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Nómadas
Print version ISSN 0121-7550
Nómadas no.31 Bogotá July/Dez. 2009
El romanticismo de Nicolás Gómez Dávila: entre la reacción y la insubordinación*
Nicolás Gómez Dávila’s romanticism: Between reaction and insubordination
Edgar Giovanni Rodríguez Cuberos**
* Este texto hace parte de la investigación titulada "Anatomía de la reacción: manifiesto de contrarrevolución intelectual", para optar por el título de Magíster en Investigación en Problemas Sociales Contemporáneos de la Universidad Central. La "forma" de elaboración del siguiente documento exige del lector una capacidad para la intertextualidad, ya que propone la interacción entre la recepción del texto y la articulación analítica con algunos de los Escolios de Nicolás Gómez Dávila. Esto para lograr el propósito que persigue: leer por planos e intersecciones. La idea es presentar un tejido, una urdimbre propiamente reaccionaria. Se sugiere acompañar la lectura preferiblemente escuchando The times they are a changing de Bob Dylan.
** Licenciado en Biología. Profesor de la Universidad de la Salle y de la Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá (Colombia). E-mail: e-rodriguez@javeriana.edu.co
En memoria de Franco Volpi
{original recibido: 04/08/09 · aceptado: 30/08/09}
Desde una perspectiva hermenéutica, el artículo describe los vínculos e influencias del estilo romántico en la obra de Nicolás Gómez Dávila, con el propósito de rastrear y visibilizar a partir de los despliegues conceptuales del autor en cuestión, las consecuencias y actualizaciones de un estilo de pensamiento marginal, disidente y finalmente excluido. De igual forma, se proponen los mecanismos tácitos que sugieren desde esta investigación una recomposición contemporánea del sentido y la función actual de la reacción como movimiento posible e insubordinado del pensar: un re-surgir del Romanticismo.
Palabras clave: reacción, Romanticismo, Nicolás Gómez Dávila, pensamiento menor.
O artigo descreve desde uma perspectiva hermenéutica os vínculos e influências do estilo romântico na obra de Nicolás Gómez Dávila com o propósito de rastrear a partir dos despliegues conceptuais do autor em questão, as consequências e actualizações de um estilo de pensamento marginal, dissidente e finalmente excluído. De igual forma, propõem-se os mecanismos tácitos que sugerem desde esta investigação uma recomposición contemporânea do sentido e função actual da Reacção como movimento possível e insubordinado do pensar: um resurgir do Romantismo.
Palavras-chaves: reacção, romantismo, Nicolás Gómez Dávila, pensamento menor.
The article describes from a hermeneutic perspective the links and influences of the romantic style in the work of Nicolás Gómez Dávila with the purpose of find from them deploy conceptual of the author in question, the consequences and actualizations of a style of marginal thought, dissident and finally excluded. In the same form, propose the tacit mechanisms that suggest from this investigation a contemporary re - composition of the sense and current function of The Reaction like possible movement and insubordination when thinking: A revival of the Romanticism way.
Key words: reaction, romanticism, Nicolás Gómez Dávila, minor thought.
El amor hace de la vida un escenario para payasos tristes.
Edgar Giovanni RodríguezTodo arte es una actividad humana llevada a su expresión más sobrecogedora.
Edgar Giovanni RodríguezBuscar un acontecimiento significa que el acontecimiento no existe. Pensar es no saber existir.
Fernando Pessoa
Introducción
Conservadora, reaccionaria, un peligro fascista. Quizás, sean estos los adjetivos que algunos de sus lectores utilizan con mayor frecuencia para "calificar" la obra de Nicolás Gómez Dávila. Para entender el origen de dichas manifestaciones es importante iniciar por el carácter distinto que el autor determina para sus textos: Gómez Dávila decide no someterlos al gran público. Algo extraño si tenemos en cuenta que tanto en Colombia como en otros lugares del mundo, casi siempre la recepción de una producción intelectual está determinada por los circuitos donde esta se ve expuesta, y donde se juegan tanto los intereses más humanistas como las pasiones de quienes deciden encontrar en el acto de escribir, la entrada social a un grupo de referencia: los intelectuales.
El libro que no fue escrito ni para convencer, ni para seducir, tiene una dignidad inconfundible (Gómez, 1986 II: 195).
En el caso particular de la academia colombiana y el movimiento intelectual, la movilidad del pensamiento, su aceptación y legitimidad, su carácter de verdad, los poderes que involucran, etc. están estrechamente relacionados con factores como la pertenencia a grupos o clanes de estudiosos que comparten un enfoque o intereses particulares, apellidos y demás, que reflejan dinámicas de concentración de capital cultural, de incorporación de la hegemonía partidista y el poder eclesial. Son tensiones que terminan por movilizar las retóricas discursivas de estos grupos por medio de instrumentos en los cuales tienen gran influencia mediática (libros, periódicos, revistas, galerías, etc.), tal como lo afirma Urrego: "[...] en el periodo de transición al siglo XX: los intelectuales dominantes eran gramáticos y poetas. En un país como Colombia, el estudio de la lengua significaba la conservación de los privilegios de la elite" (2002: 15).
Así, encontramos que la originalidad o novedad filosófica no ha sido precisamente uno de nuestros baluartes y, por ello, se problematizan aspectos como el pensamiento latinoamericano y su sometimiento a la razón continental o europea.
El que inventa una nueva máquina le inventa a la humanidad un nuevo encadenamiento de nuevas servidumbres (Gómez, 1986 II: 116).
La definición de los temas o problemas locales, al parecer solo ha replicado las controversias de ultramar, sin que existan (salvo escasas excepciones) unas contextualizaciones o actualizaciones de las preocupaciones que determinan las diferentes disciplinas. Por el contrario, el movimiento intelectual colombiano como fenómeno de análisis, se ha matizado por la aparición de "grupos" y circuitos discursivos en diferentes ámbitos, pero que en términos de sus enunciaciones se polarizan en las clásicas tendencias conservadoras o liberales, dando lugar entre el siglo XIX y el XX a "leopardos", "renovados", "centenaristas", pasando por "nadaístas", y por qué no decirlo también, ahora "nómadas".
Nada hay más caduco en cualquier instante que la novedad de ayer (Gómez, 1986 II: 90).
Es en este contexto que Nicolás Gómez Dávila ofrece las primeras muestras de atipicidad, al parecer no le interesó nunca que su obra tuviese amplia difusión, por el contrario, sus textos (por lo menos durante su vida) tenían una circulación restringida y reducida a un grupo de amigos personales que más que un debate y una confrontación permanente, le aseguraban tertulias y ratos de esparcimiento. En la actualidad, quienes estudian su legado, aceptan la gran dificultad de ofrecer un relato biográfico más o menos completo del autor. Tanto en los estudios de Juan Fernando Mejía como de Franco Volpi, se admite que la biografía de este autor se resume en lo que el filósofo italiano afirma: "Leyó, escribió y murió" (Volpi, 2007: 8). "La biografía que habría que cabría escribir en este caso sería el resultado de la amalgama entre una vida cotidiana cultivada al ritmo de hábitos conquistados para ganar la libertad del pensamiento, la perfección de la escritura y la lectura, que toma la forma de una conversación íntima" (Ibíd.: 463).
Lo que importa a casi todos no es tener razón, sino tenerla ellos (Gómez, 1986 II: 5).
