Introducción
A diferencia de varios países de América Latina, Chile se caracteriza por tener partidos políticos de derecha establecidos que son competitivos en la arena electoral. Esto es particularmente cierto si se toman en consideración los procesos electorales más recientes. Desde la elección presidencial de 1999 en adelante, la derecha ha tenido suficiente fuerza para provocar la realización de balotajes entre su candidato y el de la centroizquierda. A su vez, tanto en 1999 como en 2017 la población eligió un presidente de centroderecha (Sebastián Piñera). Si bien es cierto que la existencia de partidos de derecha estables es un rasgo histórico del sistema político chileno (Correa Sutil, 2004), es importante tener en mente que en el periodo post-transición la derecha chilena ha sufrido importantes transformaciones, sobre las que existe muy poca investigación y, por lo tanto, este artículo busca ofrecer una visión panorámica sobre la evolución de la derecha chilena desde la transición democrática en 1989 hasta hoy.
El argumento principal que defiende este artículo es que la derecha chilena ha sufrido un significativo proceso de adaptación programática en las últimas dos décadas. Gran parte de esto se explica por las transformaciones de la sociedad chilena. A medida que esta última se ha ido tornando cada vez más liberal en términos morales y que ha ido presionando por un mayor rol del Estado en la generación de bienestar, la derecha se ha visto en la obligación de repensar su agenda programática. De hecho, el aumento de la competitividad electoral de la derecha chilena guarda directa relación con su aclimatación a las demandas de la ciudadanía y, por lo tanto, a su gradual distanciamiento de una agenda inicialmente marcada por una defensa irrestricta del libre mercado. Como veremos más adelante, este proceso de adaptación programático es llamativo en perspectiva comparada.
A modo de ilustración, cabe indicar que el primer gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014) no solo elevó los impuestos a las empresas para facilitar la reconstrucción del país producto del terremoto de 2010 y redujo la tasa de interés que un gran número de estudiantes paga por el crédito de acceso al sistema universitario (Fairfield y Garay, 2017), sino que también implementó un programa posnatal financiado por el Estado que cubre la remuneración de las mujeres durante seis meses (Niedzwiecki y Pribble, 2017). En su segundo gobierno, recién iniciado en marzo de 2018, se comprometió a mantener -e incluso expandir- la política de gratuidad para la enseñanza terciaria implementada por la administración anterior y recientemente aprobó una ley a favor de la comunidad transgénero que permitirá el cambio tanto de nombre como de sexo en las actas de nacimiento de adultos y menores entre 14 y 18 años, siempre que cuenten con autorización parental y/o judicial.
Tal como indican estos ejemplos, frente a ciertos temas la derecha chilena ha mostrado una capacidad de acomodación ideológica importante, de manera que si bien no resulta insensato postular que ha experimentado un gradual proceso de transformación programática, esto no implica que la derecha esté dispuesta a transar los pilares del modelo neoliberal; más bien ha ido modificando sus posturas en ciertas temáticas al tiempo que sigue defendiendo el mantenimiento del statu quo en otras áreas (v.g. conservación tanto del sistema previsional privado como de leyes laborales que favorecen al empresariado). Por ello los eventos arriba mencionados no reflejan que la derecha chilena esté repensando la totalidad de su ideario, más bien indican un pragmatismo frente a determinados temas. Sin embargo, la transformación programática de la derecha chilena ha dejado a un segmento del electorado en estado de orfandad, que puede ser politizado por una nueva fuerza de derecha populista radical, conllevando así la fragmentación de la centroderecha en un futuro cercano. En efecto, el sistema electoral introducido en 2015 favorece este escenario, en cuanto las nuevas reglas del juego son más proporcionales que el antiguo sistema binominal que potenciaba la conformación de dos bloques políticos (Gamboa y Morales, 2016).
El principal objetivo de este artículo es ofrecer un análisis detallado de la evolución de la derecha chilena post-transición. Se trata de un estudio de caso que, al incluir una revisión temporal, busca incorporar una dimensión comparada de tipo diacrónico (Gerring, 2004). Su relevancia radica en que la derecha chilena es un ejemplo emblemático de la adopción de posturas tanto neoliberales como conservadoras en términos morales. En ese sentido, demostrar que se han ido moderando estas posturas representa un hallazgo importante para comprender este caso en particular y reflexionar también de manera más general sobre el tipo de derecha que eventualmente se está tornando más competitiva en la arena electoral de América Latina. En términos metodológicos, más allá de una revisión bibliográfica del objeto de estudio, se recurre a datos descriptivos provenientes de dos fuentes. Por un lado, se muestran datos de la Encuesta Mundial de Valores para revelar la evolución de la opinión pública chilena frente a diversos temas que forman parte de la distinción entre derecha e izquierda. Por otro lado, se presentan datos del así llamado “Manifesto Project” que permiten observar la variación de las posturas defendidas por la derecha chilena en sus campañas electorales y comprobar hasta qué punto y en qué áreas se puede notar un proceso de adaptación programática.
Esta contribución se divide en cuatro apartados. En primer lugar, se realiza una breve introducción sobre la derecha chilena post-transición que da cuenta de sus características principales y así ofrecer una mirada sobre su desempeño electoral desde 1989 en adelante. A continuación, se revisan datos de opinión pública para examinar la evolución de la opinión de la ciudadanía chilena frente a dos asuntos que son centrales para la derecha, a saber, el rol del Estado en la economía y temas morales. Después de esto, el ángulo de análisis cambia hacia los partidos de derecha y se revisa la variación de sus posturas en los programas de gobierno elaborados para las campañas presidenciales de 1989 a 2013. El último apartado se focaliza en la explicación de la moderación programática chilena y el impacto de este proceso para su futuro electoral. Particular énfasis se pone en la elección presidencial de 2017 que estuvo marcada no solo por el triunfo de Sebastián Piñera y la emergencia de un nuevo conglomerado de izquierda (el Frente Amplio), sino también por la irrupción de fuerzas de derecha liberal (Evópoli) y radical (José Antonio Kast), lo cual demuestra que existen conflictos internos que provocarán, probablemente, la fragmentación de la centroderecha chilena en un futuro cercano.
La derecha en el Chile post-transición
El plebiscito llevado a cabo el 5 de octubre de 1988 marcó el hito a partir del cual Chile se aleja del autoritarismo y se ponen los cimientos para la consolidación del régimen democrático (Rovira Kaltwasser, 2007). Para entonces la ciudadanía chilena tenía que decidir entre prolongar la dictadura de Augusto Pinochet ocho años (opción sí) o poner fin al régimen autoritario y convocar al año siguiente a elecciones democráticas tanto para el poder ejecutivo como para el legislativo (opción no). Si bien es cierto que el apoyo del 56% del electorado a la opción “no” representó una dura derrota para Pinochet(1), no hay que pasar por alto que un poco más del 40% de la población votó por la perduración del régimen militar. Este no es un dato menor, porque refleja que existía un nivel de apoyo bastante importante hacia la figura de Pinochet y las reformas implementadas durante su mandato con el apoyo de la derecha tradicional y un grupo de tecnócratas a favor del libre mercado (Godoy, 1999; Huneeus, 2000).
