El cierre del Congreso y del Poder Judicial -denominado “auto-golpe”- terminó por dar un giro antidemocrático a las políticas del naciente fujimorismo, pero que fueron toleradas por el ala tecnocrática, debido a la popularidad de las mismas (Murakami, 2000).
La recuperación económica y la victoria militar sobre SL y el MRTA le otorgó al fujimorismo -y a su composición tecnocrática y populista- legitimidad para erigirse como la representación dominante de la derecha peruana (Murakami, 2007). En las elecciones generales de 1995 la candidatura alterna de derecha -Javier Pérez de Cuéllar de UPP- alcanzó el 21.81%, muy lejos de evitar una victoria en primera vuelta del candidato presidente, quien obtuvo el 64.42%. Ninguna fuerza política de centro-izquierda o izquierda fue capaz siquiera de presentar candidaturas presidenciales competitivas durante la década del dominio fujimorista. En términos electorales el fujimorismo continuó dominando la arena política hasta el 2000.
En los últimos años de la década de 1990, la revelación de actos de corrupción, de abusos y crímenes a los derechos humanos, de empleo clientelar de políticas sociales, entre otros, fue restando legitimidad a la dimensión populista del fujimorismo (Cotler y Grompone, 2000). La “mano dura” fue perdiendo confianza ante la creciente desaprobación pública, aunque aún así Fujimori obtuvo una re-reelección en el 2000, pero en medio de un ambiente de polémica y acusaciones de fraude (Rospigliosi, 2000). A pesar de ello, se mantuvo el consenso sobre las políticas económicas dominantes. La división principal entre las candidaturas electorales se superponía entre el eje autoritarismo/democracia. Por ejemplo, el más recalcitrante opositor al fujimorismo, Alejandro Toledo (del movimiento independiente Perú Posible) prometió en campaña construir el “segundo piso” del fujimorismo, en lo referido a las políticas económicas (Tanaka, 2004). La caída de Alberto Fujimori se explica, entonces, por la pérdida de legitimidad de la dimensión populista de su proyecto, mas no de su dimensión tecnocrática, que sobrevivió.
La ruptura entre tecnocráticos y populistas
Las elecciones de 2001 resultaron un intento de recomposición de la arena política sin la presencia del fujimorismo que había sido sancionado y excluido de la transición. Ninguna de las candidaturas presidenciales de esta campaña puso en duda el modelo económico establecido por Fujimori durante los noventa, lo cual confirma su sólida legitimidad social (Kenney, 2003). Con el consenso alrededor del respeto a las políticas económicas heredadas del fujimorismo se inició un periodo transversal a gobiernos calificado como de “piloto automático”: mantenimiento de las políticas macroeconómicas y disputas menores sobre el nivel de profundización de las políticas sociales (Vergara y Encinas, 2016). En cambio, la dimensión populista no tuvo herederos exitosos. La pacificación consolidada difuminó cualquier posible atractivo de “mano dura” y el retorno al pluralismo democrático a partir de 2001 debilitó a sectores reaccionarios. Incluso quienes, manteniendo el alineamiento en la derecha económica, justificaban los “excesos” en materia de lucha contra la subversión criticaron el autoritarismo fujimorista. Es el caso de Unidad Nacional, coalición de derecha conservadora (en lo social), que giró en torno al PPC entre el 2001 y el 2006, y que fue un intento de articular una derecha tecnocrática y conservadora bajo una sola propuesta. En 2001 su candidata presidencial Lourdes Flores Nano obtuvo el 24.3% de los votos, y en 2006 el 19.98%. En ninguno de los casos fue lo suficiente para pasar a segunda vuelta.
El fujimorismo retornó con candidato propio en 2006. Martha Chávez(2) obtuvo el 7.4% de los votos, con un discurso reivindicativo del populismo practicado por su líder, en ese momento procesado por la justicia. Pero dicha candidatura no logró traer de vuelta la vertiente tecnocrática, que se había reacomodado detrás de las candidaturas de Unidad Nacional e inclusive del APRA, que se encontraba en pleno giro de posiciones socialdemócratas de las últimas décadas del siglo XX a posturas de mercado en el siglo XXI. Pero las dos derrotas consecutivas de Flores (y del PPC) tampoco permitieron el intento articulador de esas dos derechas de tener éxito. Fuera del protagonismo en la arena electoral, Flores decidió, para las elecciones de 2011, pactar con Pedro Pablo Kuczynski(3) y así, consolidar la vertiente tecnocrática fuera del alcance del fujimorismo tradicional.
