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Nómadas

Print version ISSN 0121-7550

Nómadas  no.31 Bogotá July/Dez. 2009

 

El mundo enigmático de la moral: una hermenéutica sobre el saber alrededor de la guerra en Colombia*

The enigmatic world of moral: a hermeneutic of knowledge about war in Colombia

Mónica Zuleta**

* Este artículo es resultado del estudio "La conformación del territorio de los estudios sobre la Violencia en Colombia: una interpretación sobre su moral", desarrollado desde el IESCO - Universidad Central, para optar al grado de Doctora en Historia en la Universidad Nacional de Colombia.

**Psicóloga, socióloga y filósofa. Doctora en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Coordinadora de la línea Socialización y Violencia del IESCO - Universidad Central, Bogotá (Colombia). E-mail: mzuletaz@ucentral.edu.co

{original recibido: 12/08/09 · aceptado: 11/09/09}


Este artículo presenta los resultados de una hermenéutica realizada sobre el saber acerca de la guerra civil campesina de mediados del siglo pasado, conocida como "la Violencia en Colombia". Pretende abrir caminos para acceder al dominio de la moral. La hermenéutica está sustentada en planteamientos de Spinoza, Nietzsche y Foucault, y emplea escritos de carácter político, periodístico y científico sobre la Violencia, producidos entre los años veinte y los noventa del siglo XX.

Palabras clave: historia del conocimiento social colombiano, hermenéutica, violencia política, la Violencia en Colombia, genealogía de la moral, pragmática.

Este documento apresenta os resultados de uma hermenêutica realizada a respeito do conhecimento existente sobre a guerra civil camponesa de meados do século passado, comumente denominada como "a Violência em Colômbia". Pretende construir caminhos de acesso ao domínio da moral. A hermenêutica fundamenta-se no pensamento de Spinoza, Nietzsche e Foucault, consultando documentos de caráter político, jornalístico e científico relativos à Violência produzidos entre as décadas dos 20 e dos 90 do século XX.

Palavras chave: história do conhecimento social colombiano; hermenêutica; violência política; a Violência em Colômbia; genealogia da moral; pragmática.

This article presents hermeneutics results about the knowledge of the rural civil war in the middle of the last century known as "the Violence in Colombia". It aims to build inroads in an attempt to access the domain of morality. This hermeneutic is supported by Spinoza, Nietzsche and Foucault, and employs political, journalistic and scientific papers written about the Violence and completed between the twenties and the nineties of the twentieth century.

Key words: history of Colombia's social knowledge, hermeneutics, political violence, the Violence in Colombia, genealogy of morals, pragmatics.


Introducción

Por más de sesenta años, el territorio colombiano ha sido lugar de un conflicto armado "de baja intensidad" sin resolución y que no ha sido posible apaciguar, a pesar de las múltiples intervenciones militares, amnistías y negociaciones implementadas. Esa situación ha conducido a una condición excepcional que no es completamente de guerra, ni completamente de paz. Ha motivado también a que el conocimiento producido por las disciplinas humanísticas se forje al compás del desenvolvimiento del conflicto, y a que buena parte haya seleccionado este como su objeto de estudio.

El presente artículo recoge las conclusiones de un análisis que, valiéndose de planteamientos de Spinoza, Nietzsche y Foucault, quiso introducir una perspectiva hermenéutica para interpretar una porción del conocimiento relacionado con el conflicto interno. El análisis supuso que las propiedades especiales de ese conocimiento ofrecerían las llaves para ingresar a la tierra enigmática de nuestra moral.

Ese conocimiento, justamente, pone en contacto ámbitos de índole heterogénea, como por ejemplo, el propio del saber, el particular del Estado y la soberanía y el correspondiente a lo social y la ciudadanía y, en tal virtud, concierne a la mayoría de habitantes del país. Por otra parte, ha sido influenciado por el conflicto que, a su vez, es impactado por el conocimiento que se produce sobre él. Igualmente, tanto el conocimiento como el conflicto han sido perturbados por consensos sociales sobre los gobiernos, la guerra y la paz, y viceversa, los consensos se han nutrido en distintos momentos del conocimiento y de los modos de sobrevenir del conflicto.

El estudio se guió por tres objetivos: el primero, tendiente a describir ideas, pretendió visualizar los conjuntos de argumentos que utilizan los autores para justificar las fuerzas en juego en el conflicto y los respectivos papeles de los participantes, y descifrar las lógicas constructoras de las justificaciones. El segundo, enfocado a describir acciones, quiso diferenciar los juicios, aprobatorios o no, sobre los actores en guerra, y los modos como los juicios promocionan cambios o mantenimientos en prácticas políticas, sociales y económicas. El tercero, orientado a describir pasiones, buscó desenmarañar las configuraciones afectivas de las que emergen las proclamas que acompañan las acciones colectivas, en contra y en favor del dominio admitido como estatal, e identificar síntomas que anuncian tanto fractura de consensos como nacimiento de nuevos acuerdos donde brotan otras apreciaciones.

Entonces, el estudio configuró en un registro, y a la manera de una historia, escritos dispersos que fueron publicados hasta finales de los ochenta, sobre el periodo del conflicto armado denominado "la Violencia", y que se refiere a la guerra civil de los años cincuenta entre campesinos seguidores de los partidos políticos tradicionales, conservador, liberal y comunista1. Diferenció tres momentos: el primero se ocupó de los inicios de la guerra civil, entre los veinte y los cuarenta, cuando apareció veladamente un nuevo personaje al que la literatura analizada llama "pueblo", y en los cuarenta, cuando, de acuerdo con esta literatura, el personaje irrumpió caóticamente y se hizo visible, entre otras razones por su papel protagónico en los desórdenes ocasionados por el asesinato del líder popular del Partido Liberal colombiano, Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 19482. El segundo momento trató la explosión de la guerra popular, cuando el "pueblo" obligó a que otros actores políticos lo reconocieran como contendiente y a que lo aceptaran dotado de potencia actuante. El tercero analizó el desenlace, cuando se fue desvaneciendo el acuerdo colectivo que le confería carácter y fuerza como actor político al "pueblo", porque ingresaron apreciaciones del suceso que provocaron otros acuerdos consensuados.

En vista de que la mayoría de los escritos, de cronistas, analistas, comentaristas y estudiosos de la Violencia, de quienes se valió la hermenéutica, estaban ceñidos a la suposición de que las causas de la guerra civil tenían origen en anomalías estatales de índole política, social y económica, resultó una historia de la gran corriente del acuerdo colectivo que deslegitimó la validez del Estado colombiano en el siglo XX.

Este escrito hace un resumen de esos análisis. Comienza con la descripción de los episodios seleccionados para cohesionar y diferenciar los tres momentos en los que se basó el estudio. Posteriormente presenta los supuestos que soportaron la hermenéutica, junto con las herramientas que se emplearon para interpretar los textos escogidos. Expone a continuación varias de las conclusiones obtenidas en lo que respecta a la moral colectiva, y postula hipotéticamente algunas consideraciones sobre modos de reconocimiento que compartimos como colombianos.

Episodios

Seleccioné unos episodios para cohesionar los tres momentos, yendo un poco en contra de las conexiones empleadas usualmente por los comentaristas de la Violencia de esos años que, como dije, se sustentan en prácticas políticas y socioeconómicas de los actores en guerra; preferí, en cambio, que los episodios trataran sobre las escaramuzas de las que se valieron las ciencias sociales para captar el suceso.

El primer episodio está relacionado con los desórdenes multitudinarios que promovió en el país el asesinato de Gaitán3. Lo delimité por los dos libros bandera de su movimiento político: Las ideas socialistas en Colombia, escrito por Gaitán en 1924 y convertido por sus seguidores, en los treinta y cuarenta, en manifiesto, y Gaitán y el problema de la revolución colombiana, escrito en los cincuentas por uno de los dirigentes del gaitanismo, Antonio García Nossa, que imprimió historicidad al movimiento.

El segundo está asociado con la apertura del programa de Sociología de la Universidad Nacional, en 1959, y con la aparición, en 1962, de La violencia en Colombia, trabajo emblemático de ese periodo del conflicto armado. Delimité el episodio hacia atrás, por publicaciones que nutrieron y acompañaron esa investigación, como por ejemplo, reflexiones de políticos e intelectuales liberales publicadas en la revista Mito entre 1955 y 1960; conceptos de miembros del Partido Comunista publicadas en la revista Documentos Políticos entre 1956 y 1958; estudios del país y de sus gobiernos como el del politólogo estadounidense Vermont Lee Fluharty, La danza de los millones: régimen militar y revolución social en Colombia, publicado por la Universidad de Pittsburg, en 1957; testimonios de guerrilleros liberales como Las guerrillas del Llano de Eduardo Franco Isaza que data de 1955, de militares conservadores como Las guerrillas de los Llanos Orientales de Gustavo Sierra Ochoa, informe de 1954, y de políticos gobiernistas, moderados y radicales de los cincuenta, como los discursos del líder liberal Carlos Lleras Restrepo, pronunciados entre 1942 y 1955, o el análisis del senador conservador José María Nieto Rojas, publicado en 1956. Sus límites hacia adelante son investigaciones sistemáticas realizadas a lo largo de la década del sesenta, nacionales y extranjeras, en las cuales algunos autores hacen explícita la postura favorable al "pueblo" y en contra de las prácticas políticas regentes, en textos como La subversión en Colombia (1967) del sociólogo colombiano Orlando Fals Borda4. Cabe anotar que fue en estos años cuando las comunidades científicas convirtieron la Violencia en objeto de estudio: por un lado, seleccionaron y pusieron en relación una serie de eventos a los que asignaron ordenamientos cronológicos, espacios geográficos de manifestación y actores específicos; y por otro, les atribuyeron categorías explicativas, y lógicas organizacionales y conectivas.