En efecto, el plebiscito de 1988 dio vida a un clivaje que ha estructurado el sistema político chileno post-transición (Tironi y Agüero, 1999; Torcal y Mainwaring, 1997), al menos hasta entrado el siglo XXI(2). Por un lado, se dio vida a un bloque de centroizquierda que -con la salvedad del Partido Comunista- abarcaba todos los partidos políticos que se opusieron a la dictadura, incluyendo a la Democracia Cristiana, lo cual permitió la emergencia de una alianza política peculiar en perspectiva comparada. En efecto, los partidos demócrata-cristianos usualmente son considerados como de centroderecha y por lo mismo tienden a mantener una difícil relación con las fuerzas de centroizquierda (Kalyvas y van Kersbergen, 2010). Por otro lado, se estableció un bloque de centroderecha que aglutinaba a todas las fuerzas políticas que estaban a favor del régimen militar y que, por ello, se presentan como continuadoras del modelo neoliberal implantado por Pinochet. Bastante se ha escrito sobre el bloque de centroizquierda, que experimentó un proceso de aprendizaje político y moderación ideológica durante los años de 1980 que conllevó la aceptación del modelo de libre mercado y la adopción de una política de cambios graduales de 1990 en adelante (e.g. Garretón, 1992; Roberts 1998, 2011). No en vano, esta coalición de partidos de centroizquierda ha sido catalogada como un ejemplo emblemático de la, así llamada, izquierda moderada o socialdemócrata en el interior de América Latina (e.g. Levitsky y Roberts 2011b; Weyland, Madrid y Hunter 2010). Sin embargo, no existe mucha literatura académica sobre el bloque de centroderecha(3).
Después del plebiscito de 1988, dos partidos terminaron consolidándose en el bloque de centroderecha: Renovación Nacional (RN) y Unión Demócrata Independiente (UDI). Mientras el primer partido representa en gran medida la continuación de la derecha tradicional existente antes del golpe de 1973, el segundo partido debe ser comprendido como una nueva organización política que tiene importantes diferencias con la derecha tradicional (Pollack, 1999). Por un lado, RN se establece como un partido de derecha que se presenta a sí mismo como moderado, pragmático y pluralista en términos ideológicos, pero que al mismo tiempo apoya las ideas centrales del modelo neoliberal implementado por Pinochet. Se trata de una organización fundada por un grupo de actores que en su mayoría tenían una relación más bien indirecta con el régimen autoritario y varios de ellos tenían vínculos con el antiguo Partido Nacional (Siavelis 2014, 249). Por otra parte, la UDI tiene sus orígenes en el movimiento gremialista fundado por un grupo de estudiantes de la Universidad Católica de Chile, entre los que destaca la figura de Jaime Guzmán, quien con justa razón es catalogado como el intelectual orgánico del régimen militar (Cristi, 2000). Se trata de una nueva organización partidaria, cuyos máximos dirigentes participaron de forma activa en el régimen militar y, por lo mismo, adoptan una férrea defensa tanto del modelo neoliberal como de Pinochet.
Cabe indicar que tanto RN como UDI son ejemplos de lo que James (Loxton 2015) ha conceptualizado como partidos de origen autoritario, vale decir, son partidos que emergen de una dictadura y que logran operar en contextos democráticos. Producto de sus vínculos con el régimen autoritario, este tipo de partidos obtienen herencias provechosas para su desempeño en democracia: redes clientelares, infraestructuras organizacionales y relaciones privilegiadas con la comunidad empresarial (Loxton, 2014). Paradójicamente, su principal herencia, que es la vinculación directa o indirecta con la dictadura, juega en contra de dichos partidos. Dicho vínculo opera como una limitante para su expansión electoral hacia votantes que están a favor de la democracia y que bajo ninguna circunstancia justifican la violación de los Derechos Humanos.
No obstante, la vehemencia en el respaldo al régimen de Pinochet por parte de RN y UDI ha sido un tanto disímil. Mientras en la década de 1990 RN intentaba desmarcarse del talante dictatorial mediante su apoyo a la así llamada “democracia de los acuerdos”, la UDI se opuso en esta época de manera vigorosa a todo intento de reformas institucionales y constantemente se alineó con las posturas más duras propias del mundo militar(4). Es por ello que la relación entre ambos partidos no ha sido del todo fluida, sobre todo durante la primera década del retorno a la democracia en el país. Pese a varias disputas y distintas fases de altibajos en su relación, ambos partidos se han mantenido unidos en la misma coalición electoral para las elecciones parlamentarias y presidenciales. La única excepción ha sido la elección presidencial de 2005, en la que RN y UDI presentaron distintos candidatos para la primera vuelta presidencial (Sebastián Piñera y Joaquín Lavín, respectivamente), y aun así decidieron respaldar al candidato de la coalición que terminó pasando a la segunda vuelta (Sebastián Piñera, quien fue derrotado por Michelle Bachelet).
¿Cuál ha sido el desempeño electoral de ambos partidos en el Chile post-transición? Para responder esta pregunta, a continuación se exponen datos de las elecciones presidenciales y no de las parlamentarias. Esta decisión radica no solo en el espacio limitado que tenemos en este artículo, también y sobre todo en la peculiaridad del sistema electoral con el cual se ha constituido el parlamento del país de la elección de 1989 a la de 2013(5). Es sabido que la dictadura, en gran medida gracias a la influencia de Jaime Guzmán, construyó un diseño constitucional que buscaba perpetuar el orden económico implantado por Pinochet. Clara evidencia de esto fue el sistema electoral binominal, elaborado con el propósito de disminuir el número de partidos políticos efectivos y maximizar las ganancias electorales de la derecha política (Polga-Hecimovich y Siavelis, 2015). En consecuencia, una consideración de los votos obtenidos por la derecha en las votaciones presidenciales muestra una imagen más fidedigna de su real peso en el electorado del país.
Como se puede observar en el gráfico 1, el desempeño electoral de la derecha chilena en las elecciones presidenciales de 1989 en adelante puede ser dividida en tres períodos. En primer lugar, existe una primera fase marcada por muy malos resultados de los candidatos de la coalición de centroderecha en las elecciones de 1989 y 1993. Tan cierto es esto que en ambas elecciones los candidatos de la coalición de centroizquierda vencieron en la primera vuelta electoral y no resultó necesario llevar a cabo un balotaje. En segundo lugar, podemos identificar un período que va desde la elección presidencial de 1999 hasta la de 2005, en el que se observan mejores resultados electorales, al punto que se fuerza la realización de balotajes y la centroizquierda se impone en estos por un número reducido de votos. Por último, es posible distinguir un tercer periodo signado por el primer triunfo de la derecha en una elección presidencial en el Chile post-transición en 2009, seguido por una derrota abultada en 2013, que viró al triunfo en 2017. En este periodo la figura indiscutida de liderazgo en la centroderecha es Sebastián Piñera, pues logró ser electo dos veces como presidente de la República. Al mismo tiempo, durante este periodo, aumentó la fragmentación de la centroizquierda, hecho que claramente termina favoreciendo a la centroderecha (Avendaño, 2010).