Del 2006 en adelante, podemos observar el resurgimiento del fujimorismo como representante de una derecha popular (por su enraizamiento en sectores de ingresos bajos) y la reconstitución de una derecha tecnocrática (por el perfil de sus principales cuadros) bajo el soporte político de Kuczynski. Respecto al fujimorismo, los resultados electorales de 2006 le permitieron una representación importante en el congreso (13 de 120 parlamentarios), encabezada por Keiko Fujimori, hija del expresidente y exprimera dama, quien fuera la candidata a ser la congresista más votada ver (gráfico 1). Para el 2011 y el 2016 el movimiento fujimorista entró en una etapa de consolidación bajo dicho liderazgo. De hecho, el primer paso fue fundar una organización política permanente, a diferencia de la tradición volátil de Alberto Fujimori. Así, el fujimorismo buscó migrar -en el discurso- hacia posiciones más democráticas y cuestionadoras del autoritarismo de los noventa. Coherente con este “giro”, Keiko Fujimori fue retirando paulatinamente de su agrupación a políticos de la primera generación del fujimorismo que habían estado notoriamente asociados con el gobierno de su padre. A pesar de este cambio en el discurso, el electorado fujimorista mantuvo sus posiciones reaccionarias respecto a la reivindicación militar de la derrota contra SL y el MRTA, y a la justificación de políticas antidemocráticas (por ejemplo, el “auto golpe” de abril de 1992) (Sosa, 2016), aunque en el discurso señalaron que el cierre del Congreso en 1992 fue una “medida excepcional”. De ninguna manera, eso sí, pusieron en duda el legado en lo económico. Su trabajo de base privilegió a sectores emergentes tanto de Lima como del interior del país, sobresaliendo los cuadros procedentes de nuevas burguesías provincianas.
El fujimorismo no tuvo el mismo éxito al intentar aglutinar la tecnocracia heredera de las reformas de ajuste. Los amplios niveles de autonomía de los técnicos y funcionarios públicos especializados permitieron a la élite tecnocrática migrar de partidos y así colaborar con distintas gestiones, incluyendo la de Ollanta Humala, la más “anti-establishment” (Dargent, 2014). El fortalecimiento e independencia de la tecnocracia devino en un proyecto político que, por primera vez, hizo el mayor esfuerzo cohesionador de esta élite. Las candidaturas de Kuczysnki en 2011 y 2016 y la construcción del partido Peruanos por el Kambio pueden entenderse como la representación política más genuina de la tecnocracia formada en el sentido común del ajuste y que no fueron políticamente incluidas por el fujimorismo en su etapa de formalización. Sin embargo, no llegaron al nivel organizativo con arraigo social sostenido, como por ejemplo el caso del PRO en Argentina (Vommaro, 2017). Al llegar a los comicios de 2016, los resultados dieron cuenta del predominio de la derecha en el Perú, y asimismo la ramificación de sus dos versiones más notorias: la tecnocrática bajo la candidatura de Kuczynski y la populista bajo la candidatura de Keiko Fujimori. En los últimos años, el debate sobre posiciones liberales y conservadoras en torno a valores sociales terminaría por endurecer y distanciar a estas dos vertientes.