Inicia el tercer episodio cuando el programa de Sociología cambia de estatuto y el grupo de sus profesores y estudiantes, que se vuelve predominante por esos años, propicia modos de conocer que entiende como "des-coloniales", o distanciados de la política del desarrollo y, en cambio, impulsa el estudio minucioso de obras de autores europeos que usualmente son considerados fundadores de esa disciplina5. Termina a finales de los ochenta, en lo que respecta al abordaje del conflicto político en el país, cuando se publica el diagnóstico Colombia, violencia y democracia (1987), que cristaliza con fuerza el viraje hacia lo idiosincrásico que estaba forjándose desde hacía un tiempo6. Durante estos años, las comunidades científicas impusieron otro tipo de condiciones para acceder al objeto relacionadas con métodos que contemplaban series de exigencias que debían seguirse rigurosamente7.

Diferenciar estos eventos me ayudó a ordenar la dispersión de escritos sobre el tema, de distinto género y publicados en fuentes diferentes, o a relacionarlos con el mismo, como periódicos y revistas regionales y nacionales, revistas y libros especializados, colombianos y extranjeros8. También me permitió seguir los caminos en los que unos géneros de escritura tomaban prelación sobre otros, a medida en que el conocimiento sobre la Violencia se iba convirtiendo en científico9.

Al escoger incidentes sobre el transcurrir del programa de Sociología, en vez de elegir los vinculados usualmente con la Violencia, distinguí el punto de vista que impregna la tendencia de la ciencia considerada como más "propia" del país, durante los años de consolidación del conocimiento científico social, producida en la Universidad Nacional de Colombia, uno de los ámbitos que, a mi juicio, moduló los tonos para delimitar los problemas sociales y marcó los ritmos de difusión del saber10.

Los episodios se refieren, entonces, a una muestra del saber preponderante producido por los académicos más destacados en este campo, que ha sido consultado y aprobado por ellos, ha sido objeto de polémicas y acuerdos y ha sido citado en las bibliografías sobre el tema, nacionales y extranjeras, más conocidas11. Se refieren, en suma, a escritos calificados como "mejores", "expeditos" y "científicos", y a escritos desplazados o convertidos en origen, fuente y cimientos de ese saber experto12. Por esa razón, además de estudios, historiografías y bibliografías directamente relacionadas con el suceso, los episodios contemplan escritos que parecen alejados del tema, junto con discursos, manifiestos, análisis, crónicas y reportajes, de distintas épocas13.

Supuestos

Elegí la temática del conflicto porque concierne a la mayoría de los colombianos, en tanto, según mi hipótesis, es y ha sido por varias décadas una manera de reconocernos; nótese que a pesar de que ha habido variaciones en las percepciones sobre este problema y sus manifestaciones, perdura la impresión de que Colombia es un país en guerra, y la creencia en que la violencia expresa lo que es nuestra realidad.

Asumí que el hecho de considerarnos violentos le da un sello al conocimiento producido sobre el país, dentro y fuera de este, en la medida en que atañe a nuestra "identidad"; y que, por eso mismo, manifiesta la decepción y el pesimismo dominante sobre nosotros mismos y sobre la aparente inutilidad del conocimiento, puesto que el conflicto persevera, a pesar del empeño y de la dedicación para plantear todo tipo de soluciones.

Le di importancia a los calificativos que científicos especializados en el país le otorgan a la ciencia social colombiana, quienes con intención más de explicación que de condena, sostienen que "está encerrada en su mundo", que "exhibe modestia en los estudios que presenta" y que, al contrario de otras ciencias de la región, "percibe lo que sucede en el país como excepción", por lo que consideran que "sus hallazgos son incomparables a los de otras naciones". Igualmente, tomé muy en serio opiniones sobre el país, enunciadas por estudiosos extranjeros como el historiador John Johnson, en las que, según cuenta el historiador estadounidense David Bushnell, además de calificar a Colombia como "insignificante", la tildan de "excepcional", por lo que se rehúsan a "encajarla" en sus generalizaciones sobre el continente latinoamericano14.

Postulé una premisa que concierne a los intelectuales, nacionales y extranjeros, y otra que se relaciona con el estatuto de lo verdadero. La primera sostiene que en vista de que algunos de los estudiosos y comentaristas han pretendido no sólo comprender el conflicto, sino también solucionarlo, sus escritos pretenden dar cuenta de los sentimientos de vergüenza, esperanza, frustración, rechazo y escepticismo que los acompañan. La otra premisa sostiene que, dado que las soluciones al conflicto que sugiere el conocimiento producido en torno a este no han tenido impacto sobre su resolución, es necesario entonces aceptar que el estatuto consensuado sobre lo verdadero cambia frecuentemente.

Sobre la base de estas premisas, bosquejé la tesis, desde la cual, esas peculiaridades del conocimiento facultan ingresar al ámbito de la moral acordada por un gran sector de colombianos y de extranjeros que se han preocupado por el país, porque hacen explícitos conjuntos de creencias, valores y significados que hemos compartido acerca del conocimiento de los gobiernos, de la guerra, la paz, y la sociedad, por un lapso que abarca gran parte del siglo XX.

Afirmada en lineamientos extraídos de las propuestas de Spinoza, de Nietzsche y de Foucault, entiendo como moral de la literatura documental sobre la Violencia, los modos de congregación y dispersión, los tipos de acuerdos y desacuerdos, y los procedimientos de inclusión y exclusión, englobados en los conjuntos de creencias, valores y significados que han gobernado el estatuto de lo verdadero, en lo que respecta a los fundamentos de dicho conocimiento.

Quise recoger las propuestas de escuelas críticas contemporáneas que juzgan como subordinada la tendencia predominante del conocimiento producido en la periferia, y ejemplarizan su juicio usando mecanismos del ejercicio del poder que llaman poscoloniales15. Sin embargo, aunque acepto su juicio, no creo, como lo proponen esas escuelas, que baste con identificar esos mecanismos generales de subordinación. Presumo más bien que el análisis de la moral del conocimiento generado alrededor de la excepción, puede permitir el acceso a las maneras específicas y afirmativas en que este conocimiento construye realidad y, también, subordinación.

Técnicas de análisis

Mis intereses fueron, primero, vislumbrar maneras de construcción del saber, más que explicitar el saber construido, y, segundo, constituir una historia de la verdad, desviándome de la empresa científica que desde hace décadas se ha dedicado a explicar las causas del conflicto colombiano, a detallar sus propiedades espaciales y temporales, y a evidenciar sus expresiones de crueldad y barbarie.

Me basé en dos "técnicas" de lectura que se constituyeron en mi método, extraídas de los proyectos filosóficos espinosista, nietzscheano y foucaultiano16. El manejo que hice de ellas me permitió conectarlas, lo que resultó en la apropiación particular de las propuestas de esos filósofos, entretejidas con mi propia experiencia y conocimiento17. Empleé la hermenéutica genealógica para vislumbrar la voluntad de los escritos, y para diferenciar las devociones intrínsecas mediante las cuales los autores dejan entrever sus convicciones, sus ambivalencias, sus predilecciones y sus repulsiones. Usé la crítica pragmática para divisar los dominios afectivos donde los autores legitiman sus códigos morales y sus valores. Obtuve así puntos de vista sobre el mundo, compartidos por los colectivos a los que los autores pertenecían explícita o implícitamente18.

Mediante estos modos de leer, sustraje los mecanismos morales que articulan cada episodio, y los afectos compartidos que modulan los mecanismos y le confieren una especie de unidad a la variedad, tanto de devociones como de afectos, de la muestra de escritos que seleccioné. Diferencié tres mecanismos y varios estilos, que extraje de las devociones y afectos específicos de los escritos en el lapso estudiado, y que denominé de la siguiente manera: 1. mecanismo moral de la víctima y el victimario que da cuenta del momento cuando los escritos, al referirse a la furia que acompaña la acción de las muchedumbres, en los cuarenta y cincuenta, traslucen el miedo de los políticos y los intelectuales tradicionales a tal demostración de fuerza. 2. Mecanismo moral de la esperanza, momento en el que la literatura exhibe el entusiasmo que provoca en comunidades científicas de los cincuenta y sesenta la aparición del "pueblo", y la ilusión que supone para muchos intelectuales la cooperación en la construcción de un mundo nuevo; también da cuenta de sentimientos de fervor por las costumbres, esgrimidos por estas comunidades nacientes, que vuelcan en ese mundo apenas vislumbrado, apreciaciones basadas en la creencia en que son naturales los ordenamientos y jerarquías del viejo mundo. 3. Mecanismo moral de la experiencia, que manifiesta la rivalidad entre sentimientos de solidaridad y de egolatría acompañantes de las circunstancias que viven las comunidades científicas durante los setenta y los ochenta, consecuencia del contrapunteo entre dos tipos de propósitos: el afán porque el conocimiento sirva a la sociedad donde se produce, y el interés egoísta en que solo una verdad sea la institucionalizada.