Fuente: Servicio Electoral de Chile. * Los datos de la centroderecha para la 1era vuelta electoral de 2005 reflejan la suma de los votos por Joaquín Lavín (23%) y por Sebastián Piñera (25%). ** Los datos de la centroizquierda para 1era y 2da vueltas presidenciales de 2017 reflejan la votación por el candidato Alejandro Guillier, quien contó con el apoyo del Partido Comunista pero con el apoyo de la Democracia Cristiana, que optó por llevar su propia candidatura en la 1era vuelta presidencial (Carola Goic, quien obtuvo aprox. un 6% de los votos)
Más allá de los resultados electorales indicados, hay otro elemento que cabe destacar del gráfico. Tal como se puede observar, el nivel de participación electoral ha venido cayendo de manera sostenida en el Chile post-transición. Mientras en la primera elección presidencial de 1989 aproximadamente el 90% del electorado participó, este número ha estado por debajo del 50% en las últimas tres elecciones. Aunque este no es el lugar para analizar este fenómeno en detalle(6), importa recalcar que un creciente número de académicos han escrito sobre los problemas de los partidos políticos chilenos y los déficits de la democracia del país (Castiglioni y Rovira Kaltwasser 2016; Luna 2016; Luna y Altman 2011; Luna y Mardones 2010; PNUD 2014; Rosenblatt 2018). Un aspecto relevante a considerar es que al existir bajos niveles de participación electoral, fuerzas políticas radicales que son efectivas en movilizar a segmentos de votantes irritados pueden terminar ganando importantes niveles de representación en el sistema político. Este no es un asunto menor, ya que si termina por emerger un partido populista de extrema derecha en Chile en el futuro cercano, dicho partido podría beneficiarse de su capacidad de atraer un grupo de votantes insatisfechos en un contexto de baja participación electoral.
Análisis de la demanda
Aunque derecha e izquierda son conceptos usualmente utilizados para ordenar las posturas del electorado y los partidos políticos, existe un nutrido debate respecto a cómo definirlos. Esto es particularmente cierto en política comparada, ya que no hay consenso absoluto sobre cuáles son los criterios para distinguir entre derecha e izquierda. En este artículo se toma partido por la célebre definición elaborada por (Bobbio 1995), que ha sido utilizada por (Luna y Rovira Kaltwasser 2014b) para estudiar a la derecha latinoamericana. Con base en esta conceptualización, la derecha debe ser entendida como una ideología política que plantea “que las desigualdades centrales entre las personas son naturales y, por tanto, están fuera del alcance del Estado, mientras que la izquierda […] se caracteriza por asumir que las desigualdades centrales entre las personas son artificiales y, por tanto, deben ser contrarrestadas de forma activa por políticas estatales” (Rovira Kaltwasser 2014, 38). Al momento de realizar estudios empíricos, una fórmula común para operacionalizar esta definición consiste en analizar el nivel de apoyo de actores políticos y del electorado a la intervención del Estado en la economía para disminuir las desigualdades presentes (e.g. Kitschelt et ál. 2010). Sin embargo, también es posible examinar empíricamente si fuerzas políticas y votantes plantean que existen desigualdades naturales (la derecha) o más bien desigualdades socialmente construidas (la izquierda) en temas socioculturales, como, por ejemplo, asuntos de género, cuestiones morales y de identidad nacional.
De hecho, en varios países del mundo se observa un proceso de fragmentación electoral que está mediado por la aparición de nuevos partidos políticos que ponen mucho más énfasis en temas socioculturales que en temas socioeconómicos. Así, los partidos populistas de derecha radical se caracterizan por defender posturas anti-inmigratorias y autoritarias con vehemencia, sin necesariamente decir mucho respecto a la agenda económica (Mudde, 2007). El reciente triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil refleja que este tipo de fuerzas políticas también podrían llegar a América Latina, aunque es cierto que la situación política brasileña reciente es singular y, por ello, no es evidente que lo acontecido allí se replique a lo largo de la región (Hunter y Power, 2019). Hasta qué punto la derecha latinoamericana terminará enfatizando temas socioculturales sobre temas socioeconómicos depende en gran medida de cómo se articule el debate público en la región. En aquellos países donde la sociedad civil y las fuerzas políticas de izquierda logren politizar la desigualdad, resultará más difícil para la derecha adoptar una postura conservadora en términos socioeconómicos. Sin embargo, la derecha también puede obtener réditos de la creciente demanda de mayor seguridad ciudadana por una parte importante del electorado latinoamericano y, asimismo, puede salir victoriosa producto de un eventual deterioro de la situación económica durante gobiernos de centroizquierda (Luna y Rovira Kaltwasser 2014a, 357-358).
Teniendo en mente esta distinción conceptual entre derecha e izquierda y su correlato empírico, en este apartado interesa analizar la evolución de la sociedad chilena frente a dos temas que son centrales para distinguir entre derecha e izquierda, a saber, el rol del Estado en la economía y cuestiones morales. Al considerar datos de opinión pública sobre ambos temas podemos saber si acaso la sociedad chilena tiene posturas que son más cercanas a la derecha o a la izquierda. Dado que el objetivo es examinar el Chile post-transición, es preferible trabajar con la Encuesta Mundial de Valores para poder mostrar datos de 1990 en adelante y, además, realizar algunas comparaciones que reflejen de mejor manera la particularidad del caso chileno(7).
¿Cuál es la posición del electorado chileno frente al rol del Estado en la economía? Como se puede observar en el gráfico 2, en Chile la gran mayoría está de acuerdo en que debería aumentar la propiedad gubernamental de las empresas e industrias y este apoyo ha venido creciendo a lo largo del tiempo. En otras palabras, existe un leve crecimiento de posturas hacia la izquierda por parte del electorado, aumento significativo marcado si lo contrastamos con el de otros países latinoamericanos. El gráfico 2 revela que Chile -a lo largo del tiempo- presenta un mayor distanciamiento de posturas a favor del libre mercado que Argentina, Brasil y México. Por su parte, el gráfico también muestra los datos para Estados Unidos, en donde hay una mayor tendencia a argumentar que debería aumentar la propiedad privada de las empresas e industrias, lo cual demuestra que en este país -a diferencia de América Latina- existe un apoyo ciudadano mayoritario al modelo de libre mercado (Roberts 2014, 37-38).
Fuente: Encuesta Mundial de Valores. Nota: Pregunta de la Encuesta Mundial de Valores “¿Cómo colocaría sus puntos de vista en esta escala? En donde 1 significa que usted está “de acuerdo completamente” con que debería aumentar la propiedad privada de las empresas e industrias y 10 significa que usted está “de acuerdo completamente” con que debería aumentar la propiedad gubernamental de las empresas e industrias”.
Un aspecto adicional que nos ayuda a comprender la posición del electorado chileno frente al eje izquierda versus derecha es su opinión respecto a la desigualdad socioeconómica. Mientras más a favor se está de que exista una mayor igualdad de ingresos, mayor eco tienen las ideas de la izquierda y viceversa. Para analizar este tema, el gráfico 3 muestra la opinión de la ciudadanía chilena y los datos se comparan también con los existentes para Argentina, Brasil, Estados Unidos y México, cuatro países que tienen distintos niveles de desarrollo económico y tradiciones políticas, de modo que ofrecen contrastes importantes con relación al caso chileno. La tendencia de mayor demanda por igualdad es similar para todos los países latinoamericanos, mas los casos de Chile y México son llamativos porque se trata de los dos países que demandan mayor igualdad en la última medición disponible. A su vez, cabe indicar que en Estados Unidos prácticamente no hay variación en este tema a lo largo del tiempo y muestra mayores niveles de apoyo a la desigualdad que los casos latinoamericanos considerados en el análisis.