La división entre liberales y conservadores
En la última década, los temas morales han cobrado relevancia a nivel global y regional, y obviamente han tenido un impacto en el Perú. El activismo de parte de minorías que propugnan un Estado de derecho que garantice igualdad y atienda sus reivindicaciones ganó la atención de la opinión pública en América Latina, aunque con un impacto desigual (Corrales, 2017). Por ejemplo, diversas organizaciones LGBTI han alzado el emblema de la unión civil entre parejas de un mismo sexo como una exigencia para los gobiernos. El movimiento feminista desbordó la problemática de las mujeres, desde la protesta contra la violencia sexual hasta el reconocimiento igualitario en diversas esferas de la vida pública y privada. Colectivos ciudadanos a favor del uso medicinal y recreacional de la marihuana suman a esta agenda postmaterial en auge en nuestras sociedades. Esta ola progresista generó una reacción de sectores conservadores, teniendo a las iglesias -católica y evangélica- como principal contrapeso. Estas organizaciones eclesiales aprovecharon su posición en la sociedad para contrarrestar con mensajes tradicionales amparándose en su fe, pero también han promovido movimientos de feligreses llevando, por ejemplo, los emblemas de “la protección de la familia tradicional”, la ilegalidad del aborto bajo cualquier motivo e inclusive la educación pública en materia sexual. Si se quiere, estamos ante un episodio más de la larga historia de un clivaje social asentado entre los defensores de un Estado laico y de quienes promueven la religión como patrón estructurante de la convivencia social (Middlebrook, 2000).
En el caso de Perú, la Iglesia Católica ha jugado un rol protagónico en la defensa de los valores tradicionales. El exarzobispo de Lima (1999-2019) y numerario de la orden del Opus Dei, Juan Luis Cipriani, trasladó sus funciones eclesiales a la esfera pública y no tuvo reparos en buscar influencia política para proteger la agenda conservadora de su institución, a lo largo de los gobiernos de Fujimori, Toledo y García, principalmente. Algunos especialistas lo consideran un actor político influyente (Pásara, 2010), como evidencia el recuento de su trayectoria. Durante los ochenta, como Arzobispo de Ayacucho, fue crítico de las organizaciones de derechos humanos (CVR, 2004). En los noventa, asesoró a autoridades civiles y militares en la activación de grupos de autodefensa civil organizados por las fuerzas armadas para luchar contra la subversión (Pásara, 2010). Asimismo, colaboró con Fujimori en momentos críticos, como cuando medió en el secuestro masivo que ejerciera el MRTA en la residencia de la embajada de Japón en Lima (Murakami, 1996). Más recientemente, en la última década de su gestión eclesial, fue promotor de “las marchas por la vida”, las más importantes movilizaciones callejeras en Perú, en defensa de los valores tradicionales, para equilibrar la ola liberal que recorría el continente. Su capacidad de convocatoria se reflejó en la participación activa de figuras políticas de partidos de derecha en estas movilizaciones, no casualmente vinculados al PPC y al fujimorismo. Tanto la elaboración de discurso justificativo de la vulneración a los derechos humanos en los noventa (Pásara, 2010) como la promoción de la movilización social alrededor de los valores conservadores familiares en la última década, le permiten sintonizar con la dimensión populista de este sector político, como se detalla en las secciones anteriores.
Las iglesias evangélicas también han tenido una mayor exposición en la agenda pública precisamente a partir de la defensa de los valores conservadores como ejes de organización de la sociedad. Como se señaló, la primera incursión evangélica en política nacional, de manera orgánica, fue al apoyar la candidatura de Alberto Fujimori en 1990. Luego de ello, se pueden identificar al menos dos intentos significativos más. En 2005, varias iglesias evangélicas decidieron crear el partido político Restauración Nacional, bajo el liderazgo del pastor Humberto Lay. Según cifran en sus programas de gobierno, adoptan ideológicamente el “conservadurismo social” y el “evangelismo”. En las elecciones generales de 2006 obtuvieron el 4.4% de los votos válidos, suficientes para pasar la valla electoral y tener un escaño en el congreso nacional. En esos mismos comicios, otro partido evangélico, Reconstrucción Democrática, debutó con menor suerte. Sin embargo, entre ambas agrupaciones consiguieron una cifra inédita de 93 candidatos evangélicos al parlamento (Julcarima 2008).