El exilio en su mítica biblioteca (una de las más grandes del país) se constituyó hasta su muerte en 1994, en un espacio en el que Gómez Dávila se distanció de las posturas academicistas y los conflictos entre "académicos" para tratar desde la redacción de sus Escolios de criticar a la sociedad de su época. El autor nació en 1913 en una familia muy acomodada, dicha situación le aseguró de entrada un futuro como hacendado y el privilegio de una educación en el exterior que redundaría en la dedicación a los estudios clásicos.
Incluso la consideración más positiva de su obra sigue siendo superficial. Por ello, el propósito aquí es visibilizar aún más, el rastro romántico dentro del pensamiento del filósofo y mostrar de qué manera su legado es importante como alternativa de pensamiento colombiano y cómo la comunión entre estas posturas puede resultar importante, o por lo menos sugestiva, como forma alterna y contemporánea de asumir el trabajo intelectual desde órdenes epistémicos distintos de los modernos. En 2007, esta conexión resulta interesante para un estudio que el filósofo Kinzel propuso, partiendo de la relación entre el enfoque de Thoreau con Gómez Dávila: "El fenómeno reaccionario en el sentido de Gómez Dávila está enlazado a lo romántico de muchas maneras aún a pesar de que lo reaccionario y lo romántico no son en todos los aspectos lo mismo" (2007: 31).
Es a nosotros a quienes toca decidir si el romanticismo fue operación de retaguardia contra la trivialización del mundo o sólo escaramuza frustrada de vanguardia (Gómez, 1986 II: 8).
Por ello, Gómez Dávila se constituye como una figura singular dentro de las personalidades intelectuales nacionales del siglo pasado, no solo por sus "extravagancias intelectuales", sino por el acervo y naturaleza de su obra. El rastro romántico, como se ve aquí, debe tejerse desde los principios que dicho movimiento tuvo en Europa, para correlacionarlo con una forma de pensamiento filosófico expresa en Gómez Dávila (como filósofo), pues lo romántico en Colombia se ha trabajado exclusivamente por sus efectos en la literatura, como bien se evidencia en investigaciones como la de Abel García Valencia (2003) en su texto "Vida, pasión y muerte del romanticismo en Colombia", donde afirma el investigador que en el país estuvieron los primeros poetas en América en utilizar dicho recurso y quienes no siguieron las tendencias españolas, sino directamente las de Francia e Inglaterra (lugares donde Gómez Dávila recibió su educación).
De hecho, como lo constatan algunos de sus pocos comentaristas colombianos, el pensamiento de Gómez Dávila pasó desapercibido en su momento. Si bien tuvo un círculo de contertulios importantes, intelectuales de la aristocracia santafereña, entre los que se mencionan Alberto Lleras Camargo, Mario Laserna, Álvaro Mutis, Alberto Zalamea, Francisco Pizano, Abelardo Forero Benavides, Hernando Téllez, Douglas Botero y el franciscano Félix Wilches, sus escritos mismos no parecieran haber influido en el desarrollo de la filosofía colombiana en la segunda mitad del siglo XX. Esto no significa que no se los pueda comprender hoy como un reflejo de parte significativa del pensamiento de la aristocracia y de la intelectualidad de su tiempo (Hoyos, 2008: 1089).
Mi interés entonces no solo se reduce aquí a recapitular algunos de sus textos, sino precisamente a rastrear e identificar en sus escritos una fuente, un origen, y complejizar lo que creo yo, todavía hoy día, es una dificultad de interpretar y comprender su legado. ¿De dónde se originan las obsesiones de Gómez Dávila?
Un pensamiento no debe expandirse simétricamente como una fórmula, sino desordenadamente como un arbusto (Gómez, 1986 II: 9).
Por supuesto, las recepciones de la obra de Gómez Dávila eran para la gran mayoría de sus contemporáneos un "ensayo escaso de filosofía". Por ejemplo, Rafael Gutiérrez Girardot, otro connotado filósofo colombiano radicado en Alemania, afirmaría que los Escolios "sólo demostraban la impostura de su autor, una muestra de simulación intelectual e intimidación que el bogotano dejaba entrever en las citas ‘plurilingües’ que abren sus Escolios a un texto implícito, citas en griego, latín, alemán y francés". Y esas citas intimidaban precisamente porque es obvio que en Colombia, decía el boyacense, no todos los parroquianos conocen en su idioma natal los autores que Gómez Dávila cita. Es más, para Gutiérrez, el mismo Nicolás Gómez debería conocer esos autores de "segunda o tercera mano" o, lo que sería peor, de "oídas", como solía decir (Gutiérrez, 1989).
La erudición tiene tres grados: erudición del que sabe lo que dice una enciclopedia, erudición del que la redacta, erudición del que sabe lo que una enciclopedia no sabe decir (Gómez, 1986 II: 10).
Los sistemas de pensamiento de autores colombianos como Nicolás Gómez Dávila y Rafael Gutiérrez Girardot (dos ejemplos interesantes de filósofos en el exilio y marginalizados que se autodefinieron como conservadores) son opuestos, y muestra de ello fue, por lo menos, la crítica recia del segundo hacia el primero que dejaba en claro hasta qué punto consideraban mutuamente válidas o no sus apreciaciones.
No obstante, hay elementos curiosos en esta tensión que no solo devela una compartida red de amistades que tal vez conciliaban sus propuestas, servían como catalizadores de las críticas o multiplicadores de su pensamiento (es el caso, por ejemplo, de Rubén Jaramillo Vélez o Hernando Téllez amigos de Gómez Dávila), sino también la calificación que hacen de sí mismos como conservadores o guardianes de la tradición (Rafael Gutiérrez Girardot, por ejemplo, participó en la formación de un fugaz movimiento político de tendencias derechistas llamado Revolución Nacional, en el cual figuró como dirigente al lado del ensayista y traductor Hernando Valencia Goelkel, el poeta Eduardo Cote Lamus, el filósofo Ramón Pérez Mantilla y el posterior integrante del Opus Dei, José Galat).
Los partidarios de una causa suelen ser los mejores argumentos contra ella (Gómez, 1986 II: 6).
En los últimos años dichas valoraciones son más abundantes y diversas luego de la reciente publicación de los textos reeditados por el filósofo italiano Franco Volpi, quien prácticamente "redescubre" a Gómez Dávila y lo ubica como centro de debate a nivel internacional (principalmente en Alemania e Italia). En Colombia, los escritos curiosamente permanecieron en el olvido por más de cuarenta años y muy pocas personas tenían referencia de su existencia. Es a partir del trabajo realizado por parte del filósofo italiano que en la actualidad crece la recepción divergente sobre este conjunto de pensamientos redactados en forma de aforismo o escolio y que comienzan a incorporarse como objeto de análisis y degustación literaria en los actuales círculos académicos. Vale la pena anotar que, sin duda, el llamado "Nietzsche de los Andes" provoca dos alternativas de recepción luego de pasar por la sorpresa de reconocer la vigencia de sus textos y la acidez que los particulariza: animadversión o, por el contrario, una franca admiración.
Las grandes estupideces no vienen del pueblo. Primero han seducido a hombres inteligentes (Gómez, 1986 II: 173).
Esta recepción renovada de la obra ha suscitado interesantes debates, pues curiosamente tanto en Alemania como en Italia (antes que en Colombia), sectores de la izquierda y la derecha más recalcitrante han retomado sus Escolios como elementos de razón que justifican sus políticas o ideologías.