Fuente: Encuesta Mundial de Valores. Nota: Pregunta de la Encuesta Mundial de Valores “¿Cómo colocaría sus puntos de vista en esta escala? En donde 1 significa que usted está “de acuerdo completamente” con que debería haber mayor igualdad de ingresos y 10 significa que usted está “de acuerdo completamente” con que debería haber mayor diferencia de ingreso como incentivo al esfuerzo individual”.
Otro aspecto interesante para considerar la disputa entre izquierda y derecha es la tensión existente entre desarrollo económico y cuidado del medio ambiente. Esta tensión está directamente vinculada a la tesis de “la revolución silenciosa” formulada por (Inglehart 1977, 1990), quien ha demostrado que el gradual proceso de transformación valórica que han experimentado las sociedades occidentales se explica por su sostenido crecimiento económico a lo largo del tiempo. A medida que la modernización capitalista permite que las principales necesidades materiales estén satisfechas, comienza a surgir una clase media que plantea un nuevo tipo de demandas que pueden ser concebidas como “post-materiales”: entre otras, igualdad de género, paz internacional y respeto al medioambiente (Inglehart y Rabier, 1986). Lo interesante es que esta transformación de valores tiene importantes consecuencias políticas, ya que allana el camino para el surgimiento de una nueva agenda de izquierda que no se preocupa tanto por las necesidades materiales, sino que comienza a promocionar una agenda centrada en los valores post-materiales (Kitschelt 1994; Kriesi 1998). Como se verá a continuación, los datos para Chile de la Encuesta Mundial de Valores permiten confirmar el argumento de Inglehart sobre la “revolución silenciosa”. En efecto, el gráfico 4 muestra que a lo largo del tiempo hay un notorio aumento de quienes piensan que se debería dar prioridad a la protección del medio ambiente, aun si esto causa un menor crecimiento económico y la pérdida de algunos empleos.
Fuente: Encuesta Mundial de Valores. Nota: Pregunta de la Encuesta Mundial de Valores “Aquí hay dos argumentos que algunas veces la gente comenta cuando se habla sobre el medio ambiente y el crecimiento económico. ¿Cuál de ellos se acerca más a su propio punto de vista? Se debería dar prioridad a la protección del medio ambiente aún si esto causa un menor crecimiento económico y la pérdida de algunos empleos / El crecimiento económico y la creación de empleos deben ser la mayor prioridad aun cuando pueda haber daños al medio ambiente”.
Aún más evidente es la tesis de la “revolución silenciosa” si consideramos la opinión del electorado chileno frente a temas valóricos. Si bien es cierto que en Chile la Iglesia Católica tiene una injerencia importante en la sociedad y, por tanto, es una sociedad con un marcado peso del conservadurismo moral (Blofield, 2006), los datos de la Encuesta Mundial de Valores indican una notable variación a lo largo del tiempo (ver gráfico 5). Mientras a inicios de los años 90 gran parte de la población planteaba que nunca puede justificarse el aborto, el divorcio y la homosexualidad, veinte años después hay un incremento significativo en la justificación de estos temas. Dicho incremento es particularmente marcado en los casos del divorcio y de la homosexualidad. Incluso datos de otras encuestas revelan que existe un apoyo mayoritario a ley de aborto promulgada por el segundo gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018) que permite la interrupción del embarazo bajo tres causales: cuando está en serio peligro la vida de la madre, cuando la vida del feto es inviable y cuando la fecundación es producto de una violación (Rovira Kaltwasser, 2017).
Fuente: Encuesta Mundial de Valores. Nota: Pregunta de la Encuesta Mundial de Valores “Por favor dígame para cada una de las siguientes acciones (aborto, divorcio, homosexualidad) si usted cree que siempre pueden justificarse (10) o nunca pueden justificarse (1)”.
Por último, también resulta interesante observar datos de transformación valórica en perspectiva comparada para así poder determinar de mejor forma si el caso de Chile es singular o no. Con este objetivo, el gráfico 6 muestra los mismos datos revisados anteriormente, pero no solo para Chile, también para Argentina, Brasil, Estados Unidos y México. Al observar la situación chilena en perspectiva comparada, llama la atención que a inicios de los años 90 Chile fuera mucho más conservador que los demás casos considerados, mientras que hoy es el país más liberal en lo que concierne a la justificación del divorcio y de la homosexualidad. Tan solo en los niveles de justificación del aborto Chile sigue siendo más conservador que países como Argentina y Estados Unidos, pero incluso en este tema la opinión pública chilena ha ido experimentado un mayor apoyo a lo largo del tiempo.
Fuente: Encuesta Mundial de Valores. Nota: Pregunta de la Encuesta Mundial de Valores “Por favor dígame para cada una de las siguientes acciones (aborto, divorcio, homosexualidad) si usted cree que siempre pueden justificarse (10) o nunca pueden justificarse (1)”.
En resumen, la revisión de datos de opinión pública demuestra que la sociedad chilena se ha ido volviendo más liberal en términos morales y que, a su vez, no manifiesta un apoyo masivo al modelo de libre mercado. Por consiguiente, el electorado chileno tiende a defender posturas que son más cercanas al ideario de izquierda que al de derecha. Paralelamente, al revisar los datos de Chile en perspectiva comparada queda en evidencia que el país ha experimentado un importante cambio valórico que es mayor al de otros países de la región latinoamericana y, en consecuencia, todo indica que el argumento de la “revolución silenciosa” de Inglehart resulta particularmente válido para el caso chileno. Visto así, la modernización capitalista experimentada por la sociedad chilena ha traído consigo un proceso de transformación cultural que ha llegado para quedarse. Por cierto, esto implica un desafío mayor para las ideas propias de la derecha.
Análisis de la oferta
¿La derecha chilena actual sigue elaborando las mismas ideas y propuestas que al inicio de la transición o se ha ido adaptando a los nuevos tiempos? En este apartado interesa responder esta pregunta mediante un análisis de los programas de gobierno elaborados por la centroderecha para las campañas presidenciales. Para ello, se usarán los datos proporcionados por el “Manifesto Project” (https://manifesto-project.wzb.eu/). Dado que estos datos no son muy conocidos en el mundo académico latinoamericano, primero se ofrece una breve introducción a la metodología empleada para construir estos datos, luego se usan para dar cuenta de cómo la derecha chilena ha ido modificando sus propuestas programáticas a lo largo del tiempo. Cabe recordar que el período considerado en el análisis va de las elecciones presidenciales de 1989 a las de 2013. La no inclusión de los datos para la elección de 2017 obedece a que estos aún no están disponibles; por lo mismo, en el siguiente apartado nos referiremos específicamente a dicha elección(8).
En la Ciencia Política existe una larga tradición en el estudio de los programas de gobierno elaborados para las campañas electorales, ya que allí no solo se presentan promesas políticas sino que se explica qué tipo de políticas públicas interesa implementar en caso de acceder al gobierno (e.g. Alonso 2012; Budge et ál. 2001; Budge, Robertson y Hearl 1987; Laver y Budge 1992; Meguid 2008). Basándose en esta idea, el así llamado “Manifesto Project” recolecta los programas de gobierno que elaboran los partidos políticos para las campañas electorales y los codifica a través de la misma metodología. Se trata de un proyecto que inicialmente se focalizó en Estados Unidos y Europa Occidental, pero que posteriormente se expandió hacia Europa del Este. En los últimos años el proyecto está incorporando casos de América Latina y en la actualidad ya hay datos disponibles para Argentina, Brasil y Chile.