Análisis de los mecanismos morales

A continuación esbozo algunas hipótesis sobre los mecanismos morales y sus apegos, relativas a los modos de reconocimiento que nos son particulares, las cuales intentan responder a la pregunta que formulé acerca de la moral que prima en el conocimiento sobre la Violencia.

LA MORAL DE LA VÍCTIMA Y EL VICTIMARIO

El 9 de abril de 1948, para muchos de sus narradores, estudiosos y comentaristas hasta mediados de los cincuenta, fue un acontecimiento imprevisto de emergencia del "pueblo" como amenaza "bárbara", que conmovió a los actores tradicionales y los obligó por instantes a callar19. Para intentar comprender las razones de esa irrupción, los escritores que leí, muchos de ellos actores políticos tradicionales, acudieron a sus visiones usuales sobre el mundo, y la explicaron como la consecuencia de un giro de la política mundial, que facultó a que fuerzas enemigas internas, que consideraban de carácter bárbaro, se aliaran y fortalecieran con fuerzas enemigas externas del mismo carácter, según lo mencionado por algunos intelectuales, para provocar el desorden destinado a que el grupo político conservador continuara gobernando en el país, y, según otros, para derrocar a ese grupo y favorecer al grupo político liberal20.

De forma que, por ejemplo, la atribución de las fuerzas del caos fue endilgada a muchas alianzas: por los dirigentes conservadores del gobierno, al comunismo internacional y a liberales radicales y comunistas (Estrada, 1948; Fandiño, 1949; Nieto, 1956; Fernández, 1951; Azula, 1956); los líderes comunistas al fascismo internacional, al neoliberalismo, y a conservadores y liberales nativos (Zapata, 1949; Torres, s/f [1954]; Vidales, 1948; Vieira, 1957); los dirigentes del gobierno amigos del liberalismo a fascistas aliados con fuerzas conservadoras, según ellos, extremas (Lleras Restrepo, Lleras Camargo, Santos, López de Mesa) (Lleras y Lozano, 1948); finalmente, los dirigentes del gobierno amigos de la socialdemocracia achacaron el tropel a neoliberales unidos a liberales y conservadores tradicionalistas (Forero, 1948 y Echandía, cit. Forero, 1948).

La mayoría de los dirigentes y líderes compartía una convicción acerca de su mundo, según la cual, cualquiera que se les enfrentara y pusiera en riesgo su posición, era "bárbaro" y portaba la "maldad" propia del victimario21. Como estaban convencidos de que el enemigo era peligroso, no solo para ellos, sino sobre todo para el mantenimiento del mundo "civilizado", consideraban que, como representantes autorizados de la "civilización", una de sus misiones consistía en defenderla de sus enemigos22. Asumían que la "civilización" estaba a merced de victimarios "bárbaros" quienes la acechaban continuamente y, entonces, como siempre, en cuanto únicos guardianes autorizados del mantenimiento del orden, justificaban y promovían el despliegue de sus fuerzas armadas, asimiladas a fuerzas armadas estatales, para contener cualquier acción en su contra, considerando que así salvaguardaban ese orden de la "civilización"23. Esa suposición que primó en los intelectuales y dirigentes, y que explicaba el desorden ocasionado por la aparición del "pueblo" como amenaza premeditada o provocada a la "civilización", les hizo creer que estaban facultados para rotular al "pueblo" emergente como "enemigo bárbaro", y al considerarlo como su victimario, achacarle la maldad24. Los dirigentes obraron, entonces, como víctimas: convencidos de que tenían la razón y, en consecuencia, el derecho a la defensa: protegieron con las fuerzas de que disponían a la "civilización".

En vista de que el desorden continuaba, algunos narradores forjaron otra interpretación que complementaba la anterior y le asignaba valor a la acción desplegada por fuerzas internas, que hasta entonces solo habían sido reconocidas, por esos mismos dirigentes políticos, en función del papel que jugaban en procedimientos de índole electoral. La nueva interpretación de lo sucedido le echa la culpa de la responsabilidad del desborde del 9 de abril al líder liberal asesinado: asegura que, durante el tiempo en el que Gaitán ejerció sus funciones como líder, fomentó la manifestación de prácticas políticas desligadas de la vigilancia de partidos y de organizaciones como los sindicatos; enfatiza que era de esperar que, carente de la tutoría paterna e institucional, el "pueblo" se presentara tal como lo había hecho, y que en aras de vengar la muerte de su precursor, hubiera exhibido la "barbarie" que lo caracterizaba.

La propagación paulatina de esta interpretación propició la justificación del enfrentamiento popular entre facciones de carácter liberal y conservador, donde unos grupos de dirigentes apoyaban la venganza del "pueblo", pero en pro de los liberales porque, según ellos, estaban arrinconados; y otros apoyaban la defensa del "pueblo", pero en favor de los conservadores, porque, según ellos, estaban amenazados. Dirigentes liberales, conservadores y hasta comunistas, sostenían que el "pueblo" en armas era liberal y que deseaba vengarse de los grupos políticos conservadores porque los juzgaba como responsables de arrebatar a los liberales su espacio estatal25.

Por otra parte, y es lo que quisiera resaltar, tal interpretación se combinó con la creencia usual en la civilización: los dirigentes juzgaron la ira popular como amenaza "bárbara", no solo para los conservadores, sino también para los liberales e, incluso, para los comunistas, y legitimaron un pacto entre hombres "civilizados" en contra del "pueblo", como vía para la supervivencia del Estado.

Estas interpretaciones, entonces, acompañaron el modo de manifestación del conflicto que llamo excepcional: ni en pro de la guerra, ni en pro de la paz, justifican un estado de guerra popular entre vengadores y defensores, que aunque aceptan, valoran como "bárbaro"; por otro lado, legitiman el pacto de paz entre dirigentes y lo explican como la forma en que el mundo "civilizado" debe defenderse de las amenazas provenientes del mundo de los "bárbaros". Y así, la mayoría de los intelectuales de ese entonces legitimó en sus escritos el pacto político entre elites liberales y conservadoras, comunistas incluidas, y acordó enfrentarse a la "barbarie" mediante la fuerza militar, como mecanismo para mantener los ordenamientos institucionales de su "civilización"26. También justificó, velada o explícitamente, la lucha "bárbara" entre fracciones populares que se proclamaban conservadoras, liberales y comunistas27.

LA MORAL DE LA ESPERANZA

El episodio que rescato en este apartado corresponde al rompimiento de la alianza entre políticos e intelectuales, al finalizar los cincuenta, que se expresa en forma de disensos de los intelectuales respecto a: las explicaciones usuales sobre las causas de la Violencia, los papeles asignados a la política tradicional y el desempeño esperado de las instituciones estatales.

Las razones que aducen los científicos para justificar su alejamiento de las maneras usuales de hacer política, contienen argumentos como los siguientes: el desbordamiento de las fuerzas militares con el beneplácito de dirigentes de los partidos tradicionales, que motivó a que los intelectuales intervinieran en favor de acciones de negociación con el pueblo28; la decisión de jugar un papel diferente al de legitimar a patronos políticos, y emplear en cambio el conocimiento para abandonar ese rol e independizarse29; la exigencia del "pueblo" para ser percibido, al ensañarse, cada vez con más ira, contra símbolos de la "civilización"30; las invitaciones de dirigentes políticos para que los intelectuales formaran parte de nuevos movimientos31; efectos inesperados del conocimiento técnico que era propagado, a través de organismos multilaterales, en la implementación de políticas de desarrollo32.

La ruptura hizo posible que los intelectuales usaran el conocimiento de un modo que no tenían previsto, y que tomaran partido por el "pueblo", sin importarles que fuera conservador, liberal o comunista. Estimuló a componer un tipo de experiencia que puso en jaque y por un tiempo corto, el pacto social de civilidad en el que se sostenían las apreciaciones sobre la legitimidad del Estado y la guerra popular entre fracciones. Condujo, en fin, a que muchos intelectuales tomaran partido por el giro que por esos años tuvo la confrontación armada, que dejaba de manifestarse entre fracciones populares, para perfilarse como lucha de clases, donde el "pueblo" advenía en un contendiente activo, a la ofensiva, en contra de las prácticas socioeconómicas y políticas promocionadas por los dirigentes tradicionales.

La literatura que analicé durante estos años sobre la Violencia, tiene la peculiaridad de que es propia de la escritura que le atribuye al pasado lo que está ocurriendo en el presente33. Refleja entonces el cambio de lo defensivo a lo ofensivo, que está dándose no solamente en lo concerniente al conflicto armado, sino también en lo que atañe a los intelectuales, quienes justamente, al tiempo en que escriben sobre los años inmediatamente anteriores, están abandonando su papel de subordinados de las elites políticas para advenir en actores autónomos de los dominios del conocimiento y de la política.

Este desfase entre el pasado y el presente, tal vez es la razón de la ambivalencia de la ruptura: los análisis enfatizan que el "pueblo" tiene un aspecto "irracional" que para los científicos es menester desfigurar, para volver a armar y convertir en "racional"34. Por este motivo, por un lado, parecen fascinados por la lucha del "pueblo" en el presente, y, por el otro, las maneras como se refieren al pasado inmediato, es decir a la Violencia, están contaminadas por las convicciones propias de los dirigentes de los que se están separando35. En ese momento, el discurso científico está lleno de clichés e impone fines prefigurados a las acciones y pasiones del objeto del conocimiento que está forjando, para convertirlo en sentido común36. Los métodos y técnicas van tras la búsqueda de los clichés que los científicos saben que tienen que encontrar, para cambiar la cara al "pueblo", blanqueársela y "civilizarlo", condición que establecen para reconocerlo como actor político y aliado37.