Los reaccionarios somos infortunados: las izquierdas nos roban ideas y las derechas vocabulario (Gómez, 1986 II: 29).
Izquierdistas y derechistas meramente se disputan la posesión de la sociedad industrial. El reaccionario anhela su muerte (Ibíd.: 32).
Ahora bien, cabría aquí la sospecha de que este "Nietzsche de los Andes" llamara la atención de los europeos por la "curiosidad" de un pensamiento de características tan singulares, proveniente de una provincia, de un territorio periférico... la exuberancia y excentricidad del trópico quizás, la atipicidad de lo que está "por fuera de la civilización y del progreso".
El progreso imbeciliza tanto al progresista que lo vuelve incapaz de ver la imbecilidad del progreso (Ibíd: 13).
Una muestra de esta situación fue perceptible en el encuentro internacional que sobre el autor se realizó en el Instituto Cervantes de Berlín (2007) y al que asistieron, entre otros, Franco Volpi, Carlos Gutiérrez (catedrático de la Universidad de los Andes), Krysztof Urbanek (traductor al polaco) y Fernando Savater. Las consecuencias de este encuentro fueron descritas en términos de su recepción por Patricia Salazar (2008) en un facsímil de esta manera:
Dos jornadas antes, los organizadores fueron sorprendidos con un extenso artículo del periódico comunista "Junge Welt" de Berlín, en el cual reaccionó agriamente a la organización del coloquio. "Desde hace tiempo, el escritor de aforismos Gómez Dávila viene siendo venerado como un exquisito dato secreto entre los círculos de derecha [...] pero ahora, la obra del autor reaccionario avanza en Alemania desde la periferia de la derecha hacia el centro de la sociedad", escribió "Junge Welt", acusando explícitamente al Cervantes de promover la expansión del conocimiento de "un autor fascista católico". Entre otras apreciaciones, el periódico comunista sustentó su severa crítica señalando que los dos más importantes escritores alemanes responsables de la propagación de la obra "gomezdaviliana", Botho Strauss y Martin Mosebach, "tienen y cuidan" sus buenas relaciones con la esquina de derecha intelectual y que, además, uno de los ponentes del coloquio, el crítico literario Till Kinzel, autor de la primera monografía de Gómez Dávila escrita en 2006 en Alemania, es autor consuetudinario del periódico "Jungen Freiheit" (s/p).
Esta multiplicidad en la recepción de la obra de Gómez Dávila resulta ser muy significativa, pues la radicalización y la polarización derivada de su lectura, da cuenta precisamente de la importancia de sus ideas como fuente de movimiento intelectual, bien sea por generar detracciones y revulsiones como por sus afiliaciones. Por un lado, se encuentran lectores que ven en Gómez Dávila a un propagandista de la tradición, de la derecha más recalcitrante y, por otro, a quienes sus textos les sugieren no solo un respiro dentro de la repetición, sino una verdadera genialidad, "un pensador local que apunta a lo universal".
"Totalitarismo" es la realidad empírica de la "voluntad general" (Gómez, 1986 II: 33).
Lo cierto es que una lectura más profunda que supere las connotaciones literarias y se adentre interpretativamente en el espíritu de la obra, descubre una de las obsesiones y motor fundamental del cuerpo de pensamiento fragmentario que la constituye: el pensamiento de Gómez Dávila es decididamente antiprogresista. Por ello, un lector no acucioso, una lectura desprevenida, inmediata, arrojan calificativos como autor "conservador", "de ultraderecha católica", "retardatario". Dicha dificultad es producto, por lo menos, de dos factores: la ausencia de identificación de una fuente, influencia o una referencia utilizada por Gómez Dávila y, por otro lado, el aparente carácter asistemático que muchos de sus adversarios usan en su contra, dirán: "Un estilo fragmentario no corresponde a la elaboración de un cuerpo de pensamiento filosófico".
El fragmento es el medio de expresión del que aprendió que el hombre vive entre fragmentos (Ibíd: 87).
Luego, estos dardos literarios no dejan de ser para algunos, meros espasmos de un aristócrata febril. Sin embargo, es de esta manera peculiar, que Gómez Dávila aprovecha el escolio para sublimar el estilo literario a la categoría filosófica más compleja: la síntesis.
La síntesis que no sea mito es estafa (Gómez, 1986 I: 6).
Comprimir en una frase una experiencia reflexiva no solo es lucidez, sino también capacidad de impacto del discurso, un arma de distribución del poder de la palabra para comunicar un pensamiento. En la historia de las ideas, podemos encontrar grandes textos de referencia, pero pocos autores han logrado generar el mismo impacto en un mínimo de espacio. Al parecer, la lógica del convencimiento y del recurso retórico descansa en la extensión, lo cual se vence en el escolio. Así, en cualquier época, cuando un autor decide declararse abiertamente antiprogresista, reaccionario, sabe que tendrá que enfrentarse con un discurso o un estilo de pensamiento que de entrada es o busca constituirse como hegemónico, epistémicamente totalitarista, pues, ¿de qué manera se puede enfrentar o criticar un sistema blindado por la confianza en su supuesto futuro beneficio o deseo de transformación? En palabras de Bárcena:
En su blindaje, este tipo de discurso, ya ordenado, impone una política del silencio que hace de cualquier posible crítica la manifestación más clara y evidente de lo reaccionario. Sorprende que si tradicionalmente el progresista era justamente quien se oponía al sistema dominante, ahora sea todo lo contrario. La cuestión que planteo es muy parecida al argumento que el esloveno Slavoj Žižek desarrolla en su libro ¿Quién dijo totalitarismo? Hay expresiones, como la misma de "totalitarismo", cuyo uso sobreabundante, pero banalizado, acaba convirtiéndolo en un subterfugio que, en vez de permitir pensar, obligándonos a adquirir una nueva visión de la realidad histórica que describe, nos descarga del deber de pensar e incluso impide todo pensamiento crítico e independiente. Hay una aspiración moralizante, de naturaleza terapéutica, en ese discurso blindado contra la crítica y la resistencia (2005: 14).
Por ello, en Gómez Dávila se encuentra un raro ejemplo de pensamiento alterno sobre el que es necesario utilizar o generar diversas alternativas analíticas. Hasta el momento, diversos estudios se han centrado en considerar la naturaleza de sus Escolios, intentando una clasificación temática o su estudio como texto literario, tal vez con la esperanza de dotar su obra de un "orden" que facilite otras interpretaciones. Por ejemplo, en el trabajo que realiza Juan Arana (2007) o Ramírez Tolosa (2007), el primero busca la clasificación ordenada de los Escolios por temas (arte, política etc.); el segundo ahonda en la riqueza de la obra como producto literario exquisito.
Pero, al parecer, nunca fue este ordenamiento o tendencia un afán del autor. De tal forma, es posible que las claves que permitirían una abstracción de su pensamiento, se originen en otro lugar, en un propósito intrínseco ("texto implícito" como llamó al conjunto de sus miles de aforismos) y en la manifestación de una tendencia aún no explorada fuertemente: Gómez Dávila como autor romántico o, por lo menos, con claras influencias de éste movimiento intelectual.
Se negaba a opinar sobre "la situación", le importaba un bledo qué destino tuvieran sus escritos o declaraciones, eludía cualquier publicidad, rechazaba la cámara fotográfica. De sus escasas palabras de interlocutor de salón, solamente eran enunciaciones vigorosas los testimonios de sus odios, muchísimos, y de sus previsiblemente menores admiraciones (Torres, 1997).