La codificación de los manifiestos políticos es llevada a cabo por personal especializado que es previamente entrenado para identificar 56 categorías (por ejemplo, ecología, multiculturalismo, multilateralismo, regulación del mercado, etc.) que han sido definidas a priori en el manual de codificación, y así se obtienen datos cuantitativos que reflejan las frecuencias relativas con que cada una de estas categorías es empleada en el manifiesto político (Lehmann et ál. 2015). Es importante tener en cuenta que existen dos usos complementarios de los datos del “Manifesto Project”. Por un lado, es posible emplear los datos para saber cuánta relevancia (saliency) le dan los partidos a distintas dimensiones del debate político. Así, podemos saber cuánto espacio le dedica un partido determinado a un tema en específico en el interior de su programa de gobierno. Por otro lado, dado que ciertas categorías están construidas con dos polos opuestos (v.g. a favor o en contra del Estado de Bienestar), podemos construir índices que nos permiten observar las posturas (position) que los partidos políticos adoptan frente a ciertos temas. Así, por ejemplo, podemos determinar si un partido aprueba o desaprueba una política pública específica.
Al momento de analizar las posiciones de los partidos políticos, el “Manifesto Project” ofrece un índice de derecha-izquierda llamado “RILE”, que consiste en los valores que los partidos políticos toman en sus respectivos manifiestos para trece categorías de polos opuestos. Las categorías en cuestión forman parte del núcleo de la disputa entre derecha e izquierda, en tanto se incluyen categorías como redistribución económica versus libre mercado y expansión versus reducción del Estado Bienestar. Basado en estas posiciones se construye un índice que oscila entre -100 (izquierda) y +100 (derecha), con lo cual se facilita la comparación de las posiciones ideológicas de los partidos políticos(9). Aun cuando existen algunas críticas a este índice de derecha-izquierda (e.g. Benoit y Laver 2007), se trata de una de las mediciones más utilizadas para comprender la competencia política y las posiciones de los partidos políticos en perspectiva comparada.
Ahora con más claridad sobre cómo están construidos los datos que ofrece el “Manifesto Project”, cabe explicar ciertas particularidades de los datos disponibles para el caso chileno. En primer lugar, los datos generados por el “Manifesto Project” se basan en la metodología indicada anteriormente, difiriendo entonces de los datos proporcionados por (Gamboa, López y Baeza 2013), quienes elaboran una codificación alternativa que no permite comparaciones más allá del caso chileno ni desagregar categorías en varias subcategorías. En segundo lugar, una característica del Chile post-transición es la existencia de coaliciones políticas que elaboran propuestas presidenciales conjuntas. Esto marca una diferencia con la gran mayoría de los países europeos, en donde cada partido político elabora su manifiesto de manera individual(10). En consecuencia, los datos que se disponen para Chile sobre la centroderecha y la centroizquierda provienen de los programas de gobierno construidos por las respectivas coaliciones políticas. La única excepción es la elección presidencial de 2005, en la que RN y UDI presentaron distintos candidatos para la primera vuelta presidencial (Sebastián Piñera y Joaquín Lavín, respectivamente). En tercer y último lugar, el “Manifesto Project” solo codifica los manifiestos para la primera vuelta presidencial, ya que así se puede examinar de mejor manera cómo las distintas coaliciones políticas compiten entre sí y con otras candidaturas presidenciales que usualmente adoptan posturas más extremas en el eje derecha-izquierda.
A continuación, se presentan los datos del “Manifesto Project” para el caso de Chile. Inicialmente se muestran los datos que reflejan la evolución de la postura (position) de la coalición de centroderecha en el índice de derecha-izquierda llamado “RILE”, que -como indicamos anteriormente- oscila entre -100 (izquierda) y +100 (derecha). Tal como se puede observar en el siguiente gráfico, la posición de la centroderecha chilena ha sufrido una importante moderación ideológica a lo largo del tiempo. En las dos primeras elecciones de la post-transición, los candidatos presidenciales de la coalición de centroderecha adoptaron posiciones similares, aun cuando la candidatura de Jorge Alessandri en 1993 (RILE +24.8) tiene una posición más a la derecha que la candidatura de Hernán Büchi en 1989 (RILE +20.7). Anteriormente ya indicamos que en ambas elecciones los candidatos de centroderecha obtuvieron pésimos resultados, de modo que la centroizquierda ganó estas dos elecciones presidenciales en la primera vuelta. Sin embargo, en la elección de 1999 sucedió un cambio mayúsculo: la candidatura de Joaquín Lavín de la UDI adoptó un valor de RILE -6.3, lo cual representa una moderación de más de treinta puntos en comparación con la posición de la centroderecha en la elección presidencial previa. De cierta manera, este giro programático está documentado en la literatura académica, ya que la candidatura de Lavín marcó un hito por su énfasis en temas sociales, un discurso más pragmático y el distanciamiento de las posturas más conservadoras (Fontaine 2000; Tironi 1999). Sin embargo, la moderación programática se mantiene a lo largo del tiempo, pues en las siguientes elecciones presidenciales los manifiestos políticos de la centroderecha presentan valores similares. Particularmente llamativo es lo que sucedió en la elección de 2013, cuando volvió a ocurrir un giro sustancial, pues el programa de gobierno de Evelyn Matthei de la UDI tiene un valor RILE de -28, es decir, está veinte puntos más hacia la izquierda que el manifiesto político de la candidatura de Joaquín Lavín de 1999.
Otro aspecto interesante del gráfico en cuestión es que presentamos los datos del índice de RILE no solo de la coalición de centroderecha en Chile, sino también del Partido Republicano en EE.UU y del Partido Conservador en el Reino Unido. La selección de estos casos como punto de contraste no es fortuita. Bajo los liderazgos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, el Partido Conservador en el Reino Unido y el Partido Republicano en los Estados Unidos realizaron un giro programático significativo que pasó por promover el desmantelamiento del Estado de Bienestar, la liberalización de las condiciones laborales y la desregulación del mercado financiero (Bale 2010; Pierson y Hacker 2010). Se trató del mismo proyecto económico de la dictadura de Pinochet, de modo que es esperable que la posición de la centroderecha chilena al inicio de la transición fuera similar a la de la derecha en los Estados Unidos y el Reino Unido, lo cual se refleja en el gráfico 7. No obstante, a partir de 1999, la posición de la derecha chilena se distancia de manera radical en comparación con las posiciones del Partido Conservador en el Reino Unido y el Partido Republicano en los Estados Unidos. En otras palabras, mientras la derecha chilena se modera cada vez más, las derechas británicas y norteamericanas mantienen posturas constantes a lo largo del tiempo(11).
Fuente: Manifesto Project Database. * Los datos para el año 2005 para el caso de Chile corresponden al promedio de la posición de las candidaturas de Joaquín Lavín (RILE +13.51) y Sebastián Piñera (RILE -1.78).