¡La moral de la esperanza, entonces, se adjudica ella misma la función de convertir al "pueblo" en contrincante legítimo de los líderes políticos tradicionales y a sus intelectuales en guías de ese contrincante!

Los escritos de este periodo ponen en evidencia que la ambivalencia presente en las motivaciones que esgrimen los científicos para romper con la política tradicional, descansa en que aprecian como injustas las acciones políticas de los dirigentes en contra del "pueblo", pero consideran acertada la creencia de las elites en la "barbarie" popular. Cristalizan esa ambivalencia en su convicción de que, aunque es menester trasformar el Estado, para dirigir esa hazaña se requiere de líderes que posean propiedades del espíritu relativas a lo "civilizado".

Porque estos científicos creen que la lucha del pueblo en contra de los dirigentes es justa, y que mediante el conocimiento, el "pueblo bárbaro" podrá advenir en civilizado, es que van a enfrascarse en la tarea de usar el conocimiento para trasformar al "pueblo" en sujeto político. Configuran un ámbito novedoso que funciona distinto a como actúan las jerarquías propias de la representación política en las que, en aras de que un sistema institucional opere, cada escalón representa al siguiente, hasta llegar a una cabeza que actúa en nombre de todos los escalones; en cambio, instalan mecanismos compuestos de cofradías, donde profetas y discípulos son encargados de propagar esas nuevas creencias.

Aunque a primera vista ese ámbito terminó pareciéndose al anterior y marchó de forma similar a como lo hacían las jerarquías contra las que peleaba, que elegían de antemano a sus líderes y obligaban a las bases a obedecer, dio lugar a actos de donación no previstos, de virtudes civiles y guerreras, entre intelectuales y combatientes. En la medida que se fue extendiendo la creencia en que la revolución era el único camino para transformar las prácticas políticas del país, las donaciones de virtudes guerreras se hicieron más frecuentes y trastocaron el propósito de los científicos de convertir, mediante el entrenamiento intelectual, al "bárbaro" en "civilizado". Los roles acabaron confundiéndose porque muchos científicos se volvieron combatientes y muchos combatientes se intelectualizaron.

LA MORAL DE LA EXPERIENCIA

El final de mi historia presenta los mecanismos mediante los cuales, según mi interpretación, los intelectuales terminaron por aceptar revivir el viejo pacto social y, en aras de convertir al "pueblo" en sujeto de estudio, excluyeron al "pueblo" como sujeto político.

Este momento fue sintomático de un viraje respecto a la apreciación sobre las prácticas políticas, que se refiere a si aceptar o no la violencia, como modo legítimo de lucha. Ese giro, en el ámbito de la producción del conocimiento, propició combates entre contendientes intelectuales de distintas vertientes, que buscaban imponer cada uno sus criterios acerca de las condiciones privativas del saber. En el ámbito de la política, favoreció disputas entre varios grupos revolucionarios en donde cada uno quería imponer criterios relativos a las condiciones privativas de la revolución.

En la Universidad Nacional, al comenzar los setenta, mientras, por un lado, muchos habían tomado partido por la revolución y varios profesores y estudiantes se habían convertido en líderes y combatientes de los movimientos, por el otro, varios no estaban de acuerdo con la actividad revolucionaria, propiamente dicha, sino que proponían generar conocimiento alrededor de cambios pacíficos de índole institucional38. De esta polémica surgió la inquietud sobre la función que debía cumplir el saber en la sociedad.

Los enfrentamientos entre las dos vertientes de conocimiento que primaban en el programa de Sociología son ejemplo de lo anterior: mientras en los sesenta se dio preponderancia a la vertiente dirigida por líderes que favorecían cambios revolucionarios radicales, en los setenta se privilegió a la que encabezaban quienes apoyaban cambios institucionales profundos. Ambas clamaban por la construcción de un conocimiento "propio", pero mientras la primera invitaba a salir de las aulas y acercarse al "pueblo" y a sus necesidades, la otra defendía el camino particular de una formación de claustro, disciplinar, basada en lecturas minuciosas de autores y teorías. Ambas posturas creían que la función del conocimiento era estimular cambios en las prácticas políticas del país, y apoyar la lucha popular, pero la una insistía en que se requería de la revolución para tal propósito y aseguraba que la misión de los intelectuales era entregar al "pueblo" herramientas científicas para que él la hiciera, mientras que la otra suponía que el "pueblo" debía incluirse en el accionar institucional, y ser instruido y alfabetizado39.

Esta polémica por definir el conocimiento "más" expedito para transformar las prácticas políticas y por establecer la "mejor" manera de desenvolver la revolución, explota en el interior de varios proyectos intelectuales y revolucionarios de izquierda, como por ejemplo, en las luchas estudiantiles, en los movimientos maoístas, en los movimientos político-religiosos cercanos a la teología de la revolución, en el Partido Comunista, en las organizaciones campesinas como la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, etcétera40. Paradójicamente, la polémica distancia el conocimiento de la acción política revolucionaria y fractura el consenso a través del cual una corriente intelectual importante legitimó al "pueblo" como actor político.

Los escritos sobre la Violencia de estos años visibilizan la inquietud, colectivamente compartida, que al tiempo que pregunta por la razón de ser del conocimiento, inquiere por los requerimientos que demanda construir un Estado. En los setentas, sobresale una respuesta a esta inquietud que recuerda los juicios de Nietzsche acerca del papel y la función del Romanticismo: los científicos se decepcionan, dejan de creer en que ellos mismos pueden construir el Estado, y pasan a creer que el Estado resulta de una nación que se construye por fuerzas económicas e invisibles, y sin su intervención41.

¡El giro faculta dictaminar un camino para que transite el conocimiento, donde se supone que la tarea de la ciencia social es descifrar los mecanismos y dinamismos particulares del funcionamiento de las sociedades en paz!

Los escritos se refieren a los mecanismos y dinamismos de esas fuerzas. Cambian entonces las explicaciones y la mayoría de sus autores abandona la fe en su poder para cumplir un papel preponderante en la revolución, así algunos individualmente sigan tomando partido por las luchas populares42. Por otra parte, entienden la violencia como una enfermedad que afecta al país, la del desorden, que se extiende bajo la forma de las epidemias, y creen en que puede superarse si se aplican remedios y curas que la calmen, propios de políticas estatales43. Se convencen, por último, de que la revolución fracasó y de que ellos y su conocimiento deben cumplir la tarea de colaborar con los gobiernos para forjar un Estado de derecho44.

Dichos estudios suponen que, a diferencia del Estado, la nación tiene características como las siguientes: 1. Es una estructura condicionante de los ordenamientos del país que goza de realidad per se. 2. Posee una historia entendida como "devenir" particular que, por la acción de sus fuerzas, avanza y, en la medida que "está deviniendo", "existe". 3. Su evolución sigue una línea recta que comienza en lo "menos" y termina en lo "más". 4. Envuelve al Estado, dimensión que los científicos consideran la cara transformable de la nación y que entienden como amalgama de prácticas institucionales mejorables y perfectibles45.

Varios de los autores se persuaden, entonces, de que su papel prioritario es convertirse en expertos del desenvolvimiento de la nación, y adjudican al conocimiento la función de determinar caminos de construcción de un Estado pacífico. Convierten la Violencia en un asunto culminado del pasado, y la asemejan y vinculan con hitos colectivamente aceptados como fases del proceso de forjar la nación. Trazan esta secuencia: como inicio nacional, sitúan la época de la Colonia; interpretan lo que se conoce como Revolución de los Comuneros, en los finales del siglo XVIII, como el primer grito de independencia frente a la tutela española; consideran la primera mitad del siglo XIX como el periodo de ruptura definitiva con la colonización; la segunda mitad del XIX hasta la Guerra de los Mil Días de principios del XX, la asimilan a un estadio de consolidación nacional; juzgan el momento de fortalecimiento de la organización obrera y sindical y de explosión de luchas obreras y agrarias, entre los veinte y los cuarenta, como el ingreso definitivo de la nación en el capitalismo; explican la Violencia de los cincuenta, como el costo que pagó la nación para instalarse en la modernización; culminan con el periodo que denominan "de lucha de clases", entre los sesenta y los ochenta, que entienden como giro capitalista, de la exclusión al derecho46. Una vía intelectual es la protagonista de la conversión del científico en experto. Deja de interesarse en conocer la Violencia y más bien se dedica a estudiar "las violencias", y para hacerlo, retoma, aunque dándole la vuelta, doctrinas sobre la civilización que en los treinta y cuarenta sostenían el pacto que le confería legitimidad como Estado, a las prácticas políticas y económicas de los grupos de las elites47. Esta vía basa las apreciaciones sobre "las violencias" en explicaciones referidas a anomalías agresivas, y sugiere remedios sustentados en la curación del "mal" de la "agresividad". Señala la cultura como la responsable de la enfermedad del país que atribuye a nuestra idiosincrasia, y sugiere, para erradicar al mal, cambiar la cultura agresiva por una humanizada donde quepa la negociación, manera para que el "pueblo" sea incluido en el dominio estatal y para que la nación culmine el proceso de constitución del Estado de derecho.

Si en los treinta y cuarenta la violencia política era considerada el resultado de la acción de fuerzas "bárbaras" que amenazaban el proyecto de civilización, en los finales de los ochenta se aprecia como el resultado de la acción de fuerzas "bestiales" que amenazan el proyecto de "humanización".