Entonces, la tesis fundamental que ronda aquí sugiere dos consecuencias: Gómez Dávila no solamente puede leerse "en clave" del pensamiento anacrónico (Donoso Cortés y De Meistre, como representantes del estilo y del pensamiento ultracatólico conservador y posibles influencias de Gómez Dávila), sino del Romanticismo como vector de fuerza de la reacción, como espacio de insubordinación. Nótese que la propuesta es entender que el movimiento de la reacción es radical frente a las esperanzas de las ideologías, es escéptico de las soluciones y se debe así mismo, no está afanado por la reivindicación o por la "lucha social", es simplemente una apuesta por el riesgo del pensamiento, independiente de los circuitos y los juegos de poder en el que comúnmente se debate el intelectual para circular su opinión.
Gómez Dávila y el Romanticismo: una influencia manifiesta
La filosofía puede ser caracterizada por el deseo constante de renovación de ideas. Un discípulo debate a su maestro. Cada uno, maestro y discípulo, generan sus propias legiones, sus seguidores se disputan la verdad. Este permanente juego del lenguaje tensiona la emergencia de la novedad y la mimetización de la repetición, presentada como innovación, y genera la abundancia de interpretaciones que tenemos de la realidad, así como la construcción de lo que llamamos filosofar.
Cambiar repetidamente de pensamiento no es evolucionar. Evolucionar es desarrollar la infinitud de un mismo pensamiento (Gómez, 1986 II: 169).
La confrontación entre visiones discursivas está conectada con la manifestación de intereses diversos que se traducen en prácticas humanas de relación: unas dominan y otras son dominadas. Por ello, una de las preguntas del equipo de investigación del grupo Socialización y Violencia del IESCO, indaga por los tipos de pensamiento que son singulares y que atraviesan la simple readecuación de viejos conceptos. ¿Cuándo hay novedad en el pensamiento?, ¿qué la particulariza?, ¿qué obsesiona a quienes la postulan? Es la inquietud que ronda de forma permanente los análisis, ya que dichos subterfugios moralizan las prácticas sociales y definen las dinámicas de saber-poder; algunas formas de pensamiento se imponen, se legitiman, otras se olvidan, se ocultan o se llevan al exilio.
El reaccionario no aspira a que se retroceda, sino a que se cambie de rumbo. El pasado que admira no es meta sino ejemplificación de sus sueños (Ibíd.: 70).
No es el propósito de este escrito realizar un estudio detallado de estas formas de legitimación de saberes, pero para el caso de estudio es importante recabar un ejemplo particular de estas tensiones epistémicas: la pugna originada en el siglo XVIII entre dos estilos de pensamiento moderno a partir de dos autores: Kant y Herder. La objeción inmediata es que para este estudio es necesario contemplar las dinámicas o fuerzas sociales locales donde Gómez Dávila produjo su obra, pero sin ánimo de desterritorializar la discusión, dicha dificultad se resuelve cuando se acepta que parte de su singularidad como académico reside en su condición de autoexilio. En otras palabras, Gómez Dávila no polemiza porque simplemente no le interesa. Mientras sus contemporáneos se desgastan en la lógica de la anulación mutua, Nicolás Gómez simplemente se aísla. Es su revolución.
La revolución es una posibilidad histórica permanente. La revolución no tiene causas, sino ocasiones que aprovecha (Ibíd.: 50).
Por otro lado, lo que trato de oponer precisamente es que para entender el fenómeno expresivo de los Escolios, la mirada analítica debe ser más universalista, debido a su propia naturaleza literaria y su singularidad temática que no tienen parangón en su época y quizás en esta tampoco, salvo el trabajo de autores contemporáneos como Cioran o Pessoa.
Solo merece conservarse lo que no necesita que conservadores lo conserven (Ibíd.: 188).
De tal suerte, y luego de esta pretensión justificatoria, cada una de las arquitecturas de pensamiento (la Ilustración de la mano de Kant y el Romanticismo con Herder al frente) tenía un propósito en común: la definición de una meta que colmara las esperanzas de renovación que el espíritu de cada época reclamaba. Así, Ilustración y Romanticismo se constituyen como dos formas de proclamar la hegemonía sobre el territorio deseado del cambio, del abandono del pasado y la seguridad de un porvenir trazado en un mapa de ideas. La interesante evolución y desarrollo de estas dos tendencias muestra, por una parte, la significancia de las máquinas y los circuitos que permiten la instalación de un pensamiento según sus aportes sobre las tendencias de desarrollo social en general (siendo, por ejemplo, el factor económico uno de los más importantes).
El esclavo de la máquina es menos el productor que el consumidor (Ibíd.: 116).
Y, por el otro, la tragedia del abandono, la marginalización o el exilio derivado de la percepción y disputa entre lo que llamo aquí las legiones de seguidores y adversarios que dinamizan, proclaman o entierran literalmente un sistema. Al respecto comenta Mayos Solsona: "Es significativo que, cuando Herder solicitó una cátedra en Gottingen, ‘la facultad de Teología a la que se preguntó por su ortodoxia declaró que la falta de sistema en sus escritos y su individual forma de expresión no permitían llegar a ningún juicio definitivo’" (2004: 55).
Resalto aquí que aunque el proyecto antiilustrado fuera retomado más adelante por Hölderlin, Novalis, Fichte o Schelling, Herder queda a la espera de posibles reinterpretaciones de su pensamiento; el adversario y su lógica lo relegan al olvido de manera análoga a Gómez Dávila. Los pensadores románticos son antiprogresistas, dudan de la confianza en la Ilustración como proyecto de esperanza. Ilustrados y románticos son en este sentido y viceversa, fuente y adversario, acción y reacción. Gómez Dávila es antiprogresista y escéptico no porque tenga detractores definidos, personalizados, sino porque su reacción es contra un espíritu concreto, contra un zeigeist dominante que se muestra único.
El más convencido de los reaccionarios es el revolucionario arrepentido, es decir: el que ha conocido la realidad de los problemas y ha descubierto la falsedad de las soluciones (Gómez, 1986 II: 25).
Pero en este punto el lector requerirá de un lineamiento de conexión, ¿qué es el Romanticismo?, ¿por qué es tan importante en la manifestación de las ideas?, ¿por qué se constituye en soporte del "reaccionario auténtico"? Trataré de esbozar algunas de sus características para comprender de qué manera es viable construir una relación directa entre dicha perspectiva de pensamiento y el trabajo de Gómez Dávila.
Isaiah Berlin, filósofo proveniente de Letonia y profesor de Oxford, fue quizás quien más se interesó por sistematizar la evolución del Romanticismo dentro de la historia de las ideas. En uno de sus textos clásicos titulado Contra la corriente, Berlin dedica su atención en el primer capítulo a explicar de qué manera el Romanticismo fue ante todo un movimiento "contrailustrado" de reacción a dicha forma de pensamiento como proyecto universalista. Básicamente por el carácter hegemónico y homogenizante sustentado en dos frentes: los métodos de conocer y la relación espiritual arquetípica que define la función relacional del hombre entre el mundo y las cosas. Afirma Berlin:
La proclamación de la autonomía de la razón y los métodos de las ciencias naturales, basados en la observación como el único medio de conocimiento digno de confianza, y el consiguiente rechazo de la autoridad de la revelación, las escrituras sagradas y sus aceptados intérpretes, tradición, prescripción, y toda fuente de conocimiento no racional y trascendente, tuvo la natural oposición de las iglesias y los pensadores religiosos de diversas convicciones (1983: 59).