Los datos hasta ahora discutidos revelan que la derecha chilena ha ido moderando sus propuestas programáticas. No obstante, estos datos poco dicen respecto a qué áreas han sufrido mayor modificación. Por ello a continuación se revisan los datos que expresan la evolución de la relevancia (saliency) que la coalición de centroderecha le otorga a un conjunto de distintos temas. De este modo, se sabrá de mejor manera si la moderación programática de la derecha chilena es homogénea o si es más pronunciada en ciertas temáticas. Se precisa primero cuánta relevancia le otorga la derecha chilena en sus manifiestos políticos para las elecciones presidenciales a cuatro categorías económicas que son cruciales en la distinción entre derecha e izquierda: expansión del libre mercado (per401), mayor regulación del mercado (per403), expansión del Estado de Bienestar (per504) y disminución del Estado de Bienestar (per505).
Como se puede observar en el gráfico 8, la centroderecha ha realizado un marcado proceso de adaptación programática a lo largo del tiempo. Mientras en las dos primeras elecciones de la post-transición los candidatos de derecha defendieron el libre mercado y se opusieron a una mayor regulación de este, de 1999 en adelante sucede justamente lo contrario. Tan cierto es, que en el manifiesto político de 2013 la candidatura de Evelyn Matthei dedicó aproximadamente un 10% de su espacio para enfatizar la necesidad de regular el mercado. Por su parte, también han ido aumentando las menciones relativas a expandir el Estado de Bienestar y disminuyendo de forma sistemática las menciones relativas a disminuir el Estado de Bienestar. En pocas palabras, la derecha chilena de hoy es mucho menos neoliberal de lo que fue a inicios de la transición.
Fuente: Manifesto Project Database. * Los datos para 2005 corresponden al promedio de la posición de las candidaturas de Joaquín Lavín y Sebastián Piñera.
Por último, se revisa la relevancia (saliency) que la coalición de centroderecha la da en sus manifiestos políticos para elecciones presidenciales a tres categorías que son importantes para comprender la evolución de su agenda programática: a favor de valores morales tradicionales (per603), defensa del orden público (per 605.1) y apoyo a las fuerzas armadas (per 305.4). Los datos del gráfico 9 demuestran que en los manifiestos políticos existen muy pocas menciones a los valores morales tradicionales y un declive en el apoyo a las fuerzas armadas. No obstante, la derecha la da bastante espacio a la defensa del orden público (law & order), sobre todo en la elección de 2013 en la que más del 10% del manifiesto estuvo dedicado a esta temática. De cierta manera, es esperable la politización del orden público por parte de la derecha ya que este problema está presente a nivel de la ciudadanía tanto en Chile como América Latina, de modo que se trata de una oportunidad para que la derecha conecte con las demandas de los votantes (Luna y Rovira Kaltwasser 2014a, 357-358).
El futuro de la derecha chilena
Los datos arriba discutidos muestran no solo que la sociedad chilena de hoy es más progresista que en la década de los noventa, sino también que la derecha chilena ha ido modificando su agenda a lo largo del tiempo. ¿Cómo podemos explicar esta transformación programática de la derecha chilena y qué impacto tiene esta transformación programática para su futuro electoral? En este último apartado interesa ofrecer una respuesta tentativa a ambas preguntas. Si bien es cierto que no existe mucha investigación sobre la derecha chilena post-transición, es posible recurrir a algunos estudios recientes sobre el caso de Chile y a la literatura en política comparada para tratar de ofrecer una explicación sobre la transformación programática documentada en este artículo. A grandes rasgos, existen tres argumentos complementarios.
En primer lugar, la literatura en política comparada indica que los partidos políticos tienden a repensar sus agendas producto de malos resultados en las elecciones (Adams 2012; Budge 1994; Janda et ál. 1995). Cuando un partido obtiene un desempeño electoral deficiente, aumentan las posibilidades de que se abra un proceso de reflexión interno y que se terminen modificando las posturas defendidas con el ánimo de obtener mejores resultados en las próximas elecciones. Cabe indicar que este proceso de adaptación no es automático ni unidireccional, ya que existen distintas facciones en el interior de los partidos y algunas de ellas presionarán no por una moderación de las posiciones defendidas, sino por su radicalización. Ahora bien, la velocidad y dirección que se termine adoptando depende en gran medida de los réditos electorales que se obtienen (Adams y Somer-Topcu 2009; Budge, Ezrow y McDonald 2010; Somer-Topcu 2009). Los datos mostrados para Chile reflejan que estos argumentos tienen validez para comprender la evolución programática de la derecha en el país (Madariaga y Rovira Kaltwasser, en prensa). En efecto, la primera elección presidencial en el Chile post-transición fue devastadora para la derecha, ya que sus candidatos no lograron obtener suficientes votos para forzar una segunda vuelta electoral. Para la siguiente elección presidencial la derecha radicalizó su agenda programática (ver gráfico 7) y nuevamente sufrió una contundente derrota electoral. Luego de dos fracasos electorales la figura de Joaquín Lavín en 1999 moderó drásticamente las posturas defendidas para la campaña presidencial (ver gráfico 7) y provocó una segunda vuelta electoral que perdió por un reducido número de votos. Desde entonces la derecha se tornó más competitiva en términos electorales y esto la ha llevado a seguir adoptando una agenda menos conservadora que la defendida en la década de los noventa.
El segundo factor explicativo obedece a las demandas de la ciudadanía. Tal como se mostró en el apartado anterior, la sociedad chilena ha venido sufriendo importantes cambios en las últimas décadas. Dado que la población del país se ha ido tornando gradualmente más liberal en términos morales, la derecha se ve en la obligación de tomar en consideración esta situación al momento de construir plataformas electorales que sean atractivas para el electorado (Rovira Kaltwasser, 2017). Por cierto, este proceso de transformación cultural no es solo un fenómeno chileno. Abundante literatura en política comparada ha demostrado que el crecimiento económico sostenido a lo largo del tiempo tiende a impulsar una suerte de “revolución silenciosa” que favorece posturas morales más liberales en la sociedad (Inglehart 1977 y 1990; Inglehart y Welzel 2010) y esto ha llevado a que las fuerzas políticas convencionales adecúen sus agendas programáticas para lograr representar el parecer de la ciudadanía, lo cual es particularmente difícil para los partidos conservadores (Engeli, Green-Pedersen y Larsen 2012). Como se argumentará más adelante, esta realidad también la está experimentado la derecha chilena, sobre todo producto de la aparición del Partido “Evópoli” que busca defender una visión más liberal que Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente frente a temas morales.
Por último, el tercer factor explicativo obedece a la capacidad que nuevos actores políticos han tenido para politizar la desigualdad y legitimar, así, políticas públicas opuestas al modelo neoliberal (Fairfield y Garay 2017; Roberts 2016). No cabe duda de que la política chilena ha cambiado en la última década producto de la aparición de movimientos sociales que han podido modificar la discusión pública, al plantear que gran parte de los problemas que experimenta el país obedecen al modelo de desarrollo implementado durante la dictadura y que ha sufrido escasas modificaciones durante los gobiernos de post-transición (Castiglioni y Rovira Kaltwasser 2016). En un inicio la presión de los movimientos sociales venía desde afuera del sistema político, pero estos se han ido organizando y han creado una serie de nuevos partidos que han logrado ganarse un espacio en el interior del sistema (Donoso y von Bülow, 2017). Como consecuencia de ello, actualmente una parte de la derecha reconoce una ruptura del consenso económico que imperó por mucho tiempo en el Chile post-transición e incluso confiesa también que parte del problema consistió en suponer erróneamente que el modelo de libre mercado contaba con una legitimidad masiva a nivel de la ciudadanía (Mansuy, 2016). Como se verá a continuación, los resultados de las elecciones de 2017 reforzaron este escenario marcado por la aparición de fuerzas de izquierda que han logrado repolitizar la desigualdad y presionan por modificar los pilares del modelo neoliberal (por ejemplo, la eliminación del sistema previsional privado).