Notas finales

Mi historia permite entrever que las acciones puestas en marcha para registrar al "pueblo" como un actor social emergente, no provinieron del dominio de la política (si bien todos los libros se refieren explícitamente a ella para explicar el cisma que produjo su emergencia), sino provinieron del dominio particular del conocimiento que, hasta entonces, había sido subestimado por las elites que lo usaban como instrumento con el que doblegaban y se doblegaba a requerimientos ajenos.

Si bien se dieron varias explicaciones sobre las causas del acontecimiento que dio lugar a que, en el país, el "pueblo" emergiera con esa fuerza y ese alboroto, no las hay relativas al papel que cumplió el conocimiento durante el lapso en el que en Colombia se reconoció al "pueblo" como actor político. Como mostré, fueron los intelectuales, no los políticos, los que reconocieron al "pueblo", y no desde su papel como políticos, sino como científicos: observaron a ese actor, trataron de diferenciar los compuestos anímicos que lo conformaban, de entender los tipos de lógicas de las que se valía para existir y combatir, y de identificar los valores y virtudes que poseía su lucha.

Por el miedo que les provoca el estrépito del otro cuando aparece, es que sectores políticos se ven forzados a registrar a regañadientes esa aparición del "pueblo", aunque maquinan miles de maneras para ignorarlo. Por el miedo, pero también por el asombro que produce, es que sectores de científicos registran esa aparición.

Fue cuando los intelectuales se liberaron de las jerarquías políticas y religiosas en las que estaban atrapados, que pudieron visualizar al otro, con asombro primero y tomando partido por él, después. A pesar de que usaron métodos, técnicas y teorías que les impedían ver tal particularidad y los empujaban a asimilarla al sentido común, la diferenciaron y le extrajeron singularidades. Intentaron entregar esos métodos y técnicas al "pueblo" para ayudarlo a que emergiera, pero fracasaron. Y formularon entonces la pregunta acerca del estatuto ontológico del conocimiento que generaban, momento en el que se les apareció un nuevo proyecto civilizador con el que pactaron.

Es paradójico que el reconocimiento del otro ocurra justo en el momento en el que los intelectuales abandonan sus creencias y esperanzas en el viejo mundo "civilizado" y, como sugieren los murmullos del cambio social, toman partido por la ilusión ofrecida por el "nuevo" mundo de la "modernización".

Cabe preguntar si las herramientas de los modernizadores, además de trazar caminos preestablecidos y demarcados, ¿poseían fuerza afectiva para empujar a sus operarios a abrir rutas de ingreso a mundos imprevisibles? Será que los científicos de los sesenta, a pesar de blandir escudos científicos hechos para subordinar y de disponer de códigos cifrados hechos para interpretar, ¿estaban investidos de utensilios afectivos que los empujaban a ingresar en mundos desconocidos y a asombrarse de la fuerza exhibida por realidades diferentes a la suya? Si esta es la razón por la que los científicos se desorientaron y perdieron la brújula, ¿será que el reconocimiento de la existencia de lo otro, demanda en sus interventores la capacidad para despojarse de intereses de carácter absoluto o de índole utilitaria, como los que engloba la moral predominante, independientemente de que busque, por un lado, la "civilización" o la "modernización", y, por otro, el "capitalismo" o el "socialismo", y, en cambio, los invita a emplear un saber que se constituye con herramientas empíricas pero se compone de afectos propios del dominio de lo singular?

NOTAS

1 La guerra campesina en los cincuenta, según estadísticas moderadas, dejó 200.000 mil muertos (Cfr. Oquist, 1978). Sus estudiosos, analistas y comentaristas sostienen que fue propiciada por los dirigentes de los dos partidos mayoritarios, y que después se independizó de sus gestores (Cfr. Bejarano, 1983). En palabras de Eric J. Hobsbawm, la Violencia "representa lo que constituye probablemente la mayor movilización armada de campesinos [...] en la historia reciente del hemisferio occidental". (1985 [1968]: 14 y 15).

2 El término "pueblo" lo uso de acuerdo con el sentido que le han atribuido, sucesivamente, los comentaristas y analistas entre los treinta y los sesenta, así: en los treinta y cuarenta, los políticos, periodistas e intelectuales usaban la palabra cuando se referían a los seguidores de Gaitán; en los cincuenta, usaban la expresión cuando se referían a las muchedumbres protagonistas de los desórdenes del 9 de abril; y, en los sesentas y setentas, la usaban cuando se referían a campesinos, guerrilleros, policías, soldados, bandoleros y matones. En los ochenta prima más la palabra "campesinos" para referirse a los protagonistas de la Violencia. El siguiente extracto del discurso de un dirigente del gaitanismo, el día del sepelio del líder, expresa el sentido al que me refiero: "Gaitán fue la palabra del pueblo, su expresión, su instrumento [...] Pero el pueblo oía, entendía, creía, sabía que aquella palabra era la suya; que estaba construida con su misma materia, que era como la melodía que recuerda una vieja canción olvidada y que esa voz familiar estaba hecha de silencio y de llanto [...]" (La Jornada, 20 de abril de 1948).

3 En las crónicas sobre el 9 de abril, escritas entre 1948 y 1949, se señalan varios acontecimientos que los cronistas consideran antecedentes del suceso, retomados por los científicos unos años después; por ejemplo, el momento en el que comenzaron disturbios obreros alrededor de enclaves exportadores en la zona nororiental del país, que algunos cronistas consideran como el foco "de modernización", en los veinte, o los disturbios en las zonas de occidente y de oriente, en los treinta y cuarenta, entre campesinos conservadores y liberales de zonas tildadas respectivamente como focos "falangistas" y de "caciques", que los cronistas caracterizan como gobernadas por terratenientes y caciques (Manrique, 1948: 23, 94, 127).

4 Un aspecto que hace especial ese libro es que, pocos años antes, su autor había sido defensor y promotor a ultranza de la política de desarrollo patrocinada por el gobierno estadounidense y por politólogos y sociólogos tecnócratas, "colombianólogos", que eran asesores tanto de la implementación de políticas públicas como de los programas de sociología recién abiertos en el país. El libro muestra el giro de una tendencia intelectual muy influyente en sectores estudiantiles, religiosos y populares, del "desarrollismo" a la actividad revolucionaria. Su autor subraya la urgencia de construir una "sociología nacional comprometida" como mecanismo para "delinear una estrategia [...] útil" que asegure "el advenimiento de una sociedad a la que todos aspiramos" (Fals, 1967: 13).

5 En anteriores artículos de NÓMADAS, señalamos los giros y las confrontaciones del programa de Sociología de la Universidad Nacional, durante los sesenta. Al finalizar esa década, tuvo lugar el enfrentamiento entre el grupo de profesores y estudiantes que defendía "la ciencia comprometida", liderado por los fundadores del Programa, y el grupo cercano al Partido Comunista, que tildaba al primero de defensor del "neo-colonialismo" y el "imperialismo". (Cfr . Zuleta y Sánchez, 2007 y 2009).

6 El diagnóstico que se conoce como Colombia, violencia y democracia fue resultado de un encargo del Ministerio de Gobierno al grupo de científicos que era reconocido como "experto" en asuntos del conflicto armado colombiano, en 1987. El proyecto fue coordinado por el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional, y reunió a investigadores de distintas universidades, la mayoría de públicas (Cfr. Sánchez, 1987).

7 Las exigencias que establece Jaime Jaramillo Uribe son un ejemplo de los nuevos requerimientos para advenir en científico. Jaramillo es considerado fundador de la corriente historiográfica colombiana, que se denomina "nueva historia". Sus criterios fueron publicados, en 1979, en el prólogo del Manual de historia de Colombia, proyecto patrocinado por el Instituto Colombiano de Cultura. Sostiene que un "verdadero" historiador debe poseer las siguientes cualidades: 1. combinación entre erudición y artesanía; 2. una postura frente al mundo mediante la cual se resuelvan los obstáculos lógicos y morales a través del "conocimiento y dominio de los métodos de investigación, sus recursos documentales [...] y una voluntad de verdad"; 3. el desarrollo de un estilo sobrio, caracterizado por "ausencia de retórica"; 4. compromiso ético reflejado en la simpatía hacia "la totalidad del objeto histórico y no solamente hacia unas de sus partes"; 5. "evitar toda forma de maniqueísmo" y "atenerse a los hechos", manera para no hacer metafísica, 6. imaginación, pero solo para "establecer hipótesis a partir de los hechos"; 6. "sentido crítico que descubrió el pensamiento occidental a partir de Descartes, que maduró con Kant y los filósofos ilustrados del XVIII" (Jaramillo, 1982 [1979]: 17-26).

8 La investigación, además de los libros, consultó varias revistas y semanarios colombianos y extranjeros, y periódicos de circulación nacional. De las publicaciones científicas, por ejemplo, consultó las siguientes: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura (Departamento de Historia, Universidad Nacional, Bogotá); Boletín Cultural y Bibliográfico (Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá); Análisis Político (Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional, Bogotá); Cuadernos Colombianos (Medellín); Estrategia (Bogotá); Estudios Marxistas (Grupo de Cali); Ideología y Sociedad, (Facultad de Humanidades, Universidad Nacional, Bogotá); Revista Javeriana (Universidad Javeriana, Bogotá).