Se puede notar aquí precisamente el origen (si se acepta, genealógico) de la reacción, entendida bajo este contexto histórico preciso, como la respuesta de los sectores más tradicionales a las ideas que prácticamente significaban un cambio de época y de paradigmas. No obstante, el punto de quiebre real y que supuso la duda analítica y aterrizada fue la confianza absolutista (creencia dogmatizante) en el campo epistémico emergente:
Se creyó posteriormente que métodos similares a los de la física newtoniana, que había logrado grandes triunfos en el reino de la naturaleza inanimada, podrían ser aplicados con igual buen éxito a los campos de la ética, la política y las relaciones humanas en general, en los cuales se habían hecho pocos progresos; con el corolario de que alguna vez que esto se hubiera efectuado se barrerían sistemas legales y políticas económicas irracionales y opresivas al ser sustituidas por el gobierno de la razón, el que rescataría a los hombres de la injusticia y la miseria política y moral y los pondría en la senda de la sabiduría, la felicidad y la virtud (1983: 60).
Dicha afirmación pone de manifiesto un fenómeno particular que ronda como problema social continúo en la historia y es el siguiente: luego de varios siglos de trabajo sobre lo político a partir de los estilos de pensamiento, podemos afirmar que el proyecto de fraternidad, libertad e igualdad no ha podido instalarse. La raíz profunda de la problemática radica en la economía interna de los sujetos que no ha permitido establecer relaciones equitativas entre fines y medios, posiciones éticas y estéticas en las que el proyecto positivista ilustrado fracasó y ante el cual el romanticismo anticipó su caída, precisamente porque se olvidaba en esta iniciativa ilustrada la condición humana fundamental, cual es la proyección de la relación espiritual que legitima las acciones de los hombres.
Las revoluciones se hacen para cambiar la tenencia de los bienes y la nomenclatura de las calles. El revolucionario que pretende cambiar la "condición del hombre" acaba fusilado como contra revolucionario (Gómez, 1986 II: 190).
La sustitución de la emocionalidad por la cientificidad sin equilibrio, precipitó la conexión inmediata entre los proyectos económicos y la falsa realización humana y su sentido de trascendencia. Por ello, el Romanticismo es fundamentalmente reactivo al reconocer que el interés material no está directamente relacionado con la felicidad humana (se anuncia aquí la necesidad de contemporanizar y de actualizar el Romanticismo como perspectiva de análisis de los social).
Sólo el romanticismo le sabe hacer críticas inteligentes al romanticismo (Ibíd.: 196).
Berlin, de nuevo, alcanza a rastrear en el movimiento romántico diferentes apuestas significativas como reflejos, vestigios y evidencias de insubordinación y pensamiento menor desde la perspectiva de diversos autores:
Stendhal afirma que el romanticismo consiste en comprender las fuerzas vitales que nos empujan por oposición al intento de escapar hacia algo obsoleto [...] Goethe piensa, en cambio, que el romanticismo es una enfermedad, que es lo débil, lo enfermizo, un grito de combate de una escuela de poetas frenéticos y reaccionarios católicos; [...] Nietzsche piensa que no es una enfermedad sino una terapia, una cura para la enfermedad. [...] Taine, dice que es la expresión de las vigorosas fuerzas de empuje de la nueva burguesía contra los viejos valores, decentes y conservadores, de la sociedad y de la historia, no es una expresión de debilidad ni de desesperación sino la expresión de un optimismo brutal. [...] Schlegel, afirma que surge en el hombre un deseo terrible e insatisfecho por dirigirse a lo infinito, un anhelo febril por romper los lazos estrechos de la individualidad (2000: 35).
Debo resaltar aquí las diversas maneras que Berlín encuentra para referirse a la complejidad del Romanticismo, para mostrar de qué manera es cercano a la reacción y al deseo de insubordinarse (resumo por cuestiones de espacio, pero recomiendo confrontar el texto original debido a su riqueza descriptiva):
El romanticismo es: lo primitivo, carente de instrucción, joven, vida exuberante, palidez, fiebre, enfermedad, decadencia, la muerte misma [...], confusa riqueza, multiplicidad, turbulencia, violencia, conflicto, caos, paz, unidad con el gran "yo" de la existencia, la armonía con el orden natural, música de las esferas, lo extraño, exótico, grotesco, misterioso y sobrenatural, es ruinas, terror anónimo, irracional, inexpresable. Es también la búsqueda de lo novedoso, del cambio revolucionario, el interés en el presente fugaz, el deseo de vivir el momento, el rechazo del conocimiento pasado y futuro, el idilio pastoral de una inocencia feliz, el gozo en el instante pasajero, en la ausencia de limitación temporal [...] (2000: 37-39).
La gran dificultad que encuentra Berlin en sus investigaciones al tratar de clarificar las características del movimiento romántico, lo enfrentan precisamente con su componente más significativo y que para un académico tradicional solo es una lista de muchas cosas y a la vez de nada. Pero la multiplicidad de lo negado, de lo excluido, de lo que no se puede nombrar y que resulta por ello abandonado y marginado, oculto por su potencia irreverente, contiene el espíritu y, como tal, la esencia de un estilo de vida que a la luz de la coherencia entre el pensar y el hacer sostiene una política y una ética concreta. Por ello, la actividad romántica fue y puede ser manifestación alternativa de creación, imaginación y, por lo tanto, de resistencia absoluta tanto individual como colectiva.
Las revoluciones victoriosas han sido desbordamientos de codicias. Sólo las revoluciones derrotadas suelen ser insurrecciones de oprimidos (Gómez, 1986 II: 13).
Hasta ahora, los análisis de la obra de Gómez Dávila se han centrado en taxonomizar los Escolios de forma temática, es decir, de "organizarlos" (escolios que hablan sobre política, sobre arte, sobre religión, etc., como en el caso de Arana (2007)), seguramente bajo el afán positivista de facilitar su comprensión y, de esta forma, resolver la fragmentación, socavando el espíritu que existe detrás de la creación y de la apuesta filosófica. Por ello, lo que propongo aquí es una fuente de interpretación distinta en la que se intente una mirada, una lectura de los Escolios a partir de su influencia y los elementos propios del Romanticismo.
Por ello, es en principio bajo esta peculiar relación fuente/adversario reflejada en las oposiciones conservador/liberal, tradición/revolución, progreso/retroceso, arte/ciencia, romántico/ilustrado, etc. que se manifiestan los complejos mecanismos de legitimación del discurso del pensamiento y de las ideas, por lo que la suma de Escolios de Nicolás Gómez Dávila representa una singularidad del pensamiento colombiano y latinoamericano, una declaración, un manifiesto de la actualidad y necesidad del Romanticismo como alternativa legítima y potente frente a las situaciones y problemáticas de nuestras sociedades tradicionalmente ancladas en saberes hegemónicos, y frente a las repeticiones y réplicas de las apuestas epistémicas de dominación.
Bajo esta perspectiva, y una vez ilustrada la influencia del Romanticismo en Gómez Dávila (enunciando sus principios y contrastando con algunos de sus escolios), identifico aquí cuatro factores recurrentes en su preocupación filosófica:
1. El circuito y los dispositivos sociales donde se despliega el pensamiento para hacerlo propiamente legítimo, para domesticar, controlar y regular la expresión de la diferencia.