Pasemos ahora a la segunda y última pregunta que interesa abordar en este apartado: ¿qué impacto tiene la transformación programática de la derecha chilena para su futuro electoral? La respuesta breve es que la modificación de la agenda de la derecha le ha permitido ampliar su base de apoyo, pero simultáneamente ha terminado por dejar en estado de orfandad a un segmento del electorado que tiene posturas conservadoras en temas socioculturales y socioeconómicos. Dicho segmento del electorado ha ido presionando a los partidos políticos establecidos que han preferido seguir una línea más moderada y, por tanto, es altamente probable que termine por consolidarse un nuevo partido de derecha populista radical que se distancie de los partidos de derecha establecidos. En efecto, el sistema electoral introducido en 2015 favorece este escenario en cuanto las nuevas reglas del juego son más proporcionales que el antiguo sistema binominal que potenciaba la conformación de dos bloques políticos (Gamboa y Morales 2016). Los resultados de las elecciones de 2017 dan cuenta de que este escenario es posible y por ello a continuación se ofrece un diagnóstico de dichas elecciones. Dado que los datos del “Manifesto Project” no están aún disponibles para tal elección, se realizará un breve análisis descriptivo, poniendo particular hincapié en lo que dice sobre la situación actual de la derecha(12). Anteriormente se ha indicado que RN y UDI no siempre han mantenido una relación fácil, lo cual se torna particularmente visible al momento de tener que escoger un candidato presidencial común. Sin embargo, la centroderecha logró ponerse de acuerdo en la realización de elecciones primarias fijadas para el 2 de julio de 2017, en las que se presentaron tres candidatos: Felipe Kast, José Manuel Ossandón y Sebastián Piñera. Aun cuando los tres propusieron una agenda de derecha, cada uno de ellos puso distintos énfasis.
La candidatura de Felipe Kast contaba con el apoyo de un grupo de políticos de centroderecha que en 2015 formaron una nueva organización partidaria llamada “Evópoli”. Se trata de un partido político que se presenta como liberal en términos económicos y valóricos, marcando también una clara defensa de los Derechos Humanos y por tanto elabora una postura crítica respecto a la dictadura de Pinochet. Gran parte de su agenda programática se centra en posiciones liberales sobre temas valóricos (eutanasia y matrimonio homosexual), aun cuando se opone al aborto. Sin duda alguna, Evópoli representa una gran novedad en la centroderecha chilena, ya que no solo trae consigo cuadros jóvenes y altamente capacitados, sino ideas liberales que tensionan el clásico ideario defendido por UDI y RN. Por su parte, José Manuel Ossandón es un senador de la República que emigró de RN y compitió como independiente en la primaria. Su agenda programática estuvo marcada por lo que él llama “la derecha social”: la necesidad de salirse del debate tecnocrático y tomar banderas de lucha social, que a veces pasa por distanciarse del modelo de libre mercado. De hecho, Ossandón defendió la política de gratuidad en el sistema de educación superior implementada por el segundo gobierno de Bachelet. No obstante, su discurso era conservador en temas morales y puso énfasis en el combate a la delincuencia.
Por último, la candidatura de Sebastián Piñera corría con una gran ventaja por su condición de expresidente y la gran mayoría de las encuestas le daba una posición de ganador para las elecciones presidenciales. Es por ello que Piñera contó con el apoyo tanto de RN como de UDI. Su agenda programática estuvo centrada en atacar al segundo gobierno de Bachelet por su supuesto impacto negativo en la economía y la implementación de reformas que a su juicio atentan contra el exitoso modelo de desarrollo chileno. Al mismo tiempo, se presentó como un político experimentado capaz de gobernar el país y enmendar el rumbo adoptado por la segunda administración de Bachelet por su supuesta radicalización, que incluso a veces llegó a comparar con lo acontecido en Venezuela bajo el régimen de Hugo Chávez. Si bien es cierto que hubo momentos conflictivos en la campaña de primarias, los resultados fueron respetados por los contrincantes. Piñera fue el claro ganador al obtener un 58.35% de votos, mientras que Ossandón recibió un 26.25% y Kast un 15.41%.
Una vez finalizada la primaria y con Piñera marcando como puntero en las encuestas, RN y UDI se mantuvieron unidos detrás del expresidente y trabajaron ordenadamente en la campaña. Sin embargo, terminó por emerger otro candidato presidencial de derecha por fuera de la coalición: José Antonio Kast. Se trata de un político experimentado, quien militó en la UDI hasta 2016 y fue diputado por dicho partido en varias ocasiones. No obstante, José Antonio Kast decidió levantar una candidatura presidencial independiente, porque a su juicio la derecha ha olvidado sus orígenes y está tomando prestadas varias ideas provenientes de la izquierda. Su programa de gobierno tuvo un marcado tinte radical y conservador. No solo proponía bajar impuestos y disminuir el aparato estatal, sino dar indulto a militares presos por crímenes de lesa humanidad, derogar la ley de aborto en tres causales recientemente aprobada por el parlamento y permitir que el ejército tomara el control en la Región de la Araucanía debido al conflicto con el mundo Mapuche. Para ilustrar, cabe citar las páginas iniciales del programa de gobierno elaborado por José Antonio Kast para las elecciones presidenciales:
[…] La delincuencia no es solo un problema; es una epidemia. La gente vive encerrada en sus casas, camina con miedo por las calles. […] En las calles, ya no hay autoridad que detenga las marchas violentas […] En la Araucanía, no existe estado de derecho y la quema de fundos son verdaderos actos de terrorismo. […] Los chilenos necesitan un mensaje claro […] que no tenga miedo de identificarse con principios y valores, que no esté ‘acomplejado’ buscando caerle bien a todo el mundo o de no herir las susceptibilidades de nadie. El gran error de la derecha en los últimos años ha sido el renunciar a sus principios y acomodar sus valores para ganarse la simpatía de determinados sectores. (Kast 2017, 1)
Los resultados electorales de la primera vuelta presidencial del 19 de noviembre de 2017 fueron sorpresivos tanto para analistas como para los propios políticos. Como se puede observar en la tabla 1 adjunta, existen al menos cuatro aspectos que resultan llamativos. En primer lugar, Sebastián Piñera obtuvo poco más del 35% de los votos en la primera vuelta presidencial, pese a que todas las encuestas lo situaban con una votación mucho más alta e incluso hubo quienes predecían que podía ganar en primera vuelta. En segundo lugar, el resultado que el candidato oficialista Alejandro Guillier obtuvo en la primera vuelta fue desastroso y no obedeció tan solo a que la Democracia Cristiana presentó su propia candidatura (Carolina Goic). En tercer lugar, Beatriz Sánchez, del recién formado Frente Amplio, obtuvo una votación que ninguna encuesta predijo y revela que existe un segmento importante del electorado que demanda modificar los pilares del modelo neoliberal. Por último, la votación de José Antonio Kast también fue mucho mayor a lo que se esperaba y demuestra que alrededor de un 10% de quienes participan en las elecciones apoyan una agenda de derecha radical que busca cautivar a los votantes más extremos.