9 Las distintas disciplinas tienen un orden cronológico de participación en el tema: en los cincuenta y sesenta, la Violencia es problema para la sociología (Cfr. Pineda, 1960; Pérez, 1962; Guzmán et ál., 1962; Torres, 1963). Desde finales de los sesenta y durante los setenta, se vuelve objeto de la economía y la pedagogía; desde los finales de los setenta, de las ciencias políticas y la antropología; por último, de la historia y la filosofía (Cfr. Arrubla, 1969 [1964]; Urrutia, 1969; Gilhodés, 1988 [1972]; Posada Días, 1968; Fals et ál., 1972; Henderson, 1985 [1972]; Tovar, 1975; Zuleta, 1975; Sanoa, 1976; Fals, 1975; Sánchez, 1976 y 1977; Leal, 1976; Oquist, 1978; Palacios, 2002 [1979]; Pécaut 1986 [1979]; Arocha, 1979; Sánchez y Meertens, 1983; Ortiz, 1985).

10 La mayoría de los científicos, y muchos de los comentaristas y políticos autores de los escritos, fueron profesores de la Universidad Nacional de Colombia. Asimismo, varias revistas donde se publicaron los estudios provinieron también de esa institución. Por ejemplo, la manera en que se anuncia en los ochenta que la historia va a ocuparse de "los estudios del presente", es un indicador de los modos como las disciplinas en Colombia se dedicaron a estudiar el conflicto. Y así, el historiador Hermes Tovar asegura que "después de veinte años de esfuerzo, los ‘trabajadores de archivos, documentos y teorías', se muestran interesados ‘en colonizar el presente' y en convertirlo ‘en objeto viable de reflexión histórica', así como en rescatarlo del maltrato al que lo habían sometido anteriores colonizadores de la sociología y la economía" (Tovar, 1984: 183).

11 Para seleccionar los escritos fueron consultadas bibliografías sobre el tema elaboradas por científicos nacionales y extranjeros. Llama la atención que una de ellas, tal vez la más citada al respecto, haya sido elaborada por Russell Ramsey, un oficial profesional del ejército de los Estados Unidos que vino a Colombia en una misión militar para combatir a las guerrillas, durante el gobierno del General Gustavo Rojas Pinilla, entre 1953 y 1957 (Ramsey, 1973: 3-44).

12 En el prólogo de una de las dos compilaciones que inauguran "los estudios históricos del presente" publicada en 1986, uno de los historiadores, Gonzalo Sánchez, clasifica así la literatura documental sobre la Violencia: la escrita en los cincuenta, que considera "apologética" y/o "testimonial"; la de los sesenta, que llama "la nueva literatura", y la localiza como base de la "profesional"; la de los finales de los setenta y los ochenta que producen investigadores de la Universidad Nacional y "colombianólogos" asociados con ellos, que aprecia como "verdaderamente" profesional y científica (Sánchez, 1985: 23-34).

13 Además de las fuentes que tratan directamente a la Violencia, el estudio consideró trabajos anteriores o no relacionados, como por ejemplo, estudios de autores muy influyentes, de los partidos políticos y la ciencia considerada "moderna", como los de los economistas Luis Eduardo Nieto Arteta (1941 y 1948) y Luis Ospina Vásquez (1955); manifiestos políticos conservadores y liberales, como los de Jorge Eliécer Gaitán (1924), Laureano Gómez (1939), Luis López de Mesa (1934) y Silvio Villegas (1937); y análisis y entrevistas a líderes políticos conservadores, liberales y comunistas publicados en el semanario Sábado hasta 1949.

14 El colombianólogo David Bushnell incluye esta anécdota en su balance sobre el conocimiento producido por historiadores latinoamericanólogos estadounidenses, entre los años cincuenta y ochenta del siglo pasado: además de señalar como Johnson "levantó las manos con desesperación" cuando quiso incluir a Colombia en su trabajo comparativo sobre la región, en 1959, resalta un juicio hecho por un politólogo nativo acerca de los colombianos, en los ochentas, que dice así: "Una virtud especial del pensamiento político contemporáneo (y se podría decir lo mismo de toda la sociedad) es la ausencia de pretensión. Quiero decir la inexistencia de cualquier deseo por erigirse en modelo o paradigma para otros" (1985: 783).

15 Por ejemplo, los trabajos que suponen que durante la dominación colonial se instauró en el continente un dispositivo "epistémico" que funciona todavía, mediante el cual se excluyó la posibilidad de que surgieran modos de conocimiento alejados de los estimulados por el régimen "civilizatorio" criollo, trabajos que participan de la vertiente que se conoce como "estudios poscoloniales", y cuyo gestor en Colombia es Arturo Escobar (1998). También los trabajos de índole deconstructiva que describen mecanismos propios de prácticas pedagógicas, según los analistas, destinados a la subordinación del cuerpo y del alma. Sus gestores en el país publicaron recientemente el libro Foucault, la educación y la pedagogía, pensar de otro modo (Zuluaga et ál., 2005). Finalmente, me refiero a genealogías del pensamiento marginal, como las de Adolfo Chaparro (2006). Estas vertientes describen lógicas de subordinación pero, a mi juicio, dejan escapar lo singular.

16 Se utilizaron postulados específicos de estos tres autores: de Spinoza, el que señala: "Ningún soberano podrá obligar a otro a amar a quien le hace daño, a odiar a quien le hace bien, a no ofenderse de las injurias, a no desear librarse del miedo, etcétera" (1986: 350); de Nietzsche, el aforismo que considera la lectura un arte que requiere "ante todo de una cosa que es precisamente hoy en día la más olvidada... para la cual se ha de ser casi vaca, y en todo caso ‘no hombre moderno': el rumiar" (1992: 26); y de Foucault, la pregunta sobre "las formas y las modalidades de la relación consigo mismo por las que el individuo se constituye y se reconoce como sujeto" (1986: 9).

17 La pretensión fue distanciarse de "prejuicios", entendidos ellos como formular preguntas cuyas respuestas se conocen de antemano y, en cambio, utilizar conceptos de modo pragmático. Los planteamientos de Spinoza acerca de la política, y de Nietzsche acerca de la moral, sirvieron como brújula para esta tarea; el estudio se valió, especialmente, del camino seguido por Nietzsche para desenrollar el aforismo relativo a lo que significa el ideal ascético (1992: 25, 116-175).

18 El método pragmático se utilizó en función de lo que propone la Ética de Spinoza. Siguiendo la Parte Tercera, el término "punto de vista" fue entendido como dominio afectivo que atañe a multitudes, y del cual nacen, se nutren y respiran, tanto ideas como prácticas; que no es interior ni exterior, sino que se conforma en el momento en el que se constituye la multitud. Se asumió que, aunque cada integrante experimente afecciones particulares, comparte la experiencia que posibilita a todos, aumentar o disminuir la potencia. Asimismo, se involucró el supuesto que entiende las afecciones tristes como propias del dominio de la impotencia, y por consiguiente, relacionadas con actos e ideas subordinadas, es decir, con padecimientos; asimismo, se consideró que las afecciones alegres son propias del dominio de la acción desencadenada por multitudes dueñas de su potencia y, por consiguiente, autónomas (Spinoza, 1980: 167-242).

19 Las crónicas sobre el 9 de abril expresan detalladamente esta cuestión. La primera que se publicó, repite como cantinela unas palabras en forma de consigna, que el autor le atribuye al Presidente de la República, en el momento de la crisis del 9 de abril: "Prefiero morir en este sillón que flaquear en la defensa de la legitimidad, único centro de reconstrucción moral y material que tiene la nación" (Estrada, 1948: 25).

20 En las crónicas sobresalen dos versiones sobre las causas del asesinato del líder y de los desórdenes: un plan comunista en complicidad con el Partido Liberal, para derrocar al gobierno conservador, y una provocación falangista de los conservadores en complicidad con el gobierno franquista español, con el beneplácito de los Estados Unidos, para instaurar la política anti-comunista. Sin embargo, dependiendo de la afiliación partidista del cronista, se presentan matices que acentúan alianzas variadas entre fuerzas internas y externas (Estrada, 1948; Manrique, 1948; Pérez, 1948; Vidales, 1948; Orrego, 1949; Fandiño, 1949; Díaz, 1948; Zapata, 1949; Osorio, 1952).

21 Los escritos de los treinta y cuarenta, e incluso algunos de los cincuenta, de conservadores, liberales, comunistas y hasta gaitanistas, comportan una apreciación acerca del "pueblo" que consideran "bárbaro" e incapaz de gobernarse a sí mismo, y otra relativa a la preeminencia que, según ellos, hay que otorgar a minorías selectas, de las elites, para que gobiernen el país. El siguiente juicio de un ideólogo conservador bastante influyente durante estos años, expresa ese acuerdo: "Contra la teoría muy cara a nuestro insigne amigo el doctor Jorge Eliécer Gaitán, de que el pueblo es superior a los dirigentes, nosotros mantenemos la irrevocable convicción de que al país lo ha salvado desde los orígenes de la República una minoría egregia de letrados, de jurisconsultos y de políticos que han tenido el heroísmo civil de sobreponerse a los excesos y extravíos de los partidos, predicando virtudes democráticas en medio de la barbarie y proponiendo soluciones jurídicas para reconciliar a los hombre frenéticos" (Villegas, 1948: 3 y 4).