La moda adopta las filosofías que esquivan cautelosamente los problemas (Gómez, 1986 I: 8).
Entre el polo del desierto y el polo de la urbe se extiende la zona ecuatorial de la civilización (Gómez, 1986 I: 8).
La exclusiva lectura de contemporáneos reseca el cerebro (Ibíd.: 11).
Toca desacreditar la cultura, para que no sea rentable envilecerla al servicio de la política o la industria (Ibíd.: 24).
En tiempos aristocráticos lo que tiene valor no tiene precio; en tiempos democráticos lo que no tiene precio no tiene valor (Ibíd.: 25).
2. La tendencia a suponer la aparición de la novedad en el pensamiento como una especie de velo o impostura, que funciona como mímesis o repetición maquillada y no necesariamente como originalidad.
Más que inteligible, lo auténticamente original en filosofía parece al principio insignificante (Ibíd.: 25).
La inteligencia, en ciertas épocas, tiene que consagrarse meramente a restaurar definiciones (Ibíd.: 23).
Del libro del reaccionario el lector sale menos indignado de lo que entra (Ibíd.: 22).
Artista clásico es el que prefiere la perfección a la originalidad (Ibíd.: 24).
La originalidad literaria atrae, pero la novedad de la sintaxis intelectual fascina (Ibíd.: 108).
3. La importancia otorgada a la "sistematicidad" y el ordenamiento taxonómico del saber para lograr la visibilización, el reconocimiento, la condición de "aprobación académica".
Con la corrupción del escritor pululan libros malos, con la del lector mueren los buenos (Ibíd.: 9).
En las ciencias humanas se toma la última moda por el último estado de la ciencia (Ibíd.: 11).
Un conjunto personal de soluciones auténticas no tiene coherencia de sistema sino de sinfonía (Ibíd.: 12).
Frecuentemente tropezamos con gente convencida de haber leído un libro porque leyó su traducción (Ibíd.: 27).
4. La figura del adversario no como par de deliberación y debate, sino como objeto y deseo obsesivo de eliminación.
Pascal y Montaigne - ¿adversarios? Simples rivales, como armas distintas del mismo ejército (Ibíd.: 15).
El terrorismo no surge donde existen opresores y oprimidos, sino donde los que se dicen oprimidos no confrontan opresores (Ibíd.: 29).
La pedantería es el arma con que el profesional protege sus intereses gremiales (Ibíd.: 87).
Para juzgar con acierto hay que carecer de principios (Ibíd.: 92).
Estos cuatro dispositivos iníciales de las máquinas epistémicas desencadenan la reacción como movimiento y respuesta a lo que se muestra como totalizante (en este caso la visión de progreso común a la época de Gómez Dávila y punto neurálgico de la pugna entre Kant y Herder, entre ilustrados y románticos). En este sentido, la reacción puede contenerse en dos formas, una que es abiertamente expresa por quien se enfrenta al adversario y otra que surge como producto de la visión deslegitimadora de los mismos adversarios. En otras palabras, la capacidad de disidencia e insubordinación se muestra solo a partir del reconocimiento de un adversario:
Ciertamente su enfrentamiento, aunque iba mucho más allá de los motivos personales, venía casi determinado, predestinado o provocado por la divergencia de sus espíritus. En tal sentido, Kant y Herder representarían dos caracteres absolutamente opuestos pero, a la vez, complementarios. Ambos serían dignos y respetables, geniales y valiosos, cada uno a su manera, pero finalmente incompatibles y contradictorios entre sí. Y ello hasta el punto de que su comprensión mutua se vería comprometida, provocando que seguramente ni uno ni otro pudiera entender plenamente la postura contraria, ni por supuesto apreciar sus virtudes (Mayos, 2004: 62).
Entonces, mientras las dualidades, revanchismos y oposiciones hacen sectario el movimiento intelectual colombiano, Gómez Dávila identifica como su adversario a una época, a un deseo estereotipado de progreso. Su pugna, por ello, alcanza los niveles universalistas y desborda los tiempos, se actualiza fácilmente pues el enemigo sobrevive.
El primer periodo importante del irracionalismo moderno surge, congruente con esto, en lucha contra el concepto idealista, dialéctico-histórico, del progreso; es el camino que va de Schelling a Kierkegaard y es, al mismo tiempo, el camino que conduce a la reacción feudal provocada por la revolución francesa a la hostilidad burguesa contra la idea de progreso (Lukács, 1959: 6).
El irracionalismo que critica Lukács (fuerte detractor de los románticos por su vindicación con los fascismos), no es otra cosa que la oposición a la confianza en la ciencia como única posibilidad de comprensión de la realidad, por lo tanto, la reacción, interpretada desde la obra de Gómez Dávila, es a su vez la reorganización por la inclusión de los saberes diversos, el paso de una mecánica tradicional a una que admite desde la visión romántica la complejidad y la indeterminación, pero que termina excluida por alejarse del canon regulativo del saber: por ser paradójicamente "irracional", fragmentaria y asistemática, una máquina distinta, indisciplinada e indisciplinable.
La reacción como pensamiento menor
Este es el tiempo de la re-acción, del pensamiento menor. Diversas miradas y tendencias se manifiestan ante la crisis actual de los modelos y los sistemas de pensamiento. Afirmarse reaccionario, tal como lo hiciera Gómez Dávila, es abandonar la condescendencia de las miradas tibias, es ofrecer la producción creativa a riesgo de la no comprensión, pues siempre la imaginación es vanguardista y hasta cierto punto revolucionaria, por su carácter humilde.
El que se cree original sólo es ignorante (Gómez, 2001: 326).
Como movimiento del pensar, la reacción viene recomponiendo sus vectores de fuerza y lo que pareciera entenderse antes desde la dinámica clásica como una respuesta a otro tipo de estímulo, hoy, por el contrario, debe comprenderse a la luz de las complejidades que pueden describir mejor sus voliciones, sus mecánicas.
La experiencia vital humana, entonces, involucra, como de hecho sucede, la compleja interacción bioquímica-social que determina nuestra conducta, nuestras maneras de ser-pensar y hacer en el mundo que habitamos, nuestra perspectiva del tiempo y el espacio, etc. Entender la reacción como movimiento requiere que las formas en que la interpretemos incluyan estas dinámicas de complejidad y no solo su significado desde la perspectiva tradicional mecanicista (acción/reacción). La transformación del concepto reaccionario, utilizado para describir lo estático y lo conservador es, por el contrario, la recuperación posible de la potencia de la persona. Detectamos aquí que los sentidos de la reacción están determinados por las vías románticas y no por las vías modernas, ilustradas. Este cambio de paradigma y de semántica del término reacción, reactualiza el contraste entre los principios de la Ilustración y el Romanticismo:
Kant –seguramente radicalizando la tendencia mayoritaria en la Ilustración– tendía a distinguir, separar, oponer y discriminar atentamente los ámbitos (en especial lo humano y lo animal, lo racional y lo natural). Buscaba sobre todo la claridad científica y analítica, pero también una visión antropológica que se basa en la absoluta contraposición y distinción de lo que entiende como humano frente a lo que se opone como no-humano (lo natural, lo animal, lo irracional, la barbarie, etc.). En cambio, el Romanticismo con Herder al frente apuesta por sintetizar, unir y enlazar toda la complejidad de lo viviente; por ello consideran más profundo y especulativo destacar los vínculos, enlaces y continuidades. Para ellos la verdad no puede resultar de distinciones fijas y que nieguen todo enlace y dinamicidad; por eso su filosofía de la historia remite a una antropología y a una especulación que resalta el vínculo de todo lo viviente, que sitúa la humanidad en continuidad y armonía con lo natural (Mayos, 2004: 231).