En las elecciones de 2011, Restauración Nacional integró la coalición de derecha Alianza por el Gran Cambio, cuyo candidato presidencial fue Kuczynski. Dicha articulación giraba en torno a otro partido conservador, el PPC. La diversidad ideológica en el interior de esa alianza en materia de asuntos morales hizo que el congresista evangélico elegido, Humberto Lay, se apartara del pacto una vez finalizada la lid electoral. Desde entonces, resulta clave notar que las empresas políticas evangélicas, como la liderada por el pastor Julio Rosas, tendieron a migrar sobre todo a opciones políticas de corte populista, en su relación con el electorado, como Fuerza Popular y Alianza para el Progreso, distanciándose así de alternativas de derecha más institucionalistas y liberales (como sería unos años más tarde Peruanos por el Kambio), y, sin lugar a dudas, de opciones de izquierda progresista. Este más reciente endurecimiento de posiciones conservadoras de un sector evangélico está influenciado por la nueva derecha evangélica norteamericana que apoyó la candidatura de Donald Trump (Pérez, 2017).
De esta manera quedan engranadas dos ramas de la derecha en Perú. Por un lado, una vertiente populista-conservadora y, por otra, una vertiente tecnocrática-liberal. Estas composiciones son autónomas de la formación partidaria de Fuerza Popular y de Peruanos por el Kambio que, respectivamente, terminan representando estas agendas en las elecciones de 2016. Se trata de dos campos políticos cohesionados además en torno a sustratos de clase social, más popular y de bajos ingresos en el primer caso, y más elitista en el segundo. Las dimensiones socioculturales (populistas conservadores, por un lado, y tecnócratas liberales, por otro) se refuerzan y entrelazan al punto que se erigen dos campos excluyentes. Queda muy poco espacio, en este sentido, para un sector populista liberal o para un tecnócrata conservador, a pesar de los intentos frustrados del PPC, en el último caso. Así, la derecha que originalmente partió conjunta en las reformas de mercado de la década de 1990 terminó dividida en un clivaje político que diera forma a una capa política superior en las elecciones de 2016: las identidades fujimoristas (sobre la base populista conservadora) y las identidades antifujimoristas (sobre la base tecnocrática liberal) (Cyr y Meléndez, 2015).
Evidencia en la opinión pública
Si bien es cierto los partidos políticos peruanos no cumplen con resolver problemas de acción colectiva (por lo tanto tienen un débil enraizamiento social), sí logran construir atajos cognitivos para atraer al electorado que sintoniza con sus respectivas marcas partidarias. Por ejemplo, para el análisis de la ubicación ideológica de la ciudadanía peruana, empleo como principal instrumento de medición la escala convencional del 1 al 10 (donde 1 es izquierda y 10 es derecha). Si bien en algunos países un porcentaje importante de encuestados no se reconoce en esta medición, en Perú el porcentaje de “No saben, no responden” es de 14.3%, menor al 18.6% de promedio latinoamericano según el Barómetro de las Américas. Este eje, además, en el caso peruano está estadísticamente relacionado con factores económicos como responsabilidad del Estado en materia de bienestar de la población, rol del Estado versus sector privado en la generación de empleo y el bienestar social y de salud. Es decir, esta escala es un eficiente discriminador de posiciones “de izquierda” y “de derecha” en materia de asignación de responsabilidades sobre la economía y el bienestar social al Estado (izquierda) o al mercado (derecha) (Zeichmeister, 2015). Tomando en consideración la funcionalidad de este instrumento, se procede al análisis respectivo sobre la opinión pública peruana.
En primer lugar, se evidencia el desplazamiento ideológico del Partido Aprista Peruano desde posiciones socialdemócratas en la década del noventa hasta ubicaciones de derecha en años recientes. El promedio en este eje -interrogado por Encuesta Mundial de Valores- manifiesta el traslado desde la ubicación 5.1 en la ola aplicada en 1996 a la posición 6.4 en la ola aplicada en el 2012. En las olas intermedias se puede apreciar el cambio paulatino (5.6 en 2001 y 6.0 en 2006) coincidente con el giro programático de Alan García y sus principales dirigentes. Las diferencias de medias grafican la relevancia estadística de dicha evolución (ver gráfico 2).