Primera vuelta presidencial (participación electoral 46,7%) | Segunda vuelta presidencial (participación electoral 49%) | |||
Candidatos | Porcentaje | Candidatos | Porcentaje | |
Sebastián Piñera | 36,6 | Sebastián Piñera | 54,6 | |
Alejando Guillier | 22,7 | |||
José Antonio Kast | 7,9 | |||
Beatriz Sánchez | 20,3 | |||
Marco Enríquez-Ominami | 5,7 | Alejando Guillier | 45,4 | |
Eduardo Artés | 0,5 | |||
Alejando Navarro | 0,4 | |||
Carolina Goic | 5,9 |
Fuente: Servicio Electoral de Chile
Apenas se conocieron los resultados de la primera vuelta presidencial, José Antonio Kast endosó sus votos de manera inmediata y sin condiciones a la candidatura de Sebastián Piñera. Según Kast, el país estaba al borde del abismo y por tanto resultaba necesario dejar de lado las disputas para que la derecha pudiese recuperar el poder. Sin embargo, José Manuel Ossandón (uno de los precandidatos que perdió en la primaria contra Piñera) tuvo una postura más ambigua. A su juicio, el mal resultado de Piñera en la primera vuelta obedeció a la ceguera de la derecha frente a los problemas sociales del país y solo terminó apoyando a Piñera una vez que este último aseguró que se comprometería a mantener, e incluso expandir, la política de gratuidad en la educación terciaria implementada por el segundo gobierno de Bachelet. De tal manera, la agenda programática de la derecha volvió a sufrir un proceso de moderación y esto se vio reflejado en la campaña electoral. La segunda vuelta presidencial se llevó a cabo el 17 de diciembre de 2017 y Sebastián Piñera le ganó holgadamente a su contrincante. No obstante, tan solo un 49% participó en dichas elecciones, de modo que sería un error pensar que la agenda de derecha es ampliamente compartida por la ciudadanía (Rovira Kaltwasser, 2017).
Sebastián Piñera asumió la presidencia de la república a inicios de marzo de 2018, pero desde entonces no le ha resultado del todo fácil mantener unida a la derecha. Parte del problema radica en que su coalición de gobierno descansa no solo en RN y UDI, sino también en Evópoli. Como este último partido tiene posturas bastante liberales en los temas valóricos, suelen surgir tensiones entre los distintos actores que forman parte del gobierno. No obstante, la relación más conflictiva es con José Antonio Kast, quien optó por un fundar un movimiento político llamado “Acción Republicana”. Aun cuando se trata de una organización que se autodefine como más allá del clivaje derecha-izquierda, sus posturas tienen similitud con la agenda programática de los partidos de derecha populista radical en Europa (Mudde 2007). Así, por ejemplo, en la página web de esta organización(13) se indica “[…] somos la voz de esa mayoría silenciosa, que muchas veces es acallada por grupos ideológicos. Queremos movilizar a millones de chilenos y decirles que confíen en sus principios […] porque las buenas ideas nacen del sentido común y deben ser defendidas con claridad y siempre con respeto”. Si bien es cierto que “Acción Republicana” no pone mucho énfasis en el tema de la inmigración como sucede con los partidos de derecha populista radical en Europa, hay otros temas en los que existen similitudes importantes, particularmente en lo respectivo a la defensa de posturas represivas para enfrentar la delincuencia y el terrorismo, un énfasis en valores cristianos y conservadores, así como también una crítica a los medios de comunicación y el mundo intelectual por su alegado sesgo ideológico. En palabras del propio Kast (2018), “[l]a mayoría de los periodistas son de izquierda y los medios son dominados por sus opiniones, ediciones y reportajes. Son ellos los que orientan a la opinión pública; son ellos los que ‘interpretan’ a las personas y ponen, en la boca de las autoridades, las palabras políticamente correctas y los corrigen cuando se desvían del ‘deber ser’ que ellos mismos imponen”.
Aún está por verse si “Acción Republicana” logra establecerse como un partido político y consigue obtener escaños en el parlamento en las próximas elecciones. No obstante, es evidente que su agenda de derecha populista radical tiene un respaldo en ciertos sectores de la ciudadanía y que su surgimiento guarda directa relación con el proceso de moderación programática que ha experimentado la centroderecha en las últimas dos décadas. Como Piero (Ignazi 1992, 2001) ha demostrado para el caso de Europa Occidental, cuando los partidos de centroderecha moderan su agenda, pueden terminar dejando un espacio abierto para que acontezca una “contra-revolución silenciosa”: la politización de una agenda de derecha radical por parte de nuevos actores populistas que buscan cautivar un nicho de votantes que se sienten huérfanos y abandonados por la centroderecha. Así como la centroizquierda chilena probablemente terminó por sufrir un proceso de “sobre-aprendizaje” que llevó a desdibujar su agenda ideológica (Levitsky y Roberts 2011a, 425), cabe pensar si acaso la centroderecha chilena ha sufrido un proceso de “sobre-adaptación programática”. De ser esto cierto, no debería extrañar si más temprano que tarde se fragmenta la centroderecha chilena de manera similar a como recientemente se ha fragmentado la centroizquierda, de modo que termine por aumentar la dispersión de votos entre las distintas fuerzas políticas que cubren todo el espectro ideológico.
Este último punto no es menor, pues gran parte del buen desempeño electoral de la centroderecha en el último tiempo obedece a su capacidad de formar una coalición que prácticamente no deja espacio para que surjan vertientes alternativas. La reciente aparición de Evópoli es una buena noticia para la centroderecha porque le da mayor diversidad, pero a su vez tensiona el bloque por la introducción de posturas liberales en temas valóricos. No es casualidad entonces que la irrupción de José Antonio Kast y “Acción Republicana” haya venido a aumentar las disputas en la centroderecha, ya que varios opinan que es preciso girar más hacia la derecha en vez de hacia el centro político. Un claro ejemplo de esto es lo acontecido a raíz del triunfo electoral de Jair Bolsonaro en Brasil a finales de 2018. Mientras José Antonio Kast viajó a Brasil y defendió a Bolsonaro con vehemencia, Evópoli optó por desmarcarse de este último debido a sus posturas de derecha radical que atentan contra las ideas liberales. En resumen, el gran desafío futuro de la centroderecha chilena es lograr manejar estas tensiones internas que, si no logran ser encauzadas de manera adecuada, pueden desencadenar una fragmentación política que dé vida a un periodo de mucha mayor incertidumbre electoral.
Si bien es cierto que no tenemos una bola de cristal para predecir el futuro, existe evidencia que permite pensar que la centroderecha terminará fraccionándose. De suceder esto, el sistema político chileno comenzará a parecerse cada vez más al de varios países europeos en donde las fuerzas políticas establecidas han ido perdiendo votos producto de la irrupción de partidos populistas de extrema derecha y extrema izquierda (Mudde y Rovira Kaltwasser 2017). Este tipo de escenario abre el espacio para nuevos tipos de coaliciones gubernamentales, ya sea entre fuerzas populistas radicales y partidos convencionales o entre partidos convencionales que históricamente han sido reacios a establecer alianzas electorales. En otras palabras, el futuro político de Chile no solo dependerá de la potencial aparición de un partido populista de derecha radical con representación parlamentaria, sino -sobre todo- de cómo los partidos políticos establecidos reaccionen al respecto.