22 El liberal y "demócrata" Luis López de Mesa, intelectual del grupo denominado La Generación del Centenario, expone esta apreciación de manera bastante explícita cuando se refiere a su propuesta para que los habitantes del país aumenten sus grados de "blanqueamiento". Dice así este "pensador" que algunos intelectuales consideran "sabio": "A principios del siglo XIX, el proletariado bogotano y no se diga menos del pueblerino y rural de toda la comarca, era sucio, vicioso, ignorante, lerdo y poco escrupuloso moralmente. Usaba un castellano deteriorado, lleno de regionalismo indianos, con pésima conjugación y abuso de términos rastreros que daban grima. El pueblo se va contagiando del gusto por la limpieza de cuerpo y de vestido que es peculiar del hombre moderno" (1934: 51).

23 Las palabras de reconciliación con los conservadores, ante las muchedumbres al día siguiente del asesinato de uno de los líderes de la disidencia liberal que había sido candidatizado para que tomara a su cargo el gobierno, en el momento de la crisis del 9 de abril, son bastante explícitas al respecto: "El gobierno [del que ahora él forma parte] no tiene interés alguno en tomar represalias contra vosotros, pero será inexorable desde este momento contra quien tome las armas de la república para atacar sus propias instituciones, y está dispuesto a restablecer el orden y la tranquilidad a toda costa" (Echandía cit. Orrego, 1949: 42).

24 Esta apreciación la comparten líderes liberales, conservadores y comunistas. Por ejemplo, Ignacio Torres Giraldo, uno de los dirigentes del Partido Comunista en los cincuentas, responsabiliza a Gaitán de los desórdenes del 9 de abril, al promocionar "una ola de furor popular, sin dirección ni control que, al soplo de la cólera asume proporciones de una gran tormenta que azota y sacude la estructura de la sociedad" (Torres, s/f [1954]: 1413).

25 Estas palabras pronunciadas por un líder popular gaitanista expresan la sensación general: "¡Adelante liberales de Colombia que el triunfo es nuestro! Gaitán muerto es el tricolor de nuestra bandera y arrogantes cual cíclopes, vamos directos a la victoria definitiva, porque él nos ilumina con su aliento generoso y porque estamos obligados a ser superiores a nuestro propio destino" (Osorio, 1949: 7). Asimismo, esta otra apreciación, de un líder gaitanista de la elite intelectual, manifiesta la suposición que primaba de que la lucha del "pueblo" liberal era en contra del Partido Conservador: "Nunca ese pueblo, bombardeado psicológicamente en sus instintos y distraído sentimentalmente por las luchas anti-conservadoras, llegó a preguntarse por qué el liberalismo, con el poder en las manos, no hacía ninguna revolución, ni siquiera cambiaba sustancialmente su vida, había algo más, y ese algo era el aniquilamiento político del Partido Conservador" (García, 1955: 66).

26 Si bien hay varios testimonios al respecto, el que registra uno de los dirigentes de las guerrillas liberales de los Llanos Orientales, Eduardo Franco Isaza, es contundente. Estas guerrillas que duraron cuatro años, fueron conocidas, además de su bravura, por la fuerza de su organización interna; en julio de 1953, aceptaron la amnistía que les ofreció Rojas Pinilla. Refiriéndose a lo que se conoció como "Declaración de Sogamoso", reunión entre hacendados llaneros, liberales y conservadores, y militares, que tuvo lugar en 1951, en una ciudad colombiana que es puerta de entrada a los Llanos Orientales, dice Franco Isaza: "Amo liberal y chulavita godo desatan la más cruel de las persecuciones y matanzas. El primero cometiendo doble traición, a su partido y a su pueblo que le amasa fortuna, da su nombre de liberal para llamar a uno de los grupos raciales más vigorosos y sufridos de Colombia ‘bandoleros' [...] Con esa palabra se entrega el pueblo a sus verdugos" (1955: 203). Por otra parte, los guerrilleros llaneros llamaban "chulavita" a todos los conservadores, pero el nombre proviene de una vereda, Chulavita, de un municipio de Boyacá, donde en una hacienda eran entrenados campesinos por la policía, para que se enfrentaran como policías conservadores a los guerrilleros liberales; tuvieron fama por la crueldad con la que actuaron en zonas de Boyacá y de Santander (Franco, 1955).

27 Aunque de los testimonios y de los estudios de los cincuenta, se colige esta situación, el signo que, a mi juicio, la explicita con mayor fuerza, es el conocido como "La misión Currie". Se trató de un estudio sobre el desarrollo económico del país que, según cuenta el responsable, el economista estadounidense (nacionalizado) Lauchlin Currie, "surgió de conversaciones sostenidas a fines de 1948 entre el señor John McCloy, entonces Presidente del Banco Internacional y el doctor Emilio Toro, miembro de la junta de directores ejecutivos de la misma institución. Por muchas razones pareció que Colombia [...] era una país admirable para aplicar este sistema comprensivo" (Currie, 1950: 13). El estudio se hizo en el momento en el que la guerra civil estaba más exacerbada, por iniciativa del presidente Mariano Ospina Pérez (el mismo que las muchedumbres intentaron deponer el 9 de abril), y con la venia de los dirigentes de los partidos liberal y conservador, porque era la condición "para la gestión de ciertos proyectos". (Currie, 1950: 8).

28 Este es uno de los argumentos de más peso en el libro La Violencia en Colombia, que achaca la primera fase de la violencia a acciones promovidas por el gobierno conservador, entre 1948 hasta 1953, durante la presidencia de dos conservadores Mariano Ospina y Laureano Gómez. Según los autores, en esta fase "la violencia alcanzó un nivel desesperante" (Guzmán et ál., 1962: 39).

29 Este argumento caracteriza la propuesta del líder, primero sacerdote y después guerrillero, Camilo Torres Restrepo, y manifiesta la tendencia predominante de las ciencias sociales entre 1959 y 1968, en la Universidad Nacional. Torres, en el "VII Congreso latinoamericano de sociología", expresa su inconformidad con la ciencia y con la técnica; invita a que el conocimiento científico sea empleado para dar cuenta de "los motivos verdaderos" por los que el país está en ese nivel de desarrollo, y a que los intelectuales asuman una postura en favor de las clases populares y dejen de lado sus intereses partidistas y burocráticos (Torres, 1964: s/p).

30 Una de las características de esta guerra civil que más impresión provocó en los estudiosos, y que ha quedado registrada en la memoria de los colombianos de esa generación, fue la crueldad. El libro la Violencia en Colombia ilustra este aspecto con varios ejemplos; lo mismo hacen los testimonios, tanto de líderes de las guerrillas liberales, como de conservadores y militares. Podría decirse, en suma, que la literatura de los años cincuenta y sesenta releva este aspecto, aunque lo explica por distintas causas, dependiendo de la adscripción política de los escritores (Cfr. Guzmán et ál., 1962; Vásquez, 1954; Franco, 1955; Nieto, 1956; Sierra, 1954).

31 Este argumento sobresale en los escritores de la revista Mito, intelectuales y políticos que participaron en el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), una disidencia del Partido Liberal que buscaba fundar otra manera de hacer política en el país, y que rompió radicalmente con los partidos, desde mediados de los cincuenta hasta mediados de los sesenta. El siguiente párrafo da cuenta del tono de la revista en lo que concierne a los escritos políticos: "La violencia en las ciudades y en las regiones campesinas pudo tener finalidades electorales en un principio; después esos fines se hicieron más complejos, y en esa complejidad era posible entrever, en algunas provincias, la guerra de los hacendados contra los aparceros, los colonos y los campesinos pobres, y de los patronos contra las organizaciones sindicales" (Mesa, 1956: 66).

32 Esta tecnología, que fue difundida por organizaciones de carácter multilateral en los programas universitarios y en los proyectos modernizadores, estatales y privados, está omnipresente, además, en escritos de tecnócratas, en textos de militantes comunistas, de militantes de vanguardias y de grupos rebeldes religiosos (Cfr. Pérez Ramírez, 1962; Pineda, 1960; Mesa, 1957; Child, 1956; Molina, 1960; Viera, 1956 y 1958; Torres, 1961, 1963 y 1964; Fals, 1957, 1961 y 1965).

33 En La subversión en Colombia, Fals Borda recoge planteamientos de Camilo Torres Restrepo, muerto en una confrontación entre guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y militares, el 15 de febrero de 1966, en San Vicente, municipio del departamento de Santander (El Tiempo, 18 de febrero de 1966: 1). Cabe anotar que Torres había ingresado a esa guerrilla en 1965, lo que había causado gran conmoción en la prensa, por el influjo que tenía el sacerdote en sectores populares, estudiantiles, profesorales, religiosos, políticos y de las elites. Fals Borda resalta la propuesta del Frente Unido, organización política liderada por Torres, que había desaparecido, y alaba la acción de los guerrilleros llaneros a los que considera revolucionarios "verdaderos" (Fals, 1967: 45). Este cambio de apreciación sobre los campesinos está presente en varios de los escritores del MRL, cuyas columnas aparecen en Mito; igualmente, en los escritos del Partido Comunista (Cfr. Comisión Comité Central del Partido Comunista: 1960).

34 Junto con las apreciaciones de alabanza a las guerrillas llaneras y a las agrupaciones campesinas comunistas de zonas de Tolima y de Cundinamarca, los analistas juzgaban la Violencia como "barbarie campesina" (Cfr. Montaña, 1963; Gutiérrez, 1962; Guillén, 1963; Posada, 1968).