En segundo lugar, los datos disponibles revelan una autopercepción permanente entre los simpatizantes del fujimorismo -entre 1996 y el 2012- alrededor de la posición 6.0 en la escala de diez puntos (ver gráfico 3). Si bien en la encuesta aplicada en 2001 aparece en la posición de 3.5, estamos ante una excepción explicada por la coyuntura de ese año. Alberto Fujimori había renunciado a la presidencia, se había refugiado en Japón, el fujimorismo había sido excluido de la transición y solo el 0.9% de los encuestados se reconocían como seguidores de este movimiento. Durante el periodo de 1996 y 2002, el fujimorismo representa permanentemente la derecha (ubicación 6.1 en 1996, 6.1 en 2006 y 5.6 en 2012), con ascendencia especialmente entre los sectores populares. Modelos logísticos para identificar la relación entre nivel de ingreso y las simpatías por el fujimorismo, especialmente en contextos electorales (ver anexo 2, modelo 5), evidencian la significativa relación entre esta fuerza política y los encuestados de menos ingresos.
En el 2011, el fujimorismo era una opción nítidamente de derecha, incluso a pesar de la emergencia de Peruanos por el Kambio, cuyos seguidores, ideológicamente, no se distinguían del promedio nacional. Esta situación se invierte en el 2016, cuando los electores, en primera vuelta, de la opción liderada por Kuczynski se posicionan más a la derecha que los electores fujimoristas. Sin embargo, los fujimoristas se mantienen notoriamente más a la derecha que el promedio del país. A continuación se presenta la autoubicación ideológica en el continuo descrito, entre los electores peruanos consultados en el 2012 (teniendo como referencias las opciones electorales de 2011) y en 2016 (teniendo como referencias las opciones electorales de ese año). Así, según las opiniones recolectadas por la sexta ola de la encuesta mundial de valores, la autoubicación ideológica entre los electores del fujimorismo promedia 6.5 en la escala mencionada, con diferencias significativas estadísticamente respecto a los electores de Peruanos por el Kambio (5.6) y con respecto a la alternativa de izquierda (4.9) (ver gráfico 4). Modelos logísticos para identificar los predictores de las preferencias electorales corroboran la ascendencia del fujimorismo entre los de menores ingresos y de PpK entre los de mayores ingresos (ver anexo 2 modelo 5 y anexo 1-modelo 1, respectivamente).
Los datos del Barómetro de las Américas (2016) ratifican el posicionamiento de los electores de Keiko Fujimori (fujimorismo) y de Kuczynski (PpK) en el campo ideológico de la derecha, aunque en esta oportunidad es este último candidato quien atrae a un electorado ligeramente más a la derecha (posición 5.7) en comparación con Fujimori (posición 5.5) y considerando el promedio nacional (posición 5.4) (ver gráfico 5). Nuevamente, modelos logísticos respectivos reafirman la predilección de los sectores de menores ingresos que favorecen al fujimorismo y los de sectores de altos ingresos que prefieren a Kuczynski (ver anexo 1). Estamos, pues, ante dos derechas cuyos seguidores coinciden programáticamente en materia económica, aunque con respaldos de clases sociales distintas: el fujimorismo más popular entre los de menores ingresos; los seguidores de Kuczynski, entre los de más ingresos. Pero tanto Fuerza Popular como Peruanos por el Kambio dominan el campo de derecha y, a pesar de no constituir partidos institucionalizados, han logrado distinguirse del resto de opciones (como GANA Perú en el 2011, ver gráfico 4). Es decir, sus marcas partidarias constituyen eficientes atajos cognitivos sobre sus posiciones ideológicas, a pesar de su debilidad orgánica (Meléndez, 2019).
A nivel de valores sociales, la sociedad peruana en general, y los seguidores del fujimorismo en particular, han evolucionado muy poco sus posiciones, si tomamos como muestra las posiciones frente al matrimonio de personas del mismo sexo y frente al aborto. Por ejemplo, en diez años, entre 1996 y 2006, la posición de los seguidores del fujimorismo se ha mantenido adversa a la unión entre dos personas de un mismo sexo. Empleando la Encuesta Mundial de Valores, en una escala del 1 al 10, donde 1 “nunca se justifica” y 10 “siempre se justifica”, el promedio entre los fujimoristas es de 3.2 en 1996 y 3.4 en el 2006, aunque las diferencias de medias no son significativas (ver gráfico 6). Respecto a la justificación del aborto, en esta misma escala, el rechazo de los fujimoristas se ha mantenido entre 1996 (2.3) y 2006 (2.4), pues las diferencias de medias expresan que no hay significancia estadística entre ellas (ver gráfico 7). En dos décadas distintas, los simpatizantes del fujimorismo han mantenido prácticamente incólumes sus posiciones conservadoras.