La comprensión de la reacción en su ámbito dinámico (romántico) favorece incluso en su actualización la consolidación de los movimientos sociales y las tensiones que marcan nuestro tiempo, precisamente porque se inicia, se gesta desde lo individual. No es una operación masiva, sino que puede ser un factor importante en la construcción de sentidos claros, de políticas de transformación de largo aliento y no de manifestaciones fragmentarias de reivindicación o de adhesión a discursos salvadores:
Las sociedades no dejan de moverse en el tiempo. Para gobernar ese movimiento se hace política dentro de cada sociedad y entre sociedades. Los movimientos más intensos se dan cuando se está definiendo la composición socio-política global o en los momentos constituyentes, en los momentos de crecimiento rápido y en los procesos de reacción, de reforma de las fallas estructurales en la composición de la sociedad, es decir, en los periodos revolucionarios o fundacionales, en las olas expansivas y en las crisis (Tapia, 2009: sección 1, s/p).
Esto significa que una apuesta reaccionaria-romántica puede contener un principio de unificación de lo fundamental personal como principio y no solo unos imaginarios por los cuales tradicionalmente nos "movilizamos" con la figura difusa y esperanzadora de la "transformación" que bajo discursos ajenos, corporalizan simbólicamente las ideologías con presunciones de cambios estructurales pero sin una visión de responsabilidad y compromiso individual. En otras palabras, la resignificación de la reacción como experiencia vital, como figura del pensamiento menor y propio en oposición al racionalismo clásico que manifiesta el afán por la opinión generalizada y conveniente, puede sugerir espacios distintos para emprender movimientos sociales con mayores garantías de permanencia y de lucha, porque todos sus agentes son precisamente reactivos, no estáticos, son protagonistas y no fichas, son expectantes y no entretenidos, son creadores y no repetidores, recomponen y no dividen para enfrentar los problemas. Desde esta perspectiva, la reacción puede superar uno de los aspectos que más se le critican por ser en principio una opción de carácter personal y que para el caso de Gómez Dávila se problematiza como una refinada forma de solipsismo. Pero la cuestión no es que el solipsismo se constituya como un refugio cómodo, sino que es a través de la experiencia singular del pensamiento que puede darse cuenta de otras vías distintas que luego pueden ser socializadas.
La vigencia del Romanticismo, insubordinación y despliegue reaccionario de la potencia
En todo esto el reaccionario acierta con la crítica. Y también acierta cuando prende las alertas previendo el triunfalismo dogmático de revolucionarios autoritarios. Guillermo Hoyos Vásquez
En este apartado pretendo mostrar la vitalidad reaccionaria de una forma alterna, como un enfoque que posibilite por lo menos una orientación con implicaciones inmediatas metodológicas en la investigación social contemporánea. Esto se traduce en la oportunidad que tenemos de advertir en las diferentes consideraciones que hagamos sobre los temas y los problemas sociales, un asombro y una puesta en distancia, un ejercicio (si se me permite aquí utilizar la figura) de epojé como espacio cercano y como recurso concreto para movilizar el pensamiento. Por supuesto, esto puede, en principio, no resultar novedoso, pero sí lo es cuando consideramos desde el ejemplo de Gómez Dávila las implicaciones de una autonomía del pensamiento en un tiempo donde las grandes retóricas ideológicas tienden de nuevo a pulverizar cualquier asomo de independencia.
En este sentido, el espíritu "rebelde", "subversivo", presente en el trabajo de Gómez Dávila, y las características del proyecto romántico, dan pie para reconocer otras fuerzas que impulsan la producción intelectual (por ejemplo, el ego de los académicos, sus pasiones y obsesiones), los poderes institucionales y/o hegemónicos que anulan o legitiman los discursos, la influencia del modelo económico sobre la independencia de proyectos distintos, divergentes. Al respecto, dice Lazzarato:
De tal forma, la lógica de disciplinamiento de cuerpos, espíritus y mentes se instaura actualmente de forma directa y a distancia temperando y modulando las acciones que entre más repetitivas y predecibles producen un sujeto con nomenclaturas tipo: targets, grupos de referencia de los cuales se advierte su comportamiento, su ideología y sus costumbres. La insubordinación en este sentido, demarca horizontes de resistencias y subversiones que aniden en una atención a las éticas y estéticas que articulen pensamientos menores y singularidades capaces de producir a su vez pliegues de existencias otras (2007: s/p).
Esas otras existencias, esos pensamientos menores se constituyen como ámbitos y procesos de lucha. Porque tanto el reaccionario como el romántico se pueden perfilar como anomalías del sistema, son perversiones del statu quo, y lo más interesante, se manifiestan como ejercicios subjetivos, personales, sin un propósito claro de aparecerse como respuestas multitudinarias o masivas, sino como experimentos individuales, moleculares, de libertad.
Tal vez, esta experiencia juzgada como solipsista sea precisamente menos exequible a las lógicas de disciplinamiento, posiblemente el impulso reaccionario y romántico como vector de fuerza, y en caso de captura, esté más dispuesto, más expectante y advertido para "desprenderse" y comenzar a tejer el pensamiento y las ideas por otra parte, reconociendo que no hay discurso permanente, sino desconfianza absoluta y pesimismo frente a aquellos que, por el contrario, se nos revelan como mesianismos y ofertas de salvación, como progreso cómodo y sin dificultades, como respuesta para las necesidades de la mayoría pero no para la búsqueda de un estilo individual sobre la puesta en tensión del conocimiento y sus consecuencias políticas en términos de la acción particular.
Imaginar, por lo pronto, una postura como esta es, sin lugar a dudas, de gran valor para quienes estamos en la travesía de la creación y de la investigación. Reacción y Romanticismo, más que grandes discursos, son estilos de vida. Gómez Dávila, como muchos otros, asumió los riesgos de salirse del formato, de las convenciones y de los guiones que se ofrecen como ofertas económicas para la academia (publicaciones, títulos, "pares amigos y enemigos", etc.), y no como preocupación por la génesis del conocimiento. Es posible que sus Escolios no sean una novedad pero sí lo es su apuesta.
En este sentido, la intención de un movimiento romántico/reaccionario actual, vigente, requiere atravesar (cada individuo debe hacer experiencia del movimiento y no solo su enunciación) lo que critica, es decir, bajo la inspiración de un nuevo futuro no puede de ninguna manera replicar lo que quiere reemplazar y generar otra violencia epistémica. El propósito revolucionario-romántico, comentan Löwy y Sayre, debe:
No buscar restaurar el pasado premoderno sino instaurar un futuro nuevo, en el cual la humanidad reencontraría una parte de las cualidades y valores que ha perdido con la modernidad: la comunidad, la gratitud, el don, la armonía con la naturaleza, el trabajo como arte, el encanto de la vida. Pero esto implica el cuestionamiento radical del sistema económico fundado sobre el valor de cambio, la ganancia, el mecanismo ciego del mercado: el capitalismo (o su alter ego en vías de dislocación, el despotismo industrial, la dictadura burocrática de las necesidades) (2005: 22).