35 La siguiente apreciación de Roberto Pineda, uno de los científicos más innovadores en lo que respecta al uso del conocimiento técnico, emitida al comenzar los sesenta, sirve como ejemplo para mostrar la ambivalencia de sistemas de valores que primaba durante el momento. Refiriéndose a las consecuencias de la violencia en el campo, señala la destrucción institucional bajo la forma de "el derrumbamiento de los principios morales", "la presencia con caracteres alarmantes de la prostitución [...] muchas veces disfrazada bajo la forma de uniones libres" y "el incesto que de acuerdo con las observaciones, se está tornando común" (1960: 39).

36 Uno de los colombianólogos más reconocido del momento, el estadounidense Fluharty, en su análisis bastante agudo sobre la clase política colombiana, emplea todos estos clichés sobre la supuesta "mentalidad hispanoamericana". Por ejemplo, "impulsos anarquistas que fácilmente se despiertan a criticar, a oponerse, a imponer su personalidad sobre otras personas [...] Una pereza producida por energía insuficiente para emprender grandes proyectos" junto con "la incapacidad para ejecutar los pequeños detalles para su realización" y "un individualismo que produce excelentes guerrilleros pero malos soldados" (1987 [1957]: 191). Este tipo de clichés van a perdurar en la literatura en todo el periodo, y los utilizan científicos anglosajones y colombianos.

37 La propuesta de Guzmán manifiesta el deseo del grupo de científicos de "civilizar" al campesinado. Guzmán la llama "terapéutica". Propone la acción simultánea de "sectores" pastoral, militar, privado, educacional y parlamentario. Mientras no haya ese tipo de intervenciones por parte de las elites, agrega, el pueblo seguirá siendo horda "con todas las regresiones de la horda" (Guzmán, 1980 [1964]: 442).

38 Hay varios ejemplos en la literatura acerca de esta cuestión. Señalo uno que tuvo lugar en la revista Alternativa, un proyecto editorial de circulación semanal, en el que colaboraron varios grupos políticos disidentes y revolucionarios, cuya primera fase duró entre febrero y diciembre de 1974, momento en el que sus editores se dividieron, y aparecieron dos revistas, una liderada por el grupo de Fals Borda, y la otra por el grupo de Gabriel García Márquez. Según el primero, el otro no era revolucionario sino "liberal" y "aliado de la alta burguesía". Fals Borda se critica por permitir que lo engañaran "mitos" en lugar de trabajar con "organizaciones populares"; también por dejarse guiar por criterios "pequeñoburgueses" y deslumbrar "por el progresismo" de una actitud burguesa en favor de los "derechos humanos" (Manifiesto de la Fundación Rosca de Investigación y Acción Social, 1974: 5). Según García- Márquez, el otro grupo quiso tomarse la revista "como una maniobra perversa para confundir a las izquierdas latinoamericanas" ("Carta al lector", Alternativa, No. 20, nov. 25 a dic. 8, 1974).

39 En Alternativa aparece con claridad este debate. El grupo de Fals Borda explicita la tesis de que la violencia en Colombia es una lucha de clases y sostiene que al conocimiento científico solo han accedido "el Estado burgués y sus instituciones", como manera para defender sus intereses. Proclama que la ciencia comprometida es aliada de la lucha de clases y le asigna como finalidad, además de construir popularmente el conocimiento, la difusión del mismo en los sectores populares que "tienen necesidad de información seria y documentada sobre el desarrollo de la lucha de clases en Colombia" (Alternativa, No. 18, octubre de 1974: 31). El grupo de García Márquez sostiene, en cambio, que "nivelar por lo bajo a las masas populares ha sido uno de los errores más vehemente criticados por los grandes dirigentes revolucionarios porque remeda de la manera más brutal el trato que las clases dominantes le dan al proletariado" ("Debate sobre la prensa de izquierda", Alternativa, No. 20, noviembre a diciembre de 1974: 8).

40 Las polémicas, divisiones y debates que tuvieron lugar en las numerosas agrupaciones de carácter revolucionario en los sesenta y setenta son bien conocidas. Algunas de ellas las recoge un estudio también polémico, del Colectivo Proletarización, publicado en los setenta, donde se presenta un inventario crítico de las agrupaciones de izquierda; entre otras, dice: "Este infantilismo [según los autores de todas las agrupaciones revolucionarias] [...] era la respuesta por reacción espontánea a la eterna práctica revisionista y conciliadora del Partido Comunista" (Colectivo Proletarización, 1975: 63).

41 Paradójico que este giro superpuesto a las anteriores polémicas y divisiones provenga de los intelectuales que lideran los grupos revolucionarios. No es la derecha, sino la izquierda la que va a introducir el neoliberalismo como basamento de sus presupuestos sobre subdesarrollo a través del concepto de fuerzas invisibles del mercado desde 1964, en un análisis que aparece en una revista con matices marxistas: Estrategia (Arrubla, 1964). Este análisis es reeditado en 1969, momento cuando tiene resonancia. El argumento en el que se basa sostiene que la crisis económica de los años treinta en Colombia provocó que los capitales nacionales encaminados tradicionalmente a la circulación, pasaran a la producción, por dos razones de índole opuesta y, según su autor, "inexplicables", pero que originaron la estructura dependiente de la industria nacional. Más o menos dice así: ¡por no contar con divisas, los capitales se vieron imposibilitados a importar bienes de consumo, y para sustituir las importaciones, se vieron conminados a importar bienes de producción y materia prima, para lo cual se financiaron con café! (Arrubla, 1969: 16 y 17).

42 A pesar del giro economicista, hay varios autores que continúan defendiendo la acción revolucionaria, y sus escritos sobre la Violencia se dirigen a analizar antecedentes de la misma y de la lucha de clases. Los trabajos de Gonzalo Sánchez, de Estanislao Zuleta y la ANUC, de Hermes Tovar, de Gloria Gaitán, entre otros, son ejemplo de ello (Sánchez, 1976 y 1977; Zuleta y ANUC, 1975; Tovar, 1975; Gaitán, 1976).

43 Si bien el tono de decepción ante el subdesarrollo lo inician estudios de la vertiente de la dependencia como los de Arrubla, va a ser incorporado, ya no como decepción, sino como "realidad" en estudios de carácter histórico sobre el desarrollo del capitalismo en Colombia. En uno de ellos, a mi juicio el más importante, aparecido a finales de los setenta, de Marco Palacios, se demuestra que el capitalismo colombiano "existe". Lo guía el siguiente argumento: "Si las fuerzas del capitalismo sólo operan a plenitud una vez lograda la integración nacional y la centralización política, o sea que requieren del Estado-nacional, el proceso histórico colombiano del último siglo, visto en la perspectiva amplia de su historia cafetera, muestra tendencias inequívocas en esa dirección" (Palacios, 2002 [1979]: 445).

44 La percepción de "fracaso" de la revolución se hace explícita en varios proyectos editoriales que aparecen en estos años, y que fueron muy difundidos. Me refiero en particular a los siguientes tres proyectos: El agro en el desarrollo histórico de Colombia que recoge análisis económicos cuya meta es "desideologizar" el conocimiento y promover su producción objetiva (Leal, 1977: 28); el Manual de historia de Colombia que está destinado a "enriquecer nuestra bibliografía y acercarla a los niveles que ésta ha logrado alcanzar no digamos en la metrópolis europea de la cultura, sino en los países latinoamericanos" (Jaramillo, 1982 [1979]: 18); y el compendio Colombia hoy que mantiene el tono de desengaño ante la realidad del país, pero acepta las tesis de las fuerzas invisibles económicas (Cfr. Arrubla, 1978).

45 En el estudio de Palacios está expuesta muy claramente esta nueva tesis que considera el capitalismo como realidad histórica nacional. Dice así: "La experiencia muestra que el sistema ha podido trabajar gracias al modelo liberal de desarrollo que manifiesta una clase social que a pesar de sus grandes transformaciones internas, desde hace más de dos siglos está estratégicamente ubicada en la intersección de los dos mundos, el rural y el internacional" (Palacios, 2002 [1979]: 445). De su estudio se colige el valor que adquiere el término "nación" en la perspectiva de la economía liberal: como sistema económico que armoniza las partes que lo constituyen, partes cuya articulación da lugar al todo, es decir, al capitalismo. En contraste, el Estado lo constituirían las formas de gobierno particulares. (Cfr. Ibíd.). Para fortalecer su propuesta, Palacios recurre a tesis de los treinta y cuarenta, de intelectuales como López de Mesa y Nieto Arteta.

46 Esta periodización la propone el campo de estudios de la historia del presente, y se explicita en la propuesta de Maestría del Departamento de Historia de la Universidad Nacional (Cfr. Tovar, 1984: 179-183).

47 En el informe Colombia, violencia y democracia, la comisión para analizar las causas de la violencia colombiana, conformada en 1987 y dirigida por Sánchez, aclara que su "modesta" tarea consistió en "elaborar un diagnóstico, acompañado de las recomendaciones pertinentes", y también, su "exigente" tarea fue emitir apreciaciones "no solo sobre las formas de violencia negociables (violencia política), sino también sobre muchas otras no negociables", en un momento en que hay "un proceso de pacificación" que ya ha hecho "un apreciable recorrido". (Sánchez, 1987: 10). En el informe, se cambia el término "violencia" por "violencias", definido como: "Todas aquellas actuaciones de individuos o grupos que ocasionen la muerte de otros o lesionen su integridad física o moral; [...] como algo que impide la realización de los Derechos Humanos, comenzando por el fundamental: el derecho a la vida" (Ibíd.).

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