Dado que Peruanos por el Kambio es una organización relativamente reciente, la evidencia de opinión pública nos permite ver la diferencia entre sus seguidores y el resto de encuestados en solo un momento en el tiempo. Empleando la información del Barómetro de las Américas (2016), identificamos el nivel de aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo entre quienes manifestaron haber votado por Keiko Fujimori en las elecciones del 2016 y quienes respondieron haber favorecido a Kuczynski. En una escala del 1 al 10 (donde 1 es máxima desaprobación y 10 es máxima aprobación), los electores del fujimorismo promedian 3.1, mientras que los pepekausas promedian 3,5. Las diferencias de medias entre ambos grupos indican que se trata de distancias estadísticamente significativas. Si bien ambos grupos son conservadores frente a este tema, el elector de Kuczysnki es definitivamente menos conservador que el elector de Fujimori, y ligeramente menos conservador que el promedio del país (3.3). En una sociedad conservadora como la peruana, los seguidores de Kuczynski se caracterizan por serlo menos, marcando así distancias con la derecha fujimorista que es más conservadora que el promedio nacional (gráfico 8). Modelos logísticos indican que el apoyo a asuntos liberales como el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo es mayor entre las personas de mayor ingreso y mayor nivel educativo, independientemente de su posición ideológica (no mostrados). Este tipo de evidencia permite afianzar la conexión clasista entre la derecha populista-conservadora (más frecuente entre las clases populares) y la derecha tecnocrática-liberal (más proclive entre los de mayor ingreso y los de mayor nivel educativo) (ver anexo 1 y anexo 2). Presumiblemente, son las razones de clase las que sirven de pegamento en la formación del clivaje descrito.
Conclusiones
En el presente artículo se ha sostenido que la derecha peruana, originalmente cohesionada a partir de las reformas de ajuste emprendidas por el gobierno de Alberto Fujimori en la década de 1990, se ha bifurcado en dos ramas distintas y distantes: una populista-conservadora -expresada en el fujimorismo actual- y otra tecnocrática-liberal -que se manifestó recientemente en el surgimiento de Peruanos por el Kambio.
En el texto se plantea que, por el estilo de legitimación social, las opciones de clasificación de la derecha podrían ser “populista” o “tecnocrática”. La primera sustenta su legitimación en una presunta representación del pueblo (por oposición al establishment) que, según quienes la practican, solo ellos son capaces de interpretar. La segunda sustenta su legitimación en el conocimiento especializado técnico (por oposición a las demandas populares). Por sus posiciones en materia de valores morales, las opciones de clasificación de la derecha podrían ser “liberal” o “conservadora”. La primera postula la representación de valores posmateriales como la libertad de elegir sobre preferencias sexuales o maternidad. La segunda presenta la influencia de la religión sobre la definición de los derechos y libertades individuales.
Teóricamente, existen cuatro combinaciones posibles si consideramos esta doble clasificación. Originalmente, el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000) comulgó con los criterios tecnocráticos y populistas bajo un solo proyecto autoritario, como ha demostrado la literatura especializada (Weyland, 1996; Roberts, 1995), fortaleciendo así una derecha favorable a las reformas de mercado, frente a un pasado dominado por la intervención del Estado en la economía. En cuanto al eje de valores morales, durante el gobierno de Fujimori, estos no eran tan importantes en la agenda pública como lo son en la agenda contemporánea. Ello le permitió, al entonces presidente, ser pragmático en el campo valórico, incluso apoyando temas liberales, vanguardistas para la época, como las políticas de empoderamiento de la mujer en materia política y la inclusión de cuotas de mujeres para la representación parlamentaria (Blondet, 2002). Asimismo, llevó adelante políticas de control de la natalidad que, si bien es cierto fueron laureadas internacionalmente (Villegas, 2017), también habrían atentado con la libertad de decisión de un sector de mujeres. En cualquier caso, el fujimorismo primigenio representó una derecha de doble legitimidad social (tecnocrática y populista) y pragmática en materia de valores morales, cuando la agenda posmaterial aún no era relevante para las mayorías preocupadas por asuntos de carácter más materialista (lucha contra la pobreza, programas sociales, etc.) (Murakami, 2000).