En la actual crisis del capitalismo y sus posibles recomposiciones, es importante mantener la posibilidad de alerta del pensamiento, es decir, interponer la reacción como alternativa para deliberar sobre los nuevos formatos y esquemas de nuevas utopías e ideologías que pueden terminar por homogenizar las diferencias que aún quedan. La oportunidad en esta etapa del siglo XXI llama a las generaciones de intelectuales, de minorías, organizaciones, etc., a reevaluar sus sentidos y recuperar para sí la función de la política como mecanismo de comprensión de la evolución social. Las fascinaciones por los discursos o los mesianismos deben reemplazarse por acciones que determinen un estilo de poder desde abajo, una recuperación de la producción de la vida para ella y desde ella en su complejidad. Así, afirman Löwy y Sayre:
Los románticos revolucionarios no buscan restaurar el pasado premoderno sino instaurar un futuro nuevo, en el cual la humanidad reencontraría una parte de las cualidades y valores que ha perdido con la modernidad: la comunidad, la gratitud, el don, la armonía con la naturaleza, el trabajo como arte, el encanto de la vida. Pero esto implica el cuestionamiento radical del sistema económico fundado sobre el valor de cambio, la ganancia, el mecanismo ciego del mercado: el capitalismo. No significa un retorno al pasado, sino un pasaje por el pasado, hacia un futuro nuevo, que permite al espíritu humano tomar conciencia de toda su riqueza cultural, de toda la vitalidad social que ha sido sacrificada por el proceso histórico que desató la revolución industrial, buscando los medios para hacerla revivir (2005: 22).
Solo de esta manera es posible superar el obstáculo y la crítica fuerte que de nuevo hace Lukács de forma acertada frente al Romanticismo:
Uno de los servicios más señalados que esta filosofía (irracional) presenta a la burguesía reaccionaria consiste precisamente en ofrecer al hombre cierto "confort" en lo tocante a la concepción del mundo, la ilusión de una libertad total, la ilusión de la independencia personal y la dignidad moral e intelectual, en una conducta que lo vinculen todos y cada uno de sus actos a la burguesía reaccionaria y lo convierte en servidor incondicional suyo (1959: 19).
Entonces, si el precio que hay pagar para la recuperación del espíritu humano es lo irracional, la no cientificidad, la asistematicidad por causa del exceso y la desmesura de la revelación de lo indómito, del deimon creador, irreverente y rebelde, seguro puede condonarse en la posibilidad cierta de una vida más plena, de una postura verdaderamente crítica e independiente que frente al acontecimiento de la muerte nos dé cuenta de lo que se hizo, de lo que se amó y se odió y no de lo que disfrazamos con buenas intenciones y falsa moral. La violencia en este sentido y como ejemplo, es mucho más que lo que se denuncia, sus mecanismos son más sofisticados, porque en la responsabilidad de los académicos e investigadores se encuentra no solo la condición de la denuncia, sino fundamentalmente la del reconocimiento de las economías de las pasiones que fundamentan arquitecturas de la mentira y de la tradicional oposición entre teoría y práctica, y la carencia de la promesa (una ética no discursiva sino operativa) en la experiencia vital.
Entonces, cuando hablo aquí de un despliegue de la potencia, de la insubordinación, apelo precisamente a lo que ya Negri advierte –la imaginación productiva es una potencia ética–, y como tal, se enfrenta, se opone a la muerte y a sus estilos, a sus formatos, a sus tipologías violentas:
Su fuerza consiste en construir el ser. Las palabras y las cosas se instauran en un horizonte operativo y la imaginación define esta dinámica constitutiva. La ética opera una discriminación en el ser en la medida en que descubre y reconoce la cualidad de la existencia, la tendencia del existir (hacia la vida o hacia la muerte) como determinación fundamental. En la que hay que elegir (2000: 33).
Gómez Dávila no tenía grandes pretensiones y asumió, eligió, dicho precio al afirmarse de forma permanente como reaccionario, en un momento y bajo unas condiciones contextuales que no aceptan aún hoy la afirmación de lo que se es. Diría un grafiti anónimo: "Vale la pena más una burralidad propia, que una genialidad ajena"; como "académicos" buscamos la cercanía con la verdad, con el reconocimiento de los grandes públicos y olvidamos el valor que tiene el pensamiento en la vida práctica. La producción de la obra, la imaginación que la devela debe nombrarse así sea o resulte incómodo para los "especialistas" porque es una presunción y una postura ética.
"Sobrevivir se reduce a ser desempolvado de cuando en cuando"
Finalmente, la entrada analítica de "clasificación" o el intento de organización de los Escolios de Nicolás Gómez Dávila, no debe responder únicamente a una taxonomización temática elemental (política, arte, religión...), sino más bien a una lógica interna de pensamiento (el texto implícito), coherente con la detección de las influencias del Romanticismo y sus desenlaces vitalistas, cristianos, naturalistas, paganos, culturalistas y reaccionarios. No por reclamar una exclusividad, sino por ampliar las implicaciones, como él mismo afirma, la sobrevivencia de los discursos y del pensamiento se aloja en los deseos de alternativas que sean sugerentes a las repeticiones, que se revelen como modos distintos de los constructos funcionalistas de afecciones tristes. El movimiento romántico, como afirma Berlin, "constituyó una protesta pasional contra cualquier tipo de universalidad" (2000: 27).
Una protesta pasional que entre 1760 y 1830 transformó la conciencia europea, convulsionó literalmente el deseo de quienes en su momento fueron protagonistas, agentes... fue tal la divergencia de pensamiento y la multiplicidad de opciones que es difícil caracterizar de una sola forma al Romanticismo, por ello, creo que es tan cercano a lo que Gómez Dávila propone: es pasional, es convulsivo, es arriesgado, pero, sobre todo, es radicalmente singular.
En este sentido, es posible y además necesario considerar las implicaciones actuales de la reacción como concepto, como noción, incluso como categoría filosófica. Resignificar su valor actual, pues frente a la continua elaboración de discursos progresistas y mesiánicos que anuncian bajo la estela del totalitarismo un progreso y un porvenir que no admite la crítica, su ejercicio representa una salida, una línea de fuga.
Así, la reacción como estilo de pensamiento, constituida como una línea de fuga frente a la fascinación por las ideas de moda, es una forma de estulticia, tal como la caracteriza Foucault:
[...] Una agitación del espíritu, la inestabilidad de la atención, el cambio de las opiniones o de las voluntades y por consiguiente, por la fragilidad ante cuantos acontecimientos se puedan producir, se caracteriza también por el hecho de que vuelve el espíritu hacia el porvenir, lo torna curioso de novedades y le impide darse un punto fijo en la posesión de una verdad adquirida (1999: 294).
Es el entrenamiento en la crítica revulsiva contra cualquier tipo de pensamiento etnocéntrico, imperialista o hegemónico, lo que permite que un espíritu sea copartícipe, protagonista y no solo espectador del porvenir, es aquella que en sincronía independiente puede superar las convenciones.
Esta es precisamente la principal paradoja y el reto permanente de la reacción, alternativa que está aún por rescatarse y explorarse. El llamado de la reacción es a insubordinarse, e insubordinarse siempre es un acto y una política por la creación permanente a riesgo de todo, incluso de sobrevivir.
El alma naturalmente demócrata siente que ni sus defectos, ni sus vicios, ni sus crímenes, afectan su excelencia substancial. El reaccionario, en cambio, siente que toda corrupción fermenta su alma (Gómez, 1986 II: 35).
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