La caída del régimen fujimorista, en el año 2000, también significó la bifurcación excluyente de la derecha en estos dos caminos presentados en el texto. Por un lado, no ha existido un liderazgo que haya logrado articular las diferencias de clase existentes entre quienes respaldan la vertiente tecnocrática y la populista. Por otro, la relevancia que ha tenido en los últimos años la agenda posmaterial, a pesar del conservadurismo promedio de la sociedad peruana, ha afianzado más las divisiones. Si bien se han dado intentos por una derecha tecnocrática-conservadora (PPC bajo el liderazgo de Lourdes Flores y su alianza Unidad Nacional), esta no ha logrado vencer la doble división populista-conservadora/tecnocrática-liberal, cuyas dimensiones se retroalimentan y refuerzan al punto de dar consistencia a un clivaje político tan potente que puede ser independiente de sus representaciones políticas y electorales más coyunturales. Ver (cuadro 2)
Tipos de derecha | Liberal | Conservadora |
Populista | -- | Fujimorismo (post-2000) |
Tecnocrática | Peruanos por el Kambio | PPC (Unidad Nacional) |
Fuente: elaboración propia.
No debe olvidarse que los partidos políticos en Perú no son organizaciones enraizadas socialmente (Levitsky y Cameron, 2003). Ello no significa, empero, que no existan divisiones políticas perdurables, como la escisión en la derecha que se ha explicitado. En este texto no se ha explorado el campo de la izquierda, pero en su estudio podría encontrarse un clivaje sustentado en divisiones de clase. El fujimorismo del siglo XXI solo logró mantener ascendencia en una de las vertientes (popular-conservadora) y permitió que la otra (tecnocrática-liberal), originalmente en sus fueros, fuese ganada por sus opositores políticos. No es casual que la división política fujimorismo/antifujimorismo haya fraccionado también al campo de la derecha peruana. Si bien la élite tecnocrática-liberal no había sido fundamentalmente antifujimorista (Kuczynski apoyó a Keiko Fujimori en la segunda vuelta de las elecciones del 2011, por ejemplo), la dinámica electoral del 2016 -especialmente disputada por el balotaje entre dos candidaturas de derecha- condujo al endurecimiento de posiciones antifujimoristas en este campo liberal de la derecha. La nitidez con la que se expresan las identidades fujimorista y antifujimorista se debe, en parte, a que se sustentan sobre este clivaje. Evidentemente, el antifujimorismo abarca un espectro más amplio, sobre todo en la izquierda.
La polarización política entre antifujimorismo y fujimorismo -que tiene detrás varias capas estructurales, como se ha visto- tuvo un correlato institucional en el conflicto entre poderes (un parlamento dominado por el fujimorismo y el Ejecutivo pepekausa) que terminó con la salida anticipada de Kuczysnki, quien renunció a la presidencia frente al avasallamiento de la mayoría legislativa fujimorista. La derecha, a pesar de haber sido la ganadora de los últimos procesos electorales, terminó dividiéndose de manera irreconciliable. Aunque programáticamente en términos de políticas económicas comparten un sentido común, sus diferencias de clase y de valores ha llevado a estas dos vertientes por caminos cada vez más distantes. El apresamiento preventivo -debido a presuntos delitos de corrupción- de los principales candidatos presidenciales del 2016, Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski, que representaron electoralmente estas divisiones no significa la desaparición del clivaje político. Lo más probable es que, precisamente por la dificultad de la dinámica política peruana de asentarse en partidos orgánicos y enraizados sociales, estas dos derechas vuelvan a encontrarse como protagonistas coyunturales.